Índice de Los anales de TácitoPrimera parte del LIBRO SEGUNDOPrimera parte del LIBRO TERCEROBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Segunda parte



Triunfa Germánico en muchas naciones de Germania. - Muere en Roma Arquelao, rey de Capadocia, y su reino es hecho provincia. - Germánico va a Oriente con amplia y suprema potestad, y Cnea Pisón a Siria con ocultas órdenes, a lo que se cree, contra Germánico. - Druso va al Ilírico contra los germanos, cuyas discordias ocasionan ocio y seguridad al pueblo romano. Los queruscos, con su capitán Arminio, en una poderosa y sangrienta batalla vencen al poderoso y viejo rey Maroboduo. Perecen en Asia doce célebres ciudades con la furia de un terremoto. - Tacfarinas, comenzando la guerra a modo de latrocinio en África es refrenado por Furio, procónsul. - Germánico en Armenia, quitando el reino a Vonón, introduce a Zenón con gusto de aquellos pueblos. - Druso fomenta las discordias en Germania. Maroboduo es echado del reino por Catualda, a quien señala Tiberio la habitación de Frejus. - Rescuporis, rey de Tracia, preso por artificio de Pomponio Flaco, es llevado a Roma. - Germánico visita a Egipto. - Vuelto a Siria, se refuerza la enemistad entre él y Pisón, y poco después muere en Antioquía, con general desconsuelo y no menor opinión de veneno por obra de Pisón, el cual, tentando el ocupar con armas la provincia, es rechazado por Sencio, uno de los amigos de Germánico, cuya memoria se solemniza en Roma con exquisitos honores. - Decrétase contra la impudicia de las mujeres. - Recíbese una virgen vestal. - Arminio muere en Germania por engaño.




XLV. A cuya causa no sólo los queruscos, sus aliados y sus soldados viejos, mas muchos de los propios suevos del reino de Maroboduo, rebelándose junto con los senones y longobardos, tomaron las armas en favor de Arminio, con el aumento de los cuales prevaleciera si Inguiomaro, con buen golpe de sus amigos y vasallos, no se pasara al bando de Maroboduo, sin otra cosa que por desdeñarse el tío viejo de obedecer al sobrino mozo. Pusiéronse, pues, el uno y el otro en batalla con igual esperanza; no como acostumbraban en los germanos, con corredurías a la larga o con divididas escuadras, porque habiendo guerreado largamente con nosotros, ya estaban prácticos en seguir las banderas, ordenar los socorros y obedecer a los capitanes. Arminio entonces, discurriendo por el campo a caballo, acordaba a todos la recuperada libertad, las legiones deshechas, mostrando en manos de muchos los despojos y armas quitadas por fuerza a los romanos. En contrario, llamaba a Maroboduo fugitivo, sin experiencia de guerra, defendido de las madrigueras y cuevas de la selva Hercinia, y que había poco antes, con presentes y embajadas, pedido la paz; traidor a su patria, corchete del César, digno de ser perseguido por ellos con el mismo aborrecimiento con que fue muerto Varo Quintilio. Pedíales, finalmente, que se acordasen de tantas batallas con cuyo suceso (habiéndose al fin echado de Germania los romanos) estaba probado bastantemente quién había llevado lo mejor.

XLVI. No se abstenía Maroboduo de engrandecer sus cosas y vituperar al enemigo. Y teniendo a Inguiomaro por la mano, afirmaba consistir en su persona sola el esplendor de los queruscos, a cuyos consejos debían atribuirse todos sus prósperos sucesos; que Arminio era un hombre de poco juicio y menos experiencia, diestro en aplicarse la gloria de los otros por haber oprimido tres escasas legiones, y con fraude engañado al capitán poco advertido, con gran estrago de la Germania y particular ignominia suya, por tener todavía en servidumbre a su mujer y a su hijo. Mas él, acometido de Tiberio con doce legiones había conservado sin mancha la gloria del nombre germano feneciendo la guerra con iguales y honestas condiciones, y que no se arrepentía de que estuviese aún en su elección el hacer la guerra a los romanos o gozar de la paz sin derramamiento de sangre. Animados con estas palabras, los ejércitos eran también incitados por sus causas propias, peleando los queruscos y longobardos por su antiguo esplendor y por la reciente libertad, y los otros por aumentar su señorío. No se vio jamás batalla de ejércitos más poderosos ni de más dudoso suceso, habiéndose roto en entrambas partes los cuernos derechos. Esperábase nueva batalla si Maroboduo no retirara su ejército a las montañas. Esto fue indicio de haberse llevado lo peor, y privado de los que poco a poco le iban desamparando se retiró a las tierras de los marcomanos, habiendo enviado embajadores a Tiberio por ayuda. Respondiósele que sin razón pedía las armas de los romanos contra los queruscos, no habiéndoles ayudado jamás en las guerras que tuvieron contra los mismos queruscos. Envióse con todo eso a Druso, como se ha dicho, para asentar la paz.

XLVII. En este año se asolaron en Asia doce ciudades (1) por terremoto venido de noche, que hizo la calamidad más improvisada y más grave, habiendo faltado el acostumbrado socorro de huir a lo descubierto, porque, abriéndose la tierra, eran sorbidos los hombres. Cuentan haberse allanado altísimos montes y levantado las llanuras, vístose llamas de fuego entre las ruinas, habiendo movido a piedad particularmente la miseria crudelísima de los sardianos, a los cuales no sólo prometió Tiberio 250.000 ducados (10.000.000 de sestercios), mas los hizo exentos por cinco años de cuanto pagaban al erario y al fisco. Los magnesios de Sipilio, como los segundos en el daño, lo fueron también en el remedio. Los temnios, filadelfos, egeatars, apollonienses, llamados mostenos y macedonios hircanos, los de Hierocesárea, Mirina, Cimene y Tmolo, fueron descargados de tributos por el mismo tiempo, y se envió un senador a ver las ruinas y poner remedio, eligiendo para esto a Marco Aleto de entre los que habían sido pretores, para que hallándose al gobierno de Asia un cónsul, no naciese inconveniente por emulación, como entre iguales, tal que bastase a impedir la ejecución.

XLVIII. Añadió César a esta magnificencia pública la liberalidad no menos grata, dando la hacienda de Emilia Musa, riquísima liberta, recaída al fisco por haber muerto sin testamento a Emilio Lépido, de cuya casa se creía ser; y la herencia del rico Patuleyo, caballero romano, aunque el mismo César estaba instituido por heredero en parte de su hacienda, a Marco Servilio por hallarle nombrado en el primer testamento, no sospechoso de falsedad, habiendo dicho antes que la nobleza de entrambos merecía aumento de riquezas. No aceptó jamás herencia alguna que no la hubiese merecido con amistad; de los que no conoció o de los que en odio de otros nombraban por heredar al príncipe, no quería escuchar ni admitir cosa. Mas así como ayudaba a la pobreza honesta de los buenos, así también hizo borrar del orden senatorio, o sufrió que de sí mismo se saliesen a Vividio Varrón, Mario Nepote, Apio Apiano, Cornelio Sila y Quinto Vitelio (2), como pródigos y empobrecidos por su defectos.

