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Capítulo XIII
El contubernio de Díaz con la prensa norteamericana
Si existe alguna combinación de intereses en los Estados Unidos que ejerza una influencia tan poderosa como la del presidente Díaz sobre la prensa norteamericana, me gustaría saber su nombre.
En el capítulo anterior he afirmado que ninguna publicación mexicana se atreve -sin que importen las circunstancias- a criticar de modo directo al presidente Díaz. Aunque no se puede decir lo mismo, desde luego, de los Estados Unidos, es posible afirmar lo siguiente: existe una extraña, hasta misteriosa resistencia en los poderosos periodistas norteamericanos para publicar cualquier cosa que perjudique al gobemante mexicano y también se manifiesta en ellos un notable deseo de publicar lo que halague a ese dictador.
Hasta ahora no conozco un solo libro, publicado y distribuido con regularidad en los Estados Unidos, que censure seriamente al presidente Díaz de modo personal o a su gobierno; pero podría mencionar por lo menos 10 que lo ensalzan de la manera más extravagante. En realidad, no sé de algún libro que haya circulado en los Estados Unidos, es decir, distribuido por alguna de las casas editoras conocidas, donde se hubiera intentado hacer críticas al presidente Díaz.
La situación en el caso de las revistas es exactamente la misma. Aunque éstas han publicado centenares de artículos que ensalzan a Díaz -sin contar los de los diarios-, durante los últimos años no conozco una sola revista importante que haya censurado al dictador mexicano.
¿No es ésta una situación asombrosa? ¿Cuál es la razón de ella? ¿Es que el sistema de Díaz no merece un solo reproche? ¿O es que, por algún poder misterioso, ese personaje es capaz de mantener a la prensa en su favor?
Mírese alrededor y compárese: ¿hay algún otro estadista o político de la época actual, norteamericano o extranjero, a quien los prominentes editores norteamericanos hayan otorgado mayor cantidad de alabanzas y achacado menores culpas que al presidente Díaz?
Confieso que no sé si hay revista importante que haya publicado alguna censura a Díaz. Entonces, ¿qué ha sucedido con The American Magazine? Cierto que esta revista comenzó a criticar y proyectó continuar sus críticas. En varias ocasiones prometió a sus lectores que trataría de la situación política mexicana, apoyo de la esclavitud; dio a entender que presentaría a Díaz bajo una nueva luz; contaba con el material en sus manos -la mayor parte del que contiene esta obra-, y sus anuncios fueron claros e inequívocos. ¿Qué sucedió, pues?
The American Magazine ha comprobado lo que ahora sostengo. Lo ha hecho de modo más convincente que cualquier otro ejemplo que yo pudiera citar. De pronto mis artículos dejaron de aparecer; la investigación se detuvo; en cambio, se publicaron otros artículos, más suaves, buenos para como probar la existencia de la esclavitud en México; pero cada uno de ellos sugeria que el presidente Díaz no era personalmente culpable de las bárbaras condiciones que se habían expuesto a la luz.
Díaz controla todas las fuentes de noticias y los medios de transmitirlas. Los periódicos se suprimen o subsidian a capricho del gobierno. Sabemos de algunos de los subsidios que se pagan en México aun a los importantes periódicos que se imprimen en inglés. Las verdaderas noticias de México no pasan la frontera. Los libros que describen con verdad el actual estado de cosas son suprimidos o comprobados, aun cuando se publiquen en los Estados Unidos. Se ha creado el gran mito México-Díaz, mediante una influencia hábilmente aplicada sobre el periodismo. Es el más asombroso caso de supresión de la verdad y de divulgación de la mentira que aporta la historia reciente.
Con estas palabras, los directores de The American Magazine anuncian al mundo el primero de mis artículos, bajo el título de México bárbaro.
... Mediante una influencia hábilmente aplicada sobre el periodismo. Poca cuenta se dio el autor de esta frase de cuán preñada de significado estaba ella. Poco se imaginó que antes de 6 meses esta frase podría aplicarse a su publicación lo mismo que a las demás.
