Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO QUINTO.
CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO.
Hacense las tres entradas a un tiempo, y en pocos días se incorpora todo el exército en el Tlatelúco. Retírase Guatimozín al barrio mas distante de la ciudad: y los Mexicanos se valen de algunos esfuerzos y cautelas para divertir a los Españoles.
Prevenidos los víveres, el agua, y lo demás que pareció necesario para mantener la gente dentro de una ciudad donde faltaba todo, salieron los tres Capitanes de sus quarteles el dia señalado al amanecer: Pedro de Alvarado por el camino de Tacúba: Gonzalo de Sandoval por el de Tepeaquilla: y Hernan Cortés, con el trozo de Christoval de Olid, por el de Cuyoacán, llevando cada uno sus bergantines y canoas por los costados. Hallaronse las tres calzadas en defensa, levantadas las puentes, abiertos los fosos, y con tanta sobra de gente, como si fuera este dia el primero de la guerra; pero se venció aquella dificultad con la misma industria que otras veces, y a costa de alguna detencion llegaron los trozos a la ciudad con poca diferencia de tiempo. Ganaronse brevemente las calles arruinadas, porque los enemigos las defendian con floxedad, para retirarse a las que tenian guarnecidos los terrados. Pero los Españoles trataron el primer dia de formar sus alojamientos, fortificandose cada trozo en su quartel lo mejor que fue posible con las ruinas de los edificios, y fundando su mayor seguridad en la vigilancia de sus centinelas.
Causó esta novedad grande turbacion y desconsuelo entre los Mexicanos: desarmóse la prevencion que tenian hecha para cargar la retirada: corrió la voz, engrandeciendo el peligro, y apresurando los remedios: acudieron los nobles y ministros al palacio de Guatimozin, y a instancia de todos se retiró aquella misma noche a lo mas distante de la ciudad. Continuaronse las juntas, y hubo diversos pareceres, desalentados o animosos, segun obedecía el entendimiento a los dictamenes del corazon. Unos querian que se tratáse desde luego de poner en salvo la persona del Rey, sacandole a parage mas seguro: otros, que se fortificáse aquella parte de la ciudad que ocupaba la corte: y otros, que se intentáse primero desalojar a los Españoles, obligandolos a ceder la tierra que habian ocupado. Inclinóse Guatimozin al consejo de los mas valerosos; y excluyendo el desampanr la ciudad, con resolucion de morir entre los suyos, ordenó que al amanecer se acometiese con todo el resto a los quarteles enemigos: para cuyo efecto juntaron y distribuyeron sus tropas, con ánimo de aplicar todas sus fuerzas al exterminio de los Españoles. Y poco despues que se declaró la mañana, se dexaron ver de los tres alojamientos, donde llegó primero el aviso de sus prevenciones; y la artillería que mandaba las calles hizo tan riguroso estrago en su vanguardia, que no se atrevieron a executar la orden que trahian; antes se desengañaron brevemente de que no era posible su empresa; y sin llegar a lo estrecho del ataque, dieron principio a la fuga con apariencias de retirada: cuyo movimiento (espacioso y remiso por la frente) dió lugar a los Españoles para que avanzasen hasta medir las armas: y sin mas diligencia que la que hubieron menester para seguir el alcance, quedó roto el enemigo, y mejorado el alojamiento de la noche siguiente.
Entróse despues en mayor dificultad: porque fue necesario caminar arruinando los edificios, batiendo los reparos, y cegando las aberturas de las calles; pero en uno y otro se procuró ganar el tiempo, y en menos de quatro dias se hallaron los tres Capitanes a vista del Tlatelúco, a cuyo centro caminaban por líneas diferentes.
