Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO SÉPTIMO.

Castígase la traicion de Cholúla: vuelvese a reducir y pacificar la ciudad, y se hacen amigos lo de esta nacion con los Tlascaltécas.


Fueron llegando con el dia los Indios de carga que se habian pedido, y algunos bastimentos, prevenido uno y otro con engañosa puntualidad. Vinieron despues en tropas deshiladas los Indios armados, que con pretexto de acompañar la marcha trahian su contraseña para embestir por la retaguardia, quando llegase la ocasion: en cuyo numero no anduvieron escasos los Caciques; antes dieron otro indicio de su intencion, enviando mas gente que se les pedia. Pero Hernan Cortés los hizo dividir en los patios del alojamiento, donde los aseguró mañosamente, dandoles a entender que necesitaba de aquella separacion para ir formando los esquadrones a su modo. Puso luego en orden sus soldados, bien instruidos en lo que debian executar; y montando a caballo con los que le habian de seguir en la faccion, hizo llamar a los Caciques para justificar con ellos su determinacion: de los quales vinieron algunos, y otros se excusaron. Dixoles en voz alta, y Doña Marina se lo interpretó con igual vehemencia: Que ya estaba descubierta su traicion, y resuelto su castigo: de cuyo rigor conocerian quanto les convenia la paz que trataban de romper alevosamente. Y apenas empezó a protestarles el daño que recibiesen, quando ellos se retiraron a incorporarse con sus tropas, huyendo en mas que ordinaria diligencia, y rompiendo la guerra con algunas injurias y amenazas, que se dexaron oir desde lejos. Mandó entonces Hernan Cortés que cerrase la infantería con los Indios naturales que tenia divididos en los patios: y aunque fueron hallados con las armas prevenidas para executar su traicion, y trataron de unirse para defenderse, quedaron rotos y deshechos con poca dificultad, escapando solamente con la vida los que pudieron esconderse, o se arrojaron por las paredes, sirviendose de su ligereza, y de sus mismas lanzas para saltar de la otra parte.

Aseguradas las espaldas con el estrago de aquellos enemigos encubiertos, se hizo la seña para que se moviesen los Tlascaltécas: avanzó poco a poco el exército por la calle principal, dexando en el quartel la ex guardia que pareció necesaria. Echaronse delante algunos de los Zempoáles, que fuesen descubriendo las zanjas, porque no peligrasen los caballos. No estaban descuidados entonces los de Cholúla: que hallandose ya empeñados en la guerra descubierta, convocaron el resto de los Mexicanos, y unidos en una gran plaza, donde habia tres o quatro adoratorios, pusieron en lo alto de sus atrios y torres parte de su gente, y los demás se dividieron en diferentes esquadrones para cerrar con los Españoles. Pero al mismo tiempo que desembocó en la plaza el exército de Cortés, y se dió de una parte y otra la primera carga, cerró por la retaguardia con los enemigos el trozo de Tlascála, cuyo inopinado accidente los puso en tanto pavor y desconcierto, que ni pudieron huir, ni supieron defenderse; y solo se hallaba mas embarazo que oposicion en algunas tropas descaminadas, que andaban de un peligro en otro con poca o ninguna eleccion: gente sin consejo, que acometia para escapar, y las mas veces daban el pecho, sin acordarse de las manos. Murieron muchos en este género de combates repetidos; pero el mayor número escapó a los adoratorios, en cuyas gradas y terrados se descubrió una multitud de hombres armados, que ocupaban, mas que guarnecian, las eminencias de aquellos grandes edificios. Encargaronse de su defensa los Mexicanos; pero se hallaban ya tan embarazados y oprimidos, que apenas pudieron revolverse para dar algunas flechas al viento.

