Índice de Vida de los doce Césares de Suetonio | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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NERÓN
Segunda parte
XXIX
Después de haber prostituído casi todas las partes de su cuerpo. imaginó como supremo placer cubrirse con piel de fiera y lanzarse desde una jaula sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; y cuando había satisfecho todos sus deseos, se entregaba, para terminar, a su liberto Doriforo, a quien servía de mujer, como Esporo le servía a él mismo; y en estos casos imitaba la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia. Sé por muchas personas que estaba convencido de que ningún hombre es absolutamente casto ni está exento de mancha corporal; pero que el mayor número sabe disimular el vicio y ocultarlo con cautela: por esta razón perdonaba todos los demás defectos a aquellos que confesaban francamente delante de él su impudor.
XXX
No creía que la posesión de riquezas pudiese servir para otra cosa que para el derroche. Para ser avaro y sórdido a sus ojos bastaba con llevar las cuentas de los gastos; para ser espléndido y magnífico era necesario arruinarse. Lo que más celebraba y admiraba en su tío Cayo era que había disipado en poco tiempo los inmensos tesoros que reunió Tiberio. Así es que no ponía coto a sus gastos y generosidades. Trabajo costará creer que gastó, para recibir a Tiridates, ochocientos mil sestercios cada día, y a su marcha le dió más de cien millones. Al músico Menecrato y al gladiador Espículo les regaló patrimonios y las casas de muchos ciudadanos honrados con el triunfo. Hizo funerales casi regios al usurero Cercopiteco Panerote, al que había enriquecido con hermosas propiedades en la ciudad y en el campo. Nunca se puso un traje dos veces. Jugaba a los dados a cuatrocientos mil sestercios el punto. Pescaba con una red dorada, cuyas mallas eran de púrpura y escarlata. Dícese que nunca viajaba con menos de mil carruajes; sus mulas llevaban herraduras de plata; sus muleros vestían hermosa lana de Canosa; sus conductores y corredores mazacos iban adornados con brazaletes y collares.
XXXI
En nada derrochó tanto como en sus construcciones. Extendió su casa desde el Palatino hasta el Esquilino, y a este edificio se le llamó Casa de paso; pero habiéndola consumido el fuego, hizo construir otra que se llamó Casa de oro, de cuya extensión y magnificencia bastará decir que en el vestíbulo se veía una estatua colosal de Nerón de ciento veinte pies de alto; que la rodeaban pórticos de tres filas de columnas y de mil pasos de longitud; que había en ella un lago imitando al mar, rodeado de edificios que daban idea de una gran ciudad; que se veían también explanadas, campos de trigo, viñedos y bosques poblados por multitud de rebaños y fieras. El interior era dorado por todas partes y estaba adornado con pedrerías, nácar y perlas. El techo de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles, escapando por algunas aberturas perfumes y flores. De estas salas la más hermosa era redonda, y giraba día y noche para imitar el movimiento circular del mundo; alimentaban los baños las aguas del mar y las de Albula. Terminado el palacio, el día de la dedicación dijo: Al fin voy a estar alojado como hombre. Había comenzado además baños enteramente cubiertos, desde Misena hasta el lago Averno, que debían estar rodeados de pórticos, y a los que debían llegar todas las aguas termales de Baia. En fin, quería abrir desde el Averno hasta Ostia un canal que hubiese evitado la navegación por mar; canal de ciento sesenta millas de largo, y tan ancho que pudieran cruzarse dos quinquerremes. Para terminar estas obras hizo traer a Italia los presos de todas las partes del Imperio, y mandó que las sentencias que en adelante se dictasen contra los criminales no impusieran otra pena que la de estos trabajos. Impulsábale a este furor de gastar, además de la confianza en los recursos del Imperio, la esperanza repentinamente concebida de un tesoro enorme y escondido, que un caballero romano aseguraba que debía encontrarse en inmensas cavernas de Africa, adonde en otro tiempo lo llevó la reina Dido al huir de Tiro, y que podría sacarse casi sin trabajo.
XXXII
Pero engañado en esta esperanza, empobrecido y exhausto de recursos hasta el punto de demorar la paga de los soldados y las pensiones de los veteranos, recurrió a las rapiñas y falsas acusaciones. En primer lugar estableció que se le adjqudicarían los cinco sextos en vez de la mitad de las herencias de los libertos que, sin razón plausible, hubiesen usado el nombre de alguna familia enlazada con él; que los bienes de los que se hubiesen mostrado en el testamento ingratos con el príncipe pertenecerían al fisco, y que serían castigados los jurisconsultos que lo hubiesen escrito o dictado; en fin, que se perseguiría por crimen de lesa majestad a todos aquellos a quienes denunciasen por sus palabras y acciones. Hizo que le devolviesen los regalos que había hecho a muchas ciudades que le otorgaron coronas en los concursos. Había prohibido el uso de los colores púrpura y violeta, y un día de mercado mandó a uno de sus agentes a que vendiese algunas onzas, con objeto de sorprender en seguida a los demás en falta, y en el acto acusó a los demás mercaderes. Habiendo visto en el espectáculo, mientras cantaba, una matrona adornada con la prohibida púrpura, la señaló, según dicen, a sus agentes; y haciéndola sacar en el acto, le confiscó el traje y los bienes. No confirió ya ningún cargo sin añadir: ¿Sabes lo que necesito? o bien: Obremos de manera que nadie tenga nada. Concluyó por despojar la mayor parte de los templos, y fundió todas las estatuas de oro y plata, entre ellas las de los dioses penates, que más tarde fueron restablecidos por Galba.
