Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO.


CAPÍTULO DÉCIMOCTAVO.

Rehacese el exercito de Tlascála: vuelven a segunda batalla con mayores fuerzas, y quedan rotos y desbaratados por el valor de los Españoles, y por otro nuevo accidente que los puso en desconcierto.


En Tlascála fueron varios los discursos que se ocasionaron de este suceso: lloróse con pública demostracion la muerte de sus Capitanes y Caciques; y de este mismo sentimiento procedian contrarias opiniones: unos clamaban por la paz, calificando a los Españoles con el nombre de inmortales; y otros prorumpian en oprobrios y amenazas contra ellos, consolandose con la muerte de la yegua, única ganancia de la guerra. Magiscatzín se jactaba de haber prevenido el suceso, repitiendo a sus amigos lo que representó en el Senado, y hablando en la materia como quien halla vanidad en el desayre de su consejo. Xicotencál desde su alojamiento pedia que se reforzase con nuevas reclutas su exército, disminuyendo la pérdida, y sirviendose de ella para mover a la venganza. Llegó a Tlascála en esta ocasion uno de los Caciques confederados con diez mil guerreros de su nacion, cuyo socorro se tuvo a providencia de los dioses: y creciendo con las fuerzas el ánimo, resolvió el Senado que se alistasen nuevas tropas, y se prosiguiese con todo empeño la guerra.

Hernan Cortés, el dia siguiente a la batalla, trató solamente de mejorar sus fortificaciones, y cerrar su quartel, añadiendo nuevos reparos, que se diesen la mano con las defensas naturales del sitio. Quisiera volver a las pláticas de la paz, y no hallaba camino de introducir negociacion; porque los quatro mensageros Zempoales, que fueron llegando al exército por diferentes sendas y rodéos, venian escarmentados, y atemorizaban a los demás. Rompieron dichosamente una estrecha prision, donde los pusieron el dia que salió a la campaña Xicotencál, destinados ya para mitigar con su sangre los dioses de la guerra; y a vista de esta inhumanidad, no parecia conveniente, ni sería fácil exponer otros al mismo peligro.

Dabale cuidado tambien la misma quietud del enemigo, porque no se oía rumor de guerra en todo el contorno; y la retirada de Xicotencál tuvo todas las señales de quedar pendiente la disputa. Debia, segun buena razon, mantener aquel puesto para su retirada en caso de haberla menester: y hallaba inconvenientes en esta misma resolucion; porque los Indios interpretarian a falta de valor el encierro del quartel: reparo digno de consideracion en una guerra, donde se peleaba mas con la opinion que con la fuerza.

Pero atendiendo a todo como diligente Capitan, resolvió salir otro dia por la mañana con alguna gente a tomar lengua, reconocer la campaña, y poner en cuidado al enemigo: cuya faccion executó personalmente con sus caballos y doscientos infantes, mitad Españoles y mitad Zempoales.

No dexamos de conocer que tuvo su peligro esta faccion, conocidas las fuerzas del enemigo, y en tierra tan dispuesta para emboscadas. Pudiera Hernan Cortés aventurar menos su persona, consistiendo en ella la suma de las cosas: y en nuestro sentir, no es digno de imitacion este ardimiento en los que gobiernan exércitos, cuya salud se debe tratar como pública, y cuyo valor nació para inspirarlo en otros corazones. Pudieramos disculparle con diferentes exemplos de varones grandes, que fueron los primeros en el peligro de las batallas, mandando con la voz lo mismo que obraban con la espada; pero mas obligados al acierto que a sus descargos, le dexarémos con esta honrada objecion, que en la verdad es la mejor culpa de los Capitanes.

Alargaronse a reconocer algunos lugares por el camino de Tlascála, donde hallaron abundante provision de víveres, y se hicieron diferentes prisioneros; por cuyo medio se supo que Xicotencál tenia su alojamiento dos leguas de allí, no lejos de la ciudad, y que andaba previniendo nuevas fuerzas contra los Españoles: con cuya noticia se volvieron al quartel, dexando hecho algun daño en las poblaciones vecinas; porque los Zempoales, que obraban ya con propia irritacion, dieron al hierro y a la llama quanto encontraron. Exceso que reprehendia Cortés no sin alguna floxedad, porque no le pesaba de que entendiesen los Tlascaltécas quan lejos estaba de temer la guerra, quien los provocaba con la hostilidad.