XLIX. En este tiempo se dedicaron los templos comenzados por Augusto y arruinados de antigüedad o del fuego; es a saber: de Baco, de Proserpina y de Ceres, junto al Circo máximo, edificado ya por voto de Aulo Póstumo, dictador; el de Flora, en el mismo lugar, hecho por Lucio y Marco Publicios, entonces ediles, y el de Jano en la plaza de las Hierbas, edificado de Cayo Duilio, el primero que alcanzó victoria naval, honrado de triunfo, por haber vencido en ella a los cartagineses. Germánico consagró el templo de la Esperanza, votado de Atilio en la misma guerra.

L. Iba entretanto tomando fuerzas la ley de majestad, de que fue acusada Apuleya Varilla, nieta de una hermana de Augusta, imputándole que con palabras injuriosas había hecho burla del divo Augusto, de Tiberio y de su madre, y que sin reparar en el parentesco que tenía con César había cometido adulterio. De esto fue remitida a la ley Julia. Del delito de majestad quiso César que se hiciese distinción, y que fuese castigada si se hallaba que hubiese hablado indecentemente de Augusto, mas por lo que había dicho de él no quiso que se le hiciese cargo alguno. Y preguntándole el cónsul lo que le parecía del otro cabo, tocante al haber hablado mal de su madre, no respondió cosa. Después, en el siguiente Senado, rogó en nombre de Augusto que no fuese imputado cargo por haber dicho palabras contra ella en manera alguna, y libró a Apuleya de la ley de majestad, rogando que por el adulterio se contentasen con el castigo ordinario, desterrándola, al uso antiguo (3), cincuenta leguas (4) de los suyos. Su adúltero Manlio fue desterrado de Italia y de África.

LI. Después de esto se levantó cierta contienda sobre el subrogar un pretor en lugar de Vipsanio Galo, difunto. Germánico y Druso, que todavía se hallaban en Roma, favorecían a Haterio Agripa, pariente de Germánico; muchos, en contrario, instaban que se tuviese consideración, como lo disponía la ley, al candidato que tuviese más número de hijos, alegrándose Tiberio de que el Senado estuviese en contraste entre el favor de sus hijos y el de la ley, la cual, a la verdad, quedó vencida, aunque no tan presto y por pocos votos, a la manera que cuando valían las leyes lo solían ellas quedar también.

LII. Tuvo principio este año la guerra contra Tacfarinas. Éste, de nación númida, había militado entre los auxiliarios, entre los ejércitos romanos. Después, pasándose a los enemigos, comenzó a juntar vagabundos y ladrones; después, a uso de guerra, a ponerlos debajo de banderas y formar escuadras y tropas de caballos; a lo último, haciéndose llamar capitán de los musulanos, gente vigorosa, vecina a los desiertos de África, no acostumbrada a poblar ciudades, tomó las armas y llevó a la guerra consigo a los maures cercanos con su capitán Mazipa. Dividido entre ellos el ejército, Tacfarinas llevaba los soldados escogidos y armados al uso romano, para instruidos en la disciplina y obediencia, y Mazipa, con los armados a la ligera, iba matando, abrasando y poniendo terror. Había inducido a lo mismo a los cinitios, nación de alguna cuenta, cuando Fario Camilo, procónsul de África, habiendo juntado una legión y las ayudas que tenía debajo de las banderas, fue a buscar al enemigo; fuerzas débiles, si se mirara al número de los númidas y maures. Con todo eso no se temía sino que habían de huir antes de llegar a las manos; mas siendo los nuestros tan inferiores en número, no fue dificultoso el inducidos a la batalla, con la esperanza de la victoria. Y así, metida la legión entre dos cohortes armadas a la ligera, y en los cuernos dos alas de caballería, no rehusó Tacfarinas la batalla, en la cual quedó roto el ejército númida, y célebre por muchos años el nombre de Fario; porque después de aquel restaurador de Roma y su hijo Camilo, había Estado en otros linajes la gloria del imperio militar. Ni éste tampoco era tenido en reputación de soldado, a cuya causa celebró Tiberio con mayor prontitud sus hechos en el Senado, donde los senadores le decretaron las insignias triunfales, cosa que no dañó a Camilo por su mansedumbre y modestia.

LIII. El año siguiente fueron cónsules Tiberio, la tercera vez, y Germánico, la segunda. Mas Germánico tomó aquel grado en Nicópoli (5), ciudad de Acaya, donde había llegado siguiendo la costa del Ilírico, después de visitar en Dalmacia a su hermano Druso; y habiendo padecido borrasca primero en el Adriático y después en el mar Jonio, gastó algunos días en restaurar la armada y en ver aquel golfo, famoso por la victoria de Accio, los despojos consagrados de Augusto y los alojamientos de Antonio, todo en memoria de sus mayores, siéndolo como se ha dicho, Augusto tío y Antonio abuelo: espectáculos grandes de dolor y de alegría. Pasó de allí a Atenas, donde por reverencia de aquella antigua y confederada ciudad no quiso llevar delante más que un solo lictor. Recibiéronle aquellos griegos con exquisitas honras, trayéndole delante todos los hechos y dichos ilustres de sus predecesores, para hacer más agradable la adulación.

LIV. Pasó a Eubea y de allí a Lesbos, donde Agripina parió a Julia, su postrer parto. Tocando después las últimas parte de Asia, Perinto y Bizancio, ciudades de Tracia, entró en el estrecho de la Propóntide y en la boca del mar Ponto, deseoso de ver aquellos lugares antiguamente famosos, consolando entretanto las provincias maltratadas de las discordias intestinas o agraviadas por sus propios gobernadores. Y queriendo ver a la vuelta las cosas sagradas de los samotracios (6), y los demás lugares venerables por la variedad de la fortuna y por nuestro origen, se lo estorbó un viento jaloque; y volviendo a costear el Asia, surgió en Colofonia por oír el oráculo de Apolo Clario. No reside allí mujer, como en Delfos, sino sacerdote de ciertos linajes particulares, lo más ordinario de Mileto, el cual, tomado el número y nombre de los consultantes, entrado en la cueva y bebida el agua de cierta fuente secreta, si bien de ordinario es hombre sin letras o ciencia de poesía, da las respuestas en versos, formados sobre el concepto que otros tienen en la imaginación. Díjose que a Germánico, con palabras ambiguas, como suelen los oráculos, le cantó la muerte cercana y violenta.

