Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO.


CAPÍTULO DÉCIMOSEGUNDO.

Vuelven los españoles a Zempoala, donde se consigue el derribar los ídolos con alguna resistencia de los Indios; y queda hecho templo de Nuestra Señora el principal de sus adoratoríos.


Estaba el Cacique de Zempoala esperando a Cortés en una casería poco distante de su pueblo, con grande prevencion de vituallas y manjares para dar un refresco a su gente; pero muy avergonzado y pesaroso de que se hubiese descubierto su engaño. Quiso disculparse, y Hernan Cortés no se lo permitio, diciendole, que ya venia desenojado, y que solo deseaba la emienda, única satisfaccion de los delitos perdonados. Pasaron luego al lugar donde le tenia prevenido segundo presente de ocho doncellas, vistosamente adornadas: era la una sobrina suya, y la trahia destinada para que Hernan Cortés le honráse recibiendola por su muger: y las otras para que las repartiese a sus Capitanes como le pareciese, haciendo este ofrecimiento como quien deseaba estrechar su amistad con los vínculos de la sangre. Respondióle que estimaba mucho aquella demostracion de su voluntad y de su ánimo; pero que no era lícito a los Españoles el admitir mugeres de otra religíon, por cuya causa suspendia el recibirlas hasta que fuesen Christianas. Y con esta ocasion le apretó de nuevo en que dexáse la idolatría, porque no podia ser buen amigo suyo quien se quedaba su contrario en lo mas esencial: y como le tenia por hombre de razon, entró con alguna confianza en el intento de convencerle y reducirle; pero él estuvo tan lejos de abrir los ojos, o sentir la fuerza de la verdad, que confiado en la presuncion de su entendimiento quiso argumentar en defensa de sus dioses: y Hernan Cortés se enfadó con él, dexandose llevar del zelo de la religion, y le volvió las espaldas con algun desabrimiento.

Concurrió en esta sazon una de las festividades mas solemnes de sus ídolos: y los Zempoales se juntaron, no sin algun recato de los Españoles, en el principal de sus adoratorios, donde se celebró un sacrificio de sangre humana; cuya horrible funcion se executaba por mano de los sacerdotes, con las ceremonías que veré mas en su lugar. Vendíanse despues á pedazos aquellas víctimas infelices, y se compraban y apetecian como sagrados manjares: bestialidad abominable en la gula, y peor en la devocion. Vieron parte de este destrozo algunos Españoles, que vinieron a Cortés con la noticia de su escándalo; y fue tan grande su irritacion, que se le conoció luego en el semblante la piadosa turbacion de su ánimo. Cesaron, a vista de mayor causa, los motivos que obligaban a conservar aquellos confederados; y como tiene tambien sus primeros ímpetus la ira quando se acompaña con la razon, prorumpió en amenazas, mandando que tomasen las armas sus soldados, y que le llamasen al Cacique y a los demás Indios principales que solian asistirle: y luego que llegaron a su presencia, marchó con ellos al aclaratorio, llevando en orden su gente.

Salieron a la puerta de él los sacerdotes, que estaban ya rezelosos del suceso, y a grandes voces empezaron a convocar el pueblo en defensa de sus dioses: a cuyo tiempo se dexaron ver algunas tropas de Indios armados, que segun se entendió despues, habian prevenido los mismos sacerdotes, porque temieron alguna violencia, dando por descubierto el sacrificio que tanto aborrecian los Españoles. Era de alguna consideracion el número de la gente que iba ocupando las bocas de las calles, pero Hernan Cortés poco embarazado en estos accidentes mandó que Doña Marina dixese en voz alta, que a la primera flecha que disparasen, haria degollar al Cacique y a los demás Zempoales que tenia en su poder; y despues daria permision a sus soldados para que castigasen a sangre y fuego aquel atrevimiento. Temblaron los Indios al terror de semejante amenaza; y temblando como todos el Cacique mandó a grandes voces que dexasen las armas, y se retirasen: cuyo precepto se executó apresuradamente, conociendose en la prontitud con que desaparecieron, lo que deseaba su temor parecer obediencia.

Quedóse Hernan Cortés con el Cacique y con los de su séquito; y llamando a los sacerdotes, oró contra la idolatría con mas que militar eloqüencia. Anímólos, para que no le oyesen atemorizados: procuró servirse de los términos suaves, y que calláse la violencia donde hablaba la razon: lastimóse con ellos del engaño en que vivian: quejóse de que siendo sus amigos no le diesen credito en lo que mas les importaba: ponderóles lo que deseaba su bien; y de las caricias que hablaban con el corazon pasó a los motivos que hablan con el entendimiento. Hizoles manifiesta demostracion de sus errores: pusoles delante, casi en forma visible, la verdad: y ultimamente les dixo, que venía resuelto a destruir aquellos simulacros del demonio; y que esta obra le sería mas acepta, si ellos mismos la executasen por sus manos. A cuyo intento los persuadía y animaba para que subiesen por las gradas del templo a derribar los ídolos; pero ellos se contristaron de manera con esta proposicion, que solo respondian con el llanto y el gemido; hasta que arrojandose en tierra, dixeron a grandes voces, que primero se dexarian hacer pedazos que poner las manos en sus dioses. No quiso Hernan Cortés empeñarse demasiado en esta circunstancia que tanto resistian; y asi mandó que sus soldados lo executasen: por cuya diligencia fueron arrojados desde lo alto de las gradas, y llegaron al pavimento hechos pedazos el ídolo principal y sus colaterales, seguidos y atropellados de sus mismas aras y de los instrumentos detestables de su adoracion. Fue grande la conmocion y el asombro de los Indios: mirabanse unos a otros como echando menos el castigo del cielo: y a breve rato sucedió lo mismo que en Cozumel; porque viendo a sus dioses en aquel abatimiento, sin poder ni actividad para vengarse, les perdieron el miedo, y conocieron su flaqueza, al modo que suele conocer el mundo los engaños de su adoracion en la ruina de sus poderosos.

Quedaron con esta experiencia los Zempoales mas fáciles a la persuasion, y mas atentos a la obediencia de los Españoles: porque si antes los miraban como sugetos de superior naturaleza, ya se hallaban obligados a confesar que podian mas que sus dioses. Y Hernan Cortés, conociendo lo que habia crecido con ellos su autoridad, les mandó que limpiasen el templo, cuya orden se executó con tanto fervor y alegria, que afectando su desengaño, arrojaban al fuego los fragmentos de sus ídolos. Ordenó luego el Cacique a sus arquitectos que rozasen las paredes, borrando las manchas de sangre humana que se conservaban como adorno. Blanquearonse despues con una capa de aquel yeso resplandeciente que usaban en sus edificios, y se fabricó un altar, donde se colocó una imagen de Nuestra Señora con algunos adornos de flores y luces: y el dia siguiente se celebró el santo sacrificio de la Misa con la mayor solemnidad que fue posible, a vista de muchos Indios, que asistían a la novedad mas admirados que atentos, aunque algunos doblaban la rodilla, y procuraban remedar la devocion de los Españoles.

No hubo lugar entonces de instruirlos con fundamento en los principios de la religion, porque pedía mas espacio su rudeza: y Hernan Cortés llevaba intento de empezar tambien su conquista espiritual desde la corte de Motezuma; pero quedaron inclinados al desprecio de sus ídolos, y dispuestos a la veneracion de aquella santa imagen, ofreciendo que la tendrían por su abogada, para que los favoreciese el Dios de los Christianos, cuyo poder reconocian ya por los efectos, y por algunas vislumbres de la luz natural, bastantes siempre a conocer lo mejor, y a sentir la fuerza de los auxilios con que asiste Dios a todos los racionales.

Y no es de omitir la piadosa resolucion de un soldado anciano que se quedó solo entre aquella gente mal reducida para cuidar del culto de la imagen, coronando su vegez con este santo ministerio: llamabase Juan de Torres, natural de la ciudad de Córdoba. Accion verdaderamente digna de andar con el nombre de su dueño, y virtud de soldado, en que hubo mucha parte de valor.

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