Índice de Vida de los doce Césares de Suetonio | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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VESPASIANO
Segunda parte
XI
No encontrando represión en ninguna parte, el lujo y el desorden habían hecho rápidos progresos. véspasiano hizo que el Senado decretase que toda mujer que tuviera relaciones con esclavo de otro sería considerada esclava; y que los usureros que prestasen a hijos de familia, no podrlan en ningún caso exigir el pago de sus créditos, ni siquiera después de la muerte de los padres.
XII
En todo lo demás mostró moderación y clemencia desde el principio hasta el fin de su reinado. Jamás ocultólo bajo de su origen; frecuentemente hasta se vanaglorió de ello, y ridiculizó a algunos aduladores que querían hacer remontar el origen de la casa Flavia a los fundadores de Reata, y hasta a cierto compañero de Hércules, del que se ve un monumento en la vía Salaría. Tenía tan poca afición a todo lo que se refiere a la pompa exterior, que el día de su triunfo, fatigado por la lentitud de la marcha, y cansado de lá ceremonia, no pudo menos de decir que era justo su castigo por haber deseado neciamente, a su edad, el triunfo, como si aquel honor correspondiese a su nacimiento, o como si hubiese podido esperarle alguna vez. Solamente mucho más adelante consintió en aceptar el poder tribunicio y el título de Padre de la patria. En cuanto a la costumbre de registrar a los que iban a visitar al emperador, la había suprimido desde el tiempo mismo de la guerra civil.
XIII
Soportaba con suma paciencia la franqueza de sus amigos, los atrevidos apóstrofes de los abogados, y los denuestos de los filósofos. Licinio Muciano, cuyas infantes costumbres eran harto conocidas, pero a quien habían enorgullecido sus servicios, le mostraba muy poco respeto; el emperador nunca le reprendió más que en particular; y cuando hablaba de Licinio con alguno de sus amigos comunes, se contentaba con decir: Yo al menos soy hombre. Felicitó a Salvio Liberal por haberse atrevido a exclamar en la defensa de un rico cliente: ¿Qué importa a César que Hiparco posea cien millones de sestercios? Un día encontró sentado a su paso, a Demetrio el Cínico, al que acababan de condenar los jueces, y éste, en vez de levantarse a su presencia, o de saludarle, comenzó a refunfuñar no sé qué injurias; el emperador se contentó con llamarle perro.
XIV
No tenía memoria ni resentimiento para las ofensas y enemistades. Casó espléndidamente a la hija de Vitelio, su enemigo, la dotó y le hizo magníficos regalos. En tiempos de Nerón, en la época en que le estaba prohibida la entrada en la Corte, un ujier de palacio, a quien preguntaba temblando qué haría o a dónde iría en adelante, le contestó, poniéndole en la puerta: Vete a Morbovia. Cuando después se presentó este hombre a pedirle perdón, le dió, sobre poco más o menos, la misma contestación, y se creyó bastante vengado. Incapaz de sacrificar a nadie a sus temores o sospechas, hizo cónsul a Mecio Pompusiano, de quien sus amigos le habían aconsejado desconfiar, porque, según decían, su horóscopo le llamaba al Imperio, asegurando que se acordaría de ese beneficio.
XV
Con dificultad podría citarse un inocente castigado bajo su mando, a no ser en ausencia suya, o sin saberlo él, y en todo caso, contra su voluntad o porque lo engañaban. Cuando regresó de Siria, Helvidio Prisco fue el único que lo saludó con el simple nombre de Vespasiano; y durante su pretura afectó no rendirle ningún homenaje ni nombrarle jamás en sus edictos. Vespasiano no se irritó hasta después de puesto en el último extremo y rebajado a la última clase de ciudadanos por la desenfrenada insolencia de sus denuestos; y si al pronto le desterró, si después mandó matarle, hizo cuanto pudo por salvarlo: despachó en seguida correos y encargados de detener a los ejecutores de aquella orden; y seguramente lo hubiese salvado si no le hubiesen hecho creer que ya era tarde. Por lo demás, lejos de regocijarse por la muerte de alguien, deploraba hasta los suplicios más justos.