LV. Mas Cneo Pisón, por dar principio con tiempo a sus designios, habiendo con su pasaje soberbio atemorizado la ciudad de los atenienses, los reprendió con duras palabras, culpando indirectamente a Germánico de que se había tratado con ellos con demasiada familiaridad, contra el decoro del nombre romano. No ya, decía él, entre los atenienses, acabados con tantos estragos, sino entre aquella escoria de gente que acompañaron a Mitridates contra Sila y a Antonio contra Augusto; dándoles en rostro hasta con las cosas antiguas hechas desgraciadamente contra los macedonios y con violencia contra los suyos mismos, ofendido con aquella ciudad también por odios particulares, porque a ruego suyo no habían querido absolver a un cierto Teófilo, condenado de falsedad por el Areópago. De allí, con diligente navegación por las Cíclades y atajos marítimos, llegó a Rodas, donde halló a Germánico, advertido ya de la persecución que se le aparejaba; mas era tan benigno y de tan nobles entrañas, que sobreviniendo un temporal con que iba a dar en las peñas la nave de Pisón, pudiéndose atribuir al caso la muerte de su enemigo, envió las galeras por medio de las cuales fue librado de aquel peligro. No mitigado con esto Pisón, deteniéndose apenas un día, deja a Germánico y pasa adelante. Llegado a las legiones en Siria, comenzando con presentes y con inteligencias a levantar los ánimos de la hez de los soldados, removiendo los centuriones más viejos y los más severos tribunos por dar sus plazas a sus paniaguados y a los más ruines; introducida en las ciudades la licencia y la ociosidad en el ejército, dejando discurrir a los soldados por el país, con sólo el apetito por límite a sus desórdenes, llegó finalmente a tanta corruptela, que en común era llamado padre de las legiones. Hasta Plancina, saliendo de los límites mujeriles, intervenía al manejo de los caballos, a los regocijos de las cohortes, y sobre todo al decir mal de Agripina y de Germánico; no faltándole muchos de los buenos soldados que se ofrecían a obedecerlos en cualquier maldad, por correr voz secretamente de que en ello agradarían al emperador.

Eran notorias todas estas cosas a Germánico; pero cuidó más en anticipar su viaje a los armenios.

LVI. Esta nación de toda antigüedad se ha mostrado siempre inconstante y de poca fe, no sólo por su naturaleza, sino también por la calidad de su sitio, que confrontando por largo espacio con muchas de nuestras provincias, se extiende hasta los medos; conque hallándose rodeados de imperios poderosísimos, están de ordinario en contienda con los romanos por aborrecimiento natural, y con los partos por envidia de su grandeza. Estaba entonces sin rey, habiendo desposeído a Vonón; mas el favor de los armenios inclinaba a Azenón, hijo de Polemón, rey de Ponto, por haber éste desde niño imitado sus costumbres, institutos y culto, y con ir a caza, frecuentar banquetes y acudir a las demás cosas celebradas por aquellos bárbaros, ganando el corazón con esto igualmente al pueblo y a la nobleza. A ése, pues, puso la corona Germánico en la ciudad de Artajata, de consentimiento de los nobles y gran concurso de gente. Los otros, queriendo reverenciar más al rey, lo saludaron con el nombre de Artajias, a contemplación del de la ciudad. Mas los capadocios, reducidos en forma de provincia, tuvieron por legado a Quinto Veranio, disminuidos algún tanto los tributos que acostumbraban pagar a sus reyes, por darles esperanza de más dulce tratamiento con el dominio romano. A los comagenos se les dio por gobernador a Quinto Serveo, y entonces fue la primera vez que los pusieron debajo del gobierno de pretor.

LVII. Compuestas con tanta felicidad las cosas de los confederados, no se mostraba por eso alegre Germánico a causa de la soberbia de Pisón, el cual, teniendo orden de que él o su hijo llevasen a Armenia una parte de las legiones, no hizo caso de lo uno ni de lo otro. Finalmente se vieron en Cirro (7), guarnición de invierno de la legión décima: Pisón, con rostro acomodado a disimular el miedo, y Germánico, procurando no mostrar el suyo amenazador, siendo, como he dicho, clementísimo. Mas sus mismos amigos, artificiosos en acriminar las ofensas, mezclando lo cierto con lo dudoso, en varios modos calumniaban a Pisón, a Plancina y a sus hijos. A lo último, en presencia de algunos pocos de sus familiares, le habló el César de la manera que pudo dictarle el enojo y la disimulación. Respondióle Pisón con ruegos, aunque arrogantes, partiéndose con odio descubierto. De allí adelante iba raras veces Pisón al Tribunal del César, y si asistía algunas, se mostraba colérico siempre y pronto a contradecir. Verificóse esto más en un banquete que hizo el rey de los nabateos, que trayendo coronas de oro de gran peso al César y Agripina, y ligeras a Pisón y a los otros, dijo que aquella fiesta se hacía a un príncipe romano y no a un hijo del rey de los partos. Dicho esto, arrojó la corona y añadió otras palabras vituperando el exceso y la superfluidad de aquel convite; cosas que, aunque ásperas, eran con todo eso sufridas de Germánico.

LVIII. En esta ocasión llegaron embajadores de Artabano, rey de los partos. Enviábalos para traer a la memoria y confirmar la amistad y la paz; ofreciéndose a venir hasta las riberas del Éufrates a visitar a Germánico; rogándole entre tanto que no fuese tenido Vonón en Siria, para que con ocasión de estar tan cerca no pudiese solicitar con mensajeros a los grandes de su reino, moviéndolos los ánimos a novedades. Respondió Germánico magníficamente en lo tocante a la amistad de los romanos con los partos; y en cuanto a la venida del rey y de la honra que determinaba hacerle, habló con gran decoro y modestia. Vonón fue enviado a Pompeyópoli, ciudad marítima en Cilicia, no tanto por los ruegos de Artabano, cuanto en despecho de Pisón, a quien era muy acepto por muchos cumplimientos y dones con que había sabido granjear la voluntad de Plancina.

LIX. Siendo cónsules Marco Silano y Lucio Norbano, fue Germánico a Egipto por ver aquellas antiguallas, aunque con voz de visitar la provincia; donde abiertos las trojes y graneros, fue causa de que bajase el precio del trigo; y usó de otras muchas cosas agradables al vulgo, como son ir sin guardia de soldados, con los pies casi descubiertos y lo demás del vestido al uso griego, imitando a Publio Escipión, que hizo lo mismo en Sicilia durante la guerra contra Cartago. Reprendióle Tiberio con dulces palabras lo que miraba al modo de vivir y al traje, pero resintióse ásperamente de que se hubiese atrevido a entrar en Alejandría contra las órdenes de Augusto y sin consentimiento suyo. Porque Augusto, entre otros secretos del Estado, había prohibido a senadores y caballeros romanos ilustres el entrar sin su licencia en Egipto, medroso de la facilidad con que se puede ocupar aquella provincia por quien se resolviese en intentarlo, y defenderla con pequeño presidio de gruesos ejércitos, cerrándole los pasos de mar y tierra, con peligro de matar de hambre a Italia.