Fue Pedro de Alvarado el primero que llegó a poner los pies dentro de aquella gran plaza, donde intentaron doblarse los enemigos que llevaba cargados; pero no se les dió lugar para que lo consiguiesen, ni era facil pasar a la operacion desde la fuga: y al primer combate desampararon el puesto, retirandose confusamente a las calles de la otra banda. Reconoció entonces Pedro de Alvarado que tenia cerca de sí un grande adoratorio, cuyas gradas y torres ocupaba el enemigo: y con deseo de asegurar las espaldas, envió algunas compañias para que le asaltasen y mantuviesen, lo qual se consiguió sin dificultad: porque los defensores trataban ya de retirarse con el exemplo de los suyos. Reduxo luego a un esquadron toda su gente para disponer su alojamiento, y mandó hacer en lo alto del adoratorio algunas ahumadas, para dar aviso a los demás Capitanes del parage donde se hallaba, o para solicitar con aquella demostracion el aplauso de su diligencia.
Llegó poco despues el trozo que gobernaba Christoval de Olid, y mandaba Hernan Cortés: y la multitud que desembocó en la plaza huyendo el avance de su gente, dió en el esquadron que formó con otro intento Pedro de Alvarado, donde perecieron casi todos, combatidos por ambas partes: y sucedió lo mismo a los que rechazaba en su distrito Gonzalo de Sandoval, que tardó poco en arribar al mismo parage.
Los que se habian retraido a las calles que miraban al resto de la ciudad, viendo unidas las fuerzas de los Españoles, huyeron desalentados a guardar la persona de su Rey, creyendo que se hallaban ya en el último conflicto, con que se pudo tratar del alojamiento sin oposicion: y Hernan Cortés aplicó alguna gente a la defensa de las calles que se dexaban atrás, para tener seguras las espaldas: y dispuso que los berantines, con sus canoas, cuidasen de correr el distrito de las tres calzadas, avisando en diligencia de qualquiera novedad que mereciese reparo.
Fue menester al mismo tiempo desembarazar la plaza de los cadáveres Mexicanos, para cuyo efecto señaló algunas tropas de Indios confederados que los fuesen echando en las calles de agua mas profundas, con Cabos Españoles que no los dexasen escapar con la carga miserable, para celebrar aquellos banquetes de carne humana, que daban la última solemnidad a sus victorias: y con todo este cuidado, no fue posible atajar por la raíz el inconveniente; pero se remedió el exceso, y se pudo componer la tolerancia con la disimulacion.
Vinieron aquella noche diferentes quadrillas de paisanos, poco menos que difuntos, a dar su libertad por el sustento: y aunque se llegó a sospechar que venian arrojados como gente inutil que no podían sustentar, hicieron compasion a todos; y Hernan Cortés (que ya no esperaba del asedio lo que se prometia de sus manos) ordenó que se les diese algun refresco, para que saliesen a buscar su vida fuera de la ciudad.
Por la mañana se vieron llenas de Mexicanos las calles de su distrito; pero vinieron solamente a cubrir el trabajo de otras fortificaciones en que habian discurrido, para defender la última retirada: y Hernan Cortés, viendo que no acometian ni provocaban, suspendió la entrada que tenia resuelta, porque deseaba repetir la instancia de la paz: teniendo entonces por verisímil que se rindiesen a capitular, o conociesen por lo menos que no era su intento destruirlos, pues ofrecía partidos, unida su gente, y teniendo a su disposicion la mayor parte de la ciudad. Llevaron esta embaxada tres o quatro prisioneros de los mas principales, y se aguardó la respuesta, no sin esperanza de que hacia fuerza la proposicion; porque se retiró enteramente la multitUd que solía concurrir a la defensa de las calles.
