Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezPrimera parte - Capítulo XVIPrimera parte - Capítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

Primera parte

CAPÍTULO XVII

ARTÍCULOS DE MANUEL AMIEVA.


I

Nunca he sido periodista o escritor, no tengo pretensión alguna de serlo, y más aún, comprendo que para escribir en un periódico algo que interese a sus lectores se requiere vasto talento o sólida instrucción. Mi vida se deslizó en el trabajo del campo, en negocios que fueron de mi familia y después míos, mis energías las consumí durante treinta y tres años de labor continua, siempre con la idea de legar a mis hijos un bienestar. Fallaron mis cálculos debido al agrarismo mexicano y mis ilusiones honradas se convirtieron en fracaso.

Mi vida, tranquila y laboriosa, vino a ser turbada por circunstancias que me colocaron en lugar que tuve que desarrollar una actuación delicada y directa; y como ahora se debate, tanto en la prensa de este país como en la de México, el instante político de los últimos días del Presidente general don Porfirio Díaz, y como mi nombre ha sido ya citado en algún periódico de México, creo oportuno dar al conocimiento del público lo que yo sé y tengo documentado, para que la historia de esos tiempos quede depurada y las discusiones se orienten en el terreno de la verdad, dando a cada personaje de esa época el sitio que le corresponda. No quiero que mi silencio sea mal interpretado por amigos que aun tengo; y quiero a la vez hacer públicos hechos que de no ser exactos podrían refutar personas que citaré y que aun viven.

El señor general Díaz guardó hondo silencio desde que se fue de México. Su hijo, el señor coronel Porfirio Díaz, nada había declarado; pero últimamente he visto en La Opinión, que algo ha dicho ya; y como él conoció parte de mis gestiones, podría, en su caso, desautorizarlas o confirmarlas con su silencio.

Vive el doctor don Francisco Vázquez Gómez, que jugó papel prominente en esa época y está en el mismo caso que el coronel Porfirio Díaz. Vive también el señor licenciado don José Ives Limantour, que en forma prominente figuró en esos tiempos y que podría llamarse el eje sobre que gira el debate actual. En su caso podría hablar también.

Establecido este preámbulo y para explicación del porqué de mi actuación, referiré:

Mi difunto padre, que era español, tuvo estrecha amistad con el señor general Díaz. En la época de la intervención francesa vivía en Puebla, siendo apoderado de don José de Teresa, tío suyo. El señor general Díaz quiso en diversas ocasiones pagarle sus servicios a base de ayuda en negocios, y mi padre declinó siempre tal honor, confirmando que su amistad era no por interés.

En marzo de 1908 el señor general Díaz me ofreció a mí la ayuda que a mi padre le ofreciera muchos años atrás, y yo agradecido decliné el honor en memoria de mi padre. Esto hizo que las puertas de la amistad con el general Díaz me quedaran siempre abiertas.

El señor doctor don Francisco Vázquez Gómez fue médico de mi familia, si mal no recuerdo, desde el año de noventa y cinco. El trato con él por tanto tiempo hizo que nos viéramos con confianza, y cuando entró a la política, afiliado al Partido Antirreeleccionista, tenía conmigo frecuentes expansiones.

Los acontecimientos se sucedieron y el doctor tuvo que emigrar a los Estados Unidos, porque los líderes de la revolución maderista le notificaron que comenzaba el 20 de noviembre.

El 31 de octubre de 1910 se presentó el doctor Vázquez Gómez en mi domicilio a las siete de la mañana y pidió hablarme urgentemente. Desde luego salí de mi habitación, y muy conmovido el doctor, me explicó su difícil situación. Me dijo tener que salir inmediatamente del país; pero afligido porque varios amigos se habían rehusado a aceptarle su poder comercial para resguardo de sus intereses.

- Si usted no lo acepta -me dijo-, dejo todo abandonado y será la ruina mía y de mi familia.

Conmovido yo también ante la pena del amigo, le acepté el poder sin medir las consecuencias que para mi tranquilidad y negocios podría tener.

El doctor me dijo que al siguiente día saldría para Veracruz, que no había tiempo de extender poder escriturario, que me dejaba una simple carta poder, y que de Estados Unidos me enviaría poder en debida forma. Todo lo acepté yo; solamente le hice ver que su viaje por Veracruz lo encontraba peligroso. El me mostro el billete de ferrocarril ya comprado; y entonces yo le dije:

- Comienzo a ser su apoderado. El viaje debe ser por Laredo; usted va a la estación con la misma ropa y la misma petaca que lleva a su hacienda, y en lugar de bajarse en donde siempre, sigue usted a la frontera. Usted no pierde lo que ha pagado por el boleto a Veracruz, porque yo lo cobro, y, por lo tanto, voy a mandar sacar el boleto a Laredo.

Como en efecto lo hice con un empleado de confianza. Aceptado mi plan por el doctor, salió por tren, y de acuerdo con la forma convenida, me avisó con nombre supuesto su llegada a Estados Unidos, y días después salía a alcanzarlo toda su familia.

De estos acontecimientos nació el que yo actuara después en asuntos políticos, y de ello haré narración exacta basada en documentos que poseo y que, como dijo don Ricardo García Granados, al citar mi nombre, tuvo a la vista. Quiero citar frases del general Díaz que son de gran interés; todo depende de la indulgencia con que sean vistas mis narraciones.

San Francisco, California, 17 de agosto de 1929.


II

Como un paréntesis, y por la importancia que el hecho tuvo para el futuro, quiero referir un incidente: a fines de diciembre de 1910 el doctor Vázquez Gómez me otorgó en Washington amplio poder comercial. Me lo remitió, y al revisarlo, encontré que al legalizarlo en la Embajada Mexicana de Washington en los primeros días de enero de 1911, equivocaron la fecha poniendo enero de 1910 en vez de enero de 1911. Yo tenía que mandar protocolizar el poder en México, lo llevé al notario, señalándole el error, cosa que me dijo lo hacía nulo, por lo que lo regresé al doctor. Este, naturalmente, ocurrió a la Embajada y allí accidentalmente se encontró cara a cara con el entonces embajador don Francisco L. De la Barra. Me refería el doctor que de esta ocasión surgieron sus primeras pláticas con el señor De la Barra, y como se recordará, fue a México a ocupar la cartera de Relaciones en las postrimerías del gobierno del general Díaz. Al salir del país el general Díaz, automáticamente asumió la Presidencia interina el señor De la Barra, de acuerdo con la revolución, como se verá a su tiempo.

Salvado este paréntesis, reanudo mi historia en lo que se refiere a mis gestiones; y no queriendo alterar en lo más mínimo la verdad de los hechos, me parece pertinente copiar lo conducente de la carta que dirigí al doctor Vázquez Gómez a Washington, el 19 de abril de 1911.

Con respecto al párrafo de usted referente al general Díaz, le confieso con la ingenuidad que Jme caracteriza, que veo allí el peligro principal. Usted sabe que yo lo he querido bien; pero ahora la opinión pública está en su contra; que sin que yo pretenda ser un oráculo, sí le aseguro a usted que sería el principal obstáculo para la pacificación del país. Afirmo mi dicho con la carta que le adjunto. Usted verá que procede de persona de posición social elevada, y comprenderá que si así se piensa por arriba, por abajo la exaltación es mayor.

Comprendo yo que si no tuviéramos la amenaza del yankee, esta situación a las claras está resuelta, muy pronto ocuparían los rebeldes el poder; pero ese peligro que creo es inminente, es el que debemos conjurar unidos todos los mexicanos. Para confirmarle mi opinión respecto del maderismo, adjunto también otra carta de Puebla. Usted conoce que quien la escribe es sensato, y sólo tengo que añadir que hoy dicen los periódicos que piensan tomar San Marcos, lugar donde cruzan los Ferrocarriles Mexicano e Interoceánico, cosa que si logran traerá la incomunicación más absoluta. Estos datos son a vuela pluma, pues ya deseo contestar su grata citada y voy, por consiguiente, al grano.

Una vez enterado de sus deseos, vi a Bermejillo, me preguntó por usted y le contesté que me había usted escrito, y sin decirle cuál era el tenor de su carta, le manifesté mis deseos de ver al general Díaz. Al preguntarme para qué, le dije que para ver si por la vieja amistad que lo había ligado con mi padre, lograba de él modificar en algo su política. Bermejillo me indicó que lo mejor era ver a Limantour; pero como yo le dije que no me conocía, no tuvo inconveniente en servirme de introductor. Al efecto, fuímos a la Secretaría y allí se nos dijo que no recibía a nadie; pero que quizá a Bermejillo lo recibiera pidiéndole audiencia. La carta fue escrita, desde luego, sin indicar lo que se deseaba y sin mentarme a mí para nada. Como resultado escribió Limantour diciendo que sus muchas atenciones lo privaban del gusto de recibirlo; pero que podía escribirle diciéndole el asunto que deseaba comunicarle. Dije yo a don Andrés Bermejillo que contestara que se trataba de un asunto muy delicado, no podía confiarse a la pluma, aconsejándole a la vez que fuera muy lacónico para que así se picara la curiosidad de Limantour y así consiguiéramos nuestro objeto.

