Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO SEGUNDO.
CAPÍTULO CUARTO.
Refierense diferentes prodigios y señales que se vieron en México, antes que llegáse Cortés: de que aprehendieron los Indios que se acercaba la ruina de aquel imperio.
Sabido quien era Motezuma, y el estado y grandeza de su imperio, resta inquirir los motivos en que se fundaron este Príncipe y sus ministros para resistir porfiadamente a la instancia de Hernan Cortés: primera diligencia del demonio, y primera dificultad de la empresa. Luego que se tuvo en México noticia de los Españoles, quando el año antes arribó a sus costas Juan de Grijalva, empezaron a verse en aquella tierra diferentes prodigios y señales de grande asombro, que pusieron a Motezuma en una como certidumbre de que se acercaba la ruina de su imperio, y a todos sus vasallos en igual confusion y desaliento.
Duró muchos dias un cometa espantoso de forma piramidal, que descubriendose a la media noche, caminaba lentamente hasta lo mas alto del cielo, donde se deshacia con la presencia del sol.
Vióse despues en medio del dia salir por el poniente otro cometa o exhalacion a manera de una serpiente de fuego con tres cabezas, que corria velocisimamente, hasta desaparecer por el horizonte contrapuesto, arrojando infinidad de centellas, que desvanecian en el ayre.
La gran lagúna de México rompió sus márgenes, y salió impetuosamente a inundar la tierra, llevandose tras sí algunos edificios, con un género de ondas que parecian hervores; sin que hubiese avenida o temporal, a que atribuir este movimiento de las o aguas. Encendióse de sí mismo uno de sus templos; y sin que se halláse el origen o la causa del incendio, ni medio con que apagarle, se vieron arder hasta las piedras, y quedó todo reducido a poco mas que ceniza. Oyeronse en el ayre por diferentes partes voces lastimosas, que pronosticaban el fin de aquella monarquia: y sonaba repetidamente el mismo vaticinio en las respuestas de los ídolos, pronunciando en ellos el demonio lo que pudo congeturar de las causas naturales que andaban movidas; o lo que entenderia quizá del Autor de la naturaleza, que algunas veces le atormenta con hacerle instrumento de la verdad. Truxeronse a la presencia del Rey diferentes monstruos de horrible y nunca vista deformidad, que a su parecer, contenian significacion, y denotaban grandes infortunios: y si se llamaron monstruos de lo que demuestran, como lo creyó la antigÜedad que los puso este nombre, no era mucho que se tuviesen por presagios entre aquella gente bárbara, donde andaban juntas la ignorancia y la supersticion.
Dos casos muy notables refieren las Historias, que acabaron de turbar el ánimo de Motezuma: y no son para omitidos, puesto que no los desestiman el Padre Josef de Acosta, Juan Botero, y otros escritores de juicio y autoridad. Cogieron unos pescadores cerca de la lagúna de México un páxaro monstruoso, de extraordinaria hechura y tamaño: y dando estimación a la novedad, se le presentaron al Rey. Era horrible su deformidad, y tenia sobre la cabeza una lámina resplandeciente a manera de espejo, donde reverberaba el sol con un género de luz maligna y melancólica. Reparó en ella Motezuma: y acercandose a reconocerla mejor, vió dentro una representacion de la noche, entre cuya obscuridad se descubrian algunos espacios de cielo estrellado, tan distintamente figurados, que volvió los ojos al sol, como quien no acababa de creer el dia: y al ponerlos segunda vez en el espejo, halló en lugar de la noche otro mayor asombro: porque se le ofreció a la vista un exército de gente armada, que venía de la parte del oriente haciendo grande estrago en los de su nacion. Llamó a sus agoreros y sacerdotes para consultarles este prodigio: y el ave estuvo inmobil, hasta que muchos de ellos hicieron la misma experiencia; pero luego se les fue, o se les deshizo entre las manos, dexandoles otro agüero en el asombro de la fuga.