Era el distrito que ocupaba Guatimozin con sus nobles, ministros y militares un ángulo muy espacioso de la ciudad, cuya mayor parte aseguraba la vecindad de la laguna; y por la otra, que distaba poco del Tlatelúco, tenian cerradas todas las avenidas con una circumbalacion de paredes o murallas de tablazon y fagína, que se daban la mano con los edificios, y tenian delante un foso de agua profunda, que abrieron casi a la mano, haciendo cortaduras en las calles de tierra para dar corriente a las acequias. Entró Hernan Cortés el dia siguiente con la mayor parte de los Españoles a reconocer el parage que desamparó el enemigo: y llegó a vista de sus fortificaciones, cuya línea se halló coronada por todas partes de innumerable gente, pero con señas de paz, que se reducian a callar el toque de sus instrumentos, y la irritacion de sus voces. Repitióse otras veces esta diligencia de acercarse los Españoles sin ofender ni provocar: y se conoció que tenian ellos la misma orden, porque baxaban siempre las armas, dando a entender con el silencio y la quietud, que no les eran desagradables los tratados que ocasionaban aquel género de tregua.
Pero al mismo tiempo se hizo reparo en los esfuerzos con que procuraban esconder la necesidad que padecían, y ostentar que no deseaban la paz con falta de valor. Ponianse a comer en público sobre los terrados, y arrojaban tortillas de maíz al pueblo, para que se creyese que les sobraba el bastimento: y salian de quando en quando algunos Capitanes a pedir batalla singular con el mas valiente de los Españoles; pero duraban poco en la instancia, y se volvian a recoger, tan ufanos del atrevimiento, como pudieran de la victoria.
Uno de estos se acercó al parage donde se hallaba Hernan Cortés, que parecia hombre de cuenta en los adornos de su desnudez, y eran sus armas espada y rodela, de las que perdieron los Españoles sacrificados. Insistia con grande arrogancia en su desafio: y cansado Hernan Cortés de sufrir sus voces y sus ademanes, le hizo decir por su intérprete: Que truxese otros diez como él, y permitiria que pasáse á batallar con todos juntos aquel Español: señalando a su page de rodela. Conoció el Indio su desprecio; pero sin darse por entendido, volvió a la porfia con mayor insolencia: y el page, que se llamaba Juan Nuñez de Mercado, y sería de hasta diez y seis o diez y siete años, persuadido a que le tocaba el duelo, como señalado para él, se apartó del concurso disimuladamente lo que hubo menester para lograr su hazaña sin que le detuviesen: y pasando como pudo el foso, cerró con el Mexicano, que ya le aguardaba prevenido; pero recibiendo en la rodela su primer golpe, le dió al mismo tiempo una estocada con tan briosa resolucion, que sin necesitar de segunda herida, cayó muerto a sus pies. Accion, que tuvo grande aplauso entre los Españoles, y mereció a los enemigos igual admiracion. Volvió luego a los pies de su amo con la espada y la rodela del vencido: y él, que se pago enteramente de su temprano valor, le abrazó repetidas veces; y ciñendole de su mano la espada que ganó por sus puños, le dexó confirmado en la opinion de valiente, y admitido a las Veras de otra edad en las conversaciones del exército.
En los tres o quatro dias que duró esta suspension de armas, hubo freqüentes conferencias entre los Mexicanos sobre la proposicion de la paz. La mayor parte de los votos queria que se admitiesen los tratados, conociendo el estado miserable a que se hallaban reducidos: y algunos clamaban por la continuacion de la guerra, fundado interiormente su parecer en el semblante de su Rey; pero aquellos sacerdotes inmundos, que votaban mandando, como intérpretes de sus dioses, fortalecieron el vando menor, mezclando las ofertas de la victoria con misteriosas amenazas, dichas a manera de oráculos: por cuyo medio encendieron los ánimos, haciendolos participes de su furor, con que votaron todos a una voz que se volviese a las armas: y Guatimozin lo resolvió en la misma conformidad, calificando su obstinacion con la obediencia de los dioses. Pero mandó al mismo tiempo, que antes de romper la tregua, saliesen todas las piraguas y canoas a una ensenada que hacia la laguna por aquella parte de la ciudad, para tener prevenida la retirada, caso que se llegasen a ver en el último aprieto.