Por de pronto yo escribí al general Díaz pidiéndole audiencia y hasta la fecha no me contesta. Creí oportuno telegrafiarle a usted a nombre de Requena diciéndole que procuraría gestionar. Esto lo hice para que usted supiera que aceptaba su comisión.

Pues bien: mi táctica al contestar por conducto de don Andrés Bermejillo dió resultado. Ayer en la mañana y con el carácter de urgente se recibió respuesta de Limantour diciendo que lo esperaba a las doce. Yo fuí con él, para que una vez que lo recibiera pudiera entrar luego yo, si Limantour se prestaba a ello. El resultado fue que estuvimos hasta la una y tres cuartos en la antesala, y que a esa hora mandó un recado diciendo que se le dispensara no lo recibiera, porque asunto muy urgente lo tenía en conferencia con De la Barra. Agregó que entre cinco y seis de la tarde recibiría.

Durante la antesala lo importante que yo vi fue que recibió a Leyva el contrincante de Pablo Escandón para el gobierno de Morelos, de suerte que yo supongo que como las cosas andan por allí tan tirantes, este último se ha enfermado y me supongo que mandan a Leyva en su lugar, cosa que me presumo que si llega a suceder lo nulificará, pues ahora el que Se arrima al gobierno para desempeñar algún puesto importante, se sacrifica y convierte en víctima, no durará en el puesto y perderá la estimación de la opinión pública, que según le decía a usted es el arma más poderosa que ustedes tienen y que, sin duda alguna, los llevará al triunfo.

En la tarde de ayer volvimos a la Secretaría, había mucha gente, muchos abogados, que fueron recibidos de preferencia, y entre ellos el juez de distrito. Todos entraban y salían a los muy pocos minutos. Ya después de las siete entró Bermejillo con otras dos personas, pues recibía a varias a la vez. A los pocos minutos me llamaron, y aquí entra lo interesante de mi narración.

Limantour estaba en un rincón conferenciando con otra persona, y cuando terminó, se acercó a nosotros. Se hizo la presentación de estilo, y después de ofrecerme con toda cortesía el sitio principal que no acepté, quedamos frente a frente, Bermejillo en el centro y yo con la cara de Limantour perfectamente iluminada, de suerte que se podía leer en él cualquiera impresión.

- Señor ministro -le dije-, yo creo que vengo tarde; pero culpa mía no es. He sido amigo del Presidente porque mi padre lo fue muy íntimo. Soy amigo y apoderado comercial del doctor Vázquez Gómez, con quien me ligan grandes lazos de afecto y, sobre todo, soy mexicano. Usted cuando llegó al país dijo que todos los mexicanos deberíamos de unirnos y eso es lo que me trae ante usted. Comprendo que pasamos por una situación verdaderamente difícil, y yo, aunque nada valgo, quiero poner al contingente del país mi pequeño valer. Usted comprenderá -le dije- que no está hablando usted con un político y sí con un hombre franco y bien intencionado; pues ¿por qué no hemos de coadyuvar entre todos a la terminación de este triste estado de cosas que todos sabemos que nos llevan a la ruina?

- Ante todo -me dijo- alabo en usted su patriotismo y lo agradezco; pero siendo franco, le manifiesto que estamos en una situación verdaderamente difícil. Tenemos 99 probabilidades contra una de fracasar. La intervención americana es inminente, y nuestro tropiezo mayor es la obstinación de Madero que no se presta a nada. El doctor -agregó- es hombre que, sin meterme a juzgar si está errado o no, sí comprende las cosas y su intención es buena. Cuando nos vimos en Nueva York, junto con Madero padre y otro de sus hijos, creímos llegar a un acuerdo; pero después el doctor me escribe, tengo una carta que puedo mostrarle a usted, la voluntad por su parte es buena; pero ¿qué hacer con Panchito? (Así llama a Madero.) Anda a salto de mata, y toda comunicación que se quiere tener con él resulta imposible. Hemos ordenado que el mensaje del doctor llegue a sus manos; he procurado que Madero padre tenga facilidades para encontrarlo; no exagero -dice- si he mandado seis u ocho salvoconductos para que no tenga tropiezos, y, sin embargo, usted sabrá que alguno tuvo; pero afortunadamente creo que ahora está don Pancho en posibilidad de dar con su hijo. Crea usted, señor, que la situación es atroz, y que yo, aunque tengo los mejores deseos, creo que sólo he venido a sacrificarme.

Contesté:

- No me llame usted petulante; si bien difícil, no la veo yo desesperada. Madero tiene, según dice la prensa, un representante en Washington debidamente autorizado para conferenciar. ¿Por qué no entenderse con él?

- Ese es otro punto grave -añadió-. El doctor no tiene facultades para arreglar nada, prueba de ello es que Braniff y Esquivel Obregón nada han obtenido.

- Señor -repliqué-: Braniff y Esquivel Obregón ¿tienen poderes del gobierno para tratar la paz?

- Ciertamente que no -contestó-.

- Pues bien, señor -dije yo-, repito que carácter autorizado no tengo ninguno; pero conozco la situación y la habilidad del doctor. ¿Cómo van a entenderse con gente no autorizada? Comprenda usted la razón que los asiste. Voy a jugar con fuego -dije-: Crea usted, señor, que si para tratar la paz envían ustedes emisarios algo científicos, por lo menos, nada obtendrán. No me meto a analizar la cuestión, pero la opinión pública a ellos los culpa como los causantes de nuestros males y, por lo mismo, no los aceptaría.

A esto no tuvo que contestarme. Sintiéndome valiente, añadí:

- Señor, quizá usted vino de Europa con un plan trazado de antemano para terminar este estado de cosas, y al llegar aquí se ha encontrado con un círculo de hierro que no le deja obrar con libertad. ¿ Por qué no romperlo?

Esto comprendo que no le gustó, pues su cara se contrajo; pero con la educación que lo caracteriza, me contestó:

- Estoy plenamente autorizado para obrar; si no fuera así, me iría a mi casa, de suerte que por ese lado no hay obstáculos. Los obstáculos los pone Madero con su intransigencia al pretender que don Porfirio se retire, cosa que sería la anarquía del país, máxime cuando estamos dispuestos a conceder todo lo que Panchito desee o quiera.

La conversación duró más de media hora. La retirada se hizo con las cortesías de rigor, diciéndome Limantour que probablemente me necesitaría. Yo le dije haber solicitado antes que de él, audiencia con don Porfirio Díaz; que se habría convencido de que no servía yo para diplomático por llamar pan al pan y vino al vino.

No sé qué consecuencias saque usted de lo antes dicho; yo saco las siguientes:

Que están desmoralizados.
Que no tienen elementos para la lucha.
Que en medio de la situación prevalece la soberbia, pues no quieren dar oficialmente pruebas de su debilidad, entrando francamente en negociaciones.
Que no creo lejano el día en que a todos los que les hemos hablado la verdad, nos busquen como su último recurso para aferrarse a la situación.

En mis próximas narraciones trataré sobre mi primera plática con el general Díaz.


III

La entrevista tenida con el señor Limantour me dejó impresionado, porque los conceptos que en ella emitió y la confesión plena de su influencia, me hicieron comprender que las ideas que el doctor Vázquez Gómez me había expuesto eran fundadas. La insinuación que el señor Limantour me hizo de que tal vez necesitara de mis servicios, me hizo poner en guardia, pues comprendí que tal vez quisiera enviarme al norte para entablar pláticas unido a los emisarios que ya había enviado; y esto ofrecía para mí el serio temor del aislamiento mayor del señor general Díaz.

Yo tenía pedida audiencia al citado señor general; pero la respuesta no la recibía y mi ansiedad era cada día mayor. Vino al fin la carta ansiada, y en ella el general Díaz me citaba para el jueves veinte. Concurrí a Palacio, y según la costumbre establecida, un ayudante leyó la listá de las personas que serían recibidas, y en esa lista estaba yo. Sentí alivio con ello; pero poco a poco empecé a sentir desconsuelo, cuando veía entrar y salir personas, que el tiempo volaba, y que yo no era llamado. Eran casi las dos de la tarde cuando el mismo ayudante que leyera la lista indicó que lo avanzado de la hora obligaba al Presidente a retirarse, pero que las personas ya señaladas concurriéramos en la tarde para ser recibidas. Ya bien tarde, repetición de la disculpa con nueva promesa de ser recibidos al siguiente día. El viernes 21 me lo pasé en las antesalas, ya bastante nervioso. El resultado fue también negativo; pero dada la importancia de mi asunto, creí un deber seguir teniendo paciencia hasta conseguir mi objeto.

El siguiente día, 22 de abril, y ya bien avanzada la mañana, presumía un nuevo fracaso, cuando llegó a la Presidencia el señor licenciado Fernando Duret, que era el Presidente de la Cámara de Diputados en aquel entonces. Ya me había visto varias veces; pero sin cruzar conmigo más que un saludo. Ese día se dirigió a mí y textualmente me dijo:

- Manuel, yo lo veo a usted aquí aguardando pacientemente y ahora le pregunto si no lo ha recibido aún el presidente.

- No, licenciado -le contesté-, y lo siento, pues traigo asunto de interés que tratar.

