Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO CUARTO.

Despacha Hernan Cortés los Embajadores de Motezuma. Reconoce Diego de Ordaz el volcan de Popocatepec, y se resuelve la jornada por Cholúla.


Pasados tres o quatro dias que se gastaron en estas primeras funciones de Tlascála, volvió el ánimo Cortés al despacho de los Embajadores Mexicanos. Detuvolos para que viesen totalmente rendidos a los que tenian por indomitos: y la respuesta que les dió fue breve y artificiosa: Que dixesen a Motezuma lo que llevaban entendido, y habia pasado en su presencia: las instancias y demostraciones con que solicitaron y merecieron la paz los de Tlascála: el afecro y buena correspondencia con que la mantenian: que ya estaban a su disposicion, y era tan dueño de sus voluntades, que esperaba reducirlos a la obediencia de su Príncipe, siendo ésta una de las conveniencias que resultarian de su embajada, entre otras de mayor importancia, que le obligaban a continuar el viage, y a solicitar entonces su benignidad, para merecer despues su agradecimiento. Con cuyo despacho, y la escolta que pareció necesaria, partieron luego los Embajadores mas enterados de la verdad, que satisfechos de la respuesta. Y Hernan Cortés se halló empeñado en detenerse algunos dias en Tlascála, porque iban llegando a dar la obediencia los pueblos principales de la Republica, y as naciones e su confederacion, cuyo acto se revalidaba con instrumento público, y se autorizaba con el nombre del Rey Don Carlos, conocido ya y venerado entre aquellos Indios con un género de verdad en la sujecion, que se dexaba colegir del respeto que tenian a sus vasallos. Sucedió por este tiempo un accidente que hizo novedad a los Españoles, y puso en confusion a los Indios. Descubrese desde lo alto del sitio, donde estaba entonces la ciudad de Tlascála, el volcan de Popocatepec en la cumbre de una sierra, que a distancia de ocho leguas se descuella considerablemente sobre los otros montes. Empezó en aquella sazon a turbar el dia con grandes y espantosas avenidas de humo tan rápido y violento, que subia derecho largo espacio del ayre, sin ceder a los ímpetus del viento, hasta que perdiendo la filerza en lo alto, se dexaba esparcir y dilatar a todas partes, y formaba una nube mas o menos obscura, segun la porcion de ceniza que llevaba consigo. Salian de quando en quando mezcladas con el humo algunas llamaradas o globos de fuego, que, al parecer, se dividian en centellas; y serian las piedras encendidas que arrojaba el volcan, o algunos pedazos de materia combustible, que duraban segun su alimento.

No se espantaban los Indios de ver el humo, por ser freqüente y casi ordinario en este volcan; pero el fuego, que se manifestaba pocas veces, los entristecia y atemorizaba como presagio de venideros males: porque tenian aprehendido que las centellas, quando se derramaban por el ayre, y no volvian a caer en el volcan, eran las almas de los tiranos que salian a castigar la tierra: y que sus dioses, quando estaban indignados, se valian de ellos como instrumentos adequados a la calamidad de los pueblos.

En este delirio de su imaginacion estaban discurriendo con Hernan Cortés, Magiscatzín, y algunos de aquellos magnátes que ordinariamente le asistían: y él, reparando en aquel rudo conocimiento que mostraban de la inmortalidad, premio y castigo de las almas, procuraba darles a entender los errores con le que tenian desfigurada esta verdad, quando entró Diego de Ordaz a pedirle licencia para reconocer desde mas cerca el volcan, ofreciendo subir a lo alto de la sierra, y observar todo el secreto de aquella novedad. Espantaronse los Indios de oir semejante proposicion; y procurando informarle del peligro, y desviarle del intento, decian: Que los mas valientes de su tierra solo se atrevian a visitar alguna vez unas ermitas de sus dioses que estaban a la mitad de la eminencia; pero que de allí adelante no se hallaria huella de humano pie, ni eran sufribles los temblores y bramidos con que se defendía la montaña. Diego de Ordaz se encendió mas en su deseo con la misma dificultad que le ponderaban: y Hernan Cortés, aunque lo tuvo por temeridad, le dió licencia para intentarlo, porque viesen aquellos Indios que no estaban negados sus imposibles al valor de los Españoles: zeloso a todas horas de su reputacion y la de su gente.

