Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO VIGÉSIMO.

Echanse al agua los bergantines, y dividido el exército de tierra en tres partes, para que al mismo tiempo se acometiese por Tacúba, Iztapalápa, y Cuyoacán, avanza Hernan Cortés por la laguna,y rompe una gran flota de canoas Mexicanas.

No se dexaban de tener a la vista las prevenciones de la jornada, por mas que se llevasen parte del cuidado estos accidentes. Ibanse al mismo tiempo echando al agua los bergantines: obra que se consiguió con felicidad, debiendose tambien a la industria de Martin Lopez, como última perfeccion de su fábrica. Dixose antes una Misa de Espíritu Santo, y en ella comulgó Hernan Cortés, con todos sus Españoles. Bendixo el Sacerdote los buques: dióse a cada uno su nombre segun el estílo nautico: y entretanto que se introducian los adherentes, que dan espíritu al leño, y se afinaba el uso de las xarcias y velas, pasaron muestra en esquadron los Españoles, cuyo exército constaba entonces de novecientos hombres: los ciento y noventa y quatro entre arcabuces; y ballestas; los demás, de espada, rodela y lanza, ochenta y seis caballos, y diez y ocho piezas de artillería, las tres de hierro gruesas, y las quince falconetes de bronce, con suficiente provision de polvora y balas.

Aplicó Hernan Cortés a cada bergantin veinte y cinco Españoles con un Capitan, doce remeros, á seis por banda, y una pieza de artillería. Los Capitanes fueron, Pedro de Barba, natural de Sevilla: Garcla de Holguin, de Cáceres: Juan Portillo, de Portillo: Juan Rodriguez de Villafuerte, de Medellin: Juan Jaramillo, de Salvatierra, en Estremadura: Miguel Diaz de Auz, Aragonés: Francisco Rodriguez Magarino, de Merida: Christoval Flores, de Valencia de Don Juan: Antonio de Caravajal, de Zamora: Gerónimo Ruiz de la Mota, de Burgos: Pedro Briones, de Salamanca: Rodrigo Morejon de Lobera, de Medina del Campo: y Antonio Sotelo, de Zamora: los quales se embarcaron luego, cada uno a la defensa de su baxel, y al socorro de los otros.

Dispuesta en esta forma la entrada que se habia de hacer por el lago, determinó, con parecer de sus Capitanes, ocupar al mismo tiempo las tres calzadas principales de Tacúba, Iztapalápa, y Cuyoacán, sin alargarse a la de Suchímilco, por excusar la desunion de su gente, y tenerla en parage que pudiesen recibir menos dificultosamente sus órdenes. Para cuyo efecto dividió el exército en tres partes, y encargó a Pedro de Alvarado la expedicion de Tacúba, con nombramiento de Gobernador, y Cabo principal de de aquella entrada, llevando a su orden ciento y cincuenta Españoles, y treinta caballos, en tres compañias, a cargo de los Capitanes Jorge de Alvarado, Gutierre de Badajoz, y Andres de Monjaraz, dos piezas de artillería, y treinta mil Tlascaltécas. El ataque de Cuyoacán encargó al Maestre de Campo Christoval de Olid, con ciento y sesenta Españoles en las tres compañias de Francisco Verdugo, Andres de Tapia , y Francisco de Lugo, treinta caballos, dos piezas de artillería, y cerca de treinta mil Indios confederados. Y ultimamente cometió a Gonzalo de Sandoval la entrada que se habia de hacer por Iztapalápa, con otros ciento y cincuenta Españoles a cargo de los Capitanes Luis Marin, y Pedro de Ircio, dos piezas de artillería, veinte y quatro caballos, y toda la gente de Chalco, Guaxocingo y Cholúla, que serian mas de quarenta mil hombres. Seguimos en el número de los aliados que sirvieron en estas entradas la opinion de Antonio de Herrera; porque Bernal Diaz del Castillo dá solamente ocho mil Tlascaltécas a cada uno de los tres Capitanes, y repite algunas veces, que fueron de mas embarazo que servicio; sin decir donde quedaron tantos millares de hombres como vinieron al sitio de aquella ciudad. Ambicion descubierta, de que lo hiciesen tódo los Españoles, y poco advertida en nuestro sentir, porque dexa increible lo que procura encarecer, quando bastaba para encarecimiento la verdad.