- Así lo considero -respondió-, porque bien conozco su carácter que no es para esperar tanto. No se vaya -me dijo-, que yo voy a arreglar esa entrevista.

Entró por la puerta de las oficinas del Estado Mayor, y en seguida salió el coronel Podirio Díaz, quien, dirigiéndose a mí, me explicó que las muchas atenciones del Presidente habían hecho que yo tuviera que esperar tanto. Me tomó del brazo y me hizo pasar a sus oficinas, y discretamente trató de inquirir el porqué de mi visita; pero yo claramente le dije que sólo al general Díaz se lo diría. Mientras tanto se hizo tarde, el Presidente se retiró y el coronel Díaz me dió la seguridad de que esa tarde sería recibido.

Volví a mis esperas, y ya tarde, cuando creía otra vez en el fracaso, fuí introducido ante el general Díaz, y cambiados los saludos de cortesía, abordé mi asunto así:

- ¿Recuerda usted nuestra entrevista de marzo de 1908? ¿Recuerda usted que al hacerme ofertas de ayuda dije a usted estimárselo en el alma; pero declinando el honor? ¿Recuerda usted que le dije que, dentro de mi modestia, si se presentaba la ocasión de servirlo, estaba a sus órdenes?

- Todo lo recuerdo -dijo el general-.

- Pues bien, señor, se ha llegado la ocasión de probarle a usted la sinceridad de mi oferta, y hoy vengo a servirlo. Usted sabe -le dije- que ni soy político, ni soy ambicioso, ni quiero tampoco figurar. Vengo a servir a mi patria y a usted también ...

El general Díaz acogió con benevolencia mi preámbulo; pero antes de que yo pudiera entrar en materia, él me dió algunas explicaciones referentes a la situación del país. Me dijo que no había querido entrar en una guerra verdadera, porque no quería derramar sangre mexicana; pero que las cosas se habían puesto en forma ya muy seria, y él estaba dispuesto a demostrar a los rebeldes el poder de su gobierno.

- En Ciudad Juárez -dijo- ha hecho el coronel Tamborrell unas fortificaciones de tal manera importantes, que si los rebeldes se atreven a atacar la plaza, le aseguro a usted que serán muy duramente castigados y deshechos. Para que usted se forme una idea de lo importante de las fortificaciones, le diré que agregados de legaciones europeas en Washington, han ido a Ciudad Juárez a admirar la defensa que de la Plaza se ha preparado.

- Nada de esto discuto, señor general -dije yo-. Lo único que vengo a hacer es a demostrarle a usted mi sinceridad y a llamar a su patriotismo.

Entramos ya en pláticas, y para no adulterar en lo más mínimo la verdad de los hechos, copio la carta que esa misma noche escribí al doctor Vázquez Gómez:

México, 22 de abril de 1911.
Señor don Francisco Vázquez Gómez.
Washington.

Muy estimado amigo:

La mía anterior de fecha 19 del corriente se la confirmo a usted en todas sus partes.

Creí prudente ver oficiosamente al caudillo, y desde el jueves que fuí citado en Palacio a las once, hasta hoy sábado, he pasado mi vida en las antesalas. El humor, como usted comprenderá, no ha sido de lo mejor. Por fin acabo de verlo a las seis de la tarde, y le he dicho que autorizado como mexicano, como amigo suyo y de usted, quería en estos momentos hacer algo por mi país y en servicio tanto suyo como de usted, a quien mucho aprecio. El se mostró desde luego afecto a usted, pues lo llama el hombre completo, el hombre hábil y de corazón. Con este exordio comenzó mi plática y le dije que mi servicio para con él estribaba en hacerle la indicación de qUe si entraban en negociaciones de paz, no fuera enviado ningún científico, pues estaba seguro de que no lo atenderían, puesto que yo oigo la voz popular en ese sentido, y, además, por pláticas que con usted tuve desde antes de que se fuera, conocía su opinión a ese respecto. Yo creo que con esto he dicho bastante para el caso.

Me preguntó si tenía correspondencia con usted, a lo que le contesté que sólo de negocio, y como complemento de la plática, resulta que él acepta mis servicios, que él está dispuesto a oírlo a usted; pero no como particular, sino como autorizado por Madero. En ese sentido puse un mensaje por creer que la cosa es de importancia, y que teniendo algo en concreto que tratar, podríamos hacer algo por el país, cosa que naturalmente ambiciono.

Advierto que lo dicho ha sido bajo mi exclusiva responsabilidad, pues claramente manifesté que no tengo ni de usted ni de nadie ninguna facultad. También es cierto que poco más o menos le dije el texto del mensaje que iba a poner, que dice:

P. Requena.
920 N. W. New York
Ave. Washington.

Diga. doctor hágase autorizar y transmitame bases que yo presentaré y haré oír con probabilidades de aceptación, convendría clave.

Manuel Amieva.

Le pareció bien al general, autorizándome a ponerlo.

Con lo anterior creo que usted puede orientarse, y si usted cree que sea prudente que algo gestione, estoy a sus órdenes, pues creo que ahora que algo se ha hablado, en lo de adelante no tendré tanta dificultad.

La tensión pública sigue tremenda, y los del gobierno mucho dicen de la intervención que está a un paso, inclusive el caudillo.

Termino porque es tarde y deseo que se vaya la presente. Nacho, que me ha ayudado a aguantarme las antesalas, lo saluda a usted al igual que yo, y deseándole un éxito completo, lo abraza su amigo afmo. y s. s.

Manuel Amieva.

De esta conferencia saqué la deducción de que el general Díaz tenía voluntad de solucionar dificultades. Al despedirme de él, me dijo:

- Ponga usted su telegrama. por el cable. No lo ponga por el telégrafo federal, porque hay censura.

Esta indicación probaba claramente su voluntad. Después me dió muchas pruebas de lo mismo en las diversas pláticas que con él sostuve en días de verdadera angustia.

San Francisco, Calif., 27 de agosto de 1929.


IV

Como resultado de mi información enviada al doctor Vázquez Gómez, obtuve en respuesta el cable que copio, y que fechado en Washington, el 24 de abril de 1911, decía:

Todo va perfectamente, nada necesitase. Si puede, mande arreglar coches. Pronto nos veremos.

F. V. Gómez.

(Las firmas venían con el seudónimo convenido.) Me sorprendió el tenor del mensaje, porque el ambiente en México estaba muy caldeado, las entrevistas que yo tuviera con Limantour primero, y después con el general Díaz, me hacían comprender que el resultado no estaba tan inmediato; pero no era a mí a quien tocaba insistir, y me concreté a darle cuenta al general Díaz en breve entrevista que, sin dificultad alguna, obtuve. Creí prudente contestar al doctor su mensaje, y le puse el siguiente:

Nuevamente hablé al general Díaz insistiendo tenazmente ideas de usted. Nuestras felicitaciones.

Nada nuevo se me comunicó después de mi telegrama, y mientras tanto en México continuaba día a día la excitación más grande. Los periódicos lanzaban extras muy frecuentes, siendo el que más lo hacía El Heraldo de México. Se daba cuenta de batallas diversas; en fin, el desconcierto era cada día mayor. Se ocupó también la prensa de que había sido enviado al norte el ingeniero don Alfredo Robles Domínguez, revolucionario, que a raíz de iniciarse la revolución fue capturado e internado en la Penitenciaría de México junto con otras personas complicadas también. Se dijo que Robles Domínguez iba con proposiciones conciliadoras; pero de ello carecía yo en lo absoluto de informe oficial, y mi delicadeza no me permitía inmiscuirme en asunto que no se me confiaba.

Mientras tanto, se rumoró que la plaza de Ciudad Juárez iba a ser atacada, y antes de que la prensa diera noticia de lo que por allí sucediera, tuve yo la sorpresa de recibir en mi domicilio a la medianoche, la visita urgente de don José de Teresa y Romero Rubio y de don Pedro Peláez Teresa, que fueron a notificarme que la señora doña Carmen Romero Rubio de Díaz deseaba que urgentemente me presentara en su casa a primeras horas de la mañana, porque quería que le hablara yo a su esposo. Se me informó que había sido tomada Ciudad Juárez, y después de los informes que el general Díaz me dió en mi primera entrevista y que tengo referidos, comprendí que el llamado obedecía al desconcierto en que se encontraba con la caída de Ciudad Juárez.

Fuí a la casa del general Díaz a la calle de Cadena, se me había informado por los emisarios, que son primos míos, que había mucha alarma y que el general estaba delicado de salud. Fuí recibido por la señora de Díaz, que estaba acompañada de su hermana la viuda de Teresa, doña María Luisa; y después de una pequeña conversación, la señora Díaz llamó al coronel Porfirio Díaz, y éste me introdujo a la recámara del general, que guardaba cama por estar con una fuerte fluxión en la cara, que le dificultaba el hablar y lo tenía muy molesto. Mucho me impresionó tener que tratar asuntos desagradables en el estado de salud que se encontraba; pero las circunstancias apremiaban y yo era llamado.

Naturalmente que esta conversación, que tenía para mí especial interés, tuvo que ser un simple preliminar. Yo indiqué al general Díaz que estaba desconectado del doctor Vázquez Gómez, quien no había vuelto a comunicarme nada; pero que buscaría desde luego esa comunicación, y de los resultados le daría inmediata cuenta. A esto se redujo la entrevista, y a una recomendación que al salir me hizo el coronel Díaz, y que por cierto mucho me extrañó.

