Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO SEGUNDO.
CAPÍTULO DÉCIMO.
Vienen a dar la obediencia, y ofrecerse a Cortes los Caciques de la serranía: edifícase, y ponese en defensa la villa de la Vera Cruz, donde llegan nuevos Embajadores de Motezuma.
Divulgóse por aquellos contornos la benignidad y agradable trato de los Españoles; y los dos Caciques de Zempoala y Quiabislán avisaron a sus amigos y confederados de la felicidad en que se hallaban, libres de tributos, y afianzada su libertad con el amparo de una gente invencible, que entendia los pensamientos de los hombres, y parecia de superior naturaleza: con que pasó la palabra, y fue, como suele, adquiriendo fuerzas la fama, en cuyo lenguage tiene sus adiciones la verdad, o se confunde con el encarecimiento. Ya se decia publicamente por aquellos pueblos que habitaban sus dioses en Quiabislán, vibrando rayos contra Motezuma: y duró algunos dias esta credulidad entre los Indios, cuya engañada veneracion facilitó mucho los principios de aquella conquista; pero no se apartaban totalmente de la verdad en mirar como enviados del cielo a los que por decreto y ordenacion suya venian a ser instrumentos de su salud: aprehension de su rudeza, en que pudo mezclarse alguna luz superior, dispensada en favor de su misma sinceridad.
Creció tanto esta opinion de los Españoles, y suena tan bien el nombre de la libertad a los oprimidos, que en pocos dias vinieron a Quiabislán mas de treinta Caciques, dueños de la montaña que estaba a la vista, donde habia numerosas poblaciones de unos Indios que llamaban Totonaques, gente rústica, de diferente lengua y costumbres, pero robusta, y no sin presuncion de valiente. Dieron todos la obediencia, ofrecieron sus huestes; y en la forma que se les propuso juraron fidelidad y vasallage al Señor de los Españoles, de que se recibió auto solemne ante el Escribano del Ayuntamiento. Dice Antonio de Herrera que pasaria de cien mil hombres la gente de armas que ofrecieron estos Caciques: no la contó Bernal Diaz del Castillo, ni llegó el caso de alistarla: sería grande el número, por ser muchos los pueblos y fáciles de mover contra Motezuma, particularmente quando la serranía constaba de Indios belicosos recien sujetos, o mal conquistados.
Hecho este género de confederacion, se retiraron los Caciques a sus casas, prontos a obedecer lo que se les ordenáse: y Hernan Cortés trató de dar asiento a la Villa Rica de la Vera Cruz, que hasta entonces se movía con el exército, aunque observaba sus distinciones de República. Eligióse el sitio en lo llano entre la mar y Quiabislán, media legua de esta poblacion: tierra que convidaba con su fertilidad, abundante de agua, y copiosa de árboles, cuya vecindad facilitaba el corte de madera para los edificios. Abrieronse las zanjas empezando por el templo. Repartieronse los oficiales carpinteros y albañiles que venian con plaza de soldados: y ayudando los Indios de Zempoala y Quiabislán con igual maña y actividad, se fueron levantando las casas de humilde arquitectura, que miraban mas al cubierto que a la comodidad. Formóse luego el recinto de la muralla con sus traveses de tapia corpulenta, bastante reparo contra las armas de los Indios: y en aquella tierra tuvo alguna propiedad el nombre de fortaleza. Asistian a la obra con la mano y con el hombro los soldados principales del exército, y trabajaba como todos Hernan Cortés, pendiente, al parecer, de su tarea, o no contento con aquella escasa diligencia que basta en el superior para el exemplo.
Entretanto llegaron a México los primeros avisos de que estaban los Españoles en Zempoala admitidos por aquel Cacique, hombre, a su parecer, de fidelidad sospechosa, y de vecinos poco seguros: cuya noticia irritó de suerte a Motezuma, que propuso juntar sus fuerzas, y salir personalmente a castigar este delito de los Zempoales; y poner debaxo del yugo a las demás naciones de la serranía: prendiendo vivos a los Españoles, destinados ya en su imaginadon para un solemne sacrificio de sus dioses.
Pero al mismo tiempo que se empezaban a disponer las grandes prevenciones de esta jornada, llegaron a México los dos Indios que despachó Cortés desde Quiabislán, y refirieron el suceso de su prision, y que debian su libertad al caudillo de los estrangeros, y el haberlos puesto en camino para que le representasen quanto deseaba la paz, y quan lejos estaba su ánimo de hacerle algun deservicio: encareciendo su benignidad y mansedumbre con tanta ponderacion, que pudiera conocerse de las alabanzas que daban a Cortés el miedo que tuvieron a los Caciques.
Mudaron semblante las cosas con esta novedad: mitigóse la ira de Motezuma: cesaron las prevenciones de la guerra; y se volvió a tentar el camino del fuego, procurando desviar el intento de Cortés con nueva embajada y regalo: a cuyo temperamento se inclinó con facilidad, porque en medio de su irritacion y soberbia no podia olvidar las señales del cielo, y las respuestas de sus ídolos, que miraba como agüeros de su jornada, o por lo menos le obligaban a la dilacion del rompimiento, procurando entenderse con su temor, de manera que los hombres le tuviesen por prudencia, y los dioses por obsequio.