Partieron juntos Christoval de Olid y Gonzalo de Sandoval, que se habian de apartar en Tacúba, y se alojaron en aquella ciudad sin contradicion, despoblada ya, como lo estaban los demás lugares contiguos a la laguna: porque los vecinos, que se hallaban capaces de tomar las armas, acudieron a la defensa de México, y los demás se ampararon de los montes, con todo lo que pudieron retirar de sus haciendas. Aqui se tuvo aviso de que habia una junta considerable de tropas Mexicanas a poco mas de media legua, que venian a cubrir los conductos del agua, que baxaban de las sierras de Chapultepeque. Prevencion cuidadosa de Guatimozin, que sabiendo el movimiento de los Españoles, trató de poner en defensa los manantiales, de que se proveían todas las fuentes de agua dulce que se gastaba en la ciudad.

Descubrianse por aquella parte dos o tres canales de madera cóncava sobre paredones de argamasa: y los enemigos tenian hechos algunos reparos contra las avenidas que miraban al camino. Pero los dos Capitanes salieron de Tacúba con la mayor parte de su gente; y aunque hallaron porfiada resistencia, se consiguió finalmente que desamparasen el puesto: y se rompieron por dos o tres partes los conductos y los paredones, con que baxó la corriente dividida en varios arroyos a buscar su centro en la laguna; debiendose a Christoval de Olid, y a Pedro de Alvarado esta primera hostilidad de agotar las fuentes de México, y dexar a los sitiados en la penosa tarea de buscar el agua en los rios que baxaban de los montes, y en precisa necesidad de ocupar su gente y sus canoas en la conduccion y en los comboyes.

Conseguida esta faccion, partió Christoval de Olid con su trozo a tomar el puesto de Cuyoácan : y Hernan Cortés, dexando a Gonzalo de Sandoval el tiempo que pareció necesario para que llegáse a Iztapalápa, tomó a su cargo la entrada que se habia de hacer por la laguna, para estar sobre todo, y acudir con los socorros donde llamáse la necesidad. Llevó consigo a Don Fernando, señor de Tezcúco, y a un hermano suyo, mozo de espíritu, llamado Suchel, que se bautizó poco despues, tomando el nombre de Carlos, como súbdito del Emperador. Dexo en aquella ciudad bastante número de gente para cubrir la plaza de armas, y hacer algunas correrías que asegurasen la comunicacion de los quarteles: y dió principio a su navegacion, puestos en ala sus trece bergantines, disponiendo lo mejor que pudo el adorno de las banderas, flámulas y gallardetes: exterioridad de que se valió para dar bulto a sus fuerzas, y asustar la consideracion del enemigo con la novedad.

Iba con propósito de acercarse a México para dexarse ver como señor de la laguna, y volver luego sobre Iztapalápa, donde le daba cuidado Gonzalo de Sandoval, por no haber llevado embarcaciones para desembarazar las calles de aquella poblacion, que por estar dentro del agua eran contínuo receptáculo de las canoas Mexicanas. Pero al tomar la vuelta, descubrió, a poca distancia de la ciudad, una isleta, o montecillo de peñascos, que se levantaba considerablemente sobre las aguas, cuya eminencia coronaba un castillo de bastante capacidad, que tenian ocupado los enemigos, sin otro fin que desafiar a los Españoles, provocandolos con injurias y amenazas desde aquel puesto, donde, a su parecer, estaban seguros de los bergantines. No tuvo por conveniente dexar consentido este atrevimiento a vista de la ciudad, cuyos miradores y terrados estaban cubiertos de gente, observando las primeras operaciones de la armada: y hallando en el mismo sentir a sus Capitanes, se acercó a los surgideros de la isla, y saltó en tierra con ciento y cincuenta Españoles, repartidos por dos o tres sendas que guiaban a la cumbre; y subieron peleando, no sin alguna dificultad, porque los enemigos eran muchos, y se defendian valerosamente, hasta que perdida la esperanza de mantener la eminencia, se retiraron al castillo, donde no podian mover las armas de apretados: y perecieron muchos, aunque fueron mas los que se perdonaron, por no ensangrentar la espada en los rendidos, quando se despreciaba como embarazosa la carga de los prisioneros.