- Voy a hacerle a usted una súplica, me dijo: Deseo que cuando usted vuelva para hablar con mi papá, me haga favor de no subir por la escalera principal, sino por la de la servidumbre. No lo tome usted a una ofensa; pero sucede que no queremos que lo vea a usted ningún ministro, que casi nunca faltan en la casa, y sobre todo no queremos que lo vea Limantour.

- Pero si yo hablé primero que con el general Díaz con Limantour -le dije yo.

- Pues precisamente por eso -repuso- se lo suplico a usted.

- Lástima -agregó- que no viva ya mi padrino el general don Pancho Mena. Ese le hubiera dicho a mi papá la verdad, no lo engañaría.

Ofrecí subir por la escalera de servicio, y así lo hice en las muchas ocasiones que tuve que conferenciar con el señor general Díaz.

Mientras tanto, mi hermano político, don Ignacio Rivero, con quien me ligaban afecto fraternal y grande confianza, al enterarse por mí de mi visita al general Díaz y las condiciones en que era hecha, desde luego telegrafió al doctor Vázquez Gómez lo que pasaba; pero ese telegrama que él puso con premura no fue copiado, y por lo tanto, no lo conservo a la memoria. Dió el resultado apetecido, puesto que vinieron noticias inmediatamente, y como yo sintiera pesar sobre de mí una responsabilidad, supliqué a mi cuñado que en las próximas entrevistas con el general Díaz me acompañara él, para que así hubiera un testigo que nos escuchara, y al comunicar yo el resultado de las entrevistas pudiera tener un asesor y no sufriera algún error o mala interpretación. Desde entonces me acompañó mi cuñado a mis pláticas, mediante explicación que yo diera al general Díaz, que aceptó de buen grado la presencia de mi cuñado.

Antes de entrar de lleno en las negociaciones establecidas con el general Díaz, creo oportuno repetir en este artículo un párrafo, que aunque aparece en La Opinión del día 26, no fue pasado a la prensa y que creo no debe ser desconocido:

Al dar cuenta de mi entrevista con el señor Limantour y sacar yo conclusiones, decía la última: Y por último, y lo más importante, que Limantour es el que gobierna.

El primer cable recibido para entrar de lleno en negociaciones fue puesto en El Paso, Texas, el día 13 de mayo, y textualmente dice:

Principal obstáculo Limantour y grupo científico. Opino cambio completo Gabinete de acuerdo con la revolución. Hablarle.

El telegrama fue recibido a hora inoportuna, y el 14 temprano vino un segundo que decía:

Confirmo mensaje de ayer exceptuando Barra, con esto más bases convenidas antes, arreglaré la paz en veinticuatro horas. Hablarle general Díaz, quien regenteará poco tiempo nuestro gobierno. Conteste.

Con los dos telegramas insertos nos presentamos a la casa del señor general Díaz, a quien se los leí íntegros, explicándole mi idea de hacerlo siempre así, para que comprendiera que yo no trataba otra cosa que ser un leal intermediario. El me dijo que por gestiones anteriores, se había convencido que sólo se cambiarían cuatro ministros, para tener él en su Gabinete cuatro suyos y cuatro de la revolución. Se mostraba muy alarmado por el avance sobre México de revolucionarios, e hizo grande hincapié en los perjuicios que sufriría México con una irrupción a la capital, que originaría serias reclamaciones extranjeras.

Lo mejor sería, añadió, que viniera el doctor Vázquez Gómez acompañado de don Ernesto Madero, para que tratáramos claramente condiciones, y que vinieran también personas prestigiadas para contener los avances de los revolucionarios, puesto que estamos en pláticas de paz. Dígales usted que les aseguro cordialidad y garantías.

El mismo quince cablegrafié a El Paso lo siguiente:

No aceptó bases concretas. Discute número de ministros. Desea vengan usted y don Ernesto Madero debidamente autorizados para tratar. Desea vengan varias prestigiadas personas para contener avance surianos. Asegura cordialidad y garantías. Su salud delicada. Conteste.

Esta plática fue la entrada franca para las negociaciones de paz. Los acontecimientos se precipitaban, surgieron serios incidentes que narraré en mis siguientes artículos.

San Francisco, Calif., agosto 29 de 1929.


V

El 16 de mayo tuve la siguiente respuesta:

Esencial eliminar Limantour, número de ministros podrán ser mitad. Imposible ir. Avances detendránse después convenir bases fundamentales.

Visto por el general Díaz el mensaje anterior, se mQstró complacido, y como fruto de la entrevista fue enviado por mí un mensaje diciendo:

Opinó estar de acuerdo con nosotros, pidiendo nos comuniquen a nosotros nombres de ministros, mostrando simpatía por Ernesto Madero para ministro de Hacienda. Igualmente urgen nombres para gobernadores de distintos Estados. Notamos en nuestra conversación desconfianza por Madero. Precisa absoluta reserva en todos los consejeros de allá para que no sean conocidos términos de arreglos hasta firmarse la paz. Caso contrario, podrán descomponerse negociaciones. Ayúdenos para que el general Díaz pueda entregar el gobierno con detalle y no precipitadamente.

Podrá verse que las negociaciones marchaban en el terreno de la concordia y en forma ya enteramente de confianza.

A El Paso, Texas, habían llegado como refuerzo a los delegados enviados por el gobierno del general Díaz, el licenciado Esquivel Obregón y don Oscar Braniff, el licenciado don Francisco Carvajal, magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y señalado como el de más relieve para gestionar. Su ida se veía en público con expectación.

A la mañana siguiente, 17 de mayo, vino temprano cable en los términos siguientes:

Dentro de dos horas mandaré lista de ministros, si aprobada suspenderé avances revolucionarios, daremos al general Díaz tiempo para entregar gobierno con calma. Delegados aquí trabajan en su contra y en favor de los científicos.

Para dar cuenta al general Díaz del anterior mensaje fuimos temprano a su domicilio, y ese día se nos hizo pasar a una pieza de esas de confianza que en México llaman costurero o guardaropa. Cerró la puerta el coronel Díaz, recomendándonos no hablar en voz alta, para que no nos vieran. Dijo que tan luego estuviera desocupado el general Díaz nos llamaría. No bien se había retirado, cuando la puerta se abrió y entró con ojos curiosos el entonces ministro de Instrucción Pública, licenciado don Jorge Vera Estañol. Nos vió y sin decir palabra salió, cerrando nuevamente la puerta. Referimos el caso al coronel Díaz, y nos dijo:

- Están los ministros como policías de esta casa, por eso son mis precauciones, para que no los vean a ustedes.

Previnimos al general Díaz de que en corto tiempo llegaría la lista pedida y anunciada, y rato después, volvimos con ella, misma que exactamente copio:

Madero propone estos ministros: Hacienda, Jaime Gurza ...

- Es un inteligente muchacho, dijo el general Díaz; pero no es su nombre conocido en Europa, y ya dije a ustedes que hay que cuidar el crédito de México. Sería un buen subsecretario.

- Un momento, señor general -dije-; Comunicaciones, Ernesto Madero, aunque puede ser de Hacienda.

- Está muy bien -repuso-.

- Guerra, González Salas.

- Eso sí es peligroso -dijo-; González Salas está mal visto en el ejército por sus ligas con el maderismo y hasta lo tildan de traidor.

- Pues ¿quién le gustaría a usted, señor? -le dije.

- Hombre, eso no; yo no puedo dar candidato porque dirían que tengo miras especiales; y eso no debe ser.

- No se fije usted en apreciaciones, señor general -repuse-. Usted dígamelo y yo le ofrezco poner toda mi influencia para conseguirlo. Lo interesante es que no haya trastornos, y debemos poner los medios.

Recapacitó unos instantes, y en tono enteramente de convencimiento, me dijo:

- Vea usted, a mí me gustaría Rascón. Rascón es un hombre leal; él es respetado por todos los militares y seguramente podría encarrilar las cosas por buen camino. Es un hombre de verdadero honor y pueden tenerle confianza. De González Salas yo no hago apreciaciones; yo digo lo que me dicen, y bien puede ser el subsecretario, con lo que ellos se sentirán garantizados.

- Pues lo voy a proponer -repuse-. Para Justicia, Vázquez Tagle; para Gobernación, Francisco Vázquez Gómez; para Relaciones, invariablemente De la Barra ...

- Tienen razón, ese sirve para cualquier cosa -dijo el general Díaz, con estupefacción nuestra-.

- Vázquez Gómez sugiere para Minería o Justicia a Emilio Vázquez Gómez. Esto será temporal mientras se eligen Presidente y Vicepresidente. Gobernadores: Sonora, José María Maytorena; Chihuahua, Abraham González; Coahuila, Venustiano Carranza; Zacatecas, Guadalupe González; Sinaloa, Manuel Bonilla; Yucatán, Pino Suárez; Oaxaca, Benito Juárez. Todos son de confianza. Los siete restantes se darán sus nombres después de acabar de consultar opiniones. Vázquez Gómez sugiere para Tamaulipas al licenciado Espiridión Lara. Más que firmar bases de paz, urge obrar comenzando por dar posesión a gobernadores inmediatamente. Contesten pronto.

