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Primera parte
CAPÍTULO XIII
JUNTA DE LOS REVOLUCIONARIOS CON EL SEÑOR MADERO. EL ACTA DE LA JUNTA. VACILACIONES DE MADERO.
A las cinco y media de la tarde del día 29 de abril de 1911 llegué a El Paso, Texas, encontrando en la estación a los señores Venustiano Carranza, Juan Sánchez Azcona, Abraham González, licenciado Federico González Garza y algunos otros que no recuerdo. Desde luego, me dijeron que todo estaba perdido si yo no lo remediaba, porque el señor Madero había convenido con los agentes de Limantour, que no renunciara el general Díaz, sino solamente el señor Corral. Me invitaron a que inmediatamente fuéramos todos a ver al señor Madero para tratar dicho asunto.
- No -les dije-; háganme favor de avisarle que acabo de llegar y que por estar cansado no puedo verlo hoy, pero que mañana a las nueve de la mañana tendremos una junta y que es necesario mande citar a ella a los que están en el campo, es decir, del otro lado del río.
A la hora convenida estábamos en el campamento del señor Madero, y después de vencer algunas dificultades consistentes en que en el único cuarto que había estaban algunos familares del jefe de la revolución, al fin nos instalamos sin ellos y comencé a hablar acerca de las causas de la revolución, de sus tendencias y orientaciones, de las dificultades que podíamos encontrar en los hombres del antiguo régimen, para establecer las reformas revolucionarias. Continué hablando, y al hacerlo de los hombres del antiguo régimen, el señor Madero comprendió, como lo comprendieron todos los presentes, que iba a tocar el punto relativo a la necesidad absoluta, imperiosa y urgente de pedir y exigir la renuncia del general Díaz. Entonces el señor Madero se aproximó a mí y me diJo al oído estas palabras textuales:
- Estoy comprometido con Limantour.
Todo me esperaba yo menos esta declaración. Hice un esfuerzo para disimular mi sorpresa y seguí hablando unos cuantos minutos, para terminar así:
Señores, como este es un asunto muy delicado, lo volveremos a tratar mañana, en otra reunión.
El señor Madero abandonó su asiento inmediatamente y todos los demás hicimos lo mismo; pero una. vez que el señor Madero se hubo separado del grupo que formaban las personas que habían asistido a dicha junta, éstas se acercaron a mí haciéndome esta. pregunta:
- Pero ¿qué le pasó a usted? Iba a pedir la renuncia del general Díaz cuando dió por terminada la junta.
- Madero -les contesté- cuando iba a pedir yo la renuncia del general Díaz, me dijo que estaba comprometido con Limantour.
- ¿Y qué va usted a hacer? -me dijeron.
- Voy a hablar a solas con él -repuse- sobre este particular, porque si lo hago delante de ustedes, nada conseguiré.
Debo decir, porque es la verdad, que ninguno de los presentes hizo uso de la palabra, con excepción de quien esto escribe. La que acabo de narrar fue la única junta que hubo, y lo referido fue lo único que se trató. La otra junta, es decir, la del primero de mayo, se supuso solamente.
Desde esa hora (las doce del día) hasta las cinco de la tarde, le hablé a Madero sobre el asunto, cada vez que nos quedábamos solos; pero sin resultado. Iguales diligencias hice al día siguiente. A veces el señor Madero me decía:
- ¿Cómo se empeña usted en que renuncie el general Díaz, si es su amigo y piden a usted como uno de sus ministros?
Yo le contestaba invariablemente:
- Aquí no se trata de amistades, sino de los intereses de la revolución, a la cual no he entrado a cambio de un ministerio.
Por fin, al segundo día de brega y después de comer, me dijo:
- Bueno, pediremos la renuncia del general Díaz, pero que se haga de modo que no se le insulte.
