Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO DÉCIMOTERCERO.

Intentan los Mexicanos asaltar el quartel, y son rechazados: hace dos salidad contra ellos Hernan Cortés; y aunque ambas veces fueron vencidos y desbaratados, queda con alguna desconfianza de reducirlos.

Persiguieron los Mexicanos a Diego de Ordaz, tratando como fuga su retirada, y siguiendo con ímpetu desordenado el alcance, hasta que los detuvo, a su despecho, la artillería del quartel, cuyo estrago los obligó a retroceder lo que tuvieron por necesario para desviarse del peligro; pero hicieron alto a la vista, y se conoció del silencio y diligencia con que se andaban convocando y disponiendo, que trataban de pasar a nuevo designio.

Era su intento asaltar a viva fuerza el quartel por todas partes; y a breve rato se vieron cubiertas de qgente las calles del contorno. Hicieron poco despues la seña de acometer sus atabales y bocinas: avanzaron todos a un tiempo con igual precipitacion. Trahian de vanguardia tropas de Flecheros, para que barriendo la muralla, pudiesen acercarse los demás. Fueron tan cerradas y tan repetidas las cargas que despidieron, haciendo lugar a los que iban señalados para el asalto, que se hallaron los defensores en confusion, acudiendo con dificultad a los dos tiempos de reparar y ofender. Vióse casi anegado en flechas el quartel: y no parezca locucion sobradamente animosa, pues se negó a señalar gente que las apartáse, porque ofendian segunda vez cerrando el paso a la defensa. Las piezas de artillería, y demás bocas de fuego hacian horrible destrozo en los enemigos; pero venian tan resueltos a morir o vencer, que se adelantaban de tropel a ocupar el vacío de los que iban cayendo, y se volvian a cerrar animosamente, pisando los muertos, y atropellando los heridos.

Llegaron muchos a ponerse debaxo del cañon, y a intentar el asalto con increible determinacion: valianse de sus instrumentos de pedernal para romper las puertas, y picar las paredes: unos trepaban sobre sus compañeros para suplir el alcance de sus armas: otros hacian escalas de sus mismas picas para ganar las ventanas o terrados; y todos se arrojaban al hierro y al fuego como fieras irritadas. Notable repeticion de temeridades, que pudieran celebrarse como hazañas, si obrára en ellos el valor algo de lo que obraba la ferocidad.

Pero ultimamente fueron rechazados, y se retiraron, para cubrirse, a las travesias de las calles, donde se mantuvieron hasta que los dividió la noche, mas por la costumbre que tenian de no pelear en ausencia del sol, que porque diesen esperanzas de haberse decidido la qüestion. Antes se atrevieron poco despues a turbar el sosiego de los Españoles, poniendo por diferentes partes fuego al quartel: o ya lo consiguiesen arrimandose a las puertas y ventanas con el amparo de la obscuridad; o ya le arrojasen a mayor distancia con las flechas de fuego artificial: que pareció mas verisimil, porque la llama creció subitamente a tomar posesion del edificio con tanto vigor, que fue necesario atajarla derribando algunas paredes, y trabajar despues en cerrar y poner en defensa los portillos que se hicieron para impedir la comunicacion del incendio: fatiga que duró la mayor parte de la noche.

Pero apenas se declaró la primera luz de la mañana, quando se dexaron ver los enemigos, escarmentados, al parecer, de acercarse a la muralla, porque solo provocaban a los Españoles para que saliesen de sus reparos: llamabanlos a la batalla con grandes injurias: tratabanlos de cobardes porque se defendían encerrados: y Hernan Cortés, que había resuelto salir contra ellos aquel dia, tuvo por oportuna esta provocacion para encender los animos de los suyos. Dispusolos con una breve oracion al desagravio de su ofensa, y formó, sin mas dilacion, tres esquadrones del grueso que pareció conveniente, dando a cada uno mas Españoles que Tlascaltécas: los dos para que fuesen desembarazando las calles vecinas o colaterales; y el tercero, donde iba su persona y la fuerza principal de su exército, para que acometiese por la calle de Tacuba, donde habia cargado el mayor grueso del enemigo. Dispuso las hileras, y distribuyó las armas segun la necesidad que habia de pelear por la frente y por los lados, acomodandose a lo que observó Diego de Ordaz en su retirada, y teniendo por digno de su imitacion lo que poco antes mereció su alabanza: en que mostró la ingenuidad de su ánimo, y que no ignoraba quanto aventuran los superiores que se dedignan de caminar por las huellas de los que fueron delante, quando hay tan poca distancia entre el errar, y el diferenciarse de los que acertaron.

