Teodoro Hernández LAS TINAJAS DE ULÚA
Elfego Lugo y Juan José Ríos en los calabozos de Ulúa Elfego Lugo era oriundo dé Parral. Chih., del Estado fronterizo que tanto contingente ha dado a las revoluciones. Generoso por temperamento, no podía ver una injusticia sin que su ánimo se sublevara, protestando en alguna forma sin medir las consecuencias. ¡Siempre estaba presto a hacer el bien, desprovisto de todo género de egoísmo!
Siendo así su naturaleza, se tenía que disponer a la lucha contra el régimen dictatorial. Esa lucha la inició en la propia ciudad de Parral, organizando con otros jóvenes de la época el Club Liberal Benito Juárez cuyos miembros se comprometieron después a sostener el programa que lanzó la Junta Organizadora del Partido Liberal que presidían Flores Magón con Sarabia, Antonio I. Villarreal, Librado Rivera, etc. Esto dio por resultado que al disponerse por la Junta ir al terreno de las armas, Lugo y otros compañeros suyos del Club Benito Juárez no vacilaran en organizar en aquella región chihuahuense, el movimiento de 1906, movimiento que fue descubierto por una traición. El Gobernador Creel, de Chihuahua, tuvo informes confidenciales de que se preparaba en El Paso un movimiento insurreccional, y el 4 de octubre envió un telegrama al Presidente Diaz, diciéndole: En El Paso, Tex., existe un centro revolucionario encabezado por Lauro Aguirre, que está activando mucho sus trabajos. Tiene reuniones todas las noches. Se cree que Magón o Sarabia está escondidos en El Paso. Están solicitando gente para dar algún golpe. Creo conveniente qáe general Vega vaya a Ciudad Juárez a vigilar al enemigo y a infundir respeto. Escribo, El Presidente Díaz contestó inmediatamente en el sentido de que el general Vega fuese a infundir respeto; pero no con veinticinco hombres, sino con cien o más, y con la misión de denunciar los hechos a las autoridades de El Paso por medio del cónsul. En la carta que siguió al telegrama, el gobernador Creel comunica al general Díaz, entre otras cosas: El jefe político de Ciudad Juárez me ha comunicado que se cree que estuvo Magón en El Paso, Texas, pocos días antes del 15 de septiembre, y que después ha viajado de incógnito por la frontera de Texas y que probablemente se encuentra escondido en El Paso, Texas. He escrito a St. Louis Mo., solicitando un detective americano de confianza, para situarlo en El Paso, Texas y espero que sus servicios han de ayudarnos bastante para descubrir todo lo que esos ma)vados están haciendo. Después se supo que el gobernador Creel tenía a su servicio, desde mucho antes, detectives norteamericanos a sueldo del gobierno de México, para vigilar los pasos de los liberales expatriados en Estados Unidos. Elfego Lugo y sus compañeros de Parral fueron aprehendidos y llevados a Ulúa con Juan Sarabia y demás capturados en Ciudad Juárez. Lugo murió en esta capital en mayo de 1935 en el Hospital General, a causa de una enfermedad que estuvo sufriendo por muchos meses, pobre y abandonado por quienes estaban obligados a no dejarlo en ese abandono, ya que su situación e influencia en el Gobierno, los tenía en condiciones de ayudarlo, y ya que en buena lógica, la posición que habían obtenido dentro del mismo Gobierno, en gran parte se la debían a los viejos luchadores que, como Lugo, se sácrificaron en aras de un cambio de régimen político y social. Elementos del Grupo de Precursores (1906) de situación precaria, fueron los que se interesaron hasta donde pudieron por Lugo. Fueron ellos quienes con no pocas dificultades consiguieron, ya cuando estaba muy grave, que la Beneficencia Pública le proporcionara un lugar de distinción en el Hospital General; pero con todo, allí no se le atendió como lo merecía. Lugo dejó escritas unas reminiscencias de la prisión de Ulúa, donde permaneció cerca de cinco años, en las que se ven los hondos sufrimientos de los que ahí confinaba la Dictadura porfirista. De esas reminiscencias publicamos lo siguiente: Ulúa tenía, cuando sirvió de prisión, carácter militar y eran reos de delitos de! orden militar, en su mayoría. los huéspedes de las mazmorras. Los que con carácter civil fuimos allá, por conspiradores, durante los años de 1906 a 1907, éramos para los pretorianos de adéntro de la prisión y para los de afuera de la fortaleza, reos peligrosísimos, bastaba con que pretendiéramos atentar contra el régimen que parecía interminable, del dictador Porfirio Díaz; y, por ende, estábamos sujetos a un espionaje constante y un castigo inquisitorial más terrible aún, que el que se daba a los reos militares; se nos tenía como traidores a la Patria del Tirano y había que matarnos lentamente, en lo moral primero y físicamente, a garrotazo vil después, si fuese necesario, para acabar con los trastornadores del orden y la paz octaviana de que disfrutaba el país. Los recursos de la ley estaban vedados para nosotros; por eso se mandaba a los reos al destierro y con la consigna de rigurosamente incomunicados; muchos hubo, de los que no fallecieron en las mazmorras, pues murieron bastantes, que lograron su libertad al triunfo de la revolución maderista, pero, sin que durante más de cuatro años, se les instruyera proceso alguno; todos, procesados o no, éramos víctimas de la tiranía, condenados a morir en el destierro, sin que se nos permitiera comunicación alguna con los seres del exterior de aquella infamante mole de piedra que cubría las ergástulas de los reos políticos. Entre los verdugos que había en Ulúa, con órdenes especiales del supremo Dictador, para que, de preferencia se aplicara a los reos políticos la porfiriana inquisición, debe considerarse en primera línea al mayor jefe de la prisión, un tal Victoriano Grinda, émulo de aquel chacal que en vida se llamó Victoriano Huerta, y por apodo perfectamente adecuado: Mono de Cuero. El tal Grinda, verdadera fiera humana, con investidura militar, hacía honor a su puesto de cancerbero y pretoriano. Siempre hay tipos a propósito para estos cargos. Grinda era un perro atacado de hidrofobia diariamente; tenía el prurito de la sangre, se solazaba azotando, con el indispensable fuete que llevaba en la mano siempre, las espaldas desnudas de los reelusos. Este can rabioso, por ¡quítame allá estas pajas! desahogaba su furia con los políticos confinados en Ulúa, muy especialmente con los pobres indios veracruzanos, que la cobardía y el odio de los pretorianos había llevado a las mazmorras. Por sport, como se acostumbra decir ahora. maltrataba de hecho a los indefensos reclusos, algunos de los cuales sucumbían a consecuencia de los golpes que continuamente recibían. Seguía, en el orden canibalesco a Grida, un negro feroz apodado o apellidado Boa, perfectamente aplicado el patronímico, pues debe haber sido descendiente en linea recta a alguna serpiente de cascabel o alguna hiena. Si Grinda manejaba con alguna habilidad el fuete, Boa le superaba en el uso del garrote vil. Su constitución física era formidable, de modo que esta pantera negra de Ulúa, de cada garrotazo dejaba muerto e agonizante cuando menos a su víctima; y pegaba no sólo para conservar la disciplina cosa que se estila con los prisioneros, sobre todo con los militares prisioneros, sino que, cuando se sentía atacado de satiriasis y no lograba saciar sus apetitos, la víctima quedaba molida a palos. Esta dualidad roji-negra, pues Grinda andaba siempre rojo, por efecto del aguardiente, constituía el terror de los reclusos de Ulúa; cada recluso, de preferencia los inditos, que salía de las galeras llamado por estos verdugos podía considerarse como un cristiano de la época de Nerón, cuando lo llevaban al circo romano, para hacerlo pasto de las fieras. Conservamos algunas producciones inéditas de Lugo, pero no sería posible insertarlas en este trabajo por las dimensiones que demandarían. Juan José Ríos, hoy general de división del Ejército; fue capturado en San Juan del Mezquital, Zac. En la causa que se le instruyó por el juez de Distrito de Veracruz, en conexión con la rebelión en los cantones de Acayucan y Minatitlán, aparecieron constancias de que el mismo Ríos había escrito a Manuel Vázquez, de Ciudad Victoria, miembro también del Partido Liberal Mexicano, figurando en la lista de los comprometidós a levantarse en armas para derrocar al Gobierno, conforme a las resoluciones tomadas por la Junta Organizadora de dicho Partido; de que el mismo Ríos había escrito a Vázquez, decimos, que estaba para levantarse contra el gobierno de Zacatecas, contando para el caso con 600 hombres. En la capital de Zacatecas, otro de los comprometidos fue el profesor Toribio García Zárate, quien pudo escapar de ser aprehendido y remitido a Ulúa, y quien con 75 años de edad, enfermo y sumido en esa inmensa noche que se llama pobreza, radica en esta capital. Recordando aquellos tiempos el profesor García Zárate ha dicho: En 1906, sostuve activa correspondencia con los hermanos Flores Magón, y de acuerdo con la Junta Revolucionaria que ellos establecieron en St. Louis Mo., yo organicé una sociedad secreta para sostener la campaña antiporfirísta, buscando prosélitos, colectar y remitir fondos pecuniarios a la mencionada Junta. Los dirigentes de nuestra sociedad secreta, los que generalmente nos reuníamos cada ocho días, fuimos los siguientes: Florencio Talavera, Julián Sosto, Jesús Juárez, Lucio Díaz Hinojosa, Maríano Arrieta y yo, turnándonos cada mes en las funciones de presidente, secretario, tesorero y vocales. Los prosélitos fueron en su mayor parte peones de hacienda de campo que, cuando podían, coDtribuían con 25 centavos para nuestras remesas mensuales que fueron, cuando menos de 20 pesos. Por indicaciones de la expresada Junta, fui consultado sobre la orgaóización de sociedades secretas por tres correligionaríos, uno de Guatemala, y otro de Veracruz, cuyos nombres no recuerdo, y por el hoy señor general de división Juan José Ríos. Juan José Ríos permaneció también por espacio de cinco años en Ulúa; y en este antro escribió lo siguiente con el título de Los Caídos: Vedlos ahí ... Con la frente preñada de tristezas rugientes, el alma henchida de ternuras macilentas y el corazón pletórico de grandezas exangües, presenciando el trágico desfile de ilusiones extintas, de esperanzas ajadas por el odio, de sueños disipados por la estulticia. Vedlos ahí ... Casi vencidos en sus cruentas luchas en la vida, poseidos de no se sabe qué extrañas rebeldías, cuando, al fijar la vista en derredor de sí, descubren la bruma tenebrosa de un horizonte maldito; a su espalda, el arcabuz homicida, ante su pecho la bayoneta en reto, sobre su cabeza fulgurando con resplandor insultante la espada de Damocles oscilando al viento de pacificación, y a sus pies el olvido abriendo un profundo abismo ... Vedlos ahí ... turbando el silencio con sus voces apagadas de moribundo, empuñando como bandera unos jirones de su juventud enclenque como escudo las debilidades de su vejez prematura, presentando a Themis sus derechos andrajosos cómo ofrenda y enseñando al mundo que ríe de indiferencia punible y bosteza de tedio egoísta, los despojos sangrientos de su dignidad conculcada! Vedlos ahí ... atados al muro inconmovible, luchando cara a cara con la muerte, abrazándose con desesperación a la vida que flamea en el vacío como fuego santélmico; con lúgubres fosforescencias de osario ... Pálidos, demacrados, displicentes, suplicantes, indignados, permanecen ahí como testigos mudos del silencio y de la ruina, como actores decorativos de una comedia infame, como víctimas de los caprichos de un delirio salvaje, como muertos levantados de sus tumbas, reanimados por un soplo de miseria enseñando los puños descarnados, demandando venganza ante el genio protedor del irredento ... Representantes del dolor que protesta, del llanto que acusa, de la queja que implora. Entidades anónimas del organismo colectivo momificadas por el terror, especie de fantasmas que danzan en las sombras al compás lento de un salmo funerario; funámbulos de risa silenciosa a manera de mueca convulsiva, cuya actitud terrible llena el alma de compasivo espanto y de tristeza atrozmente abrumadora ... ... Caravanas de sombras extraviadas en los áridos desiertos de la vida, lúgubre procesión de congeladas palideces destacándose con dificultad en fondo gris de decadencia; extraña sinfonía de ayes sin eco; incoherentes plegarias que se pierden en la impasibilidad de una misericordia creada a fuerza de lágrimas y obscurantismo. Entre tanto vedlos ahí ... doblegados bajo el peso de un destino desbordante de ironía y cargado de negras veleidades; permaneciendo largos minutos con los ojos fijos en no se sabe qué misteriosas profundidades, gimiendo a intervalos como si al interrogarse acerca de las amarguras de su suerte una voz interna les contestase con las fatídicas palabras que el Gibelino supusiera en la puerta del infierno: lasciati oni speranza... Juan José Ríos con Manuel M. Diéguez y Esteban B. Calderón, sus compañeros de cautiverio en Ulúa, del que salieron al triunfo de la revolución maderista, volvió a la lucha, ya en el terreno de las armas contra la usurpación de Huerta, Ríos se reunió con Dieguez y Calderón en Cananea, y organizaron con obreros de ese mineral entre los que contaban con mucha popularidad, por sus anteriores trabajos revolucionarios, un movimiento armado de gran importancia histórica, contra la usurpación.
El Gobernador.