- Ni hay necesidad de insultarlo, ni sería decente -le dije-. Entonces -agregue- voy a hacer el acta de la junta de ayer y a suponer que hoy tuvimos otra, y en ellas se resolvió pedir la renuncia del general Díaz.
- Está bien -dijo Madero- hágalo así.
En el acto me puse a hacer el borrador de la proposición en que se pedía la renuncia del general Díaz. Una vez terminado, se lo mostré, le hizo modificaciones suprimiendo unas cosas y poniendo otras y me lo devolvió. Sobre la marcha puso en limpio el mecanógrafo Elías de los Ríos, en dos ejemplares, el acta; terminado lo cual, le dije al señor Madero:
- Aquí están, fírmelos usted -dándole al mismo tiempo la pluma-.
Leyó el acta de nuevo e insistió:
- Pero doctor, ¿por qué se empeña usted en pedir la renuncia del general Díaz? Mire que nos dan cuatro ministros y catorce gobernadores.
- Ya le he dicho por qué me empeño -contesté-.
El señor Madero no quiso firmar, y después de unos momentos de reflexión, me dijo:
- Voy a mandar llamar al general Orozco, a ver qué dice de esto.
En efecto, lo mandó llamar y, entre tanto llegaba, le dije que nuestras vacilaciones no debían conocerlas los militares, porque a la hora de combatir podían ellos vacilar también, y ello sería desastroso.
Llegó a poco el general Orozco, nos saludamos, y Madero lo invitó a sentarse, diciéndole al mismo tiempo:
- General, lo he mandado llamar porque el doctor se empeña en que pidamos la renuncia del general Díaz, y yo le digo que nos dan catorce gobernadores, cuatro ministros y nos permiten que ustedes los revolucionarios guarnezcan tres Estados. Creo que con esto estamos seguros.
Una vez que Madero hubo terminado de hablar, Orozco dijo:
- Señor, a mí no me consulten estas cosas porque no entiendo de ellas, díganme que por alguna parte viene el enemigo y yo veré qué hago; pero de esto no sé, ustedes saben lo que hacen.
Se retiró Orozco y volvimos a quedar solos el señor Madero y yo. Al fin firmó los dos ejemplares, e igual cosa hizo el que esto escribe. Le dejé uno de ellos para que mandara recoger las firmas de los que habían asistido a la junta y me llevé el mío para hacer igual cosa. Esto era como a las cinco de la tarde del primero de mayo.
En seguida me fuí a El Paso, donde me esperaban los compañeros, y les di la buena nueva de lo que había conseguido. Les mostré el acta y todos firmaron muy contentos. Los militares que firmaron dicha acta lo hicieron antes de que yo pasara el río rumbo a El Paso. Dice el acta:
Campamento a orillas del Bravo.
Actas de las juntas celebradas los días treinta de abril y primero de mayo de 1911.
Reunidos en el campamento del Ejército Libertador, a las orillas del río Bravo, frente a Ciudad Juárez, los ciudadanos Francisco Vázquez Gómez, agente diplomático del gobierno provisional en Washington; J. Sánchez Azcona, secretario de la Agencia Diplomática en Washington; Gustavo A. Madero, agente financiero; Alfonso Madero, jefe de la Comisión Proveedora; Lic. F. González Garza, secretario general de Estado; Abraham González, gobernador provisional del Estado de Chihuahua; José María Maytorena, gobernador provisional de Sonora; Venustiano Carranza, gobernador provisional de Coahuila; Lic. José María Pino Suárez, gobernador provisional de Yucatán; Lic. José Guadalupe González, gobernador provisional de Zacatecas; Alberto Fuentes D., gobernador provisional de Aguascalientes; general brigadier Pascual Orozco, coronel José de la Luz Blanco y coronel Francisco Villa, y bajo la presidencia del C. Presidente provisional, Francisco I. Madero.