Llegó esta embajada quando se andaba perficionando la nueva poblacion y fortaleza de la Vera Cruz. Vinieron con ella dos mancebos de poca edad, sobrinos de Motezuma, asistidos de quatro Caciques ancianos que los encaminaban como consejeros, y los autorizaban con su respeto. Era lucido el acompañamiento, y trahian un regalo de oro, pluma y algodon, que valdria dos mil pesos. El razonamiento de los Embajadores fue: Que el grande Emperador Motezuma, habiendo entendido la inobediencia de aquellos Caciques, y el atrevimiento de prender y maltratar a sus ministros, tenia prevenido un exército poderoso para venir personalmente a castigarlos; y lo habia suspendido por no hallarse obligado a romper con los Españoles, cuya amistad deseaba, y a cuyo Capitan debia estimar y agradecer la atencion de enviarle aquellos dos criados suyos, sacandolos de prision tan rigurosa. Pero que despues de quedar con toda confianza de que obraria lo mismo en la libertad de sus compañeros, no podia dexar de quejarse amigablemente de que un hombre tan valeroso, y tan puesto en razon, se acomodáse a vivir entre sus rebeldes, haciendolos mas insolentes con la sombra de sus armas, y siendo poco menos que aprobar la traicion el dar atrevimiento a los traidores: por cuya consideracion le pedia que se apartáse luego de aquella tierra, para que pudiese entrar en ella su castigo sin ofensa de su amistad; y con el mismo buen corazon le amonestaba que no tratáse de pasar a su Corte, por ser grandes los estorvos y peligros de esta jornada. En cuya ponderacion se alargaron con misteriosa prolixidad, por ser ésta la particular advertencia de su instruccion.
Hernan Cortés recibió la embajada y el regalo con respeto y estimacion: y antes de dar su respuesta, mandó que entrasen los quatro ministros presos, que hizo traher de la armada prevenidamente; y captando la benevolencia de los Embajadores con la accion de entregarselos bien tratados y agradecidos, les dixo en substancia: Que el error de los Caciques de Zempoala y Quiabislán quedaba enmendado con la restitucion de aquellos ministros, y él muy gustoso de acreditar con ella su atencion, y dar a Motezuma esta primera señal de su obediencia. Que no dexaba de conocer y confesar el atrevimiento de la prision; aunque pudiera disculparle con el exceso de los mismos ministros, pues no contentos con los tributos debidos a su Corona, pedian con propia autoridad veinte Indios de muerte para sus sacrificios: dura proposicion, y abuso que no podian tolerar los Españoles, por ser hijos de otra Religion mas amiga de la piedad y de la naturaleza. Que él se hallaba obligado de aquellos Caciques, porque le admitieron y alvergaron en sus tierras quando sus Gobernadores Teutile y Pilpatoe le abandonaron desabridamente, faltando a la hospitalidad y al derecho de las gentes: acción que se obraria sin su orden, y le sería desagradable; o por lo menos él lo debia entender asi: porque mirando a la paz, deseaba enflaquecer la razon de su queja. Que aquella tierra, ni la serranía de los Totonaques no se moverian en deservicio suyo, ni él se lo permitiria, porque los Caciques estaban a su devocion, y no saldrian de sus órdenes: por cuyo motivo se hallaba en obligacion de interceder por ellos para que se les perdonase la resistencia que hicieron a sus ministros, por la accion de haber admitido y alojado su exército. Y que en lo demás, solo podia responder, que quando consiguiese la dicha de acercarse a sus pies, se conoceria la importancia de su embajada, sin que le hiciesen fuerza los estorvos y peligros que le representaban : porque los españoles no conocian al temor; antes se azoraban y encendian con los impedimentos, como enseñados a grandes peligros, y hechos a buscar la gloria entre las dificultades.
Con esta breve y resuelta oracion (en que se debe notar la constancia de Hernan Cortés, y el arte con que procuraba dar estimacion a sus intentos) respondió a los Embajadores, que partieron muy agasajados, y ricos de bugerías castellanas, llevando para su Rey, en forma de presente, otra magnificencia del mismo género.
Reconocióse que iban cuidadosos de no haber conseguido que se retiráse aquel exército, a cuyo punto caminaban todas las lineas de su negociacion. Ganóse mucho credito con esta embajada entre aquellas naciones: porque se confirmaron en la opinion de que venía en la persona de Hernan Cortés alguna deidad, y no de las menos poderosas; pues Motezuma, cuya soberbia se desdeñaba de doblar la rodilla en la presencia de sus dioses, le buscaba con aquel rendimiento, y solicitaba su amistad con dádivas, que, a su parecer, serian poco menos que sacrificios: de cuya notable aprehension resultó que perdiesen mucha parte del miedo que tenian a su Rey, entregandose con mayor sujecion a la obediencia de los Españoles. Y hasta la desproporcion de semejante delirio fue menester para que una obra tan admirable, como la que se intentaba con fuerzas tan limitadas, se fuese haciendo posible con estas permisiones del Altísimo, sin dexarla toda en términos de milagro, o en descredito de temeridad.
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