Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO DÉCIMOPRIMERO.

Alojado el exercito en Tezcúco, vienen los nobles a tomar servicio en él. Restituye Cortés aquel reyno al legítimo sucesor, dexando al tirano sin esperanza de restablecerse.

Puso Hernan Cortés su principal cuidado en que perdiesen el miedo los paisanos. Mandó a los suyos que les hiciesen todo buen pasage, tratando solo de ganar aquellos ánimos, que ya se debian mirar como rendidos: y pasó esta orden con mayor aprieto a las naciones confederadas por medio de sus Cabos, cuya obediencia fue mas reparable, porque se hallaban en tierra enemiga, enseñados a las violencias de su milicia, y no sin alguna presuncion de vencedores. Pero respetaban tanto a Cortés, que no contentos con reprimir su ferocidad y su costumbre, trataban de familiarizarse con todos, publicando la paz con la voz y con las demostraciones. Quedó aquella noche el exército en los palacios del Rey fugitivo: y eran tan capaces, que hallaron bastante alojamiento en ellos los Españoles, con alguna parte de los Tlascaltécas: y los demás se acomodaron en las calles cercanas fuera de cubierto, por evitar la extorsion de los vecinos.

Por la mañana vinieron algunos ministros de los de ídolos a solicitar el buen pasage de sus feligreses, agradeciendo el que hasta entonces habian experimentado: y propusieron a Cortés, que la nobleza de aquella ciudad esperaba su permision para venir a ofrecerle su obediencia y su amistad: a cuya demanda satisfizo, concediendo en uno y otro quanto le pedian, sin necesitar mucho de afectar el agrado, porque deseaba lo que concedia. Y poco despues llegaron aquellos nobles en el trage de que solian usar para sus actos públicos, y acaudillados, al parecer , por un mozo de poca edad, y gentil disposicion, que habló por todos, presentando a Cortés aquella tropa de soldados que venian a servir en su exército , deseando merecer con sus hazañas la sombra de sus banderas: a que añadió pocas palabras, dichas con cierta energía y gravedad, que solicitaban la atencion, sin desazonar el rendimiento. Escuchóle, no sin admiracion, Hernán Cortés, y se pagó tanto de su eloqüencia y despejo, sobre lo bien que le sonaba la misma oferta, que se arrojó a sus brazos sin poderse reprimir; pero atribuyendo a su discrecion los excesos del gusto, volvió a componer el semblante, para responder menos alborozado a su proposicion.

Fueron llegando los demás: y despues de cumplir con las ceremonias del primer obsequio, se quedó Hernan Cortés con el que vino por su adalid, y con algunos de los que parecian mas principales: y llamando a sus intérpretes, averiguó, a pocas instancias de su cuidado, todo lo que tenia dispuesto el Cacique por complacer a los Mexicanos: el artificio con que ofreció el alojamiento de aquella ciudad a los Españoles: la falta de valor con que volvió las espaldas al primer rumor de su peligro: y ultimamente dieron a entender que haria poca falta donde se aborrecia su persona, y se celebraba su ausencia como felicidad de sus vasallos. Punto en que los apuró Hernan Cortés, porque le importaba servirse de aquella mala voluntad para establecer su plaza de armas: y halló en la respuesta quanto pudiera fingir su deseo; porque no sin algun conocimiento del fin a que se iban encaminando sus preguntas, le refirió el mas anciano de aquellos nobles: Que Cacumatzín, Señor de Tezcúco, no era dueño propietario de aquella tierra, sinó un tirano el mas horrible que llegó a producir entre sus monstruos la naturaleza; porque habia muerto violentamente, y por sus manos a Nezabal su hermano mayor, para echarle de la silla, y arrancar de sus sienes la corona. Qúe aquel Príncipe a quien habia tocado el hablar por todos, como el primero de los nobles, era hijo legítimo del Rey difunto; pero que su corta edad negoció el perdon, o mereció el desprecio del tirano: y él, conociendo el peligro que le amenazaba, supo esconder su queja con tanta sagacidad, que ya pasaba por falta de espíritu su disimulacion. Que toda esta maldad se había fraguado y dispuesto con noticia y asistencias del Emperador Mexicano que antecedió a Motezuma, y de nuevo le favorecia el Emperador que reynaba entonces, procurando servirse de su alevosía para destruir a los Españoles. Pero que la nobleza de Tezcúco aborrecia mortalmente las violencias de Cacumatzín: y todos sus pueblos tenian por insufrible su dominio, porque solo trataba de oprimirlos, cerrando el camino de sujetarlos.

En este sentir se hizo entender aquel anciano; y apenas lo acabó de percibir Hernan Cortés, quando le ocurrió en un instante lo que debia executar. Acercóse al Príncipe desposeido con algo de mayor reverencia: y poniendole a su lado, convocó los demás nobles que aguardaban su resolucion, y les dixo, mandando levantar la voz a sus intérpretes: Aqui teneis, amigos, al hijo legítimo de vuestro legítimo Rey. Ese injusto dueño, que tiene mal usurpada vuestra obediencia, empuñó el cetro de Tezcúco recien teñido en la sangre de su hermano mayor: y como no es dada la ciencia de conservar a los tiranos, reynó como se hizo Rey , despreciando el aborrecimiento, por conseguir el temor de sus vasallos, y tratando como esclavos a los que habian de tolerar su delito: y ultimamente con la vileza de abandonaros en el riesgo, desestimando vuestra defensa, os ha descubierto su falta de valor, y puesto en las manos el remedio de vuestra infelicidad. Pudiera yo (sinó fueran otras mis obligaciones) servirme de vuestro desamparo, y recurrir al derecho de la guerra, sujetando esta ciudad, que tengo, como veis, al arbitrio de mis armas; pero los Españoles nos inclinamos dificultosamente a la sinrazon; y no siendo en la substancia vuestro Rey el que nos hizo la ofensa, ni vosotros debeis padecer como vasallos suyos, ni este Príncipe quedar sin el reyno que le dió la naturaleza. Recibidle de mi mano como le recibisteis del cielo. Dadle por mí la obediencia que le debeis por la sucesion de su padre. Suba en vuestros hombros a la silla de sus mayores: que yo, menos atento a mi conveniencia que a la equidad y a la justicia, quiero mas su amistad que su reyno, y mas vuestro agradecimiento que vuestra sujecion.

Tuvo grande aplauso esta proposicion de Cortés entre aquellos nobles. Oyeron lo que deseaban, o se hallaron sin lo que temian: porque unos se arrojaron a sus pies, agradeciendo su benignidad; y otros, acudiendo primero a la obligacion natural, se adelantaron a besar la mano a su Príncipe. Divulgóse luego esta noticia en la ciudad, y empezaron las voces a manifestar el alborozo del pueblo, que tardó poco en significar su aceptacion con los gritos, bayles y juegos de que usaban en sus fiestas, sin perdonar demostracion alguna de aquellas con que suele adornar sus locuras el contento popular.

Reservóse para el dia siguiente la coronacion del nuevo Rey, que se celebró con toda la solemnidad y ceremonias que ordenaban sus leyes municipales, asistiendo al acto Hernan Cortés, como dispensador o donatario de la corona: con que tuvo su participacion del aura popular, y quedó mas dueño de aquella gente que si la hubiera conquistado: siendo este uno de los primores que le dieron nombre de advertido Capitan, porque le importaba en todo caso tener por suya esta ciudad para la empresa de México, y halló camino de obligar al nuevo Rey con el mayor de los beneficios temporales: de interesar a la nobleza en su restitucion, dexandola irreconciliable con el tirano: de ganar al pueblo con su desinteres y justificacion: y ultimamente de conseguir la seguridad de su quartel, que por otro medio fuera dudosa, o mas aventurada: quedando sobre todo con mayor satisfaccion de haber hecho en el desagravio de aquel Príncipe lo que pedia la razon; porque a vista de lo que importaban las demás conveniencias, daba el primer lugar a esta resolucion, por ser mas de su genio, y porque siempre suponian algo menos en su estimacion las operaciones de la prudencia, que los aciertos de la generosidad.

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