Abierta la sesión, manifestó este señor que había convocado a todos los presentes, que constituyen la mayoría de los miembros más prominentes del Partido Antirreeleccionista, que fácilmente pueden acudir a su llamado, para tomar en consideración ciertos proyectos que podrán servir de base para restablecer la paz de la República y asegurar en plazo breve el triunfo definitivo de los principios que sostiene la revolución.
El señor Presidente manifestó, que con el objeto de ganar tiempo, había estado en comunicación telegráfica con el señor Limantour por conducto de los comisionados de este señor, los señores licenciado Toribio Esquivel Obregón y Oscar Braniff, haciendo conocer a estos señores ciertas proposiciones bajo las cuales él creía que se podía hacer la paz.
Estas proposiciones, en sustancia, eran que: la mitad de los miembros del Gabinete serían nombrados por el partido revolucionario, así como catorce gobernadores de los Estados, quienes tendrían el carácter de gobernadores provisionales, para convocar inmediatamente a elecciones en cada Estado. En los demás Estados sería lo mismo, siendo los gobernadores nombrados por el gobierno federal, procurando satisfacer, en cada caso, la opinión pública de los respectivos Estados.
Se evacuarían completamente por las fuerzas federales los Estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila, dejando solamente en las ciudades fronterizas las guarniciones que existían seis meses antes de la revolución. Quedarían con el carácter de fuerzas rurales de la Federación en dichos Estados, las fuerzas actualmente bajo las banderas insurgentes. Los demás Estados de la Federación, haciendo uso de los derechos que les concede la Constitución, dejarían bajo las armas las fuerzas que ellos considerasen necesarias para guardar el orden y establecer la paz, siendo estas fuerzas locales de los Estados. Además, se darían garantías suficientes para poner en libertad a todos los presos políticos; se pagarían sus haberes a las fuerzas insurgentes por el tiempo que han andado en el campo de batalla; se darían pensiones a las familias de los que han muerto en el campo de batalla de ambos ejércitos, así como las seguridades suficientes de que se respetarían todos los derechos que concede la Constitución a los ciudadanos.
El señor Presidente manifestó, además, que lo que más lo había movido a aceptar entrar en tratos de paz, era que de un modo confidencial se le había avisado que el general Díaz esperaba una oportunidad para retirarse del poder de un modo honroso, y que opinaba que, puesto que de cualquier manera el fallo de sus contemporáneos y el de la historia debía ser inflexible para juzgar a ese hombre funesto, nada se perdería con prestarle la oportunidad que él quería para que de esa manera se evitase mayor derramamiento de sangre.
En seguida, el señor doctor Francisco Vázquez Gómez habló extensamente sobre los inconvenientes que podía tener la paz si no se lograba la completa realización de las aspiraciones populares; indicando, principalmente, el peligro de que parte de las fuerzas insurgentes no quisieran someterse a los nuevos tratados, si no los encontraban satisfactorios.
A pesar de esto, tanto él como los demás señores presentes manifestaron su conformidad con las ideas generales emitidas por el Presidente, y de común acuerdo se aprobaron las siguientes proposiciones, que se discutirán con los delegados del gobierno:
PRIMERA. Renuncia del señor Ramón Corral del cargo de Vicepresidente de la República, renuncia que deberá ser aprobada por la Cámara de Diputados antes de que se firme el presente tratado.
SEGUNDA. El partido revolucionario designará los gobernadores de los Estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Hidalgo, México, Puebla, Guerrero, Oaxaca y Yucatán, cuyas legislaturas nombrarán a dichos gobernadores con el carácter de gobernadores interinos, hayan o no tomado parte activa en la revolución, y quienes convocarán a elecciones, según las leyes respectivas, de gobernadores constitucionales, pudiendo ellos ser electos si el pueblo los favorece con su voto.
TERCERA. El partido revolucionario designará cuatro o cinco secretarios de Estado, quienes nombrarán los subsecretarios correspondientes; dichos secretarios de Estado ocuparán las Secretarías de Gobernación, Guerra, Justicia, Instrucción Pública y Comunicaciones y Obras Públicas.
