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Primera parte
CAPÍTULO III
CONVENCIÓN DE 1910
Formalizados los preparativos para la convención, ésta inauguró sus trabajos el día 15 de abril de 1910. Mi hermano, el licenciado Emilio Vázquez Gómez, que había sido el director de la organización del Partido Antirreeleccionista, presidió la instalación de la convención y se retiró tan luego como fueron electas las personas que habían de dirigir los trabajos de aquella reunión política, única en su género en nuestro país; porque si bien es cierto que después se han verificado otras, no han sido sino meras fórmulas para aprobar lo que de antemano está convenido.
Para mayor exactitud en mi relación, copio en seguida el acta de la convención, tomándola del libro La Revolución y Francisco I. Madero, del señor licenciado don Roque Estrada, quien fungió como secretario.
CONVENCIÓN NACIONAL INDEPENDIENTE DE LOS PARTIDOS ALIADOS:
NACIONAL ANTIRREELECCIONISTA Y NACIONALISTA DEMOCRÁTICO
En la ciudad de México, a las nueVe de la mañana del día 15 de abril de mil novecientos diez, congregados en el salón principal del Tívoli del Elíseo los ciudadanos delegados de los partidos políticos independientes, Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, con representaciones espontáneas y genuinas del Distrito Federal, Territorio de la Baja California, Silverwell (Arizona), E. U. A., y Estados de Aguascalientes, Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Colima, Durango, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, México, Michoacán, Morelos, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas; bajo la presidencia del señor licenciado Emilio Vázquez, presidente del Centro Antirreeleccionista de México, se instaló la asamblea, pasándose lista de delegados, cuyo número ascendió a ciento veinte, de los cuales quince representaban al Partido Nacionalista Democrático y ciento cinco al Nacional Antirreeleccionista. En seguida se procedió a nombrar la mesa directiva que debía regir los actos de la convención, la cual, por aclamación, quedó integrada de la manera siguiente:
Presidente, licenciado José María Pino Suárez;
primer vicepresidente, licenciado Jesús L. González;
segundo vicepresidente, señor Abraham González;
tercer vicepresidente, ingeniero Alfredo Robles Domínguez;
secretarios, señores Juan Sánchez Azcona, Manuel N. Oviedo y licenciado Roque Estrada;
escrutadores, señores doctor Narciso González, Guillermo Baca y Salvador Gómez, y
vocales, Pedro Antonio Santos, Enrique R. Calleros, licenciado Urbano Espinosa, Aquiles Serdán, profesor Gabriel Calzada y Rosendo Verdugo.
Acto continuo, el señor licenciado Emilio Vazquez hizo la salutación a los delegados y declaró instalada la directiva de la convención, retirándose del recinto en medio de una cariñosa y espontánea ovación.
A continuación, el secretario que suscribe, dió lectura a un proyecto de reglamento económico para normalizar los procedimientos de los convencionistas, en juntas previas. Apenas terminada la lectura de dicho proyecto, cuando notóse en el salón expectación profunda, seguida por ruidosa aclamación: fue que penetraba el enérgico y preclaro ciudadano, licenciado Toribio Esquivel Obregón. Se procedió luego a poner a discusión, en lo general, el mencionado proyecto reglamentario, el cual fue aprobado. Puesto a discutir en detalle, fueron aprobados sus primeros artículos, con la salvedad hecha a moción del que suscribe, relativa al segundo artículo, de que deberían discutirse y aprobarse los lineamientos generales de política a que la convocatoria de la convención se refiere, como requisito previo para proceder a la presentación de candidatura. El artículo quinto que prescribía que los oradores, al proponer o apoyar candidatura, solamente tendrían el derecho al uso de la palabra por una sola vez y por espacio de diez minutos, fue dura y briilantemente atacado por el señor licenciado Esquivel Obregón, quien por tal motivo ilustró, deleitó y convenció a una aplastante mayoría, que dió origen a discusiones concienzudas y altamente provechosas, que determinaron, en votación, la reforma de dicho artículo, en el sentido de prorrogar o ampliar el derecho al uso de la palabra por espacio de veinte minutos.
