Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo octavoLIBRO TERCERO - Capítulo décimoBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO TERCERO
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO NOVENO


Simultáneamente con el atentado contra el almirante Dubásov en Moscú y la preparación de la muerte de Tatarov en Varsovia, en Petersburgo se observaba al ministro del Interior, Durnovo. La organización constituída a este efecto se dividía, como ya he dicho más arriba, en dos grupos independientes. Formaban parte del primero Abraham Gotz, Tregúbov y Pavlov, los tres cocheros; lo dirigía en un principio Zot Sazónov, y después Azev. El segundo estaba compuesto de El Almirante y Petr Yvanov (cocheros), Gonninson y Piskariev (vendedores ambulantes) y Vsévolod 8mirnov (vendedor de periódicos). Este grupo estaba dirigido por mí.

La observación fue instituída en enero y se realizó por el primer grupo hasta abril y por el segundo hasta la convocación de la Duma de Estado. Abraham Gotz, disfrazado de cochero, con botas altas, bata azul y gorra, no parecía un judío, sino más bien un campesino de Yaroslav. Sin embargo, una mirada experta podía adivinar los rasgos judíos en su rostro. En cierta ocasión, cuando se hallaba en su puesto de observación, se le acercó un guardia, el cual, después de mirarle atentamente a él, a su caballo y a su coche, ]e dijo:

- Anda, hijo de perra; eres un judío.

Gotz se quitó la gorra y se persignó.

- Si crees en Dios, ¿puedes decir cosas como éstas? -profirió rápidamente-. ¿Yo un judío? Dios mío ... He servido en la brigada de tiradores, he venido a Petersburgo para ver si podía ganar unos cuartos, y tú me dices que soy un judío.

El agente sonrió escépticamente.

- ¿Has dicho que estabas en la brigada de tiradores?

- Ya lo creo ... Inciuso tengo una condecoración por mi buena puntería.

- ¿Y en qué brigada?

- En la séptima.

- ¡Qué casualidad! Yo estaba en ia octava ...

Un minuto después hablaban en un tono completamente amistoso y el guardia no sospechó más el origen judío de Gotz. En este caso sólo la inventiva de este último lo salvó de la detención.

Del primer grupo no tardaron en llegar informaciones respecto a Durnovo. Es más, se comunicaba su ruta a la estación de Tsárkoie-Tseló, por la calle Gorójava y aun una descripción detallada de la salida. El segundo grupo acogió escépticamente esta comunicación; a pesar de la observación sistemática, no había podido ver a Durnovo ni una sola vez.

Vsevélod Smirnov era, por su aspecto exterior, un mendigo típico. Sin afeitar, con un abrigo atado con un bramante, empezó vendiendo cigarrillos en la calle. No tardó en hallar un oficio más conveniente, se hizo vendedor del periódico La Enseña Rusa (Russkol Znamia). Como la estación de Tsárskoie-Tseló, desde la cual Durnovo se iba a ver al zar, era objeto de una vigilancia especial, la misión de Smirnov consistía en conseguir un sitio para la venta de periódicos en el prospekt Zagorodni, en el barrio de los cuarteles del regimiento de Semenov. Escogió la esquina del canal de Wedensld, y se presentó a la Comisaría a ver al inspector para rogarle le autorizara a vender periódicos en el sitio mencionado. El inspector lo acogió irritado:

- ¡Fuera de aquí! ¡No puede ser!

- Permítalo usted, su excelencia.

- No puede ser.

- ¡Por Cristo!

El inspector le miró sus andrajos.

- ¿Qué periódico vendes?

- La Enseña Rusa.

- ¿La Enseña Rusa?

- Sí, señor.

El inspector, después de reflexionar un instante, dijo:

- Bueno, está bien; anda con Dios: te autorizo.

Smirnov, después de haber obtenido la autorización, en las horas designadas, obsenaba tenazmente la estación Tsárskoie-Tseló. Dicha obsevación, como la de todos los compañeros del segundo grupo, no daba ningún resultado. Pero en cierta ocasión ocurrió un episodio que le asombró extraordinariamente y nos produjo gran extrañeza a todos nosotros.