Embistieron todos a un tiempo, y los enemigos dieron y recibieron las primeras cargas sin perder tierra ni conocer el peligro, esperando unas veces, y otras acometiendo, hasta llegar a lo estrecho de las armas y los brazos. Esgrimian los chuzos y los montantes con desesperada intrepidez. Entrabanse por las picas y las espadas para lograr el golpe a precio de la vida. Las bocas de fuego, que iban señaladas al opósito de las azuteas y ventanas, no podian atajar la lluvia de las piedras, porque las arrojaban sin descubrirse, y fue necesario poner fuego en algunas casas para que cesáse aquella prolixa hostilidad.

Cedieron finalmente al esfuerzo de los Españoles; pero iban rompiendo los puentes de las calles, y hacían rostro de la otra parte, oblígandolos a que cegasen, peleando, las acequias para seguir el alcance. Los que partieron a desembarazar las calles de los lados cargaron la multitud que las ocupaba con tanta resolucion, que se consiguió por su medio el asegurar la retaguardia, y el llevar siempre al enemigo por la frente, hasta que saliendo a lo ancho de una plaza, se unieron los tres esquadrones, y a su primer ataque desmayaron los Indios, y volvieron las espaldas atropelladamente, dando a la fuga el mismo ímpetu que dieron a la batalla.

No permitió Hernan Cortés que se pasáse a destruir enteramente aquellos vasallos de Motezuma, fugitivos ya y desordenados, o no le sufrió su ánimo que se hiciese mas sangrienta la victoria, pareciendole que dexaba castigado con bastante rigor su atrevimiento. Recogió su gente, y se retiró sin hallar oposicion que le obligáse a pelear. Faltaron de su exército diez o doce soldados, y hubo muchos heridos, los mas de piedra o flecha, y ninguno de cuidado. En el exército de los Mexicanos murió innumerable gente: los cuerpos que no pudieron retirar llenaban de horror las calles, despues de haber teñido en su sangre las acequias. Duró toda la mañana el combate, y se llegaron a ver en conflicto algunas veces los Españoles; pero se debió a su valor el suceso, y le hizo posible su experiencia y buena disciplina. No hubo quien sobresaliese, porque obraron todos con igual bizarría, señalandose los soldados como los Capitanes, y quitando unas hazañas el nombre de las otras. Hizo la imitacion valientes sin precipicio a los Tlascaltécas: y Hernan Cortés gobernó la faccion como valeroso y prudente Capitan, acudiendo a todas partes, y mas diligente a los peligros: siempre la espada en el enemigo, la vista en los suyos, y el consejo en su lugar: dexando en duda, si se debió mas a su ardimiento que a su pericia militar. Virtudes ambas que poseyó en grado eminente, y que se desean sin distincion, o concurren sin preferencia en los grandes Capitanes.

Fue necesario dexar algun tiempo al descanso de la gente, y a la cura de los heridos, cuya suspension duró tres dias, o poco mas, en que se atendió solamente a la defensa del quartel, que tuvo siempre a la vista el exército de los amotinados, y fue algunas veces combatido con ligeras escaramuzas, en que andaba mezclado el huir y el acometer. En este medio tiempo volvió Cortés a las pláticas de la paz, y fueron saliendo con diferentes partidos algunos Mexicanos de los que asistian al servicio de Motezuma; pero no se descuidó mientras duraba la negociacion en las demás prevenciones. Hizo fabricar al mismo de tiempo quatro castillos de madera, que se movian sobre ruedas con poca dificultad, por si llegáse la ocasion de hacer nueva salida. Era capaz cada uno de veinte o treinta hombres, guarnecido el techo de gruesos tablones contra las piedras que venian de lo alto: frente y lados con sus troneras para dar la carga sin descubrir el pecho: imitacion de las mantas que usa la milicia para echar gente a picar las murallas: cuyo reparo tuvo entonces por conveniente para que se pudiesen arrimar sus soldados a poner fuego en las casas, y a romper las trincheras con que iban atajando las calles; si ya no fue para que al embestir aquellas máquinas portátiles, peleáse tambien la novedad asombrando al enemigo.