Acercóse con su exército Hernan Cortés al mayor de los adoratorios, y mandó a sus intérpretes, que levantando la voz, ofreciesen buen pasage a los que voluntariamente baxasen a rendirse: cuya diligencia se repitió con segundo y tercer requerimiento; y viendo que ninguno se movia, ordenó que se pusiese fuego a los torreones del mismo adoratorio: lo qual asientan que llegó a executarse, y que perecieron muchos al rigor del incendio y la ruina. No parece facil que se pudiese introducir la llama en aquellos altos edificios, sin abrir primero el paso de las gradas; si ya no lo consiguió Hernan Cortés, valiendose de las flechas encendidas con que arrojaban los Indios a larga distancia sus fuegos artificiales. Pero nada bastó para desalojar al enemigo, hasta que se abrevió el asalto por el camino que abrió la artillería; y se observó dignamente, que solo uno de tantos como fueron deshechos en este adoratorio se rindió voluntariamente a la merced de los Españoles. ¡Notable seña de su obstinacion!

Hizose la misma diligencia en los demás adoratorios, y despues se corrió la ciudad, que a breve rato quedó enteramente despoblada, y cesó la guerra por falta de enemigos. Los Tlascaltécas se desmandaron con algun exceso en el pillage, y costó su dificultad el recogerlos: hicieron muchos prisioneros: cargaron de ropas y mercaderías de valor; y particularmente se cebaron en los almacenes de la sal, de cuya provision remitieron luego algunas cargas a su ciudad, atendiendo a la necesidad de su patria en el mismo calor de su codicia. Quedaron muertos en las calles, templos y casas fuertes mas de seis mil hombres entre naturales y Mexicanos. Faccion bien ordenada, y conseguida sin alguna pérdida de los nuestros, que en la verdad tuvo mas de castigo que de victoria.

Retiróse luego Hernan Cortés a su alojamiento con los Españoles y Zempoales: y señalando quartel dentro de la ciudad a los Tlascaltécas, trató de que fuesen puestos en libertad todos los prisioneros de ambas naciones, cuyo numero se componia de la gente mas principal, que se iba reservando como presa de mas estimacion. Llamólos primero a su presencia: y mandando que saliesen tambien de su retiro los sacerdotes, la India que descubrió el trato, y los Embajadores de Motezuma, hizo a todos un breve razonamiento, doliendose de que le hubiesen obligado los vecinos de aquella ciudad a tan severa demostracion; y despues de ponderar el delito, y de asegurar a todos que ya estaba desenojado y satisfecho, mandó pregonar el perdon general de lo pasado, sin excepcion de personas; y pidió con agradable resolucion a los Caciques, que tratasen de que se volviese a poblar su ciudad, recogiendo los fugitivos, y asegurando a los temerosos.

No acababan ellos de creer su libertad, enseñados al rigor con que solían tratar a sus prisioneros; y besando la tierra en demostracion de su agradecimiento, se ofrecieron con humilde solicitud a la execucion de esta orden. Los Embajadores procuraron disimular su confusion, aplaudiendo el suceso de aquel dia: y Hernan Cortés se congratuló con ellos, dexandose llevar de su disimulacion para mantenerlos en buena fé, y afirmarse con nuevas exterioridades en la política de interesar a Motezuma en el castigo de sus mismos estratagemas. Volvióse a poblar brevemente la ciudad, porque la demostracion de poner en libertad a los Caciques y sacerdotes con tanta prontitud, y lo que ponderaron ellos esta clemencia de los Españoles sobre tan justa provocacion, bastó para que se aseguráse la gente que andaba derramada por los lugares del contorno. Restituyeronse luego a sus casas los vecinos con sus familias: abrieronse las tiendas, manifestaronse las mercaderias, y el tumulto se convirtió de una vez en obediencia y seguridad. Accion en que no se conoció tanto la natural facilidad con que se movian aquellos Indios de un extremo a otro, como el gran concepto en que tenian a los Españoles: pues hallaron en la misma justificacion de su castigo toda la razon que hubieron menester para fiarse de su emienda.

