Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO PRIMEROSegunda parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Primera parte



Algunos movimientos en Oriente.- Vonón, rey de los partos, es echado de su reino por Artabano; huye a Armenia, de donde es hecho rey. - Es removido luego por Silano, presidente de Siria, medroso de las amenazas de Artabano. - TIberio, so color de los movimientos de Oriente, arranca a Germánico de entre sus legiones, obedeciendo él aunque no aprisa. - Antes de esto entra en Germania, y fabricada una armada de mil naves, costeando el océano, llega al río Amisia. - Envia sobre los angrivarios a Estertinio, que los saquea y degüella. - Luego, en dos famosas batallas vence: a los queruscos y a su capitán Arminio. - Corre a la vuelta una borrasca tan furiosa en el océano, que pierde gran parte de las naves.- En Roma es acusado, y en parte convencido de deseo de novedades, Libón Druso, el cual, no viendo en Tiberio señales de piedad para con él, se mata. - Marco Hortalo, nieto del orador Hortensio, propone en vano su extrema pobreza al príncipe. - Clemente, esclavo de Póstumo Agripa, sabida la muerte de su señor, finge ser él y altera con esta voz a Roma, donde tiene ocultos amigos y valedores; mas por diligencia de Salustio Crispo es preso sin ruido y traído a Roma.



ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE CUATRO AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
769
16, D. C.
Estatilio Sisena Tauro
I. Escribonio Libón
770
17, D. C.
Cecilio Rufo
L. Pomponio Flaco Grocino
771
18, D. C.
Tiberio César Augusto, por tercera vez
Germánico César por segunda vez
M. Julio Silano
772
19, D. C.
L. Norbano Flaco

I. En el consulado de Sisena Estatilio Tauro y Lucio Libón hicieron movimiento los reinos orientales y las provincias sujetas al Imperio romano. El principio vino de los partos, los cuales, pedido y aceptado un rey de Roma, aunque del linaje de los Arsacidas, le despreciaron como a extranjero. Llamábase este rey Vonón, el cual fue dado en rehenes a Augusto por Fraates, su padre; porque si bien siendo éste Fraates, rey de los partos, había rechazado al ejéréito y a los capitanes romanos (1), no por esto dejó de reconocer a Augusto con toda reverencia y respeto (2), hasta enviarle, en confirmación de la amistad, parte de sus hijos, no tanto por temor que tuviese a los nuestros, como por no fiarse de los suyos.

II. Después de la muerte de Fraates y de algunos reyes que le sucedieron, por causa de las matanzas intestinas, vinieron a Roma embajadores de parte de los principales de Partia a pedir a Vonón como al de más edad entre los hijos de Fraates. Tuvo esto César a muy gran gloria, y entregándosele cargado con ricos dones, fue recibido allá con alegría de aquellos bárbaros, como las más veces sucede en mudanzas de príncipes. Comenzaron poco después a avergonzarse, pareciéndoles que habían degenerado de verdaderos partos, yendo a otro mundo a pedir rey hecho ya y acostumbrado a los modos de vivir de sus enemigos. Dolíanse de que el trono real de los Arsacidas era ya reputado y distribuido como una de las provincias romanas. ¿Dónde está -decían ellos- la gloria de aquellos que mataron a Craso y de los que pusieron en huida a Antonio, si un esclavo de César, después de haber sufrido tantos años la servidumbre, viene ahora a imperar a los partos? Provocaba él también el disgusto universal con apartarse de los institutos y costumbres de sus predecesores, ir pocas veces a caza, no deleitarse con caballos, sino haciéndose llevar por la ciudad en litera, y aborreciendo las viandas y regocijos de su patria. Burlábanse también de que se acampañase de griegos y de que tuviese cerrada y sellada con su sello (3) hasta la más vil de sus alhajas. Mas la facilidad en dar audiencias y la cortesía que usaba con todos eran virtudes no conocidas por los partos; y a causa de no haber sido usadas por sus mayores, las calificaban también por vicios, con que vinieron a aborrecer toda sus acciones, buenas y malas.

III. A cuya causa levantan a un Artabano (4), del linaje de los Arsacidas, que se crió entre los dahos. Éste, roto en el primer reencuentro, reforzó después su campo y conquistó el reino. Deshecho Vonón, no halló otro mejor refugio que en Armenia, la cual por entonces estaba sin rey y situada en medio de los romanos y de los partos, poderosos todos, a cuya causa no era seguro el fiarse de alguno de ellos. Añadida la burla que Antonio hizo a Artavasde (5), rey de Armenia, llamándole so color de amistad y quitándole la vida, después de haberle tenido algún tiempo en cadenas. Cuyo hijo Artajias (6), ofendido gravemente y enojado contra nosotros por la memoria de su padre, había con las armas de los Arsacidas defendido su persona y su reino. Muerto después Artajias por engaño de sus más propincuos y parientes, hizo César a Triganes rey de Armenia, adonde fue llevado por Tiberio Nerón. Ni éste lo tuvo largo tiempo, como tampoco sus hijos, aunque compañeros, al uso bárbaro, igualmente en el matrimonio y en el reino.

IV. Fue después por orden de Augusto establecido en este reino Artavasde y echado de él no sin estrago nuestro.

Envióse tras esto a componer las cosas a Cayo César, el cual, de consentimiento de los armenios, les dio por rey a Ariobarzanes, de origen medo, estimado por la hermosura de aspecto y nobleza de ánimo. Muerto éste desgraciadamente, no quisieron más rey de su linaje, antes probado el imperio de una mujer llamada Erato, y desposeída presto; inciertos y sueltos, antes sin señor que en libertad, reciben en el reino al fugitivo Vonón. Mas en comenzando Artabano a usar de amenazas, y en viendo nosotros que para emprender la defensa de Vonón había de ser forzoso romper la guerra con los partos, llamado por Crético Silano, gobernador de Siria, fue guardado en honesta prisión, dejándole la pompa y nombre real. La forma en que procuró librarse de aquella afrenta diremos a su tiempo.

V. No le pesó a Tiberio de las inquietudes de Oriente, por tener ocasión de apartar a Germánico de sus legiones domésticas y enviarle a nuevas provincias sujeto a los engaños y accidentes. Mas Germánico, cuanto era más ardiente para con él la afición de los soldados y más perversa la voluntad de su tío, tanto más deseoso de la victoria iba entre sí considerando el modo de pelear, y lo que en tres años le había sucedido de próspero y adverso; imaginaba que se podían vencer los germanos en batalla formada y en campaña abierta, donde, en contrario, sentían gran refugio con el abrigo de los bosques, con los pantanos, con el verano corto y el invierno anticipado. Conocía también que no eran los soldados tan ofendidos de las heridas que recibían, cuanto por ocasión de los largos viajes y el peso de las armas. Consideraban a las Galias cansadas de ofrecer caballos, y que la larga jarcia del bagaje daba gran ocasión a las insidias enemigas, a más de la dificultad de defenderle. Veía en contrario que si llevaba sus gentes por mar, al punto se haría señor de ella, por ser poco frecuentada y menos sabida del enemigo; podíase comenzar la guerra más temprano, llevarse juntas las legiones y las vituallas, los caballos enteros y descansados, todo, hasta el corazón de Germania por aquellos brazos de mar y canales de ríos.

VI. Resuelto, pues, en esto, envía a Publio Vitelio y a Cancio a recoger las rentas corridas en las Galias, encargando a Silio, Anteyo y Cecina la fábrica de la armada. Juzgóse que bastaría mil naves, y con brevedad se pusieron a punto; algunas cortas, con la proa y la popa estrechas y el vientre ancho, para que más fácilmente rigiesen sobre las ondas; otras llanas de carena, por cuyo medio pudiesen encallar en la baja mar sin peligro. Pusiéronse a muchas timones de entrambos partes, para, sin detenerse en dar la vuelta, poder zabordar en tierra por una punta o por otra, sólo con volver prestamente los remos. Muchas se fabricaron en forma de pontones, para conducir los instrumentos y las máquinas de guerra, y juntamente servían de llevar caballos y vituallas, diestras de la vela y veloces del remo, aumentadas en el ornamento y en la fiereza por la prontitud y la alegría de los soldados. Escogióse la isla de los bátavos para hacer la masa de la armada, por tener el desembarcadero fácil y ser muy cómoda para recibir y enviar la gente a la guerra. Porque el Rin, corriendo con sólo un brazo o con el rodeo de pequeñas isletas, en tocando a las tierras de los bátavos, se divide como en dos ríos, conservando el nombre y la violencia del curso el que hiende a la Germania hasta que se mezcla con el Océano; mas el otro brazo, que corre bañando la ribera y límite de las Galias, discurriendo con mayor anchura y quietud y perdido su primer nombre, que se le dan los paisanos de Vaal, mudado luego también éste en el de Masa, con anchísima boca desagua en el mismo mar.

