Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris Savinkov | LIBRO PRIMERO - capítulo segundo | LIBRO PRIMERO - Capítulo cuarto | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Memorias de un socialista revolucionario ruso Boris Savinkov LIBRO PRIMERO En Moscú esperé durante algunos días a Azev. Kaliáev y yo viviamos en hoteles distintos, nos veiamos raramente y sólo por las noches. A fines de enero llegó Azev, quien al verme me preguntó: - ¿Cómo se atrevió usted a irse de Petersburgo? Le contesté que me había marchado porque no tenia ninguna noticia de él, y además porque mi pasaporte era conocido de la policía. Azev frunció las cejas y dijo: - De todos modos, no tenía usted el derecho de marcharse. - ¿Y usted tenía derecho, después de decir que vendría al cabo de unos días, a quedarse en el extranjero durante más de un mes? Azev se calló un instante y después replicó: - Tenía varios asuntos que me retenían en el extranjero. - A mí no me importa que estuviera usted retenido por tales o cuales asuntos. El hecho es que nos dejó abandonados en Petersburgo. Nuevo silencio. - Su deber consistía en esperarme y en vigilar a Plehve. ¿Se ha efectuado esta vigilancia? Le relaté todo lo que sabíamos a propósito de Plehve. - Esto es muy poco. Hágame el favor de volverse a Petersburgo. Le contesté que había venido del extranjero precisamente para ello. Le dije asimismo que conmigo había llegado Kaliáev y que otro compañero, un obrero, esperaba en Ginebra. Se decidió que Kaliáev buscara a los otros dos compañeros que antes habían trabajado conmigo en Petersburgo y que se convirtieran en cocheros. Azev me dió el encargo de entrevistarme con Pokotnov, quien en aquel instante vivía en Moscú, y con Schvéizer, que esperaba instrucciones en Riga. Se decidió asimismo llamar a Nijni Novgorod al compañero que se había quedado en Ginebra. Después de su entrevista conmigo, Azev se marchó para ocuparse de distintos asuntos del partido, y yo me quedé en Moscú. Pokotílov estaba hospedado en el hotel Paris, en la Tverskaya. Le escribí pidiéndole que fuera a verme por la noche en el restaurant Yar, situado en las afueras. En el Yar, me fue difícil reconocerle. En vez del emigrante típico ginebrino vi a un señorito ruso acaudalado, con un rostro púlido y una luenga barba rizada. No se veían ni los eczemas que padecía. Esa noche me relató su biografía. - No sé si sabe usted que qube matar a Pogoliépov;
Kárpovich se me adelantó ... Después, Balmachev ... Entonces dije que no podía esperar más, y que el primer atentado debía ser yo quien lo realizara. Guerchuni llegó a Poltava. Se decidió que yo mataría a Obolenski. Me preparaba yo para ello cuando me entero de que el atentado debía ser cometido por Kachura ... Kuchura era un obrero, y se tuvo preferencia por él ... Fue él quien disparó, no yo ... Ahora Plehve. No cederé el puesto a nadie. La primera bomba debe confiárseme a mí. Tengo derecho a ello. He esperado demasiado. Estaba excitado, y a causa de ello brillaron en su frente unas gotas de sangre: el eczema. Bebia vino, pero no se embriagaba. - Estoy completamente seguro del éxito. Usted conoce bien a Valentín Kuzmich. Plehve será muerto. Lo único que hay es que es difícil esperar. ¡Cuánto tiempo hace ya que estoy esperando en Moscú, con la dinamita preparada! Es imposible vivir así, esperando continuamente. No puedo. Como respuesta a sus palabras le transmití la orden de Azev de marcharse con la dinamita al balneario de Zegevold, en las costas del Báltico, y esperar allí las instrucciones ulteriores. Al dia siguiente se fue. Yo también me marché a Riga, con objeto de entrevistarme con Schvéizer. Kaliaev debía asimismo venir n Riga y comunicar el resultado de su viaje. Scheveizer ya no estaba en Riga. Kaliáev me contó que había encontrado a los dos compañeros y estaban de acuerdo; pero que, a su juicio, sólo Yósif Matseievski quería realmente trabajar. Ignati Matseievski vacilaba, y sólo se había decidido bajo la influencia de Yósif. Su observación era justa: Ignati M. no participó en el asunto Plehve, Yósif M. llegó a Petersburgo después de la entrevista con Kaliáev y se hizo cochero. Regresé a Petersburgo a principios de febrero. Azev me comunicó que Schvéizer y Sazónov estaban también en Petersburgo, que el compañero Matseievski había ya trabado conocimiento con este último, y que uno de aquellos días me pondría en relación con ellos. Para ello me propuso que fuera una de aquellas noches a un baile de máscaras que se celebraba en el club de los comerciantes. Azev me dió cita precisamente en el baile de máscaras por razones, según me dijo, de orden conspirativo. Azev exigía siempre que se observaran de un modo preciso todas las reglas de la conspiración, Quería que las entrevistas fueran lo menos frecuentes posible, y que no se celebrarán en domicilios particulares, sino en la calle o en los sitios públicos, en los baños, en el teatro; que en dichas entrevistas se tomaran todas las medidas de precaución; que los miembros de la organización no sostuvieran correspondencia con sus familias ni con amigos; que su modo de vivir y su indumentaria no inspirara sospecha alguna. Muy audaz en sus planes, era extraordinariamente cauteloso en su ejecución. El día señalado fuí al baile de máscaras. Vi cómo Azev entraba en la sala y saludaba a un joven de unos veinticinco años, fuerte, de talla mediana, elegantemente vestido. El joven llevaba el rostro afeitado y por