XXXIII
Sus asesinatos y parricidios comenzaron con el de Claudio, siendo seguramente cómplice de su muerte, si no autor. Tan poco disimulaba esto, que afectaba repetir un proverbio griego que celebra como manjar divino las setas, vegetal con que envenenaron a Claudio. No hubo ultraje con que no abrumara su memoria en sus actos o en sus discursos, acusándole unas veces de crueldad y otras de locura. Decía, por ejemplo, jugando con la palabra morar; cuya primera sílaba alargaba, que Claudio había cesado de morar entre los hombres (1). Anuló considerable número de decretos y decisiones suyas, como actos de estupidez y de demencia, y, por último, no rodeó más que con una mala tapia el sitio donde quemaron su cuerpo. Celoso de Británico, que tenía mejor voz que él, y temiendo, por otra parte, que el recuerdo de su padre le atrajese algún día mucho favor popular, resolvió deshacerse de él por el veneno. Una célebre envenenadora, llamada Locusta, proporcionó a Nerón una bebida, cuyo efecto burló su impaciencia, porque no produjo a Británico más que una diarrea. Hizo traer a aquella mujer, la azotó por su mano, reconviniéndola porque. había preparado una medicina en vez de un tósigo; y como ella se excusase con la necesidad de ocultar el crimen: Sin duda, contestó irónicamente, temo la ley Julia (2); la obligó a preparar en su palacio y delante de él mismo el veneno más activó y más rápido que le fuese posible. Ensayólo en un cabrito, que vivió aún cinco horas; pero lo hizo fortalecer y concentrar más, después de lo cual se lo dió a un cochinillo, que murió en el acto. Entonces mandó lleVar el veneno al comedor y darlo a Británico, que comía en su mesa. El joven cayó en cuanto lo probó; Nerón dijo, que era un ataque de epilepsia, enfermedad que padecía, y a la mañana siguiente le hizo sepultar de prisa y sin ninguna ceremonia, en medio de una lluvia torrencial. Locusta recibió en premio de su servicio la impunidad, considerables bienes y hasta discípulos.
XXXIV
No tardó en pesarle su madre, que, observando sus acciones y palabras, lo reprendía a veces amargamente. Al principio, para hacerla odiosa, fingió que iba a abdicar el Imperio y a retirarse a Rodas. Después le quitó todos sus honores y poder, retiró los soldados de sU guardia germánica, y, en fin, la desterró de su presencia y de su palacio. No hubo vejación que no la hiciese sufrir por medio de sus agentes, quienes, cuando estaba en Roma, la suscitaban multitUd de litigios, y cuando se retiraba al campo pasaban por delante de su casa, en carruaje o por mar, abrumándola de injurias y burlas. Pero asustado por sus amenazas y por su violencia, decidió perderla. Tres veces ensayó el veneno y vió que se había provisto de antídotos. Entonces pensó ocultar en su cámara y encima de su lecho maderos que el resorte de una máquina debía hacer caer sobre ella cuando estuviese dormida, pero la indiscreción de sus cómplices hizo abortar el proyecto. Imaginó, en fin, una nave sumergible, construída de manera que Agripina pereciese ahogada o aplastada en su cámara. Fingió, pues, reconciliarse con ella, y la invitó, por medio de tiernísima carta, a venir a Baia para celebrar con él las fiestas de Minerva; cuidó de prolongar el festín para que los capitanes de las naves tuviesen tiempo de romper, según órdenes recibidas, y como por choque fortuito, la galera liburnesa que había traído a Agripina, y cuando ésta quiso retirarse a Bauli, le ofreció en vez de su nave averiada la que había construído para su pérdida. Acompañóla alegremente hasta ella, le besó los pechos al separarse y veló una parte de la noche esperando con ansiedad el resultado de aquella maquinación. Cuando se enteró de lo ocurrido y que Agripina se había salvado a nado, no supo ya qué hacer; pero muy pronto llegó L. Agerino, liberto de su madre, presentándose regocijado a decirle que Agripina estaba a salvo. Nerón arrojó un puñal a su lado sin que el liberto lo observase, y mandó que le prendiesen y encadenasen como asesino enviado por aquélla; en seguida mandó matar a su madre, y dijo que se había suicidado al ver descubierto su crimen. Añádense circunstancias atroces y se citan testigos: que acudió a ver el cadáver; que lo tocó por todas partes; que alabó algunas formas; que criticó otras, y sintiendo sed durante el examen, hizo que le sirviesen de beber. Pero a pesar de las felicitaciones del ejército, del Senado y del pueblo, no pudo librarse de su conciencia; el suplicio que empezó en el acto no terminó jamás, y con frecuencia confesó que le perseguía por todas partes la imagen de su madre y que las Furias agitaban delante de él sus látigos vengadores y antorchas encendidas, por lo que trató de aplacar sus manes con un sacrificio mágico. En su viaje a Grecia no se atrevió a hacerse iniciar en los misterios de Eleusis, asustado por la voz del heraldo que prohibía el acceso a los criminales y a los impíos. A este parricidio añadió el asesinato de su tía. Estaba ésta enferma de una irritación de vientre; fue a verla, y con la familiaridad ordinaria de las personas de edad madura, le acarició la barba con la mano, diciendo: Cuando haya recogido esta barba, habré vivido bastante. Nerón dijo entonces, como en broma, a los que estaban presentes que iba a hacérsela quitar en el acto, y mandó a los médicos que purgasen violentamente a la enferma. Se apoderó de sus bienes sin esperar a que muriera y para no perder nada, suprimió su testamento.