VII. El César, pues, mientras se junta la armada, envía al legado Silio con gente suelta a correr las tierras de los catas; y él, habiendo entendido que el castillo puesto sobre el río Lupia estaba cercado, fue él mismo allá con seis legiones. Silio, respecto a las improvisas lluvias, no pudo hacer más que una pequeña presa y tomar en prisión a la mujer y a una hija de Arpi, príncipe de los catas. Ni el César pudo pelear con los que sitiaban el fuerte, por retirarse ellos a la fama de su venida habiendo antes deshecho el túmulo levantado poco antes a las legiones de Varo y el viejo altar edificado a Druso. Reedificó el altar, y en honra de su padre, acompañado de todas las legiones, corrió alrededor de él. No le pareció tocar más el túmulo; sólo fortificó con nuevos reparos y calzadas todo el espacio contenido entre el castillo, el Alisón y el Rin.

VIII. En llegando la armada, enviadas delante las vituallas, y repartidos los navíos entre legiones y confederados, entró en el canal o fosa llamada Drusiana (7), adonde hizo oración a su padre, diciendo que no le tuviese a soberbia el atreverse a emprender lo que él había emprendido, antes bien le ayudase con la memoria de sus empresas y ejemplo de sus consejos. De allí, atravesando por los lagos y por el Océano, llegó con feliz navegación al río Amasis, donde dejó la armada en su ribera siniestra, que fue gran yerro no pasada a la otra parte, a causa de ser necesario después detenerse mucho en hacer puentes en que pasar la gente al país de la parte diestra del río. Pasó la gente de a caballo y el golpe de las legiones sin temor los primeros brazos del mar, no habiendo aún crecido las ondas; mas de la última tropa de los auxiliarios y bátavos se ahogaron algunos, mientras pensaban burlarse de las aguas y mostrar su destreza en el nadar. Al plantar su campo el César, fue avisado de que se le habían rebelado a las espaldas los angrivarios. Y así, enviando luego a Estertinio con golpe de caballería e infantes sueltos, castigó a fuego y a sangre su perfidia.

IX. Corría entre los romanos y los queruscos el río Visurgo, en cuyo margen se presentó Arminio con otros principales, el cual, preguntando si había venido ya el César, y respondiéndole que sí, pidió que le dejasen hablar con su hermano. Tenía Arminio un hermano en el ejército llamado Flavio, de señalada fidelidad para con los romanos, en cuyo servicio había perdido un ojo militando debajo de Tiberio pocos años antes. Concediósele, y llegado Flavio a la orilla, fue saludado de Arminio, el cual, haciendo retirar a los que tenía consigo, pidió también que se apartase los arqueros puestos en nuestra ribera. Apartados, interrogó a su hermano sobre la causa de aquella fealdad que tenía en el rostro, y dándole cuenta Flavio del lugar y de la pelea donde recibió aquel golpe, le pregunta otra vez Arminio qué recompensa había tenido por ello. Contóle Flavio el aumento de sueldo, mostróle el collar, la corona y otros dones militares, riéndose Arminio y menospreciando la vileza del premio de su servidumbre.

X. Comenzaron después a discurrir, uno de la grandeza de los romanos, de las riquezas de César, del castigo que daban a los vencidos, de la grande clemencia que usaban con quien se les rendía voluntariamente, y que hasta la mujer y el hijo del propio Arminio no eran tratados como enemigos. El otro alegaba lo mucho que se debe a la patria, su antigua libertad y los dioses internos de Germania, su madre, compañera en los ruegos, exhortándole finalmente a que quisiese antes mandar y conducir a sus parientes y aliados como capitán, que desampararlos y perseguirlos como traidor. Con esto, pasando poco a poco hasta decirse injurias, ni aun el río que tenían en medio bastara a refrenarlos, si, acudiendo allá Estertinio, no hubiera detenido a Flavio, que lleno de ira y de enojo pedía las armas y el caballo. Veíase en la otra ribera a Arminio amenazando y denunciando la guerra, y entendiese lo que hablaba por mezclar muchas palabras latinas, como aquél que había militado ya en otro tiempo en el campo romano en calidad de capitán de su ciudad.

XI. El día siguiente presentaron los germanos la batalla de allá del Visurgo. Mas no pareciéndole al César cosa de buen capitán aventurar las legiones sin hacer primero puentes y guarnecerlos bastantemente, hizo pasar por el vado la caballería, a cargo de Estertinio y Emilio, uno de los primipilares (8). Éstos, pues, se separaron, vadeando el río por diversas partes, para separar también al enemigo. Cariovalda, capitán de los bátavos, pasó por donde el río se mostraba más rápido, al cual los queruscos, fingiendo retirarse, le llevaron hasta un llano rodeado de bosques. De allí, saliendo juntos y esparciéndose por todo, cierran con quien les resiste, aprietan a los que se retiran, y en juntándose y apiñándose todos, los atropellan y rompen, a los unos de cerca con las armas, y a los otros de lejos con el temor. Cariovalda, después de haber largo espacio sostenido el ímpetu enemigo, exhortando a los suyos a que se apretasen entre sí para abrir las tropas que cerraban, arremetiendo él a la más espesa y matándole antes el caballo, murió atravesado de flechas y de dardos, y con él muchos nobles. Los demás, con su propio valor, y socorridos por los caballos de Estertinio y Emilio, se libraron del peligro.

XII. El César, pasado el Visurgo, tuvo noticia por un fugitivo del lugar que había escogido Arminio para la batalla, y cómo en la selva consagrada a Hércules se habían recogido otras naciones con ánimo de acometer aquella noche los alojamientos. Diose crédito a este hombre, y veíanse ya de lejos los fuegos encendidos; por cuyo medio, acercándose un poco más los corredores romanos, volvieron con aviso de haber oído grandes relinchos de caballos y el murmurio de una confusa y desordenada muchedumbre de gente. Con esto, Germánico, viéndose cercano a haber de tratar de la suma de las cosas, y pareciéndole acertado tentar el ánimo de los soldados, pensaba en sí el mejor medio para poderlo hacer con verdad y entereza. Sabía bien que los tribunos y centuriones tienen por costumbre decir las cosas más como saben que han de agradar que como ellos las entienden. Conocía que los libertinos conservan siempre aquel ánimo servil, y que entre los amigos de los príncipes suele reinar de ordinario la adulación. Si hacía parlamento en general a todos, allí también sucedía gritar a bulto muchos lo que comenzaban a decir pocos. Resolvióse al fin, para tener conocido el ánimo de su gente, en procurar oír él mismo lo que los soldados decían a sus camaradas, entre las viandas militares, cuando más seguros estuviesen de que no eran oídos, profiriendo sin respetos su esperanza o su temor.

XIII. Venida la noche sale por la puerta augural (9), y camina por lugares encubiertos y no practicados de las rondas en compañía de uno solo, y disfrazado con el pellejo de una fiera sobre las espaldas, discurre por los cuarteles, arrimando el oído a las tiendas y los ranchos de los soldados y gozando de las pláticas que se hacían de él. Unos le alababan de capitán nobilísimo; otros de gracia y gentileza; muchos engrandecían su paciencia, su cortesía y su valor siempre uno y de una manera, tanto en las cosas de gusto como en las graves, confesando que era general obligación darle las gracias de todo y corresponderle peleando, juntamente sacrificando a la gloria y a la venganza a aquellos pérfidos violadores de la paz. Estando en esto, uno de los enemigos que sabía la lengua latina, llegándose con su caballo a los reparos, comenzó a dar voces, prometiendo de parte de Arminio mujeres, campos y dos ducados y medio (cien sestercios) de paga diaria a los que se pasen a su servicio todo lo que durase la guerra. Encendió grandemente esta afrenta la ira de las legiones. Venga el día -decían-, dése la batalla, y verán si saben los soldados tomar los campos de los germanos y quitarles las mujeres, aceptando el buen agüero con que ellos mismos destinaban a la presa sus matrimonios y sus dineros. Cerca de la tercia guardia hicieron tocar arma en nuestro campo sin arrimarse a tiro de dardo, por ver coronadas de gente las trincheras y que se estaba alerta.

