Indice de Las tinajas de Ulúa de Teodoro Hernández Cipriano Medina relata sus torturas Alejandro M. Bravo sufrió también los rigores de las tinajasBiblioteca Virtual Antorcha

Teodoro Hernández

LAS TINAJAS DE ULÚA

Enrique Novoa, rebelde irreductible, en el calabozo El Infierno


Enrique Novoa encabezó en 1906 el movimiento revolucionario del entonces cantón de Minatitlán, del Estado de Veracruz. Los contingentes para el movimiento encabezado por Novoa lo dieron los clubes liberales Vicente Guerrero. de Chinameca, y Valentín Gómez Farías, de Puerto México, a los que se unieron elementos indígenas de la Sierra de Soteapan, del que fue cantón de Acayucan, entre los que había hecho eficacísima propaganda revolucionaria Hilario C. Salas, considerado como jefe del movimIento en el Estado de Veracruz, y quien, con elementos de la misma sierra, atacó, el propio año de 1906, el 30 de septiembre, a las once de la noche, la ciudad de Acayucan, siendo herido de gravedad cuando ya estaba a punto de tomarla.

Enrique Novoa fracásó en su empresa y cayó prisionero, siendo llevado al presidio de San Juan de Ulúa, en donde permaneció tres años, torturado en los más inmundos calabozos de la fatídica prisión. Fue un hombre desventurado, que sufrió graves y numerosas desazones, víctima de sus ideas, muriendo asesinado la noche del 28 de agosto de 1917 por una partida de hombres armados, encabezada por Leonardo Hernández, quien a las órdenes del cabecilla huertista Cástulo Pérez, hacía sus correrías por aquellos rumbos, cuando Novoa hallábase aun convaleciente de las varias heridas que recibió en un descarrilamiento provocado por los rebeldes felicistas al tren Interocéanico, en el lugar denominado Las Vigas, cerca de Jalapa.

Enrique Novoa, a pesar de que en su horrendo cautiverio de Ulúa palpó el fondo de todas las amarguras, no perdió en ningún instante un ápice de sus energías, revelando siempre que permanecían incólumes sus convicciones, bajo cuyos estremecimientos pensaba y escribía. Escribía al rumor de las olas del Golfo, que llegaban hasta su calabozo como cansadas, con pesadez que infundía congoja, y del monótono ritmo de su salmo parecían desprenderse ayes lastimeros, como si trajeran en su largo viaje quejas de muchos náufragos y hondos secretos de tierras muy lejanas ... Meditaba, cuando la tarde moría y encendíanse los fanales de Ulúa y de los extremos de los malecones que guardan la rada, y las banderas de barcos de guerra que se hallaban en bahía eran arriadas al toque de corneta, cuyos acordes hacían vibrar el sensorio. ¡El alma se saturaba del paisaje, en ella se dibujaba la dulzura melancólica del crepsúculo y la infiníta tristeza de la tarde! ... Tañían el Angelus los campanarios de las iglesias del puerto, que, como doliente ruego, inundaba el espacio y prolongado y lánguido permanecía vibrando por algunos instantes como en las cuerdas de una lira funeraria ... Y a su influjo misterioso apuntaban en su mente como traidas por el último reflejo lejano crepuscular, añoranzas de afecciones, las más sentidas ...

En las siguientes líneas inéditas del Precursor de la Revolución. pueden verse los conceptos sociológicos que sustentaba con maravillosa observación de las condiciones dd país, que hubieron de provocar el movimiento insurreccional.

De uno de los escritos que conservamos inéditos, fechado el 28 de mayo del mismo mes, en que habla de la mentira de la justicia, con los epígrafes de Pascal: La Justicia es cuestionable. La Fuerza no lo es; y de Montesquieu: La Justicia debe ser como la muerte; que no perdona a nadie, entresacamos lo siguiente:

No es nada estar aquí en manos de la Tiranía que dispone de nuestras vidas a discreción, con ausencia de toda ley, de todo amparo, y aun de toda humanidad. En Rusia tienen los tiranos una Siberia para asesinar a los reos políticos por medio de los trabajos, del látigo, de los calabozos terribles donde mueren de frío ... En México tienen los tiranos un Ulúa para asesinar a los reos políticos (como nos están asesinando), por medio del látigo de la peste, de la humedad, de la falta absoluta de higiene, de muchos tormentos más ... y asfixiándonos en estos calabozos-tumbas por el calor excesivo (allá el frío, aquí el calor), por la falta de aire, de ventilación, de luz, de vida.

DESCRIPCIÓN DEL CALABOZO EL INFIERNO

¿Es un Infierno o una tumba? Es una tumba infernal. Desde que se da el primer paso, se nota un piso húmedo, que hasta chasquea, como si fuese un chiquero de puercos. Una atmósfera caliginosa y malsana invade los pulmones; la peste se hace inaguantable; la humedad es tanta y está el ambiente tan impuro, que tengo escoriadas la laringe y la nariz: la obscuridad es completa y eterna; no hay ventilación de nmguna clase, pues todo el calabozo, en forma de gran nicho, abovedado, está rodeado por paredes de dos y tres metros de espesor, las cuales chorrean agua.

Jamás ha entrado aquí un rayo de luz, desde que se construyó este mísero calabozo, allá hace siglos por los españoles; para deshonra de la humanidad. Las paredes se tocan y están frías, como hielo, pero es un frío húmedo y terrible que penetra hasta los huesos, que cala, por decirlo así. A la vez, el calor es insoportable, hay un bochorno asfixiante; jamás entra una ráfaga de aire, aunque haya Norte afuera. Las ratas y otros bichos pasan por mi cuerpo, sin respeto, habiéndose dado el caso de que me roan los dedos por la noche. Ahora procuro dejarles en el suelo migas de pan para que se entretengan.

Hay noches que despierto asfixiándome; un minuto más y tal vez moría, me siento, me enjugo el sudor, me quito la ropa encharcada y me visto otra vez para volver a empezar. Cuando esto sucede, rechino los dientes y digo con amargura ¡oh pueblo! ¡oh patria mía!

Hace cinco meses que estoy aquí enterrado vivo, casi sin comer, enfermo, con el hígado inflamado, arrojando los pocos alimentos que tomo y casi a líquidos. ¿Y creeréis que estoy arredrado? No. Yo bien sabía de lo que se trataba. Mi Manifiesto probará a ustedes que mi resignación es completa y que sé que mi muerte está decretada irremisiblemente. Llegué a esta tumba el 5 de diciembre de 19O6, y desde entonces estoy incomunicado, vigilado estrechamente y aun, que antes he querido escribir, no he podido hacerlo, hasta hoy que una mera casualidad me proporcionó papel y lápiz.

Gracias, Dios mío, porque voy por fin a poder comunicar a mis amigos, correligionarios y compatriotas, los crímenes de que estamos siendo víctimas, principalmente yo, a quien el Juez Betancourt desearía tener ya bajo tierra, para que se ignorara su maquiavelismo, que envidiarían, aún los tribunales especiales de los Borgia y del Duque de Parma.

El día que llegué a esta fortaleza, cuando salté de la lancha al Castillo, venía yo ágil, fuerte, colorado; vedme hoy. ¡Soy el espectro de la muerte! Ese día el Juez Betancourt vino personalmente a recibirme con otras personas. El mismo pasó por delante, entró al calabozo con paso vacilante, rayó un cerillo y sonrió con satisfacción a sus acompañantes. El calabozo estaba bueno para un hombre que se trata de asesinar. ¿Qué papel hizo en ese momento el Juez Betancourt? ¿Era Juez o verdugo? ¿Esbirro o Iscariote? ¡Ah! Era un miserable. Pero yo no me fijé en ese refinamiento de Belancourt sino hasta ahora después, que hilvanando los hechos, he venido a sacar conclusiones terribles. Vosotros juzgaréis y veréis si soy visionario o tengo razón en mis observaciones.

A los 42 días que llevaba yo de estar sumido en este calabozo, sin hablar con nadie, sin ver nada, sufriendo las primeras calenturas, las primeras punzadas en el hígado y las primeras congestiones; fui sacado y llevado al Palacio del Gobernador, donde esperaba el Juez Betancourt para tomarme declaración ... y no se crea que es exageración. Octavio Mirbeau, nos habla de los chinos, como los inventores de los tormentos más horribles, tales como los de la sensación de los diferentes órganos; del de la campaña, etc.

¿Y qué os parece el tormento del olfato? ¿de la vista? ¿del enmudecimiento? ¿de la sensación general? Pues aquí se está sujeto a todos esos tormentos. Sujeto a respirar emanaciones impuras, una atmósfera pesada y húmeda que no es renovada jamás, porque no hay ventilación, al grado que hay momentos, en que la vela se apaga por falta de aire. Agregad a éste los gases mefíticos que despide la cuba inmunda, sucia, antiquísima, sin ser desinfectada jamás; y los microbios aglomerados aquí durante varios siglos. La vista, sujeta al tormento de la obscuridad eterna. La boca, atestada de microbios, y con ese mal sabor que tiene del hígado intoxicado. El enmudecimiento indefinido. Los dolores continuados del cuerpo en general, sujeto a la humedad por espacio de largo tiempo ... y se agrega a todo esto que se está enfermo, casi sin alimentos, etc.

El médico me ha dicho que las medicinas aquí son paliativos, pues todo depende del lugar donde estoy. ¡Y yo que no lo sé!

El único empleado que ha venido con frecuencia, dominando por completo su repugnancia a este lugar miserable, es el Gobernador de la fortaleza. Hay empleados que para llegar aquí, si quiera sea a la puerta, encienden primero un cigarro y hablan con los dientes apretados. Otras veces, al entrar al pasillo sin llegar aquí, dicen, tapándose la nariz: ¡Puah! ... con asco justificado, es verdad. ¡Tienen mil veces razón!

Cuando me preguntan qué se me ofrece, conteste siempre: Nada. Estoy bien. ¿Para qué molestar? Saben que estoy enfermo y no depende de ellos mi estancia aquí, sino del juez o Verdugo Betancourt.

Cuando el Coronel vino a mi calabozo a la mañana siguiente de mi arribo aquí, me preguntó cómo había pasado la noche, que cómo había dormido. Le contesté con naturalidad (y así era en efecto): Perfectamente bien. El Coronel no pudo menos de sonreirse, pues le parecía que esto fuese imposible. Más que exacto. Los primeros días estuve bien, a pesar de todo. Traía yo almacenado mucho aire puro y mucho sol de aquellos montes saludables y de aquel sol de la Libertad, porque, el que huye, es libre, mientras no cae, por supuesto.

Hasta ahora después, cuando empecé a enfermarme, es cuando he venido a sentir los rigores de los suplicios, de los tormentos a que se me ha sujetado. ¡Y cuidado con el tormento de la asfixia! No es un lamento, ni una queja, lo repito. Es que me dirijo al Tribunal del pueblo para presentar una acusación terrible. Me atengo a su fallo y lo espero con calma, aquí donde me encuentro firme a mis convicciones.
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