Acompañaron a Diego de Ordaz en esta faccion dos soldados de su compañia y algunos Indios principales, que ofrecieron llegar con él hasta las ermitas, lastimandose mucho de que iban a ser testigos de su muerte. Es el monte muy delicioso en su principio: hermoseanle por todas partes frondosas arboledas, que subiendo largo trecho con la cuesta, suavizan el camino con su amenidad, y al parecer, con engañoso dívertimiento llevan al peligro por el deleyte. Vase despues esterilizando la tierra, parte con la nieve que dura todo el año en los parages que desampara el sol o perdona el fuego, y parte con la ceniza que blanquea tambien desde lejos con la oposicion del humo. Quedaronse los Indios en la estancia de las ermitas, y partió Diego de Ordaz con sus dos soldados, trepando animosamente por los riscos, y poniendo muchas veces los pies donde estuvieron las manos: pero quando llegaron a poca distancia de la cumbre, sintieron que se movia la tierra con violentos y repetidos baybenes, y percibieron los bramidos horribles del volcan, que a breve rato disparó con mayor estruendo gran cantidad de fuego envuelto en humo y ceniza: y aunque subió derecho sin calentar lo transversal del ayre, se dilató despues en lo alto, y volvió sobre los tres una lluvia de ceniza tan espesa y tan encendida, que necesitaron de buscar su defensa en el cóncavo de una peña, donde faltó el aliento a los Españoles, y quisieron volverse; pero Diego de Ordaz viendo que cesaba el terremoto, que se mitigaba el estruendo, y salia menos denso el humo, los animó con adelantarse, y llegó intrepidamente a la boca del volcan, en cuyo fondo observó una gran masa de uego, que a parecer, hervia como matena líquida y resplandeciente; y reparó en el tamaño de la boca que ocupaba casi toda la cumbre, y tendria como un quarto de legua su circunferencia. Volvieron con esta noticia, y recibieron enhorabuenas de su hazaña, con grande asombro de los Indios, que redundó en mayor estimacion de los Españoles. Esta bizarria de Diego de Ordaz no pasó entonces de una curiosidad temeraria; pero el tiempo la hizo de conseqüencia, y todo servia en esta obra: pues hallandose despues el exército con falta de pólvora para la segunda entrada que se hizo por fuerza de armas en México, se acordó Cortés de los hervores de fuego líquido que se vieron en este volcan, y halló en él toda la cantidad que hubo menester de finisimo azufre para fabricar esta municion: con que se hizo recomendable y necesario el arrojamiento de Diego de Ordaz, y fue su noticia de tanto provecho en la conquista, que se la premió despues el Emperador con algunas mercedes, y ennobleció la misma faccion dandole por armas el volcan.

Veinte días se detuvieron los Españoles en Tlascála, parte por las visitas que ocurrieron de las naciones vecinas, y parte por el consuelo de los mismos naturales, tan bien hallados ya con los Españoles, que procuraban dilatar el plazo de su ausencia con varios festejos y regocijos publicos, bayles a su modo, y exercicios de sus agilidades. Señalado el dia para la jornada, se movió disputa sobre la eleccion del camino: inclinabase Cortés a ir por Cholúla, ciudad, como diximos, de gran poblacion, en cuyo distrito solian alojarse las tropas veteranas de Motezuma.

Contradecian esta resolucion los Tlascaltécas, aconsejando que se guiáse la marcha por Guajozingo, país abundante y seguro: porque los de Cholúla, sobre ser naturalmente sagaces y traidores, obedecian con miedo servil a Motezuma, siendo los vasallos de su mayor confianza y satisfaccion; a que añadian: Que aquella ciudad estaba reputada en todos sus contornos por tierra sagrada y religiosa, por tener dentro de sus muros mas de quatrocientos templos con unos dioses tan mal acondicionados, que asombraban el mundo con sus prodigios: por cuya razon no era seguro penetrar sus terminos, sin tener primero algunas señales de su beneplácito. Los Zempoales, menos supersticiosos ya con el trato de los Españoles, despreciaban estos prodigios; pero seguian la misma opinion, acordando y repitiendo los motivos que dieron en Zocothlán para desviar el exército de aquella ciudad.

Pero antes que se tomáse acuerdo en este punto, llegaron nuevos Embajadores de Motezuma con otro presente, y noticia de que ya estaba su Emperador reducido a dexarse visitar de los Españoles, dignandose de recibir gratamente la embajada que le trahian: y entre otras cosas que discurrieron concernientes al viage, dieron a entender que dexaban prevenido el alojamiento en Cholúla; con que se hizo necesario el empeño de ir por aquella ciudad; no porque se fiáse mucho de esta inopinada y repentina mudanza de Motezuma, ni dexáse de parecer intempestiva y sospechosa tanta facilidad sobre tanta resistencia; pero Hernan Cortés ponia gran cuidado en que no le viesen aquellos Mexicanos rezeloso, de cuyo temor se componia su mayor seguridad. Los Tlascaltécas del gobierno, quando supieron la proposicion de Motezuma, dieron por hecho el trato doble de Cholula, y volvieron a su instancia, temiendo con buena voluntad el peligro de sus amigos: y Magiscatzin, que tenia mayor afecto a los Españoles, y amaba particularmente a Cortés con inclinacion apasionada, le apretó mucho en que no fuese por aquella ciudad; pero él, que deseaba darle satisfaccion de lo que agradecía su cuidado, y estimaba su consejo, convocó luego a sus Capitanes, y en su presencia se propuso la duda, y se pesaron las razones que por una y otra parte ocurrían: cuya resolucion fue: Que ya no era posible dexar de admitir el alojamiento que proponian los Mexicanos, sin que pareciese rezelo anticipado; ni quando fuese cierta la sospecha, convenía pasar a mayor empeño, dexando la traycion a las espaldas; antes se debia ir a Cholúla para descubrír el ánimo de Motezuma, y dar nueva reputacion al exército con el castigo de sus asechanzas. Reduxose Magiscatzín al misnlo dictamen, venerando con docilidad el superior juicio de los Españoles. Pero sin apartarse del rezelo que le obligó a sentir lo contrario, pidió licencia para juntar las tropas de su República, y asistir a la defensa de sus amigos en un peligro tan evidente: que no era razon, que por ser ellos invencibles, quitasen a los Tlascaltécas la gloria de cumplir con su obligacion. Pero Hernan Cortés, aunque no dexaba de conocer el riesgo, ni le sonó mal este ofrecimiento, se detuvo en admitirle, porque le hacia disonancia el empezar tan presto a desfrutar los socorros de aquella gente recien pacificada: y asi le respondió agradeciendo mucho su atencion; y ultimamente le dixo: Que no era necesaria por entonces aquella prevencion; pero se lo dixo con floxedad, como quien deseaba que se hiciese, y no queria darlo a entender: especie de rehusar, que suele ser poco menos que pedir.

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