Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO QUINTO.

Hallanse nuevos indicios del trato doble de Cholúla: marcha el exército la vuelta de aquella ciudad, reforzado con algunas Capitanias de Tlascála.


Era cierto que Motezuma, sin resolverse a tomar las armas contra los Españoles, trataba de acabar con ellos, sirviendose del ardid, primero que de la fuerza. Tenianle de nuevo atemorizado las respuestas de sus oráculos: y el demonio, a quien embarazaba mucho la vecindad de los Christianos, le apretaba con horribles amenazas en que los apartáse de sí: unas veces enfurecia los sacerdotes y agoreros para que le irritasen y enfureciesen: otras se le aparecia, tomando la figura de sus ídolos, y le hablaba para introducir desde mas cerca el espíritu de la ira en su corazon; pero siempre le dexaba inclinado a la traicion y al engaño, sin proponerle que usase de su poder y de sus fuerzas. O no tendria permision para mayor violencia, o como nunca sabe aconsejar lo mejor, le retiraba los medios generosos, para envilecerle con lo mismo que le animaba. Por una parte le faltaba el valor para dexarse ver de aquella gente prodigiosa; y por otra le parecia despreciable y de corto número su exército para empeñar descubiertamente sus armas: y hallando pundonor en los engaños, trataba solo de apartarlos de Tlascála, donde no podia introducir las asechanzas, y llevarlos a Cholúla, donde las tenia ya dispuestas y prevenidas.

Reparó Hernan Cortés en que no venian los de aquel gobierno a visitarle, y comunico su reparo a los Embajadores Mexicanos, estrañando mucho la desatencion de los Caciques, a cuyo cargo estaba su alojamiento: pues no podian ignorar que le habian visitado con menos obligacion todas las poblaciones del contorno. Procuraron ellos disculpar a los de Cholúla, sin dexar de confesar su inadvertencia: y al parecer, solicitaron la emienda con algun aviso en diligencia; porque tardaron poco en venir de parte de la ciudad quatro Indios mal ataviados, gente de poca suposicion para Embajadores, segun el uso de aquellas naciones. Desacato que acriminaron los de Tlascála como nuevo indicio de su mala intencion: y Hernan Cortés no los quiso admitir; antes mandó que se volviesen luego, diciendo en presencia de los Mexicanos: Que sabian poco de urbanidad los Caciques de Cholúla, pues querian emendar un descuido con una descortesia.

Llegó el dia de la marcha; y por mas que los Españoles tomaron la mañana para formar su esquadron y el de los Zempoales, hallaron ya en el campo un exército de Tlascaltécas prevenido por el Senado a instancia de Magiscatzín, cuyos Cabos dixeron a Cortés: Que tenian orden de la República para servir debaxo de su mano, y seguir sus banderas en aquella jornada, no solo hasta Cholúla, sinó hasta México, donde consideraban el mayor peligro de su empresa. Estaba la gente puesta en orden; y aunque unida y apretada, segun el estilo de su milicia, ocupaba largo espacio de tierra; porque habian convocado todas las naciones de su confederacion, y hecho un esfuerzo extraordinario para la defensa de sus amigos, suponiendo que llegaría el caso de afrontarse con las huestes de Motezuma. Distinguianse las Capitanias por el color de los penachos, y por la diferencia de las insignias, aguilas, leones y otros animales feroces levantados en alto, que no sin presuncion de geroglíficos o empresas contenian significacion, y acordaban a los soldados la gloria militar de su nacion. Algunos de nuestros escritores se alargan a decir que constaba todo el grueso de cien mil hombres armados: otros andan mas detenidos en lo verisímil; pero con el número menor queda grande la accion de los Tlascaltécas, digna verdaderamente de ponderacion por la substancia y por el modo. Agradeció Cortés con palabras de todo encarecimiento esta demostracion: y necesitó de alguna porfia para reducirlos a que no convenia que le siguiese tanta gente quando iba de paz; pero lo consiguió finalmente, dexandolos satisfechos con permitir que le siguiesen algunas Capitanias con sus Cabos, y quedáse reservado el grueso para marchar en su socorro, si lo pidiese la necesidad. Nuestro Bernal Diaz escribe que llevó consigo dos mil Tlascaltécas. Antonio de Herrera dice tres mil; pero el mismo Hernan Cortés confiesa en sus relaciones que llevó seis mil; y no cuidaba tan poco de su gloria, que supondria mayor número de gente, para dexar menos admirable su resolucion.

Puesta en orden la marcha ... Pero no pasemos en silencio una novedad que merece reflexion, y pertenece a este lugar. Quedó en Tlascála, quando salieron los Españoles de aquella ciudad, una cruz de madera, fixa en un lugar eminente y descubierto, que se colocó de comun consentimiento el dia de la entrada: y Hernan Cortés no quiso que se deshiciese, por mas que se tratasen como culpas los excesos de su piedad, antes encargó a los Caciques su veneracion; pero debia de ser necesaria mayor recomendacion para que duráse con seguridad entre aquellos Infieles: porque apenas se apartaron de la ciudad los Christianos, quando a vista de los Indios baxó del cielo una prodigiosa nube a cuidar de su defensa. Era de agradable y exquisita blancura, y fue descendiendo por la region del ayre, hasta que dilatada en forma de coluna se detuvo perpendicularmente sobre la misma cruz, donde perseveró mas o menos distinta (maravillosa providencia) tres o quatro años que se dilató por varios accidentes la conversion de aquella provincia. Salia de la nube un género de resplandor mitigado, que infundia veneracion, y no se dexaba mezclar entre las tinieblas de la noche. Los Indios se atemorizaban al principio, conociendo el prodigio, sin discurrir en el misterio; pero despues consideraron mejor aquella novedad, y perdieron el miedo sin menoscabo de la admiracion. Decian Publicamente que aquella santa señal encerraba dentro de sí alguna Deidad, y que no en vano la veneraban tanto sus amigos los Españoles: procuraban imitarlos, doblando la rodilla en su presencia, y acudian a ella con sus necesidades, sin acordarse de los ídolos, o freqüentando menos sus adoratorios: cuya devocion (si asi se puede llamar aquel género de afecto que sentían como influencia de causa no conocida) fue creciendo con tanto fervor de nobles y plebeyos, que los sacerdotes y agoreros entraron en zelos de su religion, y procuraron diversas veces arrancar y hacer pedazos la cruz; pero sIempre volvian escarmentados, sin atreverse a decir lo que les sucedia, por no desautorizarse con el pueblo. Asi lo refieren Autores fidedignos, y asi cuidaba el cielo de ir disponiendo aquellos animos para que recibiesen despues con menos resistencia el Evangelio: como el labrador, que antes de repartir la semilla, facilita su produccion con el primer beneficio de la tierra.

No se ofreció novedad en la primera marcha; porque ya no lo era el concurso innumerable de los Indios que salian a los caminos, ni aquellos alaridos que pasaban por aclamaciones. Caminaronse quatro leguas de las cinco que distaba entonces Cholúla de la antigua Tlascála: y pareció hacer alto cerca de un rio de apacible ribera, por no entrar con la noche a los ojos en lugar de tanta poblacion. Poco despues que se asentó el quartel, y distribuyeron las órdenes convenientes a su defensa y seguridad, llegaron segundos Embajadores de aquella ciudad, gente de mas porte, y mejor adornada. Trahian un regalo de vituallas diferentes, y dieron su embajada con grande aparato de reverencias, que se reduxo a disculpar la tardanza de sus Caciques, con pretexto de que no podian entrar en Tlascála, siendo sus enemigos los de el aquella nacion; ofrecer el alojamiento que tenia prevenido su ciudad; y ponderar el regocijo con que celebraban sus ciudadanos la dicha de merecer unos huespedes tan aplaudidos por sus hazañas, y tan amables por su benignidad: dicho uno y otro con palabras, al parecer, sencillas, o que trahian bien desfigurado el artificio. Hernan Cortés admitió gratamente la disculpa y el regalo, cuidando tambien de que no se conociese afectacion en su seguridad: y el dia siguiente, poco despues de amanecer, se continuó la marcha con la misma orden, y no sin algun cuidado, que obligó a mayor vigilancia: porque tardaba el recibimiento de la ciudad, y no dexaba de hacer ruido este reparo entre los demás indicios. Pero al llegar el exército cerca de la poblacion, prevenidas ya las armas para el combate, se dexaron ver los Caciques y sacerdotes con numeroso acompañamiento de gente desarmada. Mandó Cortés que se hiciese alto para recibirlos; y ellos cumplieron con su funcion tan reverentes y regocijados, que no dexaron que rezelar por entonces al cuidado con que se observaban sus acciones y movimientos; pero al reconocer el grueso de los Tlascaltécas que venía en la retaguardia, torcieron el semblante, y se levanto entre los mas principales del recibimiento un rumor desagradable, que volvió a despertar el rezelo en los Españoles. Dióse orden a Doña Marina para que averiguáse la causa de aquella novedad; y por su medio respondieron: Que los de Tlascála no podian entrar con armas en su ciudad, siendo enemigos de su nacion, y rebeldes a su Rey. Instaban en que se detuviesen, y retirasen luego a su tierra como estorvos de la paz que se venía publicando, y representaban sus inconvenientes sin alterarse ni descomponerse, firmes en que no era posible; pero contenida la determinacion en los límites del ruego.

Hallóse Cortés algo embarazado con esta demanda, que parecia justificada, y podia ser poco segura: procuró sosegados con esperanzas de algun temperamento, que mediáse aquella diferencia; y comunicando brevemente la materia con sus Capitanes, pareció que sería bien proponer a los Tlascaltécas que se alojasen fuera de la ciudad, hasta que se penetráse la intencion de aquellos Caciques, o se volviese a la marcha. Fueron con esta proposicion, que, al parecer, tenia su dureza, los Capitanes Pedro de Alvarado y Christoval de Olid, y la hicieron, valiendose igualmente de la persuasion y de la autoridad, como quien llevaba la orden, y obligaba con dar la razon. Pero ellos anduvieron tan atentos, que atajaron la instancia, diciendo: Que no venian a disputar, sinó a obedecer, y que tratarian luego de abarracarse fuera de la poblacion en parage donde pudiesen acudir prontamente a la defensa de sus amigos, ya que se querian aventurar contra toda razon, fiandose de aquellos traidores. Comunicóse luego este partido con los de Cholúla, y le abrazaron tambien con facilidad, quedando ambas naciones no solo satisfechas, sino con algun género de vanidad, hecha de su misma oposicion: los unos, porque se persuadieron a que vencian, dexando poco ayrosos y desacomodados a sus enemigos; y los otros, porque se dieron a entender que el no admitirlos en su ciudad era lo mismo que temerlos. Asi equivóca la imaginacion de los hombres la esencia y el color de las cosas, que ordinariamente se estiman como se aprenden, y se aprenden como se desean.

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