Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO CUARTO.
CAPÍTULO DÉCIMOSEGUNDO.
Dase noticia de los motivos que tuvieron los Mexicanos para tomar las armas. Sale Diego de Ordaz con algunas compañias a reconocer la ciudad: dá en una zelada que tenian prevenida; y Hernan Cortés resuelve la guerra.
Dos o tres dias antes que llegáse a México el exército de Cortés se retiraron los rebeldes a la otra parte de la ciudad; cesando en sus hostilidades cavilosamente, segun lo que se pudo inferir del suceso. Hallabanse asegurados en el exceso de sus fuerzas, y orgullosos de haber muerto en los combates pasados tres o quatro Españoles: caso extraordinario, en que adquirieron, a costa de mucha gente, nueva osadia o mayor insolencia. Supieron que venia Cortés, y no pudieron ignorar lo que habia crecido su exército; pero estuvieron tan lejos de temerle, que hicieron aquel ademan de retirarse para dexarle franca la entrada, y acabar con todos los Españoles despues de tenerlos juntos en la ciudad. No se llegó a penetrar entonces este designio, aunque se tuvo por ardid la retirada: y pocas veces se engaña quien discurre con malicia en las acciones del enemigo.
Alojóse todo el exército en el recinto del mismo quartel, donde cupieron Españoles y Tlascaltécas con bastante comodidad: distribuyeronse las guardias y las centinelas, segun el rezelo a que obligaba una guerra que habia cesado sin ocasion: y Hernan Cortés se apartó con Pedro de Alvarado para inquirir el de orígen de aquella sedicion, y pasar a los remedios con noticia de la causa. Hallamos en este punto la misma variedad en que otras veces ha tropezado el curso de la pluma. Dicen unos que las inteligencias de Narbáez consiguieron esta conjuracion del pueblo Mexicano; y otros que dispuso el motin, y le fomentó Motezuma con ansia de su libertad: en que no es necesario detenernos, pues se ha visto ya el poco fundamento con que se atribuyeron a Narbáez estas negociaciones ocultas; y queda bastantemente defendido Motezuma de semejante inconseqüencia. Dieron algunos el principio de la conspiracion a la fidelidad de los Mexicanos, refiriendo que tomaron las armas para sacar de opresion a su Rey: dictamen que se acerca mas a la razon que a la verdad. Otros atribuyeron este rompimiento al gremio de los sacerdotes, y no sin alguna probabilidad: porque anduvieron mezclados en el tumulto, publicando a voces las amenazas de sus dioses, y enfureciendo a los demás con aquel mismo furor que los disponía para recibir sus respuestas. Repetian ellos lo que hablaba el demonio en sus ídolos; y aunque no fue suyo el primer movimiento, tuvieron eficacia y actividad para irritar los animos, y mantener la sedicion.
Los Escritores forasteros se apartan mas de lo verisímil, poniendo el origen y los motivos de aquella turbacion entre las atrocidades con que procuran desacreditar a los Españoles en la conquista de las Indias: y lo peor es que apoyan su malignidad citando al Padre Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, que fue despues Obispo de Chiapa, cuyas palabras copian y traducen, dandonos con el argumento de Autor nuestro y testigo calificado. Lo que dexó escrito y anda en sus obras es, que los Mexicanos dispusieron un bayle público, de aquellos que llamaban mitotes, para divertir o festejar a Motezuma: y que Pedro de Alvarado, viendo las joyas de que iban adornados, convocó su gente, y embistió con ellos, haciendolos pedazos para quitarselas: en cuyo miserable despojo, dice, que fueron pasados a cuchillo mas de dos mil hombres de la Nobleza Mexicana; con que dexa la conspiracion en términos de justa venganza. Notable despropósito de accion, en que hace falta lo congruente y lo posible. Solicitaba entonces este Prelado el alivio de los Indios, y encareciendo lo que padecian, cuidó menos de la verdad que de la ponderacion. Los mas de nuestros Escritores le convencen de mal informado en esta y otras enormidades que dexó escritas contra los Españoles. Dicha es haIlarle impugnado, para entendernos mejor con el respeto que se debe a su dignidad.
Pero lo cierto fue que Pedro de Alvarado, poco despues que se apartó de México Hernan Cortés, reconoció en los nobles de aquella corte menos atencion o menos agrado; cuya novedad le obligó a vivir cuidadoso, y velar sobre sus acciones. Valióse de algunos confidentes, que observasen lo que pasaba en la ciudad: supo que andaba la gente inquieta y misteriosa, y que se hacian juntas en casas particulares, con un género de recato mal seguro, que ocultaba el intento, y descubria la intencion. Dió calor a sus inteligencias, y consiguió con ellas la noticia evidente de una conjuracion que se iba forjando contra los Españoles: porque ganó algunos de los mismos conjurados que venian con los avisos, afeando la traicion, sin olvidar el interés. Ibase acercando una fiesta muy solemne de sus ídolos, que celebraban con aquellos bayles publicos, mezcla de nobleza y plebe, y conmocion de toda la ciudad. Eligieron este dia para su faccion, suponiendo que se podrian juntar descubiertamente sin que hiciese novedad. Era su intento dar principio al bayle para convocar el pueblo, y llevarsele tras sí con la diligencia de apellidar la libertad de su Rey y la defensa de sus dioses: reservando para entonces el publicar la conjuracion, por no aventurar el secreto, fiandose anticipadamente de la muchedumbre: y a la verdad no lo tenian mal discurrido: que pocas veces falta el ingenio a la maldad.
Vinieron la mañana precedente al dia señalado algunos de los promovedores del motin a verse con Pedro de Alvarado, y le pidieron licencia para celebrar su festividad: rendimiento afectado con que procuraron deslumbrarle; y él, mal asegurado todavía en su rezelo, se la concedió con calidad que no llevasen armas, ni se hiciesen sacrificios de sangre humana; pero aquella misma noche supo que andaban muy solicitos escondiendo las armas en el barrio mas vecino al templo: noticia que no le dexó que dudar, y le dió motivo para discurrir en una temeridad, que tuvo sus apariencias de remedio; y lo pudiera ser, si se aplicára con la debida moderacion. Resolvió asaltarlos en el principio de su fiesta, sin dexárles lugar para que tomasen las armas, ni levantasen el pueblo: y asi lo puso en execucion, saliendo a la hora señalada con cincuenta de los suyos, y dando a entender que le llevaba la curiosidad o el divertimiento. Hallólos entregados a la embriaguez, y envueltos en el regocijo cauteloso, de que se iba formando la traicion. Embistió con ellos, y los atropelló con poca y o ninguna resistencia, hiriendo y matando algunos que no pudieron huir, o tardaron mas en arrojarse por las cercas y ventanas del adoratorio. Su intento fue castigarIos y desunirlos, lo qual se consiguió sin dificultad, pero no sin desorden, porque los Españoles despojaron de sus joyas a los heridos y a los muertos. Licencia mal reprimida entonces, y siempre dificultosa de reprimir en los soldados, quando se hallan con la espada en la mano, y el oro a la vista.
Dispuso esta faccion Pedro de Alvarado con mas ardor que providencia. Retiróse con desahogos de vencedor, sin dar a entender al concurso popular los motivos de su enojo. Debiera publicar entonces la traicion que prevenian contra él aquellos nobles: manifestar las armas que tenian escondidas; o hacer algo de su parte para ganar contra ellos el voto de la plebe, facil siempre de mover contra la nobleza: pero volvió satisfecho de que habia sido justo el castigo, y conveniente la resolucion; o no conoció lo que importan al acierto los adornos de la razon. Y aquel pueblo, que ignoraba la provocacion, y vió el estrago de los suyos y el despojo de las joyas, atribuyó a la codicia todo el hecho, y quedó tan irritado, que tomó luego las armas, y dió cuerpo formidable a la sedicion, hallandose dentro del tumulto con poca o ninguna diligencia de los primeros conjurados.
Reprehendió Hernan Cortés a Pedro de Alvarado por el arrojamiento y falta de consideracion con que aventuró la mayor parte de sus fuerzas en dia de tanta conmocion, dexando el quartel y su primer cuidado al arbitrio de los accidentes que podian sobrevenir. Sintió que recatáse a Motezuma los primeros lances de aquella inquietud, porque no se fió de él, hasta que le vió a su lado en la ocasion: y debiera comunicarle sus rezelos, quando no para valerse de su autoridad, para sondar su ánimo, y saber si le dexaba seguro con tan poca guarnicion: lo qual fue lo mismo que volver las espaldas al enemigo, de quien mas se debia rezelar: culpó la inadvertencia de no justificar a voces con el pueblo y con los mismos delinqüentes una resolucion de tan violenta exterioridad. De que se conoce que no hubo en el hecho, ni en sus motivos o circunstancias, la maldad que le imputaron; porque no se contentára Hernan Cortés con reprehender solamente un delito de semejante atrocidad, ni perdiera la ocasion de castigarle, o prenderle por lo menos, para introducir la paz con este género de satisfaccion. Antes hallamos que le propuso el mismo Alvarado su prision como uno de los medios que podrian facilitar la reduccion de aquella gente; y no vino en ello, porque le pareció camino mas real servirse de la razon que tuvo el mismo Alvarado contra los primeros amotinados, para desengañar el pueblo, y enflaquecer la faccion de los nobles.
No se dexaron ver aquella tarde los rebeldes, ni despues hubo accidente que turbáse la quietud de la noche. Llegó la mañana, y viendo Hernan Cortés que duraba el silencio del enemigo con señas de cavilacion, porque no parecia un hombre por las calles, ni en todo lo que se aLcanzaba con la vista, dispuso que saliese Diego de Ordaz a reconocer la ciudad, y apurar el fondo a este misterio. Llevó quatrocientos hombres EspañoIes y Tlascaltécas: marchó con buena orden por la calle principal, y a poca distancia descubrió una tropa de gente armada, que le arrojaron, al parecer, los enemigos para cebarle: y avanzando entonces, con ánimo de hacer algunos prisioneros para tomar lengua, descubrió un exército de innumerable muchedumbre que le buscaba por la frente, y otro a las espaldas, que tenian oculto en las calles de los lados, cerrando el paso a la retirada. Embistieronle unos y otros con igual ferocidad, al mismo tiempo que se dexó ver en las ventanas y azuteas de las casas tercer exército de gente popular, que cerraba tambien el camino de la respiracion, llenando el ayre de piedras y armas arrojadizas.
Pero Diego de Ordaz, que necesitó de su valor y experiencia para juntar en este conflicto el desahogo con la celeridad, formo y dividió su esquadron segun el terreno, dando segunda frente a la retaguardia: picas y espadas contra las dos avenidas; y bocas de fuego contra las ofensas de arriba. No le fue posible avisar a Cortés del aprieto en que se hallaba; ni él, sin esta noticia, tuvo por necesario el socorrerle, quando le suponia con bastantes fuerzas para executar la orden que llevaba. Pero duró poco el calor de la batalla; porque los Indios embistieron tumultuariamente, y anegados en su mismo número, se impedian el uso de las armas: perdiendo tantos la vida en el primer acometimiento, que se reduxeron los demás a distancia que ni podian ofender, ni ser ofendidos. Las bocas de fuego despejaron brevemente los terrados. Y Diego de Ordaz, que venia solo a reconocer, y no debia pasar a mayor empeño, viendo que los enemigos le sitiaban a lo largo, reducidos a pelear con las voces y las amenazas, se resolvió a retirarse abriendo el camino con la espada: y dada la orden, se movió en la misma formacion que se hallaba, cerrando a viva fuerza con los que ocupaban el paso del quartel, y peleando al mismo tiempo con los que se le acercaban por la parte contrapuesta, o se descubrian en lo alto de las casas. Consiguióse con dificultad la retirada, y no dexó de costar alguna sangre, porque volvieron heridos Diego de Ordaz y los mas de los suyos, quedando muertos ocho soldados que no se pudieron retirar. Serian acaso Tlascaltécas; porque solo se hace memoria de un Español, que obró señaladamente aquel dia, y murió cumpliendo con su obligacion. Bernal Diaz refiere sus hazañas, y dice que se llamaba Lezcano. Los demás no hablan en él. Quedó sin el nombre cabal que merecia; pero no quede sin la recomendacion de que se puede honrar su apellido. Conoció Hernan Cortés en este suceso que ya no era tiempo de intentar proposiciones de paz, que disminuyendo la reputacion de sus fuerzas, aumentasen la insolencia de los sediciosos. Determinó hacersela desear antes de proponersela, y salir a la ciudad con la mayor parte de su exército, para llamarlos con el rigor a la quietud. No se hallaba persona entonces por cuyo medio se pudiese introducir el tratado. Motezuma desconfiaba de su autoridad, o temia la inobediencia de sus vasallos. Entre los rebeldes no habia quien mandáse, ni quien obedeciese, o mandaban todos, y nadie obedecia: vulgo entonces sin distincion ni gobierno, que se componia de nobles y plebeyos. Deseaba Cortés con todo el ánimo seguir el camino de la moderacion, y no desconfió de volverle a cobrar; pero tuvo por necesario hacerse atender antes de ponerse a persuadir: en que obró como diestro Capitan, porque nunca es seguro fiarse de la razon desarmada para detener los ímpetus de un pueblo sedicioso: ella encogida o balbuciente quando no lleva seguras las espaldas; y él un monstruo inexorable que, aun teniendo cabeza, le faltan los oidos.
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