¿Cuál fue la influencia hábilmente aplicada sobre The American Magazine? No lo trato de decir; pero cualquiera que lea de nuevo los valientes anuncios hechos en los números de septiembre, octubre y noviembre de 1909, así como los entusiastas comentarios de los directores de la revista acerca del interés que despertó la publicación de la serie de artículos; los alegres comentarios sobre el aumento de circulación; las cartas de los suscriptores que pedían a los directores que no temieran, sino que continuaran esa buena obra; después de todo ello, el lector observará cómo la revista se desvió de su programa desde el día 19 de enero de 1910, y entonces le parecerá bien justificada la conclusión de que hubo alguna clase de influencia hábilmente aplicada (1).
Pero anotemos algunas de las cabriolas periodísticas que hacen otros importantes publicistas, por ejemplo, William Randolph Hearst, propietario de The Cosmopolitan Magazine y de muchos diarios en diversas partes de los Estados Unidos. No hay necesidad de ahondar aquí en las democráticas y humanitarias ocupaciones del señor Hearst; todo el mundo sabe que para los Estados Unidos y, sin duda, para la mayoría de los países, el señor Hearst aboga por la democracia, la libertad de palabra, la libertad de prensa, el sufragio universal, la reglamentación de empresas abusivas, la protección al trabajo ... Pero los lectores de las publicaciones del señor Hearst acaban de saber que, en cuanto a México, está en favor del despotismo, de una prensa sometida a la policía, de que no haya sufragio, de que las empresas se manejen a su gusto ..., de la esclavitud. Nunca he leído una apología más calurosa de estas instituciones que la publicada por The Cosmopolitan Magazine en sus ediciones de marzo, abril y mayo de 1910.
El hecho de que el Sr. Hearst fue el responsable personal de la publicación de tales artículos, se comprueba en una entrevista que concedió a The Mexican Herald, en México, en marzo último. Dijo ese periódico con fecha 23 de marzo:
Respecto a los reportajes en que se ataca a México, los cuales se han hecho circular recientemente, el Sr. Hearst declaró que ha procurado defender el buen nombre de este país hasta el máximo de sus posibilidades. Ha encomendado a dos de sus reporteros, Othman Stevens y Alfred Henry Lewis, que trabajen sobre asuntos concernientes a México, y mucho del material reunido por esos periodistas ya había aparecido en algunos de sus periódicos.
El señor Hearst acudió en defensa de Díaz con tal precipitación que no tuvo tiempo para conseguir reporteros familiarizados con los hechos fundamentales del asunto, ni les dio tiempo para comparar notas y evitar contradicciones, ni a sus editores para comprobar las más corrientes afirmaciones. El artículo del señor Lewis fue preparado tan a última hora, literariamente hablando, que al llegar a la redacción, la revista ya estaba paginada, y fue preciso insertarlo con paginación especial. Uno de los aspectos risibles de la campaña consistió en que, al presentar a los caballeros de la defensa, el director del Cosmopolitan moralizaba in extenso sobre el caso de permitir a escritores legos e impreparados -se refería a mí- que tratan de asuntos importantes, y mencionaba una lista de escritores probados y garantizados como merecedores de confianza, entre los cuales estaba el Sr. Alfred Henry Lewis. ¡Pero, cómo se puso a escribir el Sr. Lewis! Me atrevo a asegurar que en toda esta obra que el lector lee no hay un solo error que sea la mitad de ridículo que cualquiera de los 12 que aparecen en el corto artículo del señor Lewis.
El señor Lewis, con modestia, hace notar en su comienzo: Personalmente, yo sé tanto de México y de los mexicanos como cualquiera. Pero el grueso de su historia era que mis escritos estaban inspirados por la Standard Oil, la cual quería vengarse de Díaz por haber sido expulsada de México, Es un poco difícil de entender cómo pudo haber vivido el señor Lewis en los Estados Unidos durante los últimos meses y haber leído los periódicos sin enterarse de la guerra por el petróleo que se desarrollara en México, una guerra en que, en el mismo momento en que escribía el Sr. Lewis, la Standard Oil parecía estar a punto de forzar a su único competidor a venderle su empresa en condiciones desventajosas; tampoco se sabe cómo pudo haber ignorado el Sr. Lewis que la Standard Oil posee terrenos petrolíferos que valen millones de dólares, y que es la empresa que tiene en sus manos la mayor parte del mercado de distribución y venta del petróleo al menudeo en la tierra de Díaz; ni se sabe, además, cómo pudo ignorar el hecho de que H. Clay Pierce, director de la Standard Oil Mexicana, es consejero de los Ferrocarriles Nacionales de México -así llamada la fusión de las diversas líneas del gobierno-, y es íntimo aliado del presidente Díaz. Personalmente, ¡el señor Lewis sabe tanto de México y de los mexicanos como cualquiera! ¿Cualquiera ... que?