He referido fielmente las frases del general Díaz al irle leyendo una lista que significaba un cambio tan radical en el gobierno de la nación; de manera que a la vez copio la respuesta que di después de conferencia tan importante:

Aceptadas bases sin objeción. De la Barra nombrará los ministros de la lista. Noblemente indica inconveniencia nombramiento inmediato Guerra por hostilidad ejército, quien no lo aceptaría exponiéndose grandemente orden y seguridad. Este nombramiento podrá hacerse pasados unos días. Nos exigen conformidad clara y terminante de Madero. Gobernadores no objetados, añadiendo sólo que debe de nombrarlos De la Barra al entrar en funciones de Presidente. Urgen órdenes directas de ustedes a Pachuca, El Oro y demás lugares cercanos a la capital, para suspender los avances de los revolucionarios, para evitar saqueos y asesinatos. Está en cama y nobleza obliga. Urge respuesta.

En la larga conferencia tenida con el general Díaz para llegar a la conclusión que llegamos y poder redactar una contestación que englobaba el cambio completo de gobierno de la nación, quise yo volver a hablarle para mostrarle mi respuesta y calmar la ansiedad que se le notaba por los avances de fuerzas rebeldes que ya se acercaban tanto a la capital. La expectación era grande en México, y más la aumentaba el hecho de que la calle de Cadena, en que vivía el general Díaz, estaba continuamente pletórica de fuerzas de caballería, que no permitían paso a nadie que no se identificara. En las azoteas de las casas había también numerosos soldados y todo daba el aspecto de una fortaleza apercibida para la defensa. Mis frecuentes visitas eran no sólo para dar cuenta de mis gestiones, sino también para influir ánimos en la casa del señor general Díaz, pues verdaderamente me sentía apenado al ver que un poderío de tantos años se derrumbaba, y hasta mi patriotismo me pedía intervenir dentro de mis pequeñas fuerzas para evitar un hecho que al fin significaría desdoro y ridículo para México.

La redacción de mis telegramas demostrará que no perdía ocasión para recomendar arreglos en forma caballerosa, porque eso me hacía creer que se evitarían muchos males no sólo al general Díaz, sino a toda la nación.

Mi creencia era que estábamos terminando la solución de las dificultades; que se iba a hacer un cambio automático de gobierno y que dentro de tan grandes conmociones vendría una próxima era de trabajo y paz. Con arreglos tan adelantados ese mismo día 17 dp mayo, surgieron serias dificultades, pasé el día como en pesadilla, por los motivos que expondré próximamente.

San Francisco, 4 de septiembre de 1929.


VI

Era de presumirse que con pláticas tan adelantadas y en camino de mutuo entendimiento, la resolución definitiva estaba muy próxima. No fue así. El día diez y siete, que llamo de pesadillas, vino un nuevo mensaje diciendo:

Delegado aquí procura sobornar nuestros subordinados, esto imposibilitará arreglos si confírmase. Urge detener al general Reyes. A Limantour no aceptámoslo como ministro. Dígame si es cierto llegó a esa ayer Reyes.

Inmediatamente fuí a ver al general Díaz, quien seguramente por noticias recibidas por otros conductos se mostraba muy contrariado. Como de cootumbre, le leí el mensaje, y me dijo:

- ¿Quién entiende esto? Usted me dice que no aceptan a Limantour. Limantour me dice que exigen que siga en el gobierno. ¿A quién le voy a hacer caso, a usted o a él?

- A mí, señor -le respondí-.

- ¿Y por qué?

- Por que yo no tengo ninguna ambición que perseguir, y quizá no pueda decirse igual cosa del señor Limantour; además, es muy fácil aclararlo.

- Tiene usted razón -repuso-. Diga a Madero que me ponga un cable directo a mí, diciéndome que no acepta a Limantour, y ya entonces hablaremos.

- Está bien, señor general, tendrá usted el cable antes de dos horas.

Fue mi respuesta. Al tratar sobre la venida a México del general Reyes, me dijo el general Díaz:

- No es exacto que haya llegado, aun no llega a La Habana, y de esto hablaremos después.

Cablegrafié en el acto:

Confirmo mensaje anterior: diga Madero cablegrafíe directamente al general Díaz, diciéndole claramente que Limantour y Reyes son obstáculos insuperables para definitivo arreglo. Hay juego doble. Urge. Aun no llega a La Habana Reyes.

Antes de las dos horas vino respuesta en estos términos:

Fue telegrama al general Díaz. Urge nombrar luego gobernadores de la lista mandada, sobre todo en la frontera, para pacificar. Hay que detener a Reyes. Aceptado armisticio.

En el acto hablé al general Díaz, y al entrar a su recámara, le dije:

- Me avisan, señor, que le han enviado a usted el telegrama directo.

- Es cierto, usted tenía razón; por todos lados hay traición, y voy a decirle a Limantour que en dónde está su patriotismo. Yo ya no sigo aquí, yo me voy luego. Ya no quiero entenderme con nadie que no sea usted, y dígales que al llegar a La Habana el general Reyes, recibirá orden militar de detenerse; pero que yo no respondo de si me obedecerá, asegurando que la orden va desde luego. Insista usted en el nombramiento de ministro de Guerra, es muy necesario.

No creo necesario insistir sobre la trascendencia de esta plática, que trajo la consecuencia del retiro definitivo del general Díaz del poder. Advertimos en él verdadero deseoncierto y gran deseo de terminar pronto los arreglos para marcharse. Se sentía traicionado y sin seguridad alguna, de manera que su insistencia en el nombramiento del general Rascón para ministro de la Guerra, lo interpretamos como para su seguridad personal. El dijo que en último caso podría seguir el ministro que estaba en funciones, y en tal virtud, telegrafié:

Dimos mensaje al general Díaz. Insistimos en nombramiento para Guerra, suplicando contesten este punto por consideraciones de seguridad, no es oposición. Trátase de garantizar temporalmente a ambos. Sugiere al actual o a Rascón; repetimos que transitoriamente. Nombramiento de gobernadores trataránlo hoy y procuraremos avisarles. No insistimos mucho por formalidades legales por temor de ser llamados dictadores. De Reyes trataráse asunto al llegar a La Habana. Conteste.

Vino inmediatamente respuesta ese día, de tantos acontecimientos y carreras mías, diciendo:

Gobernadores serán nombrados por Legislaturas de los Estados para tomar posesión luego y pacificar inmediatamente. Si el general Díaz no se Va luego, él nombrará a los ministros luego que los gobernadores de la frontera tomen posesión y retiren a las fuerzas. Creo que para nombramiento de ministro de la Guerra no habrá dificultades. Contestado éste afirmativamente, suspenderemos avance hoy mismo, declarándolo Madero públicamente.

Ya ese día no fue posible hablarle al general Díaz por lo avanzado de la hora y por el estado delicado de salud en que se encontraba, y el 18 temprano que le hablamos, quiso que se definieran los puntos pendientes para proceder según conviniera. Al efecto, cablegrafié:

El general Díaz acepta todas las bases de ustedes, rehusando sólo lo concerniente a futura organización; pero exige cable directo de Madero, confirmando todo lo que nosotros acabamos de proponer. Conviene adjuntarle lista de ministros y gobernadores. Recomendamos que la contestación al general Díaz sea en términos precisos y sin divagar. Respecto a Reyes, nos asegura que recibió orden militar para detenerse en La Habana. La renuncia de don Ramón Corral viene en camino y la ratifica por cable. Deben de aprovechar su buena disposición para efectuar pronto arreglo, de otro modo la tensión que hay en la opinión pública perjudica mucho. Avise resultado.

Simultáneamente llegaron dos cables. Uno decía:

Aceptados Rascón y De la Barra, seis ministros nuevos serán indicados por nosotros, para unificar el gobierno. Madero irá a México luego que sean nombrados los gobernadores de la lista mandada, después haránse otros nombramientos, yo iré después. Reyes podrá venir después de pasar la tormenta. Antes sería peligroso. Urge, pues, nombrar a los gobernadores.

El otro mensaje decía:

Doctor Enrique González Martínez o Martiniano Carvajal para Sinaloa. Pronta pacificación exige nombrar gobernador nuevo.

El general Díaz se mostraba ya poco atento a otro asunto que no fuera lo que se relacionaba con su retiro. El nos indicaba que no era posible que se pusiera a hacer nombramientos y gestiones que correspondían al nuevo gobierno, y frecuentemente indicaba la conveniencia de ir instruyendo a De la Barra para el caso; pero siempre dentro del terreno de dar facilidades. Por esa causa dirigimos un mensaje así:

Visto que los arreglos de aquí progresan, creemos facilitaría mucho la nueva organización el apersonarnos con De la Barra. Si lo creen prudente, avísenos y avísele.

Nuevos cables del 19 recibidos por mí; el primero dice:

Hoy irá cable directo, antes explique su despacho donde dice rehusando sólo concerniente futura organización.