Executóse luego esta orden: y fueron saliendo a la ensenada innumerables embarcaciones, sin otra gente que la necesaria para los remos: de cuya novedad avisaron a Hernan Cortés los Españoles de la laguna; y él conoció luego que hacian aquella prevencion los Mexicanos para escapar con la persona de su Rey, dexando pendiente la guerra, y litigiosa la posesion de la ciudad. Nombró con este cuidado por General de todos los bergantines a Gonzalo de Sandoval, para que sitiáse a lo largo la ensenada, tomando por su cuenta los accidentes de aquella surtida: y poco despues movió su exército con ánimo de acercarse a las fortificaciones, y adelantar la resolucion de la paz con las amenazas de la guerra. Pero los enemigos tenian ya la orden para defenderse, y antes que llegáse la vanguardia, publicaron sus gritos el rompimiento del tratado. Dispusieronse al combate con grande osadía, y a breve rato se conoció que iba desmayando su orgullo: porque al experimentar el destrozo que hicieron las primeras baterías en aquella fragil muralla que tenia por impenetrable, se desengañaron de su peligro: y segun parece, avisaron de él a Guatimozin; porque tardaron poco en hacer llamada con lienzos blancos, repitiendo a voces el nombre de la paz.
Dióseles a entender por los intérpretes que podrían acercarse los que tuviesen que proponer de parte de su Príncipe: y con esta permision se presentaron a otra parte del foso quatro Mexicanos en trage de ministros, los quales (hechas con afectada gravedad las humillaciones de su costumbre) dixeron a Cortés: Que la magestad suprema del poderoso Guatimozin, su Señor, los había nombrado por tratadores de la paz, y los enviaba para que oyendo al Capitan de los Españoles, volviesen a informarle de lo que se debía capitular en ella. Respondió Hernan Cortés: Que la paz era el unico fin de sus armas; y aunque pudieran ellas dar entonces la ley a los que tardaban tanto en conocer la razon, venia desde luego en abrir la plática, para que se volviese al tratado. Pero que materias de semejante calidad, se ajustaban dificultosamente por terceras personas: y asi era necesario que su Príncipe se dexáse ver, o por lo menos se acercase con sus ministros y consejeros, por si hubiese alguna dificultad que necesitáse de consulta, puesto que se hallaba con ánimo de venir en quantos partidos no fuesen repugnantes a la superior autoridad de su Rey; a cuyo fin le ofrecia con empeño de su palabra, (y añadió la fuerza del juramento) que por su parte, no solo cesaria la guerra, pero se procurarian lograr en su obsequio todas las atenciones que mirasen a la seguridad y al respeto de su persona.
Retiraronse con este mensage los Enviados, satisfechos, al parecer, de su despacho; y volvieron aquella misma tarde a decir: Que su Príncipe vendria el dia siguiente con sus criados y ministros a escuchar desde mas cerca los capítulos de la paz. Era su intento entretener la conferencia con varios pretextos, hasta que se acabasen de juntar sus embarcaciones, para executar la retirada que ya tenian resuelta: y así volvieron a la hora señalada los mismos Enviados, suponiendo que no podia venir Guatimozin hasta otro dia, por un accidente que le habia sobrevenido. Alargóse despues el plazo con pretexto de ajustar algunas condiciones en orden al sitio y a la formalidad de las vistas; y ultimamente se pasaron quatro dias en estas interlocuciones, y se conoció mas tarde que debiera el engaño. Pero Hernan Cortés creyó que deseaban la paz, gobernandose por el estado en que se hallaban: tanto, que tuvo hechas algunas prevenciones de aparato y ostentacion para el recibimiento de Guatimozin; y quando supo lo que pasaba en la laguna, quedó avergonzado interiormente de haber mantenido su buena fé sobre tantas dilaciones, y prorumpió en amenazas contra el enemigo, sirviendose de la cólera para ocultar su desayre, y hallando, al parecer, alguna diferencia entre las dos confesiones de ofendido y engañado.
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