He aquí uno más de los garrafales disparates del señor Lewis:
Búsquese donde se quiera, en cada rincón de México, del Pacífico al Golfo y de Yucatán a la frontera de Arizona, no se encontrará ningún monopolio azucarero que engañe al gobierno con balanzas alteradas; ningún monopolio carbonero que robe el combustible de la chimenea del pobre; ningún monopolio de la lana o del algodón que le robe las ropas que lleva puestas, ni monopolio de la carne que le regatee este alimento en su mesa, ni monopolio de las pieles que le obligue a andar descalzo ... Los monopolios no existen en México.
Esto prueba que el señor Lewis no conoce el principio básico de las finanzas y la vida comercial de México. No sólo el mismo grupo financiero que monopoliza las grandes industrias de los Estados Unidos monopoliza esas mismas industrias de México (en seguida mencionadas algunas de ellas), sino que cada Estado y cada localidad tiene monopolios menores que controlan, según su especialidad, los artículos de primera necesidad de manera mucho más completa que en los Estados Unidos. Parece que el señor Lewis no sabe que el gobierno de México ha entrado francamente en el negocio monopolístico; que por venta o cesión de privilegios especiales llamados concesiones crea y mantiene monopolios de mayor o menor grado. ¡Y eso que, personalmente, el señor Lewis sabe de México y de los mexicanos tanto como cualquiera!
Ahora, uno o dos de los párrafos del señor Stevens, tomados casi al azar:
No hay terribles problemas de trabajo que hagan vacilar al inversionista. Se desconocen las huelgas y no hay peligro de escasez de mano de obra, calificada o no.
Otro más:
No hay banco en México que pueda quebrar, ni billete de banco que quede sin valor, y ningún depositante está en posibilidad de perder su dinero, no importa qué desgracia pueda ocurrirle al banco en que tenga su cuenta.
Respecto a la primera afirmación, ya la he contestado en el capítulo Cuatro huelgas mexicanas. De estas huelgas, tres son famosas y no hay excusa para que el señor Stevens no haya sabido de ninguna de ellas. Respecto a la segunda afirmación, hay varios centenares de norteamericanos que, en este momento, quisieran con fervor que fuera cierta ..., desean ardientemente conseguir una liquidación sobre la base de Dls. 0.25 por un dólar. En febrero de 1910, más o menos en la época en que el señor Stevens escribía en forma tan brillante, el United States Bank of Mexico, el más grande del país, servidor de muchos norteamericanos, se declaró en quiebra exactamente de la misma manera que se arruinan los bancos norteamericanos: por mala aplicación de los fondos en apoyo de negocios especulativos. El banco quedó deshecho; el gerente paró en la cárcel; los depositantes no obtuvieron la devolución de su dinero, y en la actualidad parece que hay pocas probabilidades de que lo puedan retirar. De seguro que no conseguirán el total de sus depósitos; ni siquiera la mitad. No ha sido éste el único de esa clase que ha ocurrido últimamente en México. Alrededor del 19 de mayo de 1910, otro banco norteamericano, The Federal Banking Company, también quebró, y su cajero, Robert E. Crump dio en la cárcel. En suma, es evidente la falta de base para la afirmación del señor Stevens.
Citar todos los dislates del señor Stevens sería copiar la mayor parte de sus tres artículos. Se trasladó a México para preparar algo en defensa de Díaz y no se tomó la molestia de ofrecer un liberal muestrario de hechos. Los agentes de Díaz se encargaron de él y escribió lo que le dijeron que escribiera. Hasta fue burlado con el cuento del esclavo de Yucatán que logró meter a su amo en la cárcel, cuento que ya antes había llenado su objeto. La historia consiste en que uno de los reyes del henequén azotó a uno de sus trabajadores; éste apeló al juez de paz quien detuvo y multó a aquél. El verdadero incidente fue -según un informador de la mayor confianza- que el esclavo se había escapado y fue capturado por un hacendado distinto de su amo; este hacendado intentó quedarse con él. Durante el trabajo, el esclavo fue gravemente apaleado y en esas condiciones lo encontró su verdadero dueño, quien, en nombre del esclavo, consiguió la detención del plagiario. Así se forjó el cuento de la igualdad ante la ley del amo y del esclavo que se dio a conocer al mundo.