XVI
Lo único que se le puede reprochar con razón es su avidez de dinero. En efecto, no satisfecho con haber reclamado los impuestos que no fueron pagados en tiempo de Galba, de crear otros y de los más gravosos, de aumentar los tributos de las provincias y de duplicarlos algunas veces, frecuentemente realizó tráficos deshonrosos hasta para un particular, comprando, por ejemplo, ciertas cosas en grandes cantidades, con el solo objeto de venderlas más caras al detalle. Vendía las magistraturas a los candidatos y las absoluciones a los acusados; fuesen inocentes o culpables. Preténdese también que concedía los empleos más importantes a sus agentes más rapaces, con objeto de condenarles cuando se hubiesen enriquecido. Comúnmente se decía que eran para él como esponjas que sabía llenar y estrujar sucesivamente. Según algunos, esta avaricia le era natural y se la censuró un día cierto viejo vaquero, que, no pudiendo obtener gratuitamente la libertad, después de su advenimiento al Imperio, exclamó: Que el zorro podía cambiar de piel, pero no de costumbres, Otros opinan, por el contrario, que la extrema penuria del Tesoro y del fisco lo obligó a recurrir al pillaje y la rapiña: por esta razón, había dicho al principio de su principado: Que el Estado necesitaba para sostenerse cuatro mil millones de sestercios. Esta opinión me parece tanto más verosímil, cuanto que empleó muy bien lo que había adquirido mal.
XVII
Sus liberalidades se extendían a todos sin distinción: completó el censo de algunos senadores; aseguró una renta anual de quinientos mil sestercios a los consulares pobres, y en todo el Imperio hizo reconstruir, más bellas que antes, gran número de ciudades destruídas por terremotos o incendios; y, sobre todo, estimuló los talentos y las artes.
XVIII
Fue el primero que costeó, con recursos del Tesoro público, una pensión anual de cien mil sestercios para los rectores griegos y latinos, y concedió ricas gratificaciones y magníficos regalos a los poetas y artistas de talento; por ejemplo, al que restauró la Venus de Cas, y al que reparó el Coloso. Un ingeniero se había comprometido a transportar con poco gasto, al Capitolio, algunas columnas enormes; Vespasiano le hizo abonar considerable cantidad por su invento, pero rehusó utilizarlo diciendo: Permitid que alimente al pobre pueblo,
XIX
En los juegos celebrados por la dedicación del teatro de Marcelo, que habían restaurado, hizo llamar a algunos antiguos artistas. Regaló al trágico Apolinari cuatrocientos mil sestercios; los citaristas Terpno y Diodoro recibieron doscientos mil; algunos cien mil, y otros cuarenta mil al menos, sin contar considerable número de coronas de oro. Frecuentemente daba festines, y los encargaba suntuosos y magníficos para hacer ganar a los vendedores de comestibles. Hacia regalos de mesa a los hombres el día de los Saturnales, y a las mujeres el día de las calendas de marzo. Mas no pudo, a pesar de estas liberalidades, librarse de la censura de avaricia, y los habitantes de Alejandría lo llamaron siempre Cybiosacto, del nombre de uno de sus reyes dominado por sórdida avaricia. El día de sus funerales el jefe de los mimos, llamado Favor, que representaba la persona del emperador, y según costumbre, parodiaba sus modales y lenguaje, preguntó públicamente a los intendentes del difunto cuánto costaban sus exequias y pompas fúnebres; y cuando le contestaron diez millones de sestercios, exclamó: dadme cien mil, y arrojadme, si queréis, al Tíber.
XX
Era de contextura rechoncha, miembros robustos y gruesos; rostro como el del que hace violentos esfuerzos. Así fue que un satírico, al que apremiaba para que dijese sobre él un chiste, le contestó alegremente: Lo diré cuando acabes de descargar el vientre. Siempre gozó de excelente salud, aunque no hizo más para conservar la que frotarse por sí mismo, en una sala de gimnasia, el cuello y los miembros cierto número de veces, y observar dieta un día al mes.
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Así fue, sobre poco más o menos, cómo organizó su vida. Desde su advenimiento al poder levantábase siempre muy temprano, y hasta antes de amanecer, para trabajar. Cuando había leído todas las cartas Y los informes de los oficiales del palacio, hacia entrar a sus amigos, y recibiendo sus saludos calzábase y vestía por sí mismo. En seguida, después de despachar todos los asuntos que habían sobrevenido, paseaba en litera; después regresaba a descansar un poco, teniendo a su lado alguna de las numerosas concubinas que había elegido después de la muerte de Cenis para reemplazarla. De allí pasaba a la sala de baño y después al comedor: dícese que éste era el momento en que se encontraba de mejor humor y que cuidaban de aprovechar las personas de su servicio para dirigirle sus peticiones.