CUARTA. En los Estados de la Federación no comprendidos en la cláusula segunda, se convocará a elecciones de gobernadores constitucionales, conforme lo prescriban las leyes de cada Estado.
QUINTA. Se pondrán en inmediata libertad todos los presos políticos, incluyendo a los militares que hayan sido acusados por el delito de rebelión, sedición o cualquiera otro pretexto, relacionados con la presente insurrección nacional, sobreseyendo en todas las causas o procesos. Se suspenderá también toda persecución política, cualquiera que sea la forma o pretexto que se le haya dado, en contra de personas que vivan dentro o fuera del territorio nacional.
SEXTA. Se devolverán inmediatamente las imprentas, prensas y demás útiles relativos, a los dueños o compañías de periódicos, cuyos objetos fueron confiscados con múltiples pretextos, pues la prensa será libre conforme a la ley.
SEPTIMA. Inmediatamente después de firmados los tratados, las fuerzas federales evacuarán los Estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila, dejando en las ciudades fronterizas las fuerzas que había en el mes de abril de mil novecientos diez. Las fuerzas revolucionarias serán organizadas como rurales de la Federación, pero sin salir de sus respectivos Estados.
OCTAVA. En los otros Estados no comprendidos en la cláusula segunda, las fuerzas insurgentes podrán ser ocupadas como fuerzas de seguridad pública en el Estado que les corresponde.
NOVENA. El gobierno federal no aumentará las fuerzas que actualmente tiene en pie de guerra.
DECIMA. Los ciudadanos no comprendidos en la zona de los Estados que no constan en la dicha cláusula segunda, tendrán plenamente garantizadas todas sus libertades y derechos correspondientes.
DECIMAPRIMERA. Se abrirá una suscripción nacional a la que contribuirá el erario federal para indemnizar los perjuicios ocasionados por la revolución, así como para pagar los préstamos voluntarios o forzosos que hayan impuesto los revolucionarios; a mayor efecto, se nombrará una comisión que estudie las reclamaciones que se presenten.
DECIMASEGUNDA. El gobierno federal pagará sus haberes a los insurgentes por el tiempo que hayan estado en campaña, y asimismo, reconocerá sus grados militares a algunos de ellos, quienes serán designados por el partido revolucionario.
DECIMATERCERA. Se decretarán pensiones a los inválidos, y a las viudas, huérfanos o hermanos menores, o padres del único sostén de la familia, cuyos deudos hayan muerto en la insurrección nacional, motivo de este tratado.
DECIMACUARTA. Hechos y firmados los tratados correspondientes, los CC. general Porfirio Díaz y Francisco I. Madero publicarán cada uno un manifiesto a la nación, dando a conocer las bases de este tratado.
TRANSITORIOS
A. Una vez firmado este tratado y ratificado por las partes contratantes, se permitirá la inmediata reparación de todos los ferrocarriles y líneas telegráficas.
B. El C. Francisco I. Madero podrá mandar libremente emisarios a todos los jefes de la revolución de otras partes del país, a fin de comunicarles el arreglo verificado y ordenar se suspendan las operaciones militares; igual comunicación hará por su parte el gobierno federal.
C. Tan luego como se firme este tratado, el gobierno federal pondrá en ejecución el contenido de la cláusula séptima y sucesivamente irán tomando posesión de su cargo los gobernadores interinos propuestos por el partido de la revolución.
Llegado a un acuerdo sobre las bases en que se podía celebrar la paz, el doctor Vázquez Gómez inició la discusión sobre el punto principal respecto a saber si desde luego se pedía la renuncia del general Díaz, puesto que si su intención es retirarse, como lo ha manifestado confidencialmente, sería conveniente que hiciera esa declaración de un modo público, a fin de satisfacer las aspiraciones nacionales, que unánimemente piden su renuncia.