Sin embargo, lo importante no está en las risibles equivocaciones de los reporteros del Sr. Hearst, sino en los motivos de éste para poner sus prensas, tan sin reserva, al servicio de un hombre y un sistema que no defendería ni un momento si lo encontrase en cualquier otro país.
Pero mencionemos algunas otras publicaciones que se han puesto en el mismo lugar que la revista del señor Hearst. Por ejemplo, el Sunset Magazine. En febrero de 1910 comenzó a publicar una serie de artículos de Gaspar Estrada González, autor que se anunció como un estadista muy allegado a Díaz. Fueron tres artículos de serviles lisonjas. Siguió otro de Herman Whitaker en que éste elogió a Díaz hasta ponerlo en el cielo y lo absolvió de toda culpa por las atrocidades de la esclavitud en México. Después vino un artículo de un señor Murray, quien escribió para justificar el exterminio de los yaquis ordenado por Díaz.
Moody´s Magazine, publicó una serie de artículos bajo el título de México tal como es, en la que el escritor intentaba neutralizar el efecto de México bárbaro en la conciencia del público. Ya he mencionado las defensas que se publicaron, en el Banker´s Magazine y en el Mining World. Además, The Overland Monthly, The Exporter, muchos periódicos -como Los Angeles Times- y varias publicaciones menores, así como muchos particulares y uno o dos editores de libros, se han tomado el trabajo de defender a su amigo Díaz.
Respecto a defensas en forma de libro contra México bárbaro poco se ha publicado hasta hoy, sin duda por el corto tiempo transcurrido; pero hay noticias de que varios libros están a punto de salir. Uno de éstos, se dice, será de James Creelman, quien dejó de ser empleado de Pearson´s Magazine para atender al llamado de Díaz. Creelman se apresuró a trasladarse de Turquía a México, donde ocupó varias semanas en recorrer la ruta que yo describí en mis artículos, sin duda para poder estar en condiciones de refutarme con verosimilitud.
El libro Porfirio Díaz, escrito por José F. Godoy, a quien hace poco Díaz nombró su ministro en Cuba, no se refiere para nada a mis afirmaciones; pero es indudable que por éstas se ha apresurado su publicación. Este es un libro de carísima impresión, que no contiene nada que no se haya publicado antes muchas veces, excepto ... 70 páginas de encomios a Díaz escritos por prominentes norteamericanos. Aquí tenemos el caso de un hombre, el Sr. Godoy, que en realidad visitó -o hizo visitar- a senadores, diputados, diplomáticos y funcionarios del gobierno de los Estados Unidos, solicitando de ellos algunas palabras amables para el presidente Díaz. Y las consiguió. Al ver este libro, me parece que cualquier persona imparcial se sentiría inclinada a averiguar qué indujo a G. P. Putnam´s Sons a publicarlo. Con seguridad que de ningún modo fue con la esperanza de hacer una venta provechosa entre el público en general.
Sólo conozco un libro que censuró al sistema de Díaz, publicado por editor norteamericano solvente; pero las críticas que contiene se hallan de tal manera veladas y tan envueltas en lisonjas que los críticos norteamericanos lo tomaron por uno igual a los del género adulatorio. Sólo uno de ellos, según declaró el propio autor, tuvo suficiente discernimiento para advertir que se trataba de un libro de censura. Escribí el libro en esa forma -dijo el autor-, con la esperanza de que se permitiera su circulación en México.
Pero los funcionarios del gobierno mexicano fueron más perspicaces que los censores norteamericanos de libros, y no permitieron que el de ese autor circulara. No sólo esto, sino que rápida y misteriosamente desapareció de las librerías de los Estados Unidos y al poco tiempo no se le podía encontrar. Si se hubiera agotado la edición, por compras del público, era de esperarse que los editores imprimieran una segunda edición; pero renunciaron a ella y afirmaron con franqueza que la obra no aparecería de nuevo, aunque se negaron a dar más explicaciones al autor y a otros interesados. El libro a que me refiero se titulaba Porfirio Díaz, escrito por Rafael de Zayas Enríquez y publicado en 1908 por D. Appleton & Co.