De los Mexicanos que salieron a proponer la paz, volvieron unos mal despachados, y otros se quedaron entre los rebeldes, no sin grande irritacion de Motezuma, que deseaba con empeño la reduccion de sus vasallos, y recataba con artificio, facil de penetrar, el rezelo de que acabasen de perder el miedo a su autoridad. Hacianse a este tiempo nuevas prevenciones de guerra en la ciudad. Los Señores de vasallos, que andaban en la sedicion, iban llamando la gente de sus lugares: crecia por instantes la fuerza del enemigo; y no cesaba la provocacion en el quartel de los Españoles, cansados ya de sufrir la embarazosa repeticion de voces y flechas, que aunque se perdian en el viento, no dexaban de ofender en la paciencia.

Con esta buena disposicion de su gente, con el parecer de sus Capitanes, y aprobacion de Motezuma, executó Cortés la segunda salida contra los Mexicanos. Llevó consigo la mayor parte de los Españoles, y hasta dos mil Tlascaltécas, algunas piezas de artillería, las máquinas de madera con guarnicion proporcionada, y algunos caballos a la mano para usar de ellos quando lo permitiesen las quiebras del terreno. Estaba entonces el tumulto en un profundo silencio, y apenas se dió principio a la marcha, quando se conoció la primera dificultad de la empresa en lo que abultaron subitamente los gritos de la multitud, alternados con el estruendo pavoroso de los atabales y caracoles. No esperaron a ser acometidos, ántes se vinieron a los Españoles con notable resolucion y movimiento menos atropellado que solian. Dieron y recibieron las primeras cargas sin descomponerse ni precipitarse; pero a breve rato conocieron el daño que recibian, y se fueron retirando poco a poco, sin volver las espaldas, al primero de los reparos con que tenian atajadas las calles: en cuya defensa volvieron a pelear con tanta obstinacion, que fue necesario adelantar algunas piezas de artillería para desalojarlos. Tenian cerca las retiradas, y en algunas levantados los puentes de las acequias, con que se repetia importunamente la dificultad, y no se hallaba la sazon de poderlos combatir en descubierto. Vieronse aquel día en sus operaciones algunas advertencias, que parecian de guerra mas que popular. Disparaban a tiempo, y baxa la puntería para no malograr el tiro en la resistencia de las armas. Los puestos se defendian con desahogo, y se abandonaban sin desorden. Echaron gente a las acequias para que ofendiesen nadando con el bote de las picas. Hicieron subir grandes peñascos a las azuteas para destruir los castillos de madera, y lo consiguieron haciendolos pedazos. Todas las señas daban a entender que habia quien gobernase, porque se animaban y socorrian tempestivamente, y se dexaba conocer alguna obediencia entre los mismos desconciertos de la multitud.

Duró el combate la mayor parte del dia, reducidos los Españoles y sus aliados a ganar terreno de trinchera en trinchera: hizose gran daño en la ciudad, quemaronse muchas casas, y costó mas sangre a los Mexicanos esta ocasion que las dos antecedentes, porque anduvieron mas cerca de las balas, o porque no pudieron huir como solian con el impedimento de sus mismos reparos.

Ibase acercando la noche, y Heman Cortés viendose obligado, no sin alguna desazon, a la disputa inutil de ganar puestos, que no se habian de mantener, se volvió a su alojamiento, dexando en la verdad, menos corregida que ostigada la sedicion. Perdió hasta quarenta soldados, los mas Tlascaltécas: salieron heridos y maltratados mas de cincuenta Españoles, y él con un flechazo en la mano izquierda; pero mas herido interiormente de haber conocido en esta ocasion que no era posible continuar aquella guerra, tan desigual, sin riesgo de perder el exército y la reputacion. Primer desaliento suyo, cuya novedad estrañó su corazon, y padeció su constancia. Encerróse con pretexto de la herida, y con deseo de alargar las riendas al discurso. Tuvo mucho que hacer de consigo la mayor parte de la noche. Sentia el retirarse de México, y no hallaba camino de mantenerse. Procuraba esforzarse contra la dificultad, y se ponia la razon de parte del rezelo. No se conformaban su entendimiento y su valor, y todo era batallar sin resolver: impaciente y desabrido con los dictamenes de la prudencia, o mal hallado con lo que duele, antes de aprovechar el desengaño.

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