Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo IISegunda parte - Capítulo IVBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

CAPÍTULO III

SUCESOS SANGRIENTOS DE PUEBLA.


Decepcionado con la contestación del señor Madero en lo relativo a la renuncia del señor De la Barra, me ocupé en averiguar el origen y objeto del choque armado entre revolucionarios y federales, ocurrido la noche del día 12 de julio, lo cual no carecía de dificultades, debido a que las fuerzas revolucionarias estaban en los alrededores de Puebla y los federales ocupaban esta ciudad; y como era natural, no podía tomar informes con ellos. Sin embargo, comisioné a una persona para que, valiéndose de otra de toda su confianza, averiguara el porqué y el propósito del choque, pues como dije antes, me llamaba la atención que éste hubiera ocurrido precisamente la noche en que el señor Madero debía llegar a Puebla. Como sucede siempre en estos casos, en que hay mucha excitación, recogí versiones más o menos exageradas. Según unas, el choque había sido impreparado y accidental, debido a que ambas fuerzas estaban acuarteladas muy cerca unas de otras; según otras, que había premeditación y que se trataba de dar el golpe a la revolución, haciéndonos desaparecer al señor Madero y a mí; y que si el golpe fracasó fue debido a que ni uno ni otro, por motivos distintos, llegamos ese día al lugar de los acontecimientos; y por último, que se trataba simplemente de un acto de resentimiento de los federales que no estaban conformes con la derrota sufrida, y querían vengarse.

Uno de los comisionados me entregó el informe siguiente. Conservo su redacción especial.

Puebla, julio de 1911.
Al C. jefe de la zona de Puebla.
General Agustín del Pozo.

Tengo la honra de comunicar a usted que de las investigaciones que hice respecto del complot que tantas veces comuniqué, pues hoy certifico mis anteriores comunicaciones, etc.

I. Me entrevisté con el padre cura señor Francisco Esparza que vive en la calle Eduardo Tamariz N° 12, quien me dijo que el día 12 del presente y a las 10 a. m. estaba en el cuartel del Carmen hablando con el teniente coronel Raúl Bretón, que le dijo que a la noche tendríamos batalla y que no saliera a la calle; así que los hechos estaban con premeditación.
II. Los que hiecieron fuego sobre la plaza de toros (allí estaban acuarteladas las fuerzas revolucionarias) fueron los señores Mariano Martínez, Mauro Huerta, Carlos Martínez, que salieron del cuartel en coche, vestidos de kaki, imitando a nuestra tropa; y como fueren a hacer el principio, fuí por las alturas de la contraesquina de la plaza de toros y de ahí vino todo lo que sucedió. Los nombres de los complicados son los siguientes: Gaudencio de la Llave, Javier Rojas, Carlos Martínez, Blanquet, Raúl Bretón (muerto) Mariano Martínez, Mauro Huerta, Primo Huerta y general Valle.

Para ratificar lo que me honro en comunicarle, con el presente escrito, está dispuesto el padre Francisco Esparza a llegar a la presencia de usted.

El capitán primero de Estado Mayor,
Julio Olivio.
Rúbrica.

De otra relación que recibí sobre el mismo asunto, tomo los siguientes párrafos:

No había pasado un mes del arreglo de paz, en Ciudad Juárez, cuando ya se rumoraba que los federales se preparaban para atacar a los maderistas. Estos rumores se hacían cada vez más intensos y generales, lo que les daba el carácter de ser ciertos. Por fin llegó el 12; el alboroto fue inusitado y en la ciudad se notaba contento y alegría: no se hablaba de otra cosa que de los preparativos para recibir a los señores Madero y Vázquez Gómez y sus acompañantes; pues con este motivo se formaron comisiones que fueron hasta Apizaco a recibirlos.

A las siete horas de la noche se tuvo conocimiento, por persona de honorabilidad reconocida, no sólo en esta ciudad, sino hasta en la capital metropolitana, que en la casa del general Gaudencio de la Llave estaban reunidos con el dueño de ella, el coronel Aureliano Blanquet, Primo y Mauro Huerta, Mariano y Marco Antonio Martínez, hijos de Mucio Martínez, Agustín Bretón y algunos otros, para atacar a los maderistas, tramándose la infamia de hacer a éstos responsables de los desórdenes que se iban a cometer esa noche.

El señor Madero llegó en las primeras horas de la mañana del día 13, el cual, al informarse de los acontecimientos relativos, con toda violencia culpó de ellos a los maderistas llamándoles bandidos, calificativo que causó profundísimo disgusto a los que con tanto cariño y sacrificio defendían la causa que abrazaron con desinterés y lealtad. ¿Qué fue lo que determinó al señor Madero a expresarse en esa forma de los suyos? ¿Intriga o ligereza?

El señor Madero, entregado a los agasajos que recibiera, se olvidó de las víctimas que quedaron abandonadas en el lugar en que perecieron. Pasadas muchos horas recogieron los cadáveres y los amontonaron en el Panteón del Agua Azul, sin darles sepultura; entre ellos estaba el de Raimundo Rivera: entonces los familiares de éste, con toda energía increparon al gobernador, diciéndole que diera la orden para recoger el cadáver, pues de lo contrario se dirigirían al señor Madero para reprocharle su ingratitud; pues mientras él estaba satisfecho por los honores y banquetes que recibía, los familiares de todos los muertos no podían ya ni identificar a los suyos por la descomposición en que se encontraban, ni podían recogerlos porque nadie de las autoridades correspondientes, que por humanidad y obligación debían hacerlo en el tiempo en que la ley, higiene y moralidad ordenan hacerlo ...

No así el presidente de la Junta Revolucionaria y los componentes de ésta: hacían todo esfuerzo y desesperaban ante la indiferencia de quienes debían poner fin a este tétrico espectáculo. De esta misma junta fue una comisión a ver al señor doctor Francisco Vázquez Gómez, y tan luego como tuvo conocimiento del asunto, dió para las cajas mortuorias, diciéndoles que se compraran para todos y que le llevaran la factura para pagar el importe. Este rasgo, que puso en clarísima evidencia su ser moral, levantó en todos los conocedores de este proceder muy digno de quien es, un profundo respeto y gratitud.

Después de la frase que profirió el señor Madero y que tanto disgustó a todos, dió un abrazo al coronel Blanquet, deseoso, sin duda, aun de evitar en adelante otro atentado y hacer la paz definitiva con los federales; loable idea, pero en esos momentos resultó improcedente ...

De todo lo narrado pueden dar fe, porque todavía viven, la señorita profesora Paulina Maraver, la entonces señorita profesora Ignacia Vázquez, la señora Felipa Rivera y los hermanos Nemorio y María Reyes, y otras más.

Los señores Guillermo y Gustavo Gaona Salazar, fueron miembros de la Junta Revolucionaria de Puebla en 1910 y 1911. Ellos tuvieron mucho que ver, en lo relativo a los sucesos sangrientos del 12 de julio del mismo año de 1911, y por este motivo, les supliqué me dieran algunos informes de lo que les conste.

Copio en seguida su relación, porque contiene datos muy importantes.

S. C., Caridad 42, a 7 de noviembre de 1930.
Señor doctor Francisco Vázquez Gómez.
Elíseo 20.
Ciudad.

Muy respetable y fino amigo:

En respuesta a las interpelaciones de usted, relacionadas con los sucesos sangrientos del 12 y 13 de julio del año de 1911, desarrollados en la Angelópolis, hemos formulado la respuesta con la denominación que a la letra dice: Sucesos sangrientos registrados en Puebla de Zaragoza la noche del 12 al 13 de julio, los autores de ellos y sus resultados inmediatos, que adjuntamos a la presente carta.

Al contestar a usted sus preguntas, hemos tenido en cuenta que su libro será una de las fuentes de la Historia; y por esta razón, apartándonos de afectos personales, de odios y rencores, hemos vaciado toda la verdad de lo acaecido durante la noche del 12 al 13 de julio, que nos ocupa.

A usted le consta: abrazamos con sincero ardimiento la bandera antirreeleccionista: que verificada la Convención en el Tívoli del Elíseo el 15 de abril de 1910, fuimOs devotos de la fórmula Madero-Vázquez Gómez, y arrOstrando peligros y sacrificando nuestro bienestar, seguimos al señor Francisco I. Madero en su jira al Estado de Veracruz, prestando nuestros servicios después al Centro Antirreeleccionista de México en esta capital; que el primero de los firmantes, siguió al señor Madero a San Luis Potosí durante su cautiverio, ciudad a la que llegó Aquiles Serdán, para poner en práctica un plan que tenía por objeto libertar a nuestro candidato, hecho que no se verificó, porque así lo dispuso el prisionero.

Sin embargo, rindiendo culto a la verdad y sólo a ella, formulamos la respuesta con el único fin de servirla.

Sin otro asunto, suplicamos a usted nos dispense que la contestación no haya sido inmediata, y nos es grato suscribimos de usted, como siempre, sus atentos amigos y Ss. Ss.

Dr. Guillermo Gaona Salazar.
Ing. Gustavo Gaona Salazar.
Rúbricas.

A fin de ilustrar a los lectores de sus Memorias, sobre la génesis del movimiento democrático en los Estados de Puebla y Tlaxcala, hacemos una síntesis que estimamos necesaria, teniendo en consideración que la agrupación formada por Aquiles Serdán llevó a cabo la campaña democrática y, después, el 18 de noviembre de 1910, la página más gloriosa de la Revolución.

Cuando aun el reyismo dominaba las conciencias burocráticas, un día aparecieron unos avisos fijados en los muros de las calles, que tenían como título no permanezcáis más de rodillas. En ellos se invitaba a los ciudadanos de corazón bien puesto, a instalar un club antirreeleccionista: la reunión tendría lugar en la casa número 17 de la calle de la Capomla, en una vivienda interior, el 18 de julio de 1909 a las cinco de la tarde; Aquiles Serdán firmaba la convocatoria como delegado del Centro Antirreeleccionista de México. Muchos fueron los ciudadanos que estuvieron puntuales a la cita, la mayor parte de ellos zapateros, obreros y pequeños comerciantes; pero al darse cuenta de que allí se encontraban agentes de la secreta, se retiraban bajo cualquier pretexto, por lo que en lugar de aumentar el nÚmero de concurrentes, fue disminuyendo al grado que llegó el momento en que los policías de la reservada estaban en mayor número que nosotros, que sólo éramos ocho, los que estábamos resueltos a ir a la cárcel. En estas condiciones, Aquiles tomó con los presentes la resolución dc instalar el club, aunque para ello la mesa directiva, que se iba a nombrar, no estuviera completa, pues era vano seguir esperando más personas, porque la presencia de los policías las ahuyentaba: por lo que se abrió la sesión, resultando electo para presidente Aquiles Serdán, ocupando los demás puestos de la directiva los señores Francisco Panganiva, Francisco Arroyo, Sixto Vázquez, Samuel A. Solís, Rafael Rosete, los que esto escriben, estudiantes del colegio del Estado y Rafael Torres, dueño del taller de carpintería en que se efectuó la junta. Propuso Panganiva que el club se denominara Luz y Progreso. En esta forma se inició la alborada democrática en el Estado de Puebla; mas como Aquiles fuera un hombre de cualidades cívicas excepcionales, con valor que rayaba en temeridad, y ser un fanático de los ideales de redención del pueblo mexicano, pronto la acción del club Luz y Progreso, sin tener el carácter de matriz local, estuvo desde un principio en primera línea y llegó a tener más de 90 agrupaciones adherentes en el Estado, llegando a extender su radio de acción al de Tlaxcala; por esta causa las persecuciones se desataron desde luego sobre el grupo serdanista, siendo Aquiles la primera víctima del martinismo, el 14 de septiembre del mismo año, en que estuvo a punto de ser asesinado en su propio domicilio.

El club Luz y Progreso que era combatido por la dictadura, que perseguía, encarcelaba y deportaba a Quintana Roo a sus socios, no era abatido, sus miembros no dejaban de hacer propaganda, sus sesiones no se suspendían, su periódico seguía publicándose; en una palabra, logró una perfecta organización en el partido. Este club envió a la gloriosa convención del 15 de abril de 1910, que se celebró en el Tívoli del Elíseo, de esta capital, una delegación tan fuerte que trajo la representación de unos cuarenta y cinco mil ciudadanos, poblanos y tlaxcaltecas.

Dada la organización que había alcanzado el partido, para nosotros fue fácil ponernos en comunicación con los correligionarios, mandándoles emisarios, para que concurrieran a saludar al señor Madero a su llegada a Puebla, ya como candidato.

No obstante haber sido derrotada la revolución de 1910 en los tratados de Ciudad Juárez, el pueblo se creía triunfante; el alboroto era indescriptible, y con este motivo se invitó al señor don Francisco I. Madero a hacer una visita a Puebla, lugar en que se había derramado la primera sangre sosteniendo el Plan de San Luis Potosí.

Al iniciarse los trabajos para organizar la recepción a nuestro caudillo, supimos rumores alarmantes en el sentido de que se tramaba un atentado en contra de él, y que era fraguado por los privilegiados de la caída administración. Siendo tan numerosas las noticias que recibían, tanto los firmantes, como los miembros de los clubs antirreeleccionistas, determinamos venir a esta capital con el fin de avisarle al señor Madero lo que se decía, y para suplicarle nos precisara la fecha de su llegada.

Entrevistamos al candidato presidencial en la casa número 21 de la calle de Berlín, contándole los decires populares de la Angelópolis; pero él, con optimismo, nos contestó:

No muchachos, no crean nada, nuestros enemigos, son hoy nuestros mejores amigos ...

El señor Madero se refería a los vencidos, a quienes comenzaba a estimar más que a sus correligionarios. En vista de su respuesta, ya sólo nos concretamos a interrogarle el día que había fijado para visitar Puebla, y al contestar que el 13 de julio, después de estar en Tlaxcala, regresamos a continuar los preparativos para recibirlo.

En todas las clases sociales era tanto el regocijo, que los individuos que en otras épocas formaban la camarilla de don Mucio, se organizaban rápidamente en agrupaciones maderistas, luciendo muchos de ellos sin pudor, la indumentaria revolucionaria. Agustín del Pozo, que en el mes de mayo de 1910 se negó a colaborar para recibir al candidato, hoy, por arte de magia, el mismo señor Madero nos lo había impuesto como general en jefe de las fuerzas insurgentes en el Estado, hecho que originó sumo descontento en las filas libertarias, por ser notorio que Del Pozo, no sólo era enemigo de la causa, tomando posesión de su cargo, después de firmados los tratados de Ciudad Juárez. Sin embargo, en obsequio al supremo jefe, todos callamos y preparamos el recibimiento.

Así las cosas, el general poblano Abraham Martínez que había militado con el general Francisco A. Gracias en la Brigada Oriente y después con el general Emiliano Zapata, ordenó inopinadamente la mañana dd 19 de julio numerosas aprehensiones, que llevaron a cabo los miembros de su estado mayor, siendo capturados los señores doctor Emilio Bonilla, profesor Enrique Orozco, diputados al Congreso del Estado; don Carlos A. Martínez Peregrina, hijo mayor del ex gobernador Mucio P. Martínez y diputado al Congreso de la Unión; Mucio Cabrera, caballerango del mismo; Sabino Moreno, hacendado de Tecali; Abel Vélez, Aurelio Zaragoza, barrilete del licenciado y diputado Eduardo Mestre y Chigliazza, yerno de don Mucio, que gozaba de gran influencia; Javier Córdova, ex jefe político de Tehuacán en el gobierno martinista; Herlindo Lezama, hacendado y cacique de Molcajac; el coronel Mauro Huerta, ex jefe del batallón Zaragoza, que en unión del teniente coronel Reynaldo Lecuona, se distinguieron atacando al puñado de valientes que encabezaron los hermanos Aquiles, Máximo y Carmen Serdán en la épica jornada de la calle de Santa Clara, según los partes oficiales; Severo Vite, empleado en la Sección de Seguridad Pública; Modesto Hernández, Faustino Quiroz, Arturo Rojas, Domingo Galván, Manuel Salazar, Vicente Popoca, ex jefe político de Izúcar de Matamoros y autor material de la matanza de Tehuitzingo, y la señora Angela Conchillos, dueña de un burdel, amante de Miguel Cabrera, muerto en la morada de Aquiles Serdán el 18 de noviembre de 1910. Debiendo advertir que el general Abraham Martínez, jefe del estado mayor del general E. Zapata, antes de proceder a las aprehensiones, envió a esta metrópoli al capitán ayudante Gabriel P. Soto con una carta, para entregarla al licenciado Emilio Vázquez, comunicándole la conspiración que se tramaba en contra del caudillo; pero el licenciado Vázquez sólo se concretó a leerla y por toda respuesta dijo:

- Diga usted al general que obre con toda prudencia.

Lo que comunicó al general Martínez, quien supo por los datos recogidos que el atentado se llevaría a cabo durante la recepción que se hiciera al visitante, arrojándole a su paso por la calle de Cholula, una bomba de dinamita; hecho que quedó casi dilucidado, porque al catear la casa esquina de las calles de Cholula y Molina, se encontraron huellas de que allí habían estado almacenadas bombas, mechas y cartuchos, lo que corroboraron algunos testigos. Por otra parte, públicos habían sido los amores de Miguel Cabrera y Angela Conchillos, y de todos eran conocidas las constantes bravatas que ésta lanzaba por la muerte de su amante, que a toda costa quería vengar; por lo que se le vigiló y después se aprehendió, sabiéndose que ella tomaba parte muy activa con los conjurados, y sugería la idea de asesinar al señor Madero obsequiándole un ramo de flores que llevaría oculta una bomba de dinamita.

Como era natural, estas aprehensiones produjeron una gran sensación y un gusto desbordante; por doquiera se aplaudía la actitud del jefe de estado mayor del general Zapata; el pueblo se agolpaba en las afueras del Hotel Francia en que se alojaba, y le pedía que fueran pasados por las armas; otro tanto sucedía en los alrededores de la plaza de toros, lugar en que se encontraban detenidos los martinistas aprehendidos bajo la custodia del general Benigno Centeno, que hacía grandes esfuerzos para evitar que el pueblo se hiciera justicia por su propia mano.

Nadie puede negar que la administración martinista fue unánimemente odiada; su gobierno lo constituía un grupo de encomenderos que conforme a su voluntad disponía de los ciudadanos, asesinando a los que le convenía y enganchando a otros para venderlos a los grandes terratenientes, a cien pesos por cabeza, encerrándolos en la comisaría de La Merced, de donde eran sacados diariamente custodiados por la policía, para llevarlos al Valle Nacional, donde todos sucumbían, debido a los trabajos excesivos a que eran rledicados, a la mala alimentación, al clima insalubre y al maltrato de los capataces. En esta nefasta administración, sólo privaban el despotismo, la arbitrariedad, el monopolio, el exclusivismo en los puestos públicos y el nepotismo; porque habían hecho del Estado un feudo en que eran amos y señores el gobernador, los diputados, los jefes políticos y la policía, que no tenía otra misión que la de vigilar las cuerdas que eran remitidas al Valle Nacional, de los latifundistas españoles, y la de asesinar a mansalva a los ciudadanos que tenían el valor civil de criticar la administración.

Con motivo de las aprehensiones, el Congreso local pidió garantías al Presidente de la República, Francisco León de la Barra, quien por conducto del ministro de Gobernación, licenciado Emilio Vázquez, ordenó al Ejecutivo poblano se pusiera en inmediata libertad al diputado federal Carlos Martínez Peregrina y fueran traídos a México los demás prisioneros, a cuyo efecto el mismo gobernador Cañete presentó al jefe Abraham Martínez la orden telegráfica, que no acató, diciendo que era falsa, comenzando los soldados revolucionarios y el pueblo que allí se había reunido a reírse y a silbarle al gobernador, por lo que tuvo que retirarse sin conseguir su objeto; y sobre la orden terminante del Ejecutivo federal, el general Martínez dispuso que se buscara al dedo chiquito de don Mucio, diputado Jesús García, siendo cateados su rancho El Batán y su habitación, así como las casas de los señores general Mucio P. Martínez, diputado Miguel Muñoz y el Montepío de Valeri, quien fue aprehendido. Declaró por la prensa el Ejecutivo de la nación:

Ya telegrafié al señor gobernador del Estado y por conducto de Gobernación a las autoridades correspondientes, en términos precisos y enérgicos, a fin de que pongan inmediato remedio al atentado de que se trata. Pido también que se haga la averiguación legal correspondiente, con el objeto de que sean castigados los que resulten culpables. Deseo firmemente sean respetadas las garantías individuales, y que se repriman y castiguen con toda energía los atropellos todos que se cometan. (Se refería a las aprehensiones).

Por fin, después de tantas gestiones, el gobernador interino logró la libertad del diputado Carlos Martínez Peregrina, y los demás detenidos fueron traídos a esta ciudad, en la que, después de breve entrevista con el licenciado Emilio Vázquez, fueron puestos en absoluta libertad, diciéndoles:

Que debido a los muchos rumores de que estallase un complot en contra del señor Madero, fueron tratados como lo fueron; que todo se debía a demasiado celo de los maderistas, etc., etc.

Y les prometió darles pases de ferrocarril y salvoconductos.

Mientras esto pasaba, se acercaba el día doce del mismo mes, que estaba llamado a ser de grandes acontecimientos; porque en esta fecha recorrió las calles una manifestación organizada por los señores Benito Rousset, Benito H. Pacheco, ingeniero Francisco Dworak y el doctor Rodolfo Guerrero, que pedían la renuncia de los diputados locales, para lo que no tuvieron ninguna representación los manifestantes, según declaró el licenciado Cañete, diciendo:

Creo que todos los concurrentes a la junta que convocaré, opinarán porque siga la Legislatura actual, pues los presidentes de las agrupaciones políticas que asistan, traerán la mayoría de la representación de los diputados; así lo quieren, lo mismo que multitud de personas honorables que pueden reputarse como verdaderos directores de la opinión pública. Los disidentes son oposicionistas recalcitrantes y mañana pasaré circular a todos los clubs políticos, invitándoles para que se reúnan y yo presidiré la junta.

La actitud del gobernador Cañete no estuvo de acuerdo con su origen revolucionario, supuesto que en una junta verificada en una barranca de Xonacayucan, distrito de Atlixco, convocada por el brigadier Francisco A. Gracia y a la que asistió la mayoría de los principales jefes insurgentes: Ireneo Vázquez, Rosalío Chépero, Ramón Huerta, Rómulo García Guevara, Francisco Díaz, Andrés Cozalt, Manuel Sánchez, Fausto Rojas, Bernardo Cobos, Emilio Santamaría, doctor Antonio F. Sebada, Francisco R. Díaz, Carlos Leal Carpinteyro y otros cuyos nombres no recordamos, el voto de los concurrentes se inclinó en favor del señor Cañete, resultando propuesto gobernador interino del Estado de Puebla, debido a que Aquiles Serdán, en una reunión revolucionaria, opinó que tal letrado podía ser un buen gobernante, participando 'del mismo criterio Carmelita, su hermana, quizá por acatar la recomendación de Aquiles, comunicándose tal propuesta al señor Madero; pero los que esto escriben no opinaron igual, porque el licenciado Cañete, aunque era una persona de nuestro afecto, por ser padrino, no le reconocíamos servicio alguno prestado a la causa popular, y sí nos parecía que debía ocupar este puesto el licenciado Felipe Contreras, que había unido su suerte a la de los antirreeleccionistas, durante la manifestación monstruo efectuada en el mes de mayo de 1910, organizada por el club Luz y Progreso y adherentes, en honor del señor Madero, en su primera visita como candidato; pues al pasar por su casa, sita en las calles del Hospicio, a indicación de los suscritos, dirigió la palabra en vibrantes términos a los manifestantes, lo que le ocasionó serios disgustos con el gobierno de Mucio P. Martínez; haciendo notar que sólo este jurisconsulto fue el único que aceptó la defensa de Aquiles Serdán cuando fue encarcelado el mes de septiembre de 1909, por haber desarmado la tarde del 14 de dicho mes a un grupo de policías, que trataban de aprehenderlo y asesinarlo en su propia casa; porque el primer abogado que entrevistaron los representantes del club Luz y Progreso, para que se hiciera cargo de la defensa de su presidente Aquiles, que fue el señor Francisco Béiztegui, que tenía gran influencia en las esferas oficiales, manifestó que aceptaba el cargo, siempre que el detenido ofreciera bajo su palabra de honor no mezclarse más en política; pero como Serdán, dadas sus convicciones y temperamento, no aceptó esa condición denigrante, ocurrimos al señor licenciado Rafael P. Cañete, quien no aceptó. Por lo que nos vimos precisados, a indicación de los hermanos Benito, Guillermo y Antonio Rousset, a ver al señor licenciado Felipe T. Contreras, quien desde luego asintió, manifestándonos que sólo nos pedía un plazo de 48 horas para renunciar unos cargos que desempeñaba en el gobierno del Estado, a fin de evitar suspicacias, que pudieran surgir al defender a Aquiles, advirtiéndonos que, como simpatizador que era de la causa no nos cobraría un solo centavo.

Por todo lo expuesto se ve, que la actuación del gobernador Cañete, en los hechos que llevamos narrados, no se justificaba, máxime cuando no partió de los revolucionarios la agresión nocturna del 12 de julio, como veremos. La efervescencia no cesaba, y la situación de la Legislatura poblana se hacía a cada momento más difícil, por lo que el licenciado y diputado local Juan Crisóstomo Bonilla, prominente personaje de la caduca administración, sugirió al gobernador del Estado, la idea de convocar a una junta a todos los comerciantes, banqueros, industriales, capitalistas y a los elementos principales de Puebla, para pedirles su opinión sobre si debía funcionar o no tal legislatura, cuyos miembros estaban dispuestos a renunciar inmediatamente. El licenciado Cañete aceptó la idea con el agregado de que llamaría también a las directivas de los clubs, por representar éstos a la clase media. Como resultado de la manifestación, presentaron sus renuncias los diputados, licenciados Leopoldo Sánchez Cima, Benjamín del Callejo, Miguel Jiménez Labora, Joaquín Valdés Caraveo; los profesores Manuel Lobato y Luis Casarrubias Ibarra, así como Lino Castillo; pero no aceptó la Cámara sus dimisiones. No renunciaron los diputados, licenciados Eduardo Mestre y Chigliazza, Juan Crisóstomo Bonilla, Ernesto Solís, los médicos Enrique Bonilla y Miguel A. Salas, presidente del Congreso; profesor Enrique Orozco, Jesús García, Miguel Muñoz y otros cuyos nombres no recordamos.

El día 12 todo el público opinaba que la conspiración sería un hecho, y protestaba por la paciencia y optimismo de las autoridades que no daban crédito a los avisos que recibían de que iba a estallar un cuartelazo. La servidumbre de los martinistas era la mejor aliada de la revolución, porque ella era la que informaba a los maderistas de lo que escuchaban en las casas de sus patrones sobre la agresión que proyectaban. Una de las sirvientas que más empeño tomaba en dar noticias, fue la que estaba en la casa del licenciado Celerino Flores, quien ocupó altos puestos durante la administración de Mucio Martínez, cuyos datos los ministraba a la dueña de un tendejón, y ésta, a su vez, los comunicaba a la madre del capitán Bernardo Cobos López. Así las cosas, se esperaba que al amanecer del día 12 estallaría el cuartelazo martinista, que tenía por objeto provocar un conflicto con las tropas revolucionarias que habían estado llegando a Puebla, y como consecuencia instigar al populacho a que se entregara al saqueo, violación de mujeres, etc., y desprestigiar a la revolución, pues ellos estaban sumamente irritados por las aprehensiones y corta prisión que habían sufrido sus principales directores. Esto no se verificó, sino hasta en la noche, pero sí amanecieron tapizadas las esquinas de millares de impresos que pintaban claramente el sentir de la opinión pública en aquellos momentos, y de los cuales, transcribimos dos; uno decía:

Si ocurre algo grave al jefe triunfante de la revolución, don Francisco I. Madero, al llegar a esta ciudad, pasaremos a cuchillo a todos los científicos de Puebla; y el otro, decía: Estad prevenidos leales patriotas. El enemigo común, el que ha envilecido al pueblo por tantos años, está en acecho de nuestro libertador el señor Francisco I. Madero, para asesinarlo. Por la gloriosa sangre de nuestro hermano Aquiles Serdán, juremos venganza.

Por nuestra parte, frente a la incredulidad y optimismo del señor Madero y del gobernador del Estado, nos concretamos en juntas realizadas en la casa del doctor Antonio F. Sebada, a seleccionar los hombres de confianza entre las tropas, lo mísmo que entre los civiles, para formar guardias, que constantemente cuidaran la vida del caudillo, y en eso ocupamos el día hasta después de las nueve de la noche, hora en que nos retiramos.

El interino gobernador Cañete, siempre se opuso terminantemente a que se llevaran a cabo las investigaciones necesarias para dar con la clave de la conjuración, y castigar severamente a los que resultasen inodados; siendo de notar que el general Abraham Martinez cuando se presentó al despacho particular del mandatario Cañete, para ponerlo al tanto de los movimientos que estaban llevando a efecto los enemigos de la revolución y los datos ciertos que tenía de que el ex gobernador Mucio P. Martínez encabezaría una contrarrevolución, después de asesinado el señor Madero al visitar Puebla y que por lo tañto, le pedía autorización para detener a los complicados y practicar las averiguaciones del caso, el licenciado Cañete se negó terminantemente a darla; pero como dicho general era un hombre perspicaz y audaz, en el presente caso, obró de acuerdo con los numerosos informes que había recibido de personas que no tenían interés alguno en perjudicar a los vencidos. Desgraciadamente, las componendas en que habían entrado, ¡triste es decirlo y confesarlo!, los directores de la revolución y el gobernador Cañete, puesto por los mismos revolucionarios, evitaron que se esclarecieran los hechos, y encarcelaron al jefe del Estado Mayor de Zapata por el delito de usurpación de funciones, violaciones a las garantías individuales, etc., y lo consignaron al Juez 2° de lo Criminal, por órdenes del Ejecutivo Federal en connivencia con el gobernador Cañete; pues el averiguar los hechos efectuados por el general Abraham Martínez y no el origen de SUB actos, no tuvo más objeto que perder a los maderistas y favorecer a los vencidos, dando a los aprehendidos traídos a esta capital su libertad absoluta. He aquí lo que declaró a la prensa el general MartÍnez cuando fue interrogado por un periodista en la Secretaría de Gobernación:

Fui a Puebla al desempeño de una misión secreta, que me encomendó la Secretaría de Gobernación y en Puebla fuí informado de que varias personas organizaban una celada en contra del señor Madero pAra asesinarlo. El jefe del movimiento era el general Mucio P. Martínez, y los medios que iban a emplear para llevar a cabo el objeto deseado, eran el empleo de la dinamita y el puñal. Se trata de individuos de la antigua administración, que estaban de acuerdo con Angela Conchillos, antigua amasia de Miguel Cabrera, y los principales compiicados son: los señores Carlos, Mariano y Marco Antonio Martínez Peregrina, hijos de don Mucio Martínez; general Luis G. Valle y coronel Aureliano Blanquet. Está probado, por declaraciones de uno de los detenidos, que todos han comprado armas en una armería poblana. En cuanto a que los traté mal, desmiento la especie de plano.

En relación a lo declarado por este jefe, el licenciado Emilio Vázquez, secretario de Gobernación, dijo a la prensa:

Desde luego digo a ustedes, que ni verbal, ni por escrito he dado orden al general Abraham Martínez, para que procediera a efectuar las aprehensiones que hizo en la capital de Puebla.

La noche del día que fue el cuartelazo martinista, los suscritos, al pasar por la bocacalle de la Pila de San Cayetano, camino a su domicilio, percibieron a la mitad de la calle semi oscura, las siluetas de unos soldados federalee, y en la eequina de la misma con la de la Colecturía estaban parados platicando dos soldados maderistas: al seguir nuestro camino oímos unos disparos de máuser, y al volver la cara, vimos que dichos soldados federales disparaban sobre los dos maderistas que huían buscando refugio. Este incidente no dejó de alarmarnos, y resolvimos ver el sesgo que tomasen los acontecimientos, teniendo en consideración que las autoridades eran parciales, según hemos expuesto.

Estando ya en nuestra morada (que estaba a la vuelta) dadas las diez de la noche, al estar leyendo el discurso que iba a pronunciar en la recepción que había organizado el ayuntamiento en honor del señor Madero, para que mi hermano Gustavo me diera su opinión, oímos un tiro de fusil; pero como pasara tiempo sin escuchar nada anormal, no le dimos mucha importancia; después oímos tres tiros más y nuestra impresión fue que había estallado el cuartelazo, dados los antecedentes: nos preparamos a salir, cuando escuchamos por la esquina de los Gozos y Colecturía una descarga y gritos, así como por la calle del Mal Natural; salimos al jardín juntamente con nuestra madre, la señora Serafina Salazar de Gaona, y claramente percibimos un tiroteo por el Paseo Bravo. Al intentar salir observamos la calle por el agujero de una ventana y con sorpresa vimos frente a nuestra habitación soldados del 29 batallón, quizá porque en la casa contigua vivía su coronel, Aureliano Blanquet. En vista de esto, fuimos a la otra salida por la calle del Mal Natural, y vimos por la chapa del zaguán, que también había soldados del mismo cuerpo, por lo que en prevención de lo que pudiera suceder, nos armamos y tomamos posiciones en la azotea, dispuestos a vender caras nuestras vidas, si éramos atacados, porque como nos conocía Blanquet por vecinos y políticos, era de suponer que nos querría aprehender y tal vez fusilar y por esto había circunvalado de soldados la casa, o bien para evitar que nosotros fuéramos a atacar su domicilio, introduciendo gente por la calle del Mal Natural y por los Gozos para capturar a su familia como represalia, una vez que se viera que él era el jefe principal del cuartelazo. ¿Qué es lo que pasaba? Qué había de pasar. Que era llegada la nefasta fecha roja 12 de julio de 1911, siendo las diez horas de esa trágica noche, el comienzo del cuartelazo sangriento que los complotistas habían preparado.

Toda la noche duró el tiroteo, intensificándose el fuego a la una de la mañana en que comenzaron a oírse disparos de cañón y ametralladoras por el rumbo del Paseo Bravo. Al día siguiente vimos que el gobernador Cañete, llevando bandera blanca, asociado de Agustín del Pozo y otras personas, se dirigíá al cuartel del Carmen en que estaba alojado el 29 batallón, regresando a poco tiempo con dirección al centro de la ciudad: minutos después se retiraron los soldados que rodeaban nuestra morada. En el acto nos dirigimos a investigar el origen del combate y se nos informó: que un grupo de martinistas que iba a bordo de un coche había pasado por la plaza de toros y disparado sus armas sobre la guardia (no damos los nombres de los que formaban ese grupo que provocó el combate, porque un testigo presencial que aun vive, no ha querido darlos, debido a que actualmente ocupan altos puestos en la administración poblana y de la Federación y teme ser víctima de represalias) . Al verse atacados los maderistas salieron en su persecución, siendo recibidos por descargas de fusilería que les hicieron los soldados del 29 batallón y los llamados pambazos del Estado que, pecho a tierra, estaban tendidos en los prados del Paseo Bravo. Como el 29 batallón no estaba alojado en el cuartel de San Javier, sino en el del Carmen, su presencia en el combate nocturno indica que fue invitado a coadyuvar en el cuartelazo preparado.

Hecha la paz procedimos desde luego a levantar el campo: más de 80 muertos se recogieron de las fuerzas del ejército libertador, pues hay que advertir que en la Plaza de Toros, que se había improvisado como cuartel, el área del redondel se había convertido en un verdadero mercado, que daba el aspecto de una feria, teniendo en consideración que los soldados, con motivo del triunfo, habían llevado a sus familias para que participaran de las fiestas que tendrían lugar a la llegada del caudillo máximo de la revolución. Niños, mujeres y ancianos, por centenares, se encontraban, unos, durmiendo, y otros entonando canciones populares: de tal suerte que al iniciarse el combate se produjo una gran confusión, que dió por resultado que la resistencia que oponían las fuerzas insurgentes, no fuera del todo eficaz, adunando la carencia de municiones para una acción de esta índole. El fuego de fusilería que vomitaban desde los prados del cuartel de San Javier, las ametralladoras que colocaron en lugares estratégicos y los cañonazos que a 150 metros escasos disparaban sobre la Plaza de Toros, hicieron pronto una gran mortandad: hubo necesidad de hacer un taladro en la pared contigua a la casa que habitaba la familia Oropeza en la calle del Padre Avila, abertura que fue utilizada como puerta de escape a las familias de los combatientes; desgraciadamente, el parque se agotaba a los defensores, y el fuego se hacía a cada momento más débil, lo que aprovecharon los atacantes para tomar por asalto la Plaza de Toros, realizando una horrible carnicería en la que lo mismo se pasaba a la bayoneta calada el cuerpo de una mujer, como de un niño; las infelices personas que se refugiaban en los toriles y corrales, eran perseguidas y aniquiladas en esos lugares; allí encontramos verdaderos racimos de cadáveres y algunas mujeres que en las ansias de la muerte, con ese cariño innato que las madres sienten por sus hijos, estaban fuertemente abrazadas a sus niños. Lo que daba aspecto horripilante a los muertos era que presentaban sus cuerpos los estragos de las balas expansivas y que hacían imposible su identificación cuando la herida estaba en la cabeza. No es por ahora nuestro ánimo describir los detalles del combate, así como los demás que tuvieron lugar en las demás calles, porque sería alargar más este relato.

Por todos los rumbos de la ciudad levantamos muertos, porque las tropas del 29 batallón, al salir de su cuartel, se fraccionaron y tomaron distintos rumbos, teniendo como punto de reUnión el cuartel de San Javier, y a su paso balaceaban a cuanto maderista encontraban por la calle; haciendo lo mismo los martinistas desde las azoteas de sus casas, al observar el paso de uno o varios insurgentes. El número de heridos fue grande, pero no podemos precisarlo debido a que fueron sacados de la ciudad por los soldados de la revolución.

El jefe del combate nocturno fue el fatídico coronel Aureliano Blanquet, que ya había dado pruebas de su crueldad cuando recuperó la plaza de Matamoros de Izúcar, Estado de Puebla, que había caído en poder de las fuerzas insurgentes al mando de los jefes Emiliano Zapata, Andrés Flores, Ireneo Vázquez, Rosalío Chépero y otros: pues al ocupar Blanquet la población, ordenó a sus tropas que pasaran a la bayoneta a cuantas personas encontraran en las calles; y sus soldados repartidos en grupos, ejecutaron el mandato penetrando también de casa en casa: saquearon y asesinaron a cuanta persona hallaron, sin distinción de sexos y edades.

La actitud del pueblo poblano fue serena, no cometió ningún desmán; pero cuando se dió cuenta de lo que pasaba, se dirigía a los jefes insurgentes y cuarteles maderistas para pedir armas y combatir a los reaccionarios, lo que fue vano, por no haberlas; sin embargo, los civiles que por alguna circunstancia estaban armados, dieron pruebas de singular bizarría. Los soldados del ejército de la revolución, sin estar sujetos a ninguna disciplina, no cometieron tropelía alguna con los establecimientos comerciales, ni familias; sólo en los instantes en que faltaba ya el parque se dirigieron a la gran mercería La Sorpresa, propiedad de unos alemanes; y el coronel revolucionario Carlos B. Ledesma, inspector de policía, solicitó se le proporcionaran las armas y municiones que hubiera, dando un vale por el valor que representaban. Esto ocasionó que más tarde se le destituyera del puesto y fuera consignado a las autoridades judiciales, no obstante que días después había pagado el vale que amparaba el valor de los elementos bélicos que había pedido en tan críticos momentos.

Después de esta relación surgirá esta pregunta en el lector: ¿Cuál fue la actitud del gobernador Cañete durante la noche? ¿Por qué hasta la mañana del día 13, con bandera blanca, pidió parlamento y no lo hizo desde luego? Vamos a explicarlo: Según informes proporcionados por revolucionarios veraces, supimos que se negó a salir a interponer sus buenos oficios, porque tuvo el criterio de que Blanquet estaba cumpliendo con su deber; a otros les dijo:

Que siendo de noche era aventurado salir, debido a que no sería reconocido por los contendientes y sería sacrificado inútilmente.

Pero, según nuestra manera de pensar, creemos que el licenciado Cañete se había dado cuenta de que ya no era grato a los insurgentes, por haberse puesto del lado de los martinistas: por tanto, tuvo el temor de ser víctima de un atropello de parte de los revolucionarios y no de los soldados de Blanquet, por ser manifiesta su parcialidad a favor de estos últimos. Además, Agustín del Pozo, que fungía como jefe del ejército libertador en el Estado de Puebla, nada hizo para evitar el combate desde luego, pues esa noche sólo estuvo con su Estado Mayor en el Hotel Venecia, contestando con evasivas a cuanta sugestión le hacían los jefes maderistas para copar a los federales, por lo que cada uno de ellos obraba conforme a su propia iniciativa, sin coordinar un plan de defensa, tomando las torres de varios templos, así como las alturas, para estar en guardia en lugares estratégicos. Esta inacción de Del Pozo puso de manifiesto que en el cuartelazo estaba de acuerdo con los vencidos, por ser martinista; confirmando después que sólo fue un acomodaticio y nunca un convencido revolucionario, al haberle reconocido el grado de brigadier el gobierno de Victoriano Huerta, y que la noche de los sucesos tuvo con el gobernador Cañete la intención de que los soldados de Blanquet aniquilaran a los maderistas, y por esto hasta otro día salieron con bandera blanca a pedir la paz después de la matanza, que pudieron haber impedido.

Terminada la tarea de levantar el campo, todos nos dirigimos a la estación del Ferrocarril Mexicano a recibir al señor Francisco I. Madero, quien llegó en un tren especial después de las diez de la mañana. La manifestación que se había dispuesto en su honor fue grandiosa, sólo comparable con la que se organizó por el club Luz y Progreso (no obstante la continua obstrucción de la tiranía de Mucio P. Martínez) el mes de mayo de 1910, cuando visitó Puebla como candidato independiente. En la del 13 de julio, el ayuntamiento lo invitó a pasar al palacio municipal para entregarle las llaves de la ciudad: a instancias del pueblo salió al balcón central, en donde fue objeto de una clamorosa ovación que duró bastante tiempo, lo que unido al repique de las musicales campanas de la basílica poblana, las serpentinas, confetti y cohetes, constituyeron una verdadera apoteosis. Cuando se hizo silencio el señor Madero arengó al pueblo, y como una prueba de que no había rencores entre vencidos y vencedores, dió un abrazo al general Luis G. Valle, jefe de la 7a. zona militar. Una vez que recibió los parabienes de las autoridades martinistas, se retiró a la casa de la familia Serdán, hospedándose en ella. Incontables fueron los visitantes y las comisiones que le presentaron sus adhesiones. Los jefes y oficiales de la brigada Oriente, a la que pertenecíamos, encomendaron al primero de los suscritos dirigirle la palabra, lo que resumo en estos términos: que era urgente se hiciera una amplia averiguación para castigar a los que resultaran autores de los sangrientos sucesos registrados y felicitándolo por su arribo a la capital del Estado. El señor Madero contestó: Estoy sumamente descontento por el comportamiento de ustedes, no deseo que haya más dificultades y por tanto, como la revolución ha terminado y ya voy a ser el Presidente de la República, es necesario que cada uno de ustedes se vaya a su casa, pues, repito, todo ha terminado ya. En vista de esto el orador volvió a hacer uso de la palabra, haciendo ver al señor Madero la necesidad capital de no licenciar a los hombres que lo habían ayudado y ofrendado su vida por salvar la de él, estando aún insepultos sus cadáveres, por ser peligroso para la revolución. El señor Madero respondió: Que no perdiéramos la fe en él; que lo que había dicho tenía que llevarse a cabo, que cada uno debía irse a su casa a fin de evitar nuevos atentados vandálicos como los que se habían verificado. Con esta última declaración terminó la ceremonia. El señor general Gracia, jefes y oficiales se despidieron del señor Madero con cierta frialdad, menos nosotros que, con la esperanza de convencerlo, nos quedamos. La sinopsis de lo que hablamos es: que era necesario no licenciar las tropas revolucionarias, que éstas habían sido provocadas y no tenían ninguna culpa de lo que había sucedido y que el licenciamiento se hiciera cuando se hubieran cambiado las autoridades martinistas que aun conservaban sus puestos. El señor Madero, dijo: Forzosamente tenemos que licenciar a toda esa gente, yo necesito gente de orden y disciplinada, que garantice la estabilidad del gobierno. Lo que he dIcho, no se refiere a ustedes que son mis mejores amigos; lo que deben de hacer ustedes es ayudarme a licenciar y desarmar esa gente: pronto seré Presidente y ustedes contarán conmigo. En esos momentos, al avisar que habían llegado los coches que había pedido se suspendió la conversación y nos invitó a que lo acompañáramos.

A nuestra salida, varios jefes y oficiales nos interrogaron sobre lo que habíamos hablado: en eso, partió el señor Madero a bordo de un automóvil; y como nos retuvieran los compañeros, tuvimos después la necesidad de localizarlo, encontrándolo en el cuartel del Carmen donde pronunciaba una arenga, cuyos conceptos principales fueron:

Que felicitaba al batallón por su lealtad y disciplina, encareciéndole que obrara siempre así, pues era necesario fortalecer al gobierno. Que el coronel Aureliano Blanquet había estado a la altura de su deber y que ese mismo día, por telégrafo, pediría al señor Presidente de la República, su ascenso al grado inmediato

En seguida, el señor Madero y acompañantes se dirigieron a los demás cuarteles, y nosotros, ante los hechos que habíamos presenciado, nos retiramos. Después, por informes que nos dieron otros compañeros, supimos que en los demás cuarteles se había expresado en parecidos términos. Cuando los corresponsales de los diarios capitalinos y local lo interrogaron sobre los últimos trastornos, contestó: Que la tarea de desbandar todas las fuerzas revolucionarias, se llevaría a cabo sin pérdida de tiempo, hasta conseguir que en México no exista más que un ejército. Que su viaje a Atlixco, en lugar de ir a Tehuacán, era atender personalmente el desarme de las fuerzas que allí se encontraban.

El señor Presidente de la República, Francisco León de la Barra, hizo en los periódicos esta declaración:

Quiero que en la nación se sepa que hay aquí quien dé garantías a vidas e intereses, y que se perseguirá y castigará con toda energía a los perturbadores del orden.

Al llegar a nuestra casa, nos encontramos un recado del general Francisco A. Gracia, en que nos suplicaba lo viésemos luego, por lo que en seguida lo entrevistamos, y nos informó: que al presentarse los familiares de las víctimas a recoger sus cadáveres, no se les había permitido; que se habían dirigido al gobernador, solicitando se les entregaran sus muertos y les había dicho que no podía hacerlo, sino hasta que se les practicara la autopsia, y nos encomendaban arreglar este asunto.

En el acto vimos al señor licenciado Cañete y nos repitió lo mismo. En vano tratamos de demostrarle la inutilidad de llenar este requisito legal, que sólo aplicaba a los maderistas y no a los muertos de los federales, que ya habían sido sepultados, debiendo haberles exigido lo mismb, por encontrarse en idéntico caso; pero él se mantuvo firme en su decisión. Fuimos entonces a ver al señor Madero para comunicarle la determinación del Ejecutivo, y suplicarle interpusiera ante él sus buenos oficios, diciéndonos, que el asunto era de la incumbencia del gobernador y que no podía mezclarse. En vista de esto, vimos al doctor Francisco Vázquez Gómez que estaba alojado en la casa de don Manuel Conde, le expusimos el caso y nos dijo: Que en esos momentos se ocuparía de arreglarlo, que se pidieran las cajas necesarias y que todos los gastos que demandara el sepelio de los muertos los haría él; que mandáramos la cuenta con el visto bueno para su pago inmediato. Como pasara tiempo y no se arreglaba la autorización, resolvimos ver por última vez al señor Cañete, lo que hicimos a las diez de la noche del día 15; y como estuviera recogido, tuvimos que entrar a su despacho sin previo aviso. El se presentó a poco y nos dijo:

- ¿Qué quieren?

- Queremos que nos dé usted la orden para poder enterrar a nuestros muertos, que se están descomponiendo; aun no se les hace la necropsia.

El gobernador contestó:

- ¡No sean altaneros!, mañana se arreglará.

Al día siguiente, de acuerdo con el general Gracia, resolvimos sepultar los cadáveres, aunque para ello fuera necesario hacer uso de la fuerza armada; por lo que procedimos a hacer el acarreo de los ataúdes al panteón, tomamos posesión de un terreno que pertenecía a la última clase que estaba desocupado, dedicando cien soldados a cavar las sepulturas y otros tantos para que estuvieran prevenidos, por lo que pudiera suceder, mientras los suscritos, en unión de los deudos, jefes, oficiales y soldados, nos encargamos de encajonar los cadáveres, entre los cuales había unos en tal estado de descomposición, que fragmentos de epidermis se nos quedaban adheridos en las manos: en seguida trasladamos los féretros a sus respectivas fosas, empleando en esta macabra tarea casi toda la tarde. Durante este múltiple entierro, hicieron uso de la palabra numerosas personas para expresar su indignación, por la actitud de los directores de la revolución, ante el crimen cometido por los martinistas, abundando en estas ideas: Que el señor Madero los había traicionado, que no entregarían las armas, invitando a todos a ir de nuevo a la revolución.

Dimos cuenta al brigadier Gracia, que nuestra comisión estaba terminada y nos invitó a una junta que se efectuó en el Hotel Venecia a la que concurrieron los jefes y oficiales de la brigada Oriente y los de igual clase de otras corporaciones revolucionarias, así como los representantes de los jefes que no pudieron asistir, presidiéndola dicho general. En ella el coronel Ireneo Vázquez invitó a los asistentes a desconocer al señor Madero y continuar la revolución, tomando la palabra numerosos jefes y oficiales en igual sentido; se hizo el balance de las fuerzas, arrojando un efectivo de cuatro mil hombres; todos aplaudieron la actitud de Vázquez. Nosotros sostuvimos que era necesario no obrar con festinación y violencia, que el señor Madero obraba así debido a que tenía que ser complaciente con el gobierno: que aun no era Presidente de la República y por esto, no era tiempo de exigirle nada.

Francisco Bertani dijo: que su compañero Vázquez tenía razón, porque Madero ya había desconocido al Partido Antirreeleccionista y que estaba formando otro de científicos; que él estaba dispuesto a continuar la lucha.

Varios oradores sostuvieron la idea de lanzar un nuevo plan revolucionario, adicionando el de San Luis Potosí, que fuera más radical en materia de tierras y avanzado en legislación obrera: que se imponía acabar con todos los terratenientes, caciques y toda clase de tiranos. Los suscritos, alternando con los demás oradores, sostuvieron esta tesis: que no era tiempo de culpar al señor Madero que aun no era Presidente, que debíamos evitar derramar más sangre, proponiendo que se aplazara el acuerdo de desconocer al señor Madero, por improcedente. Después de acalorado cambio de impresiones entre los presentes, el coronel Vázquez propuso que se aceptara aplazar el acuerdo de desconocer al jefe de la revolución; pero proponía que, al verificarse el licenciamiento, no se entregaran las armas que estuvieran en buen estado; y que sólo se entregaran las viejas e inservibles, lo que fue aceptado por aclamación. Por último, Bertani dijo: que si mañana sabían todos que el señor Madero seguía echándose en brazos de los científicos y que los hermanos Vázquez Gómez eran separados del gabinete de De la Barra, como se rumoraba, esa sería la señal de que procedía desconocer al señor Madero, aunque no estuvieran todos reunidos como ahora, con lo que estuvieron de acuerdo unánimemente.

Terminada la junta, pensamos que la continuación de la revolución era inevitable, por los continuos actos impolíticos y torpezas de los hombres que la habían llevado al triunfo, así como por la camarilla de aduladores de que se habían rodeado. El general Gracia nos invitó a reincorporarnos, lo que hicimos marchando a Atlixco por tierra, en donde días después fuimos licenciados.

Con esto ponemos punto final: durante la narración anotamos los hechos más salientes, omitiendo muchos detalles: hacemos abstracción de los sucesos de la fábrica de La Covadonga, así como de la relación del licenciamiento del ejército libertador en el Estado de Puebla, pues sería materia de capítulos aparte.

México, D. F., a 7 de noviembre de 1930.
Dr. Guillermo GaoDa Salazar. (Rúbrica.)
Ing. Gustavo Gaona Salazar. (Rúbrica.)

Los señores Gaona Salazar no hacen sino confirmar lo que digo.

De lo escrito por los señores Gaona Salazar, se infiere:

Primero: que en Puebla se tramaba un complot para asesinar al señor Madero.

Segundo: que las maquinaciones de los complotistas fueron conocidas de los revolucionarios de Puebla, por cuyo motivo vinieron a comunicárselas al señor Madero, quien no las creyó.

Tercero: que la misión secreta que el general Abraham Martínez llevó a Puebla por orden del licenciado Vázquez, ministro de Gobernación, fue la de averiguar la verdad acerca del complot. El ingeniero David de la Fuente, quien trabajaba entonces en el Ministerio de Gobernación, me refirió que él mandó tres agentes más con el mismo objeto, por instrucciones del ministro.

Cuarto: que una vez que el general Martínez se dió cuenta de que era cierto lo del complot, procedió a la aprehensión de los presuntos responsables. Estos se dieron cuenta de que se habían conocido sus propósitos y ya no pudieron realizarlos. Este acto del general Abraham Martínez, que produjo el enojo del señor De la Barra, salvó entonces la vida de Madero. Entonces los conjurados se declararon víctimas de atropellos, y pidieron garantías al Presidente, señor De la Barra, quien se apresuró a concederlas con energía; pero no la tuvo igual para averiguar si era o no cierto lo del complot. Sólo tuvo en cuenta las aprehensiones, sin ir al fondo de la cuestión. ¿Había parcialidad? Es muy difícil afirmarlo, pero es creíble.

Quinto: todo hace suponer que los complotistas de Puebla no obraban aisladamente, sino que tenían sus connivencias con políticos de la capital.

Sexto: que el señor Madero, confiado en los falsos halagos de los científicos, comenzaba a despreciar a los que le dieron el triunfo, y a echarse en brazos de los enemigos de la revolución.

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