Esta proposición fue apoyada con calor por la mayoría de los presentes, quienes opinan que sólo esta medida traerá la paz y la tranquilidad de la República, lo cual se corrobora por numerosas noticias que se reciben del estado de la opinión pública en el territorio nacional.
El señor Presidente insistió sobre la conveniencia de que aun en el caso de que se pida la renuncia del general Díaz, hacerlo en forma que no se le lastime para ver si de esta manera se logra evitar mayor derramamiento de sangre, porque él juzgaba que cualquiera que fuese la línea de conducta que se optase, el triunfo de la revolución era seguro.
Agregó, además, que cualquiera que fuese la resolución que se tomara, él quería que constara de un modo preciso en el acta; que si su renuncia como Presidente provisional es necesaria para obtener ihmediatamente la paz en la República, está dispuesto a hacerla y la hará con el mayor gusto, pues su único deseo es servir a su patria en la forma que lo requieran las circunstancias.
Concretando el resultado de la anterior discusión, de común acuerdo todos los presentes, se tomó la siguiente resolución: No firmar los tratados de paz, sin tener seguridades suficientes a juicio de los delegados del gobierno provisional, de que el general Díaz se retira del poder en un plazo breve, pudiendo aceptar los revolucionarios como Presidente interino al actual ministro de Relaciones Extranjeras.
El señor Madero, obrando de acuerdo con los principales jefes del partido, decidió nombrar como representantes del gobierno provisional en las conferencias de paz, al señor doctor Francisco Vázquez Gómez, a su señor padre don Francisco y al licenciado José María Pino Suárez.
Con lo cual terminó la segunda sesión, firmando todos los presentes esta acta para su constancia.
SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCION.
Campamento del Ejército Libertador,
márgenes del Bravo, frente a Ciudad Juárez, a primero de mayo de 1911.
Firman:
Francisco I. Madero,
F. Vázquez Gómez,
Gustavo A. Madero,
A. Fuentes D.,
P. Orozco, h.,
Francisco Villa,
Abraham González,
J. M. Pino Suárez,
Federico González Garza,
J. Sánchez Azcona,
Guadalupe González,
V. Carranza.
Por circunstancias de que se hablará en seguida, no se recogieron las firmas de los señores Alfonso Madero y coronel José de la Luz Blanco. Tampoco está la firma del señor J. M. Maytorena, porque éste permaneció en El Paso y no asistió a las juntas.
Como se ve, lo que se dice en el acta y en las proposiciones es psencialmente lo mismo que consta en las instrucciones que se me mandaron a Washington, con excepción de la proposición relativa a la renuncia del general Díaz, la cual resultó vaga y condicional y no como yo la escribí.
Pero el gozo nos duró muy poco tiempo, porque al día siguiente, a las ocho de la mañana, me llamó al teléfono el señor Madero y, después de decirme que me estaba esperando, agregó:
- Pero traiga el acta.
- ¿Cuál acta? -le dije.
- La que me obligó a firmar ayer -contestó-.
- ¿Para qué la quiere? -pregunté.
- Para romperla -dijo el señor Madero-.
- No -le dije-; en primer lugar, no lo obligué a firmar; lo persuadí. Si usted quiere haremos otra en que conste que después de haberla firmado, usted ha pensado de otro modo.
- No -replicó-, traiga el acta y véngase luego.
En el acto comuniqué a Carranza lo que pasaba; y:
- ¿Qué va usted a hacer? -me preguntó.
- Voy -le contesté-, pero no llevo el acta.
Media hora después estaba yo en el campamento y reanudamos la discusión sobre la renuncia del general Díaz. Esto fue el día dos de mayo, durando la discusión todo el día y la mañana siguiente, sin que se consiguiera nada. En vista de ello el mismo día 3 le escribí la siguiente carta:
El Paso, Texas
3 de mayo de 1911.
Señor don Francisco I. Madero
Presidente provisional de la República.
Campamento a orillas del Bravo.
Muy estimado amigo:
La insurrección nacional ha tenido por objeto quitar del gobierno a los hombres que por muchos años han pervertido la justicia y arrebatado al pueblo sus libertades.
El gobierno ha estado constituído por el general Díaz con sus partidarios, y el señor Limantour con los suyos.
Ninguno de estos dos jefes, como ninguno de sus partidarios, cualquiera que haya sido su jerarquía en la esfera política, administrativa, o judicial, ha protestado nunca contra tanta injusticia y contra los abusos e iniquidades sin cuento como se han cometido cn México, todo lo cual ha dado origen a esta insurrección nacional. Todos se han hecho solidarios y todos son responsables ante el pueblo y ante la historia.
En consecuencia, la revolución no habrá triunfado ni se habrá hecho la paz, sino hasta el día en que desaparezcan del poder los principales responsables, Díaz, Limantour y los suyos más influyentes en el gobierno.
Dado el estado presente de la insurrección nacional, todo tratado de paz efectiva y estable debe tener por base la separación del general Díaz, del señor Limantour y de todo su gabinete actual, con excepción del señor De la Barra, quien siendo actualmente secretario de Relaciones Exteriores, se hará cargo de la Presidencia interinamente, mientras se pacifica el país y se hacen las elecciones. Mi opinión respecto del señor Limantour, la resumo así: él quiere permanecer en el poder con Díaz, con los revolucionarios, o con el general Reyes (esto le preocupa poco); y sé que, al efecto, los reyistas, unidos a los científicos, preparan una contrarrevolución en contra nuestra. No hay, pues, que vacilar: ser radicales y no perder tiempo.
Durante el período de interinato o de transición, el señor De la Barra debe funcionar con un gabinete emanado directamente de la revolución, con el fin de que haya homogeneidad en el personal y unidad en la acción; porque de otro modo, el Ejecutivo de la nación llevará en su seno la división, la cual, dada la efervescencia todavía mal apagada de la revolución, será de consecuencias peligrosas para el país; vendrá la anarquía política y muy probablemente la anarquía armada y revolucionaria.
Un gobierno compuesto de dos grupos enemigos, no estará unido, ni será fuerte, y por lo mismo no podrá dominar la difícil situación por que tiene que atravesar. En estos momentos, o somos radicales, o nos hundimos y arrojaremos al país por la pendiente de las revueltas. Esta responsabilidad será nuestra.
En estos momentos todos ven próximo el triunfo de la revolución. Si, pues, hacemos la paz sobre la base de aceptar a Díaz, a Limantour y a algunos de los hombres que ellos mismos han puesto, el pueblo verá que hemos hecho una revolución imponiéndole toda clase de sacrificios, para aliarnos con el poder y dejar en éste a los mismos hombres a quienes con toda justicia se ha condenado.
ARMISTICIO Y PAZ
Estimo que el armisticio de tres días no debe prolongarse ni una hora más, sino en el único caso de que los tratados de paz se firmen antes de que expire el plazo y en ellos esté definida clara y expresamente la separación del general Díaz y los suyos, excepción hecha de De la Barra.
El armisticio no debe prolongarse, aunque no hayan llegado los comisionados de paz, pues ahora resulta qué Ahumada vendrá también y está atrasado. Ésto es sospechoso; el enemigo quiere ganar tiempo, y lo está ganando.
El armisticio no debe prolongarse, aunque ya se hayan comenzado las negociaciones de paz: en este caso transladaránse a esta ciudad de El Paso o a otra parte, pues no debemos olvidar que el enemigo quiere detener nuestra acción a toda costa, no deteniendo él la suya en ninguna parte, sino en aquellos lugares en donde sus fuerzas nada pueden hacer, donde están inmóviles por necesidad.
En consecuencia, ya sea que no vengan los delegados de paz, ya sea que no hayan terminado las conferencias, deben reanudarse las hostilidades, bajo pena de comprometer gravemente una situación que tenemos en las manos.
ATAQUE A JUAREZ
Reanudadas las hostilidades, creo que no es conveniente atacar Ciudad Juárez, por las siguientes razones:
I. Podríamos fracasar y el fracaso en los momentos actuales sería muy perjudicial.
II. Puede aproximarse Rábago de tal modo, que nos obligue a suspender el ataque y tengan ustedes que batirlo, estando ustedes en malas condiciones.
III. Implica la pérdida de muchos hombres sin necesidad, supuesto que la toma de Ciudad Juárez no decide la suerte de la revolución.
IV. Puede exponer a complicaciones internacionales graves, y esto sin necesidad imprescindible.
V. Puede no sostenerse, y esto sería gravísimo.
VI. Las fuerzas revolucionarias son más útiles moviéndose que ocupando plazas fuertes, lo cual las obliga a estar inmóviles.
En consecuencia, usted comunicará al general Navarro (y hará público el contenido de la comunicación), que deseando evitar cualquier motivo que pudiera traer complicaciones internacionales a nuestro país; lo requiere o reta a que salga a batirse fuera de la zona peligrosa. Como no ha de salir, lo cual probará la debilidad de sus fuerzas o el poco decoro del gobierno de evitar complicaciones internacionales, usted dirá entonces que hace el sacrificio de prescindir de una ventaja material, para evitar a su país una complicación.
Esta conducta, en los momentos en que se nos habla del peligro de complicaciones internacionales y aun se insinúa que nosotros las provocamos intencionalmente, les dará un golpe terrible a nuestros enemigos. En los Estados Unidos y en México nuestra causa se habrá levantado a un grado increíble. No atacar Ciudad Juárez por este motivo, o sea el de evitar complicaciones, no sólo no será deshonroso para las fuerzas de usted, sino que las levantará mucho. Los actos que implican un sacrificio en bien de la patria, todo el mundo los admira y aprecia.
Estas observaciones son para resoluciones mediatas; pero en lo que toca al momento inmediato, debe usted cuidar de que las credenciales que se den a los comisionados del gobierno provisional, sean redactadas y expedidas en forma estrictamente correcta, a fin de que podamos exigir idéntica corrección en las credenciales de los contrarios, de las que, por conductos privados, he sabido que no vienen expedidas por el funcionario a quien correspondería correctamente expedirlas.
Creo también conveniente que el número de delegados por nuestra parte, sea el mismo que de la parte contraria y que cada uno de sus miembros lleve atribuciones análogas y correspondientes a las que traigan los delegados del gobierno del general Díaz. Creo que puede usted informarse confidencialmente acerca de estos puntos.
Tales son mis opiniones: medítelas usted y obre con serenidad, porque en estos momentos tenemos en nuestras manos el porvenir de la patria.
Según lo que usted definitivamente resuelva, obraré yo por mi parte. Hoy voy a ocuparme en formular las bases, excepción hecha de la primera que será redactada por usted.
Suyo amigo afmo. y s.s.
F. Vázquez Gómez.
El estilo de esta carta, que fue escrita en máquina por el señor Sánchez Azcona, revela muy claramente el estado de ánimo en que yo me encontraba en aquellos momentos difíciles. Pero, como según he dicho, no pretendo escribir un libro arreglado a las condiciones en que me encuentro ahora, sino diciendo lo que pensé e hice en aquel entonces, no puedo menos que copiar textualmente lo que escribí. En este libro se encontrarán mis errores y previsiones, las cuales, al menos por lo que hace a esta carta, se realizaron casi al pie de la letra. Cuando el señor Madero ocupaba ya la Presidencia de la República, se publicaron infinidad de folletos, libros y artículos, y en ellos se criticaba el que se hubiera pensado en no atacar Ciudad Juárez; pero los autores que en esas publicaciones afirmaron que dicho ataque no podía traer ninguna complicación, lo han dicho después que se vió el resultado de la toma de dicha plaza. Es muy fácil predecir las consecuencias de un hecho cuando se ha visto que no sobrevinieron ningunas, o cuando se ha comprobado que las tales consecuencias se realizaron. Yo no me encontraba en condiciones de historiador, sino de actor, y, recientes los acontecimientos de Douglas cuyo efecto había presenciado en Washington, tenía que pensar en cuáles podrían ser las consecuencias, no sólo para la revolución, sino también para México.