Fue contestado así:

La futura organización relaciónase con detalles de gobernadores y actos nuevos ministros, estando conforme el general Díaz sean unos y otros los indicados por ustedes. Por esto surge la necesidad manifestada en mi mensaje anterior, debido al estado de su salud.

Contestaron:

Fue cable directo al general Díaz. Lista precisa de ministros más cuatro gobernadores para nombrar éstos inmediatamenle, el resto arreglaráse después de oír opiniones sensatas. Dígale a De la Barra hable a Vázquez Tagle y Manuel Calero acepten Justicia y Fomento.

El general Díaz había recibido el cable de conformidad que nos pidió; pero ya se notaba en él el cansancio de tratar sobre asuntos que no había de resolver. La entrevista fue corta, y para dar información más amplia, ocurrimos a hablarle al señor De la Barra, quien nos recibió con suma afabilidad, tratando en la conversación tópicos diversos que se concretan en mi respuesta de 20 de mayo:

General Díaz recibió cable directo. Vimos a De la Barra, quien recibió favorablemente su indicación y hoy verá a Vázquez Tagle y a Calero. Obtuvimos buenos informes y pruebas del pronto retiro del general Díaz. De la Barra espera un delegado para negociar, cambiando impresiones para la fijación de ministros, deseando derecho a dos, nunca científicos, para encauzar la opinión pública, que es grande elemento. Les reservaría los puestos menos importantes. Desea De la Barra que Madero rectifique urgentemente por la prensa negando el hecho de que vendrá como consejero. Lo apoyan muchas y pesadas razones. Lo consideramos muy capaz elemento para encauzar la difícil situación, que debemos facilitarle. Los felicitamos por su designación y contesten.

La prensa había dicho que el señor Madero llegaría a México como asesor de De la Barra, y este señor nos dijo que ello quería decir un papel muy desairado para él; pues aunque estuviera dispuesto a oírlo y atenderlo, no era cosa que debería publicarse y que esa aclaración sería indispensable para su prestigio.

San Francisco, California, 5 de septiembre de 1929.


VII

Nuestra situación se hacía muy difícil. Los cables todos venían pidiendo el cambio inmediato de gobernadores, y el general Díaz, viendo el asunto perdido, seguramente sólo trataba de ultimar lo relativo a su retiro y la forma legal de hacerlo. El señor De la Barra esperaba ser el Presidente; pero no lo era aún, y estaba pendiente de la ayuda que le diera la revolución, y por su lado la revolución pedía ayuda al jefe del gobierno que derrocaba.

Nuevo cable del día veinte decía:

Aunque Limantour se opone, juzgo necesario nombrar luego gobernadores designados, así como que De la Barra diga a ustedes confidencialmente si acepta los ministros que le señalamos. Esto sería comienzo de nueva era. Contesten.

Tuvimos nueva conferencia con el general Díaz, que nos dijo el día que se iría de México; pero deseando, como era lógico, firmar un arreglo con persona que tuviera credenciales debidamente otorgadas, y no con nosotros que habíamos tratado a base de caballerosidad y buena fe, pero sin tener documentos por los que nos autorizara ia revolución, aunque los hechos le demostraran que éramos oídos, quería que autorizaran al licenciado don Manuel Vázquez Tagle, que, unido a nosotros, ultimáramos los convenios y se firmara la paz. Por su parte, el señor De la Barra confirmaba las ideas de don Porfirio. El general Díaz ofrecía su ayuda moral para facilitar los cambios de gobernadores, y todos estos considerandos nos hicieron dar cuenta en la forma que sigue:

Asunto con el general Díaz lo creemos concluído a entera satisfacción. Sabemos el día que se ausentará. Para evitar intromisiones de Limantour, general Díaz y De la Barra desean autorización a Vázquez Tagle y a nosotros para ultimar detalles. General Díaz ofrece recomendar a legislaturas locales los nombramientos de los gobernadores más urgentes. Creemos se ganaría tiempo y tranquilidad. Conteste.

Nos deseoncertó la respuesta que decía:

Urgenos saber si aceptan nuestra definitiva lista de ministros. Ya les dejamos dos: Guerra y Relaciones. Yo (se refería a sí mismo el doctor Vázquez Gómez), único delegado posible, no puedo ir. Rectificaráse Madero de que no irá de consejero De la Barra. Conteste porque termina armisticio.

La respuesta podía considerarse como un ultimátum, y nos hizo ir en seguida a entrevistar al señor De la Barra, quien contrariado por ella y por ciertos cambios que habían hecho para formar el nuevo ministerio, veía con disgusto que el doctor Vázquez Gómez ya no venía a ser el ministro de Gobernación, sino el de Instrucción Pública, y su hermano don Emilio Vázquez Gómez sería el ministro de Gobernación. A nosotros nos disgustó también el cambio. Conocíamos a don Emilio, habíamos leido la serie de artículos que escribiera en el periódico El Tiempo, de México, cuando surgió el Partido Antirreeleccionista, atacando la reelección para terminar diciendo que don Porfirio debería seguir en el poder. Conocíamos sus costumbres y el estado de sus negocios, y todo nos hacía prever que no era hombre para la organización y para ocupar un ministerio tan importante y más en esos momentos de crisis. Los comentarios de los periódicos, que ya habían noticiado la venida del doctor a Gobernación, y el desconcierto en la opinión pública, hizo que respondiéramos así:

De la Barra acepta lista de ministros, suplicando usted sea el de Gobernación. Dice que para prestigio del Ministerio se requiere que declare la prensa allá y acá que fueron escogidos los ministros de común acuerdo, después de largas deliberaciones. Pregunta la fecha en que pueden llegar aquí. Particularmente nosotros notamos desafecto en la opinión pública por la designación de dos ministros hermanos. Si quiere rectificar esto, avise.

Nuestro cable anterior fue puesto el día 20, y esperábamos, como de costumbre, prontas noticias. Pasó el domingo 21 sin ninguna nueva. El lunes 22 estábamos ya ansiosos; cuando a las dos de la tarde llegó a mi domicilio el señor ingeniero don José de la Macorra, gerente de las fábricas de papel de San Rafael. Llevaba en la mano un sobre con un cable, y nos dijo:

- Este cable, que trae la dirección de Salmir (la dirección cablegráfica que. usaba), ha llegado a mis manos. Lo abrí porque mi dirección es Seraico y creí sería error de escritura. Lo abrí, ví su texto que, sin entenderlo, pensé era cosa relacionada con el estado de cosas y me fuí al cable a informar. Allá me dieron la dirección de usted, Capuchinas, 7; fuí, no lo encontré, y me pareció prudente llevarle el cable a don Roberto Núñez, subsecretario de Hacienda. Don Roberto, al verlo, me llevó con Limantour, quien me mandó con De la Barra. El señor De la Barra vió el cable y me dió la dirección del domicilio de usted, y aquí se lo traigo.

La historia era peregrina, porque un cable recibido por equivocación se devuelve a las oficinas de que procede con la aclaración de mala entrega, y lo natural es que sea enviado a su destino correcto. Eran hechos consumados y sospechosos.

Permítaseme una digresión: En la época del gobierno del general Obregón, se fundó en México una agrupación con el nombre de Liga de la Defensa de la Propiedad. Tuve el honor de formar parte de ella, y el señor De la Macorra era vocal también. Tuve la ocasión de conocer su claro talento, y más aún sus dificultades administrativas en las oficinas federales, y el temor de caer en desagrado que perjudica los negocios; y, en fin, las serias dificultades con que tropieza el hombre de negocios en México. Me expliqué entonces por qué él quiso hacer un servicio a los funcionarios con quienes trataba.

Decía el cable, motivo de tantas vueltas:

Urgentísimo nombrar gobernadores designados por peligrar la paz. Ministerio debe de tener marcado color insurgente, para garantizar la pacificación. Probable candidatura para Vicepresidente impídeme ser ministro de Gobernación. Rogar a Vázquez Tagle acepte. Hoy saldré a San Antonio. En México día último a más tardar.

Naturalmente, fuimos en el acto a hablarle al señor De la Barra, y cuál sería nuestra sorpresa cuando al pasar nuestras tarjetas nos dijo el ayudante, después de entrar a darlas, que el señor De la Barra estaba muy ocupado y no podía recibirnos. Insistimos en que su principal ocupación debería ser el hablar con nosotros por lo importante del asunto, y ya entonces se nos hizo pasar. Comenzamos por manifestarle extrañeza por su actitud. El se disculpó como pudo, y entramos de lleno mostrándole el cable.

- Son cosas viejas las que ustedes me vienen a decir. Tengo cosas más frescas, pues he tratado los asuntos con persona acabada de llegar y debidamente autorizada; ustedes deberían de saberlo.

- Nada sabemos, señor -fue la respuesta-; pero cuando hay quien desempeñe la misión que uno tuviere, en forma más competente, hay un camino muy sencillo, dejarle el lugar y no estorbar.

Muy amablemente trató de quitar la mala impresión recibida por nosotros, y dijo:

- Es el ingeniero Robles Domínguez a quien me refiero, y deberían ustedes verlo en su casa de la calle de Roma; pero conviene digan ustedes al doctor que urge que vengan pronto los ministros.