Dióse luego libertad a los prisioneros de esta salida, haciendoles todo aquel agasajo que pareció necesario para que perdiesen el miedo a los Españoles, y llevasen noticia de su benignidad. Mandó luego buscar entre los otros prisioneros que se hicieron el dia de la ocasion, los que pareciesen mas despiertos; y eligió dos o tres para que llevasen un recado suyo a Xicotencál, cuya substancia fue: Que se hallaba con mucho sentimiento del daño que habia padecido su gente en la batalla, de cuyo rigor tuvo la culpa quien dió la ocasion, recibiendo con las armas a los que venian proponiendo la paz: que de nuevo le requeria con ella, deponiendo enteramente la razon de su enojo; pero que si no desarmaban luego, y trataban de admitirla, le obligarian a que los aniquiláse y destruyése de una vez dando al escarmiento de sus vecinos el nombre de su nacion. Partieron los Indios con este mensage bien industriados y contentos, ofreciendo volver con la respuesta, y tardaron pocas horas en cumplir su palabra; pero vinieron sangrientos y maltratados, porque Xicotencál mandó castigar en ellos el atrevimiento de llevarle semejante proposicion: y no los hizo matar, porque volviesen heridos a los ojos de Cortés, y llevando esta circunstancia mas de su resolucion, le dixesen de su parte: Que al primer nacimiento del sol se verian en campaña: que su ánimo era llevarle vivo con todos los suyos a las aras de sus dioses, para lisongearlos con la sangre de sus corazones: y que se lo avisaba desde luego, para que tuviese tiempo de prevenirse: dando a entender que no acostumbraba disminuir sus victorias con el descuido de sus enemigos.

Causó mayor irritacion que cuidado en el ánimo de Cortés la insolencia del bárbaro; pero no desestimó su aviso, ni despreció su consejo; antes con la primera luz del dia sacó su gente a la campaña, dexando en el quartel la que pareció necesaria para su defensa; y alargandose poco menos de media legua, eligió puesto conveniente para recibir al enemigo con alguna ventaja, donde formó sus hileras segun el terreno, y conforme a la experiencia que ya se tenia de aquella guerra. Guarneció luego los costados con la artillería, midiendo y regulando sus ofensas: alargó sus batidores; y quedandose con los caballos para cuidar de los socorros, esperó el suceso, manifiesta en el semblante la seguridad del ánimo; sin necesitar mucho de su eloqüencia para instruir y animar a sus soldados; porque venian todos alegres y alentados, hecha ya deseo de pelear la misma costumbre de vencer.

No tardaron mucho los batidores en volver con el aviso de que venia marchando el enemigo con un poderoso exercito; y poco mas en descubrirse su vanguardia. Fuése llenando la campaña de Indios armados: no se alcanzaba con la vista el fin de sus tropas, escondiendose, o formandose de nuevo en ellas todo el orizonte. Pasaba el exército de cincuenta mil hombres: asi lo confesaron ellos mismos: último esfuerzo de la República y de todos sus aliados, para coger vivos a los Españoles, y llevarlos maniatados, primero al sacrificio, y luego al banquete. Trahian de novedad una grande aguila de oro levantada en alto, insignia de Tlascála, que solo acompañaba sus huestes en las mayores empresas. Ibanse acercando con increible ligereza; y quando estuvieron a tiro de cañon, empezo a reprimir su celeridad la artillería, poniendolos en tanto asombro, que se detuvieron un rato neutrales entre la ira y el miedo; pero venciendo la ira, se adelantaron de tropel hasta llegar á distancia que pudieron jugar sus hondas, y disparar sus flechas, donde los detuvo segunda vez el terror de los arcabuces, y el rigor de las ballestas.

Duró largo tiempo el combate, sangriento de parte de los Indios, y con poco daño de los Españoles; porque militaba en su favor la diferencia de las armas, y el orden y concierto con que daban y recibian las cargas. Pero reconociendo los Indios la sangre que perdian, y que los iba destruyendo su misma tardanza, se movieron de una vez, impelidos, al parecer, los primeros de los que venian detras, y cayó toda la multitud sobre los Españoles y Zempoales, con tanto ímpetu y desesperacion, que los rompieron y desbarataron, deshaciendo enteramente la union y buena ordenanza en que se mantenian: y fue necesario todo el valor de los soldados, todo el aliento y diligencia de los Capitanes, todo el esfuerzo de los caballos, y toda la ignorancia militar de los Indios para que pudiesen volverse a formar, como lo consiguieron a viva fuerza, con muerte de los que tardaron mas en retirarse.

Sucedió a este tiempo un accidente como el pasado, en que se conoció segunda vez la especial providencia con que miraba el cielo por su causa. Reconocióse gran turbacion en la batalla del campo enemigo: movianse las tropas a diferentes partes, dividiendose unos de otros, y volviendo contra sí las frentes y las armas: de que resultó el retirarse todos tumultuosamente, y el volver las espaldas en fuga deshecha los que peleaban en su vanguardia, cuyo alcance se siguió con moderada execucion, porque Hernan Cortés no quiso exponerse a que le volviesen a cargar lejos de su quartel.

Súpose despues, que la causa de esta revolucion, y el motivo de esta segunda retirada fue, que Xicotencál, hombre destemplado y soberbio, que fundaba su autoridad en la paciencia de los que le obedecian, reprehendió con sobrada libertad a uno de los Caciques principales, que servia debaxo de su mano con mas de diez mil guerreros auxiliares: tratóle de cobarde y pusilánime, porque se detuvo quando cerraron los demás: y él volvió por sí con tanta osadía, que llegó el caso a términos de rompimiento y desafio de persona a persona; y brevemente se hizo causa de toda la nacion, que sintió el agravio de su Capitan, y se previno a su defensa: con cuyo exemplo tumultuaron otros Caciques parciales del ofendido, y tomando resolucion de retirar sus tropas de un exército donde se desestimaba su valor, lo executaron con tanto enojo y celeridad, que pusieron en desorden y turbacion a los demás: y Xicotencál, conociendo su flaqueza, trató solamente de ponerse en salvo, dexando a sus enemigos el campo y la victoria.

No es nuestro ánimo referir como milagro este suceso tan favorable y tan oportuno a los Españoles; antes confesamos que fue casual la desunion de aquellos Caciques, y facil de suceder donde mandaba un General impaciente, con poca superioridad entre los confederados de su República. Pero quien viere quebrantado y deshecho primera y segunda vez aquel exército poderoso de inumerables bárbaros, obra negada, o superior a las fuerzas humanas, conocerá en esta misma casualidad la mano de Dios, cuya inefable sabiduría suele fabricar sus altos fines sobre contingencias ordinarias, sirviendose muchas veces de lo que permite, para encaminar lo mismo que dispone.

Fue grande el número de los Indios que murieron en esta ocasion, y mayor el de los heridos: asi lo referian ellos despues; y de los nuestros murió solo un soldado, y salieron veinte con algunas heridas de tan poca consideracion, que pudieron asistir a las guardias aquella misma noche. Pero siendo esta victoria tan grande, y mas llenamente admirable que la pasada, porque se peleó con mayor exército, y se retiró deshecho el enemigo, pudo tanto en algunos de los soldados Españoles la novedad de haberse visto rotos y desordenados en la batalla, que volvieron al quartel melancólicos y desalentados con ánimo y semblante de vencidos. Eran muchos los que decian con poco recato, que no querian perderse de conocido por el antojo de Cortés, y que tratáse de volverse a la Vera Cruz, pues era imposible pasar adelante; o lo executarian ellos, dexandole solo con su ambicion y su temeridad. Entendiólo Hernan Cortés, y se retiró a su barraca, sin tratar de reducirlos, hasta que se cobrasen de aquel reciente pavor, y tuviesen tiempo de conocer el desacierto de su proposicion. Que en este género de males irritan mas que corrigen los remedios apresurados; siendo el temor en los hombres una pasion violenta, que suele tener sus primeros ímpetus contra la razon.

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