LX. Mas Germánico, no sabiendo aún que fuese desagradable a Tiberio este viaje, navegaba por el Nilo, comenzando desde Canapa. Edificaron esta ciudad los espartanos en honra de Canopo, piloto de su nave, el cual murió y fue enterrado en aquel puesto cuando Menelao, volviéndose a Grecia, fue de allí arrojado al mar y tierra de Libia. La otra boca del río más cercana a ésta es consagrada a Hércules, nacido entre ellos, como afirman los moradores de aquella tierra, los cuales refieren que después de él fue antigua costumbre honrar con el mismo nombre a los que le eran semejantes en las fuerzas y en el valor. Visto después los grandiosos vestigios de la antigua Tebas, donde para ostentación de su primera grandeza permanecen todavía los soberbios obeliscos, y en ellos esculpidas letras egipcias en que se hace mención de la primera opulencia de esta ciudad, y mandándole a uno de los sacerdotes más viejos que las interpretase, refería haber habido un tiempo en ella setecientos mil hombres de tomar armas, y que con este ejército conquistó el rey Ramsés la Libia, Etiopía, los medos, persas, bactrianos y escitas, y cuanto habitan los siros, los armenios y sus vecinos los capadocios; extendiendo de allí el imperio hasta los mares de Bitinia y de Licia. Leíanse aún los tributos puestos a aquellos pueblos, el peso de la plata y del oro, el número de las armas y los caballos, el marfil y los aromas, dones de los templos; lo que cada nación pagaba de granos y de todos los muebles; cosas no menos magníficas que las que hoy en día se hacen pagar por fuerza los partos y los romanos por su potencia.

LXI. Quiso Germánico ver también las demás maravillas, de las cuales fueron las principales la estatua de piedra de Memnon, que, herida de los rayos del sol, resuena a semejanza de voz humana; las pirámides levantadas en forma de montes por la emulación de las riquezas de aquellos reyes, combatidas ahora del tiempo entre aquellas incultas y apenas practicables arenas; los lagos cavados para recibir las aguas que sobrasen de las corrientes del Nilo, y en otra parte las gargantas y abertúras impenetrables a quien se atreve a medirlas. De allí pasó a Elefantines y a Siene, término en otro tiempo del Imperio romano, el cual se extiende hoy hasta el mar Bermejo (8).

LXII. Mientras Germánico iba entreteniéndose aquel verano por diferentes provincias, Druso ganó no poca reputación con alimentar las discordias de los germanos, y roto ya Maroboduo hacerlos perseverar hasta su total ruina. Había entre los gotones un mozo noble llamado Catualda, el cual había sido echado antes de su propia tierra por Maroboduo, por cuya caída, entrado en esperanza de vengarse, entra con buenas fuerzas en los términos de los marcomanos, y ganando las voluntades de los principales, inclinándolos a seguir su partido, toma por fuerza el palacio real y el castillo vecino a él, donde estaban las antiguas presas de los suevos, y mucha gente de la que suele seguir los ejércitos, y mercaderes de nuestras provincias, llevados allí primero por causa del comercio, después por el deseo de enriquecerse, y a lo último, olvidados de su patria, resolviéndose en vivir en tierras de enemigos.

LXIII. A Maroboduo, desamparado de todas partes, no le quedó otro refugio que la misericordia del César, y pasado el Danubio en la parte donde la provincia Nórica, escribió a Tiberio, no como fugitivo o menesteroso de favor, sino conforme a la memoria de su primera fortuna, diciendo que aunque había sido llamado a la amistad de muchas naciones como rey ya en otro tiempo de gran nombre, se había resuelto en preferir a todo la amistad de los romanos. Respondió el César que queriendo retirarse a Italia, estaba en su mano hacerla segura y honradamente, mas que si juzgaba que le estaba mejor seguir otro consejo, podía volverse debajo de la misma fe con que había venido. Pero en el Senado discurrió probando que no había sido tan tremendo al pueblo romano Pirro o Antíoco, ni Filipo a los atenienses. Está hoy en día en pie una de sus oraciones, en la cual exagera la grandeza de este hombre, la potencia de las naciones que le obedecían, el peligro que padeció Italia con tan cercano enemigo y, sobre todo, el trabajo y cuidado que le costó el sujetarle. Al fin Maroboduo, tenido en Ravena por espantajo a los suevos y como una continua amenaza de volverle al reino siempre que ellos tratasen de inquietarse, por dieciocho años no se partió de Italia, envejeciéndose y perdiendo gran parte de su opinión por el sobrado deseo de vivir. Catualda tuvo la misma fortuna y el mismo refugio, porque desposeído poco después por los hermonduros y Vibilio, su capitán, fue recibido y enviado a Frejulio, colonia de la Galia Narbonense. Los bárbaros que habían seguido al uno y al otro, porque mezclándose con los que habitaban en las provincias pacíficas no fuesen causa de turbar la paz, se enviaron a poblar de allá del Danubio, entre los ríos Maro y Cuso (9), dándoles por rey a Vanio, de nación Cuado.

LXIV. Venido estos mismos días a Roma el aviso de cómo Germánico había elegido a Artajias por rey de Armenia, deliberó el Senado que él y Druso entrasen en Roma ovantes. Hiciéronse arcos junto al templo de Marte Vengador, con las imágenes de estos dos césares, y más alegría de Tiberio por haber concluido con prudencia la paz que si hubiera fenecido la guerra con batallas. A cuya causa acomete con astucia también a Rescuporis, rey de Tracia. Había señoreado a toda aquella nación Remetalce, después de cuya muerte Augusto dividió los tracios entre Rescuporis, hermano de Remetalce, y Coti, su hijo. En aquella partición tocaron a Coti las tierras de labor, las ciudades y todo el país vecino a Grecia; lo inculto, montuoso y cercano a los enemigos quedó a Rescuporis, conforme a la naturaleza de entrambos reyes, la de aquél mansa, y la de éste cruel, ambiciosa y aparejada a no sufrir compañía. Pasaron primero las cosas con fingida concordia, comenzó después Rescuporis a salir de sus límites, usurpar la partición de Coti y hacer fuerza a la resistencia, aunque lentamente mientras vivió Augusto, temiendo que, como autor de ambos reinos, viéndose menospreciado, no se vengase. Mas sabida la mudanza del príncipe comenzó a enviar cuadrillas de ladrones, desmantelar castillos y dar ocasión de guerra.

LXV. Tiberio, no temiendo cosa más que el ver alterada la quietud pública, hizo por un centurión denunciar a aquellos reyes que arrimasen las armas, y al punto despidió Coti la gente de socorro que había aparejado. Rescuporis, con fingida mansedumbre, pide vista en aquel mismo lugar, dando esperanzas de llegar a conciertos por su medio. No se disputó mucho el tiempo, el lugar ni otras condiciones, porque el uno por su facilidad y el otro por su astucia, lo daban y lo aceptaban todo. Rescuporis, por solemnizar, como decía, los conciertos, preparó un banquete, en el cual, pasada buena parte de la noche bebiendo y en otros regocijos, acometió al incauto Coti y le puso en cadenas. Coti, visto el engaño, no cesaba de invocar las cosas sagradas del reino, los dioses de la común familia y las mesas del hospedaje. Apoderado así de toda la Tracia el falso tío, escribe a Tiberio que había prevenido a las asechanzas que su sobrino le aparejaba, y juntamente, so color de mover guerra a los bastamos y a los escitas, se refuerza de nuevas levas de infantes y caballos. Respondióle Tiberio con gran blandura que, no habiendo engaño, podía confiar en su inocencia; mas que ni él ni el Senado debían dar tuerto o derecho a ninguna de las partes sin conocimiento de causa; que entregase primero a Coti y después viniese a Roma, con que acabaría de quitar toda sospecha.

LXVI. Envió a Tracia estas cartas Latino Pando, vicepretor de Mesia, con los soldados a quien había de ser consignado Coti. Mas Rescuporis, suspenso algún tanto entre el temor y la ira, escogió antes hacerse reo de haber puesto esta maldad en ejecución que de haberla querido ejecutar, y haciendo matar a Coti finge y echa fama de que se había muerto él mismo de su voluntad. No dejó por esto Tiberio el uso de sus caros artificios; mas muerto Pando, a quien Rescuporis tenía por declarado enemigo, envió por gobernador de Mesia a Pomponio Flaco, soldado viejo de aquella milicia, y que por tener estrecha amistad con el rey sería tanto más apto para engañarle.

LXVII. Pasado a Tracia, Flaco con mil promesas que hizo al rey, aunque ya sospechoso y no ignorante de sus maldades, le persuade a entrar en los presidios romanos, donde, so color de honrarle como a rey, fue rodeado de buen número de gente, y entre ellos centuriones y tribunos, amonestándole y persuadiéndole; y cuanto más se alejaba de su tierra, con guardia más descubierta; finalmente, conociendo su necesidad, hubo de ser llevado a Roma. Allí, acusado en el Senado por la mujer de Coti, fue condenado a perpetuo y apartado destierro de su reino. La Tracia fue dividida entre Remetalce, su hijo, que se sabía haberse opuesto en los consejos del padre y entre los hijos de Coti; y por ser pupilos se ordenó a Trebeliano Rufo, varón pretorio, que gobernase entretanto el reino a ejemplo de nuestros mayores, que enviaron a Egipto a Marco Lépido por tutor de los hijos de Tolomeo. Rescuporis, llevado a Alejandría, fue allí muerto, o por haber tentado la huida, o porque le imputaron ese delito.

LXVIII. En el mismo tiempo, Vonón, detenido en Cilicia como dijimos, so color de ir a caza, y cohechando las guardas huyó con intento de no parar hasta Armenia, de allí pasar a los albanos, a los heniocos (10) y, finalmente, a casa de su pariente el rey de los escitas; mas dejados los lugares marítimos y tomando el camino de los bosques a uña de caballo, llegó al río Piramo (11), cuya puente, sabida la huida del rey, fue rota por los del país; tal, que no pudiéndole pasar tampoco a vado, quedó en la orilla preso por Vibio Frontón, capitán de caballos. Después, Remio Evocato, el cual antes había tenido a su cargo la guardia del rey, con una cierta manera de cólera repentina, le atravesó con la espada el pecho, que fue causa de que muchos se acabasen de persuadir a que la huida había sido con su consentimiento, y la muerte porque no descubriese el delito.

LXIX. Vuelto de Egipto Germánico, halló anulado o ejecutado al revés todo lo que había dejado ordenado en las legiones y en las ciudades, de que resultaron las palabras pesadas con que se resintió contra Pisón, y los atentados no menos pesados de Pisón contra Germánico. Tras esto determinó Pisón de partirse de Siria; mas mudó de parecer, advertido de la enfermedad de Germánico. Poco después, con el primer aviso de que mejoraba, viendo que se satisfacía a los votos hechos por su salud, mandó que sus lictores arrojasen por el suelo las víctimas y el aparato de los sacrificios, turbando el regocijo con que solemnizaba aquella fiesta el pueblo de Antioquía. De allí pasó a Seleucia (12) a esperar el suceso de la nueva enfermedad en que Germánico había recaído, cuya violencia era fieramente acrecentada con persuadirse a que había sido atosigado por Pisón; en cuya prueba se hallaban osamentas y reliquias de cuerpos humanos, versos, conjuros, el nombre de Germánico esculpido en planchas de plomo, cenizas medio quemadas mezcladas con sangraza podrida y otras muchas suertes de hechicerías por las cuales se cree ofrecer las almas a los dioses infernales. A más de esto eran acusados algunos de haber venido de parte de Pisón por espías del Estado en que estaba la enfermedad.

LXX. Tomaba estas cosas Germánico no con menor enojo que miedo: Si por ventura se atrevía Pisón a sitiarle en su propia casa; si rendía el espíritu a vista de sus enemigos, ¿qué sería después de su miserable mujer y de sus tiernos hijuelos? Quizá -decía él- le parecerá que tarda el veneno en hacer su operación y solicitará las cosas, a fin de quedar solo con la provincia y con las legiones; pero aún no está tan acabado Germánico, ni le quedará al traidor el premio del homicidio. Escribe con esto una carta, por la cual despide a Pisón de su amistad. Añaden muchos que le mandó salir de la provincia. Pisón se embarca luego y hace vela, aunque dando tiempo a tiempo para poder ser más presto de vuelta, caso que la muerte de Germánico le restituyese el gobierno de Siria.

LXXI. Mejorado un poco el César, y faltándole después de todo las fuerzas, viendo su fin cercano, habló así a los amigos que le estaban cerca: Si yo muriese, oh amigos míos, de muerte natural, podría justamente quejarme hasta de los dioses de verme así robado antes de tiempo y en la flor de mis años a mis padres, a mis hijos y a la patria; mas ahora que soy arrancado del mundo por la maldad de Pisón y de Plancina, dejo en vuestros corazones mis últimos ruegos, y os pido que refiráis a mi padre y a mi hermano con cuántas crueldades despedazado, con cuáles traiciones oprimido, haya puesto fin a mi infelice vida con una muerte mucho más desdichada y miserable. Si los que pendían de mis esperanzas, si mis conjuntos en sangre y aun muchos que me envidiaban vivo lloraren y compadecieren, de ver que yo, floreciente ayer y vencedor de tantas batallas muera hoy por engaños mujeriles, no perdáis la ocasión de doleros en el Senado y de invocar las leyes; porque el principal oficio del amigo no es acompañar a su amigo muerto con lamentos viles, sino tener memoria de sus deseos y poner en ejecución sus últimas voluntades. Llorarán a Germánico, hasta los que no le conocieron; mas vosotros tomaréis la venganza si acaso habéis tenido más amor a mi persona que a mi fortuna. Mostrad al pueblo romano la nieta del divo Augusto y mi mujer carísima: contad de uno en uno los seis hijos, que yo me aseguro que tendrán los acusadores la misericordia de su parte, y que los que fingieren algunas injustas comisiones o no serán creídos, o no serán perdonados. Juraron los amigos, tocando la diestra del mortal enfermo, de dejar primero la vida que la venganza.

LXXII. Entonces, vuelto a su mujer, le rogó por el amor que le tenía y por los comunes hijos, que, echada a un cabo toda altivez, acomodase su ánimo con la crueldad de la fortuna, para que, vuelta a Roma, no irritase a los más poderosos con la emulación de la grandeza. Estas palabras habló en público y otras algunas en secreto, por las cuales se creyó que temía de Tiberio. Poco después rindió el espíritu con llanto universal de la provincia y de los pueblos vecinos. Doliéronse los reyes y las naciones extranjeras: tanta era la afabilidad que usaba con los amigos, y la mansedumbre y benignidad con los enemigos; venerable igualmente a los que le veían y a los que le oían; habiendo sostenido, ajeno de envidia y de arrogancia, la grandeza y gravedad de tan alta fortuna.

LXXIII. Sus funeralias, aunque sin estatuas (13) y sin pompas, fueron harto célebres por sus loores y por la memoria de sus virtudes. Había quien por la belleza del cuerpo, por la edad, por la calidad de la muerte, y, finalmente, por la vecindad de los lugares donde murieron, igualaba sus hados con los del Magno Alejandro: ambos de hermoso aspecto, de nobilísimo linaje, de poco más de treinta años, muertos por asechanzas de los suyos entre gentes extranjeras. Más que Germánico, además de las perfecciones de Alejandro, se mostraba apacible con los amigos, moderado en los deleites, contento con una sola mujer y cierto de sus hijos: ninguno le confesaba por menor guerrero y todos le juzgaban por menos temerario, afirmando que le habían quitado como de las manos la honra de haber sujetado a toda Germania, amedrentada ya por él con tantas victorias; que si hubiera sido árbitro de las cosas y tenido al fin el nombre y autoridad de rey, tanto más seguramente hubiera alcanzado la gloria de las armas, cuando le llevaba ventaja en la clemencia, en la templanza y en las demás virtudes. Antes que se quemase el cuerpo, puesto desnudo en la plaza de Antioquía, donde se había de enterrar, no se acabó de declarar que mostrase señal de veneno (14), juzgando cada uno conforme le movía la compasión de Germánico, la presente sospecha y el favor de Pisón.

LXXIV. Consultado después entre los legados y los demás senadores que allí se hallaban a quién había de encargarse el gobierno de Siria, haciendo los demás poca instancia, estuvo un rato la causa entre Vibio Marso y Cneo Sencio: cedió después Marso a Sencio, como a más viejo y como a más violento solicitador. Éste, a instancia de Vitelio y de Veranio, que hacía el proceso contra los tenidos por culpados, envió a Roma una mujer llamada Martina, tenida por hechicera pública en aquella provincia, muy amada de Plancina.

LXXV. Mas Agripina, aunque casi consumida en llanto y con poca salud, impaciente a sufrir todo lo que se le difería la venganza, se embarcó con las cenizas de Germánico y con su hijos; moviendo generalmente a compasión el ver que una mujer de tan gran nobleza, casada tan altamente, acostumbrada a ser vista en tanto actos de regocijo y veneración, iba ahora con aquellas funestas cenizas en el seno, dudosa de su venganza, cuidadosa de sí misma y por infelice fecundidad tantas veces expuesta a las mudanzas de fortuna. Alcanzóle a Pisón el mensajero con el aviso de la muerte de Germánico en la isla de Coó, y recibióle con tan poca templanza, que no abstuvo de matar víctimas y visitar templos en hacimiento de gracias, no pudiendo disimular el gozo, mejor que Plancina templar su natural insolencia, la cual mudó luego el luto que traía por muerte de una hermana en hábito de alegría.

LXXVI. Concurrían los centuriones mostrándole la prontitud con que deseaban obedecerle las legiones y exhortándole a volver al gobierno de la provincia, quitada injustamente y no ocupada hasta entonces por alguno. Con esto, pidiendo consejo sobre lo que era bien hacer en aquel caso, su hijo Marco Pisón fue de parecer que debía ir luego a Roma, diciendo que no se había hecho hasta entonces cosa que no se pudiese justificar, que no se debía hacer caso de flacas sospechas, ni de la vanidad de la fama; que la discordia que había tenido con Germánico por ventura podía ser digna de odio, pero no de castigo; que el dejarse quitar la provincia bastaría por satisfacción a sus enemigos, donde volviendo a ella con la resistencia de Sencio era dar principio a una guerra civil; que no perseverarían en su parcialidad los centuriones y soldados en quien estaba fresca la memoria de su general; antes era de creer que prevalecería siempre en ellos el entrañable y envejecido amor para con los césares.

LXXVII. Discurrió en contrario Domicio Célere, íntimo amigo de Pisón, diciendo: Que se debía servir del buen suceso. Que a él y no a Sencio se había consignado el gobierno de Siria. A Pisón se habían dado los fasces, la autoridad de pretor y las legiones. Si sucede -decía él- algún insulto, ¿quién más justamente puede oponerse con las armas que el que tiene la autoridad del legado y las propias comisiones del príncipe?. Añadía que era bien dar tiempo a que se fuesen desvaneciendo las nuevas; que a las veces aun apenas los inocentes pueden resistir a los recientes odios. Mas que teniendo el ejército y aumentando las fuerzas, muchas cosas, que no era posible prevenirlas, tendrían mejor salida; si no es que queramos -decía él- solicitar nuestra llegada a Roma para entrar con las cenizas de Germánico, y que el llanto de Agripina y el ignorante vulgo te arrebaten al primer rumor sin admitirte defensa ni disculpa. Tienes de tu parte la conciencia de Augusta y el favor de César, aunque disimulados, y el poderte asegurar de que los que lloran la muerte de Germánico, al parecer con mayor sentimiento, son los que más se huelgan de ella.

LXXVIII. No fue menester mucho para inducir a Pisón a este parecer, por ser más conformes a su naturaleza todos los consejos feroces y precipitados, y así escribió a Tiberio disculpándose con acusar el fausto y la soberbia de Germánico, y mostrando cómo había sido echado de la provincia por designio de novedades, adonde había vuelto a encargarse del ejército para gobernarle con la misma fe que antes lo había hecho. Despacha juntamente a Domicio con una galera a Siria, mandándole que vaya engolfado, lejos de los puertos y de las islas. Recoge y divide en compañías los fugitivos de las legiones, y arma los mozos de servicio, y arrimados los bajeles a tierra firme, toma una bandera de soldados nuevos que iban a Siria. Escribe a los príncipes de Cilicia que le envíen ayudas, no mostrándose perezoso en los ministerios de la guerra el mozo Pisón, sin embargo de que le había disuadido.

LXXIX. Y así, costeando la Licia y la Panfilia, encontradas las galeras que llevaban a Agripina, las unas y las otras como enemigas se pusieron en arma; aunque partiéndose entre ellos el miedo, no llegaron más que a injuriarse de palabra, entre los cuales Marso Vibio intimó a Pisón que fuese a Roma a defender su causa; mas él, como haciendo burla, respondió que comparecería cuando el pretor de los hechizos hubiese señalado el día al reo y a los acusadores. En tanto, llegado Domicio a Laodicea, ciudad de Siria, y determinado de ir a la guarnición de invierno de la legión sexta, por parecerle más aparejada que las otras a tentar cosas nuevas, fue prevenido por el legado Pacuvio. Sencio escribió a Pisón advirtiéndole que se guardase de inquietar el ejército con alborotadores y la provincia con guerra. Y recogiendo los que se acordaban de Germánico y los que le pareció que eran contrario de sus enemigos, poniéndoles en consideración la grandeza del emperador y que Pisón armaba contra la República, recogió buen número de gente aparejada a menear las manos.