XXXV
Tuvo por esposas, después de Octavia, a Popea Sabina, casada antes con un caballero romano y cuyo padre había sido cuestor, y a Estatilia Mesalina, biznieta de Tauro, que había sido dos veces cónsul y había obtenido triunfo. Para apropiarse de ésta hizo matar a su marido, Atico Vestino, cónsul entonces. Disgustado de Octavia, dijo a sus amigos, que le reconvenían por haberse apartado de ella tan pronto, que debían bastarle los ornamentos matrimoniales. Varias veces quiso estrangularla, y la repudió como estéril; mas censurando el pueblo este divorcio y prorrumpiendo en denuestos contra el emperador, la desterró y al fin la hizo matar como culpable de adulterio, acusación tan impudente y tan falsa, que habiendo protestado su inocencia todos aquellos a quienes sometió a la tortura, sobornó a su pedagogo Aniceto, que declaró haber abusado de ella por astucia. Once días después de haber repudiado a Octavia, casó con Popea y la amó mucho, lo cual no impidió que la matase de un puntapié, porque enferma y encinta, le reconvino con viveza al verle llegar muy tarde de una carrera de carros. Tuvo una hija llamada Claudia Augusta, que murió cuando era niña. No hubo lazos que no rompiera por el crimen. Acusó de conspiración e hizo matar a Antonia, hija de Claudio, que rehusaba casarse con él después de la muerte de Popea. Trató de la misma manera a todos aquellos con quienes le unía parentesco o relaciones íntimas, entre otros, al joven Aulo Plaucio, a quien violó antes de mandarle al suplicio, diciendo en seguida: Que mi madre bese ahora a mi sucesor, porque pretendía que amaba a este joven y le hacía esperar el Imperio. Popea había tenido antes de casarse con él un hijo, llamado Rufio Crispino, y sabiendo que este niño, en sus juegos, se hacía jefe y emperador de los demás, mandó a sus propios esclavos que lo arrojasen al mar cuando fuese a pescar. Desterró a Tusco, su hermano de leche, por haberse bañado, siendo gobernador de Egipto, en los baños construídos para la llegada del emperador. Obligó a su preceptor Séneca a darse la muerte. Éste le había pedido muchas veces permiso para retirarse, y hasta le había ofrecido todos sus bienes, pero Nerón le juró por todos los dioses que sus temores eran infundados y que preferiría morir a hacerle daño. Había ofrecido a Burro, prefecto del pretorio, un remedio para la garganta, y le mandó un veneno. En cuanto a sus libertos, que le hicieron adoptar por Claudio y que habían sido sus consejeros y apoyo de su poder, deshisose de ellos cuando fueron viejos y ricos, dándoles veneno en las comidas o en las bebidas.
XXXVI
No desplegó menos crueldad fuera de su casa y con los extranjeros. Presentóse durante muchas noches seguidas un cometa, que, según la opinión vulgar, anuncia a los señores del mundo cercano fin. Asustado por este fenómeno, supo por el astrólogo Babilo que los reyes acostumbraban prevenir los efectos de estos funestos presagios por medio de la muerte expiatoria de algunas víctimas ilustres y declinar sus amenazas sobre las cabezas de los grandes; y en esto desplegó tanta más energía, cuanto que el oportuno descubrimiento de dos conjuraciones le suministraba legítimo pretexto. La primera y más importante, la de Pisón, se tramaba en Roma; la segunda, la de Vinicio, se urdió y descubrió en Benevento. Los conjurados defendieron su causa cargados de triples cadenas; algunos confesaron espontáneamente el proyecto y otros llegaron hasta a alabarse de ellos, diciendo que la muerte era el único servicio que podfan prestar a un hombre manchado con tantos crímenes. Expulsaron de Roma a los hijos de los sentenciados y murieron de hambre o envenenados. Es cosa averiguada que algunos perecieron con sus preceptores y esclavos en una misma comida, y a otros se les privó de todo alimento.