Smirnov, como todos los que se dedicaban al servicio de observación, no iba armado. Ninguno de ellos llevaba revólver: en caso de detención casual -lo cual era siempre posible-, el revólver habría constituído un grave indicio. En cierta ocasión, cuando Sm!rnov estaba vendiendo periódicos en el prospekt Zagorodni, se le acercó nada menos que el mismo Durnovo y le compró Los Nuevos Tiempos. Smirnov no tuvo otro remedio que mirar cÓmo se alejaba el ministro. Este caso confirmó la opinión que habíamos empezado a formar. Hacía ya tiempo que suponíamos que Durnovo, en vez de las salidas descubiertas en carroza, empleaba una táctica nueva para los ministros y vieja para los revolucionarios: salir de casa a pie y tomar en el camino todas las medidas de precaución. Creímos que nuestro método era conocido de la policía ya desde la detención de los primeros cocheros del 17 de marzo y que, por este motivo, todas las personalidades tomaban precauciones especiales. Tanto ellos como nosotros sabíamos que el servicio de vigilancia policíaco no les protegía de nada.

Petr Yvanov no descendía del pescante desde finales de verano de 1905. Por su aspecto exterior el policía más experimentado no habría sospechado en él al revolucionario. De baja estatura, anchas espaldas y fuerte, iba en el pescante como un auténtico cochero, como un cochero se disputaba con la policía y regateaba con los pasajeros. Su caballo era escuálido y el coche destartalado. Más de una vez, pasando por delante de él, no le distinguía entre los demás cocheros. Se había adaptado a su oficio mejor que nadie, se interesaba sinceramente por la situación de sus compañeros de profesión y asistía a los mítines de los mismos, como miembro del Sindicato de los cocheros. Pero en los patios y en las conversaciones privadas ocultaba cuidadosamente sus verdaderas convicciones y no iba más allá del programa de los cadetes.

- Hace algunos días estaba en un mitin -me contaba sonriendo-; se tenía que elegir al presidente. Se presentó un campesino. un socialista-rrevolucionario, pronunció un discurso. Dijo que había que dar la tierra a los campesinos. No estaba mal lo que dijo ... pero no fue elegido.

- ¿Por qué?

- No es un mujik hacendoso. El cochero ha de ser ordenado. Que el caballo esté limpio, que el coche brille; hay que saber guiar. Y bien, le conocemos a ese mujik, un mal cochero que no gana casi nada. ¿Se le podía acaso elegir? ¿No es preferible elegir a un cadete si es hacendoso?

Al Almirante en el pescante se le podía tomar por un simple mozo campesino. Rubio, fornido, con ancho rostro, se parecía a centenares y miles de campesinos que llegan a Petersburgo en busca de trabajo. También se acostumbró pronto a su profesión. Sentía un odio excepcional por el gobernador de Petersburgo van Launitz, y más de una vez volvió a la cuestión del atentado contra el mismo.

- No podemos dar con Durnovo -decía arreando el caballo-; no hav modo de saber dónde Va ni cómo ... y bien. A Launitz le he visto muchas veces. ¿Por qué lo dejamos tranquilo? Si no Se puede con Durnovo, hay que matar a Launitz.

Y efectivamente. fue él quien lo mató.

Con Yvnnov y El Almirnnte me veía a menudo, habitualmente en sus coches. conversando con e]}09 durante el viaje. Con este objeto nos íbamos a los islas. Con Smirnov me encontraba en el tabernucho Rostov sobre el Don, y los mozos estaban ya acostumbrados a nuestras entrevistas, las entrevistas de un señorito y un cochero andrajoso. A Gorinson y Pisknriev les veía con mucha menos frecuencia, principalmente en la calle, comprándoles cigarrillos. Mantenía un contacto constante con ellos a través de Smirnov.

Así, pues, la observación de nuestro grupO no daba ningún resultado, excepción hecha de lo ocurrido con Smirnov, cuando Durnovo le compró un periódico, y de una vez que El Almirante divisó al ministro en la Morskaya, no le vimos más. En esta última ocasión Durnovo, de pie en una esquina, hablaba con un funcionario; pero El Almirante, como Smirnov, no llevaba armas.

