Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo séptimoLIBRO TERCERO - Capítulo novenoBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO TERCERO
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO OCTAVO


He dicho más arriba que la investigación a propósito de Tatarov, efectuada en Rusia, convenció a los tres miembros de la Comisión investigadora -Chernov, Tiuchev y yo (el cuarto, Bach, se hallaba en el extranjero y no se enteró de los resultados que obtuvimos)- de la culpabilidad del acusado. Propuse al Comité Central que se me encargara de organizar la ejecución de Tatarov, y aquél accedió a ello.

En febrero de 1906, Moiseenko salió de Helsingfors con el encargo de buscar a Tatarov. A pesar del compromiso que contrajo de comunicar sus traslados a la Comisión, Tatarov había desaparecido. Moiseenko lo buscó inútilmente, preguntando por él cerca de sus parientes en Peteraburgo y Kiev, y, finalmente, lo encontró en Varsovia, donde vivía en casa de su padre, arcipreste de la Iglesia Unida.

Moiseenko regresó a Finlandia con esta noticia.

Yo quería organizar la cosa de tal modo que Azev no tomara ninguna participación en la misma. Tatarov le había acusado, le acusaba también la carta anónima citada ya más arriba, recibida en an agosto de 1905 por Bostkovski. El Comité Central y todos los miembros de la Organización de Combate consideraban que esta acusación era una calumnia completamente infundada. Por esto juzgábamos necesario librar a Azev de las graves preocupaciones relacionadas con la ejecución del provocador que le había calumniado.

Yo estaba completamente convencido de la culpabilidad de Tatarov, de que precisamente por él la Organización de Combate sufrió un gran perjuicio el 17 de marzo de 1905 y se vió obligada a interrumpir temporalmente su actividad. Consideraba necesaria y justa su ejecución. Y, a pesar de esto, nunca había emprendido ningún atentado con tanto pesar como la ejecución de ese agente de la policía.

En los preparativos del atentado tropezaba, además, con un aspecto muy delicado. De los miembros de la Organización de Combate, solamente yo participé en la Comisión de encuesta, únicamente yo conocía todos los detalles de la acusación, y, por consiguiente, era el único que me podía formar una convicción independiente. Con todo esto, los intereses del partido y de la organización exigían que el atentado se realizara, de ser posible, sin víctimas. Cumplir tal condición sólo era posible haciendo intervenir en el asunto a algunos compañeros, esto es, a personas que no podían tener un juicio propio en esta cuestión y cuya conformidad se hallaba condicionada únicamente por la confianza completa en el Comité Central y en mí, como iniciador del asunto. Después de largas vacilaciones me decidí por escoger a dos compañeros, Moiseenko y Benévskaya, a los cuales conocía personalmente desde hacía tiempo y unidos a mí, no sólo por una amistad de muchos años, sino también por la comunidad de opiniones.

Les hablé con todo detalle del papel de Tatarov en el partido, de las sospechas, del interrogatorio de la Comisión de encuesta en el extranjero y de los resultados de la investigación en Rusia. Ambos me escucharon en silencio. Finalmente, Moiseenko preguntó:

- ¿Estás convencido de que es un confidente?

Le contesté que no tenia la menor duda de ello.

Entonces Moiseenko dijo:

- Por consiguiente, hay que matarlo.

Benévskaya seguía sin contestar.

- Y usted ¿qué piensa? -le pregunté.

- ¿Yo ... ? -me contestó después de un rato-. Estoy siempre a la disposición de la Organización de Combate.

Dos compañeros eran pocos. Después de reflexionar decidí invitar también a Kaláschnikov, Dvoinikov y Nazárov. Los tres estaban en la reserva en Finlandia. Les conté los detalles de la acusación. Los tres me hicieron la misma pregunta que Moiseenko, a saber, si estaba convencido de la culpabilidad de Tatarov. Contesté afirmativamente.

