Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO DÉCIMOCUARTO.

Propone a Cortés Motezuma que se retira; y él le ofrece que se retirará luego que dexen las armas sus vasallos. Vuelven estos a intentar nuevo asalto: habla con ellos Motezuma desde la muralla, y queda herido, perdiendo las esperanzas de reducirlos.

No tuvo mejor noche Motezuma, que vacilaba entre mayores inquietudes, dudoso ya en la fidelidad de sus vasallos, y combatido el ánimo de contrarios afectos, que unos seguian, y otros violentaban su inclinacion: impetus de la ira, moderaciones del miedo, y repugnancias de la sobervia. Estuvo aquel dia en la torre mas alta del quartel observando la batalla, y reconoció entre los rebeldes al señor de Iztapalapa, y otros Príncipes de los que podian aspirar al Imperio: viólos discurrir a todas partes animando la gente, y disponiendo la faccion: no rezelaba de sus nobles semejante alevosía: crecieron a un tiempo su enojo y su cuidado; y sobresalió el enojo, dando a la sangre y al cuchillo el primer movimiento de su natural; pero conociendo poco despues el cuerpo que habia tomado la dificultad, convertido ya él tumulto en conspiracion, se dexó caer en el desaliento, quedando sin accion para ponerse de parte del remedio, y rindiendo al asombro y a la flaqueza todo el impulso de la ferocidad. Horribles siempre al tirano los riesgos de la corona, y fáciles ordinariamente al temor los que se precian de temidos.

Esforzóse a discurrir en diferentes medios para restablecerse, y ninguno le pareció mejor que despachar luego a los Españoles, y salir a la ciudad, sirviendose de la mansedumbre y de la equidad antes de levantar el brazo de la justicia. Llamó a Cortés por la mañana, y le comunicó lo que habia crecido su cuidado, no sin alguna destreza. Ponderó con afectada seguridad el atrevimiento de sus nobles, dando al empeño de castigarlos algo mas que a la razon de temerIos. Prosiguió diciendo: Que ya pedian pronto remedio aquellas turbaciones de su República, y convenía quitar el pretexto a los sedicíosos, y darles a conocer su engaño antes de castigar su delito: que todos los tumultos se fundaban sobre apariencias de razon; y en las aprehensiones de la multitud era prudencia entrar cediendo para salir dominando: que los clamores de sus vasallos tenian de su parte la disculpa del buen sonido, pues se reducian a pedir la libertad de su Rey, persuadidos a que no la tenia, y errado el camino de pretenderla: que ya llegaba el caso de ser inexcusable que saliesen de México sin mas dilacion Cortés y los suyos, para que pudiese volver por su autoridad, poner en sujecion a los rebeldes, y atajar el fuego desviando la materia. Repitió lo que habia padecido por no faltar a su palabra, y tocó ligeramente los rezelos que mas le congojaban; pero fueron tan rendidas las instancias que hizo a Cortés para que no le replicáse, que se descubrian las influencias del temor en las eficacias del ruego.

Hallábase ya Hernan Cortés con dictamen de que le convenia retirarse por entonces, aunque no sin esperanzas de volver a la empresa con mayor fundamento: y sirviendose de lo que llevaba discurrido, para estrañar menos esta proposicion, le respondió sin detenerse: Que su ánimo y su entendimiento estaban conformes en obedecerle con ciega resignacion, porque solo deseaba executar lo que fuese de su mayor agrado, sin discurrir en los motivos de aquella resolucion, ni detenerse a representar inconvenientes que tendria previstos y considerados, en cuyo examen debe rendir su juicio el inferior, o suele bastar por razon la voluntad de los Príncipes. Que sentiria mucho apartarse de su lado sin dexarle restituido en obediencia de sus vasallos , particularmente quando pedia mayor precaucion la circunstancia de haberse declarado la nobleza por los populares: novedad que necesitaba de todo su cuidado, porque los nobles (roto una vez el freno de su obligacion) se hallan mas cerca de los mayores atrevimientos. Pero que no le tocaba formar dictamenes que pudiesen retardar su obediencia, quando le proponia como remedio necesario su jornada, conociendo la enfermedad, y los humores de que adolecia su República: sobre cuyo presupuesto, y la certidumbre de que marcharia luego con su exercito la vuelta de Zempoala, debia suplicarle, que antes de su partida hiciese dexar las armas a sus vasallos; porque no seria de buena conseqüencia que atribuyesen a su rebeldia lo que debian a la benignidad de su Rey; cuyo reparo hacia mas por el decoro de su autoridad, que porque le diese cuidado la obstinacion de aquellos rebeldes, pues dexaba el empeño de castigarlos por complacerle, llevando en su espada y en el valor de los suyos todo lo que habia menester para retirarse con seguridad.