XIV. Pasó aquella noche Germánico con dulce reposo; parecióle entre sueños que sacrificaba, y que viéndole con la vestidura llamada pretexta rociada de aquella sacra sangre, su abuela Augusta le vestía con sus manos otra mucho más hermosa. Con este segundo agüero, y viendo su empresa aprobada por los auspicios, convocado el parlamento, da cuenta de las provisiones hechas con prudencia y a propósito para la cercana batalla, diciendo que no sólo era la campaña cómoda a los soldados romanos para pelear, mas que sabiéndose gobernar lo eran también las selvas y los bosques; porque los escudos desmesurados de los bárbaros y las largas picas no eran de servicio ni se podían manejar entre aquellos troncos de árboles y entre aquella espesura de ramas con la facilidad que sus dardos y sus espadas (10), a que ayudaban sus armas defensivas, cómodas y apretadas con el cuerpo; que lo que convenía era menudear los golpes, encaminando las puntas al rostro del enemigo, visto que los germanos no usaban celadas, ni corazas, ni paveses reforzados de nervios o de hierro, sino algunos de mimbres tejidos y otros de tablas delgadas y pintadas de colores; que iban bien o mal armados de picas los de las primeras hileras, pero los otros, cuando mucho, de palos tostados y de otras armas cortas. Sus cuerpos, así como fieros en el aspecto, y por ventura poderosos para sostener algún breve asalto, asimismo eran impacientes de las heridas; poco cuidadosos de honra, desobedientes a sus capitanes; que en antojándoseles huían y desamparaban el campo, y no menos medrosos en las adversidades que insolentes en los sucesos prósperos, y menospreciadores de los hombres y de los dioses. Si deseáis -decía- poner fin al enfado de tan largos viajes y a las descomodidades de la mar, el remedio es vencer esta batalla. Más cercanos estáis ya del Albis que del Rin; y sin duda acabaremos la guerra si a mí, que sigo las pisadas de mi padre y de mi tío, me hacéis victorioso en estas mismas tierras.

XV. A la oración del general, seguido el aplauso y el ardor de los soldados, se dio la señal de la batalla.

No se descuidaban Arminio y los demás príncipes germanos de exhortar cada uno a los suyos, diciendo que eran aquellos las reliquias de aquellos romanos fugacísimos del ejército de Varo que por no sufrir la guerra habían movido una sedición; parte de los cuales, cargados de heridas, ofrecían de nuevo las espaldas, y parte los miembros quebrantados de las ondas y borrascas del mar a los enemigos enojados y a los dioses contrarios, sin alguna esperanza de salud; que no se habían valido de la armada y del viaje inusitado del Océano, sino por no ser acometidos en el camino, ni seguidos después de rotos. Lleguemos una vez a las manos, que en vano apelarán los vencidos para el favor de los vientos y ayuda de los remos. Acordaos de la avaricia, crueldad y soberbia de los romanos, y que para acabar con ellos no os queda ya otro remedio que conservar la libertad o morir por lo menos antes de la servidumbre.

XVI. Animados con esto, y pidiendo la batalla, los lleva a un campo llamado Idistaviso, puesto entre el río Visurgo y las montañas, de espacio desigual, según que la ribera da lugar a las corrientes de las aguas, o lo resisten las alturas de los montes. Había a las espaldas un bosque alto, aunque con el suelo limpio entre los troncos de los árboles. La ordenanza bárbara ocupó la campaña y la entrada del bosque; sólo los queruscos se pusieron en lo alto de los montes, con intento de herir en los romanos trabada que fuese la pelea. Caminaba de esta manera nuestro ejército: a la cabeza los auxiliarios galos y germanos; tras ellos los arqueros a pie; después cuatro legiones con la persona de César, dos cohortes de pretorianos y la caballería escogida; seguían las otras cuatro legiones y los armados a la ligera, con los arqueros a caballo y las demás cohortes de confederados.

XVII. Estando, pues, todos los soldados atentos a conservar su ordenanza y aparejados a menear las manos, Germánico, viendo las escuadras de queruscos, que por fiereza de ánimo se habían anticipado a pelear, venir cerrando su caballería escogida, envió a Estertinio con el resto de sus tropas y orden de procurar cogerlos en medio y embestirlos por las espaldas, ofreciendo socorrerle en la ocasión. En esto, reparando Germánico en un hermosísimo agüero, es a saber, ocho águilas que entraban en el bosque, comenzó a gritar a los soldados, diciendo que siguiesen las aves romanas, deidad particular de las legiones. Cierra en esto la infantería por frente, y los caballos enviados primero comienzan a cargar por los costados y por las espaldas; entonces, cosa maravillosa, dos escuadrones enemigos, es a saber, porque ocupaban los lugares descubiertos del bosque y los que tenían su ordenanza en la campaña abierta, huyendo al contrario los unos de los otros, procuraban éstos salvarse en la espesura, aquéllos en la aspereza de los montes. Los queruscos, cogidos en medio, eran arrojados del monte abajo; entre los cuales el famoso Arminio, con la mano, con las voces y con los golpes que daba, sostenía la batalla, y cerrando con los arqueros, rompiendo por ellos, hubiera escapado por allí, si las cohortes de recios, vindélicos y galos no se le hubieran opuesto con sus banderas. Todavía con su fuerza y con el ímpetu del caballo, manchándose el rostro con su propia sangre por no ser conocido, se salvó. Quieren algunos que, conocido por los caucios, que militaban entre las ayudas romanas, fue dejado pasar. El valor o el mismo fraude dio ni más ni menos escape a Inguiomaro; los demás, degollados por todas partes, y muchos procurando pasar el Visurgo, perecieron, o de la violencia del río, o de las armas arrojadizas, y, finalmente, del peso de los que caían en él por ocasión de la dificultad y altura de sus orillas. Algunos con vergonzosa huida, trepando hasta la cumbre de los árboles y escondiéndose entre las ramas, sirvieron de blanco y regocijo a los arqueros; a otros mataron cortando los árboles por el pie.

XVIII. Fue grande esta victoria, y sin sangre nuestra, habiendo durado la matanza desde la quinta hora del día hasta la noche, hinchiéndose los campos por espacio de tres leguas de cuerpos muertos y de armas. Halláronse entre los despojos las cadenas que traían para atar a los romanos, como seguros de la victoria. Los soldados en el lugar de la batalla saludaron a Tiberio, emperador, y levantando un bastón pusieron encima las armas enemigas a modo de trofeo, con una larga inscripción de los nombres de las naciones vencidas.

XIX. No provocaron tanto la ira y el dolor de los germanos las heridas, el llanto y la destrucción como los movió la afrenta de este espectáculo; tal, que los que no trataban ya sino de desamparar sus propias tierras y retirarse de allá del Albis, piden de nuevo la batalla, arrebatan las armas, y juntos nobles y plebeyos, viejos y mozos, inquietan y acometen de improviso el campo romano. Escogen, finalmente, un puesto cerrado entre el río y los bosques, dentro del cual había una llanura estrecha y pantanosa. Todo este puesto estaba rodeado de una profunda laguna, salvo un breve espacio donde los angrivarios habían levantado un trincherón o calzada muy ancha, por término y mojón entre sus tierras y las de los queruscos. Aquí alojaron su gente de a pie, escondiendo su caballería en los vecinos bosques consagrados, para embestir la retaguardia de las legiones en viéndolas entrar por la espesura de las selvas.