Nos extrañó mucho un cambio en las alturas a que habíamos llegado; y en efecto, cablegrafiamos, tanto a El Paso como a San Antonio, Texas:

Dice De la Barra ser añejas nuestras proposiciones, puesto que Robles Domínguez propone otras cosas más frescas. Como el no haber cambiado impresiones con este señor puede ser motivo de grandes responsabilidades para nosotros, no haremos más gestiones, salvo orden directa de ustedes. Única consecuencia de nuestra en!revista con De la Barra hoy, es el encargo de decirles vengan pronto los ministros.

Quedamos con la impresión de desaire de unos y otros. Me refiero a los revolucionarios y al señor De la Barra; pero muy pronto vinieron nuevos cables y grandes acontecimientos.

San Francisco, California, septiembre 7 de 1929.


VIII

Naturalmente, lo sucedido en nuestra entrevista con el señor De la Barra el día 22, hizo que permaneciéramos a la expectativa y sin dar paso alguno; pero la situación se agravaba en la capital por la excitación de las masas populares, que ya estaban enteradas de la caída del general Díaz.

Recuerdo que una distinguida dama guatemalteca, doña Concepción Saravia viuda de Cirión, madre política de una hermana del señor don Francisco I. Madero, me dió la idea de lanzar unos boletines que calmaran a las muchedumbres; pero oficialmente nada podía yo hacer.

El 24 de mayo tuve al fin noticias en cable puesto en San Antonio, Texas, no ya en El Paso como los anteriores. Decía:

Decirle a De la Barra. urgentísimo nombrar hoy o mañana gobernadores de la lista mandada. Si no pueden, que ordenen a los federales salir de las capitales para instalarlos en ellas nosotros. Si se resisten, ordenaremos batirlos por desobediencia. Hay que hacerlo inmediatamente si quieren evitar desgracias. Conteste esto. Firmado: Vázquez Gómez.

Al dar cuenta al señor De la Barra, que nos recibió en el acto, y al leer el mensaje que venía escrito claramente y sin pseudónimo alguno, muy explícitamente habló con nosotros. Dijo que fuéramos a ver en el acto al ingeniero Robles Domínguez a la 3a. calle de Roma, 48. Agregó que el jueves 25 renunciaría el general Díaz, que el viernes 26 se haría público el nombramiento de los nuevos ministros; y que él protestaría como Presidente a las doce, para celebrar consejo con los nuevos ministros ese mismo día, a las tres y media de la tarde. Que era precisa la llegada de los futuros ministros ausentes, y que rogáramos vinieran cuanto antes.

No había tiempo que perder y fuimos en busca del ingeniero Robles Domínguez, quien ocupaba pequeña casa en una calle privada de la calle de Roma. Vimos al llegar aglomeración de gentes, y esto nos facilitó dar con él. Hasta las recámaras de la casa estaban invadidas por partidarios del maderismo, y por otros que querían colarse en él, habiendo numerosos jefes revolucionarios, en su mayoría surianos. Era Robles Domínguez hombre sencillo y bueno; estaba verdaderamente cohibido entre aquel desorden de visitantes, sin tener oportunidad para tratar asuntos reservados. Nos recibió desde luego con cordialidad y sin petulancias. Estaba alarmado por la situación seria que se venía encima, sin tener personas serias de quienes echar mano para que se enfrentaran con ella. Recuerdo que al saber que yo era de Puebla, aunque no vivía allí, por estar radicado de largos años en México, inquirió a quién sería bueno encomendarle la jefatura de las nuevas fuerzas en la ciudad de Puebla, porque él ignoraba a quién ocurrir; y al decirle nosotros el nombre de un amigo, don Agustín del Pozo, afecto al maderismo y conocido de los obreros de hilados, por ser él dueño de una fábrica que con su esfuerzo personal había adquirido, desde luego le confirió nombramiento para que garantizara la ciudad. Estaba Robles Domínguez verdaderamente atareado, y lo asistía continuamente don Francisco Cosío Robelo, a lo que entiendo compañero que había sido de cautiverio por la cuestión política y que actualmente es general de división.

La entrevista fue cordial, y el resultado de ambas se condensa en el cable que en el acto fue remitido:

De la Barra y Robles Domínguez dicen que pronto ocuparán sus puestos los nuevos gobernadores. Ya avisaron en ese sentido al señor Madero y a los Estados. Ellos y nosotros consideramos urgentísima la presencia de los nuevos ministros para tranquilizar la opinión pública y para que tengan el primer consejo el viernes próximo.

Contestaron el día 25:

Alégrome arreglo gobernadores por ser urgente. Salgo el viernes con parte de la familia. Alguien opina espere la salida del general Díaz. Lo creo innecesario. Dígamelo.

Todo México esperaba la renuncia del general Díaz la tarde del 25, y mientras conferenciábamos con Robles Domínguez, llegaron las noticias de desórdenes por el centro de la ciudad. Robles Domínguez se alarmó justamente, y yo aproveché el sugerirle se hiciera circular un boletín calmando al pueblo y explicándole que sólo había habido una demora para la presentación de la renuncia; pero que era todo cuestión de horas. En su casa redacté el boletín, que le llamé Boletín Maderista, y fuí con mi cuñado a la redacción de El Heraldo de México, a decir que si podían publicarlo. Me lo quitaron de las manos, suspendieron el tiraje de una extra que ya estaba en las rotativas, y éstas comenzaron en cortos minutos a lanzar miles de ejemplares.

Tomamos buen número de ellos para empezar a repartirlos personalmente, y desde luego, en el automóvil de mi cuñado. Frente al periódico comenzó nuestra labor; había gente a millares, gritaban vivas y mueras sin cesar; y a punto estuvimos de que nos destrozaran el coche por la aglomeración al tomar los boletines. Escapamos como pudimos, no sin ver los estragos que las piedras habían hecho en numerosas casas comerciales de la principal avenida. Los cristales de los aparadores estaban hechos pedazos y el terror se pintaba en todos los semblantes. El respeto al caudillo se había relajado ya; la plebe era dueña de la situación; la atmósfera pronosticaba tormenta.

El ingeniero Robles Domínguez, por su lado y sin saber yo cómo lo arreglo, patrullaba la ciudad él y otros compañeros vestidos a la usanza del norte, revueltos con fuerzas de la gendarmería montada, fraternizando con ellos y haciendo un acto público de acuerdo y arreglo ultimado. Seguramente que su actitud fue de gran provecho.

Mi cuñado y yo fuimos a la casa del general Díaz después de nuestro intento de repartidores de periódicos, que circulaban ya profusamente. Le llevamos varios ejemplares, vimos el considerable refuerzo de tropas alrededor de su casa. Dimos al general Díaz seguridades de poner cuanto medio estuviera a nuestro alcance para solucionar tan crítica situación. El se mostró agradecido; y nosotros nos conmovimos al respirar el ambiente de duelo que se respiraba en aquella casa; parecía que se velaba a un muerto.

Antes de retirarme a mi domicilio puse cable al doctor Vázquez Gómez, diciéndole:

Hay desórdenes en la ciudad. Creemos muy necesaria su presencia en ésta.

De madrugada recibí la respuesta:

Llegaré sábado. Noticias de anoche, urgen separación inmediata. Pueden repetirse accidentes.

San Francisco, California, septiembre 8 de 1929.


IX

La mañana del día 26 de mayo comenzó muy alarmante. Grupos numerosos del pueblo recorrían las calles en forma amenazadora y se anunciaba o preveía algo aterrador.

Al entrar en la casa del ingeniero Robles Domínguez, estaba solo con Cosío Robelo, y tomándose la cabeza con ambas manos, nos dijo:

- Esto no lo ataja nadie; mis esfuerzos de anoche resultaron inútiles.

Concebí una idea y lo interrogué:

- ¿Tiene usted amplias facultades?

- Sí -respondió.

- ¿Podría usted simular un telegrama de Madero?

- ¿En qué forma? -me dijo.

Yo, sin contestarle, escribí nerviosamente así:

Ciudad Juárez,
26 de mayo de 1911.
Ingeniero Robles Domínguez.
México.
Urgente.

Ordene pueblo de la capital guarde toda compostura, y si no lo obedece, póngase de acuerdo con Comandancia Militar y reprima desórdenes con toda energia.

Firmado,
Francisco I. Madero.

- Esto -le dije, alargándole el papel-.

- Magnífico -contestó-.

- Firme usted -le dije, y así lo hizo-.

- Voy a llevárselo al señor De la Barra para que lo apruebe y en su caso obrar, y en seguida lo llevo a El Heraldo para su inmediata publicación.

Salí en automóvil con mi cuñado; y al llegar a la Plaza de Carlos IV, la multitud enfurecida gritaba destempladamente. Una carga a sable de la gendarmería montada, tiros, gritos y desorden. En el momento que cerraban las puertas del Ministerio de Relaciones, que está en ese lugar, mi cuñado y yo fuimos los últimos en entrar, cuando caía un hombre muerto en la puerta de la casa de don Pablo Martínez del Río, contigua al ministerjo. La puerta de este edificio la atrancaron, y casi volando subímos para entrar sin anunciarnos al despacho del señor De la Barra. Este se paseaba en el salón de recepciones, nervioso; pero sereno.

- ¿Ya ven ustedes? -nos dijo-.

- Venimos a evitarlo -contesté entregándole el telegrama y explicándole la situación del mismo.

Lo leyó y aprobó, suplicándome le agregara algo que él me dictó:

Y atienda y respete al Presidente interino, licenciado don Francisco L. de la Barra.

Por la calle seguía el tumulto, tanto que le indiqué al señor De la Barra se quitara de enfrente de los balcones, mientras salíamos corriendo por la puerta del Ministerio que da a las calles de Colón.

La plebe corría acosada por los sables, y nosotros atrás de la caballería, que inconscientemente nos abría camino, para llegar a El Heraldo, que estaba en la cabecera de la Alameda. Entramos presurosos, entregamos el papel; y las rotativas, cual si comprendieran la importancia de su misión, presurosas lanzaban millares del segundo boletín maderista.

Salimos con los primeros ejemplares, y mi cuñado y yo fuimos al Banco Nacional a pedir goma al conserje, y personalmente pegábamos en las cuatro esquinas de la calle de la Cadena ejemplares del boletín, ante la mirada atónita y agradecida de oficiales federales y policía, que respetuosamente nos abrían paso para llegar a la casa del general Díaz entre una verdadera masa de soldados.

Entregar al general Díaz unos boletines y la explicación sobre los mismos fue todo lo que hicimos, recibiendo el agradecimiento del general y de sus allegados, que consternados, todos ocupaban el corredor principal de la casa, como estando alerta para lo que pudiera acontecer.

Nos fuimos a telegrafiar, diciendo:

Continúan los desórdenes. Ya hay muertos y numerosos heridos. Urge su presencia en la capital.

Respondieron:

Desórdenes débense a que general Díaz y Corral no renuncian. Unico remedio renuncien hoy, aceptándoles luego, e instalar inmediatamente nuevos gobernadores. Sin esto, inútil ir porque caeríamos también. Vázquez Gómez.

Dieron resultado las gestiones. El mensaje apócrifo, que por cierto más tarde me valió una felicitación del señor Madero, que me dijo se habían salvado con él vidas e intereses, fue atendido; y lo principal: las renuncias del señor general Díaz y de don Ramón Corral salvaron la situación.

El cambio en la capital fue extraordinario. El pueblo, que estaba horas antes enfurecido, se posesionó de una alegría sin límites; los vítores no cesaban ni de día ni de noche, y el anciano caudillo, a quien fuimos a darle el abrazo de despedida, salía por el tren Interoceánico en un viejo pullman, rumbo a Veracruz, escoltado por federales a los que mandaba el fatídicamente célebre general Victoriano Huerta, no sin haber sido tiroteado el tren a la altura de Tepeyahualco, Pue., por un jefecillo revolucionario que había actuado únicamente robando caballos de las haciendas.

Embarcado en el Ipiranga, dejó el general Díaz su país, en el que pocos meses antes era aclamado como un soberano. País que, se pensaba, le faltarían mármoles y bronces para erigirle monumento imperecedero por el prestigio mundial que por tantos años supo darle.

Todavía puse un cable en que daba cuenta de la situación:

Afortunadamente, conjuramos tormenta. Desórdenes se han trocado en júbilo indescriptible. Nuestras felicitaciones.

Me contestaron:

Igual júbilo habrá en todo el país. Aplicase igual remedio a Estados. Arreglado tren, saldremos todos mañana definitivamente. Mandar avisar casa.

Pero el señor De la Barra aun estaba incompleto. Me pidió que pusiera un nuevo mensaje, ya después de protestar, y estando en su casa de la primera de Orizaba. Decía:

Dice De la Barra diga categóricamente nombres de gobernadores definitivos de Sonora, Sinaloa y Chihuahua. También quiere nombres de personas influyentes de las legislaturas, así como de Coahuila, para dirigirse a ellas. Favor precisar llegada.

Este mensaje, que fue dirigido a bordo del ferrocarril procedente de Laredo, ya no tuvo respuesta, cesando yo automáticamente en mis gestiones.

San Francisco, Calif., septiembre 10 de 1929.


***


He transcrito todos los artículos del señor don Manuel Amieva porque los juzgo interesantes desde varios puntos de vista: ellos me recuerdan cosas que había olvidado, contienen algunos telegramas que yo no tengo y dan una idea clara de lo que pasaba en la capital en aquellos días. Dichos artículos me sugieren algunas aclaraciones que también juzgo necesarias.

La primera consiste en decir que los señores Amieva y general Díaz no supieron que yo iniciaba estas negociaciones sin el conocimiento del señor Francisco I. Madero, negociaciones de que se habla en los telegramas respectivos.

En el segundo artículo hay un párrafo que termina así:

Esto lo hice para que usted supiera que aceptaba su comisión.

En verdad, no recuerdo qué comisión encargué a mi buen amigo el señor Amieva, ni la encuentro referida en su primera conferencia con el señor general Díaz, la cual me comunica en su carta de 22 de abril. Sólo hay en ésta una indicación relativa a que, en caso de negociaciones, no se mandara un delegado científico; y dadas mis ideas sobre este particular, creo que bien pudo consistir en esto la comisión.

Las fortificaciones de Ciudad Juárez a que hace referencia el General Díaz en su primera conversación con Amieva, no existían, lo cual prueba hasta qué grado se engañaba al Presidente.

En el cuarto artículo dice Amieva que al leer el general Díaz mis telegramas, en uno de los cuales hablaba yo del cambio completo del gabinete, de acuerdo con la revolución, el Presidente dijo que por gestiones anteriores se había convencido que sólo se cambiarían cuatro ministros para tener él en su gabinete cuatro suyos y cuatro de la revolución.

Estas gestiones anteriores fueron hechas indudablemente por los agentes de Limantour y aceptadas por el jefe de la revolución; pues como se recordará, cuando yo insistía en que se pidiera la renuncia del general Díaz, el señor Madero me decía que no, fundándose en que se nos daban cuatro ministros y catorce gobernadores. Por lo que dice Amieva, se ve también que el general Díaz contaba con seguir en el gobierno, en lo cual había ya convenido el señor Madero; pero lo que ignoraba el primero era que esta combinación tenía por objeto poner después a Limantour como Presidente. Este arreglo lo desbaraté entendiéndome con el general Díaz, y exigiendo al mismo tiempo su renuncia, tanto para evitar futuras combinaciones, como para satisfacer a los revolucionarios armados, que no habrían aceptado a Limantour en la Presidencia. Como se verá más adelante, esto fue el motivo por qué el señor Madero me llamaba traidor cuando hacía su propaganda en favor de la candidatura del señor licenciado Pino Suárez. Pero yo sigo creyendo, fuera de todo resentimiento, que era el señor Madero quien traicionaba a la revolución; y si más tarde l1egó a ocupar la presidencia de la República, fue precisamente por las gestiones que hice en contra de sus propósitos.

En uno de los artículos dice el señor Amieva:

El señor De la Barra esperaba ser Presidente, pero no lo era aún y estaba pendiente de la ayuda que le diera la revolución, y por sU lado, la revolución pedía ayuda al gobierno que derrocaba.

La revolución no pedía ayuda al gobierno que derrocaba: simplemente imponía condiciones para asegurar el triunfo y hacer menos difícil la pacificación o, si se quiere, el asentimiento de los revolucionarios armados para hacer la paz.

Amieva transcribe un cablegrama fechado el 20 de mayo y que comienza así:

Aunque Limantour se opone ...

Este telegrama lo redacté así porque en Ciudad Juárez se había rumorado con insistencia que era el señor Limantour quien se oponía a que fueran nombrados inmediatamente los gobernadores designados, en la esperanza de llegar a un acuerdo con el señor Madero, que fuera favorable a los intereses del señor Limantour; y no porque yo hubiera consultado la opinión de dicho señor.

Dice el señor Amieva que a él y a Rivero también les disgustó el que se propusiera a mi hermano Emilio como ministro de Gobernación; y para fundar su disgusto dice lo siguiente, después de hacer referencia a los artículos publicados en El Tiempo, de que se habló al principio de estas Memorias:

Conocíamos sus costumbres y el estado de sus negocios y todo nos hacía prever que no era hombre para la organización y para ocupar un ministerio ...

Eso de que conocíamos sus costumbres quiere decir que mi hermano las tenía malas en concepto de los señores Amieva y Rivero; y yo, que conocí a estoS señores como médico y como amigo por varios años, puedo asegurar que las costumbres de mi hermano eran tan buenas como las de los señores que las juzgaron malas. En cuanto al estado de sus negocios, en ese tiempo, no era malo, sobre todo si se tiene en cuenta que la pequeña fortuna que poseía no la había heredado, sino que ella era el producto de un trabajo honrado y perseverante. Nada se había robado tampoco; por cuyo motivo no deja de causarme extrañeza lo que a este respecto dice el señor Amieva de mi hermano.

La última observación o aclaración que tengo que hacer se refiere a los telegramas, los que, como dije antes, fueron escritos en un lenguaje convencional mercantil; y al ser puestos en palabras que indican lo que se pensó decir, resulta una diferencia en la forma que les dimos el señor Amieva y yo.

Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezPrimera parte - Capítulo XVIPrimera parte - Capítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha