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Teodoro Hernández LAS TINAJAS DE ULÚA
Breves antecedentes del Castillo El Castillo de San Juan de Ulúa se halla situado a cinco kilómetros, poco más o menos, de la ciudad de Veracruz, en un islote que la hacía de puerto después de la llegada de Grijalva y de Cortés, al instaurarse el comercio de la Nueva España con la Metrópoli. Ahí llegaban las naos con mercancías para los mercaderes encomenderos de la Veracruz. La construcción del Castil!o de San Juan de Ulúa data de los primeros tiempos de la colonia, es de piedra porosa, por donde con facilidad se filtra el agua; abarca una superficie de cinco mil metros cuadrados aproximadamente y lo constituía (porque ha sido cambiado casi radicalmente después de la Revolución), la fortaleza, el arsenal, el dique flotante, las carboneras y las galefas o sea la prisión. Ulúa ha sido testigo mudo de hazañas cruentas que la historia tiene especificadas. En este trabajo nos vamos a ocupar de los aspectos de lo que fuera presidio, que dio albergue a protomártires de la Independencia, como Melchor de Talamantes, quien murió en una mazmorra, y al correr de un siglo fue también asilo de precursores de la Revolución de 1910. Lo haremos en forma concisa, pues en opinión del extinto precursor Elfego Lugo, quien estuvo confinado en Ulúa durante cinco años, sería necesario utilizar varios volúmenes para describir aquellos antros infernales y macabros, donde se pretendió inútilmente aherrojar el pensamiento de los liberales precursores de la Revolución que después encabezó don Francisco I. Madero, para acabar con la tiranía que aquéllos comenzaron a combatir con denuedo. Y consideramos necesario dar a luz este trabajo que se refiere al trato que recibían, la forma en que se les obligaba a trabajar y en general, cómo vivían en Ulúa los iniciadores de la lucha contra el régimen del general Porfirio Díaz, pues ciertamente, fuera de los brochazos literarios -porque ni a pinceladas llegan- que don Federico Gamboa estampó en su obra La Llaga, acerca de la prisión de Ulúa, nadie ha parado mientes sobre aquellas fatídicas e inquisitoriales mazmorras que la Dictadura utilizó como castigo para sus enemigos políticos. Allí fueron confinados centenares de rebeldes de la región de Acayucan, Ver., por el levantamiento de septiembre de 1906, así como de diferentes Estados de la República donde el movimiento estaba ramificado; pues su organización había sido lo más perfecta posible, y si fracasó fue debido a una traición; pero dejó sembrada la semilla para otros movimientos en 1908, en Las Vacas, Viesca y otros lugares, hasta culminar en 1910. La prisión de Ulúa se vio poblada de gran número de rebeldes y otros que no lo fueron en verdad, porque los jefes políticos ejercieron muchas venganzas en sus enemigos personales; y, además, con el objeto de aparecer muy celosos en el mantenimiento del orden y de la paz, enviaron a las mazmorras del Castillo a muchos inocentes que jamás habían pensado en ser revolucionarios. También estuvieron alojados en las mazmorras de Ulúa los promotores de la huelga de Cananea y los de la de Río Blanco. La prisión de Ulua estaba destinada mas bIen a reos del orden militar, pero durante los años de 1906 y 1907, fueron enviados a la misma, como se ha dicho, centenares de reos políticos con motivo de los movimientos que en el primero de los años citados, estallaron en Acayucan, del Estado de Veracruz, y en Jiménez, del de Coahuila. Las bóvedas que formaban las galeras eran a manera de catacumbas para sepultar en vida a los reos, y no en vano se ha dicho que la impresión que se recibía al llegar, era la misma que se experimenta al descender a una mina: oscuridad completa, complementando lo tenebroso de las galeras, (calabozos debajo del agua incrustados en las paredes), el clima, la falta completa de ventilación, de luz y de aseo, el hacinamiento de seres humanos convertidos en dantescos diablos, todos negros por el humo del carbón que llevaban encima los rayados, nombre con que se designaba a los prisioneros que salían a trabajos forzados y aspirando el humor de millares de gentes y la peste irresistible de la marihuana que fumaban los reclusos para amortiguar el sufrimiento y la villanía de los cancerberos. Con el nombre de cubas se conocía en Ulúa el servicio de excusados y mingitorios: eran las dichas cubas unas medias barricas. A la entrada de cada galera, pasando a través de dos boquetes perfectamente asegurados con pesadas puertas de madera en forma de rejillas, se colaban tenues rayos de luz y algo de aire, que renovaban, en mínima parte, la oscuridad y la atmósfera pestilente de los antros, donde se hallaban instaladas las cubas. La oscuridad del presidio y especialmente en el lugar señalado, era propicia para resbalar y caer de bruces sobre aquel légamo infecto, si no fuera porque los mismos miasmas lo delataban, miasmas que envenenaban el organismo. Con frecuencia, por los choques y la aglomeración, se volcaban aquellos vehículos de la muerte, aquellos recipientes repletos de microbios y, entonces regaban el lugar, alfombrando el piso de por sí húmedo. En sitios inmediatos a las cubas se hallaban las barricas que contenían el agua potable, que se utilizaba, a la vez, para el aseo de los platos y vasos de hojalata en que se servía el rancho, y utensilios que se lavaban en ocasiones con los orines de las cubas. Eran de tal manera oscuras las galeras, que viendo desde el limbral de esos antros hacia los lugares donde se hallaban los reclusos, sólo se les distinguía una especie de brillo felino en los ojos, y estaban tan acostumbrados a la oscuridad que cuando los sacaban a la luz del sol no podían ver hasta después de varios minutos. La Puntilla se denominaba al lugar que servía para enterrar a los muertos, por estar a manera de un brazo de islote, en figura de ángulo agudo, en las estribaciones del Castillo, como a un kilómetro más o menos de las galeras, y la circundaba por su base un cerco de piedra muca, bañando su vértice, con frecuencia, la marejada de la playa. Este era Ulúa en la época a que nos referimos, en lo que toca al aspecto de la prisión, ya veremos en subsecuentes artículos las narraciones de reos políticos que ahí estuvieron confinados. Las ergástulas de ese fatídico presidio fueron demolidas, tributándose de este modo un homenaje a la Revolución y a la Libertad. La idea de la demolición, fué obra del Primer Jefe don Venustiano Carranza, a quien los precursores le consagran un recuerdo de gratitud, por haber mandado transformar aquellos antros infernales en centro de trabajo, civilización y cultura.
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