XXXVII
Su vida no fue en adelante más que una serie de asesinatos; nadie estaba libre de sus golpes, y todo pretexto le parecfa bueno. Entre considerable número de ejemplos, solamente citaré los siguientes. Imputó como un crimen a Salvidieno Orfito que hubiese alquilado a los diputados de algunas ciudades tres habitaciones bajas de su casa, cerca del Foro, para que se alojaran en ellas; al jurisconsulto Casio Longino, que era ciego, el haber conservado entre antiguos retratos de familia el de C. Casio, uno de los asesinos de César; a Peto Trasea, mantener la severa expresión de un pedagogo. Solamente concedía algunas horas a los condenados para morir. Con objeto de evitar toda causa de dilación, tenía médicos encargados, como él decía, de cuidar a los retrasados, es decir, de cortarles las venas. A un egipcio que comía carne cruda y cuanto le presentaban, quiso, según se dice, dar hombres para que los desgarrase vivos y devorase. Envanecido por haberlo intentado todo impunemente, sostenía que ningún príncipe había sabido aún cuánto podía hacerse desde el trono. Sobre este asunto tuvo conversaciones muy significativas, diciendo que no perdonaría al resto de los senadores; que llegaría un día en que suprimiría por completo este orden; que daría a los caballeros romanos y a sus libertos el mando de las provincias y de los ejércitos. Nunca, ni al entrar en el Senado, ni al salir, se dignó dar el beso de costumbre o devolver el saludo a ningún senador; y en la ceremonia con que se inauguraron los trabajos del istmo, pidió a los dioses, delante de la multitud y en alta voz que la empresa redundase en gloria suya y del pueblo romano, sin mencionar para nada al Senado.
XXXVIII
Tampoco perdonó al pueblo romano ni los muros de su patria. Habiendo citado alguien en la conversación este verso:
contestó mejor que sea mientras yo viva, y realizó plenamente su amenaza. Desagradándole, decía, el mal gusto de los edificios antiguos, la angostura e irregularidad de las calles, hizo prender fuego a la ciudad, y tan descaradamente, que algunos consulares, sorprendiendo en sus casas esclavos de su cámara, con estopas y antorchas, no se atrevieron a detenerlos. Los graneros inmediatos a la Casa de oro, y cuyo terreno deseaba, fueron incendiados y batidos con máquinas de guerra, porque estaban construídos con piedras de sillería. Estos estragos duraron seis días y siete noches, y el pueblo no tuvo otro refugio que los monumentos y las sepulturas. Además de infinito número de casas dé renta, consumió el fuego las moradas de los antiguos generales, adornadas aún con los despojos del enemigo; los templos consagrados a los dioses por los reyes de Roma o construídos durante las guerras púnicas y las de la Galia; en fin, todo lo que la antigüedad había dejado de curioso y memorable. Nerón contempló el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas encantado, decia, de la hermosura de las llamas, y cantó, en traje de teatro, La toma de Troya. Tampoco dejó escapar esta ocasión de pillaje y robo: habíase comprometido a hacer retirar gratuitamente los cadáveres y escombros, y no permitió a nadie que se acercase a aquellos restos que había hecho suyos; después, recibió y hasta exigió contribuciones por las reparaciones de Roma, y estuvo a punto de arruinar por este medio a las provincias y a los particulares.
XXXIX
A los ultrajes y males que procedían del príncipe, el hado añadió otros desastres: una peste, que en un solo otoño hizo inscribir treinta mil funerales en los registros de Libitina; una derrota sangrienta en Bretaña, seguida del pillaje de dos importantes fortalezas y de la matanza de gran número de ciudadanos y aliados; en Oriente, vergonzosos fracasos obligaron a pasar bajo el yugo a nuestras legiones en Armenia y casi provocan la pérdida de la Siria. Lo que puede sorprender y merece notarse, es que nada soportó con tanta paciencia como las sátiras e injurias, que con nadie se mostró más suave que contra aquellos que le atacaban en sus discursos o en sus versos. Contra él publicaron muchos epigramas en griego y en latín, como los siguientes:
Y no buscó a los autores, y hasta se opuso a que se castigase severamente a los que fuesen denunciados al Senado. Isidoro el Cínico, apostrofándole en público, le censuró en alta voz que cantase tan bien los males de Nauplins y que tan mal usase de sus bienes. Dato, actor de atelanas, comenzando una canción con estas palabras: Salud a mi padre, salud a mi madre, hizo sucesivamente ademán de comer y de beber, aludiendo a la muerte de Claudio y de Agripina; y como decía al final
designó con el dedo al Senado. Nerón se contentó con desterrar de Roma y de Italia al filósofo y al cómico, bien porque despreciase la opinión pública, bien porque temiese al mostrarse ofendido atraerse mayores ultrajes.
XL
El mundo, después de haber soportado cerca de catorce años a tal príncipe, al fin le hizo justicia, dando la señal de la sublevación la Galia, donde mandaba como propretor Julio Vindex. Algunos astrólogos habían predicho en otro tiempo a Nerón que algún día lo depondrían, lo que le hizo pronunciar esta frase célebre: El arte nos hará vivir, para justificar su ardor por el estudio de un arte en el que el príncipe debía encontrar una distracción y el particular un recurso. Sin embargo, algunos adivinos le habían prometido que después de su deposición obtendría el imperio de Oriente; otros el reino de Jerusalén, y otros, en fin, que recobraría todo su poder. Esta esperanza le halagaba más, y creyó, cuando hubo perdido y recobrado la Bretaña y la Armenia, que había realizado la parte mala de su destino. Mas habiendo consultado en Delfos el oráculo de Apolo, recibió el consejo de desconfiar del año setenta y tres. Persuadido entonces de que alcanzaría esta edad, y muy lejos de pensar en la de Galba, creyóse seguro de larga vejez y de felicidad constante y sin fin, hasta el punto de que, habiendo perdido un día en un naufragio objetos extraordinariamente preciosos, osó decir a su comitiva que los peces se los devolverían. En Nápoles supo la sublevación de las Galias el día aniversario de aquel en que mató a su madre; y recibió la noticia con tanta indiferencia y ttanquilidad, que se sospechó se alegraba de tener ocasión para despojar, por derecho de guerra, las provincias más ricas del Imperio. En el acto marchó al gimnasio, contempló las luchas de los atletas y mosttó gran interés por sus ejercicios. Durante la cena le trajeron cartas más inquietantes, y entonces prorrumpió en imprecaciones y amenazas contra los sublevados. Durante ocho días no contestó ninguna carta, no dió orden alguna, ninguna instrucción, ni habló de aquel acontecimiento, e hizo silencio sobre este asunto.
XLI
Turbado al fin por las frecuentes e injuriosas proclamas de Vindex, escribió al Senado para exhortarle a vengar al emperador y a la República, y se excusó con una enfermedad de garganta para no acudir personalmente. Pero lo que más le ofendió en aquellas proclamas era que le tratasen de mal cantor, y en vez de Nerón lo llamasen Enobarbo; por esto declaró que iba a renunciara su nombre de adopción y a tomar otra vez el de familia, con el que pretendían ofenderle. En cuanto a las demás imputaciones, nada, en su concepto, demostraba mejor su falsedad que la censura de ignorar un arte que había cultivado con tanto afán y tan buen éxito, y salía preguntando a todos si conocían un artista más grande que él. Entre tanto se sucedían las noticias alarmantes y asustado al fin, se dirigió a Roma. Durante el camino un presagio frívolo reanimó su valor, presagio que consistió en haber visto en un bajo relieve un soldado galo, a quien un jinete romano, vencedor suyo, arrastraba por los cabellos, escultura que le regocijó hasta el punto de hacerle dar gracias a los dioses. Sin embargo, ni siquiera en esas circunstancias arengó directamente al pueblo y al Senado, pero celebró apresuradamente consejo con algunos ciudadanos distinguidos; luego pasó el resto del día ensayando delante de ellos nuevos instrumentos hidráulicos de música, haciéndoles observar todas las piezas, el mecanismo y el trabajo, y asegurando que los presentaría muy pronto en el teatro, si Vindex se lo permitía.
XLII
Pero cuando supo que Galba y las Españas se habían sublevado también, perdió completamente el valor, y dejándose caer, permaneció largo tiempo sin voz y medio muerto. Cuando recobró el sentido, rasgó sus ropas, se golpeó la cabeza y exclamó que todo había concluído para él. La nodriza le nombraba, para consolarle, otros príncipes a quienes habían ocurrido iguales desgracias, y contestó que las suyas eran inauditas, sin ejemplo, puesto que perdía el Imperio antes de perder la vida. Sin embargo, nada cambió sus costumbres de lujo y de molicie; antes al contrario, habiendo recibido de provincias algunas nuevas favorables, dió una comida espléndida e hizo contra los jefes de la sublevación versos satíricos, que empezó a cantar gesticulando, y que procuró divulgar en el público. En seguida se hizo llevar secretamente al teatro, y mandó decir a un actor cuya voz era muy aplaudida que era gran fortuna para él que el emperador tuviese otras ocupaciones.
XLIII
Dícese que al primer rumor de la sublevación concibió muchos proyectos atroces, enteramente conformes con su carácter. Quería enviar sucesores y hacer degollar a los gobernadores de las provincias y a los jefes de los ejércitos, como si todos estuviesen complicados en la sublevación de Vindex o participasen de sus ideas; matar a todos los desterrados, dondequiera que estuviesen, y a todos los galos que se encontraban en Roma; a los primeros para que no se reuniesen a los conjurados, a los segundos como cómplices o auxiliares de sus conciudadanos; abandonar a los ejércitos el pillaje de las Galias; envenenar a todo el Senado en un festín, incendiar Roma y soltar al mismo tiempo las fieras sobre el pueblo, para impedir que se defendiese de las llamas. Pero abandonó estos proyectos. menos por arrepentimiento de haberlos concebido que por la imposibilidad de ejecutarlos. Creyendo al fin necesaria una expedición, destituyó a los cónsules y tomó él solo la autoridad de los dos, so pretexto de que era destino de las Galias el que nadie las sometiese sino él, con tal de que estuviese revestido del consulado. Haciendo, pues, que le trajesen los haces, salió de la sala del festín apoyado en los hombros de sus amigos, y diciendo que en cuanto se encontrase en la Galia se presentaría sin armas ante las legiones rebeldes; que se limitaría a llorar delante de ellas; que un inmediato arrepentimiento le atraería a los sediciosos, y que a la mañana siguiente, en medio de la alegría general; entonaría un canto de victOria, que iba a componer en el momento.
XLIV
Su primer cuidado al preparar esta expedición fue elegir carros para el transporte de sus instrumentos de música y hacer cortar el cabello, como a los hombres, a todas sus concubinas, a las que se proponía llevar, y a las que armó con hachas y escudos como las amazonas. En seguida llamó a las tribus urbanas para que prestaran el juramento militar; pero no respondiendo al llamamiento ninguno de los que se encontraban en estado de empuñar las armas, exigió de todos los amos cieno número de esclavos, tomando de cada casa los mejores, sin exceptUar siquiera a los intendentes y secretarios. Obligó a todos los órdenes a que le entregasen como contribución una parte de su fortuna, y a los locatarios de casas particulares o de renta a llevar en el acto al fisco un año de alquiler, exigiendo con gran cuidado que las monedas fuesen nuevas, la plata purificada a fuego y el oro comprobado; de manera que la mayor parte de los contribuyentes, disgustados con tales exigencias, se negaron resueltamente a dar nada y se pusieron de acuerdo para decir: que mejor seria que recogiese a los delatores las recompensas que habían recibido.
XLV
La carestía de granos aumentó más aun la odiosidad que le habían atraído sus rapiñas; y ocurrió precisamente que en los días de mayor escasez llegó una nave de Alejandría cargada de arena para las luchas de la Corte. La indignación fue general, y no hubo ultraje que no se prodigara al emperador. Sobre la cabeza de una estatua suya colocaron un moño de mujer con esta inscripción griega: Llegó al fin la hora de combate; y esta otra: Que lo libre, pues. Al cuello de otra estatua suya ataron un saco, y escribieron en él estas palabras: Yo nada he hecho, pero tu mereces el saco (4). En las columnas escribían: sus cantoS han despertado a los galos. Y durante la noche considerable número de ciudadanos, fingiendo disputar con esclavos, pedían a grandes voces un vengador (Vindex).
XLVI
Presagios manifiestos, antiguos y recientes, sacados de los sueños, aumentaban sus temores. Aunque de ordinario dormía tranquilamente, soñó, después de la muerte de su madre, que le arrancaban de las manos el timón de una nave, y que su esposa Octavia le arrastraba a densas tinieblas. Otra vez creyó, en sueños, que se encontraba cubierto de multitud de hormigas aladas, o bien veía las estatuas de las diversas naciones de la tierra colocadas a la entrada del teatro de Pompeyo, rodeándole y cerrándole el paso. Parecióle que un caballo asturiano, que quería mucho, se trocaba en mono, exceptuando la cabeza, de la que salían plañideros relinchos. Del Mausoleo, cuyas puertas se abrieron por sí mismas, salió una voz que lo llamaba por su nombre. Los dioses lares, solemnemente adornados para las calendas de enero, cayeron de su pedestal, en medio de los preparativos del sacrificio. Cuando iba a tomar los auspicios, ofrecióle Esporo, por regalo de año nuevo, un anillo, cuya piedra representaba el rapto de Proserpina. Cuando quiso pronunciar los votos solemnes delante de todos los órdenes del Estado reunidos, costó mucho trabajo encontrar las llaves del Capitolio, y cuando se leyó en el Senado este pasaje del discurso que había compuesto contra Vindex: Que los culpables serían castigados y darían ejemplo en suplicio digno de sus crímenes, todo el mundo exclamó: Tú lo darás, Augusto. Observóse también que en Edipo desterrado; el último papel que representó en público, salió de la escena pronunciando este verso griego:
XLVII
Llegó entre tanto la noticia de que los demás ejércitos se habían sublevado también y furioso rasgó las cartaS que le trajeron durante la comida, derribó la mesa, rompió contra el suelo dos vasos que tenia en grande estima y que llamaba homéricos porque estaban esculpidoS en ellos asuntos tomados de los poemas de Homero; en seguida hizo que Locusta le diese veneno, lo encerró en una caja de oro y marchó a los jardines de Servilio. Allí, mientras sus libertos más fieles iban a Ostia para preparar naves, quiso comprometer a los tribunos y centuriones del pretorio a que le acompañasen en su fuga. Pero unos se excusaron y otros se negaron abiertamente, llegando uno a decirle:
Entonces concibió diferentes proyectos, como el de huir al territorio de los partos, o el de ir a arrojarse a las plantas de Galba, o bien presentarse públicamente en la tribuna de las arengas con traje de luto y pedir allí, con el acento más lastimero que pudiese emplear, que le perdonasen el pasado; o al menos, si los corazones permanecían insensibles, que le concediesen la prefectura de Egipto. Entre sus papeles se encontró después el discurso que había compuesto para este objeto, y se dice que el único motivo que le impidió pronunciarlo fue el temor de que lo despedazasen antes de llegar al Foro. Dejó, pues, para la mañana siguiente tomar una decisión, pero habiendo despertado a medianoche supo que lo habían abandonado sus guardias. Saltó del lecho y envió aviso a casa de todos sus amigos, y no recibiendo contestación fue con poco séquito a pedir refugio a algunos de ellos. Todas las puertas permanecieron cerradas y nadie le contestó. Entonces, volvió a su cámara; los centinelas habían huído, llevándose hasta las ropas de su lecho y la caja de oro en que guardaba el veneno. En seguida pidió que lo llevasen al gladiador Espículo u otro cualquiera para reCibir la muerte, y no encontrando a nadie que quisiese mátarlo, exclamó: ¿Acaso no tengo amigos ni enemigos?, y corrió a precipitarse en el Tíber.
XLVIII
Detúvose, sin embargo, y quiso hallar un refugio para meditar. Su liberto Faonte le ofreció su casa de campo, situada entre la vía Salaria y la Nomentana, a cuatro millas de Roma. Con túnica y los pies desnudos como se encontraba, montó a caballo y se envolvió en un manto viejo y descolorido; llevaba la cabeza cubierta y un pañuelo delante del rostro, acompañándole cuatro personas, entre ellas Esporo. De pronto sintió temblar la tierra, vió brillar un relámpago y le sobrecogió el terror. Al pasar cerca del campamento de los pretorianos, oyó los gritos de los soldados que le dirigían imprecaciones y hacían votos por Galba. Un viajero dijo al ver el pequeño grupo: Ésos persiguen a Nerón. Otro preguntó: ¿Qué hay de nuevo en Roma, en cuanto a Nerón? El olor de un cadáver abandonado en el camino, hizo retroceder a su caballo; y habiendo caído el pañuelo con que se ocultaba el rostro, un veterano pretoriano lo reconoció y saludó por su nombre. Llegados a un camino de travesía, dejaron los caballos, y penetrando entre abrojos y espinas, en un sendero cubierto de zarzas, en el que no podían avanzar más que haciendo tender ropas bajo sus pies, llegó Nerón con gran trabajo a las tapias de la casa de campo. Allí le aconsejó Faonte que entrase durante algún tiempo en una cantera de la que habían sacado arena, pero contestó que no quería enterrarse vivo, y habiéndose detenido para esperar que abriesen la entrada secreta en la casa, cogió en la mano agua de una charca, y dijo antes de beberla: He aquí los refrescos de Nerón. En seguida comenzó a arrancar las zarzas que se habían enredado en su mano; y después de esto, se arrastró sobre las manos por un agujero abierto debajo de la tapia hasta la habitación más próxima, en la que se acostó sobre un jergón cubierto con vieja manta. Atormentándolo de vez en cuando el hambre y la sed, rechazó el pan grosero que le ofrecieron y bebió gran cantidad de agua templada.
XLIX
Instábanle todos los que le acompañaban a que se sustrajese cuanto antes a los ultrajes que lo amenazaban, y mandó que abriesen una fosa delante de él, a la medida de su cuerpo, que la rodeasen con algunos pedazos de mármol, si se encontraban, y que llevasen agua y leña para tributar los últimos honores a su cadáver, llorando a cada orden que daba; y repitiendo sin cesar: ¡Qué artista va a perecer conmigo! Durante estos preparativos, llegó un correo a entregarle una carta de Faonte; se la arrancó de las manos y leyó que el Senado le había declarado enemigo de la patria, y le hacia buscar para castigarle según las leyes de los antepasados. Preguntó en qué consistía este suplicio, y le contestaron que en desnudar al criminal, sujetarle el cuello en una horqueta y azotarlo con varas hasta la muerte. Aterrado, tomó dos puñales que había llevado consigo, probó la punta y volvió a envainarlos, diciendo que aún no había llegado la hora fatal. Tan pronto exhortaba a Esporo a lamentarse y llorar, como pedía que alguno le diese, matándose, valor para morir. Algunas veces también se reprochaba su cobardía, diciéndose: Arrastro una vida vergonzosa y miserable; y añadía en griego: Esto no es propio de Nerón; en tales momentos es necesario sangre fría; vamos, despierta. Acercábanse ya los jinetes que tenían orden de capturarlo vivo, y cuando los oyó, recitó temblando este verso griego:
y en seguida se clavó el hierro en la garganta, ayudándole su secretario Epafrodito. Todavía respiraba cuando entró el centurión, que quiso vendarle la herida fingiendo que llegaba para socorrerle. Nerón le dijo: Es tarde; y añadió: ¡cuánta fidelidad! Al pronunciar estas palabras expiró con los ojos abiertos y fijos, siendo espanto y horror para los que lo contemplaban. Había recomendado con vivas instancias a sus compañeros de fuga que no abandonasen su cabeza a nadie y que le quemasen entero de cualquier manera que fuese; esta autorización fue concedida por Icelo, liberto de Galba, que acababa de salir del encierro donde lo arrojaron al comenzar la insurrección.
L
Los funerales de Nerón costaron doscientos mil sestercios; emplearon en ellos tapices blancos bordados de oro que habían serVido el día de las calendas de enero. Sus nodrizas Eglogea y Alexandria, con su concubina Actea, depositaron sus restos en la tumba de los Domicios que se ve en el Campo de Marte, sobre la colina de los Jardines. Hubo en ese monumento un sarcófago de pórfido, coronado por un altar de mármol de Luna y lo rodea una balaustrada de mármol de Tasas.
LI
Su estatura era mediana. Tenía el cuerpo cubierto de manchas, y máloliente; los cabellos rubios, el rostro más bello que agradable; los ojos azules, y la vista débil; el cuello grueso, el vientre abultado; las piernas muy delgadas y el temperamento robusto: en efecto, a pesar de sus desenfrenados desórdenes, solamente se encontró indispuesto tres veces en el espacio de catorce años; y en ellas, ni siquiera tuvo que abstenerse del vino, ni cambiar nada de sus costumbres. No cuidaba del traje ni apostura, viéndosele, durante su permanencia en Acaya, dejar caer por detrás el cabello, que llevaba siempre rizado en bucles simétricos; frecuentemente se presentó en público con traje de festín, un pañuelo alrededor del cuello, sin cinturón y descalzo.
LII
En su infancia ensayó todas las artes liberales; pero su madre lo disuadió del estudio de la filosofía, que en su opinión no podía menos de perjudicar a un príncipe destinado a reinar; y su preceptor Séneca le prohibió la lectura de los oradores antiguos, con objeto de fijar en él sólo la admiración de su discípulo. Era inclinado a la poesía, y compuso sin dificultad ni trabajo algunas obras en verso. No es cierto, como se ha dicho, que diese por suyos los de otro. He tenido en las manos tablillas con versos suyos, muy conocidos y enteramente de su puño. Veíase bien que no eran copiados ni escritos al dictado de otro, sino que eran laborioso fruto de su pensamiento, tantas correcciones y raspaduras tenían. También mostró mucha afición a la pintura y especialmente a la escultura.
LIII
Avido de popularidad, inmediatamente era rival de todo el que, por cualqüier medio, gozaba del favor de la multitud. Creíase generalmente que, no contento con sus triunfos en el teatro, descendería en el próximo lustro a la arena olímpica con los atletas. En efecto, ejercitábase asiduamente en la lucha, y en todas las ciudades de la Grecia donde asistió a los juegos gímnicos, lo hizo a la manera de los jueces, sentándose en el suelo en el estadio; y viendo alejarse del centro una pareja de luchadores, corrió a cogerles y a traerles a su puesto. Como lo comparaban con Apolo por el canto, y con el Sol por su habilidad en guiar tarros, quiso imitar también las hazañas de Hércules; y dícese que le habían domado un león, con el que debía luchar en el anfiteatro y matarlo con la maza o ahogarlo entre los brazos en presencia del pueblo.
LIV
Hacia el final de su vida, había hecho públicamente voto, si no cambiaba en nada su fortuna, de tomar parte en los juegos que se celebrarían en honor de su victoria hasta como ejecutante de órgano hidráulico, o de cornamusa, como flautista, y, en fin, el último día como histrión y representar, bailando, el papel del Turno de Virgilio. Algunos recuerdan que hizo perecer al histrión Paris porque lo consideraba un temible rival.
LV
Deseaba eternizar y perpetuar su memoria, pero era una ambición irrazonada; he aquí por qué, quitándole sus antiguos nombres a una multitud de cosas y lugares sagrados, les dió otros sacados del suyo; hasta había proyectado dar a Roma el nombre de Nerópolis.
LVI
Mostraba profundo desprecio por todos los cultos, exceptuando al de una diosa de Siria; pero concluyó por burlarse de él también, hasta el punto de orinar sobre su estatua cuando se entregó a otra superstición, la única en que persistió. Ésta consistía en la posesión de una muñeca, que le había regalado un hombre del pueblo, a quien no conocía, comó preservativo contra las celadas de sus enemigos. Habiendo sido descubierta en seguida una conspiración, hizo de aquella muñeca su divinidad suprema, la honró con tres sacrificios por día, y quiso que se creyese que le revelaba el porvenir. Algunos meses antes de su muerte comenzó a observar las entrañas de las víctimas, sin obtener jamás ningún presagio bueno.
LVII
Murió a los treinta y dos años de edad, en el mismo día en que en otro tiempo hizo perecer a Octavia. El regocijo público fUe tal, que los plebeyos corrían por toda Roma cubiertos con el gorro frigio. Sin embargo, hubo ciudadanos que, mucho tiempo después de su muerte, adornaban su tumba con flores de primavera y estío; que llevaron a la tribuna imágenes de Nerón, revestidas con toga pretexta; y que leyeron en ella edictos en los que hablaba como si viviese aún y hubiera de llegar muy pronto para vengarse de sus enemigos. Vologés, rey de los partos, habiendo enviado embajadores al Senado para renovar su alianza, pidió sobre todo que se honrase la memoria de Nerón. En fin, veinte años después, durante mi adolescencia, apareció un aventurero que pretendía ser Nerón y este nombre le valió tanto favor entre los partos, que lo sostuvieron enérgicamente y solamente con gran trabajo nos lo entregaron.
Notas
(1) En otro sentido: De cometer extravagancias entre los hombres.
(2) Contra los envenenadores y asesinos.
(3) Sustulit, que significa, llevar, y también hacer desaparecer o matar.
(4) Suplicio de los parricidas.
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