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Memorias de un socialista revolucionario ruso Boris Savinkov LIBRO TERCERO Además de grandes empresas terroristas, la Organización de Combate preparaba en aquel período algunos actos de menos importancia: contra el almirante Chujnin, el general Min, el coronel Riman, el provocador Gapón y el jefe de la Policía política Rachkovski. Pero ninguna de estas empresas fue llevada a término con las fuerzas de la Organización de Combate. Como ya he dicho, Zenzínov se fue a Sebastopol con el encargo de estudiar las posibilidades de atentado contra el almirante Chujnin. Llegó a Sebastopol cuando estaban allí Vladimir Vnorovski, que entonces no era aún miembro de la Organización de Combate, y Yekaterina Ismaílovich, que se habían propuesto el mismo fin. Zenzínov regresó a Finlandia y comunicó que el almirante seria seguramente ejecutado por dichos compañeros. En efecto, el 22 de enero de 1906 Yekaterina Ismaílovich se presentó en el palacio de Chujnin en calidad de solicitante, hizo algunos disparos de revólver contra el almirante y le hirió gravemente. Allí mismo, en el patio, sin instrucción ni juicio, fue fusilada por los marinos. Vnorovski desapareció. Chujnin fue muerto el 29 de junio del mismo año por el marino Akimov, en la casa de campo Nueva Holanda, que aquél tenía cerca de Sebastopol. Las tentativas de atentado contra el general Min y el coronel Riman tuvieron lugar en las siguientes circunstancias: El estudiante del Instituto de Vías de Comunicación Samoílov y el ex estudiante de la Universidad de Moscú Yakovliev (Gudlkov) comunicaron a la Organización de Combate su deseo de participar en un acto terrorista. Samoílov no contaba con ningún pasado de combate, Yakovliev había tomado parte en la insurrección de Moscú. No había visto ni a uno ni al otro antes de su proposición, pero tenía de ellos recomendaciones inmejorables. Y, en realidad, los dos atentados fracasaron no por culpa suya. Se decidió que los dos en un mismo día, y de ser posible en la misma hora, se presentarían en el domicilio de Min y de Riman y los matarían a tiros. En vísperas de su salida de Helsingfors les vi en el domicilio de Tiderman, director del periódico Framtid, y de la señora Eln Hollander, compañeros finlandeses que nos habían prestado muchas veces valiosos servicios. Tanto Samoílov como Yákovliev estaban muy tranquilos. Yákovliev cantó con su hermosa voz de tenor el aria de Lenski Lo que me reserva el día de mañana. El día siguiente fue detenido. En el tren de la tarde salieron de Helsingfors. Samoílov llevaba el uniforme de teniente de la escuadra, Yákovliev el de oficial de Infantería. El primero tenía que presentarse a Min con la tarjeta de visita del príncipe Boadvolski, y el segundo a Riman con el nombre de príncipe Drutski-Sokolinski. Tanto el uno como el otro no encontraron por la mañana a Min y Riman, y prometieron volver durante el día. Samoilov tampoco encontró a Min la segunda vez o, seguramente este último no lo recibió, a pesar de su uniforme de la escuadra y de su nombre sonoro. Yákovliev fue detenido por la policía en la escalera de la casa de Riman cuando se presentó la segunda vez. Fue juzgado con Gotz, Pávlov y Tregubov y condenado a quince años de trabajos forzados. En aquella ocasión no se pudieron aclarar las causas de esta detención. Se suponía que Riman había sido advertido con antelación de la visita de Yákovliev. De otro modo no se hubiera comprendido la presencia de la policía en la puerta de su casa. Los datos que se hubiera podido proporcionar Riman a propósito del oficial Drutski-Sokolinski es dudoso que dejaran establecido a las cinco de la tarde que el visitante no era un oficial, sino un terrorista. Riman quedó con vida. Min fue muerto en agosto de ese mismo año por Zinaida Konoplianikova. En aquel mismo período se decidió emprender los atentados contra Rachkovski y Gapón. A principios de febrero vino a Helsingfors P. M. Rutenberg y contó lo siguiente: El 6 de febrero se le presentó Gapón en Moscú. El cura le contó que estaba en relaciones con la policía, en particular con el jefe de la sección de Petersburgo Gerasimov y con Rachkovski; propuso a Rutenberg entrar al servicio de la policía y junto con él delatar a la Organización de Combate, por lo cual, según él, el Gobierno había prometido 100.000 rublos. Hacía ya tiempo que circulaban rumores tenebrosos a propósito de Gapón. Se decía que en octubre-noviembre había entablado ciertas relaciones con el marqués de Witte por mediación del funcionario del Ministerio del Interior Manasiévich Manuilov y el redactor del periódico El ciudadano (Grajdanin) Kolyschko; que ya antes, en el extranjero, se entrevistó con uno de los grandes duques que durante los últimos tiempos, en sus conversaciones con los corresponsales de la Prensa extranjera, había manifestado su adhesión al trono y su arrepentimiento por sus errores. No se podía dejar de dar cierto crédito a estos rumores. Gapón amaba la vida en sus formas más elementales, le gustaba el confort, las mujeres, el lujo; en una palabra, todo lo que se puede comprar con dinero. Me convencí de ello al observar la vida que llevaba en París. Sin embargo, esto era, naturalmente, insuficiente para que Grigori Gapón se convirtiera en traidor. Pero en su carácter destacaba un rasgo que, en combinación con el primero, podía inducirle a ir al comprqmiso con el Gobierno. Gapón estaba falto de valor, temía por su vida, le causaba miedo la horca. Me convencí de ello durante la entrevista que tuve con él en Helsingfors en septiembre de 1905, y que he descrito más arriba. Es posible, sin embargo, que ni el amor por el lujo ni el miedo ante la muerte le hubieran conducido al marqués de Witte y después a Rachkovski, si hubiera tenido convicciones firmes. Pero estas convicciones no las tenía. Vivía al impulso de su estado de espíritu, de sus sentimientos; en un principio obraba y solamente después se daba cuenta de sus actos. Carácter muy impresionable y, al mismo tiempo, débil; hombre bien dotado, pero extremadamente impulsivo, podía dar muchos pasos falsos y después arrepentirse de ellos. Fuera como fuera, el relato de Rutenberg no estaba en contradicción con la impresión que producía Gapón ni con los rumores que circulaban a propósito de él. Rutenberg estaba muy emocionado. Se acordaba de cómo, junto con Gapón, salió con los obreros de Putilov al encuentro de la fuerza pública; de cómo lo sacó de la carretera de Narva, salvándole con ello de la detención; se acordaba de cómo Gapón, en el extranjero, hablaba del terror y de la insurrección, y, finalmente, de la amistad personal con Gapón y de la simpatía que sentía por él. Al venir a Helsingfors con el fin de verse conmigo y con Azev, nos preguntó: - Y ahora, ¿qué hacer? Por comprensible que fuera psicológicamente la traición de Gapón, el hecho mismo de tal traición representaba en sí algo que salía completamente de la medida común. Entonces, invierno de 1906, Gapón era todavía el hombre más popular entre las masas. Su nombre de caudillo de la revolución era pronunciado por todos los labios. Sus retratos podían encontrarse en todas partes, en la ciudad y en el campo, entre los rusos, los polacos y aun los judíos. Fue él el primero que despertó al proletariado urbano, el primero que decidió ponerse al frente de los obreros levantados. Ni la huelga general de 1905, ni aun las barricadas de diciembre podían eclipsar la figura de ese hombre, del cual se esperaban nuevos actos, del cual se decía que si había empezado la revolución, la terminaría. Los rumores de que he hablado más arriba no habían penetrado entre las masas. Y cuando en Petersburgo y en otras grandes ciudades el nombre de Gapón decayó hasta tal punto que se le acusaba abiertamente de tener relaciones con el marqués de Witte, todavía muchos obreros tenían una confianza completa en él y estaban dispuestos a seguirlo a la primera palabra. A mis ojos, Gapón no era un traidor ordinario. Su traición, por ejemplo, no era del mismo tipo que la de Tatarov. Este traicionó a hombres, a instituciones, al partido. Gapón había obrado peor: había traicionado toda la revolución de las masas y mostrado que éstas siguieron ciegamente a un hombre indigno, nu sólo de ser caudillo, sino aun soldado de filas de la revolución. Contesté a Rutenberg sin vacilar que la respuesta a su pregunta no podía ser más que una: hay que matar a Gapón. Esta conversación tenía lugar en el domicilio de Volter Stenbek, el mismo en que medio año atrás estaba escondido Gapón. Además de Azev, de Rutenberg y de mí, asistía a la entrevista Chernov. Azev y Chernov no se pronunciaron inmediatamente. Entonces yo no era todavía miembro del Comité Central, y mi voto, como el de Rutenberg, podía tener únicamente el carácter consultivo. La decisión correspondía a Azev y Chernov. Azev reflexionó durante largo rato, fumaba cigarrillo tras cigarrillo. Finalmente dijo: - A mi juicio, es imposible matar a Gapón fundándonos únicamente en la comunicación de Martín (Rutenberg). Gapón es demasiado popular entre las masas. Su muerte no será comprendida. No se nos creerá: se dirá que le hemos muerto por razones de partido y no porque tuviera realmente relaciones con la policía. La existencia de estas relaciones hay qUe demostrarla. Martín es un revolucionario, un miembro del partido, no es un testigo a los ojos de los que se interesaban por este asunto. Y no olvidemos que se interesa por él todo el mundo. Si fuera posible demostrar de un modo evidente su culpabilidad ... Rutenberg preguntó: - ¿Cómo hacerlo? - Muy sencillo. El mismo Gapón dice que tiene que entrevistarse con Gurasímov y Rachkovski e incluso le invita a usted a asistir a las mismas. Acceda usted de un modo ficticio, finja asimismo que acepta su proposición de entrar al servicio de la policía y cuando se halle usted junto con Gapón y Rachkovski, los mata a los dos. - No lo veo claro. - ¿Cómo que no? La prueba entonces será evidente.
Un hombre honrado no puede entrevistarse con Rachkovski. Todo el mundo se convencerá de que Gapón es efectivamente un traidor. Además, se liquidará también a Rachkovski, el mayor enemigo que tiene el partido. Su muerte tendrá una inmensa significación. Chernov apoyó a Azev. Estimaba asimismo que la muerte de Gapón sólo colocaría al partido en una situación muy difícil, pues, a excepción de las afirmaciones de Rutenberg, no había ninguna prueba de la culpabilidad de aquél. Estimaba asimismo muy importante la muerte de Rachkovski. Rutenberg y yo teníamos otra opinión. Creíamos, naturalmente, que, si era posible, había qUe matar a Rachkovski, pero que la muerte de Gapón tenía una enorme importancia. Estábamos convencidos de que las pruebas de la traición de Gapón, tarde o temprano se encontrarían y de que, por esto, no teníamos necesidad ninguna de tomar en consideración el hecho de que en aquel momento no pudiéramos presentarlas. A nuestro juicio, para la ejecución de Gapón había bastante con la confesión de su traición, hecha por él mismo ante Rutenberg. Es más, creíamos que en todo caso y en todas las circunstancias el traidor Gapón tenía que ser ejecutado precisamente por el partido, pues era con éste con quien tenía más afinidad y era éste el que, en la persona de Rutenberg, había puesto al descubierto su traición. Ni Azev ni Chernov se mostraron de acuerdo con nosotros. Declararon, además, que lo tomaban todo bajo su responsabilidad, y que el Comité Central se uniría, no a nuestra opinión, sino a la suya. En efecto, más tarde, el Comité Central sancionó su resolución, a pesar de la oposición de M. A. Natanson, el cual consideraba que había que renunciar incluso a matar a Gapón y Rachkovski juntos. Después de la declaración de Azev y Chernov, Rutenberg se retiró a otra habitación y pennaneció allí largo rato. Cuando volvió dijo: - Estoy conforme. Intentaré matar a Rachkovskí y Gapón juntos. Azev elaboró inmediatamente el plan de acción. Rutenberg tenía que declarar a Gapón cuando se entrevistara de nuevo con él que accedía a entrar al servicio de la policía y a entrevistarse para este fin con Rachkovski. Diría también a Gapón que era miembro de la Organización de Combate y estaba encargado del atentado contra Durnovo. Previendo que Rachkovski no diera crédito a la conformidad de Rutenberg, Azev propuso lo siguiente: en primer lugar, Rutenberg tenía que romper toda relación con el partido y sus hombres y vivir completamente alslado. De este modo, la vigilancia de Rutenberg no llevaría aparejada la de otros compañeros y su detención; en segundo lugar, Rutenberg, con el fin de vencer la incredulidad de Rachkovski tenía que simular un atentado contra Durnovo con auxilio de cocheros, subir a algunos coches e ir con ellos a horas determinadas a ciertas calles por las cuales podía pasar Durnovo. Los polizontes encargados de vigilar a Rutenberg observarían, indudablemente, que éste se hallaba en relación constante con los mismos cocheros y. así lo comunicarían, naturalmente. Los cocheros no correrían ningún riesgo. Además, Azev declaró que estaba dispuesto a proponer a un miembro cualquiera de la organización que se hiciera cochero y estuviera en relación con Rutenberg. Este miembro de la organización era casi seguro que sería sacrificado, pero la muerte de Rachkovski era tan importante, que la organización sacrificaría no sólo uno, sino muchos de sus miembros; Rachkovski tenía de hecho en sus manos todos los hilos de la policía política. Zilberberg tenía que preparar la bomba para Rutenberg. A éste el plan referido le disgustó. No le agradaba tener que dar fingidamente su conformidad a Gapón y todo el plan, basado en la falsedad. Dejando de lado el aspecto moral de la cuestión, a mí me parecía que el plan propuesto por Azev era conveniente y eficaz. Gapón había perdido hacía tiempo su contacto con el partido y con tanto mayor motivo con la Organización de Combate. Ningún compañero del partido le hubiera dado a conocer, no sólo informaciones valiosas para la policía, sino ni tan siquiera el detalle más inocente. Gapón no conocía el domicilio del Comité Central, ni el de Azev, ni el mío. Por consiguiente, personalmente no podía ser útil a Rachkovski, y los servicios que prestara a la policía podían consistir únicamente en inclinar a la provocación a un miembro tan sobresaliente como Rutenberg. Aunque no fuera más que para mostrar a Rachkovski el éxito de sus negociaciones, tenía que procurar, sin que mediara la demanda de Rutenberg, que la entrevista de éste con Rackovski tuviera lugar. Esto correspondla a los intereses directos de Gapón, así como, naturalmente, asistir a dicha entrevista. Por esto me parecía que Rutenberg, sin grandes esfuerzos por su parte, y sin decir nada a Gapón a propósito de nuestros asuntos, podía entrevistarse con éste y con Rachkovski, y, por lo tanto, matarles. Sin embargo, me parecía superflua la vigilancia cerca de Durnovo, pues los polizontes que siguieran a Rutenberg, al observar que éste no hacía nada efectivo, no sacarían ni mucho menos la conclusión de que no intervenía en nuestros asuntos, decidirían que temporalmente disimulaba, y en este sentido comunicarían sus observaciones a su jefe. Además, temía por Rutenberg. Me parecía que el plan propuesto por Azev le gustaba tan poco, que no se decidiría a realizarlo hasta el fin o no se vería con fuerzas para ello. Así se lo dije a Rutenberg. - No soy un niño -contestó--; lo que he dicho lo haré. Inmediatamente aceptó el plan de Azev. Fuí a hablar con Dvoinikov, designado para ejercer el servicio ficticio de observación en Petersburgo. Dvoínikov me escuchó sorprendido, pero dijo sin vacilar: - Estoy conforme. - Usted comprenderá, Vania -le dije- que seguramente le seguirán, que será usted detenido en el curso mismo del trabajo y que si se mata a Gapón y a Rachkovski no podrá usted evitar en ningún caso la detención. Dvoínikov me miró con sus ojos oscuros: - ¿Qué puede importarme la detención? ... Pero, ¡Dios mío! ¿Es posible que Gapón sea un provocador? No podía conciliarse con esta idea. Viendo la impresión que le causó esta noticia comprendía la que produciría a los obreros que le siguieron el 9 de enero. Dvoínikov partió hacia Petersburgo, donde compró un coche y un caballo. Rutenberg se fue a ver a Gapón; como me marché a Moscú no asistí a su última entrevista con Azev. Rutenberg empezó a obrar de acuerdo con el plan adoptado. Gradualmente fue accediendo a las proposlciones de Gapón y, finalmente, le declaró que para él la cuestión estaba resuelta y que entraría al servicio de la policía. Le dije asimismo que esta resolución estaba condicionada por la cuantía de la suma que Rachkovski estuviera dispuesto a pagar. Entonces la conversación tomó el carácter de regateo; Rutenberg fijaba un precio y Gapón regateba. Rutenberg registraba diariamente estas conversaciones con exactitud estenográfica, y más tarde las presentó al Comité Central. Al leerlas, no me extrañé de que la proposición de Azev le inmutara: su papel era tan difícil como desagradable: Gapón era cínico en sus relatos y proposiciones. Rutenberg tuvo necesidad de una gran firmeza de carácter para escuchar tranquilamente cómo Gapón mercadeaba con sus compañeros y amigos. Después de algunas conversaciones de este género, Gapón comunicó a Rutenberg que Rachkovski estaba de acuerdo en verse con él y le fijaba una entrevista para el 4 de marzo en un reservado del restaurante Content. Gapón tenía que asistir a esta entrevista. De acuerdo con lo convenido, Rutenberg debía acudir esta primera vez sin armas: temíamos que al entrar fuera cacheado y, naturalmente. el atentado, en eSe caso, se desmoronaría por sí mismo. Rutenberg llevaría la bomba consigo, sólo en el caso de que estuviera convencido de que inspiraba confianza a Rachkovski. El 4 de marzo Rutenberg se presentó en el restaurante Content y, tal como habían convenido con Gapón, pidió el reservado del Sr. Ivanov. El camarero contestó que no había tal reservado. Rutenberg se marchó. Gapón le dijo al día siguiente que había habido una mala interpretación y que Rachkovski le invitaba a entrevistarse con él el domingo siguiente. Rutenberg no esperó dicho domingo. Sus conversaciones con Gapón le habían llevado a un estado extraordinariamente nervioso. Además, en la mala interpretación producida vió un engaño, si no por parte de Gapón, por la de Rachkovski. En vista de todo esto, decidió liquidar el asunto y marcharse al extranjero, lo cual comunicó a Azev por medio de un billete. Me enteré de todos estos detalles en marzo, cuando regresé a Helsingfors después de mi viaje a Varsovia. Estuve en la primera de dichas ciudades dos días, y me marché de nuevo, llevándome la convicción de que el asunto Gapón-Rachkovski estaba definitivamente liquidado y de que Rutenberg se hallaba en el extranjero. En los últimos días de marzo estuve nuevamente en Helsingfors, donde me entrevisté con Azev en el domicilio de Aino Malberg. Azev escuchó mi relato sobre la situación de nuestros asuntos en Moscú y Petersburgo y después de un rato de silencio dijo, indiferente, como siempre: - ¿Sabes que Gapón ha sido ejecutado? Yo me asombré. - ¿Quién le ha matado? - Martín (Rutenberg). Me asombré todavía más. - ¿Cuándo? - El 22, en una casa de campo de Ozerki. - ¿Autorizado por el partido? - No. Martín ha obrado por cuenta propia. Rutenberg estaba en Helsingfors. Le encontré en Brunspark, en la casa de Guerus, subdirector de la revista Framtid. Rutenberg, todavía bajo la impresión de la muerte da Gapón, me dijo: - Me disponía a marcharme a Bélgica; pero al llegar aquí reflexioné y adquirí el convencimiento de que si era imposible matar a Rachkovski, no lo era matar a Gapón.
Decidí que tenía el deber de hacerlo. Yo le pregunté: - Pero ¿acaso ignorabas que el Comité Central no había autorizado a matar a Gapón solo? - ¿Cómo que no lo había autorizado? -contestó-. Se me había dicho que si era imposible matarlos a los dos juntos había que matar a Gapón solo. No le hice ninguna objeción, y le pregunté: - ¿Y dónde está Dvoínikov? - Ha vendido el caballo y el coche y ahora está aquí. Después, Rutenberg me contó lo siguiente: Una vez decidido a matar a Gapón, le invitó a ir a una casa de campo alquilada previamente en Ozerki con él fin de ponerse de acuerdo definitivamente sobre su resolución de entrar al servicio de la policia. Reunió algunos obreros, miembros del partido, a los cuales conocía bien y que habían marchado juntos con Gapón el 9 de enero, y les puso al corriente de todas sus conversaciones con aquél. Los obreros en un principio no le creyeron. Rutenberg les propuso convencerse de la veracidad de sus palabras, y sólo entonces matarle. Uno de dichos obreros esperó a Gapón y Rutenberg en la estación, como cochero. Mientras se dirigían a la casa de campo, dicho obrero oyó desde el pescante la conversación de Rutenberg con Gapón, y pudo convencerse de que éste proponía a aquél que entrara al servicio de la policía. Lo mismo se repittó en la casa de campo. En una de las habitaciones, tras de una puerta cerrada, algunos obreros oyeron la conversación de Rutenberg con Gapón. Este nunca habló con tanto cinismo como en aquella ocasión. Cuando terminó la conversación, Rutenberg abrió de repente la puerta e hizo entrar a los obreros. A pesar de las suplicas de Gapón, los obreros le ahorcaron inmediatamente en el gancho de una percha. Rutenberg, durante su relato, estaba enormemente emocionado, y decía: - Le veo en sueños ... Lo tengo siempre presente a mis ojos. Figúrate, yo le salvé el 9 de enero ... ¡Y ahora cuelga de la percha! El cuerpo de Gapón no fue descubierto por la policía hasta un mes después de su muerte. El Comité Central, basándose en su resolución, se negó a reconocer el hecho como suyo. Rutenberg se marchó al extranjero. Posteriormente, Rutenberg se dirigió en varias ocasiones al Comité Central, pidiendo que abriera una encuesta sobre la muerte de Gapón y reconociera que el atentado había sido realizado con la autorización de los organismos superiores del partido. Decía que Azev, en su última entrevista con él, le había autorizado a matar a Gapón sólo, en caso de que fuera imposible matarle junto con Rachkovski; que Azev, dos días antes del 2 de marzo, había sido puesto al corriente de los preparativos y que no impidió que el asesinato se efectuara; finalmente, que el mismo Azev había tomado una participación directa en el asunto dándole consejos e indicaciones respecto a los hombres que podian ayudarlo a matar a Gapón. Azev negó esta declaración de Rutenberg. Como fuera que la resolución del Comité Central no admitía dos interpretaciones y la autorización había sido dada exclusivamente para la muerte de Gapón y Rachkovski juntos, el Comité Central no tomó en cuenta la declaración de Rutenberg y rechazó su demanda. Yo consideré que el Comité había obrado bien; me acordaba perfectamente de que Azev y Chernov se habían pronunciado contra la muerte de Gapón solo. Cuando el asesinato fue descubierto por la policía, circularon los rumores más variados sobre sus causas y sobre su ejecución misma. Había, naturalmente, gente que no creía en la culpabilidad de Gapón, pero lo que es más extraño, la había que manifestaba dudas con respecto a la honradez política de Rutenberg. Afirmaban que éste había muerto a Gapón por motivos de competencia policíaca. El Comité Central, en uno de los números de las Noticias del Partido rechazó estos rumores. No tengo que añadir que la honradez de Rutenberg estaba por encima de toda sospecha y que al acceder de un modo ficticio a la proposición de Gapón no hacía más que ejecutar las órdenes del Comité Central. En el número 15 del periódico La Enseña del Trabajo apareció una comunicación oficial del Comité Central rehabilitando a Rutenberg en todos los sentidos.
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO UNDÉCIMO
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