Entonces los tres se mostraron conformes con participar en la ejecución del confidente,

Nuestro plan consistía en lo siguiente: Moiseenko y Benévskaya alquilarían un piso apartado en Varsovia, al cual deberían acudir al atardecer Kaláschnikov, Dvóinikov y Nazárov, armados de brownings y puñales. Yo iría a buscar a Tatarov en su domicilio, invitándole a tener una entrevista en dicho piso.

Moiseenko y Benévskaya no tomarían una participación directa en la ejecución. Después de esperar en el piso la llegada de los tres compañeros mencionados, tenían que marcharse de Varsovia en el primer tren. Como los ejecutores eran tres y el piso estaba apartado, aquéllos podían fácilmente escapar. Me puse de acuerdo con cada uno de ellos por separado sobre el sitio a que se dirigirían después de la ejecución.

Azev conocía este plan. así como Chernov, que intervino en la elaboración del mismo.

A fines de febrero Moiseenko, Benévskaya, Kaláschnikov, Dvoínikov y Nazárov salieron de Helsingfors en dirección a Varsovia. Moiseenko debía telegrafiarme a Moscú cuándo estarían terminados todos los preparativos relacionados con el alquiler del piso. Entonces yo llegaría a Varsovia para la entrevista con Tatarov.

A principios de marzo recibía el telegrama convenido. Inmediatamente después de las tentativas infructuosas de atentado contra Dubásov del 2 y 3 de marzo, me fui a Varsovia, donde en el sitio convenido, en la Central de Correos, encontré a Moiseenko.

El piso había sido ya alquilado con un pasaporte falso a nombre de los esposos Kramer, en la calle Chapín. Fijé la última entrevista con Moiseenko y Bénévskaya en el Restaurante Beauguai.

Benévskaya, de ordinario alegre y animada, estaba en esa ocasión triste y pensativa. Taciturno, un poco sombrío, Moiseenko, como de costumbre, hablaba muy poco. Examiné detalladamente todas las posibilidades de la ejecución y de la fuga proyectadas. Cuando terminé reinó el silencio entre nosotros.

No encontrábamos temas de conversación; no había nada más que decir con respecto al aspecto práctico de la cuestión. Pero no nos separamos. Finalmente, Benévskaya levantó sus ojos azules:

- ¿Así, pues, mañana?

- Sí, mañana.

Calló de nuevo. Tras una pausa prolongada, Moiseenko dijo:

- ¿Volverás a Moscú?

- Si.

Nadie dijo nada. Entonces me despedí de ellos y fuí al sitio convenido para la entrevista con Kaláschnikov, Dvoínikov y Nazárov, en el paseo de Uyasdov.

Les divisé desde lejos. Los tres iban vestidos a la manera rusa y resaltaban mucho en las calles de Varsovia con sus gorras y las botas altas. A Nazárov esta indumentaria le iba bien. Alto, fuerte, esbelto, con aquel traje parecía todavía más esbelto y de estatura más elevada. Dvoínikov, pequeño, gordo y moreno, recordaba por su tipo lo que realmente era, un obrero de fábrica de Moscú; Kaláschnikov, un estudíante alto de estatura, pálido, con lentes, Se veía que no se sentía bien en esa indumentaria desacostumbrada. Nos paseamos, Dvoínikov decía con agitación:

- A una empresa así hay que ir con la camisa limpia ... Es posible que yo no sea todavía digno de morir por la revolución, como lo era, por ejemplo, Kaliáev. ¿Qué he visto en la vida? Borracheras, blasfemias, golpes. ¿Qué podía enseñarme mi familia, compuesta de reaccionarios? Y en el terror hay qUe ser limpio como el cristal. De otro modo no puede ser. ¿Verdad, Fedia?

Fedia (Nazárov) no contestó. Levantando la cabeza miraba a lo lejos al lago medio helado y la estatua blanca de Yan Sobesski.

- ¿En qué piensas, Fedia?

- En nada. Si se ha dicho que hay que matar, hay que matar ... ¡A cuánta gente ha llevado a la cárcel y al patíbulo! ...

