Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO SEXTO.

Discursos y prevenciones de Hernan Cortés en orden a excusar el rompimiento: introduce tratados de paz, no los admite Narbáez; antes publica la guerra, y prende al Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon.

De todas estas particularidades iba teniendo Hernan Cortés freqüentes avisos, que hicieron evidencia su rezelo; y poco despues supo que habia tomado tierra Pámphilo de Narbáez, y marchaba con su exército en orden la vuelta de Zempoala. Padeció mucho aquellos dias con su mismo discurso: vario en los medios, y perspicaz en los inconvenientes. No hallaba partido en que no quedáse mal satisfecho su cuidado. Buscar a Narbáez en la campaña con fuerzas tan desiguales era temeridad, particularmente quando se hallaba obligado a dexar en México parte de su gente, para cubrir el quartel, defender el tesoro adquirido, y conservar aquel género de guardia en que se dexaba estar Motezuma. Esperar a su enemigo en la ciudad, era revolver los humores sediciosos, de que adolescian ya los Mexicanos, darles ocasion para que se armasen con pretexto de la propia defensa, y tener otro peligro a las espaldas. Introducir pláticas de paz con Narbáez, y solicitar la union de aquellas fuerzas, siendo lo mas conveniente, le pareció lo mas dificultoso, por conocer la dureza de su condicion, y no hallar camino de reducirle, aunque se rindiese a rogarle con su amistad; a que no se determinaba, por ser el ruego poco feliz con los porfiados, y en proposiciones de paz desayrado medianero. Poniasele delante la perdicion total de su conquista: el malogro de aquellos grandes principios, la causa de la Religion desatendida, el servicio del Rey atropellado; y era su mayor congoja el hallarse obligado a fingir seguridad y desahogo, trayendo en el rostro la quietud, y dexando en el pecho la tempestad.

A Motezuma decia que aquellos Españoles eran vasallos de su Rey, que traherian segunda embajada, en prosecucion de la primera: que venian con exercito por costumbre de su Nacion: que procuraria disponer que se volviesen, y se volveria con ellos, pues se hallaba ya despachado, sin que hubiese dexado su grandeza que desear a los que venian de nuevo con la misma proposicion. A sus soldados animaba con varios presupuestos, cuya falencia conocia. Deciales que Narbáez era su amigo, y hombre de tantas obligaciones, y de fan buena capacidad, que no dexaria de inclinarse a la razon, anteponiendo el servicio de Dios y del Rey a los interéses de un particular: que Diego Velazquez habia despoblado la Isla de Cuba, para disponer su venganza, y a su parecer, les enviaba un socorro de gente con que proseguir su conquista; porque no desconfiaba de que se hiciesen compañeros los que venian como enemigos. Con sus Capitanes andaba menos recatado: comunicabales parte de sus rezelos: discurria como de prevencion en los accidentes que se podian ofrecer: ponderaba la poca milicia de Narbáez, la mala calidad de su gente, la injusticia de su causa y otros motivos de consuelo, en que trabajaba tambien su disimulacion, dandoles en la verdad mas esperanzas que tenia.

Pidióles finalmente su parecer, como lo acostumbraba en casos de semejante conseqüencia, y disponiendo que le aconsejasen lo que tenia por mejor, resolvió tentar primero el camino de la paz, y hacer tales partidos a Narbáez, que no se pudiese negar a ellos, sin cargar sobre sí los inconvenientes del rompimiento. Pero al mismo tiempo hizo algunas prevenciones para cumplir con su actividad. Avisó a sus a amigos los de Tlascála que le tuviesen prontos hasta seis mil hombres de guerra para una faccion en que sería posible averlos menester. Ordenó al cabo de tres ó quatro soldados Españoles, que andaban en la provincia de Chinantlá descubriendo las minas de aquel parage, que procurase disponer con los Caciques una leva de otros dos mil hombres, y que los tuviese prevenidos para marchar con ellos al primer aviso. Eran los Chinantécas enemigos de los Mexicanos, y se habian declarado con grande afecto por los Españoles, y enviado secretamente a dar la obediencia: gente valerosa y guerrera, que le pareció tambien a propósito para reforzar su exército: y acordandose de haber oido alabar las picas, o lanzas de que usaban en sus guerras, por ser de vara consistente, y de mayor alcance que las nuestras, dispuso que le traxesen luego trescientas para repartirlas entre sus soldados, y las hizo armar con puntas de cobre templado, que suplia bastantemente la falta del hierro: prevencion que adelantó a las demás, porque le daba cuidado la caballería de Narbáez, y porque hubiese tiempo de imponer en el manejo de ellas a los Españoles.