Pocos dias despues vino al palacio un labrador tenido en opinion de hombre sencillo, que solicitó con porfiadas y misteriosas instancias la audiencia del Rey. Fue introducido a su presencia despues de várias consultas: y hechas sus humillaciones sin género de turbacion ni encogimiento, le dixo en su idioma rústico, pero con un género de libertad y eloqüencia, que daba a entender algun furor mas que natural, o que no eran suyas sus palabras: Ayer tarde, Señor, estando en mi heredad ocupado en el beneficio de la tierra, vi un aguila de extraordinaria grandeza, que se abatió impetuosamente sobre mí: y arrebatandome entre sus garras, me llevó largo trecho por el ayre, hasta ponerme cerca de una gruta espaciosa, donde estaba un hombre con vestiduras reales durmiendo entre diversas flores y perfumes con un pebete encendido en la mano. Acerquéme algo mas, y vi una imagen tuya, o fuese tu misma persona, que no sabré afirmarlo; aunque a mi parecer tenia libres los sentidos. Quise retirarme atemorizado y respectivo; pero una voz imperiosa me detuvo, y me sobresaltó de nuevo, mandandome que te quitáse el pebete de la mano, y le aplicáse a una parte del muslo que tenias descubierta. Rehusé quanto pude el cometer semejante maldad; pero la misma voz con horrible superioridad me violentó a que obedeciese . Yo mismo, Señor, sin poder resistir, hecho entonces del temor el atrevimiento, te apliqué el pebete encendido sobre el muslo, y tu sufriste el cauterio sin despertar ni hacer movimiento. Creyera que estabas muerto, si no se diera a conocer la vida en la misma quietud de tu respiracion, declarandose el sosiego en falta de sentido. Y luego me dixo aquella voz, que al parecer se formaba en el viento: Asi duerme tu Rey entregado a sus delicias y vanidades, quando tiene sobre sí el enojo de los dioses, y tantos enemigos, que vienen de la otra parte del mundo a destruir su monarquía y su religion. Dirásle que despierte a remediar, si puede, las miserias y calamidades que le amenazan. Y apenas pronunció esta razon, que traigo impresa en la memoria, quando me prendió el aguila entre sus garras, y me puso en mi heredad sin ofenderme. Yo cumplo asi lo que me ordenan los dioses. Despierta, Señor, que los tiene irritados tu soberbia y tu crueldad. Despierta, digo otra vez, o mira cómo duermes: pues no te recuerdan los cauterios de tu conciencia; ni ya puedes ignorar que los clamores de tus pueblos llegaron al cielo primero que a tus oidos.
Estas ó semejantes palabras dixo el villano, o el espíritu que hablaba en él; y volvió las espaldas con tanto denuedo, que nadie se atrevió a detenerle. Iba Motezuma, con el primer movimiento de su ferocidad, a mandar que le matasen, y le detuvo un nuevo dolor que sintió en el muslo, donde halló, y reconocieron todos estampada la señal del fuego, cuya pavorosa demostracion le dexó atemorizado y discursivo; pero con resolucion de castigar al villano, sacrificandole a la placacion de sus dioses. Avisos o amonestaciones motivadas por el demonio, que trahian consigo el vicio de su origen, sirviendo mas a la ira y a la obstinacion, que al conocitniento de la culpa.
En ambos acontecimientos pudo tener alguna parte la credulidad de aquellos bárbaros, de cuya relacion lo entendieron así los Españoles. Dexamos su recurso a la verdad; pero no tenemos por inverisímil que el demonio se valiese de semejantes artificios para irritar a Motezuma contra los Españoles, y poner estorvos a la introduccion del Evangelio: pues es cierto que pudo, suponiendo la permision divina en el uso de su ciencia, fingir o fabricar estos fantásmas y apariciones monstruosas; o bien formáse aquellos cuerpos visibles, condensando el ayre con la mezcla de otros elementos; o lo que mas veces sucede, viciando los sentidos, y engañando la imaginacion, de que tenemos algunos ejemplos en las sagradas letras, que hacen creibles los que se hallan del mismo género en las historias profanas.
Estas y otras señales portentosas que se vieron en México, y en diferentes partes de aquel imperio, tenian tan abatido el ánimo de Motezuma, y tan asustados a los prudentes de su consejo, que quando llegó la segunda embajada de Cortés creyeron que tenian sobre sí toda la calamidad y ruina de que estaban amenazados.
Fueron largas las conferencias, y varios los pareceres. Unos se inclinaban a que viniendo aquella gente armada y forastera en tiempo de tantos prodigios, debia ser tratada como enemiga; porque el admitirla, o el fiarse de ella, sería oponerse a la voluntad de sus dioses, que enviaban delante del golpe aquellos avisos, para que procurasen evitarle. Otros andaban mas detenidos o temerosos, y procuraban excusar el rompimiento, encareciendo el valor de los estrangeros, el rigor de sus armas, y la ferocidad de los caballos; y trayendo a la memoria el estrago y mortandad que hicieron en Tabasco, de cuya guerra tuvieron luego noticia. Y aunque no se persuadian a que fuesen inmortales, como lo publicaba el temor de aquellos vencidos, no acertaban a considerarlos como animales de su especie, ni dexaban de hallar en ellos alguna semejanza de sus dioses por el manejo de los rayos con que, a su parecer, peleaban, y por el predominio con que se hacian obedecer de aquellos brutos, que entendian sus órdenes, y militaban de su parte.
Oyólos Motezuma, y mediando entre ambas opiniones, determinó que se negáse a Cortés con toda resolucion la licencia que pedia para venir a su Corte, mandandole que desembarazáse luego aquellas costas, y enviandole otro regalo como el antecedente, para obligarle a obedecer: pero que si esto no bastáse a detenerle, se discurriria en los medios violentos, juntando un exército poderoso de tal calidad, que no se pudiese temer otro suceso como el de Tabasco: pues no se debia desestimar el corto número de aquellos estrangeros, en cuyas armas prodigiosas, y valor extraordinario se conocian tantas ventajas; particularmente quando llegaban a sus costas en tiempo tan calamitoso, y de tantas señales espantosas, que al parecer encarecian sus fuerzas, pues llegaban a merecer el cuidado y la prevencion de sus dioses.
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