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Primera parte

CAPÍTULO XV

TOMA DE CIUDAD JUÁREZ. REBELIÓN DE OROZCO.


Entretanto se cruzaban estas comunicaciones y cartas, comenzó el ataque a Ciudad Juárez, originado por los acontecimientos siguientes, según la versión que entonces recogí de algunos de los mismos combatientes, aunque no han faltado escritores que den una versión distinta.

En un canal que sale del río, y en el mismo río, estaban bañándose algunos de los soldados revolucionarios, y un poco más abajo algunos soldados federales. Estos empezaron a insultar a los primeros, diciéndoles, entre otras cosas, que por miedo no habían atacado la plaza. De los insultos pasaron a hacer uso de las armas por ambas partes, lo cual llamó la atención de sus respectivos compañeros, quienes acudieron a la defensa; y así, sin órdenes del señor Francisco I. Madero, se inició y generalizó el ataque. Cuando el general Orozco se presentó en el campamento y recibió órdenes de suspender el ataque, contestó diciendo:

Es imposible, porque nuestros soldados han tomado ya algunas posiciones al enemigo: lo mejor será continuar.

El señor Madero insistió en que ordenara dicha suspensión, y Orozco se limitó a decir:

Voy a ver.

Se fue el general Orozco, y el ataque continuó. Esto sucedía como a las doce del día.

En la tarde, como a las cinco, el señor licenciado Esquivel Obregón, se empeñó en que se suspendiera el ataque, exponiendo varias razones; y como se le dijera que era imposible hacer llegar la orden correspondiente, él mismo se ofreció a llevarla: montó en un caballo y se fue, sin que yo haya sabido si llegó o no al lugar en que transmitiría la orden, según su ofrecimiento; pues nosotros, Carranza y yo, nos ocupábamos en convencer al señor Madero de que debíamos dejar que las cosas, por lo que se refiere al ataque, siguieran su curso.

El señor Madero logró ponerse en comunicación telefónica con el general Navarro, a quien preguntó si era cierto que los soldados revolucionarios habían tomado cinco posiciones, pues éstas eran las noticias que nos negaban. El general Navarro, como era natural, contestó que no. Entonces el señor Madero reiteró las órdenes de que se suspendiese el fuego por parte de los revolucionarios, amenazándolos con que los mandaría fusilar si no lo hacían.

El señor Carranza y yo, junto al teléfono, insistíamos en que los dejara obrar, porque de insistir en la orden de suspensión, se volverían contra nosotros mismos, y tal vez con razón. Por fin, repentinamente, el señor Madero dejó el teléfono, me tomó de un brazo, me llevó fuera del cuarto, y me dijo:

- ¿Cómo quiere usted que no insista en mandar suspender el ataque, no ve que estamos dentro del armisticio?

- Nada de eso -le contesté-, el armisticio terminó ya.

- Pero, ¿cómo lo sabe usted? -agregó.

- Porque me consta -repuse- y porque soy yo quien se ocupa de esas cosas. Vea usted -proseguí-: aquí está la carta del señor Carvajal, en la cual sólo habla de las negociaciones, pero no dice una palabra respecto del armisticio.

- ¡Vaya! -exclamó el señor Madero-, entonces nada tienen que reprocharnos: estoy tranquilo ... Vámonos a acostar -continuó-; que le lleven un catre para el lugar donde duermo.

Eran cerca de las nueve de la noche.

No -le dije-, yo no me acuesto; váyase usted.

Al fin me quedé, a pesar de las instancias para que me fuera a dormir.

Una vez que el señor Madero hubo salido, mandé un recado verbal al general Navarro con don Roque González Garza, diciéndole que, como nuestros soldados habían tomado ya varias posiciones, era inútil que persistiera en defender una plaza que, en mi concepto, estaba perdida. El señor González Garza desempeñó valientemente su comisión, y al cabo de una hora o más, volvió y me dijo:

- Dice el general que todavía tiene elementos para luchar y que no se rinde.

En el cuarto o Gray House, como le decían, por ser de adobe, nos quedamos Carranza y yo. El primero se acostó en el mismo cuarto, y se durmió a poco. Instantes después, entró el señor don Manuel Urquidi y me dijo:

- Acuéstese, doctor, yo me quedo a velar.

- No -le dije-, no me acuesto, hágalo usted; porque están llamando al teléfono a cada momento.

El señor Urquidi se sentó entonces, recargándose en la única mesa que había en el cuarto y a las dos de la mañana estaba dormido. Así, pues, me quedé solo.

Acabo de decir que a cada momento llamaban al teléfono, y es la verdad. Los revolucionarios habían tomado una buena parte de la ciudad, en donde había teléfonos y de allí hablaban al campamento, dando cuenta de los progresos que hacían: unas veces, que habían tomado la plaza de toros y otras, que se las habían quitado, pues esta posición cambió de manos varias veces. En algunas ocasiones avisaban que no había bombas que mucho necesitaban, e invariablemente les contestaba que era Cástulo Herrera el encargado de proporcionarlas, que a él se las pidieran. Así pasé la noche, yo solo, con mis dos compañeros, durmiendo.

Como a las tres de la mañana, aproximadamente, oí voces en la dirección del río; esto es, detrás del campamento; eran cuatro hombres que a poco pasaban frente a la puerta donde yo estaba. Les pregunté a dónde iban y me contestaron que a ayudar a los revolucionarios.

- No -les dije-, esas fogatas que ven ustedes allí, son las fuerzas de reserva (eran las de José de la Luz Blanco) y tienen orden de hacer fuego sobre todo aquel que se aproxime y no conozca el santo y seña.

Mi sospecha fue que pudieran venir de parte del enemigo. Al fin, después de un momento de reflexión, se volvieron y tomaron rumbo al puente colgante, pasándose al lado americano.

Amaneció al fin. El ataque continuó toda la mañana sin incidente digno de mencionar; pero como a las doce del día, el señor licenciado González Garza me habló por teléfono de El Paso, diciéndome:

- Quién sabe qué sucedió en el cañón grande: se vió un fogonazo y se vieron bultos rodar por uno y otro lado; mande usted averiguar.

De pronto creí que uno de los proyectiles de la artillería enemiga, que bombardeaba en aquellos instantes el sitio en que estaba emplazada nuestra pieza de artillería, había hecho blanco en dicho cañón, que era el más grande que teníamos. La señora Pérez de Madero, que estaba en el campamento, me preguntó de qué se trataba y le referí lo que acababa de decirme el licenciado González Garza.

- Y Pancho anda por allí, con el general Viljoen -me dijo--, voy a ver si no le sucedió algo.

La convencí de que era inútil que fuera, que estaba lejos y que sabríamos más pronto lo que hubiese pasado, con el enviado que yo iba a mandar en esos momentos. Me disponía a mandar dicho enviado cuando se vió venir un hombre corriendo a quien, apenas llegó a donde yo estaba, le pregunté:

- ¿Qué sucedió en el cañón grande?

- Nada -me dijo- este cierre no ajusta bien y al hacer explosión la pólvora, el humo y la llamarada salieron por detrás.

- ¿No hubo alguna desgracia?

- No, señor -y agregó-: voy a la fundición a ver si me lo componen o hacen uno nuevo.

Y se fue corriendo.

Después de comer, y sabiendo la señora de Madero que yo no había dormido en toda la noche, me instó a que fuera a dormir un rato en casa de un vecino, prometiéndome que si algo se ofrecía me mandaría llamar. Así lo hice; pero apenas me acababa de recostar, cuando llegó un enviado diciéndome que fuera inmediatamente porque se había recibido una nota del jefe de la guarnición americana de El Paso. Me fuí en el acto y leí con ansiedad la comunicación, en la cual se participaba al jefe de la revolución que las balas de los combatientes estaban causando desgracias en los habitantes de El Paso, y que debía ponerse un remedio inmediato. En el acto contesté la nota, diciendo que lamentaba sinceramente lo ocurrido y que ya se daban órdenes estrictas, con el carácter de urgentes, para evitar la repetición de los accidentes motivo de su comunicación.

No encuentro la nota del jefe americano entre mis papeles; no creo que se me haya extraviado, sino que, probablemente, quedó formando parte del archivo del señor Madero. En cuanto a la contestación, que tuve que firmar, estoy seguro de que no hice copia, no sólo. porque urgía una contestación inmediata, sino porque no estábamos en el campamento muy provistos de útiles de escritorio.

En la noche de ese día, mandé otro recado al general Navarro con el mismo señor don Roque González Garza. En él le decía que como a los defensores no les quedaban sino la parroquia y el cuartel, consideraba inútil toda defensa. El general Navarro contestó en los mismos términos que la noche anterior, esto es: que no se rendía.

El día 10, entre cuatro y cinco de la mañana, entraron en acción las fuerzas de reserva del general José de la Luz Blanco, hombre sereno y valiente. Desde luego dirigieron su acción sobre la parroquia, defendida por rurales igualmente valientes y decididos, y después de batallar toda la mañana, al fin tomaron la posición cerca de las doce del día. No quedaba más que el cuartel a los defensores, noticia que recibí por teléfono.

- ¿Le ponemos un cañón? -me preguntaron-.

Sí -les contesté- pero el chico, porque el grande está descompuesto; apunten al zaguán.

No sé ni puedo decir si lo hicieron, porque muy poco después me decían, por teléfono también:

- Ponen bandera blanca.

A lo que repuse:

- Tengan mucho cuidado, porque ayer también pusieron bandera bianca y al acercarse nuestras fuerzas, las recibieron con el fuego de una ametralladora.

Pocos momentos después volvió a llamar el teléfono:

- Ya echamos abajo al de la bandera blanca, pero ahora ponen otra más grande.

Aconsejé se pusieran al habla para inquirir si habían de respetar la bandera blanca que ponían. Instantes después me decían:

- Están rendidos.

En contestación les advertí que no hicieran mal a ningún prisionero. Esto sucedía cerca de la una de la tarde del 10 de mayo.

Aquí terminó mi intervención en estos asuntos, que por mera casualidad tuve que conocer, pues yo no tenía qué hacer con las operaciones militares, cuyas otras peripecias no conocí y por eso no las refiero.

Tan luego como las fuerzas revolucionarias se hubieron apoderado de la ciudad, puse el siguiente telegrama:

El Paso, Texas,
10 de mayo de 1911.
J. Vasconcelos.
Washington, D. C.

En estos momentos, mediodía, fue tomada Ciudad Juárez. Urge hablar abogado en esa no cierren puerto americano.

Vázquez Gómez.

Washington, D. C.,
10 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Caples Bldg.
El Paso, Texas.

Amigo aquí asegúrame abrirán puerto. Telegrafíe nombres agentes aduanales propuestos. Hopkins ausente, pero presentaré solicitud mañana. No piensen armisticio, sino seguir adelante.

J. Vasconcelos.

Voy a transcribir los principales telegramas de esos días, pues con ellos, el lector se formará mejor idea del curso de los acontecimientos.

San Antonio, Tex.,
10 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Hotel Alberta.
El Paso, Tex.

Enviado especial de Figueroa aquí. Comunica que doce mil guerrerenses dispuestos morir antes que aceptar Díaz. Así dijéronlo a Díaz. Figueroa subordinado a Madero. Felicítolos.

Emilio Vázquez.

Esto indica que la revolución se habría dividido desde entonces, si hubiéramos aceptado el pacto Madero-Limantour.

Nueva York,
10 de mayo de 1911.
Hon. Francisco I. Madero.
Juárez, México,
Vía El Paso, Texas.

Hay gran regocijo en esta ciudad por la toma de Juárez y muchos nos han hablado por teléfono para que mandemos a usted y a sus valientes soldados, las felicitaciones de vuestros paisanos aquí, lo mismo que las de los americanos. Si tiene usted tiempo, favor de telegrafiar a nuestra costa un mensaje sobre la gran victoria.

Editor del World.

El día 11 de mayo se organizó el gobierno provisional, según se verá por la siguiente comunicación:

Un sello que dice:
Gobierno Provisional de la República Mexicana.

En atención a las circunstancias que en usted concurren, he tenido a bien nombrarlo jefe del Departamento de Relaciones Exteriores, en el Consejo de Estado, creado por acuerdo de esta fecha. Lo que eomunico a usted para su satisfacción, esperando de su patriotismo el eficaz cumplimiento de su encargo. Reitero a usted las seguridades de mi atenta consideración.

Sufragio Efectivo. No Reelección.
Cuartel general en Ciudad Juárez,
a 11 de mayo de 1911.
El Presidente provisional de la República Mexicana,
Francisco I. Madero.
Rúbrica.

Al C. doctor Francisco Vázquez Gómez.

El Paso, Texas,
11 de mayo de 1911.
J. Vasconcelos.
Washington, D. C.

Fuerzas americanas no permiten pasar a Ciudad Juárez víveres y medicinas. Urge obtener permiso Washington.

Vázquez Gómez.

Washington, D. C.,
11 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Caples Bldg.
El Paso, Texas.

Hopkins entrevistó al secretario del Departamento del Tesoro. Secretario piensa Aduana pasará toda mercancía. He telegrafiado al colector de El Paso respecto de la noticia que había rehusado pasar provisiones. Hopkins verá otra vez al secretario esta tarde, para decisión final; si favorable, llevará el asunto inmediatamente al Departamento de Guerra, respecto interferencia de autoridades militares.

Vasconcelos.

Washington, D. C.,
11 de mayo de 1911.
Vázquez Gómez.
Caples Bldg.
El Paso, Texas.

Puerto permanecerá abierto. Tolerarán envíos mercancía sin reconocer nuestros agentes. Sin embargo, deme nombres jefes aduanales.

Vasconcelos.

El Paso, Texas,
11 de mayo de 1911.
Vasconcelos.
Washington, D. C.
1114. 14th Street. N. W.

Alberto Fuentes agente o administrador aduana Juárez. Todo va bien.

Vázquez Gómez.

San Antonio, Texas,
11 de mayo de 1911.
Vázquez Gómez.
Hotel Alberta.
El Paso Texas.

Amigo vino México. Estuvo Puebla. Díceme once distritos tomados. Derrotados federales todo Estado, excepto capital. Diez mil con seis ametralladoras quitadas uniránse con sur marchando sobre México capturar Díaz. Creen acabar un mes. Conviene Madero expida ley entrada libre alimentos, implementos agricultura. Lo demás, bajar derechos cuarto, tercio. Escribo.

E. Vázquez.

San Antonio, Texas,
11 de mayo de 1911.
Doctor Vázquez Gómez.
Hotel Alberta.
El Paso, Texas.

Hoy mando carta comunicándoles existencia juntas revolucionarias ciudades Europa. Matrices Londres, París. Importantísima comunicación hermanos patriotas.

E. Vázquez.

Con fecha 10 y 11 de mayo el señor licenciado Vasconcelos me dirigió dos largas notas, de las cuales copio los párrafos más interesantes. Dice el señor Vasconcelos en la nota del día 10:

A mi telegrama agregué la indicación de que el triunfo de Juárez debía aprovecharse para marchar luego al sur y obtener otras ventajas, reflejando en esto no sólo mis propias opiniones, sino las opiniones unánimes del mundo oficial de aquí, que considera que no queda más recurso que continuar la revolución hasta su término, sin dilaciones ni arreglos de paz ...

Un funcionario aquí dijo hoy, comentando la toma de Ciudad Juárez: Espero que no se detendrán ahora para hablar de paz, sino que continuarán la guerra hacia el sur ...

Espero que la toma de Juárez decida a Figueroa a continuar la lucha sin atender a armisticios que no tienen ningún objeto en su caso, sino dar tiempo al gobierno para concentrar sus fuerzas. El armisticio de Figueroa nos ha hecho mucho daño aquí, porque el gobierno lo presenta como prueba de que tratará separadamente con cada grupo rebelde.

El licenciado Vasconcelos tenía razón, pero no sabía cuál era la verdadera situación militar en el Estado de Chihuahua, ni que el efectivo de la revolución en dicho Estado no pasaba de tres mil hombres mal parqueados, y el del gobierno no era menor de seis mil. Sobre todo, no conocía o no tuvo en cuenta las actividades de algunos socialistas en la Baja California, y el pacto Madero-Limantour, que el primero estaba resuelto a cumplir, como se ha visto. En cuanto al armisticio con Figueroa, no pasó de rumor de la prensa, según creo, originado por las gestiones que en ese sentido hizo el gobierno de México. Fue el dicho armisticio o rumor de él, una maniobra política que no dió resultado, desde el momento en que el triunfo militar de la revolución se debió, más que a la toma de Juárez, a la formidable amenaza de la capital de la República por los rebeldes del sur.

En la nota del día 11 dice el señor Vasconcelos:

Al recibir anoche su telegrama en que me indicaba gestionara que no se cerrara el puerto, acababa yo de hablar con una persona que había hablado con el senador Crane y con el secretario Knox y me aseguró que si pedíamos reconocimiento de nuestros agentes aduanales, lo conseguiríamos, porque estaban ansiosos de mostrarle a Díaz su descontento por su conducta reciente con ellos.

¿Tenía este descontento su origen en el asunto de la Bahía Magdalena o en el del presidente Zelaya? ... No lo sé, pero considero de mi deber, como narrador sincero de los hechos, transcribir este párrafo de la nota del licenciado Vasconcelos. Por mi parte, como Se verá en todos los documentos que yo escribí, nunca pensé ni hice cosa alguna que pudiera interpretarse en el sentido de que aceptaba la condición de instrumento de un extraño para favorecer la revolución. Es cierto que durante mi estancia en Washington, como agente confidencial, recibí cartas de extranjeros ofreciendo sus servicios a la revolución; pero jamás contesté una sola carta. Creo que cuando un pueblo se insurrecciona con toda justicia y razón, esto y su modo de proceder en la contienda, son factores suficientes para conquistar la simpatía y el apoyo moral de todos los pueblos.

En la tarde del mismo día 10 de mayo entró el señor Madero en procesión triunfal a Ciudad Juárez. Yo no quise concurrir: primero, porque estaba muy desvelado y necesitaba dormir, y segundo, porque no soy muy afecto a las fiestas. Hasta el día siguiente en la mañana fuí a Ciudad Juárez.

El día 13 de mayo en la mañana estaba yo con el señor Carranza en el edificio de la Aduana, viendo probar una ametralladora que se había quitado al enemigo, y poco después, estando parado en la puerta vi pasar al entonces coronel Villa a la cabeza de sus fuerzas, rumbo a la Jefatura Política, con las armas terciadas y al parecer, en actitud hostil. Momentos después llegó un soldado y le pregunté qué pasaba en la Jefatura.

Orozco y Villa quisieron aprehender al señor Madero -me dijo-; pero ya pasó todo, porque después de hablarles el señor Madero a los soldados, subido en un automóvil, acabaron por vitorearlo.

Este incidente y la noticia de que Ciudad Juárez había sido atacada contra las órdenes del señor Madero, causó muy mala impresión en Washington, según se desprende del siguiente telegrama:

Washington, D. C.,
9 de mayo de 1911.
Doctor Vázquez Gómez.
"O/o. González Garza.
Caples Bldg.,
El Paso, Tex.

Telegrafíenos negando enérgicamente fuerzas obrando independientemente órdenes jefe.

Hopkins.

Para contrarrestar dicha mala impresión, por lo que se refiere al ataque de Ciudad Juárez, redacté el siguiente telegrama, para darlo a la prensa, la cual lo publicó en los Estados Unidos.

El Paso, Texas,
9 de mayo de 1911.
Hopkins.
Hibbs Bldg.,
Washington, D. C.

Negar enfáticamente ataque Juárez hízose sin órdenes jefe. Avanzadas insurgentes fueron atacadas por federales mientras iniciábanse arreglos armisticio. Mandóse insurgentes bandera blanca suspender hostilidades; pero federales hiciéronles fuego. Esto motivó acudieran refuerzos insurgentes defensa compañeros. Al fin no arregló se armisticio y jefe ordenó ataque plaza salvar fuerzas comprometidas y porque de México recibiéronse telegramas diciendo gobierno rompía negociaciones con insurgentes y no renunciaría Presidencia.

Vázquez Gómez.

Fácilmente se comprenderá que yo no podía decir cómo habían pasado las cosas en realidad, porque de haberlo hecho, habría perjudicado la marcha de los acontecimientos.

El incidente de la rebelión de Orozco se supo inmediatamente en Washington, según me lo participaron, a las dos y media de la tarde del día en que ocurrió dicha sublevación.

Washington, D. C.,
13 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
C/o. González Garza.
Caples Bldg.,
El Paso, Tex.

Telegrama de la prensa dice que hoy se rebeló Orozco, arrestando jefe. Renuncia de gabinete. Esto ha producido la peor impresión posible. Telegrafie inmediatamente la verdad.

Hopkins.

En el acto remití la siguiente contestación:

Paso, Texas,
13 de mayo de 1911.
Hopkins.
Washington, D. C.

No es cierto renuncia gabinete ni arresto jefe. Tratóse ciertas exigencias naturales estos casos.

Vázquez Gómez.

El Paso, Texas,
13 de mayo de 1911.
Vasconcelos.
Washington, D. C.

Diferencias de opiniones entre jefes produjeron alarma hoy Juárez. Asunto no tuvo importancia, volviendo estado normal.

Vázquez Gómez.

Y bien que tuvo importancia el asunto, pero había que negarla. La Aduana de El Paso fue cerrada inmediatamente, pero sólo por algunas horas, pues mis telegramas dieron el resultado que se deseaba, como podrá verse por lo que a continuación transcribo.

Washington, D. C.,
13 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
C/o. González Garza.
Caples Bldg.,
El Paso, Texas.

Vuestra ordenada administración recibe marcada aprobación en los círculos oficiales de aquí y nos da oportunidad de probar que las declaraciones inspiradas de México relativas a la incapacidad de Madero para controlar sus tropas, son absolutamente falsas. Limantour está publicando entrevistas indicando disposición renovar negociaciones. Nuestros amigos de Nueva York dicen que tanto Limantour como De la Barra han urgido respetuosamente a Díaz que se retire. Noticias de hoy muestran que la situación empeora constantemente.

Hopkins.

El empeoramiento de la situación a que se refería Hopkins era respecto a la amenaza de la capital de la República por las fuerzas revolucionarias de los Estados de Guerrero, Morelos, Puebla, Hidalgo y México, de las cuales no tuvimos noticias ciertas sino hasta los últimos días por los telegramas de mi hermano Emilio.

San Antonio, Texas,
15 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Hotel Alberta.
El Paso, Texas.

Por ningún motivo abandones actitud radical completa hasta recibir carta Williams de México. Va por correo hoy. Publiquen declaraciones radicales para mantener confianza revolución, evitar anarquía todo el país.

Emilio Vázquez.

San Antonio, Texas,
15 de mayo de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Hotel Alberta.
El Paso, Texas.

El Paso Times de hoy publica comunicaciones Figueroa-Zapata, jefe Morelos, completa sumisión a ustedes y completo radicalismo. Véanlas. Escribo.

Emllio Vázquez.

Por la mayor parte de los documentos insertos en estas Memorias, se Ve claramente que los revolucionarios eran radicales, pero no lo era el jefe de la revolución. Por mi parte, creí de mi deber no hacer público ni comunicar a los revolucionarios el modo de pensar del señor Madero, porque, de hacerlo, se habría dividido la revolución armada y se habría atribuído este desastre a indiscreciones mías; pero si el enemigo hubiera maniobrado con habilidad, habría puesto en predicamento a la revolución, haciendo amplias concesiones a los grupos revolucionarios aisladamente. Frente a esta situación, no me quedaba otro camino que buscar el triunfo por otros medios, los cuales irá conociendo el lector.

Respecto a la rebelión o insubordinación de Orozco, creí que bastaban mis telegramas para satisfacer la opinión, sin hacer grande el asunto; pero el señor Madero insistió en que se publicaran las cartas que escribieron tanto él como el general Orozco, en las cuales desmentían las versiones que, fundadas en hechos públicos, circulaban, y se manifestaban mutuo aprecio, y el segundo decía que continuaría fiel a la revolución.

En cuanto a las causas de la rebelión de Villa y Orozco, hubo en aquella época dos versiones, sin que yo pueda decir cuál es la verdadera. En una se decía que los jefes revolucionarios no estaban conformes con que se hubiera encargado al señor don Venustiano Carranza del Departamento de Guerra, y en otra, que los señores Braniff y Esquivel Obregón, con objeto de dividir la revolución, habían insinuado a los jefes la idea de desconocer al señor Madero. Daba alguna fuerza a esta última suposición el hecho de que, como se supo, Orozco había tomado como sus consejeros a los señores Esquivel Obregón y Braniff, a quienes consultó también el acto de la insubordinación momentos antes de ejecutarlo, según se dijo entonces. Esto parece inexplicable, como también lo es que los agente del seBor Limantour hubieran facilitado dinero a la revolución antes de las negociaciones de paz frente a Ciudad Juárez.

El otro hecho, no menos importante, que daba fuerza a esta versión, fue que en México el gobierno, o sea el señor Limantour, había tratado de arreglar un armisticio, sin conocimiento del jefe de la revolución, con las fuerzas del sur, comandadas por los generales Emiliano Zapata y Ambrosio Figueroa, que estaban en el Ajusco amenazando la capital. También daba fuerza a esta suposición el hecho de que el señor licenciado Esquivel Obregón, con el asentimiento del señor Madero, hubiera tratado de convencer a los jefes rcvolucionarios en armas, de que no continuaran las hostilidades.

El general Navarro y su estado mayor estaban presos en un cuarto de la Jefatura Política. Supe que, con motivo de unos fusilamientos que habían ordenado y ejecutado en las serranías del Estado de Chihuahua, los jefes revolucionarios pedían que se les aplicara igual pena, a lo cual no asentía el señor Madero. Esta fue otra de las versiones que se decía habían sido motivo de la rebelión de Orozco. Como quiera que sea, estaba yo en la casa en que Se hospedaba el señor Madero, cuando llegó éste todo sudoroso y pidiendo agua para beber.

- ¿De dónde viene usted tan agitado? -le pregunté.

- Vengo -me dijo- de llevar al general Navarro y a su estado mayor a la orilla del río, pues querían fusilarlos, y como creí que no debe hacerse esto, me los llevé en un automóvil basta la margen del Bravo y de allí pasaron al otro lado.

Esta acción, que algunos pueden calificar de infantil, enaltece mucho al señor Madero como hombre bueno y de un valor verdaderamente notable, supuesto que, apenas salido del trance de la aprehensión, gracias a su entereza y valor civil, realiza otro acto sin medir las consecuencias que pudieran sobrevenir.

Antes de pasar adelante, creo de mi deber hacer constar que el general Navarro no se vendió ni entregó la plaza que defendía, como han dicho los del antiguo régimen. Me consta por el hecho de haberle mandado decir dos veces que se rindiera, habiéndome contestado que todavía tenía elementos para seguir la defensa.

Según se ha visto en el curso de esta narración, el cuartel resistió menos tiempo de lo que yo me esperaba. ¿Por qué? Voy a decir mi opinión, como la dije apenas llegamos a México, al señor licenciado don Victoriano Agüeros, director de El Tiempo, relación que estuvo a punto de costarme la vida en 1913 después del cuartelazo de Huerta.

Andábamos el señor Carranza y yo examinando el interior del cuartel, cuando el primero se fijó en unas cajas que estaban amontonadas en la esquina de un cuarto, y preguntó a un soldado:

- Y esto ¿qué es?

- Parque -respondió el federal-.

- Pero las cajas no tienen traza de haber sido movidas -insistió Carranza-.

- Este parque no explota -respondió el soldado-.

Examinando el cuartel, encontramos que el techo era de lámina, la cual, con el calor de mayo, se ponía como lumbre y hacía imposible que un hombre permaneciera allí pecho a tierra más de unos cuantos minutos, y si se paraba, ofrecía un blanco seguro a las balas del enemigo, porque el pretil no ofrecía ningún elemento de protección al soldado, pues sólo tenía de alto unos veinticinco centímetros en toda su extensión; y si a esto se agrega que desde el segundo día del ataque los insurgentes habían cortado el agua que proveía a la población y al cuartel, se vendrá al conocimiento de que los pobres soldados estaban, como se dice, muertos de sed. El cuartel carecía, pues, de toda disposición de defensa, lo cual es muy censurable en cualquiera parte, pero mucho más en una frontera. Obra seguramente de los negociantes que siempre engañan a los gobiernos que, por otro lado, se dejan engañar fácilmente.

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