Llegó entretanto Pedro de Solís con los presos que remitía Gonzalo de Sandoval: avisó á Cortés, y esperó su orden antes de entrar en la laguna. Pero él, que ya los aguardaba por la noticia que vino delante, salió a recibirlos con mas que ordinario acompañamiento. Mandó que les quitasen las prisiones. Abrazólos con grande humanidad, y al Licenciado Guevara primera y segunda vez con mayor agasajo. Dixole: Que castigaria a Gonzalo de Sandoval la desatencion de no respetar como debia su persona y dignidad. Llevóle a su quarto, dióle su mesa, y le significó algunas veces con bien adornada exterioridad, Quánto celebraba la dicha de tener á Pámphilo de Narbáez en aquella tierra, por lo que se prometia de su amistad, y antiguas obligaciones. Cuidó de que anduviesen delante de él alegres y animosos los Españoles. Pusole donde viese los favores que le hacia Motezuma, y la veneracion con que le trataban los Príncipes Mexicanos. Dióle algunas joyas de valor, con que iba quebrantando los ímpetus de su natural. Hizo lo mismo con sus compañeros; y sin darles a entender que necesitaba de sus oficios para suavizar a Narbáez, los despachó dentro de quatro dias, inclinados a su razon, y cautivos de su liberalidad.

Hecha esta primorosa diligencia, y dexando al tiempo lo que podria fructificar, resolvió enviar persona de satisfaccion que propusiese a Narbáez los medios que parecian practicables, y eran convenientes. Eligió para esta negociacion al Padre Fray Bartolomé de Olmedo, en quien concurrían con ventajas conocidas la eloqüencia y la autoridad. Abrevió quanto fue posible su despacho, y le dió cartas para Narbáez, para el Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, y para el Secretario Andres de Duero, con diferentes joyas que repartiese conforme al dictamen de su prudencia. Era la importancia de la paz el argumento de las cartas, y en la de Narbáez, Le daba la bien venida con palabras de toda estimacion: y despues de de acordarle su amistad y confianza, le informaba el estado en que tenia su conquista, descubriendole por mayor las provincias que habia sujetado, la sagacidad y valentia de sus naturales, el poder y grandezas de Motezuma; no tanto para encarecer su hazaña, como para traherle al conocimiento de lo que importaba que se uniesen ambos exércitos a perficionar la empresa. Dabale a entender, Quánto se debia rezelar que los Mexicanos, gente advertida y belicosa, llegasen a conocer discordia entre los Españoles, porque sabrian aprovecharse de la ocasion, y destruir ambos partidos para sacudir el yugo forastero. Y ultimamente le decia: que para excusar lances y disputas, convendria que sin mas dilacion le hiciese notorias las órdenes que llevaba: porque si eran del Rey, estaba pronto a obedecerlas, dexando en sus manos el baston y el exército de su cargo; pero si eran de Diego Velazquez, debian ambos considerar con igual atencion lo que aventuraban: porque a vista de una dependencia en que se interponia la causa del Rey, hacian poco vulto las pretensiones de un vasallo, que se podrian ajustar a menos costa: siendo su ánimo satisfacerle todo el gasto de su primer avio, y partir con él, no solamente las riquezas, sinó la misma gloria de la conquista. En este sentir concluyó su carta: y pareciendole que se habia detenido mucho en el deseo de la paz, añadió en el fin algunas cláusulas briosas, dandole á entender, Que no se valia de la razon porque le faltasen las manos; y que de la misma suerte que sabía ponderada, sabría defenderla.

Tenia Pámphilo de Narbáez asentado su quartel, y alojado su exército en Zempoala: y el Cacique gordo anduvo muy solícito en el agasajo de aquellos Españoles, creyendo que venian de socorro a su amigo Hernan Cortés; pero tardó poco en desengañarse, porque no hallaba en ellos el estilo a que le tenian enseñado los primeros: y aunque no trahian lengua para darse a entender, hablaban las demostraciones, y los diferenciaba el proceder. Reconoció en Narbáez un género de imperiosa desazon que le puso en cuidado: y no le quedó que dudar, quando víó que le quitaba contra su voluntad todas las alhajas y joyas que habia dexado en su casa Hernan Cortés. Los soldados, a quien servia de licencia el exemplo de su Capitan, trataban a sus huespedes como enemigos, y executaba la extorsion lo que mandaba la codicia.

Llegó el Licenciado Guevara, y refirió los sucesos de su jornada, las grandezas de México, quan bien recibido estaba Hernan Cortés en aquella corte: lo que le amaba Motezuma, y respetaban sus vasallos: encareció la humanidad y cortesia con que le habia recibido y hospedado: empezó a discurrir en lo que deseaba que no se llegáse a conocer discordia entre los Españoles, inclinandose al ajustamiento; y no pudo proseguir, porque le atajó Narbáez, diciendole que se volviese a México, si le hacian tanta fuerza los artificios de Cortés, y le arrojó de su presencia con desabrimiento. Pero el Clérigo y sus compañeros buscaron nuevo auditorio, pasando con aquellas noticias, y con aquellas dádivas a los corrillos de los soldados, y se logró, en lo que mas importaba, la diligencia de Cortés: porque algunos se inclinaron a su razon; otros a su liberalidad: quedando todos aficionados a la paz, y llegando los mas a tener por sospechosa la dureza de Narbáez.

Poco despues vino el Padre Fray Bartolomé de de Olmedo, y halló en Pámphilo de Narbáez mas entereza que agasajo. Puso en sus manos la carta: leyóla por cumplimiento; y con señas de hombre que se reprimia, se dispuso a escucharle, dando a entender que sufria la embajada por el Embajador. Fue la oracion del Religioso eloqüente y substancial: Acordó en el exórdio las obligaciones de su profesion, para introducirse a medianero desinteresado en aquellas diferencias: procuró sincerar el ánimo de Cortés, como testigo de vista obligado a la verdad. Asentó, que por su parte sería facil de conseguir quanto se le propusiese razonable y conveniente: ponderó lo que se aventuraba en la desunion de los Españoles: quánto adelantaria Diego Velazquez su derecho, si cooperáse con aquellas armas a la perfeccion de la conquista; y añadió: que teniendolas él a su disposicion, debia medir el uso de ellas con el estado presente de las cosas: punto que vendria presupuesto en su instruccion, pues se dexaba siempre a la prudencia de los Capitanes el arbitrio de los medios con que se habia de asegurar el fin pretendido; y ellos estaban obligados á obrar segun el tiempo y sus accidentes, para no destruir con la execucion el intento de las órdenes.

La respuesta de Narbáez fue precipitada y descompuesta: Que no era decente a Diego Velazquez el pactar con un súbdito rebelde, cuyo castigo era el primer negocio de aquel exército: que mandaria luego declarar por traidores a quantos le siguiesen: y que trahia bastantes fuerzas para quitarle de las manos la conquista, sin necesitar de advertencias presumidas, o consejos de culpados, que se valian para persuadirle de la razon con que se hallaban para temerle. Replicóle Fray Bartolomé sin dexar su moderacion: Que miráse bien lo que determinaba, porque antes de llegar a México habia provincias enteras de Indios guerreros, amigos de Cortés que tomarian las armas en su defensa: y que no era tan facil como pensaba el atropellarle, porque sus españoles estaban arrestados a perderse con él, y tenia de su parte a Motezuma, Príncipe de tantas fuerzas, que podria juntar un exército para cada uno de sus soldados: y ultimamente, que una materia de aquella calidad, no era para resuelta de la primera vez: que la discurriese con segunda reflexlon, y él volveria por la respuesta. Con lo qual se despidió, dexando en sus oidos este género de animosidad, que le pareció necesaria para mitigar aquella confianza de sus fuerzas, en que consistía la mayor vehemencia de su obstinacion.

Pasó luego a executar las otras diligencias de su instruccion. Visitó al Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, y al Secretario Andres de Duero, que alabaron su zelo, aprobando lo que propuso a Narbáez, y ofreciendo asistir a su despacho con todos los medios posibles para que se consiguiese la paz que tanto convenia. Dexóse ver de los Capitanes y soldados que conocia: publicó su comision: procuró acreditar la intencion de Cortés: hizo desear el ajustamiento: repartió con buena eleccion sus joyas y sus ofertas: y pudo esperar que se formáse partido a favor de Cortés, o por lo menos a favor de la paz, si Pámphilo de Narbáez, que tuvo noticia de estas pláticas, no le hubiera estrechado a que no las prosiguiese. Mandóle venir a su presencia, y a grandes voces le atropelló con injurias y amenazas. Llamóle amotinador y sedicioso: calificó por especie de traicion el andar sembrando entre su gente las alabanzas de Cortés: y estuvo resuelto a prenderle, como se hubiera executado, sinó se interpusiera el Secretario Andres de Duero, a cuya instancia corrigió su dictamen, ordenando que saliese luego de Zempoala.

Pero el Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, que llego advertidamente a la sazon, fue de sentir que se debia convocar antes una junta en que se hallasen todos los Cabos del exército, para que se discurriese con mayor acuerdo la respuesta que se había de dar a Hernan Cortés, puesto que se mostraba inclinado a la paz, y no parecia dificultoso que se llegáse a poner en términos proporcionados y decentes: a cuya proposicion se inclinaban algunos de los Capitanes que se hallaron presentes; pero Narbáez la oyó con un género de impaciencia, que tocaba en desprecio: y para responder de una vez al Oidor y al Religioso, mandó publicar a sus oidos con voz de pregonero la guerra contra Hernan Cortés a sangre y fuego, declarandole por traidor al Rey, señalando talla para quien le prendiese ó matáse, y dando las órdenes para que se previniese la marcha del exercito.

No pudo, ni debió aquel Ministro sufrir, ó tolerar semejante desacato, ni dexar de ocurrir al remedio con su autoridad. Mandó que cesasen los pregones: hizole notificar, Que no se moviese de Zempoala, pena de la vida, ni usáse de aquellas armas sin acuerdo y parecer de todo el exército. Ordenó a los Capitanes y soldados que no le obedeciesen, y duró en sus protestas y requerimientos con tanta resolucion, que Narbáez, ciego ya de cólera, y perdido el respeto a su persona y representacion, le hizo prender ignominiosamente, y dispuso que le llevasen luego a la Isla de Cuba en uno de sus baxeles: de cuya execucion volvió escandalizado el Padre Fray Bartolomé de Olmedo sin otra respuesta: y lo quedaron tanto sus mismos Capitanes y soldados, que los de mayor discurso, viendo prender a un Ministro de aquella suposicion, se hallaron obligados a mirar con alguna cautela por el servicio del Rey; y los de menos punto, con bastante materia para la murmuracion, y el desafecto a su Capitan: mejorandose con este atrevimiento de Narbáez la causa de Cortés en la inclinacion de los soldados, y sirviendole como diligencias suyas los mismos desaciertos de su enemigo.

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