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LIBRO QUINTO
Fragmento
Muere Livia Augusta, madre de Tiberio. - Crece la potencia de Seyano. - Agripina y Nerón, su hijo, acusados al Senado por cartas de Tiberio. - No mucho después, descubiertos los intentos depravados de Seyano, cae con grande y general estrago de sus amigos. - Publícase un falso Druso en las islas Cícladas, y queda preso por diligencias y cuidado de Popeo Sabino.
ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE TRES AÑOS
I. En el consulado de Rubelio y de Fusio, entrambos por sobrenombre Géminos, murió Julia Augusta en extremada vejez; mujer de esclarecido linaje por la familia Claudia y por la adopción de los Livios y Julios. Su primer matrimonio y sus primeros hijos fueron de Tiberio Nerón, el cual, fugitivo en la guerra de Perusa (1), seguida después la paz entre Sexto Pompeyo y los triunviros, se tornó a Roma. César después, prendado de su gran hermosura, la quitó a su marido: dúdase si fue con su voluntad o sin ella; lo cierto es que se la metió en casa con tanta prisa, que no tuvo paciencia para aguardar que pariese. No tuvo después de esto más hijos; pero unida con la sangre de Augusto por el matrimonio de Agripina y Germánico (2), alcanzó a ser bisabuela de los que también eran bisnietos de Augusto. Gobernó su casa con la santidad de costumbres que se usaban antiguamente, aunque con mayor afabilidad y llaneza de lo que hubieran loado las mujeres de aquellos tiempos. Fue madre sin poder alguno para con su hijo, mujer tratable y fácil a su marido, y harto acomodada a los artificios del uno y a la disimulación del otro. Sus exequias fueron ordinarias, y su testamento tardó mucho en ponerse en ejecución. Loóla a pro rostris su bisnieto Cayo César (3), que después fue emperador. II. Mas Tiberio, excusándose por cartas de no haberse podido hallar a las últimas obligaciones para con su madre respecto a muchos y graves negocios, aunque sin dejar un punto sus deleites y recreos, cercenó como por modestia los honores decretados largamente del Senado, contentándose con algunos pocos, y añadiendo que en ninguna manera se le ordenase culto y religión celeste, por cuanto ella lo había mandado así. Y en un capítulo de la misma carta reprendía las amistades y favores mujeriles, culpando tácitamente al cónsul Fusio. Éste se había hecho grande con el favor de Augusta, y era hombre harto acomodado a ganar la voluntad de las mujeres; decidor tan atrevido, que solía burlarse de Tiberio con gracias mordaces, de que los hombres tan poderosos se olvidan tarde. III. Después de esto comenzó a empeorarse la forma del gobierno, haciéndose mucho más pesado, duro y riguroso; porque viviendo Augusta, quedaba todavía una cierta forma de refugio a causa del envejecido respeto de Tiberio para con su madre, y porque Seyano no se atrevía a oponerse a su autoridad; mas en viéndose sin ella comenzaron a precipitarse como caballos desenfrenados. Y por buen principio envían cartas contra Agripina y contra su hijo Nerón, persuadiéndose el vulgo a que, habiendo sido despachadas antes, no había querido Augusta que se publicasen, visto que se recitaron poco después de su muerte. Estaban estas cartas llenas de palabras picantes y de exquisita malicia contra el nieto; no que le inculpase de cosas de armas, ni de haber mostrado deseo de novedades, sino de amores ilícitos y de otros diversos géneros de deshonestidades. Contra la nuera, no atreviéndose a fingir cosas de esta calidad, acusaban la arrogancia del aspecto y la altivez del ánimo. Oyó las el Senado con particular temor y silencio, hasta que algunos pocos, acostumbrados a no esperar bien alguno por medios honestos, sino a procurar favores a costa del daño universal, requirieron que se introdujese la causa, mostrándose el más pronto de todos Cota Mesalina con su voto atroz. Mas los otros principales, y en particular magistrados, estaban con miedo, porque aunque Tiberio se había quejado con gran resentimiento, había con todo eso dejado en duda lo demás. IV. Hallóse en el Senado Junio Rústico, escogido por Tiberio para notar y registrar los actos de los senadores (4), a cuya causa estaba en común opinión de saber con certidumbre sus más íntimos secretos. Éste, movido de fatal impulso, no habiendo dado hasta entonces alguna muestra de constancia, o de alguna impertinente diligencia, mientras olvidado de los peligros inminentes teme los inciertos y dudosos, arrimándose a los que estaban perplejos, persuade a los cónsules a no votar la causa, discurriendo: Que las cosas grandes y levantadas podían trastornarse en un momento, y que era bien dar algún intervalo para que el viejo tuviese lugar de arrepentirse. El pueblo, entonces, llevando consigo las estatuas de Agripina y de Nerón, rodea el palacio gritando, con buen agüero de César y deseándole mil bienes, que las cartas eran falsas, y que contra la voluntad del príncipe se procuraba la ruina de aquella casa. Con esto no se hizo ninguna triste ejecución aquel día. Leíanse públicamente con falso nombre de personas consulares sentencias fingidas contra Seyano, ejercitando muchos escondidamente, y por esto con tanta mayor libertad, las quimeras de sus ingenios. Causaban estas cosas en él más vehemente enojo, y de nuevo le daban materia de acriminarlas, diciendo: Que en el Senado no se hacía caso del dolor del príncipe; que se alteraba el pueblo a gusto del Senado; que se leían ya y se oían nuevas oraciones y nuevos decretos de los senadores; que no faltaba sino tomar las armas, y por cabezas y emperadores a aquellos cuyas estatuas habían seguido en lugar de banderas. V. Por lo cual César, declarando otra vez los vituperios del nieto y de la nuera y reprendido ásperamente y amenazado el pueblo por un edicto, se dolió con el Senado de que por engaño de un senador hubiese sido menospreciada la majestad imperial, y se advocó la causa. Con esto, viendo el Senado que le era prohibido el pasar a la final sentencia, protestó de que estando dispuestos todos a la venganza, eran impedidos por los mandamientos del príncipe.
He aquí el sumario de los hechos más importantes que debían llenar el vacio que hallamos aquí en Tácito, y que comprende el final del año corriente, todo el que sigue y las tres cuartas partes del tercero, sacados de Suetonio, Josefo y Dion Casio:
Matrimonio de Druso, hijo de Germánico, con Emilia Lépida. - Son condenados todos los amigos de Augusta. - Agripina (presa por orden de Tiberio y llevada a la isla Pandataria. -El tribuno encargado de llevarla le saca un ojo. - Destierro de Nerón, hijo mayor de Germánico, a la isla Poncia (hoy Ponza).
Año 783. - Druso es enviado de Caprera a Roma, acusado por el cónsul Casio Longino, y encerrado en el palacio. - Honores prodigados a Seyano por el Senado. - Mientras que Asinio Galo, enviado a Tiberio, cena con él, un pretor enviado por el Senado, a consecuencia de una carta del mismo príncipe que le denunciaba, viene a apoderarse de él estando en la mesa. Asinio intenta suicidarse. Tiberio se lo estorba y le hace conducir a Roma, obligándole a guardar el más riguroso secreto.
Año 784. - El Senado quiere conceder el consulado a Tiberio y a Seyano por cinco años. Tiberio se niega a aceptarlo a fin de que Seyano tenga que hacer lo mismo. - El emperador desconfía de su favorito, a quien niega el permiso de volver a Caprera. - Tiberio hace que Cayo tome la toga viril y deja entrever su intención de nombrarle su heredero. - Ordena la muerte de Nerón. - Seyano, al verse caído en desgrada, conspira contra Tiberio, quien, al saberlo, después de haber disimulado algún tiempo, le manda prender en medio del Senado por Macrón. - Seyano es encarcelado, estrangulado y arrojado a las Gemonias. - Su hijo mayor y su tío Bleso son muertos por orden del Senado. - Apicata, su esposa repudiada, se da la muerte después de haber revelado a Tiberio los autores del envenenamiento de Druso. Tiberio perdona a Livia, según unos, y según otros la hace matar secretamente. - Continúan las persecuciones contra los amigos de Seyano.
Por tu mala fortuna, ¡oh Tácito! (dice Lipsio unas palabras casi en esta substancia en la octava anotación sobre el libro quinto), faltan aquí no solamente páginas, sino libros enteros, pereciendo con ellos la memoria de las cosas sucedidas en el espacio de casi tres años, especial el destierro de Agripina y sus hijos, los designios y empresas de Seyano, su muerte y castigo, junto con una gran tropa de amigos y allegados suyos, y principalmente el de su infame y vil mujer Livia: al fin la flor de tus escritos. ¡Oh ciega antigüedad, que teniendo cuidado de preservar de las injurias del tiempo a los Orosios, a los Vopiscos y a otros historiadores menudos de esta clase, te olvidaste de conservar este oro acendrado!.
Y más abajo, en la siguiente anotación, añade que todo lo arriba dicho sucedió al principio del año en que fueron cónsules Fufio y Rubelio; y lo que luego refiere, siéndolo Cayo Memmio Régulo y Fulcinio Trion. De suerte que faltan todos los sucesos de este año, que fue el de setecientos ochenta y dos de la fundación de Roma; y el siguiente, en que fueron cónsules Marco Vinicio y L. Casio y muchos del año en que volvemos a cobrar el hilo de la historia, que es el de setecientos ochenta y cuatro, en que habiendo sido cónsules Tiberio y Seyano, les sucedieron Trion y Régulo, desde las calendas de mayo. Entra, pues, de nuevo la narración con unos fragmentos tan desencuadernados, que los dejara de buena gana, a no obligarme a lo contrario la autoridad de Lipsio, que los pone, y por su camino más la de nuestro autor, cuyos retazos es cierto que tienen más valor que piezas enteras de otros muchos; y dice así:
VI. Hiciéronse sobre esta materia (5) cuarenta y cuatro oraciones, de las cuales pocas por temor, muchas por costumbre ... Pensé que pudiera ocasionarme a mí vergüenza o aborrecimiento a Seyano ... Trocádose ha la suerte, y aquél que le había escogido por compañero y por yerno se perdona a sí mismo. De los demás, los que con infamia le favorecieron le persiguen con maldad ... No me atrevo a determinar cuál sea cosa más miserable, ser uno acusado por conservar la amistad, o acusar él a su amigo ... No pienso hacer experiencia de la crueldad o de la clemencia de hombre viviente, antes bien, libre y probado para conmigo mismo, iré en busca del peligro rogándoos que no queráis conservar de mí antes triste que alegre memoria, y que me pongáis en el número de los que con generoso fin huyeron las públicas calamidades.
VII. Dicho esto, gastó gran parte del día en retener o despedir a cada uno, conforme a como querían irse o conversar con él. Y mientras todavía le hacía compañía gran número de gente, y muchos que, por verle el rostro sin muestras de temor, pensaban que no se resolvería tan presto en morir, sacando un cuchillo que había escondido en el seno, se mató. No pasó César a inculpar o a injuriar al muerto, como hizo con Bleso, a quien imputó muchos casos infames y feos.
VIII. Tratóse después la causa de Publio Vitelio y de Pomponio Secundo. Vitelio era acusado de haberse ofrecido a abrir las arcas del Tesoro público, como prefecto que era del Erario, para pagar de aquel dinero a la gente de guerra, caso que se tentasen novedades; y a Pomponio inculpaba Considio, varón pretorio, de haber tenido tan estrecha amistad con Elio Galo, que, castigado Seyano, se retiró como a segurísimo refugio a los huertos de Pomponio. Estando en este peligro, no se pudieron librar con otra cosa que con la constancia de sus hermanos, que se atrevieron a salirles fiadores. Vitelio después, enfadado de las continuas prorrogaciones, y no menos impaciente de la esperanza que del temor, pidiendo un cuchillo de cortar plumas, como para servirse de él en sus estudios, se picó ligeramente las venas, y con impaciencia y angustia de ánimo acabó la vida. Mas Pomponio, que era hombre de generosas costumbres y de nobilísimo ingenio, mientras sufre constantemente la adversidad de su fortuna, vivió al fin más que Tiberio.
IX. Pareció después justo el proceder contra los hijos de Seyano, puesto que se iba resfriando ya la ira del pueblo, quedando muchos aplacados con los primeros castigos, y así fueron llevados a la cárcel el hijo, que no le faltaba del todo el conocimiento de lo que se pretendía hacer con él, y su hermanilla, todavía tan simple, que por momentos preguntaba a qué y adónde la llevaban, que no lo haría otra vez, y que bastaban unos azotes. Escriben los autores de aquel tiempo que, porque era cosa nunca oída el quitar la vida con lazo y garrote a una virgen, se tornó por expediente que el verdugo la desflorase junto al mismo lazo. Tras esto, ahogados aquellos cuerpecitos de tan tierna edad fueron arrojados por las escalas Gemonias.
X. En este mismo tiempo tuvieron un gran espanto las provincias de Asia y Acaya, por ocasión de cierta voz que corrió, aunque menos durable que vehemente, de que Druso, hijo de Germánico, había sido visto en las islas Cíclades, y después en tierra firme. Era éste un mozo de la misma edad que Druso, a quien seguían engañosamente algunos libertos de César fingiendo haberle conocido. Los que nunca vieron a Druso, y los griegos inclinados a novedades y a milagros, venían llamados de la fama de aquel nombre, fingiendo unos y creyendo otros a un mismo tiempo que, escapado de las prisiones, iba a los ejércitos de su padre para asaltar a Egipto o a Siria. Ya tenía el concurso de la juventud, ya comenzaba a ser honrado con públicos cumplimientos, alegre del estado presente y lleno de vanas esperanzas, cuando fue acusado a Popeo Sabino. El cual, teniendo a su cargo entonces a Macedonia, cuidaba también de las cosas de Acaya. Para prevenir, pues, a la nueva, o verdadera o falsa que fuese; pasados con diligencia los golfos de Toron y de Termes, y dejando tras sí a Eubea, isla en el mar Egeo, el Pireo de Atenas y las playas de Corinto, entrando en el otro mar, atravesada la estrechura del Istmo, llegó a Nicópoli, colonia de romanos, donde entendió finalmente ... y preguntado con mayor diligencia quién era, dijo ser hijo de Marco Silano, y que desamparado de muchos de sus secuaces, se había embarcado como para pasar a Italia. Escribiólo todo a Tiberio: ni del principio ni del fin de este suceso habemos hallado otra cosa.
XI. A la fin de este año acabó de declararse del todo la discordia entre los cónsules, disimulada largo tiempo. Porque Trion, fácil en ganar enemistades y curtido en pleitos, había indirectamente culpado a Régulo de negligencia en el oprimir los ministros de Seyano. Régulo, acostumbrado a conservar su modestia en todas ocasiones, salvo cuando era provocado, no contento con rebatir a su colega, pasó hasta a llamarle a juicio, como cómplice en la conjuración; y aunque muchos de los senadores se interpusieron con ellos pidiéndoles que olvidasen los rencores, de que podía resultar la destrucción de entrambos, se quedaron todavía enemigos y amenazándose el uno al otro para en acabando de deponer el magistrado.
Notas
(1) Entre Octavio y L. Antonio, hermano del triunviro. Perusa fue tomada y Antonio obligado a rendirse en 714.
(2) Éste era nieto de Livia por Druso, su padre, y Agripina de Augusto por su padre Agripa, y Julia, su madre.
(3) Calígula.
(4) César fue el que, siendo por primera vez cónsul en el año 59 antes de Jesucristo, introdujo la costumbre de hacer redactar y publicar los actos del Senado (acta diurna). Augusto le siguió en cuanto a la redacción, pero prohibió que se publicasen. Tiberio, empero, pasó más adelante, pues no sólo prohibió que se diesen a luz, sino que encomendó su redacción a un senador elegido por él mismo.
(5) Probablemente sobre la conjuración de Seyano. El fragmento que aquí se lee es sin duda de algún amigo de Seyano.
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