Carlo de Fornaro, periodista mexicano, o más bien un nativo italiano que se había pasado dos años en la Ciudad de México haciendo labor periodística, también escribió un libro -Díaz, zar de México-, y lo mandó imprimir a sus propias expensas porque no pudo encontrar editor. Le fue negada la circulación en México, y de inmediato se inició contra Fornaro un juicio por difamación ante los tribunales de Nueva York. El director del principal periódico de Díaz -El Imparcial-, junto con Joaquín Casasús, el abogado más prominente de México y antiguo embajador en los Estados Unidos, se apresuraron a trasladarse de México a Nueva York para iniciar ese proceso. Entre los abogados norteamericanos que sirvieron como procuradores especiales estaba Henry W. Taft, hermano del presidente y consejero de los Ferrocarriles Nacionales de México. De Fornaro, sin medios para traer testigos desde México que apoyasen los cargos que aparecieron en su libro, resultó convicto, se le envió a prisión por un año y el libro no ha circulado con regularidad. En verdad, inmediatamente después de la detención de De Fornaro, por lo menos las librerías de Nueva York, por alguna razón, se negaron a continuar la venta de esa obra. El incidente de De Fornaro ocurrió en 1909.
Otro sucedido, acaso más notable, fue la supresión de Yucatán, el Egipto americano, escrito por Tabor y Frost, ingleses. Después de haber sido impreso en Inglaterra, este libro se puso a la venta en los Estados Unidos por Doubleday, Page & Co., una de las casas editoras más grandes y respetables. La edición se hizo a todo costo; de acuerdo con el curso normal del negocio editorial, habría sido posible adquirir ese libro años después de haber sido impreso; pero dentro de los seis meses siguientes, al contestar a un probable comprador, los editores aseguraron que el libro se ha agotado y no hay absolutamente ningún ejemplar disponible. La carta obra en mi poder. El libro se refería casi por entero a las viejas ruinas de Yucatán; pero en unas 20 páginas exponía la esclavitud en las haciendas henequeneras; por esto tenía que desaparecer. Es de imaginar la clase de argumento que se empleó con nuestros estimados y respetables editores para inducidos a que lo retirasen de la circulación.
Estos casos se agregan a los otros, para mostrar lo que pasa cuando un escritor llega a imprimir una denuncia del sistema de Díaz.
En esta obra hago lo que puedo para exponer los hechos más importantes y, al mismo tiempo, trato de evitar motivos válidos que pudieran servir a un proceso por difamación en mi contra. Cuando aparezca, ninguna razón legal habrá para que no circule como circulan la mayoría de los libros. No obstante, si se ofrece con amplitud a la venta en la forma acostumbrada, ésta será la primera censura extensa de Díaz y de su sistema que se ponga abiertamente a la consideración del pueblo norteamericano. La razón de que sea la primera no estriba en la falta de hechos que pudieran aparecer en letra de imprenta y de escritores que desearan publicarlos, sino esa influencia hábilmente aplicada sobre el periodismo que el general Díaz ejerce en los Estados Unidos, país de libertad de palabra y prensa libre.
Vuelvo a preguntar: ¿Cuál es el origen de esa influencia sobre el periodismo? ¿Por qué los ciudadanos de los Estados Unidos, respetuosos de los principios que defendieron sus ancestros del 76, que dicen reverenciar a Abraham Lincoln, más que nada por su Proclama de Emancipación, que se estremecen al pensar en la forma engañosa de contratación de braceros del Congo, en los horrores de la Siberia rusa, en el sistema político del zar Nicolás, por qué tales ciudadanos disculpan y defienden una esclavitud más cruel, una peor opresión política y un más completo y terrible despotismo ... en México?
A esta pregunta sólo hay una respuesta concebible: por el deseo de obtener sórdidas utilidades, se han dejado a un lado los principios de decencia y humanidad que en el consenso universal se admiten como los mejores para el progreso del mundo.
