Indice de Las tinajas de Ulúa de Teodoro Hernández Alejandro M. Bravo sufrió también los rigores de las tinajas Juan Sarabia y su odiseaBiblioteca Virtual Antorcha

Teodoro Hernández

LAS TINAJAS DE ULÚA

Relato de Luis García sobre la captura y conducción de los precursores de Sonora


La jornada revolucionaria de 1906 constituyó la primera fase del movimiento armado que derrocara al gobierno del general Porfirio Díaz, sirviéndole de bandera el programa del Partido Liberal Mexicano de 1° de julio del mismo año, documento poco conocido por el pueblo, dada la censura que había en aquella época.

En el citado programa se explicaban los fundamentos tenidos por los grupos dependientes del Partido Liberal, diseminados en toda la República, para recurrir a las armas en contra del Gobierno.

Sofocados los levantamientos de 1906, se desataron las persecuciones a los miembros del Partido Liberal, y muchos de ellos fueron aprehendidos, como ya se ha dicho.

El mayor contingente para Ulúa lo dio la región de Acayucan donde los indígenas de la Sierra de Soteapan, encabezados por Hilario C. Salas, hicieron el movimiento más importante, posesionándose por algunas horas del Palacio Municipal de la cabecera del Cantón.

Ofrecemos ahora el relato que hace el precursor Luis García, quien estuvo sepultado varios años en las horrendas mazmonas, de cómo fueron aprehendidos él y sus compañeros de Sonora y conducidos a Ulúa.

Luis García, ya viejo y enfermo vive en esta Capital desempeñando un modesto empleo en la Secretaría de Gobernación.

Su relato es el siguiente:

En el mes de agosto de 1905 que llegué a la ciudad de Douglas. Ariz., EE. UU., tuve relaciones con el señor Lázaro Puente, quien en unión de Antonio de P. Araujo, Tomás R. Espinosa y otras personas, tenían formada una agrupación denominada Club Liberal Libertad, miembro de la Junta OrganIzadora del Partido Liberal Mexicano, que a la sazón radicaba en la ciudad de San Louis Missouri; era presidente del club el señor Puente, su secretario Tomás R. Espinosa y tesorero el señor Araujo. El club tenía como órgano un periódico denominado El Demócrata, cuyo dIrector era el propio señor Puente.

Las sesiones se verificaban invariablemente dos veces por semana, conquistándose adeptos continuamente para el fin que se perseguía, o sea derrocar al gobierno del general Porfirio Díaz, de acuerdo con la Junta Revolucionaria de San Louis Missouri. Así fueron desarrollándose las sesiones hasta septiembre de 1906, en que ya teniamos inscritos más de 300 miembros. Para esa fecha el presidente del club era el señor Tomás R. Espinosa y yo su secretario.

A nuestras sesiones ocurrían algunas veces miembros de la policía americana con el carácter de espectadores; pero en realidad, según supimos después, con el objeto de cerciorarse si efectivamente se trataba en nuestras reuniones de trabajos contra el gobierno mexicano. Siempre que tales sujetos asistían procurábamos dar a la sesión un carácter de reunión cívica para la celebración de las fiestas patrias.

El 5 de septiembre como a las cinco de la tarde nos alistábamos para salir esa noche de Douglas a tomar la aduana de Agua Prieta, pues, para el efecto, ya contábamos con suficientes armas y parque. Reunidos en el salón de sesiones algunos miembros del club a la hora citada, rodearon el edificio como unos 30 o más rangers, perfectamente montados y armados y nos aprehendieron, catearon mi casa que era el lugar en que se hacían las sesiones, se posesionaron de las armas y parque que teníamos y de toda la documentación de nuestro club, conduciéndonos a la pequeña cárcel de ia ciudad. Entre los aprehendidos se contaba el denunciante Trinidad Gómez que se había colado en nuestra sociedad y de quien supimos después, era esbirro del gobernador de Sonora, coronel Rafael Izábal. Al llegar a la cárcel nos encontramos con otros compañeros que ya habían sido capturados antes. Permanecimos ahí dos días, al cabo de los cuales fuimos conducidos a la ciudad de Tucson, en donde después que nos examinaron las autoridades judiciales, rindiendo todos nuestras declaraciones y habiendo logrado salir algunos en libertad, al cabo de un mes más o menos, los que quedamos, considerados como directores o responsables del movimiento revolucionario que se preparaba, fuimos esposados de pies y manos, de dos en dos, y con gran lujo de fuerza se nos condujo a la plaza de Nogales, Arizona, y después en la misma forma nos llevaron al edificio ocupado por la aduana de Nogales. Son., en donde ya nos esperaba una gran escolta de la Federación.

Nuestros conductores nos quitaron las esposas y nos entregaron al jefe de dicha escolta, siendo llevados a la pequeña e inmunda cárcel del lugar.

Al día siguiente por la madrugada, nos fueron sacando uno por uno; con intervalos de cinco minutos más o menos, haciendo el aparato de que nos iban a fusilar, pues a los pocos momentos de que sacaban a alguno, se oían descargas; pero ya fuera, solamente éramos conducidos a la estación del Ferrocarril, en donde ya re encontraba un carro destinado exclusivamente para nosotros, y la escolta, muy numerosa por cierto, para los pocos que éramos, siendo conducidos a la ciudad fuimos internados en la Penitenciaría, en una celda cada uno, quedando así incomunicados y con centinela de vista, sin permitírsenos que habláramos con nadie, que recibiéramos o expidiéramos correspondencia, consigna que tenía el alcalde de la cárcel.

Desde el primer día que llegamos a Hermosillo, el gobernador Izábal nos mandaba conducir diariamente a medianoche a cada uno de nosotros a su domicilio, con el comandante de la policía, que el propio Izábal apodaba El Negro, quien tenía fama de muy asesino, con el objeto de interrogarnos, haciendo grandes promesas si lograba que se le denunciara la trama revolucionaria; y como esto no lo consiguiera con ninguno de nosotros, hacía la pantomima de que nos iba a mandar fusilar: se nos llevaba a los suburbios de la ciudad, donde efectivamente se nos formaba el cuadro, y ya en el momento dizque de la ejecución, aparecía un individuo con la orden de que se suspendiera el acto.

Una vez que el gobernador Izábal terminó de interrogarnos a todos y de hacer la misma farsa con cada uno, fuimos consignados al juzgado de Distrito, que solamente para instruirnos la causa correspondiente se trasladó de Nogales a Hermosillo.

En presencia del gobernador Izábal no pudimos menos que recordar los sucesos de Cananea, más o menos recientes entonces, en los que este mal gobernante permitió que se ultrajara la dignidad nacional.

Al frente del juzgado de Distrito se encontraba el licenciado Ráfael Huacuja Avila, quien nos extorsionaba a todos al grado de que a mí, después de haberme tenido incomunicado por más de de dos meses, estando ya en común de presos y habiendo rendido mis primeras declaraciones, a los quince días me mandó llamar con el objeto dizque de que las ampliara; pero era otro el propósito: el de que denunciara a mis demás compañeros, y como no lo consiguiera, ordenó que se me incomunicara nuevamente, permaneciendo incomunicado otros dos meses y medio.

Ya una vez cerrada la causa y corridos todos los trámites de rigor, nos sentenció a unos, y a otros los mandó poner en libertad dándolos por compurgados, entre los que se contaba el que después fuera general del ejército revolucionario, Manuel Zobarzo, ya extinto.

Una vez sentenciados fuimos conducidos a esta Capital y de aquí a las mazmorras de San Juan de Ulúa, en donde permanecimos hasta el triunfo de la revolución maderista. Fuimos conducidos hasta Ulúa procedentes de Douglas, los siguientes: José Bruno Treviño, Abraham Salcido, Jenaro Villarreal, Carlos Humberto, Gabriel Rubio y yo. De Cananea: Manuel M. Diéguez, Esteban B. Calderón, Plácido Ríos y otros cuyos nombres no recuerdo; y de Sahuaripa, Sonora: Lorenzo Hurtado, Epifanio Vieyra y Adalberto Trujillo, todos a quienes nos instruyó proceso el juez Huacuja y Avila.

El profesor Epifanio Vieyra. del grupo que aparece en la fotografía, aún no había sido capturado cuando lo fueron los de Doug]as y de Cananea en Sonora, y los de otras partes del país.

ASI es como el 13 de octubre escribió a uno de los comprometidos en Culcatlan, Oax., Gaspar Allende, diciéndole lo siguiente:

RecIbí su atenta de 20 de septiembre. Me perdonará usted que no sea muy explícito, pues desgraciadamente, como simpre, en nuestras honradas filas se han deslizado los reptiles; hay traidores. Ya sabrá usted que nuestros hermanos de la frontera fueron sorprendidos por la policía americana y su suerte está echada. Sabrá usted que el Gobierno yanqui, cómplice de la Dictadura, sorprendió la oficina de la Junta y está en posesión de documentos que nos comprometen a todos. El traidor Izábal debe estar placentero porque fusilará más mexicanos dignos. Los comprometidos aquí salimos hoy mismo para la Sierra en observación. Hay buenas noticias de Chihuahua. La orden general de la Junta es ésta: Alístese a la lucha como pueda. Avise a los dignos mexicanos que ha llegado el tiempo del sacrificio por la Patria.

Esa carta de Vieyra enviada de Sahuaripá, Son., a Gaspar Allende, cuando éste ya había sido capturado y se le instruía proceso por el juez de Distrito de Oaxaca, cayó en manos de las autoridades. De la misma suerte a Mateo Almanza, aprehendido en San Luis Potosí (después fue un general que se significó en la Revolución) se le recogieron cartas de Gaspar Allende.

Entre los conspiradores de Oaxaca se cuentan Plutarco Gallegos y Miguel Maraver Aguilar, quienes también sufrieron largas condenas en la Fortaleza de Ulúa.
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