Índice de Memorias de Francisco Vázquez Gómez | Primera parte - Capítulo XXI | Segunda parte - Capítulo II | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Segunda parte
CAPÍTULO I
EN MÉXICO. MIS PRIMEROS TRABAJOS EN EL MINISTERIO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA. LLEGADA DEL SEÑOR MADERO. DON GUSTAVO MADERO PERSISTE EN SU LABOR.
Al día siguiente de nuestra llegada a la ciudad de México, nos hicimos cargo, tanto mi hermano como yo, de las Secretarías de Gobernación e Instrucción Pública y Bellas Artes, respectivamente. Mi trabajo en esta Secretaría se dirigió desde luego a su reorganización, pues había muchos empleados que nada hacían; otros, aunque empleados de esa Secretaría, estaban comisionados en otras partes. Recuerdo que en la biblioteca del Ministerio, que contaba con doscientos volúmenes, más o menos, había de planta un bibliotecario primero, un segundo, un supernumerario y un meritorio, que Dunca iban a la biblioteca.
Encontré también la mala costumbre de que cada jefe ie sección se entendía con sus respectivos gastos, lo cual, como es de suponerse, se prestaba a muchos abusos, que corregí en seguida, creando lo que llamé Sección Administrativa, por la cual tenía que pasar todo lo que era erogación en el Ministerio, no sólo revisando las cuentas, sino averiguando si era justo el precio que se cobraba y si realmente se habían recibido los objetos. Entiendo que yo fuí el primero en crear una sección administrativa en las dependencias del gobierno.
En la provisión de material escolar también encontré algunos abusos, porque se pagaba más de lo que valían los objetos. Para remediar este mal fundé unos almacenes de material escolar bajo el control de la Sección Administrativa, la cual hacía las compras, y a dicho almacén hacían sus pedidos las diferentes escuelas.
Un día, y ya bien entrada la mañana, se me presentó en el Ministerio una comisión de indígenas de San Juan Teotihuacán, y con su manera muy especial de expresar las cosas, me dijeron:
- Señor, como ahora dicen que se hace justicia a los pobres, venimos a que se nos haga justicia.
- ¿De qué se trata? -pregunté.
- Señor -continuó el que la hacía de jefe-, nosotros teníamos unos terrenitos en San Juan Teotihuacán, cerca de las pirámides: unos tenían magueyitos, otros no, pero allí sembrábamos y en uno había una noria. Para arreglar lo de las pirámides nos los quitaron y no nos los han pagado.
- Pero, ¿qué eso es verdad? -pregunté.
- Sí, señor -dijeron todos a la vez-, puede usted mandar averiguar.
Tomé los nombres de los de la comisión y les dije:
- Se les hará justicia, estén ustedes seguros. Voy a averiguar lo que hay en esto y se les llamará.
Inútil que yo me ponga a hacer reflexiones sobre la impresión que me causaron aquellos hombres, casi harapientos que venían a pedir justicia a la revolución, sobre todo si se tiene en cuenta que yo pasé los años de mi niñez en las mismas condiciones que aquellos pobres.
Bajo esta impresión, llamé al señor Darío Rubio, jefe de la Sección Administrativa, y le encargué que buscara el expediente de este negocio y viera si se habían pagado aquellas tierras. De la investigación resultó que aquellos hombres tenían razón. Acto continuo, ordené al abogado del Ministerio, licenciado Antonio Norma, fuera a San Juan Teotihuacán a hacer una averiguación judicial. De ésta se formó un expediente en el cual se hicieron constar las declaraciones de varios testigos, entre los cuales figuraron sobrestante, materialistas, maestro de obras, albañiles, etc., de las obras que se habían ejecutado en aquel lugar, como un hotel con sus dependencias y otras cosas; pero el hotel estaba a nombre de una señora amiga del señor don Leopoldo Batres, inspector de monumentos arqueológicos; y no sólo eso, sino que con materiales y obreros pagados por la nación se había reconstruído una gran casa en la calle del Alamo, propiedad del mismo señor inspector.
Visto el expediente, indiqué al licenciado Norma que, en lo particular, consultara con el procurador general de la República, señor licenciado Manuel Castelazo Fuentes, para saber si, en su concepto, se podía proceder en contra de quienes resultaran culpables. La opinión del señor procurador fue en sentido afirmativo, por cuya razón presenté el asunto al señor Presidente de la República, licenciado don Francisco León de la Barra. Este señor, después de haberme oído y de haber hojeado el expediente, me dijo:
- No, señor ministro, si esto se hace público se producirá un escándalo y eso no estará bien.
A lo que repuse que no debía importarnos el escándalo, porque se trataba de averiguar la verdad; y viendo la insistencia del señor Presidente para que no se consignara el asunto a los tribunales, acabé por decirle que yo no podía dejar de ordenar una averiguación, con tanta mayor razón cuanto que ya se hablaba en público de algunos detalles de este asunto, y que si nada se iniciaba, dirían algunos que me habían pagado porque me quedara callado, y yo, por ningún motivo, daría lugar a estas sospechas. Viendo mi actitud resuelta el señor Presidente, me dijo que lo consultara con el procurador general, cuya opinión ya conocía yo, según he dicho antes. En consecuencia, la consignación se hizo en toda forma.
Dos días después, en la tarde, se presentó en mi despacho del Ministerio el señor don Leopoldo Batres, suplicándome que se suspendiera todo procedimiento, a lo cual no accedí, como le dije, porque se trataba de intereses de la nación y no particulares míos; porque si yo desistía de aclarar las cosas, los enemigos políticos, que ya empezaban a surgir de los grupos maderistas, dirían que me habían comprado, y por último, que esa averiguación le ofrecía una buena oportunidad para vindicarse y desmentir lo que en forma solapada se le había venido imputando desde hacía tiempo. El señor Batres se retiró bastante contrariado por mi actitud y esa misma noche, según supe después, salió para Veracruz, embarcándose al día siguiente para Europa, de donde no regresó sino hasta en la época del gobierno de don Venustiano Carranza. A mi regreso de los Estados Unidos, en 1923, supe que dicho gobierno del señor Carranza. había pagado al señor Batres la suma de diez y siete mil pesos por el hotel que había sido construído con dinero de la nación y en terrenos de que fueron despojados unos pobres indios. Habiendo yo salido del Ministerio poco después de la entrevista con el señor Batres, no supe cómo se arregló al fin este asunto, en lo que se refiere a los despojados.
No continúo refiriendo otros muchos hechos por el estilo, porque no es mi objeto hacer una relación de cómo andaban las cosas en aquel tiempo. Mi objeto es señalar estas pequeñeces, porque ellas dieron origen a que los comprometidos o resentidos por mi manera de obrar, se sumaran a mis enemigos'políticos, que por servilismo o por interés personal, comenzaban a surgir, no del campo revolucionario, sino del maderismo y antiguo régimen; pues como veremos más adelante, la revolución de principios se transformó en movimiento personalista, es decir, maderista, dando esto origen a todo lo que sobrevino después. Tampoco es mi objeto pretender arrojar responsabilidades sobre determinadas personas y muchísimo menos sobre el ministro, señor licenciado don Justo Sierra, mi maestro, cliente y amigo; pues él no sólo brillaba por su talento, ilustración y cultura, sino también por su extremada bondad y, sobre todas las cosas, por su honradez verdaderamente ejemplar.
Para que se vea cómo los maderistas juzgaban los actos de los Vázquez Gómez en aquel tiempo, voy a referir uno que dió motivo a censuras. Mi hermano Emilio y yo, poco después de habernos hecho cargo de los Ministerios de Gobernación e Instrucción Pública, hicimos visitas de cortesía a los ministros caídos que habían sido nuestros amigos. El primero a quien visité fue a don Justo Sierra; y cuando este hombre me vió, no pudo contener su emoción, se arrojó en mis brazos y aun no pudo contener algunas lágrimas.
- Maestro -le dije- vengo a saludarlo con el afecto de siempre, y a presentarle mis respetos.
Después visité a mi antiguo cliente y amigo, general Manuel González Cosío, quien, como el maestro Sierra, tuvo la cortesía de corresponder mi visita.
Esta nuestra conducta dió motivo a censuras de parte de algunos maderistas, llamándonos reaccionarios, epíteto que después se ha utilizado en grande.
Después de esta digresión, vuelvo a relatar los acontecimientos políticos, que son los más importantes para el objeto de estas Memorias.
El 7 de junio, muy temprano, me dirigí a tomar el tren para ir a encontrar al señor Madero hasta Huehuetoca. Tan luego como los del grupo abordamos el carro en que viajaba el jefe de la revolución, éste me llevó a un gabinete. En seguida me pidió que le informara cómo veía yo la situación en la capital, reduciéndose mi respuesta a las siguientes palabras:
- Tenemos la opinión en la palma de la mano: todo es cuestión de dirigirla con inteligencia y tacto.
Seguimos hablando de asuntos secundarios, y al llegar a la Estación de Colonia nos despedimos, yéndome yo en seguida al Ministerio.
Durante los primeros días que siguieron, no fuí a visitar al señor Madero por no quitarle el tiempo, que tanto necesitaba para recibir las numerosísimas felicitaciones de que era objeto, no sólo por parte de individuos particulares y comisiones, sino también de algunas organizaciones políticas. Entre éstas hubo una en que figuraba el señor Amador Lozano, quien demostró después ser un político oportunista, que fue a ofrecer al señor Madero sus trabajos en favor de su candidatura presidencial y a favor mío para la Vicepresidencia. En esta especie de ceremonia estuvo presente el señor Gustavo Madero, quien al terminar los ofrecimientos, se llevó aparte a Lozano y le dijo:
- El doctor Vázquez Gómez no es el candidato para Vicepresidente; es el licenciado Pino Suárez; así es que vete con cuidado.
En la tarde del mismo día el señor Lozano vino a referirme lo acontecido, lo que, en verdad, no me causó sorpresa ni tampoco contrariedad. No lo primero, porque se había sabido ya en Ciudad Juárez que, disgustado por mis gestiones para eliminar a Limantour, Gustavo Madero había dicho:
- Este indio no será Vicepresidente.
Tampoco lo segundo, porque yo no había entrado a la revolución por conquistar un puesto político, sino porque fueran una realidad las ideas revolucionarias. Desde entonces comenzaron a reunirse los elementos que formaron más tarde el Partido Constitucional Progresista, donde dominaron los hombres que habían pertenecido al antiguo régimen, especialmente aquellos que de un modo u otro habían estado ligados con los científicos.
Por de pronto, no tomé determinación alguna, porque no quise dejarme llevar por las primeras noticias, que bien podían no ser ciertas; pero un poco más tarde, a fines de junio, cuando apenas hacía un mes que habíamos tomado posesión los nuevos ministros, me dijo el señor Madero una mañana que fuí a visitarlo a Tacubaya, donde vivía en aquellos días:
El señor Presidente De la Barra me ha dicho que no está contento con el licenciado Vázquez, hermano de usted, en el Ministerio de Gobernación: le atribuye ideas que casi son disolventes y que son inconvenientes para el gobierno. Por este motivo desea, y así me lo ha pedido, que se separe del Ministerio y yo he convenido en que tiene razón y quiero que usted se lo diga al licenciado.
Todo esto me reveló el fondo de la intriga, me hizo dar crédito a la noticia que me comunicó Lozano y me llevó a pensar que tenía yo que emprender otra lucha como la sostenida en las negociaciones de Ciudad Juárez. Pero por de pronto me limité a preguntar al señor Madero:
- ¿Y en qué consisten, cuáles son esas ideas disolventes?
Parece que el señor Madero no esperaba esta pregunta, porque de pronto no supo qué contestar. Al fin me dijo:
El señor De la Barra no me ha precisado los hechos, pero yo creo que es mejor que renuncie su hermano, porque así se lo he ofrecido al señor Presidente que lo haría.
- Bueno -dije al señor Madero-, en este caso yo también renunciaré y recibirán juntas las dos renuncias.
- No -repuso el señor Madero- usted no debe renunciar; en ese caso voy a volver a hablar con el Presidente y veremos qué puede hacerse.
De esta manera detuve, por de pronto, la separación de mi hermano del gabinete.
Por mi parte, observaba cuando iba al acuerdo o a las juntas de ministros, que los elementos científicos y algunos miembros connotados del partido católico visitaban con frecuencia al señor De la Barra, y la suposición natural era de que iban a tratar asuntos políticos que no podían ser favorables a los intereses de la revolución.
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