su aspecto exterior parecía un extranjero. Era Schvéizer, que vivía con un pasaporte inglés. Schvéizer producía inmediatamente, a las primeras palabras, una impresión de calma y equilibrio. Nv se notaba en él la exaltación característica en Pokotílov y Kaliáev; pero su manera de hablar y de callar, la parquedad con que exponía sus opiniones y'su tranquilidad inspiraba involuntariamente confianza. En mi primera entrevista con él habló muy poco y únicamente sobre cuestiones esencialmente prácticas. Unos días después vi por primera vez a Sazónov. Habíamos convenido que Yósif Matseievski y Sazónov, ambos cocheros, me esperarían en el chaflán de la Gran Avenida y la 6a. calle de la isla de Vasiliev; para que yo pudiera reconocer a Sazónov, éste se colocaría detrás del coche de Yósif Matseievski. Desde lejos distinguí ya a Yósif, sentado en el pescante. El coche era lujoso, el caballo espléndido, los arreos completamente nuevos. Matseievski, con sus bigotes rizados y el gprro inclinado, se parecía mucho a un lijatch (1) petersburgués. Detras de él estaba Vanka, un cochero ordinario. Ese Vanka era flacucho, tenía rostro alegre, las mejillas sonrosadas y unos ojos castaños vivos y audaces. El pescante, la bata azul mugrienta y la gorra desastrada eran tan ordinarios, que en el primer momento me asaltó la duda de si ese campesino era efectivamente el Abel de que me habló Azev. Pero Yósif sonrió y me hizo una señal con la cabeza de un modo casi imperceptible. El cochero de mejillas sonrosadas me miró directamente y sonrió también ligeramente. Me acerqué a él y le dije, como habíamos convenido: - Cochero, a la Snámenkaya. - Esa calle no existe, señorito. Esa calle está en Moscú -me respondió Sazónov, riendo con los ojos. Nos dirigimos hacia la ensenada de Galerna. El caballo avanzaba con dificultad, Sazónov volvía repetidas veces la cabeza y me contaba alegremente su vida de cochero. Su rostro joven y sus palabras alegres y tranquilas producían una impresión de calma y de gozo en el espíritu. Cuando me despedí de él y su coche desaparecía tras de una esquina, sentía deseo de ver nuevamente aquellos ojos alegres y de oír su voz segura y gozosa. Azev se marchó pronto, reclamado, según dijo, por los asuntos generales del partido. Pokotílov vivía en Zegevold, Kaliáev esperaba en Nijni al compañero que había de llegar de Ginebra. David Borichanski (Abraham) Schvéizer guardaba la dinamita en Libáu. En Petersburgo nos quedamos Sazónov, Matseievski y yo. Estas fuerzas eran insuficientes para la vigilancia, tan insuficientes como en noviembre, cuando esperábamos a Azev en Petersburgo. Sin embargo, en febrero y principios de marzo conseguimos ver varias veces a Plehve y, sobre todo, dear sentado que, efectivamente, una vez por semana, a las doce del medio día, salía para ir a informar al Zar, que vivía en el Palacio de Invierno. A mi me parecía que la vigilancia con fuerzas tan escasas no podía dar en lo sucesivo resultados importantes. Por esto, cuando Azev vino a Petersburgo, propuso insistentemente que se procediera inmediatamente a la realización del atentado. Azev me objetó que los datos obtenidos eran pocos, que el trayecto recorrido por Plehve no era conocido de un modo preciso y que, por ello, era fácil equivocarse. Yo insistí, indiqué la posibilidad de organizar el atentado en la Fontana, al lado mismo de la casa de Plehve, con lo cual se evitaba el riesgo de cometer un error y la necesidad de precisar el trayecto. Pero Azev no se mostró de acuerdo conmigo, esa acción le parecía peligrosa: cerca de la casa de Plehve las fuerzas de policía erán más numerosas que en ninguna otra parte. Y si la cosa fracasara, en el mejor de los casos tendría que ser ap]azada por mucho tiempo. Entonces propuse a Azev solicitar la opinión de Sazónov y de Matseievski. En dos coches, yo en el de Matseievski y Azev en el de Sazónov, nos fuimos a las afueras de la ciudad, con objeto de examinar reunidos la cuestión. Matseievski insistía en que el atentado se realizara inmediatamente. Insistía en que, siéndonos conocida la salida, no había por qué seguir esperando, pues nunca sabríamos más de lo que ya conocíamos. No era absolutamente necesario averiguar exactamente el trayecto que recorría el ministro, puesto que se podía organizar el atentado en la puerta misma de la casa de Plehve. Sazónov se pronunciaba de un modo mucho menos decidido. Decía que no había visto nunca personalmente a Plehve, que podría confundir la carroza. Mostró su conformidad únicamente cuando Matseievski ofreció indicarle el coche de Plehve. Azev, como de costumbre, escuchaba sin decir una palabra. Cuando terminamos, lentamente y de mala gana, empezó a hacer objeciones. Incitó a tener paciencia y cautela e indicó de nuevo que el fracaso lo podía echar todo a perder. En contestnción a sus palabras, insistí de un modo aún más decidido. Esta vez fui apoyado no sólo por Matseievski, sino también por Bazónov. Finalmente, Azev reflexionó un instante y dijo: - Está bien; puesto que tanto lo deseais, probemos fortuna. Azev se marchó de nuevo de Petersburgo. Yo me fui a Libáu para ver a Schvéizer y a Nijni para entrevistarme con Kaliáev. El 8 de marzo nos reunimos todos en Petersburgo. Entre nosotros se hallaba asimismo D. Borichanski, llegado de Ginebra. Unicamente Azev se quedó en provincias.
Nota (1) Coche de carreras.
LA EJECUCIÓN DE PLEHVE
CAPÍTULO TERCERO
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