Entretanto, el primer grupo insistía en lo suyo. Gotz, Pávlov y Tregubov afirmaban que habían ya observado suficientemente a Durnovo y que se podía emprender el atentado. Nosotros estábamos persuadidos de que esto no era cierto: no podíamos admitir que con una observación concentrada nuestro grupo no viera a Durnovo.

El equívoco no tardó en disiparse. Resultó que Gotz, Pávlov y Tregubov observaban no al ministro del Interior, sino al de Justicia, Akímov, que se parecía a Durnovo.

Entonces propusieron realizar un atentado contra Akímov.

En marzo, después del atentado contra Dubásov y de mi viaje R Varsovia, llegué a Helsinffors por Petersburgo. En Helsingfors encontré a Azev. Le puse al corriente de los asuntos de Moscú y de Varsovia y le pregunté si pensaba emprender pronto el atentado contra el ministro de Justicia.

Azev dijo con su aire acostumbrado de indiferencia exterior:

- Por lo visto, no se podrá efectuar el atentado contra Akímov. Se han recibido informes de origen fidedigno, según los cuales la policía está al corriente de la existencia de tres cocheros en Petersburgo en relación con el asunto Durnovo. De otra parte, Gotz, Pavlov y Trogubov dicen que se les sigue. ¿Qué piensas de esto?

Le pregunté cuáles eran concretamente las informaciones recibidas y de quién procedían. Azev me contó lo siguiente:

V. I. Natanson, durante una visita en casa de un cadete conocido, oyó que se hablaba de la Organización de Combate. Por esta conversáción coligió que era conocida la existencia en Petersburgo de tres cocheros terroristas. Como este hecho era desconocido de ella y podía ilegar a los cadetes, evidentemente, no de los medios revolucionarios conspirativos, sino de la policía, se apresuró a comunicar al Comité Central lo que había oído.

Al terminar, Azev preguntó de nuevo:

- ¿Qué piensas de esto?

Le dije que, a mi juicio, era necesario sacar inmediatamente de Petersburgo a Gotz, Tregubov y Pávlov; que era preciso asimismo comprobar si era vigilado el segundo grupO, y en caso negativo, proseguir la observación, y que había que colocar a nuevos cocheros, Dvóinikov, Kaláschnikov y Nazárov, en lugar de los otros.

Azev se mostró de acuerdo conmigo. Gotz, Tregubov y Pávlov vendieron sus coches y sus caballos y se marcharon de Petersburgo. Sin embargo, Dvóinikov, Kaláschnikov y Nazárov no entraron a formar parte del servicio de observación; para la convocación de la Duma no faltaba más que un mes, y la compra de los coches y de los caballos hubiera exigido la mitad de esta tiempo. Por lo tanto, únicamente se podía aumentar el grupo de los observadores por medio de vendedores ambulantes. Estos, según Gorinson y Piskariev, habían tropezado con tantas dificultades para su trabajo, que una breve observación de su parte no podía dar más que resultados insignificantes.

Así y todo. más tarde, ya a fines de abril, en vísperas de la apertura de la Duma, se hizo una tentativa para matar a Akímov. Tregubov, en uniforme de funcionario del ministerio de Justicia, esperó con una bomba en la mano la llegada de Altimov en la calle Mijailovskaya, donde el ministro vivía. Este no llegó y el atentado no pudo efectuarse. Naturalmente, hubiera podido repetirse, y acaso con gran éxito; pero los límites impuestos por el Comité Central no nos lo permitían sin la previa resolución de este último. Tregubov, al regresar a Finlandia después de su fracaso, dijo que en Petersburgo se le seguía, lo cual le impidió esperar al ministro. La bomba la preparó Zilberberg quien comunicó también que había observado que se le vigilaba.

Al cabo de poco tiempo, Pavlov fue detenido en la estación de Finlandia; pocos dias después detuvieron a Tregubov, y más tarde, ya en verano, a Gotz, en la calle de Peterhof. En el otoño de 1907, acusados de pertenecer a la Organización de Combate del partido de los socialistas revolucionarios, fueron juzgados en Petersburgo y condenados a trabajos forzados.
Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo octavoLIBRO TERCERO - Capítulo décimoBiblioteca Virtual Antorcha