Púsose a discusión el artículo sexto, el cual, el señor licenciado Esquivel Obregón, con argumentaciones contundentes de orden moral y de orden político, que le merecieron ovaciones aclamatorias a su indiscutible talento y vasta instrucción, fué atacado, pidiendo la supresión de dicho artículo por altamente inmoral, en su concepto.
La discusión fue reñida y en ella tomaron parte muy importante y acertada, entre otros, los ciudadanos licenciados José María Pino Suárez y Urbano Espinosa. Agotada la discusión se sujetó a votación, resultando desechado el mencionado artículo por mayoría absoluta de votos. Desgraciadamente, al tomarse lista de delegados para proceder a la votación dicha, surgió un incidente desagradable, aunque natural y lógico, pues como en dicha lista no apareció el nombre del señor licenciado Toribio Esquivel Obregón, uno de los secretarios, el señor Manuel N. Oviedo, lo manifestó así a la asamblea y pidió no se tuviera en cuenta el voto de dicho señor licenciado, lo cual produjo protestas por parte de los simpatizadores del señor licenciado Esquivel Obregón. Vino la consiguiente discusión y tras algunas consideraciones, la asamblea concedió voz, pero no voto al expresado distinguido letrado. Debo advertir, que al suprimirse el artículo sexto, pidió el señor licenciado Urbano Espinosa que se hiciera constar su voto en contrario.
A solicitud del señor licenciado Esquivel Obregón, se facultó a la directiva el nombramiento de una comisión encargada de formular y de presentar a la asamblea un proyecto de lineamientos generales de política; comisión que fue integrada por los señores ingeniero Alfredo Robles Domínguez,licenciado Urbano Espinosa y licenciado Federico González Garza; señalándose a dicha comisión un término hasta de veinticuatro horas. Con lo cual terminó la primera sesión previa, a las doce y veinticuatro minutos de la tarde.
A las tres y treinta minutos de la tarde, bajo la presidencia del señor licenciado Pino Suárez y con asistencia de todos los delegados, se abrió la sesión. Por orden del señor presidente, el secretario que suscribe, dió lectura a una entusiasta, viril, noble y sentida carta de nuestro correligionario, señor Filomeno Mata, fechada en la Cárcel de Belén, en donde cumple una condena por la nobilísima causa de la libertad, del derecho y de la democracia, que ha sabido defender en épocas de prueba. El solo anuncio de esa carta produjo una ovación de cariño inmenso por la suerte del autor, y su lectura fue recibida con el entusiasmo que provoca una actitud siempre firme, siempre resuelta, siempre abnegada. Los vivas al gran luchador intelectual, al anciano con corazón de joven, repercutieron en el recinto de la asamblea. En seguida acordóse devolver al señor Mata su salutación y enviar otra a un congénere indomable y siempre altivo: señor Paulino Martínez, mártir en San Antonio Texas, del ostracismo.
El señor Filomeno Mata mandó en su carta su voto para la Presidencia y Vicepresidencia de la República en favor de loa señores Francisco I. Madero y doctor Francisco Vázquez Gómez. La presidencia anunció que tocaba entrar a proposiciones de candidatura para la primera magistratura de la nación, para lo cual y con objeto de meditación y acuerdo, concedió un receso de 10 minutos. Vencido el receso, el secretario que suscribe, como delegado por Zacatecas y Guanajuato, y facultado por demás delegaciones del mismo Estado de Zacatecas y de las de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Sinaloa, Querétaro y Sonora, después de un brevísimo estudio sobre las personalidades de los señores Fernando Iglesias Calderón, licenciado Toribio Esquivel Obregón y Francisco I. Madero, propuso a este último como candidato a la Presidencia de la República. El señor Enrique Bordes Mangel propuso a su vez la del licenciado Esquivel Obregón.