Kaláschnikov hablaba únicamente de los detalles de la ejecución. El era la persona más responsable de toda la empresa: en el piso, al recibir a Tatarov, debía desempeñar el papel principal, asestar el primer golpe. Sobre él caía asimismo la responsabilidad de organizar la huída de Dvolnikov, Nazárov y la suya.

El día siguiente por la mañana llamé a la puerta del piso de Tatarov.

Me abrió su madre, una vieja de pelo canoso. Pregunté si Nikolai Yurévich estaba en casa.

- Está en casa; haga el favor de pasar.

Entré en una sala baja de techo y larga, en la cual había varios vasos de flores. No esperé mucho. Cinco minutos después apareció en el umbral la figura robusta y alta de Tatarov. Al verme, se inmutó.

- ¿En qué puedo serle útil?

Le dije que me hallaba de paso en Varsovia; que estaban también allí, con excepción de Bach, todos los miembros de la Comisión investigadora y que era necesario someterle a un nuevo interrogatorio; que queríamos darle todas las posibilidades de defenderse; que se habían recibido nuevos informes que podían modificar, considerablemente su situación, y que, finalmente, los compañeros me habían encargado que le preguntara si deseaba presentarse ante la Comisión para haoer declaraoiones suplementarias.

Tatarov se sentó frente a mí, al otro lado de una mesita redonda; estaba sentado con los ojos bajos y una visible agitación; las mejillas se le tiñeron de rojo, y las manos le temblaban fuertemente.

- No puedo añadir nada a lo que ya he dicho y escrito -me contestó.

Le repliqué que conocíamos nuevos hechos. Así, por ejemplo, habíamos oído decir que en su defensa indicó a un individuo que, según sus informes, era un provocador.

Yo quería oír de él personalmente la acusación contra Azev.

Tatárov dijo:

- Sí, ha habido un lamentable error. Me 'he informado. En el partido hay un confidente, pero no soy yo, sino que es El Gordo (Azev).

Yo le pregunté:

- ¿De dónde ha sacado usted esto?

Tatarov dijo:

- Estos informes son fidedignos. Loa he obtenido de la policía. Se les puede dar crédito.

- ¿Cómo de la policía?

- Mi hermana está casada con el inspector Semenov. Le pedí como favor personal que Se enterara de quién era el agente secreto en el partido. Se informó cerca de Ratáiev, quien le dijo que el confidente era El Gordo.

Tatarov repitió lo que había dicho antes a Krilo y Fridenson, y que yo consideraba como una calumnia contra Azev y una ofensa para la Organización de Combate.

Entonces dije:

- Esta noche, en la calle de Chapín, se reunirá la Comisión. ¿ Vendrá usted?

Tatarov se inmutó todavía más:

- ¿Y quién estará ahí?

- Chernov, Tiuchev y yo.

- ¿Nadie más?

- No.

- Está bien. Iré.

En el recibidor me miró fijamente en los ojos, se sonrojó y dijo:

- No os comprendo. Sospecháis que soy un provocador, por consiguiente, me creéis que os puedo denunciar en cualquier momento. ¿Cómo no ha tenido usted miedo de venir a mi domicilio?

Le indiqué que para mí la cuestión de su culpabilidad no estaba clara todavía, y que consideraba cómo un deber interrogarle personalmente con respecto a los informes relativos a Azev.

- Y bien -dijo-, ¿cree usted que El Gordo está al servicio de la policía?

Le contesté que lo ignoraba; que lo único que sabía era que en los organismos centrales del partido había un provocador.

Tatarov me tendió la mano, yo se la estreché.

Al atardecer, se presentó en la casa de la calle de Chapín. Nazárov vió cómo entraba en el portal, llamaba aparte al portero y hablaba con él largo tiempo, después de lo cual no subió al piso, sino que salió a la. calle y desapareció.

Nuestro plan, por consiguiente, se había desmoronado; Tatarov comprendió de lo que se trataba.

Teníamos dos combinaciones a elegir: o bien establecer un servicio de observación constante cerca de él y matarle en la calle, o matarle en casa.