LXXX. Mas Pisón, aunque no le salieron como pensaba sus primeras empresas, no dejaba de encaminar todas las cosas que por entonces le parecían más seguras. Y así ocupó en Cilicia un castillo harto fuerte llamado Celenderi. Porque habiendo mezclado los socorros enviados por los príncipes cilicios con los fugitivos del campo, los soldados nuevos que dijimos y la chusma de sus esclavos y los de la Plancina, los había dividido todos y ordenado en forma de una legión. Y llamándose legado de César, publicaba que no había sido echado de su provincia por las legiones, que antes bien le llamaban, sino por Sencio, el cual, con falsas calumnias, quería cubrir el odio particular. Mostrémonos -decía- una vez en batalla, que no pelearán aquellos soldados en viendo a Pisón, llamado ya por ellos padre, pues, fuera de que nos acompaña la justicia, no podemos tenemos por inferiores en las armas. En esto tiende las escuadras delante los reparos del castillo, en un collado pedregoso y peinado ceñido por la otra parte de la mar. Mostrábanse, en contrario, los soldados viejos de Sencio con buena ordenanza y sus acostumbrados socorros. De acá fortaleza de soldados, de allá aspereza de sitio; mas no ánimo, ni esperanza, ni apenas armas, sino rústicas y tomadas acaso. Venidos a las manos, no hubo en qué dudar sino hasta que las cohortes romanas subieron a lo llano; los cilicios, puestos en huida, se encerraron en el castillo.

LXXXI. En este medio tentó Pisón, aunque en vano, de acometer la armada de Sencio, que esperaba el suceso poco lejos de allí; y vuelto al castillo, desde los muros, ora lamentándose, ora llamando a los soldados por sus nombres, ora ofreciendo premios, procuraba encaminarlos a sedición; tal, que un alférez de la sexta legión se pasó a él con la bandera. Entonces, Sencio, al sonido de los cuernos y trompetas, hace dar el asalto, poner escalas, pasar adelante los más atrevidos, y los otros arrimar las máquinas, arrojar dardos, piedras y hachas de fuego. Finalmente, vencida la pertinacia de Pisón, rogó que, entregadas las armas, se le concediese poder quedar en el astillo hasta que César declarase quién había de presidir en Siria. No admitidas las condiciones, se le dieron solamente navíos y viaje seguro para Italia.

LXXXII. Luego que se publicó en Roma la enfermedad de Germánico, y, como sucede en las cosas que vienen de lejos, amentándose siempre en peor lo que traía la fama, se hinchó todo de dolor, de enojo y de lamentos. Decían que no era maravilla si le pretendía él acabarle, haberle desterrado a tan lejos tierras; que para este efecto se había dado a Pisón el gobierno de Siria; que a esto se encaminaban los consejos secretos de Augusta con Plancina; que habían dicho bien, hablando de Druso, los viejos de su tiempo, esto es, que no agrada a los que reinan la naturaleza amable y apacible de sus hijos, y, finalmente, que se habían buscado caminos para sacar del mundo al uno y al otro, sólo porque hubieran restituido la libertad al pueblo romano. Este común murmurio del vulgo, sabida con certidumbre la muerte, se encendió de manera que, antes del edicto de los magistrados, antes del decreto del Senado, tomando todos de su autoridad las ferias y vacaciones, desamparan los negocios del foro, cierran las puertas de las casas; por todas partes silencio o gemidos, no por ostentación o cumplimiento, teniendo más altamente apasionado el ánimo de lo que se podía mostrar en lo exterior con lágrimas y lutos. Sucedió que algunos mercaderes partidos de Siria, viviendo Germánico, trajeron buenas nuevas de su salud: créense al punto y al punto se divulgan, cualquiera que oiga alguna cosa, por leve que fuese, lo refería a los otros, y en boca de todos se va aumentando la ocasión del común regocijo. Con esto corren por la ciudad y desquician las puertas de los templos. Ayudó a la credulidad la noche, por poderse afirmar en ella las cosas con mayor certeza. No trató Tiberio de oponerse a estas falsas nuevas hasta que el tiempo las desvaneciese, y sabiendo el pueblo la verdad, como si se le arrebataran de nuevo, lo lloró más amargamente.

LXXXIII. Fueron hallados o decretados los honores a la memoria de Germánico, según que cada cual se hallaba rico de invención o de amor para con él. Que su nombre se cantase de allí adelante en los versos saliarios (15); que se le pusiesen sillas curules (16) en el teatro, en el lugar dedicado a los sacerdotes augustales, y encima de ellas coronas de encina (17); que en los juegos del circo se llevase siempre delante su estatua de marfil; que no se hiciese flámine ni agorero en su lugar sino del linaje de los Julios: arcos en Roma, en las riberas del Rin y en el monte Amano de Siria, con inscripciones de sus hazañas y cómo había muerto por la República; sepulcro en Antioquía, donde fue quemado; Tribunal en Epitafmo, donde acabó la vida. Sería imposible contar las estatuas que se le dedicaron y los lugares que se le establecieron para ser venerado en ellos. Y tratándose de dedicarle un escudo de oro (18), de notable grandeza entre los autores elocuentes, ordenó Tiberio que no excediese a los que de ordinario se acostumbraban dedicar a los otros, pues no era justo juzgar de la elocuencia por la fortuna, quedando harto ilustrado en esta parte sólo con ser cantado entre los antiguos escritores. El estamento de caballeros llamó Germánica a la tropa de caballos que antes se solía llamar Junia, instituyendo que en la fiesta de mediado julio (19) se trajese su imagen por estandarte. Quedan todavía muchas cosas de éstas; algunas se olvidaron luego y otras más tarde por la injuria del tiempo.

LXXXIV. Estando todavía fresca la tristeza, Livia, hermana de Germánico y mujer de Druso, tuvo de un parto dos hijos varones; de que, como cosa rara y regocijada hasta entre gente pobre, se alegró tanto Tiberio, que no se pudo contener de alabarse en pleno Senado de haber sido el primero entre todos los romanos de su calidad a quien hubiese sucedido el tener en su linaje dos hijos de un parto, acostumbrado a atribuir a gloria suya hasta las cosas fortuitas. Mas al pueblo en tal tiempo hasta esto le fue ocasión de dolor, pareciéndole que el aumento de hijos en Druso disminuía más la casa de Germánico.

LXXXV. En aquel año se refrenó con graves decretos del Senado la deshonestidad de las mujeres, y en particular se ordenó que ninguna que tuviese o hubiese tenido abuelo, padre o marido caballero romano pudiese ganar torpemente; porque Vestilia, de linaje pretorio, había denunciado al oficio de los ediles su vida deshonesta; costumbre de los antiguos que reputaban por bastante pena a las mujeres manchadas de impudicia el confesar la profesión del mal. Titidio Labeón, marido de Vestilia, fue requerido a dar cuenta de sí, porque según las leyes no había castigado a su mujer, culpada de este delito; y excusándose él con que no eran pasados aún los sesenta días concedidos para deliberar, pareció que bastaba castigar solamente a Vistilia, la cual fue desterrada a la isla de Serifón (20). Tratóse también de extirpar la religión de los egipcios y judíos, decretando los senadores que cuatro mil de buena edad, de casta de libertinos, inficionados de aquella superstición, fuesen llevados a Cerdeña para reprimir los ladronicios que en aquella isla se hacían; adonde se venían a morir por causa de intemperie del aire, el daño sería de ninguna consideración; a todos los demás se mandó que saliesen de Italia si dentro de cierto tiempo no renunciaban a sus ritos profanos.