Logrado en esta breve interpresa el castigo de aquellos Mexicanos, volvieron los Españoles a cobrar sus bergantines: y quando se disponian para tomar el rumbo de Iztapalápa, fue preciso discurrir en nuevo accidente: porque se dexaron ver a la parte de México algunas canoas que iban saliendo a la laguna, cuyo número crecia por instantes. Serian hasta quinientas las que se adelantaron a boga lenta para que saliesen las demás: y a breve rato fueron tantas las que arrojó de sí la ciudad, y las que se juntaron de las poblaciones vecinas, que haciendo la cuenta por el espacio que ocupaban, se juzgó que pasarian de quatro mil, cuya multitud, con lo que abultaban los penachos y las armas, formaba un cuerpo hermosamente formidable, que al juicio de los ojos, venia como anegando la laguna.

Dispuso Hernan Cortés sus bergantines, formando una espaciosa media luna, para dilatar la frente, y pelear con desahogo. Iba fiado en el valor de los suyos, y en la superioridad de las mismas embarcaciones, bastando cada una de ellas a entenderse con mucha parte de la flota enemiga. Movióse con esta seguridad la vuelta de los Mexicanos, para darles a entender que admitia la batalla; y despues hizo alto para entrar en ella con toda la respiracion de sus remeros: porque la calma de aquel dia dexaba todo el movimiento en la fuerza de sus brazos. Detuvose tambien el enemigo, y pudo ser que con el mismo cuidado. Pero aquella inefable Providencia, que no se descuidaba en declararse por los Españoles, dispuso entonces que se levantáse de la tierra un viento favorabie, que hiriendo por la popa en los bergantines, les dió todo el impulso de que necesitaban para dexarse caer sobre las embarcaciones Mexicanas. Dieron principio al ataque las piezas de artillería, disparadas a conveniente distancia, y cerraron despues los bergantines a vela y remo, llevandose tras sí quanto se les puso delante. Peleaban los arcabuces y ballestas sin perder tiro: peleaba tambien el viento, dandoles con el humo en los ojos, y obligandolos a proejar para defenderse: y peleaban hasta los mismos bergantines, cuyas proas hacian pedazos a los buques menores, sirviendose de su flaqueza para echarlos a pique, sin rezelar el choque. Hicieron alguna resistencia los nobles que ocupaban las quinientas embarcaciones de la vanguardia: lo demás fue todo confusion, y zozobrar las unas al impulso de las otras. Perdieron los enemigos la mayor parte de su gente, quedó rota y deshecha su armada: cuyas reliquias miserables siguieron los bergantines hasta encerrarlas a balazos en las acequias de la ciudad.

Fue de grande conseqüencia esta victoria, por lo que influyó en las ocasiones siguientes el credito de incontrastables, que adquirieron este dia los bergantines, y por lo que desanimó a los Mexicanos el hallarse ya sin aquella parte de sus fuerzas, que consistia en la destreza y agilidad de sus canoas; no por las que perdieron entonces (número limitado, respecto de las que tenian de reserva) sinó porque se desengañaron de que no eran de servicio, ni podian resistir a tan poderosa oposicion. Quedó por los Españoles el dominio de la laguna: y Hernan Cortés tomó la vuelta cerca de la ciudad, despidiendo algunas balas, mas a la pompa del suceso, que al daño de los enemigos. Y no le pesó de ver la multitUd de Mexicanos que coronaban sus torres y azuteas a la expectacion de la batalla, tan gustoso de haberles dado en los ojos con su pérdida, que aunque a la verdad eran muchos para enemigos, le parecieron pocos para testigos de su hazaña. Complacencias de vencedores, que suelen comprehender a los mas advertidos, como adornos de la victoria, o como accidentes de la felicidad.

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