En el caso de optar por la primera solución, era necesario tener en Varsovia, que se hallaba en estado de guerra, una organización al menos de tres compañeros, es decir, exponerles a un riesgo constante, que no estaba compensado por la posibilidad de huir: en la calle era difícil hacerlo. Este plan no ofrecía tampoco la menor garantía de éxito: Tatarov era muy experimentado, y podía siempre darse cuenta de que era seguido y, en este caso, podía fácilmente hacer detener a los que le siguieran.

La ejecución en su domicilio ofrecía más garantías desde el punto de vista de la fuga, pero tenía un aspecto extraordinariamente grave. Tatarov vivía con sus padres, los cuales podían convertirse en testigos del hecho. Así sucedió, efectivamente.

Después de muchas vacilaciones, opté por la segunda combinación. Lo hice así porque consideré que no tenía el derecho de arriesgar algunos compañeros y, además, porque confiaba en que el ejecutor podría fugarse del piso.

Fédor Nazárov se ofreció para ser dicho ejecutor. Le pregunté por qué se prestaba para eSe papel. Mirándome con sus ojos valerosos, me dijo:

- Pero ¿no dices que es necesario matarle?

- Sí, lo es.

- Entonces le mataré ...

- ¿Por qué precisamente tú?

- Y ¿por qué no yo?

Nazárov manifestó en este caso su devoción por el deber ante el partido, del mismo modo que en el momento de la ejecución mostró una gran sangre fría y una gran audacia. Naturalmente, comprendía que no tenía casi esperanzas de conservar su vida, como veía también con claridad la diferencia eXistente entre la ejecución de un ministro y la de un agente provocador. Pero, a pesar de que era miembro de la Organización de Combate desde hacía poco, la quería más que muchos otros, y estaba dispuesto a defender el honor de la misma con Su vida.

Regresé a Moscú, Nazarov se fue a Vilna. Los demás compañeros volvieron a Helsingfors. Desde esta última ciudad Moiseenko Se fue a ver a Nazárov para ponerse de acuerdo con él sobre los detalles del atentado. Nazárov tenía que presentarse en el domicilio de Tatarov y matarle a tiros al verle. Vivía solo en Vilna, y en Varsovia tenía que obrar también sin ayudantes.

A fines de marzo, cuando me hallaba en Petersburgo siguiendo la pista a Durnovo, tuve una entrevista con Vsévolod Smirnov. Llegó a la entrevista pálido, y sus primeras palabras fueron:

- ¿Ha leído usted los periódicos?

- No.

Me mostró un periódico, que contenía el siguiente telegrama de Varsovia:

El 22 de marzo se presentó en el domicilio del arcipreste Yuri Tatarov un hombre desconocido y mató al hijo de Tatarov, Nikolai Yurévich. Al huir, el asesino hirió con un cuchillo a la madre de la víctima.

Cuando terminó la lectura Smirnov, dijo:

- Hirió a la madre ...

Yo conocía a Nazárov y por esto no di crédito al telegrama: no podía admitir la idea de que Nazárov hubiera asestado una cuchillada a una anciana inocente, aunque fuera para salvar su vida. Así se lo dije a Smirnov.

- Mejor que sea así -me contestó-; pero si realmente la hirió, entonces, ¿qué hacer?

Smirnov consideraba, y creo que todos los compañeros hubieran estado de acuerdo con él, que un acto tal de Nazárov significaría una mancha para la organización, y hubiera tenido que ser excluido de la misma.

Pocos días después, en Moscú, en el bulevar Tvrerkoi, encontré casualmente a Nazárov.

- ¡Fedia! -grité.

Nazárov, al reconocerme, sonrió gozosamebte.

- ¿Qué barbaridad has hecho, Fedia?

- ¿Qué he hecho?

- ¿Cómo? ¿No sabes lo que has hecho?

Nazárov palideció y preguntó casi en un cuchicheo:

~ ¿Es posible que haya quedado con vida?

- No, naturalmente, está muerto. Pero heriste a la madre ...

- ¿Yo? ¿Que yo herí a la madre?

Y desmintió indignado la noticia del periódico.

- He aquí cómo pasaron las cosas -me contó-.

Llegué a la casa, y el portero me preguntó: ¿Dónde vas? Le contesté que iba al sexto piso. Tatarov vivía en el quinto. ¿Vas a casa del arcipreste Gusiev?, me preguntó. Sí. Anda, sube. Subí. Llamé. Salió la vieja.

- ¿Se puede ver a Nikolai Yúrevich?, pregunté.

- ¿Para qué lo necesita usted?, preguntó.

- Es necesario, contesté.

Salió el padre:

- ¿Por quién pregunta usted?

- Por Nikolai Yúrevich, contesté.

No se le puede ver ...

En aquel momento salió el mismo Tatarov, que se quedó derecho en el umbral. Saqué el revólver, apunté. El viejo me dió un golpe en la mano. Disparé, no sé dónde fueron a parar las balas. Los tres se arrojaron sobre mi. La madre me coge por el brazo izquierdo; el padre, por el derecho. El mismo Tatarov se me echa encima e intenta quitarme el revólver. El revólver no lo doy; pero Tatarov no mB doja.

- La has hecho buena, pensé; no le has matado y yo mismo he caído en el garlito.

Intenté libertar la mano izquierda. Di un empujón, la vieja se cayó. Siempre con la mano izquierda, saqué un cuchillo y asesté un golpe al costado izquierdo de Tatarov. Este me soltó la mano. Dió dos pasos atrás y se desplomó. El viejo seguía sin soltarme la mano derecha. Hice un disparo al techo y dije:

- Suéltame o te mato.

El viejo me soltó la mano. Entonces me acerqué a Tatarov, le puse en el bolsillo un papelito con la inscripción: Organización de Combate del partido de los socialistas revolucionarios y con las manos en los bolsillos salí a la escalera. En ésta encontré al portero, el cual me preguntó:

- ¿Qué es este ruido?

. Si te gusta el ruido, le dije, anda, sube.

El portero continuó su camino. Tomé un coche, me fui al hotel, pagué y me dirigí hacia la estación.

He aquí cómo sucedió todo, y a la vieja no la herí. ¿Es posible que crea que haya podido hacerlo?

Por consiguiente, la ejecución de Tatarov se cometió a los ojos de sus padres, pero el ejecutor se dió a la fuga. Más tarde, ya en 1906, me enteré de que, efectivamente, la madre de Tatarov había sido herida por dos balas. Evidentemente Nazárov la había herido sin darse cuenta de ello.

Como juez instructor fue designado M. E. Bakai, funcionario para misiones especiales cerca de la policía de Varsovia. Más tarde comunicó que en un principio no había comprendido las causas del asesinato. Tanto él como la policía de Varsovia ignoraban el papel que desempeñaba Tatarov. Ya durante la instrucción se lo comunicó el ayudante del general-gobernador de Varsovia, general Uthot. Entonces fue cuando Bakai descubrió las relaciones telegráficas existentes entre Tatarov y Rachkovski. Posteriormente, el primer ministro Stolypin, en un discurso pronunciado en la tercera Duma de Estado, confirmó públicamente que Tatarov era un agente secreto de la policía.

Como he dicho ya más arriba, yo estaba completamente convencido de la culpabilidad de Tatarov. Sólo esta convicción podía permitirme tomar sobre mí la responsabilidad de su ejecución. Pero así y todo, comprendía perfectamente que no había indicios jurídicos contra él, y que un jurado le habría absuelto. Por desgracia, donde existen los Consejos de guerra sumarísimos, a los revolucionarios, para defender al partido contra la provocación, no les queda otro recurso que recurrir a los mismos procedimientos de lucha: juzgar a los agentes de policía por medio de un Concejo sumarísimo, y no de un tribunal ordinario.

La comunicación de Bakai y el discurso de Stolypin demostraron que la convicción de la Comisión investigadora no era equivocada. En febrero de 1909 el Comité Central afirmó, en una declaración publicada en La Enseña del Trabajo, que Tatarov había sido ejecutado en virtud de una sentencia del partido.
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