Por lo que veía y llegaba a mi conocimiento, tuve la convicción de que el señor Limantour y el señor Madero se habían entendido para que el primero ocupara la presidencia después de que el general Díaz renunciara y el señor Limantour fuera electo Vicepresidente en lugar del señor Corral, pues hay que tener presente que el señor Madero, en sus discursos contra el gobierno, jamaz hizo alusión al señor Limantour como jefe de los científicos ni atacó a éstos. No creí justo que sólo saliera el general Díaz del gobierno, sino también el hombre, que, de hecho, había gobernado al país por varios años. Esto era lo justo e indispensable. Tampoco era correcto que el señor Limantour no fuera leal al general Díaz y se aprovechara de la revolución tomándola como instrumento para realizar sus planes; y para poder eliminar al secretario de Hacienda, necesitaba yo exigir también la renuncia del señor general Díaz con el fin de evitar futuras combinaciones.
En cuanto a la credencial del representante del gobierno en las conferencias de paz, fue firmada por el señor Limantour.
El mismo día de su fecha, mandé mi carta al señor Madero, quien después de haberla leído me llamó al teléfono, diciéndome:
- Pero, ¿cómo me ha escrito usted esa carta?
- Porque la juzgo necesaria -le dije-.
- No -repuso-, necesitamos hablar; venga usted por acá en seguida.
- Dicen -le contesté- que yo impido a usted el arreglar las cosas según sus opiniones; por eso no voy, pues quiero dejarlo en absoluta libertad, para que resuelva el asunto relativo al general Díaz como usted lo crea conveniente, sin que yo lo estorbe.
Esa misma tarde, a las seis, mis compañeros tenían una cita con el señor Madero para hablarle de la renuncia del general Díaz y me invitaron con insistencia a que concurriera también.
- No -les dije-, llevo cuatro días de discutir con él este asunto. Si voy, podemos discutir toda la noche sin resultado; mientras que si no voy, esto lo impresionará más y quizá puedan ustedes conseguir algo.
Convinieron conmigo en esto y se fueron.
Como a las diez y media de la noche, estando yo acostado y leyendo, hiceron irrupción en mi cuarto los señores Venustiano Carranza, Sánchez Azcona, licenciado Pino Suárez, licenciado Federico González Garza y otros que no recuerdo. Regresaban de su entrevista con el señor Madero sumamente disgustados con él, porque no había querido convenir en que se pidiera la renuncia del general Díaz. Después de haberme referido los incidentes de la discusión, que a ratos llegó a ser violenta, me dijeron:
- Y ahora, ¿qué hacemos?
- Irse a acostar -les contesté-, dicen que la almohada es buena consejera. Ya veremos mañana.
- Pero usted no se enoja -me dijo alguno-.
- En estos casos no es bueno enojarse -respondí-.
Salieron todos del cuarto con excepción de Carranza, quien al cabo de unos momentos me propuso lo siguiente:
- No hay más remedio que irme a Coahuila con los revolucionarios que andan por allá y activar la revolución. Nombraremos a usted su jefe en lugar de Madero ...
- No -le dije- la revolución se dividiría y esto no es bueno. Además, van a decir después que nosotros echamos a Pancho por un voladero, engañándolo, para aprovecharnos de la situación. Veremos mañana qué resuelve antes de las conferencias de paz, que están citadas para las diez.
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