No esperaba Motezuma tanta prontitud en la respuesta de Cortés: creyó hallar en él mayor resistencia, y temia estrecharle con la porfia o con la desazon en materia que tenia resuelta y deliberada. Dióle a entender su agradecimiento con demostraciones de particular gratitud. Salió al semblante y a la voz el desahogo de su respiracion. Ofreció mandar luego a sus vasallos que dexasen las armas, y aprobó su advertencia, estimandola como disposicion necesaria para que llegasen menos indignos a capitular con su Rey. Punto en que no habia discurrido, aunque sentia interiormente la disonancia de tanto contemporizar con los que merecian su desagrado; y no hallaba camino de componer la soberania con la disimulacion. Al mismo tiempo que duraba esta conferencia se toco un arma muy viva en el quartel. Salió Hernan Cortés a reconocer sus defensas, y halló la gente por todas partes empeñada en la resistencia de un asalto general que intentaron los enemigos. Estaba siempre vigilante la guarnicion, y fueron recibidos con todo el rigor de las bocas de fuego: pero no fue posible detenerlos, porque cerraron los ojos al peligro, y acometieron de golpe, impelidos unos de otros con tanta precipitacion, que caminando, al parecer, su vanguardia sin propio movimiento, logró al primer avance la determinacion de arrimarse a la muralla. Fueronse quedando los arcos y las hondas en la distancia que habian menester, y empezaron a repetir sus cargas, para desviar la oposicion del asalto, que al mismo tiempo se intentaba, y resistir con igual resolucion. Llegó por algunas partes el enemigo a poner el pie dentro de los reparos: y Hernan Cortés, que tenia formado su reten de Tlascaltécas y Españoles en el patio principal, acudia con nuevos socorros a los puestos mas aventurados, siendo necesaria toda su actividad y todo el ardimiento de los suyos para que no flaqueáse la defensa, o se llegáse a conocer la falta que hacen las fuerzas al valor.

Supo Motezuma el conflicto en que se hallaba Cortés, llamo a Doña Marina, y por su medio le propuso: Que segun el estado presente de las cosas, y lo que tenian discurrido, sería conveniente dexarse ver desde la muralla para mandar que se retirasen los sediciosos populares, y viniesen desarmados los nobles a representar lo que unos y otros pretendian. Admitió Cortés su proposicion, teniendo ya por necesaria esta diligencia para que respiráse por un rato su gente, quando no bastase para vencer la obstinacion de aquella multitud inexorable: y Motezuma se dispuso luego a executar esta diligencia, con ansia de reconocer el ánimo de sus vasallos en lo tocante a su persona. Hizose adornar de las vestiduras reales: pidió la diadema y el manto imperial: no perdonó las joyas de los actos publicos, ni otros resplandores afectados que publicaban su desconfianza; dando a entender con este cuidado que necesitaba de accidentes su presencia para ganar el respeto de los ojos, o que le convenia socorrerse de la púrpura y el oro para cubrir la flaqueza interior de la Magestad. Con todo este aparato, y con los Mexicanos principales que duraban en su servicio, subió al terrado contrapuesto a la mayor avenida. Hizo calle la guarnicion, y asomandose uno de ellos al pretil, dixo en voces altas que previniesen todos su atencion y su reverencia, porque se habia dignado el gran Motezuma de salir a escucharlos y favorecerlos. Cesaron los gritos al oir su nombre, y cayendo el terror sobre la ira, quedaron apagadas las voces, y amedrentada la respiracion. Dexóse ver entonces de la muchedumbre, llevando en el semblante una severidad apacible, compuesta de su enojo y su rezelo. Doblaron muchos la rodilla quando le descubrieron, y los mas se humillaron hasta poner el rostro con la tierra, mezcIandose la razon de temerle con la costumbre de adorarle. Miró primero a todos, y despues a los nobles, con ademan de reconocer a los que conocia. Mandó que se acercasen algunos, llamandolos por sus nombres. Honrólos con el título de amigos y parientes, forcejando con su indignacion. Agradeció el afecto con que deseaban su libertad, sin faltar a la decencia de las palabras; y su razonamiento (aunque le hallamos referido con alguna diferencia) fue, segun dicen los mas, en esta conformidad:

Tan lejos estoy, vasallos mios, de mirar como delito esta conmocion de vuestros corazones, que no puedo negarme inclinado a vuestra disculpa. Exceso fue tomar las armas sin mi licencia; pero exceso de vuestra fidelidad. Creisteis, no sin alguna razon, que yo estaba en este palacio de mis predecesores detenido y violentado: y el sacar de opresion a vuestro Rey es empeño grande para intantarlo sin desorden: que no hay leyes que puedan sujetar el nimio dolor a los términos de la prudencia; y aunque tomasteis con poco fundamento la ocasion de vuestra inquietud (porque yo estoy sin violencia entre los forasteros que tratais como enemigos) ya veo que no es descredito de vuestra voluntad el engaño de vuestro discurso. Por mi eleccion he perseverado con ellos, y he debido toda esta benignidad a su atencion, y todo este obsequio al Príncipe que los envia. Ya estan despachados: ya he resuelto que se retiren, y ellos saldrán luego de mi corte; pero no es bien que me obedezcan primero que vosotros, ni que vaya delante de vuestra obligacion su cortesia. Dexad las armas, y venid como debeis a mi presencia, para que cesando el rumor, y callando el tumulto, quedeis capaces de conocer lo que os favorezco en lo mismo que os perdono.

Asi acabó su oracion, y nadie se atrevió a responderle. Unos le miraban asombrados y confusos de hallar el ruego donde temian la indignacion: y otros lloraban de ver tan humilde a su Rey, o lo que disuena mas, tan humillado. Pero al mismo tiempo que duraba esta suspension, volvió a remolinar la plebe, y pasó en un instante del miedo a la precipitacion, facil siempre de llevar a los extremos su inconstancia: y no faItaria quien la fomentáse, quando tenian elegido nuevo Emperador, o estaban resueltos a elegirle: que uno y otro se halla en los historiadores.

Creció el desacato a desprecio: dixeronle a grandes voces que ya no era su Rey, que dexáse la corona y el cetro por la rueca y el uso, llamandole cobarde, afeminado, y prisionero vil de sus enemigos. Perdianse las injurias en los gritos, y él procuraba con el sobrecejo y con la mano hacer lugar a sus palabras, quando empezó a disparar la multitud, y vió sobre sí el último atrevimiento de sus vasallos. Procuraron cubrirIe con las rodelas dos soldados que puso Hernan Cortés a su lado, previniendo este peligro; pero no bastó su diligencia para que dexasen de alcanzarIe algunas flechas, y mas rigurosamente una piedra, que le hirió en la cabeza rompiendo parte de la sien, cuyo golpe le derribó en tierra sin sentido: suceso que sintio Cortés como uno de los mayores contratiempos que se le podian ofrecer. Hizole retirar a su quarto, y acudió con nueva irritacion a la defensa del quartel; pero se halló sin enemigos en quien tomar satisfaccion de su enojo: porque al mismo instante que vieron caer a su Rey, o pudieron conocer que iba herido, se asombraron de su misma a culpa, y huyendo sin saber de quien, o creyendo que llevaban a las espaldas la ira de sus dioses, corrieron a esconderse del cielo con aquel género de confusion, o fealdad espantosa que suelen dexar en el ánimo al acabarse de cometer los enormes delitos.

Pasó luego Hernan Cortés al quarto de Motezuma, que volvió en sí dentro de breve rato; pero tan impaciente y despechado, que fue necesario detenerle para que no se quitáse la vida. No era posible curarle, porque desviaba los medicamentos: prorumpia en amenazas, que terminaban en gemidos: esforzabase la ira, y declinaba en pusilanimidad: la persuasion le ofendía, y los consuelos le irritaban: cobró el sentido para perder el entendimiento; y pareció conveniente dexarle por un rato, y dar algun tiempo a la consideracion, para que se desembarazáse de las primeras disonancias de la ofensa. Quedó encargado a su familia, y en miserable congoja, batallando con las violencias de su natural, y el abatimiento de su espíritu, sin aliento para intentar el castigo de los traidores, y mirando como hazaña la resolucion de morir a sus manos. Bárbaro recurso de ánimos cobardes, que gimen debaxo de la calamidad, y solo tienen valor contra el que puede menos.

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