XXII
Usaba de gran familiaridad en sus conversaciones, principalmente en la mesa, donde decia muchos chistes; era muy cáustico, y a veces descendía a groseras bufonadas, no absteniéndose siquiera de las palabras más sucias. Sin embargo, se han conservado de él algunas agudezas como éstas, entre otras. El consular Mestrio Floro le había advertido un día que dijese Plaustra (carretas) y no Plostra; Vespasiano lo saludó a la mañana siguiente con el nombre de Flaurus. Habiendo fingido una mujer violenta pasión por él y habiendo triunfado de sus desdenes, se la hizo llevar y le dió por una noche cuatrocientos mil sestercios, y habiéndole preguntado en seguida su intendente cómo apuntaba aquel gasto en sus cuentas le contestó: Por el amor inspirado por Vespasiano.
XXIII
Citaba con mucha oportunidad versos griegos, como el que aplicó a un hombre muy alto, y a quien, en cierto sentido, había tratado con generosidad la naturaleza:
Un liberto suyo, muy rico, llamado Cérulo, pretendía ser de condición libre, con objeto de defraudar más adelante los derechos del fisco, y ya comenzaba, abandonando su nombre, a hacerse llamar Lachés; Vespasiano exclamó en griego: ¡Oh, Laches, Laches, cuando estés muerto te encontrarás Cérulo como antes! Buscaba especialmente chistes a propósito de sus vergonzosas exacciones, con objeto de tubrir con rasgos de ingenio lo que tenían de odiosas, y de unir a ellas el recuerdo de una agudeza. Uno de sus criadOs más queridos le pedía una plaza de intendente para uno que decía ser su hermano; Vespasiano aplazó la contestación, llamó al mismo aspirante, y habiéndose hecho entregar la cantidad que éste había ofrecido a su protector, le concedió el empleo. Cuando el intermediario le recordó el asunto, le contestó: Busca otro hermano; el que creías tuyo, se ha convertido de pronto en hermano mío. Habiendo visto en un viaje detenerse de pronto su mozo de mulas para hacerlas herrar, y sospechando que por este medio había querido dar tiempo a un litigante, que acababa de encontrar, para que le hablase de su asunto, le preguntó cuánto había recibido por las herraduras, y se hizo entregar una parte de la cantidad. Habiéndole censurado su hijo Tito haber creado un impuesto hasta sobre la orina, le puso delante de la nariz el primer dinero cobrado de aquel impuesto, y le preguntó si olía mal, y como Tito contestara que no, le dijo Vespasiano: y, sin embargo, es el producto de la orina. Unos diputados vinieron a anunciarle que sus conciudadanos le habían decretado una estatUa colosal de considerable precio, y les contestó, mostrándoles el hueco de la mano: Preparado está el pedestal. Ni el temor de la muerte ni la proximidad siquiera del momento fatal pudieron impedirle bromear. Entre otros prodigios que anunciaron su fin, el Mausoleo se abrió de pronto, y apareció en el cielo un cometa; Vespasiano pretendía que el primer presagio de éstos se refería a Junia Calvina, que pertenecía a la raza de Augusto, y el otro al rey de los partos, que tenía larga cabellera. Al principio de su última enfermedad dijo: ¡Ay de mí, creo que me tomo dios!
XXIV
Era cónsul por novena vez, cuando experimentó en Campania ligeros accesos de fiebre; en el acto regresó a Roma, desde donde marchó a Cutilia y a las tierras de Reata, donde acostumbraba pasar el verano. Allí aumentó la enfermedad, debido al inmoderado uso del agua fria, que le arruinaba el estómago. No por esto dejó de cumplir los deberes de su dignidad con tanta exactitud como antes, recibiendo hasta en el lecho las diputaciones que le enviaban. Pero sintiéndose de pronto desfallecer a causa de un flujo de vientre, dijo: Un emperador debe morir de pie, y en el mismo momento en que se esforzaba por levantarse expiró entre los brazos de los que lo ayudaban, el noveno día antes de las calendas de julio, a la edad de sesenta y ocho años, un mes, y seis días.
XXV
Todos están conformes en decir que tenía tal confianza en los destinos prometidos a sus hijos y a él, que, a pesar de las frecuentes conspiraciones tramadas contra su vida, no temió afirmar, en pleno Senado que tendría por sucesores a sus hijos o a nadie. Dícese también que vió una vez en sueños una balanza suspendida en perfecto equilibrio en el vestíbulo del palacio, teniendo en un platillo a Claudio y a Nerón y en el otro a él y a sus hijos; ese sueño no fue engañoso porque ambos reinaron el mismo tiempo.
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