El dia siguiente a la faccion llegó Xicotencál con un exército de veinte mil hombres, que al primer aviso de los suyos remitió la República de Tlascála para el socorro de los Españoles. Tenian prevenidas sus tropas rezelando el suceso, y en todo se iban experimentando las atenciones de aquella nacion. Hicieron alto fuera de la ciudad, y Hernan Cortés los visitó y regaló con toda estimacion de su fineza; pero los reduxo a que se volviesen, diciendo a Xicotencál y a sus Capitanes: Que ya no era necesaria su asistencia para la reduccion de Cholúla, y que hallandose con resolucion de marchar brevemente la vuelta de México, no le convenia despertar la resistencia de Motezuma, o provocarle a que rompiese la guerra, introduciendo en su dominio un grueso tan numeroso de Tlascaltécas enemigos descubiertos de los Mexicanos. A cuya razon no tuvieron que replicar; antes la conocieron y confesaron con ingenuidad, ofreciendo tener prevenidas sus tropas, y acudir al socorro siempre que lo pidiese la necesidad.

Trató Cortés, primero que se retirasen, de hacer amigas aquellas dos naciones de Tlascála y Cholúla: introduxo la plática, desvió las dificultades; y como tenia ya tan asentada su autoridad con ambas parcialidades, lo consiguió en breves dias, y se celebró acto de confederacion y alianza entre las dos ciudades y sus distritos con asistencia de sus Magistrados, y con las solemnidades y ceremonias de su costumbre: cuerda mediacion, a que le obligaria la conveniencia de abrir el paso a los de Tlascála, para que pudiesen subministrar con mayor facilidad los socorros de que necesitáse, o no dexar aquel estorvo en su retirada, si el suceso no respondiese favorablemente a su esperanza.

Asi pasó el castigo de Cholúla, tan ponderado en los libros estrageros y en alguno de los naturales, que consiguió por este medio el aplauso miserable de verse citado contra su nacion. Ponen esta faccion entre las atrocidades que refieren de los Españoles en las Indias, de cuyo encarecimiento se valen para desaprobar, o satirizar la conquista. Quieren dar al impulso de la codicia, y a la sed del oro toda la gloria de lo que obraron nuestras armas, sin acordarse de que abrieron el paso a la Religion, concurriendo en sus operaciones con especial asistencia el brazo de Dios. Lastimanse mucho de los Indios, tratandolos como gente indefensa y sencilla, para que sobresalga lo que padecieron: maligna compasion, hija del odio y de la envidia. No necesita el caso de Cholúla de mas defensa que su misma narracion. En él se conoce la malicia de aquellos bárbaros, cómo se sabian aprovechar de la fuerza y del engaño, y quan justamente fue castigada su alevosía: y de él se puede colegir quan apasionadamente se refieren otros casos de horrible inhumanidad, ponderados con la misma afectacion. No dexamos de conocer que se vieron en algunas partes de las Indias acciones dignas de reprehension, obradas con queja de la piedad y de la razon; pero ¿en quál empresa justa o santa se dexaron de perdonar algunos inconvenientes? ¿De quál exército bien disciplinado se pudieron desterrar enteramente los abusos y desórdenes, que llama el mundo licencias militares? ¿Y qué tienen que ver estos inconvenientes menores con el acierto principal de la conquista? No pueden negar los émulos de la nacion Española, que resultó de este principio, y se consiguió con estos instrumentos la conversion de aquella gentilidad, y el verse hoy restituida tanta parte del mundo a su Criador. Querer que no fuese del agrado de Dios, y de su altisima ordenacion la conquista de las Indias, por este o aquel delito de los Conquistadores, es equivocar la substancia con los accidentes: que hasta en la obra inefable de nuestra Redencion se presupuso como necesaria para la salud universal la malicia de aquellos pecadores permitidos, que ayudaron a labrar el mayor remedio con la mayor iniquidad. Puedense conocer los fines de Dios en algunas disposiciones, que trahen consigo las señales de su providencia; pero la proporcion, o congruencia de los medios por donde se encaminan, es punto reservado a su eterna sabiduría, y tan escondido a la prudencia humana, que se deben oir con desprecio estos juicios apasionados, cuyas sutilezas quieren parecer valentias del entendimiento, siendo en la verdad atrevimientos de la ignorancia.

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