No quiero decir con esto que todos los norteamericanos que han expresado su admiración por el general Díaz hayan sido directamente sobornados con tantos dólares y centavos. De ninguna manera. Han sido comprados algunos editores y escritores en esa forma, sin duda; pero la gran mayoría de los activos aduladores de Díaz se ha movilizado sólo por razones de negocios, lo cual muchas personas consideraban como algo diferente al cohecho. En cuanto a la gran masa de norteamericanos que piensan bien y a veces hablan bien de Díaz, a diferencia de los que he llamado aduladores activos, simplemente han sido embaucados y engañados por la enorme campaña de prensa que los otros han mantenido durante muchos años.
Algunos hacendados norteamericanos, tales como los que he citado como defensores del sistema esclavista de Díaz, quizás no fueron movidos por nada más reprensible que el deseo de impedir que mis revelaciones perjudicaran al país o perjudicaran los negocios; es decir: sus negocios. En realidad me sorprendió mucho que tantos norteamericanos residentes en México salieran en apoyo de mis afirmaciones, puesto que casi todos ellos tienen tierras que han obtenido a muy bajo precio -o por nada- y desean vender con utilidad, o tienen algún proyecto para vender acciones, por ejemplo, de alguna plantación de hule, con lo que tratan de obtener buen dinero saneado de viudas y huérfanos, de pobres maestras de escuela, de pequeños comerciantes y obreros. Lo mismo que los corredores norteamericanos de bienes raíces en general alaban su ciudad, niegan las denuncias de corrupción política porque dañan al negocio y aun suprimen las noticias de plagas, temblores de tierra y otras cosas semejantes, así el norteamericano en México, sabiendo que las acusaciones de esclavitud y de inestabilidad políticas asustarían alos inversionistas, y ello acaso le hiciera perder algunos tratos beneficiosos, rara vez vacila en afirmar que las condiciones políticas e industriales del país son ideales. Cuanto mayores sean las propiedades que un hombre posea en México, tanto menos probable será que diga la verdad acerca del país.
Respecto a los editores norteamericanos, las razones de negocios suelen encontrarse ya sea en el interés del editor en alguna propiedad o concesión en México, o en sus relaciones mercantiles con algunas otras personas que tienen esas propiedades o esas concesiones. Por uno u otro de estos caminos se llega sin duda, a casi todos los más grandes editores de libros, revistas y periódicos de los Estados Unidos. La situación en la ciudad donde vivo quizá sea algo excepcional; pero de ella puede deducirse la amplitud de la influencia hábilmente aplicada de Díaz, la cual quizá se extienda por toda la nación. Yo resido en Los Ángeles, Cal., donde hay cinco periódicos diarios. Cuando ocurrieron las arbitarraias persecuciones de 1907 contra Magón, Villarreal, Rivera, Sarabia, De Lara, Modesto Díaz, Arizmendi, Ulibarri y otros mexicanos enemigos políticos de Díaz, se advirtió con claridad que se había puesto el bozal a todos esos periódicos. Esto fue confirmado por el generente de uno de ellos, quien, en confianza, dijo, a mí y a otras personas, lo siguiente:
Los periódicos de esta ciudad podrían sacar de la cárcel a esos hombres en 24 horas, si se lo propusieran, pero no se lo proponen porque los propietarios de los cinco están interesados en concesiones en México. Ya ven ustedes que ese es el obstáculo. No nos atrevemos a decir una palabra porque si la decimos, Díaz se vengaría de nosotros.
De estos dueños de publicaciones, dos eran el señor Hearst mismo y Harrison Gray Otis, este último propietario del bien conocido The Los Angeles Times. Cualquiera de ellos posee más de doscientas cincuenta mil hectáreas de tierra mexicana, obtenidas del gobierno mexicano por nada o casi nada. Además de poseer una magnífica hacienda ganadera, el Sr. Hearst es dueño de bastos terrenos petrolíferos y tambioén se le atribuye cierta relación financiera con la Southern Pacific Railroad, Co., una de las más grandes beneficiarias del gobierno de Díaz. respecto al gran valor de la hacienda ganadera del Sr. Hearst, permítaseme reproducir un artículo que se publicó en The Mexican Herald, el 24 de agosto de 1908:
MARAVILLOSA PROPIEDAD. LAS POSESIONES DE HEARST EN CHIHUAHUA, UN PEQUEÑO IMPERIO. MÁS DE UN MILLÓN DE HECTÁREAS.
Dentro de sus límites pastan sesenta mil Hereford y ciento veinticinco mil cabezas de ovinos. Se crían allí miles de caballos y cerdos.
Con más de un millón de hectáreas de las mejores tierras agrícolas y de pastos, con grandes rebaños de ganado vacuno, de caballos y de ovejas que se crían en este vasto dominio, la enorme hacienda ganadera y agrícola de Hearst en Chihuahua está a la altura de cualquiera otra propiedad en el mundo, ya se encuentre en la gran faja maicera de Illinois o Kansas o se extienda por kilómetros en las praderas barridas por el viento de Texas u Oklahoma. Una porción de esta gran hacienda esta cercada por doscientas cincuenta millas de alambre de púas y dentro de estos terrenos pastan sesenta mil Hereford de pura sangre, ciento veinticinco mil ovejas finas y muchos millares de caballos y de cerdos. esta hacienda tan moderna y al día, cuyas cosechas no han sido superadas en ninguna parte del mundo y cuyo ganado es famoso de un extremo a otro de la República, es prueba convincente del gran futuro que espera a la agricultura y a la ganadería de México.
Así habló E. Kirby Smith, conocido hacendado de Campeche, quien se halla pasando algunos días en la ciudad. El Sr. Kirby Smith acaba de regresar de un largo viaje por Chihuahua, donde pasó varios días en la gran hacienda de Hearst.
Esta hacienda -dijo el Sr. Kirby Smith-, es típica de las grandes propiedades ganaderas modernas y presenta un glorioso cuadro de lo que puede esperarse de empresas de esta clase, si se administran debidamente, en la República. El ganado es de lo mejor; los sementales importados, las yeguas y demás ganados de pura sangre se extienden por la hacienda de punta a punta. Se levantan grandes cosechas de maíz y de papas, y tan sólo con estas últimas harán fortuna los agricultores del norte de México.
Sunset Magazine es propiedad indiscutible de la Southern Pacific Railroad Co.; según se sabe, los periódicos Moody´s Magazine, Banker´s Magazine, The Exporter y el Mining World están dominados por los intereses de Wall Street. Pero, ¿qué tienen que ver el Ferrocarril Sudpacífico y Wall Street con Díaz y México?
La respuesta es: tienen que verlo todo. Mientras Wall Street tiene intereses más o menos en conflicto en el reparto de los Estados Unidos, Wall Street es única en la explotación de México. Ésta es la razón principal de que los periodistas norteamericanos se unifiquen cuando se trata de alabar a Díaz. Walt Street y Díaz son socios mercantiles y la prensa norteamericana es un apéndice de la oficina de prensa de Díaz. Por medio de la propiedad, o casi propiedad, de revistas, periódicos y casas editoras, y por el procedimiento de repartir -ofrecer o negar- los dineros destinados a anuncios y propaganda, Wall Street ha podido, hasta hoy, suprimir la verdad y mantener la mentira acerca de Díaz y del México de Díaz.
Notas
(1) Después de publicada esta obra, The American Magazine ha comenzado una segunda serie de artículos sobre México, en la que promete seguir el hilo de la exposición que había abandonado meses antes. En el número de octubre de 1910, bajo la firma de Alexander Powell, publicó un artículo cuyas dos terceras partes habían sido escritas por mí y entregadas a The American Magazine 15 meses antes. El supuesto autor ni siquiera se ha tomado la molestia de reescribir el material y aparece, casi palabra por palabra, tal como yo lo escribí originalmente. A mi modo de ver, esto no es más que una confirmación de mis ampliamente divulgados cargos en contra de la revista: 1) que The American Magazine dejó de cumplir sus promesas al público a causa de alguna influencia hábilmente aplicada; 2) que ha vuelto a ocuparse del asunto de México sólo porque sus lectores que lo han sido también de mis acusaciones le han presionado para que continuase; y 3) que la publicación tan retrasada de mi material original es prueba de que no ha estado recogiendo nuevos hechos, como se declaró, y que los aportados con anterioridad por mí son tanto los más efectivos como los más dignos de confianza que han llegado a su poder.
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