Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris Savinkov | LIBRO TERCERO - capítulo tercero | LIBRO TERCERO - Capítulo quinto | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Memorias de un socialista revolucionario ruso Boris Savinkov LIBRO TERCERO Desde principios de febrero se estübleció el servicio de observación cerca de Dubásov. Chíllerov y los hermanos Vnorovski compraron caballos y trineos, y, como en otra época Moiseenko y Kaliáev, rivalizaban entre sí en el trabajo. Los tres necesitaban poco de mis indicaciones.
Silenciosos, tenaces, prácticos en su trabajo, no perdían de vista a Dubásov. Este, como en otra época el Gran Duque Sergio, vivía en la casa del general-gobernador en la Tverskaya, pero salía con menos frecuencia que aquél, y sus salidas no eran regulares. El servicio de observación se efectuaba habitualmente en la plaza Tverskaya y abajo, en el Kremlin. No tardó en poderse fijar el aspecto exterior de las salidas de Dubásov: a veces lo hacía con una escolta de dragones; con menos frecuencia, en carroza, solo con su ayudante. Estos datos eran, naturalmente, insuficientes y no nos decidíamos a emprender el atentado. En un principio el servicio de observación lo realizaban únicamente Chíllerov y Boris Vnorovski. Vladjmir Vnorovski reemplazó a Mijail Sokolov, que durante un cierto tiempo fue miembro de la Organización de Combate y posterionnente jefe de los maximalistas. En cierla ocasión, en Helsingfors se presentó en uno de nuestros domicilios conspirativos un joven alto, musculoso y fornido. Me llamaron la atención sus señas particulares, algunas pecas en la mejilla derecha. Azev me lo presentó: era El Oso, Mijail Sokolov. En esta primera entrevista, Sokolov nos dijo que no estaba completamente de acuerdo con el programa del partido de los socialistas-revolucionarios, y concedía una importancia decisiva al terror; que la Organización de Combate era la única institución terrorista fuerte, y por este motivo quería trabajar con nosotros, a pesar de sus divergencias en lo referente al programa. Había oído hablar mucho de Sokolov, como uno de los caudillos de la insurrección de Moscú, como de un hombre de una audacia revolucionaria excepcional y de grandes dotes de organizador. Me produjo una impresión inmejorable. Hablaba reflexiva y serenamente, y detrás de sus palabras se percibía una profunda fe y una gran fuerza moral. Me sentí gozoso de su proposición. Azev me decía, y yo mismo me daba cuenta de ello, que Sokolov era más capaz que nadie de introducir en la organizacón una enérgica iniciativa y aun de tomar sobre sí la dirección de todas sus empresas. Lo que le faltaba era la experiencia, y en este sentido podía serle útil su intervención en la empresa de Moscú, en la cual, en calidad de cochero, tenía que dirigir el servicio de observación. Sokolov accedió, no sin ciertas vacilaciones, a desempeñar este papel. - Soy muy conocido en Moscú. Toda la Presnia (1) me conoce. Puedo encontrarme fácilmente con polizontes que me reconozcan. Le dije que, según nuestra experiencia, estos encuentros imprevistos no tienen nada de peligrosos. No sólo el polizonte, sino el amigo íntimo, no pueden reconocer en el cochero a la persona que tienen la costumbre de ver con otra indumentaria. Indiqué el ejemplo de Boris Vnurovski, el cual no veia peligro alguno en su estancia en Moscú, a pesar de ser de dicha ciudad. Sokolov, después de oírme, se mostró conforme conmigo. Una semana y media después me fuí a Moscú y no encontré al Oso en el sitio convenido. Me dirigí a Sletov, que era entonces el agente de la Organización de Combate en Moscú. Sletov procuraba a éste dinero y pasaportes, recogía datos con respecto a Dubasov, controlaba a los candidatos que se ofrecían para el terror y era el eslabón que nos unía con tOdos aquellos que tenían que trabajar con nosotros. Por su mediación encontré a Sokolov en unu casa de campo de Sokólniki (2). Sokolov me acogió con hostilidad. - Nuestras cosas, por lo visto, andan mal, puesto que os habéis decidido a darme trabajo en MoscÚ. Aquí me conoce mucha gente, y esto no deja de ser peligroso. Le hice observar que él mismo, en Helsillgfors, había accedido a representar el papel que se le proponía. - He reflexionado -dijo Sokolov-; además, nuestro método de trabajo ha caducado. Ahora hay que obrar por medio del sistema de guerrillas, y no permaneciendo sentado durante medio año en el pescante. Debo decirle que me marcho de vuestra organización. No intenté convencerle. Dije únicamente que me parecía que no tenía razón; el terror central exige siempre una labor preparatoria prolongada y dura, y sólo una estrecha cohesión de la organización puede desarrollar la suficiente energía para la victoria. Nos separamos. Oí hablar de él más tarde como del organizador del atentado cometido en agosto de 1906, en la isla de Aptekarski, contra el primer ministro Stolypin, en cuya casa de campo fue lanzada una bomba, y de la sangrienta expropiación en el callejón Fonorni, que tuvo lugar en otoño de aquel mismo año. Poco después de esta expropiación volví a verle, por segunda y Última vez, nuevamente en Helsingfors. Me pareció cansado. Por lo que se veía, no pasó en vano para él una intensa acción terrorista. En sus palabras resonaban notas melancólicas. - Teníais razón. Con la acción de guerrillas exclusivamente no se puede hacer gran cosa. Es necesaria una fuerte organización, una gran labor preparatoria. Me he convencido de ello. ¡Ah, si tuviéramos vuestra disciplina! Quería contestarle que nosotros no teníamos la iniciativa ni la decisión de los maximalistas; pero dije solamente: - Oiga, estamos hablando como simples particulares ... ¿Por qué no podemos actuar juntos? Por lo que a mí se refiere, no veo ningún inconveniente en ello. Me es igual que sea usted anarquista, maximalista o socialista-revolucionario. Los dos somos terroristas. En interés del terror, podría emprenderse la unión de la Organización de Combate con la vuestra. ¿Qué tiene usted que objetar a esto? Sokolov reflexionó. - No, naturalmente, no puedo objetar nada a esto. Es indudable que esta unión sería útil para el terror. Pero ¿la querrán nuestros compañeros? Le contesté que respondía de los míos, que, naturalmente, habría que establecer un acuerdo técnico determinado, pero que las divergencias programáticas debían tenernos sin cuidado, pues nosotros, los terroristas, no podíamos separarnos por la cuestión de la socialización de las fábricas. - Los míos -dijo Sokolov- por nada del mundo se mostrarán conformes con esto ... No, lo hecho no se puede deshacer. El terror sería más fuerte si actuáramos juntos; pero ahora esto es imposible: nos habéis declarado la guerra. - No nosotros, sino el partido de los socialistas-revolucionarios. - Es igual: vosotros sois una parte integrante del mismo. No intenté tampoco convencerle en esta ocasión, y de nuevo nos separamos. Un mes después fue detenido en la calle en Petersburgo. El tribunal militar lo condenó a muerte, y el 2 de diciembre de 1906 fue ahorcado. Chíllerov y los dos hermanos Vnorovski continuaban su vigilancia. Conocían bien a Dubásov; observaron todas las particularidades de sus salidas, pero no pudieron precisar la regularidad de las mismas. A fines de febrero,
Dubásov se fue a Petersburgo y tomamos la resolución de intentar el atentado contra él a su regreso, en Moscú. Posteriormente Dubásov efectuó varias veces ese viaje, y en marzo realizamos algunas tentativas sin resultado en la calle, en el trayecto comprendido entre la estación y la casa del general-gobernador. Los químicos para la preparación de los explosivos eran Semen Sémenovich y más tarde Hachel Lurié. Con motivo de los químicos, tuve un choque muy vivo con Azev. Al llegar a Helsingfors dije a Azev que, a juicio mio, contra Dubásov era posible realizar únicamente un atentado casual, y qUe una de dichas casualidades podía ser su viaje a Petersburgo. Por esto era preciso estar siempre preparado para su regreso. Azev me dijo: - Márchate a Terioki. Allí encontrarás a Valentina (Kolósova-Popova). Proponle que se marche contigo a Moscú. Ella preparará las bombas. Aquella misma tarde me fuí a Terioki. El laboratorio químico estaba instalado en una casa de campo, cerca de la playa. El dueño de la misma era Zilberberg, la sirvienta, Alexandra Sebastiánova. El laboratorio no despertaba sospecha alguna ni de la policía ni de los vecinos. Rachal Lurié, Kolósova y Benévskaya aprendían la preparación de las bombas. En todas las habitaciones había cascos, dinamita y mercurio fulminante. Antes de que se instalara dicho laboratorio, Zilberberg, sin ayuda de nadie, había preparado algunas bombas en el domicilio que tenía en Viborg el juez Furugelma, miembro del partido finlandés de la resistencia activa. En Terioki vi por primera vez a Valentina Popava. Estaba enferma. Al darme cuenta de ello, me extrañé de que Azev la hubiera precisamente designado para la labor en Moscú. Lurié y Benévskayn, que no tenían menos conocimientos técnicos, hubieran podido reemplazarla fácilmente. Regresé a Helsingfors, donde tuvo lugar la siguiente conversación con Azev. Dije a este último que Popova estaba enferma y que su estado de salud podía repercutir desfavorablemente en su trabajo; que una mujer encinta no podía responder completamente de sí misma en un asunto tan difícil y peligroso como la preparación de bombas. Añadí que no podía conformarme con el peligro para la vida, no sólo de la madre, sino del hijo, y por esto quisiera tener a mi disposición en Moscú no a Popova, sino a Benévskaya o a Lurié. Azev dijo en tono indiferente: - ¡Qué absurdo! ¿Qué puede importarnos que Valentina esté enferma o no? Si ha tomado sobre sí la responsabilidad, debemos darle crédito. Objeté que no bastaba, el simple deseo de Popava. Ñosotros, como directores, respondíamos de cada detalle del plan general y teníamos el deber no sólo de tener en cuenta la disposición de cada miembro de la organización, sino también los intereses inmediatos de la causa. Azev contestó: - ¡Bah! Conozco a Valentina: preparará las bombas, y no hay por qué hablar de ello. No podía darme por satisfecho con esta contestación. Dije que no dudaba tampoco en lo más mínimo de los conocimientos y de la abnegación de Popova, pero que no podía tolerar que en una organización en la que yo formaba parte se viera expuesta a un gran riesgo, sabiéndolo y aprobándolo yo, una mujer embarazada. Declaré, como conclusión, que no iría a Moscú si se proponía a Popova la preparación de las bombas. Azev dijo: - Esto no es más que sentimentalismo. Márchate a Moscú. Ahora es tarde para cambiar de decisión. Insistí en mi punto de vista y declaré decididamente a Azev que no sólo no marcharía a Moscú, sino qUe incluso abandonaría la Organización por completo si no se aceptaba mi condición. Entonces Azev se batió en retirada y se decidió que a Moscú, en vez de Popova, iría Rachel Lurié. En Moscú, como lo había hecho antes en el asunto del Gran Duque Sergio, intenté obtener informaciones en los medios ajenos a la organización. Chíllerov me presentó a una conocida suya, la señora X, la cual estaba directamente relacionada con el palacio de la Gran Duquesa. Yelisabet. En dicho palacio se enteró por noticias de origen policíaco del día y la hora del regreso de Dubásov de Petersburgo. Dichas informaciones resultaron inexactas. Ignoro si dicha señora fue inducida a error conscientemente o si el policía que suministró los datos no conocía con precisión los propósitos de Dubásov. Fuera como fuese, me persuadí una vez más de la prudencia con que había de acoger todas las indicaciones no comprobadas por la Organización de Combate. Notas (1) Una de las barriadas obreras más importantes de Moscú.-(N. del T.) (2) Bosque situado en las inmediaciones de Moscú.-(N. del T.)
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO CUARTO
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