Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO DÉCIMONOVENO.

Execútase la prision de Motezuma: dase noticia del modo cómo se dispuso, y cómo se recibió entre sus vasallos.


No se puede negar que fue atrevimiento sin exemplar esta resolucion que tomaron aquellos pocos Españoles de prender a un Rey tan poderoso dentro de su corte. Accion que, siendo verdad, parece incompatible con la sencillez de la historia: y pareciera sin proporcion, quando se hallára entre las demasias o licencias de la fabula. Pudierase llamar temeridad, si se hubiera entrado en ella voluntariamente, o con mas eleccion; pero no es temerario propiamente quien se ciega porque no puede mas. Vióse Cortés igualmente perdido si se retiraba sin reputacion, que aventurado si se mantenia sin volver por ella con algun hecho memorable: y el ánimo, quando se halla ceñido por todas partes de la dificultad, se arroja violentamente a los peligros menores. Pensó en lo mas dificil, por asegurarse de una vez, o porque no se acomodaba su discurso a las medianías. Pudieramos decir que fue magnanimidad suya el poner tan alta la mira, o que la prudencia militar no es tan enemiga de los extremos como la prudencia política; pero mejor es que se quede sin nombre su resolucion, o que mirando al suceso, la pongamos entre aquellos medios imperceptibles de que se valió Dios en esta conquista, excluyendo, al parecer, los impulsos naturales.

Eligióse finalmente la hora en que solian hacer su visita los Españoles, porque no se estrañase a novedad. Ordenó Cortés que se tomasen las armas en su quartel: que se pusiesen las sillas a los caballos, y estuviesen todos alerta, sin hacer ruido ni moverse hasta nueva orden. Ocupó con algunas quadrillas a la deshilada las bocas de las calles, y partió al palacio con los Capitanes Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Juan Velazquez de Leon, Francisco de Lugo, y Alonso Dávila: y mandó que le siguiesen disimuladamente hasta treinta Españoles de su satisfaccion.

No hizo novedad el verlos con todas sus armas, porque las trahian ordinariamente, introducidas ya como trage militar. Salió Motezuma, segun su costumbre, a recibir la visita: ocuparon todos sus asientos: retiraronse a otra pieza sus criados, como ya lo estilaban de su orden: y poniendo a Doña Marina y Gerónimo de Aguilar en el lugar que solia, empezó Hernan Cortés a dar su queja, dexando al enojo todo el semblante. Refirió primero el hecho de su General, y ponderó despues el atrevimiento de haber formado exército, y acometido a sus compañeros, rompiendo la paz y la salvaguardia real en que vivian asegurados. Acriminó, como delito de que se debia dar satisfaccion a Dios y al mundo, el haber muerto los Mexicanos a un Español que hicieron prisionero: vengando en él a sangre fria la propia ignominia con que volvieron vencidos. Y ultimamente se detuvo en afear, como punto de mayor consideracion, la disculpa de que se valian Qualpopóca y sus Capitanes, dando a entender que se hacia de su orden aquella guerra tan fuera de razon: y añadió, que le debia su Magestad el no haberlo creido, por ser accion indigna de su grandeza el estarlos favoreciendo en una parte, para destruirlos en otra.

Perdió Motezuma el color al oir este cargo suyo; y con señales de ánimo convencido interrumpió a Cortés para negar, como pudo, el haber dado semejante orden. Pero él socorrió su turbacion, volviendole a decir: Que asi lo tenia por indubitable; pero que sus soldados no se darian por satisfechos, ni sus mismos vasallos dexarian de creer lo que afirmaba su General, sinó le viesen hacer alguna demostracion extraordinaria que borráse totalmente la impresion de semejante calumnia: y asi venía resuelto a suplicarle, que sin hacer ruido, y como que nacia de su propia eleccion, se fuese luego al alojamiento de los Españoles, determinandose a no salir dél hasta que constase a todos que no habia cooperado en aquella maldad. A cuyo efecto le ponia en consideracion, que con esta generosa confianza, digna de ánimo real, no solo se quietaria el enojo de su Príncipe, y el rezelo de sus compañeros; pero él volvería por su mismo decoro y pundonor, ofendido entonces de mayor indecencia: y que le daba su palabra, como Caballero, y como Ministro del mayor Rey de la tierra, de que sería tratado entre los Españoles con todo el acatamiento debido a su persona: porque solo deseaban asegurarse de su voluntad para servirle y obedecerle con mayor reverencia. Calló Cortés, y calló tambien Motezuma, como estrañando el atrevimiento de la proposicion; pero él, deseando reducirle con suavidad, antes que se determináse a contrario dictamen, prosiguió diciendo: Que aquel alojamiento que les habia señalado era otro palacio suyo, donde solía residir algunas veces: y que no se podria estrañar entre sus vasallos que se mudáse a él para deshacerse de una culpa, que puesta en su cabeza, sería pleyto de Rey a Rey; y quedando en la de su General, se podria emendar con el castigo, sin pasar a los inconvenientes y violencias con que suele decidirse la justicia de los Reyes.

No pudo sufrir Motezuma que se alargasen mas los motivos de una persuasion impracticable a su parecer: y dandose por entendido de lo que llevaba dentro de sí aquella demanda, respondió con alguna impaciencia: Que los Príncipes como él no se daban a prision, ni sus vasallos lo permitirian, quando él se olvidáse de su dignidad, o se dcxáse humillar a semejante baxeza. Replicóle Cortés: Que como el fuese voluntariamente, sin dar lugar a que le perdiesen el respeto, importaria poco la resistencia de sus vasallos, contra los quales podria usar de sus fuerzas sin queja de su atencion. Duró largo rato la porfia, resistiendo siempre Motezuma el dexar su palacio, y procurando Hernan Cortés reducirle y asegurarle sin llegar a lo estrecho. Salió a diferentes partidos, cuidadoso ya del aprieto en que se hallaba. Ofreció enviar luego por Qualpopóca y por los demás Cabos de su exército, y entregarselos a Cortés para que los castigáse. Daba en rehenes dos hijos suyos, para que los tuviese presos en su quartel hasta que cumpliese su palabra; y repetia con alguna pusilanimidad, que no era hombre que se podia esconder, ni se habia de huir a les montes. A nada salia Cortés, ni él se daba por vencido; pero los Capitanes que se hallaban presentes, viendo lo que se aventuraba en la dilacion, empezaron a desabrirse, deseando que se remitiese a las manos aquella disputa: y Juan Velazquez de Leon dixo en voz alta: Dexémonos de palabras, y tratemos de prenderle o matarle. Reparó en ello Motezuma, preguntando a Doña Marina qué decia tan descompuesto aquel Español: y ella con este motivo, y con aquella discrecion natural, que le daba hechas las razones, y hallada la oportunidad, le dixo, como quien se recataba de ser entendida: Mucho aventurais, Señor, sinó cedeis a las instancias de esta gente: ya conoceis su resolucion, y la fuerza superior que los asiste. Yo soy una vasalla vuestra, que desea naturalmente vuestra felicidad; y soy una confidente suya que sabe todo el secreto de su intencion. Si vais con ellos, seréis tratado con el respeto que se debe a vuestra persona; y si haceis mayor resistencia peligra vuestra vida.

Esta breve oracion dicha con buen modo y en buena ocasion le acabó de reducir, y sin dar lugar a nuevas réplicas, se levantó de la silla diciendo a los Españoles: Yo me fio de vosotros, vamos a vuestro alojamiento, que asi lo quieren los dioses, pues vosotros lo conseguis, y yo lo determino. Llamó luego a sus criados: mandó prevenir sus andas y su acompañamiento, y dixo a sus ministros: Que por ciertas consideraciones de estado, que tenia comunicadas con sus dioses, habia resuelto mudar su habitacion por unos dias al quartel de los Españoles: que lo tuviesen entendido, y lo públicasen asi, diciendo a todos que iba por su voluntad y conveniencia. Ordenó despues a uno de los Capitanes de sus guardias que le traxese preso a Qualpopóca y a los demás Cabos que hubiesen cooperado en la invasion de Zempoala: para cuyo efecto le dió el sello real que trahia siempre atado al brazo derecho, y le advirtió que lleváse gente armada para no aventurar la prision. Todas estas órdenes se daban en público, y Doña Marina se las iba interpretando a Cortés y a los demás Capitanes, porque no se rezelasen de verle hablar con los suyos, y quisiesen pasar a la violencia fuera de tiempo.

Salió sin mas dilacion de su palacio, llevando consigo todo el acompañamiento que solia: los Españoles iban a pie junto a las andas, y le cercaban con pretexto de acompañarle. Corrió luego la voz de que se llevaban a su Rey los estrangeros, y se llenaron de gente las calles, no sin algunos indicios de tumulto, porque daban grandes voces, y se arrojaban en tierra, unos despechados, y otros enternecidos; pero Motezuma con exterior alegria y seguridad los iba sosegando y satisfaciendo. Mandábales primero que callasen, y al movimiento de su mano sucedia repentino el silencio. Deciales despues, que aquella no era prision, sinó ir por su gusto a vivir unos dias con sus amigos los estrangeros: satisfacciones adelantadas, o respuestas sin pregunta que niegan lo que afirman. En llegando al quartel (que como diximos era la casa real que fabricó su padre) mandó a su guardia que despejáse la gente popular, y a sus ministros que impusiesen pena de la vida contra los que se moviesen á la menor inquietud. Agasajó mucho a los soldados Españoles que le salieron a recibir con reverente alborozo. Eligió despues el quarto donde queria residir: y la casa era capaz de separacion decente. Adornóse luego por sus mismos criados con las mejores alhajas de su guardaropa: pusose a la entrada suficiente guardia de soldados Españoles: doblaronse las que solian asistir a la seguridad ordinaria del quartel: alargaronse a las cal!es vecinas algunas centinelas, y no se perdonó diligencia de las que correspondian a la novedad del empeño. Dióse orden a todos para que dexasen entrar a los que fuesen de la familia real, que ya eran conocidos, y a los nobles y ministros que viniesen a verle: cuidando de que entrasen unos y saliesen otros, con pretexto de que no embarazasen. Cortés entró a visitarle aquella misma tarde, pidiendo licencia, y observando las puntualidades y ceremonias que quando le visitaba en su palacio. Hicieron la misma diligencia los Capitanes y soldados de cuenta: dieronle rendidas gracias de que honráse aquella casa, como si le hubiera trahido a ella su eleccion; y él estuvo tan alegre y agradable con todos, como sinó se halláran presente; los que fueron testigos de su resistencia. Repartió por su mano algunas joyas que hizo traher advertidamente para ostentar su desenojo; y por mas que se observaban sus acciones y palabras, no se conocia flaqueza en su seguridad, ni dexaba de parecer Rey en la constancia con que procuraba juntar los dos extremos de la dependencia y de la magestad. A ninguno de sus criados y ministros (cuya comunicacion se le permitió desde luego) descubrió el secreto de su opresion, o porque se avergonzase de confesarla, o porque temió perder la vida, si ellos se inquietasen. Todos miraron por entonces como resolucion suya este retiro: con que no pasaron a discurrir en la osadía de los Españoles, que de muy grande se les pudo esconder entre los imposibles a que no está obligada la imaginacion.

Asi se dispuso y consiguió la prision de Motezuma, y él estuvo dentro de pocos dias tan bien hallado en ella, que apenas tuvo espíritu para desear otra fortuna. Pero sus vasallos vinieron a conocer con el tiempo que le tenian preso los Españoles, por mas que le dorasen con el respeto la sujecion. No se lo dexaron dudar las guardias que asistian a su quarto, y el nuevo cuidado con que se tomaban las armas en el quartel; pero ninguno se movió a tratar de su libertad, ni se sabe que razon tuviesen, él para dexarse estar sin repugnancia en aquella opresion, y ellos para vivir en la misma insensibilidad, sin estrañar la indecencia de su Rey. Digno fue de grande admiracion el ardimiento de los Españoles; pero no se debe admirar menos este apocamiento de ánimo en Motezuma, Príncipe tan poderoso, y de tan soberbio natural; y esta falta de resolucion en los Mexicanos, gente belicosa, y de suma vigilancia en la defensa de sus Reyes. Podriamos decir que anduvo tambien la mano de Dios en estos corazones; y no pareceria sobrada credulidad, ni sería nuevo en su providencia: que ya le vió el mundo facilitar las empresas de su pueblo quitando el espíritu a sus enemigos.

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