Hablaron en pro y en contra varios delegados; se lanzó la del señor Fernando Iglesias Calderón, y después de reposadas deliberaciones tendientes a aquilatar las tres personalidades, se declaró agotada la discusión y se concedió un receso de veinte minutos antes de proceder a la votación.
Fenecido el receso, el resultado de la votación fue el siguiente:
Fernando Iglesias Calderón, 3 votos;
Toribio Esquivel Obregón, 23 votos;
Francisco I. Madero, 159 votos.
El resultado fue recibido con aclamaciones, vivas y hurras delirantes. El presidente declaró solemnemente como candidato de los partidos aliados Nacionalista Democrático y Nacional Antireeleccionista, al integérrimo y probo ciudadano don Francisco I. Madero; declaración que hizo estallar el entusiasmo de la convención y del público, que henchía el local.
En seguida la comisión presentó el proyecto de Lineamientos Generales de Política que debería normar la conducta de los candidatos del partido, cuyo tenor es el siguiente:
PRIMERO. Restablecer el imperio de la Constitución, para que el pueblo disfrute en toda su latitud los derechos que ella le concede.
SEGUNDO. Reformas a la Constitución, estableciendo el principio general de No Reelección.
TERCERO. Presentación de iniciativas que tiendan a mejorar la condición material, intelectual y moral de los obreros, combatiendo los monopolios, el alcoholismo y el juego.
CUARTO. Que se fomente y mejore, de un modo especial, la instrucción pública.
QUINTO. Que se fomenten las obras de irrigación y la creación de bancos refaccionarios e hipotecarios en beneficio de la agricultura, de la industria y del comercio.
SEXTO. Reformas a la Ley Electoral, a fin de alcanzar la efectividad del voto.
SEPTIMO. Mayor ensanche del poder municipal, aboliendo las Prefecturas Políticas.
OCTAVO. Fomentar las buenas relaciones con los países extranjeros y especialmente con los países latinoamericanos.
El anterior proyecto fue recibido con aplausos. Se puso a discusión, y después de extensas deliberaciones, se sujetó a votación, resultando aprobado por mayoría absoluta de votos.
Se facultó a la presidencia para que, en lo particular nombrase una comisión, con el objeto de que ofreciera la candidatura al señor Madero.
Como una salvedad, debo asentar aquí, que, al abrirse la sesión de la mañana se dió lectura a una carta del señor Madero, por medio de la cual suplicó a los delegados que trajesen instrucciones de votar en pro de su candidatura, que desde aquel momento procediesen libremente, desligados de todo compromiso. Con lo cual terminó la sesión, a las siete y quince de ia tarde, citándose a los miembros de la asamblea para el día siguiente, a las nueve de la mañana, dando fe de que el delegado por el Partido Nacionalista Democrático, ingeniero Alfredo Robles Domínguez, en oficio dirigido al que suscribe, manifestó no creerse autorizado para aceptar la cláusula relativa a la No Reelección, dados los términos del manifiesto programa constitutivo de dicho partido.
Al día siguiente, diez y seis de abril de mil novecientos diez, se abrió la sesión pasándose lista de delegados. Se dió lectura a una carta dirigida por el señor Madero a la convención, por conducto de su presidente, en la cual manifestó su terminante y decidida aceptación de su candidatura; carta que motivó prolongadas aclamaciones.
En seguida se dió lectura a un telegrama fechado en la Cárcel de Belén, en el cual se hacía una salutación a la asamblea, por los hermanos en desgracia señores Félix C. Vera, Alfonso B. Peniche, Aarón López M., Atilano Barrera, Eulalio Treviño, Feliciano Orozco, Lázaro Velázquez, Venancio Aguilar, Casimiro H. Regalado, Arnulfo Zertuche, Cástulo Gómez, E. García de la Cadena, Miguel J. Barrón y Carlos Farfán. La mejor prueba del efecto de tal salutación, fue la de haber pedido y acordado enviar a dichos presos el producto de una colecta.