LXXXVI. Después de esto propuso César que se recibiese una virgen en lugar de Occia, que había presidido cincuenta y siete años con gran santidad a los sacrificios vestales. Y agradeció a Fonteyo Agripa y a Domicio Polión que con la oferta que hicieron de sus hijas parece que contendían entre sí sobre cuál tenía más amor a la República. Diose el lugar a la hija de Polión, no por otra cosa, sino porque su madre estaba todavía en su primer matrimonio; donde Agripa con discordias, y finalmente con divorcio, había disminuido el número de sus hijos. Consoló Tiberio a la otra por la afrenta de verse estimada en menos con darle veinticinco mil ducados (un millón de sestercios) para su dote.

LXXXVII. Quejándose el pueblo de la carestía de vituallas, puso con precio moderado tasa en el trigo, ofreciendo de su dinero dos reales (dos sestercios) por hanega a los mercaderes que lo sacasen a vender a la tasa. Ni por esto quiso aceptar el nombre de padre de la patria, puesto que se le había ofrecido ya otra vez, y reprendió ásperamente a los que habían dado a sus ocupaciones nombre de divinas y llamádole señor. A cuya causa era peligroso y arduo negocio el hablar en tiempo de un príncipe que temía la libertad y aborrecía la adulación.

LXXXVIII. Hallo acerca de los escritores y de los más viejos de aquel tiempo haberse leído en el Senado las cartas de Adgandestrio, príncipe de los catos, en las cuales se ofrecía de matar a Arminio si se le enviaba veneno para ejecutarlo, y que se le respondió que el pueblo romano acostumbraba tomar venganza de sus enemigos abiertamente y por fuerza de armas, y no con engaños ni con secretas inteligencias; con cuya gloria se igualaba Tiberio a aquellos primeros generales de ejércitos que evitaron y descubrieron al rey Pirro el veneno que se le aparejaba. Mas Arminio, partidos los romanos y expedido Maroboduo, tentando el hacerse rey, tuvo por contrarios a los populares, acostumbrados a la libertad; y perseguido con las armas, después de haber hecho la guerra con varia fortuna, fue al fin muerto por engaño de sus parientes: hombre, verdaderamente, a quien debe la Germania su libertad, y que no provocó al Imperio romano a sus principios, como los otros reyes y capitanes, sino cuando estaba más floreciente. No fue siempre victorioso en sus batallas, aunque sí jamás acabó de vencer en sus guerras. Tuvo treinta y siete años de vida y doce de potencia: hoy en día se canta de él entre los bárbaros; no alcanzó a ser conocido en los anales de los griegos, porque esta gente no hace admiración sino de sus cosas; ni de los romanos ha sido celebrada su memoria, porque, mientras andamos procurando exaltar las cosas antiguas, nos descuidamos de las modernas.




Notas

(1) En un monumento descubierto en 1693 en Puzzoles, que es un hermoso mármol de siete palmos de largo y otros tantos de ancho, con cinco de altura, y que había servido de base a una estatua colosal de Tiberio, se ven representadas catorce figuras de mujeres representando otras tantas ciudades, y teniendo al pie por leyenda el nombre de la que cada una de ellas simboliza, de lo cual se deduce que fueron catorce, y no doce, como dice Tácito, las ciudades arruinadas. Si hubo en ello equivocadón de parte del escritor o descuido de parte de los copistas, difícil, si no imposible, es resolverlo. Cotejando las inscripciones del monumento con el texto de Tácito, se ve que faltan en éste los nombres de las ciudades de Efeso y Cibira.

(2) Tío del que fue emperador.

(3) Las penas contra el adulterio eran, para las mujeres, la pérdida de la mitad de su dote, del tercio de sus bienes y el destierro en una isla. A los hombres se los desterraba también como a las mujeres y se les confiscaba la mitad de sus bienes. Aunque Tiberio invoca el ejemplo de sus antepasados, se ve que en esta circunstancia no siguió la legislación vigente.

(4) El texto dice ducentesimum lapide, esto es, la ducentésima piedra que es como si dijese a doscientas millas, ya que éstas se senalaban con piedras llamadas del nombre de esta medida de longitud. que era de mil pasos, miliarlas. Cayo Grato fue el primero que introdujo la costumbre de senalar de esta suerte las distancias.

(5) Colonia romana fundada por Augusto en memoria del combate naval de Accio.

(6) Samotrada, isla del mar Egeo, a la altura de Quersoneso de Trada, célebre por sus misterios, más antiguos que los de Eleusis, que se creían importados de ella.

(7) Ciudad de Siria, capital de la Cirréstica, a dos jornadas de Antioquía.

(8) Alusión a las conquistas de Trajano en Arabia, Mesopotamia y África, Los antiguos extendían la denominación de mar Rojo hasta el océano Índico. Orelli hace notar lo extraño que es que en ese itinerario tan detallado del viaje de Germánico, no haya Tácito hecho mención de Menfis siendo así que Plinio y Amiano Marcelino hablan de la estancia de aquél en dicha ciudad.

(9) El Morava o March, en Moravia, y el Waag, en Hungría.

(10) Los albanos o albaneses habitaban la parte oriental del Cáucaso, a lo largo del mar Caspio. Los heniocos estaban más inmediatos al Ponto Euxino.

(11) Río de Cilícia que desagua en el golfo de Isso.

(12) Encuéntranse en la Geografía antigua hasta trece ciudades de este nombre. La Seleucia de que se hace mención en el texto estaba situada a algunas millas de Antioquía, cerca del desembocadero del Orontes y llevaba el sobrenombre de Pieria.

(13) En el texto: sine imaginibus, sin las imágenes de los antepasados, bustos, generalmente de cera, que los nobles exponian en el atrio de la casa y llevaban a sus funerales.

(14) Suetonio, Cal., I, y Plinlo, XI, 71, refieren que al recoger las cenizas de Germánico se encontró su cuerpo intacto, lo cual, según la física de aquellos tiempos, era una prueba incontestable de envenenamiento. Los acusadores de Pisón se valieron contra él de este argumento, mas se les respondió por una aserción no menos fútil, a saber, que tampoco el fuego consumía el corazón de las personas que habían muerto de consunción, cardíaco morbo. (Bumouf).

(15) Lo cual era lo mismo que poner a Germánico entre los dioses, que eran los únicos a quienes se dirigían los cantos de los sacerdotes salios.

(16) Honor Insigne que sólo se habla otorgado a César y a Marcelo, al primero en vida y a éste después de su muerte.

(17) Era la corona civica que habia sido en otro tiempo dada a Augusto.

(18) En el cual se esculplan los bustos de los personajes ilustres, y que se colgaba en la sala del Senado.

(19) El 15 de julio se celebraba una fiesta en honor del orden ecuestre, en la cual los caballeros romanos, coronados de ramos de olivo, cubiertos con la trabea (V. nota 2 del lib. III) y adornados con sus condecoraciones militares, iban en solemne y ostentosa cabalgata al Capitolio.

(20) Hoy día Serfo o Serfanto, pequeña isla del Archipiélago y una de las Cíclades.

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