XX. No ignoraba estos designios Germánico, advertido de los consejos del enemigo y de sus acciones públicas y secretas, de todo lo cual se servía para emplearlo en daño de sus contrarios. Dio el cargo de los caballos y el llano a Seyo Tuberón, legado, y ordenó de suerte la infantería que una parte entrase por la llanura en el bosque, y la otra acometiese el trincherón o calzada; escogió para sí el puesto más peligroso, dejando los demás a los legados. Los que iban por la campaña pasaron adelante fácilmente, mas los que habían de ganar el trincherón, arrimándose a él, como si se arrimaran al pie de una muralla, eran de arriba gravemente ofendidos. Conoció luego el general la desigualdad que había en pelear los suyos de tan cerca, y haciendo retirar un poco las legiones, ordenó que los honderos y tiradores de otras armas arrojadizas quitasen al enemigo de la defensa. Trábanse armas enastadas con las máquinas, y, cuanto más altos se descubrían los defensores, tanto más eran heridos y derribados. Fue el primero el César, que con las cohortes pretorias se apoderó del trincherón, y cerrando con el bosque, se vino a las manos a media espada, tal, que teniendo el enemigo cerradas las espaldas con el estaño o lago y los romanos con el río y los montes, daba a todos el sitio necesidad, la virtud esperanza y sólo la victoria salud.

XXI. No eran los germanos inferiores en el valor, aunque sí en las armas y en el modo de pelear; porque aquella gran muchedumbre no podía en los lugares estrechos manejar las largas picas, ni valerse de la destreza o velocidad de la persona, constreñida a menear las manos a pie firme. En contrario, los nuestros, con el escudo al pecho y la espada empuñada, herían aquellos cuerpos grandes y desnudos rostros, abriéndose camino con estrago del enemigo, habiendo ya perdido el ánimo Arminio, o por los continuos peligros, o por aquel nuevo trabajo. Donde Inguiomaro, discurriendo por la batalla y hallándose en todo, vino a quedar antes desamparado de la fortuna que del valor. Germánico, quitándose la celada para ser mejor conocido, exhortaba a los suyos a que no perdonasen la vida a enemigo alguno, que no era tiempo de hacer prisioneros, pues sólo con el fin y entera destrucción de aquella gente se podía fenecer la guerra. Hecha partir hacia la tarde una legión a preparar el alojamiento, las otras hasta la noche se hartaron de sangre enemiga, habiendo la caballería peleado sin ventaja.

XXII. El César, loados en el Parlamento los vencedores, hizo levantar un trofeo de armas con este soberbio título: El Ejército de Tiberio César, sojuzgadas las naciones entre el Rin y el Albis, consagra esta memoria a Marte, a Júpiter y a Augusto. No añadió otra cosa de su persona, o por huir la envidia, o porque le pareció que es bastante paga de cualquiera acción, por noble y generosa que sea, la satisfacción de nuestra propia conciencia. Ordenó después a Estertinio que moviese la guerra contra los angrivarios, si no se entregaban luego; mas ellos, rindiéndose a discreción, alcanzaron perdón de todo.

XXIII. Estando ya muy adelante el verano, se envió por tierra a los acostumbrados invernaderos una parte de las legiones; la otra mayor, por el río Amisia, condujo el César al Océano. Rompían al principio el mar quieto y apacible los remos y las velas de mil naves, cuando saliendo de un globo negro de nubes un pedrisquero con tempestad arrebatada, comenzaron las olas a levantarse tan altas, que del todo impidieron a los pilotos el tino y el modo de gobernar, y los soldados, medrosos y no acostumbrados a los peligros y las faenas de la mar, mientras embarazan a los marineros o fuera de tiempo los ayudan, impiden el necesario ejercicio de los prácticos. Resuélvese después todo aquel cielo y mar turbado en un viento soberbio de mediodía, el cual, reforzado por innumerables nubes arrojadas de las montuosas regiones y profundos ríos de Germania, y hecho más violento por la frialdad del vecino septentrión, arrebata las naves, arrojándolas en lo más descubierto del Océano, o en islas rodeadas de escollos o peligrosas por la incertidumbre del fondo. Escapados algún tanto, y con gran dificultad los navíos de estos lugares peligrosos por haberse mudado la corriente que los llevaba a merced de los vientos, cayeron en otra mayor, no pudiendo echar las áncoras, ni agotar el agua que entraba dentro de los bajeles, para alivio de los cuales comienzan a arrojarse caballos, bestias de carga, bagaje y hasta las mismas armas, deseando, con librarse de aquel peso, evitar la entrada de las ondas y vaciar las que ya habían entrado por los costados.

XXIV. Cuanto es más tempestuoso que los otros mares el Océano y el cielo de la Germania más riguroso y áspero, tanto fue mayor y más nuevo aquel estrago en medio de las riberas enemigas y del mar tan extendido y profundo, que no sin causa se cree ser el último de todos, y que después de él no hay tierra alguna. Fueron sorbidas parte de las naves, las más arrojadas a islas apartadísimas y tan deshabitadas y sin género de sustento, que los soldados que no tuvieron estómago para sustentarse de los caballos muertos, arrojados a la costa por el furor de las ondas, murieron de hambre. La galera capitán sola con Germánico surgió en los caucios; el cual, días y noches, por todos aquellos escollos y promontorios, llamándose merecedor de aquel trabajo, apenas pudieron defenderle sus amigos que no se arrojase en el mismo mar. Finalmente, cesando la fortuna y volviéndose el viento favorable, vuelven las galeras casi sin remos, las naves con capas y otras vestiduras cosidas en lugar de velas, y las que de una manera ni de otra podían hacer camino eran remolcadas por las menos rotas. Las cuales, remendadas brevemente lo mejor que se pudo, se enviaron luego en busca de las islas, y con esta diligencia se recuperaron muchos soldados. Muchos también fueron enviados por los angrivarios, venidos de nuevo a la obediencia romana rescatando los lugares la tierra adentro. Otros, transportados a Inglaterra alcanzaron libertad por obra de aquellos reyezuelos. Contaba cada cual, cuanto venía de más lejos, mayores maravillas; encarecían la violencia grande de la tempestad; pintaban aves de quienes jamás se tuvo noticia, monstruos marinos, formas diversas de animales y de hombres, cosas vistas por los ojos o imaginadas por el miedo.

XXV. La fama de haberse perdido la armada, así como incitó a los germanos a nuevos deseos de guerra, asimismo despertó a Germánico el de procurarlos refrenar. Y habiendo enviado a daño de los catos a Cayo Silio con treinta mil infantes y tres mil caballos, él con la mayor fuerza va sobre los marsos, cuya cabeza, Malovendo, poco antes recibido en devoción, avisó del lugar donde estaba enterrada el águila de la legión de Varo, advirtiendo que la guardaba poca gente. A cuya causa, envió luego la que bastó para provocar por frente al enemigo, y otras escuadras que entretanto cavasen la tierra a espaldas, a todos sucedió prósperamente.

Pasa con esto Germánico tanto más animosamente adelante, saquea el país, sigue a los enemigos que no se atreven a hacerle rostro, y rompe a los que se le hacen, jamás con el espanto y terror que entonces, como se supo por relación de prisioneros, cuya causa publican a los romanos por invencibles y por ningún accidente superables, pues que perdida la flota y las armas, después de haber cubierto la playa de hombres y de caballos muertos, los acometían con la misma fuerza y con el mismo ánimo que si hubieran crecido en números.

XXVI. Redujo después los soldados a sus invernaderos, alegres de haber con esta próspera facción recompensado los trabajos de la mar: añadióseles el gusto con la gran liberalidad del César, que pagó a cada uno los daños que constó haber recibido. Nadie pone duda en que los enemigos estaban suspensos y con intento de pedir la paz, ni de que el verano siguiente se hubiera podido acabar la guerra; mas Tiberio con continuas cartas lo llamaba para recibir el triunfo que se le había decretado, diciendo que ya había trabajado harto; que había tentado la fortuna bastantemente, dado y ganado grandes y felices batallas; mas que era justo acordarse también de los crueles daños que, aunque sin culpa suya, habían causado la mar y el viento; que él había sido enviado nueve veces a Germania por Augusto, obrando más con el consejo que con la fuerza, rindiéndosele por este medio los sicambros y los suevos, obligando a la paz del rey Maroboduo, y que estando, como estaba ya, harto vengada la sangre romana, no había peligro en dejar a los queruscos y a las demás naciones rebeldes en poder de sus discordias intestinas. Y pidiéndole Germánico un año de tiempo para fenecer aquellas empresas, tentó más apretadamente su modestia ofredéndole el segundo consulado, para cuya administración era necesaria su presencia; añadiendo juntamente que, si todavía quedaba algún rastro de guerra, dejase aquella ocasión a Druso, el cual, no habiendo enemigos en otra parte, no podía ganar nombre de emperador ni láurea sino en Germania. No se detuvo más Germánico, si bien conocía ser todo fingido por envidia y por apartarle del ya ganado esplendor.

XXVII. En este tiempo fue acusado de tentar cosas nuevas contra el Estado Libón Druso de la familia Escribonia.

Contaré distintamente el principio, el orden y el fin de este suceso, habiendo sido hallado entonces lo que después por tantos años afligió y consumió la República. Firmio Catón, senador, amigo íntimo de Libón, tuvo maña de persuadir al mozo incauto y vano el dar oídos a caldeos, a magos y a intérpretes de sueños; y representándole que Pompeyo fue su bisabuelo, Escribonia su tía de parte de padre, mujer que fue de Augusto, los Césares sus primos, su casa llena de insignias de nobleza, le exhortaba a vivir viciosamente, tomar dineros prestados, haciéndosele compañero en los deleites y en las demás cosas secretas por convencerle mejor con los indicios.

XXVIII. Cuando le pareció tener suficientes testigos y esclavos que pudiesen testificar lo mismo, pide audiencia al príncipe, dando cuenta del delito y del delincuente por vía de Flaco Vesculario, caballero romano, gran privado de Tiberio, el cual, aunque no menospreció el aviso, no quiso verse con el acusador, diciendo que por medio del mismo Flaco se podía dar entera noticia de todo. Hace en tanto pretor a Libón; convídale a su mesa sin mudar de rostro ni alterarse en palabras; tanto sabía tener escondido su enojo; y pudiendo atajar los intentos de Libón, quería antes saber lo que hacía y decía, hasta que un cierto Junio, persuadido a que con enredos y conjuras hiciese comparecer sombras infernales, lo refirió a Fulcinio Trion. Era entre los acusados muy celebrado el ingenio de Trion, como de hombre que se holgaba de tener ruin fama. Pone luego la acusación al reo, va a los cónsules y requiere que el Senado vea la causa. Convócanse con éstos los senadores (11), añadiendo que se había de tratar de una cosa grande y atroz.

XXIX. Libón, en tanto, mudado de vestidos, acompañado de muchas mujeres nobles, va a casa de los senadores, encomendándose a sus parientes y rogándoles que en aquel peligro hablen por él, excusándose todos con varios pretextos, por hallarse preocupados del mismo temor. El día del Senado, cansado Libón o combatido del cuidado o del miedo, como algunos han dicho, fingiéndose enfermo (12), se hizo llevar en litera a la puerta de palacio, y sostenido de su hermano, extendiendo las manos y suplicando con humildes palabras a Tiberio, fue recibido con rostro inmóvil y severo. Recitó César la acusación y los autores de tal suerte, que no se echaba de ver si quería aligerar o agravar los delitos.

XXX. Habíanse añadido por acusadores, a más de Trion y Catón, Fonteyo, Agripa y Cayo Vivio, y debatiendo entre ellos sobre quién había de tomar a su cargo el orar primero contra el reo, viendo Vivio que no se concertaba, y que Libón había entrado sin abogado, prometiendo de referir sus delitos uno a uno, declaró desatinados cargos; es a saber, que Libón había consultado sobre si tendría jamás tanto dinero que bastase a cubrir la vía Apia hasta Brindis (13), y otras semejantes locuras y vanidades que, consideradas más mansamente, eran dignas de compasión. Fundábase el acusador en una escritura de mano de Libón, con ciertas notas de ocultos caracteres, que al parecer denotaban alguna gran crueldad, añadidos los nombres de César (14) y de los senadores. Llegado el reo, fue resuelto de examinar con tortura a sus esclavos. Y porque por antiguo decreto del Senado había sido prohibido el examen de los tales cuando se tratase de la vida de su señor, Tiberio, sagaz e inventor de nuevas leyes (15), mandó que se vendiesen todos a un procurador de las rentas públicas, por poder, sin contravenir al decreto, proceder contra Libón por vía de sus esclavos. Visto esto por el reo, pidió de tiempo todo el día siguiente, y vuelto a su casa con Publio Quirino, su pariente, envió al príncipe los últimos ruegos, sacando por respuesta que acudiese al Senado.

XXXI. Estaba entre tanto rodeada la casa de Libón de soldados, los cuales hasta en el patio hacían rumor para ser oídos y vistos; cuando Libón, cenando, atormentado de las viandas mismas aparejadas para su postrer sustento, llama a quien le mate, pone el cuchillo en las manos de sus criados ofreciendo el pecho a los golpes, y mientras ellos, medrosos, huyen, dan con las mesas y con las luces en el suelo. Él, en aquella funesta oscuridad, con dos heridas en las entrañas, se mata. Corrieron los libertos, sentido el gemido y la caída, y los soldados, en viendo que había expirado, se fueron de allí y le dejaron. Sin embargo, se siguió la causa en el Senado tan criminalmente como antes, jurando Tiberio que hubiera pedido en gracia su vida aunque pareciera culpado, si no le previniera con muerte voluntaria.

XXXII. Su hacienda se repartió entre los que le acusaron, y a los que eran senadores se les dio la pretura supernumeraria. Propuso entonces Cotta Mesalino (16) que en las exequias de los descendientes de Libón no se pudiese llevar su imagen. Cneo Lentulo fue de parecer que ninguno de los Escribonianos pudiese tomar el sobrenombre de Druso, y por consejo de Pomponio Flaco fueron ordenados ciertos días en que se hubiesen de hacer procesiones generales. Lucio Pisón, Galo Asinio, Papia Mutilo y Lucio Apronio votaron que se llevasen dones a Júpiter, a Marte y a la Concordia, y que el día de los trece de septiembre, en que se mató Libón, fuese solemnizado como fiesta. He querido notar aquí las autoridades y adulaciones de estos personajes, para que se sepa que era esto ya mal viejo de la República. Hiciéronse otros decretos en el Senado, sobre el expeler de Italia a los astrólogos (17) y magos, entre los cuales Lucio Pituanio fue despeñado de la roca Tarpeya. Los cónsules, conforme al uso antiguo, hicieron justicia a son de trompetas de Publio Murcia, fuera de la puerta Esquilina (18).

XXXIII. En el siguiente Senado, Quinto Haterio, que había sido cónsul, y Octavio Frontón, que acababa de ser pretor, habiendo dicho varias cosas contra las grandes pompas y excesiva suntuosidad de Roma, se decretó que no se pudiese usar de vajilla de oro macizo para servir las viandas, ni los hombres osasen vestirse de seda de la India (19); mas Frontón pasó más adelante; que se moderase la plata, los vestidos y la abundancia de criados. Duraba todavía el poder los senadores decir su parecer cuando era servicio de la República, aunque fuese saliendo de lo que se había propuesto. En contrario discurrió Galo Asinio, diciendo: Que habían crecido con el aumento del Imperio las riquezas particulares, y que el tenerlas no era cosa nueva, sino conforme a las antiguas costumbres. Que habían sido de una manera las riquezas de los Fabricios y de otra las de los Escipiones, aunque todas proporcionadas a la República, la cual, mientras fue pobre, era necesario que lo fuesen también los ciudadanos. Mas llegada después a tanta grandeza, consecuentemente habían crecido las haciendas particulares; que ni de criados, de plata, ni de otra cosa de las que se ponen en uso, puede decirse que es mucho o que es poco, pues todo se regula con la fortuna del que lo posee, que a esta causa se distinguían las rentas de los senadores y de los caballeros (20), no porque entre sí sean diversos de naturaleza, mas porque haya precedencia en los lugares, en los órdenes y en la dignidad; y ni más ni menos en las demás cosas que se aparejan por recreación del ánimo o por la salud del cuerpo, si ya no queremos que los más ilustres y aparentes hayan de tener todo el cuidado, y exponerse a mayores peligros y estar privados de aquellas cosas que facilitan y ablandan semejantes penalidades. La conformidad de los oyentes y la cubierta de vicios, so color de nombres honestos, hizo agradable a todos el parecer de Galo, añadiendo Tiberio que no era aquel tiempo de reforma, ni faltaría, si en alguna cosa excediese a las buenas costumbres, quien estudiase en corregirlas.

XXXIV. Entre estas cosas, reprendiendo Lucio Pisón las ambiciosas negociaciones de los que seguían el foro, la corruptela de los jueces, la crueldad de los oradores, que de ordinario amenazan de poner acusaciones, protestó de quererse partir de Roma y de irse a vivir en algún lugar en el campo apartado y escondido, y diciendo esto se parte del Senado. Conmovido de esto Tiberio, a más de aplacar a Pisón con palabras amorosas, hizo también que sus parientes, con su autoridad y ruegos, le detuviesen. No dio menor señal de libertad de ánimo el mísero Pisón con llamar a juicio a Urgulania, la cual, animada del favor y privanza de Augusta, se había venido a hacer más poderosa de lo que permitían las leyes. Y así como Urgulania no obedeció, retirándose en casa de César sin dársele nada por Pisón, así él no cesó de acusarla, por más que Augusta procuró mostrar que con esto se le perdía el respeto y aniquilaba la autoridad. Tiberio, pareciéndole que no era justo sufrir a su madre más que hasta aquel punto, ofreciéndole que quería él mismo comparecer ante el tribunal del pretor por abogado de Urgulania, salió de palacio, dando orden que le siguiesen los soldados de lejos. Causaba admiración al pueblo que concurría la compostura de su rostro y el verle con diversos razonamientos alargar el tiempo y el camino, hasta que fatigándose en vano los parientes de Pisón por quitarle, hubo de enviar Augusta el dinero que se le pedía a Urgulania. Este fin tuvo este caso, del cual quedó muy honrado Pisón, y César con mejor fama. Mas era tal la autoridad de esta mujer en Roma, que no se dignó de comparecer en el Senado por testigo en una causa que se trataba, y fue menester enviar a su casa el pretor para examinarla, siendo así que por usanza antigua se acostumbraba oír en el foro y en juicio hasta las vírgenes vestales cuando son llamadas por testigos de verdad.

XXXV. De buena gana dejaría de referir a lo que se extendieron estas cosas el año en que vamos, si no me pareciese útil el saberse la diversidad de opiniones de Pisón y Asinio Galo con ocasión de este mismo negocio. Pisón, puesto que había ofrecido de defender la causa de Urgulania, no dejó de seguida por eso, antes juzgó que debía insistir tanto más, cuanto por no haberse de hallar el príncipe al juicio del proceso, a causa de haber de hacer el oficio de abogado, podían decir con mayor libertad sus votos los senadores y caballeros, cosa bien conveniente a la República. Galo, a causa de que Pisón había preocupado esta apariencia de libertad, decía en contrario: Que no había cosa excelente o digna del pueblo romano, sino lo que se hacía delante de César, a cuya causa la junta de toda Italia y el concurso de las provincias debía ser reservado a su presencia. Oyendo estas cosas Tiberio y callando, dado que se trataba con gran contención por ambas partes, fueron al fin diferidas.

XXXVI. Movióse después otra contienda entre Galo y César; porque Galo quería que cada cinco años se hiciesen los comicios o juntas para la creación de los magistrados; quería también que los legados de las legiones (21), llegados a aquel grado en la milicia antes de ser pretores, estuviesen desde luego destinados para serlo, y que el príncipe nombrase hasta doce candidatos o pretendientes para presentar en el discurso de los cinco años. No hay duda de que este voto penetraba más altamente en los secretos del Imperio. Todavía discurría César, como si por ello se le acrecentara autoridad, diciendo: Que era demasiado para su modestia el elegir tantos y diferir tanto; que aun haciéndose la elección cada año, era imposible dejar de quedar muchos descontentos y ofendidos, puesto que les quedase esperanza para el año venidero, bastante a consolarlos de la repulsa; ¿cuál sería, pues, el odio de aquellos que se viesen reprobados por cinco? ¿Cómo se puede antever el ánimo, la casa y la fortuna que han de tener, cuando tras tan largo tiempo lleguen a ser elegidos? Si los que lo son se ensoberbecen con tener aquella honra un año, ¿qué harán cuando sepan que les ha de durar cinco? Multiplicarse habían otras tantas veces los magistrados; trastornarse habían las leyes, las cuales tienen puesto límite a la industria de los opositores y al procurar y gozar las honras.

XXVII. Con esta semejanza de palabras favorables retuvo la fuerza y autoridad del Imperio; ganó la gracia de algunos senadores aumentándoles las rentas, y así causó mayor maravilla el ver lo mal que tomó y el poco caso que hizo de los ruegos de Marco Hortalo, mozo noble y de conocida pobreza. Era Marco Hortalo nieto de Hortensia el orador, y habíale obligado a casarse la liberalidad de Augusto, que le dio a título de que dejase sucesión y no se acabase su noble linaje, veinticinco mil escudos de oro (un millón de sestercios). Éste, pues, poniendo en hilera cuatro hijos que tenía a la entrada de la puerta del Senado, que se tenía entonces en palacio, en lugar de decir su voto como los demás, mirando ya a la estatua de Hortensia colocada entre las de los demás oradores, y a la de Augusto, comenzó así: Padres conscriptos, yo, no de mi voluntad, más por exhortación del príncipe, y porque mis mayores merecieron sucesión, tengo estos hijos de la edad pueril y del número que veis. Porque a mí, que por la variedad de los tiempos no he podido alcanzar hacienda, ni favor del pueblo o elocuencia, dote peculiar de nuestro linaje, me hubiera bastado que mi pobreza no me obligara a mí a padecer vergüenza y carga a los demás. Caséme con orden del emperador: ésta es la descendencia de tantos cónsules, de tantos dictadores; no lo digo porque me tengáis envidia, sino por impetrar misericordia. Participarán viviendo tú, ¡oh César!, de las honras que les darás; mas defiende entre tanto de la pobreza a los bisnietos de Quinto Hortensia y a las crianzas de Augusto.

XXXVIII. La inclinación que mostró el Senado de ayudar a Hortalo sirvió a Tiberio de estímulo para negarle lo que pedía, casi con estas palabras: Si cuantos pobres hay comienzan a recurrir acá y a pedir dineros para sus hijos, jamás se cansará ninguno, y la República se empobrecerá sin duda. ¿No fue concedido de nuestros mayores el salir alguna vez de la proposición, diciendo su parecer por el bien publico, para que nos sirvamos de esta licencia en negocios particulares, y para aumentar nuestros intereses con envidia o cargo del Senado y del príncipe, no menos en el conceder que en el negar la demanda? Porque éstos no son ruegos, sino una extorsión intempestiva y no antevistas: habiendo juntado los senadores para otra cosa, el levantarse en pie, y con el número y con la edad de los hijos tentar la modestia del Senado y la mía, es como romper el Erario; el cual, si nosotros le vaciásemos con ambición, sería forzoso rehenchirle después con tiranía. Verdad es, ¡oh Hortalo!, que te dio dineros el divo Augusto, mas no por eso hizo ley que se te hubiesen de dar siempre: faltaría la industria, alimentarse ha la pereza, si todos, impróvidos y seguros, esperasen la ayuda ajena, haciéndose inútiles a sí mismos y carga a nosotros. Éstas o semejantes palabras, aunque oídas con aplauso por los que tienen de costumbre loar todas las acciones del príncipe, buenas o malas, fueron de muchos recibidas con silencio o con secreto murmurio. De que advertido Tiberio, después de haber callado un poco, añadió: Que aquello le había parecido responder a Hortalo, mas que si así pareciese a los senadores, daría a cada uno de sus hijos varones cinco mil escudos de oro (200.000 sestercios). Agradeciéronselo todos; sólo Hortalo calló, o por temor, o porque entre la cortedad de su fortuna conservase todavía algunos vislumbres de la antigua nobleza de sus abuelos. No tuvo después Tiberio compasión alguna de él, aunque al fin vino a caer la casa de Hortensio en una vergonzosa pobreza.

XXXIX. En este año al atrevimiento de un esclavo, si no se remediara presto, hubiera, con la discordia y con las armas civiles, de nuevo trabajado la República. Un esclavo de Póstumo Agripa, llamado Clemente, sabida la muerte de Augusto, no con ánimo servil, imaginó en pasar a la Planosa, y con engaño o por fuerza robar a Agripa y llevarlo después a los ejércitos de Germania (22). Impidió el atrevido intento de éste la tardanza de una nave de carga, sucediendo el homicidio de Agripa antes de que llegase. Y así, volviendo el ánimo a cosas mayores y más precipitadas, hurta las cenizas, y héchose llevar a Cosa, promontorio de Toscana (23) estuvo escondido hasta dejarse crecer el cabello y la barba, no dejando de parecerse algo a su señor en la edad y aspecto. Entonces, por vía de personas aptas y sabedoras del secreto, comenzó a publicar que Agripa era vivo; al principio, con hablar entre rincones como de cosa prohibida; después, con voz corría a los oídos aparejados de los más ignorantes, y de ellos a la gente más malcontenta y deseosa de novedades. Entra con esto por las villas pequeñas cuando quería anochecer, no dejándose ver descubiertamente ni deteniéndose mucho en una parte. Y sabiendo que la verdad cobra fuerza con la vista y con la dilación, como la mentira con la certidumbre y la presteza, procuraba unas veces dejar de sí alguna fama, y otras anticiparla y prevenirla.

XL. Divulgábase entre tanto por Italia, y creíase en Roma, que Agripa era vivo por merced de los dioses; tal que, llegado a Ostia con grande acompañamiento, comenzaban ya a hacerse en Roma juntas secretas, cuando Tiberio, dudoso si había de castigar a este esclavo con fuerzas de soldados, o bien dejar que el tiempo hiciese desvanecer esta falsa opinión, combatido de la vergüenza y del temor, y discurriendo entre sí unas veces que no era bien menospreciar nada, y otras que era sobrado recato el recelarse de cada cosa, finalmente, escogió el cometer el negocio a Salustio Crispo, el cual, escogiendo dos de sus clientes (otros dicen soldados), les rogó que fingiendo amistad se juntasen con el falso Agripa y le ofreciesen dinero, fidelidad y compañía en todos sus peligros. Ejecutan éstos su comisión, y escogiendo una noche. que no había buena guardia, tomando bastante gente consigo, atándole y con la boca tapada, le llevan a palacio. Dicen que preguntado por Tiberio que cómo se había convertido en Agripa, respondió: Como tú en César. No fue posible hacerle que descubriese los cómplices; y Tiberio, no atreviéndose a castigarle a la descubierta, le hizo matar en la parte más retirada de palacio y escondidamente llevar fuera el cuerpo; y si bien se dijo que muchos de la misma casa del príncipe y otros caballeros y senadores le habían sustentado con dineros y ayudado con consejos, no se hizo otra pesquisa.

XLI. En el fin del año se dedicaron el arco junto al templo de Saturno (24), por las banderas de Varo recuperadas por Germánico, debajo de los buenos agüeros y nombre de Tiberio; el templo de Buena Fortuna en las orillas del Tíber, en los huertos dejados de César dictador al pueblo romano, y juntamente se consagraron un templo a la familia Julia y una estatua al divo Augusto en Bovile (25). En el consulado de Cayo Cecilio y Lucio Pomponio, a veintiséis de mayo, triunfó Germánico César de los queruscos, de los catos y de los angrivarios, y de otras naciones hasta el Albis. Llevábanse los despojos, los cautivos y el designio de montes, de ríos y de las batallas, teniendo ya por fenecida la guerra, considerado que se le prohibió el darla fin. Alegraba la vista de todos el nobilísimo aspecto de Germánico y el carro cargado de cinco hijos. Mas mezclábanse ciertos ocultos miedos, acordándose muchos de lo que dañaron a su padre Druso los favores del vulgo y a su tío Marcelo las demostraciones amorosas del pueblo, pues bastaron para que fuese quitado del mundo en flor de su juventud, concluyendo con que eran breves y desdichados los amores del pueblo romano.

XLII. Mas Tiberio, habiendo dado a la plebe siete ducados y medio (300 sestercios) por cabeza en nombre de Germánico, que declaró por colega en su consulado, si bien ni aun en esto alcanzó entera fe de que le amaba sinceramente, determinó quitárselo de delante, so color de honrarle, y procuró la ocasión, o a lo menos se valió de la que le ofreció la fortuna presto. Poseía Arquelao, cincuenta aríos había, el reino de Capadocia, aborrecido de Tiberio, porque mientras estuvo en Rodas no hizo alguna demostración de honrarle. No había faltado Arquelao por soberbia, sino por advertimiento de los privados de Augusto, porque viviendo Cayo César, enviado a las cosas de Oriente, se tenía por peligrosa la amistad de Tiberio. El cual después que arruinado el linaje de los Césares ocupó el Imperio con cartas de la emperatriz su madre, en que no disimulaba el enojo de su hijo y le ofrecía perdón siempre que viniese a pedirle, persuadió a Archelao a venir con diligencia a Roma, o no anteviendo el engaño, o temiéndose de la fuerza, cuando pusiese su seguridad en duda. Fue recibido Archelao rigurosamente por el príncipe y acusado luego en el Senado; poco después, o natural o voluntariamente, dejó los cuidados de la vida no por las falsas acusaciones, sino por el disgusto y por hallarse cansado de la vejez, como también porque a los reyes no sólo los agravios, pero las cosas justas, parecen inusitadas. Hízose aquel reino provincia, y porque César había dado a entender que con aquellas rentas se podía descargar el derecho de uno por ciento, como no bastaran a tanto, se redujo a medio por ciento. En el mismo tiempo, siendo muerto Antíoco, rey de Comagena, y Filopator, de Cilicia, estaban aquellas naciones inquietas, deseando unos ser gobernados por los romanos, y otro tener rey. Y las provincias de Siria y de Judea, cansadas de tantos pechos, pedían ser aliviadas de tributos.

XLIII. De estas cosas y de las ya dichas de Armenia, discurriendo Tiberio en el Senado, mostró que los tumultos de Oriente no podrían quietarse sino por la prudencia de Germánico; porque yo -decía él- hallo que he entrado en la vejez y que Druso no ha salido aún de la juventud. Con esto, por decreto de los senadores, se señalaron a Germánico todas las provincias ultramarinas, con mayor autoridad, por dondequiera que fuese, que no solían tener los que salían por suerte o eran enviados de príncipe. Había quitado el gobierno de Siria Tiberio a Crético Silano, pariente de Germánico por afinidad, a causa de tener prometida su hija Silano a Nerón, su primogénito, y puesto en él a Cneo Pisón, de espíritu levantado, violento, y que no sabía sufrir, heredero natural de la ferocidad de su padre que favorecía gallardamente en la guerra civil las partes que volvían a renacer en África contra César. Después, habiendo seguido a Bruto y Casio, le fue permitido el volver a Roma, adonde se abstuvo siempre de pedir honores públicos; tanto, que hubo menester Augusto hacer diligencias para que aceptase el consulado; y a más de los espíritus paternos, era instigado de la nobleza y las riquezas de Plancina, su mujer; conque, cediendo apenas a Tiberio, despreciaba a sus hijos como a inferiores; ni a él dejaba de ser notorio que el haber sido puesto en aquel gobierno era por refrenar las esperanzas de Germánico. Creyeron algunos que tuvo secretas órdenes de Tiberio, y es cierto que Augusta, con mujeril emulación, advirtió a Plancina que persiguiese a Agripina, porque hallándose la corte dividida en favorecer a Druso y a Germánico, Tiberio, como propio y de su sangre, favorecía a Druso. La poca correspondencia del tío había granjeado a Germánico el amor de los demás, como también el ser de más calidad, respecto a la nobleza de su madre, por cuya vía tenía por abuelo a Marco Antonio y por tío a Augusto; donde en contrario, habiendo tenido Druso por bisabuelo a Pomponio Ático, caballero romano, no igualaba a la grandeza de los Claudios; y la mujer de Germánico, Agripina, vencía en fecundidad y en fama a Livia, mujer de Druso. Mas estos dos hermanos, generosamente unidos entre sí, estaban firmes a las parcialidades de sus parientes.

XLIV. No mucho después Tiberio envió a Druso al Ilírico, por acostumbrarle a la guerra y porque ganase el amor del ejército, juzgando que aquel joven, hecho a las comodidades y deleites de Roma, se haría mejor entre los soldados, teniéndose también por más seguro poniendo las legiones en mano de sus hijos. Con todo eso fingió que le enviaba con el socorro que pedían los suevos contra los queruscos, porque quedando aquellos pueblos por la partida de los romanos sin miedo de fuerzas extranjeras, como habituados a la guerra y émulos de su gloria, volvían las armas contra sí mismos, hallándose iguales en la fuerza de las naciones y en el valor de los capitanes. Hacía Maroboduo odioso al pueblo el nombre de rey, donde Arminio era sumamente amado, mostrando que peleaba por la libertad.




Notas

(1) Alusión al descalabro y retirada de Antonio delante de los ejércitos de Fraates, y al degüello de dos legiones al mando de Oppio Estaciano. en el año 718 de Roma.

(2) Como lo prueba el haber restituido a aquel emperador en 734 los estandartes cogidos a Craso y a Antonio.

(3) Los romanos acostumbraban poner su sello no sólo en sus efectos más preciosos, sino hasta en las cosas de uso común, tales como el pan, el vino, la carne, etcétera.

(4) Fue el tercero de este nombre. Descendía de los Arsacidas por línea femenina, según se ve en el libro VI, 42.

(5) Antonio atribuye la derrota de su legado Oppio, a la inacción voluntaria de Artavasde, rey de Armenla, cerca del cual se había refugiado, y queriendo vengar aquel ultraje, metióse por las fronteras de ese reino, so pretexto de renovar la guerra contra los partos, atrajo a su campamento de Nicópolis a Artavasde, y una vez le tuvo en su poder, le hizo poner cadenas de plata y le llevó a Roma para que diese más importancia a su triunfo.

(6) Llamado a suceder en el trono de Armenia a su padre. Habiendo sido hecho prisionero por Antonio, fue lanzado de él y desposeído por el triunviro, quien repartió sus Estados entre Polemón, rey del Ponto y Artabaces que lo era de los medos. Artajias se aprovechó más adelante de la guerra entre Antonio y Octavio para reconquistar su reino, y habiendo vencido a Artabaces, volvió a ceñir la corona de Armenia.

(7) Por haberla mandado construir Druso. Según d'Anvllle, en el canal llamado hoy día el Nuevo Issel.

(8) Dábase este nombre al centurión de la primera centuria de la primera cohorte de la legión. Era el encargado de la custodia del águila de la misma. Rich, en su Diccionario de ant. rom. y griegas, dice que era un título que conservaba como una distinción honorífica, aun después de haber recibido su licencia, el oficial que había tenido el grado de primer centurión del primer manípulo de los triarios.

(9) Dábase el nombre de augural al sitio que estaba a la derecha de la tienda del general (pretorio), donde se consultaban los augurios y se alimentaban las gallinas sagradas.

(10) El pilum era un arma peculiar de la infantería romana sumamente temible, puesto que, a la vez que arrojadiza, servía, como la pica, para cargar al enemigo en ocasiones dadas, y aunque era más corta que la lanza, pues tenia a lo más cuatro codos y medio, o sea siete pies escasos de largo, estaba armada de un hierro más fuerte y más ancho y de unos tres pies de longitud. En cuanto a la espada romana, no tenia más que unas veinte pulgadas de largo, pero era muy posada, de dos filos, y de tan buen temple, que se podia con ella romper un escudo o hacer pedazos una puerta.

(11) En los tiempos de la República, dice Dureau de la Malle, no había nada irrevocablemente establecido acerca de las asambleas del Senado, siendo Augusto el que primero ordenó que se celebrasen en las calendas e idus de cada mes. Tenian obligación de asistir a ellos todos los senadores, y a fin de quitarles todo pretexto para excusarse de ello, procuró que en los días de reunión no tuviesen ningún otro negocio que pudiese distraerlos, ningún juicio que pudiese ocuparlos. A los que dejaban de asistir sin justa causa se les imponía una multa, que Augusto aumentó, y como en semejantes casos el ser muchos los culpables hace que quede impune la falta, estableció que cuando el número de éstos fuese muy crecido, se echasen suertes entre ellos, multando a uno por cada cinco. Además de esas asambleas, filas y regulares, que se llamaban senatus legitimus, las había extraordinarias, como en el caso de que habla el autor, y a las cuales se daba el nombre de senatus indictus. Necesitábase el Concurso de 400 senadores para que los senatus consultus tuviesen fuerza de ley. Augusto estableció, sin embargo, que fuesen válidos aun cuando no llegasen los asistentes a dicha cifra, y hasta fijó una como especie de tarifa, señalando el número de senadores que se necesitaba para cada clase de negocios. No por dejar de concurrir los senadores necesarios se dejaban de tomar resoluciones, sólo que en este caso se las llamaba senatus auctoritas, y no senatus consulto. Lo mismo se practicaba cuando había oposición de parte de algún tribuno que impidiese la redacción del senatus consulto, o cuando el Senado era convocado precipitadamente.

(12) Según Dion, LVII, 15, Libón habla estado realmente enfermo, y Tiberio no quiso citarle a juicio hasta que estuviese bien. Séneca habla de él en su libro de Clemencia, y en la Epístola 70, en que refiere su muerte, le llama juvenem tam stultum quam nobilem.

(13) Esto es, dice Louantre, en una extensión de trescientos sesenta mil pasos.

(14) El original latino dice Caesarum, de los Césares, esto es, de Tiberio, Druso y Germánico.

(15) Según Dion, LV, 5, fue Augusto quien, en 746, Inventó esta manera de eludir la ley.

(16) Este hombre odioso, de quien se habla en otros varios pasajes de los Anales, era hijo del famoso orador M. Valerio Mesala Corvino.

(17) Ya en 614 el pretor Domido Hespedo había expulsado a los astrólogos de Roma y de Italia. En tiempo del Imperio se renovaron varias veces los edictos contra los que se dedicaban a las ciencias ocultas, sin que se lograse extirparlos. Su número fue, por el contrario, en aumento en los últimos tiempos de Roma, pudiendo decirse que crecian en ella la superstición y la fe en aquellos embaucadores, a la par que se debilitaban las creencias.

(18) Los reos eran descabezados de un hachazo, y sus cadáveres arrojados a los pozos. La publicación de las sentencias se hacia a son de trompetas en los sitios más públicos de la ciudad y delante de la casa del culpable, costumbre que se conservó durante toda la Edad Media y que en algunos pueblos ha llegado hasta nuestros dias.

(19) Esta suerte de seda, a la que Tácito llama serica -dice el traductor-, quiere Upsio que se crie en la India en ciertos árboles no diferentes de nuestros sauces.- Es lo cierto que los intérpretes anduvieron dlscordes acerca del sentido de la palabra serica. Unos pretenden que sea algodón, otros la lana de que se hace el casimir, si bien la opinión más común es la de que se trata de una tela de seda.

(20) El censo o renta de éstos debía ser de 400.000 y de 1.200.000 sestercios el de los primeros.

(21) Un general de ejército -dice Boumof-, aun cuando no hubiese sido más que pretor, se llamaba legatus consularis, de la misma manera que un comandante de legión se llamaba legatus praetorius, aun cuando no hubiese ejercido nunca esta importante magistratura. Asi, pues, aquel grado era en algún modo asimilado a la pretura y hacia que, a su vuelta a Roma, pudiese el que lo tenia aspirar a ella. Ahora bien: si se hubiese nombrado a los magistrados por cinco años, como proponía Galo, se hubieran tenido que diferir por este mismo espacio de tiempo las esperanzas de los tenientes, y como eso hubiera redundado en su daño, por eso pedia además que fuesen al propio tiempo designados pretores por ei derecho mismo de su grado militar.

(22) Suetonio, Tiberio, 25, y Dion, XLVII, 16, dicen que Clemente pasó las Galias y de allí a Italia, y que hasta marchó sobre Roma seguido de un gran número de parciales para hacerse dueño del poder supremo; pero el relato de Tácito parece mas verosímil.

(23) Hoy Monte-Argentaro, cerca de Orbitelio.

(24) Este templo, en el cual se guardaba el tesoro público, estaba situado detrás de la embajada del Capitolio y a la entrada del Foro.

(25) Bovillas, pueblo del Lacio, situado a once millas de Roma.

Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO PRIMEROSegunda parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha