Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO SEGUNDO.
CAPÍTULO VIGÉSIMO.
Manda el senado a su general que suspenda la guerra, y él no quiere obedecer; antes trata de dar nuevo asalto al quartel de los Españoles: conocense, y castiganse sus espías; y dáse principio a las pláticas de la paz.
Desvanecidas en la ciudad aquellas grandes esperanzas que se habian concebido, sin otra causa que fiar el suceso de sus armas al favor de la noche, volvió a clamar el pueblo por la paz. Inquietaronse los nobles, hechos ya populares, con menos ruido, pero con el mismo sentir: quedaron sin aliento y sin discurso los Senadores: y su primera demostracion fue castigar en los agoreros su propia liviandad; no tanto porque fuese novedad en ellos el engaño, como porque se corrieron de haberlos creido. Dos o tres de los mas principales fueron sacrificados en uno de sus templos; y los demás tendrían su reprehension, y quedarian obligados a mentir con menos libertad en aquel auditorio.
Juntóse despues el Senado para tratar el negocio principal, y todos se inclinaron a la paz sin controvérsia, concediendo al entendimiento de Magiscatzin la ventaja de haber conocido antes la verdad, y confesando los mas incrédulos, que aquellos estrangeros eran sin duda los hombres celestiales de sus profecias. Decretóse por primera resolucion que se despacháse luego expresa orden a Xicotencál para que suspendiese la guerra, y estuviese a la mira: teniendo entendido que se trataba de la paz, y que por parte del Senado quedaba ya resuelta, y se nombrarían luego Embajadores que la propusiesen y ajustasen con los mejores partidos que se pudiesen conseguir a favor de su República.
Pero Xicotencál estaba tan obstinado contra los Españoles, y tan ciego en el empeno de sus armas, que se negó totalmente a la obediencia de esta orden, y respondió con arrogancia y desabrimiento: que él y sus soldados eran el verdadero Senado, y mirarían por el credito de su nacion, ya que la desamparaban los padres de la patria. Tenia dispuesto el asaltar segunda vez a los Españoles de noche, y dentro de su quartel; no porque hiciese caso de las adivinaciones pasadas, sinó porque le pareció mejor tenerlos encerrados, para que viniesen vivos a sus manos; pero trataba de ir a esta faccion con mas gente, y con mejores noticias: y sabiendo que algunos paisanos de los lugares circunvecinos acudian al quartel con bastimentos, por la codicia de los rescates, se sirvió de este medio para facilitar su empresa, y nombró quarenta soldados de su satisfaccion, que vestidos en trage de villanos, y cargados de frutas, gallinas y pan de maiz, entrasen dentro de la plaza, y procurasen observar la calidad y fuerza de su fortificacion, y por qué parte se podria dar el asalto con menos dificultad. Algunos dicen, que fueron estos Indios como Embajadores del mismo Xicotencál con pláticas fingidas de paz; en cuyo caso sería mas culpable la inadvertencia de los nuestros: pero bien fuese con éste o con aquel pretexto, ellos entraron en el quartel, y estuvieron entre los Españoles mucha parte de la mañana, sin que se hiciese reparo en su detencion; hasta que uno de los soldados Zempoales advirtió que andaban reconociendo cautelosamente la muralla, y asomandose a ella por diferentes partes con recatada curiosidad, de que avisó luego a Cortés: y como en este género de sospechas no hay indicio leve, ni sombra que no tenga cuerpo, mandó que los prendiesen al instante; lo qual se executó con facilidad: y examinados separadamente, dixeron con poca resistencia la verdad, unos en el tormento, y otros en el temor de recibirle: concordando todos en que aquella misma noche se habia de dar segundo asalto al quartel, a cuya faccion vendria ya marchando su General con veinte mil hombres, y los habia de esperar a distancia de una legua, para disponer sus ataques segun la noticia que le llevasen de las flaquezas que hubiesen observado en la muralla.
Sintió mucho Hernan Cortés este accidente, porque se hallaba con poca salud, y le costaba el disimular su enfermedad mayor trabajo que padecerla; pero nunca se rindió a la cama, y solo cuidaba de curarse quando no habia de que cuidar. Refierese de él (no lo pasemos en silencio) que una de las ocasiones que se ofrecieron sobre Tlascála le halló recien purgado, y que montó a caballo, y anduvo en la disposicion de la batalla, y en los peligros de ella, sin acordarse del achaque, ni sentir el remedio, que hizo el dia siguiente su operacion, cobrando con la quietud del sugeto su eficacia y su actividad. Don Fray Prudencio de Sandoval en su Historia del Emperador lo califica por milagro que Dios obró con él. Dictamen que Impugnaran los filosofos, a cuya profesion toca el discurrir, cómo pudo en este caso arrebatarse la facultad natural en seguimiento de la imaginacion ocupada en mayor negocio; o cómo se recogieron los espíritus al corazon y a la cabeza, llevandose tras sí el calor natural con que se habia de actuar el medicamento. Pero el historiador no debe omitir la sencilla narracion de un suceso en que se conoce quánto se entregaba este Capitan al cuidado vigilante de lo que debia mandar y disponer en la batalla: ocupacion verdaderamente que necesita de todo el hombre por grande que sea: y ponderaciones que alguna vez son permitidas en la Historia, por lo que sirven al exemplo, y animan a la imitacion.
Averiguados ya los designios de Xicotencál por la confesion de sus espías, trató Hernan Cortés de prevenir todo lo necesario para la defensa de su quarte!: y pasó luego a discurrir en el castigo que merecian aquellos delinqüentes condenados a muerte segun las leyes de la guerra; pero le pareció que el hacerlos matar sin noticia de los enemigos sería justicia sin escarmiento: y como necesitaba menos de su satisfacion, que del terror ageno, ordenó que a los que estuvieron mas negativos, que serian catorce o quince, se les cortasen las manos a unos, y a otros los dedos pulgares, y los envió de esta suerte a su exército: mandandoles que dixesen de su parte a Xicotencál, que ya le quedaban esperando; y que se los enviaba con la vida, porque no se le malograsen las noticias que llevaban de sus fortificaciones.
Hizo grande horror en el exército de los Indios, que venia ya marchando a su faccion, este sangriento espectáculo: quedaron todos atonitos notando la novedad y el rigor del castigo; y Xicotencál mas que todos cuidadoso de que se hubiesen descubierto sus designios; siendo este el primer golpe que le tocó en el ánimo, y empezó a quebrantar su resolucion; porque se persuadió a que no podian sin alguna divinidad aquellos hombres haber conocido sus espías, y penetrado su pensamiento: con cuya imaginacíon empezó a congojarse, y a dudar en el partido que debia tomar: pero quando ya estaba inclinado a resolver su retirada, la halló necesaria por otro accidente, y se hizo sin su voluntad lo mismo que resistia su obstinacion. Llegaron a este tiempo diferentes ministros del Senado, que autorizados con su representacion, le intimaron que arrimáse el baston de General: porque vista su inobediencia, y el atrevimiento de su respuesta, se habia revocado el nombramiento, en cuya virtud gobernaba las armas de la República. Mandaron tambien a los Capitanes que no le obedeciesen, pena de ser declarados por traydores a la patria: y como cayó esta novedad sobre la turbacion que causó en todos el destrozo de sus espías, y en Xicotencál la penetracion de su secreto, ninguno se atrevió a replicar; antes inclinaron las cervices al precepto de la República, deshaciendose con extraordinaria prontitud todo aquel aparato de guerra. Marcharon los Caciques a sus tierras: la gente de Tlascála tomó el camino sin esperar otra orden: y Xicotencál, que estaba ya menos animoso, tuvo a felicidad que le quitasen las armas de las manos, y se recogió a la ciudad acompañado solamente de sus amigos y parientes: donde se presentó al Senado, mal escondido su despecho en esta demostracion de su obediencia.
Los Españoles pasaron aquella noche con cuidado, y sosegaron el dia siguiente sin descuido, porque no se acababan de asegurar de la intencion del enemigo; aunque los Indios de la contribucion afirmaban que se habia deshecho el exército, y esforzado la plática de la paz. Duró esta suspension hasta que otro dia por a manana descubrieron las centinelas una tropa de Indios, que venian, al parecer, con algunas cargas sobre los hombros, por el camino de Tlascála: y Hernan Cortés mandó que se retirasen a la plaza, y los dexasen llegar. Guiaban esta tropa quatro personages de respeto, bien adornados, cuyo trage y de plumas blancas denotaban la paz: detrás de ellos venian sus criados; y despues veinte ó treinta Indios Tamenes cargados de vituallas. Detenianse de quando en quando, como rezelosos de acercarse, y hacían grandes humiliaciones ázia el quartel, entreteniendo el miedo con la cortesia: inclinaban el pecho hasta tocar la tierra con las manos, levantandose despues para ponerlas en los labios: reverencia que solo usaban con sus Príncipes; y en estando mas cerca, subieron de punto el rendimiento con el humo de sus incensarios. Dexóse ver entonces sobre la muralla Doña Marina, y en su lengua les preguntó, de parte de quién, y a qué venian. Respondieron, que de parte del Senado y República de Tlascála, y a tratar de la paz: con que se les concedió la entrada.
Recibiólos Hernan Cortés con aparato y severidad conveniente: y ellos, repitiendo sus reverencias y sus perfumes, dieron su embajada, que se reduxo a diferentes disculpas de lo pasado, frívolas, pero de bastante substancia para colegir de ellas su arrepentimiento. Decian: Que los Otomíes y Chontáles, naciones bárbaras de su confederacion, habian juntado sus gentes, y hecho la guerra contra el parecer del Senado, cuya autoridad no habia podido reprimir los primeros ímpetus de su ferocidad; pero que ya quedaban desarmados, y la República muy deseosa de la paz: que no solo trahian la voz del Senado, sinó de la nobleza y del pueblo, para pedirle que marcháse luego con todos sus soldados a la ciudad, donde podrian detenerse lo que gustasen, con seguridad de que serian asistidos y venerados como hijos del sol, y hermanos de sus dioses. Y ultimamente concluyeron su razonamiento, dexando mal encubierto el artificio en todo lo que hablaron de la guerra pasada; pero no sin algunos visos de sinceridad en lo que proponian de la paz.
Hernan Cortés, afectando segunda vez la severidad, y negando al semblante la interior complacencia, les respondió solamente: Que llevasen entendido, y dixesen de su parte al Senado, que no era pequeña demostracion de su benignidad el admitirlos y escucharlos, quando podian temer su indignacion como delinqüentes, y debían recibir la ley como vencidos. Que la paz que proponian era conforme a su inclinacion; pero que la buscaban despues de una guerra muy injusta y muy porfiada, para que se dexáse hallar facilmente, o no la encontrasen detenida y recatada. Que se veria cómo perseveraban en desearla, y cómo procedian para merecerla: y entretanto procuraria reprimir el enojo de sus Capitanes, y engañar la razon de sus armas, suspendiendo el castigo con el brazo levantado, para que pudiesen lograr con la emienda el tiempo que hay entre la amenaza y el golpe.
Asi les respondió Cortés, tomando por este me~dio algun tiempo para convalecer de su enfermedad, y para examinar mejor la verdad de aquella proposicion: a cuyo fin tuvo por conveniente que volviesen cuidadosos y poco asegurados estos mensageros, porque no se ensoberbeciesen o entibiasen los del Senado hallandole muy facil, o muy deseoso de la paz. Que en este género de negocios suelen ser atajos los que parecen rodeos, y servir como diligencias las dificultades.
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