Se pone en seguida a discusión la Vicepresidencia, y el secretario que suscribe propuso, en nombre de las delegaciones ya mencionadas, al señor doctor Francisco Vázquez Gómez. Se habló en contra de dicha candidatura y surgió la del señor licenciado Toribio Esquivel Obregón; el delegado o uno de los delegados por el Distrito Federal, propuso la del señor licenciado José María Pino Suárez. Por tal motivo, el delegado por el Nacional Democrático, señor Marcos González, solicitó que se retirara del salón; solicitud que produjo algunas protestas y cariñosas manifestaciones para el señor Pino Suárez, personalidad altamente estimada por todo el elemento independiente. Tal petición fue cuerda y razonadamente apoyada por los argumentos experimentales del versado en cuestiones parlamentarias, señor Sánchez Azcona, a quien se adhirió el suscrito. Se decidió la separación del señor Pino Suárez del salón por el tiempo de las deliberaciones consiguientes, quedando en su lugar el primer vicepresidente, señor Jesús L. González, quien nombró una comisión integrada por los señores Abraham González, doctor Martínez Baca e ingeniero Higareda Reed, para que acompañasen afuera del salón al señor Pino Suárez, quien al separarse recibió unánime y cariñosa ovación.
Siguieron reñidísimos los debates sobre las tres candidaturas, principalmente entre las de los CC. Vázquez Gómez y Esquivel Obregón, tomando parte en esos debates casi toda la asamblea; distinguiéndose en pro de la primera el licenciado Lino G. Rojas y licenciado Calixto Maldonado y en pro de la segunda el C. Enrique Bordes Mangel y licenciado César González. Llegó la hora de suspender los trabajos, lo cual se hizo, aplazándose a los delegados para continuar las deliberaciones para las tres de la tarde.
A dicha hora, abierta la sesión, bajo la presidencia del señor licenciado Jesús L. González, siguieron igualmente reñidas las deliberaciones por más de dos horas; se declaró suficientemente discutidas las candidaturas, se concedió un receso de veinte minutos, concluído el cual se procedió a votación. cuyo resultado fue el siguiente:
Fernando Iglesias Calderón, 4 votos;
licenciado Toribio Esquivel Obregón, 82 votos, y
doctor Francisco Vázquez Gómez, 113 (ciento trece votos).
El resultado hermanó a los contendientes en un hurra atronador y vivas al candidato de la mayoría.
La presidencia declaró solemnemente electo como candidato a la segunda magistratura de la nación, por los partidos aliados en la convención, al eminente y modesto ciudadano doctor Francisco Vázquez Gómez, quien fue ruidosa y sinceramente aclamado.
Surgió un incidente poco democrático, contrarrestado por otro altamente democrático; uno de los delegados de Veracruz, invitando a otros del mismo Estado, manifestó que por considerar él que las candidaturas triunfantes no llenaban las aspiraciones populares, se retiraba y desligaba del partido, lo que produjo una elocuentísima protesta, primero por otro delegado de Veracruz, señor Gabriel Gavira, quien manifestó que aun quedaba en la asamblea importantísima representación veracruzana, la cual rechazaba el acto antidemocrático y torpe del delegado Alonso, y luego por todos y cada uno de los demás derrotados, quienes en medio de frenéticas ovaciones y efusivos abrazos, manifestaron acatar y sostener la voluntad de la mayoría, porque era la voluntad nacional.
Un repórter de la prensa se acercó al suscrito para inquirir el nombre del delegado disidente, y espontáneamente otro delegado por el mismo Estado, eeñor Ignacio G. Huerta, suplicó a la asamblea que no se tomara ningún acuerdo sobre dicho incidente, que se aplazase, con el objeto de evitar una mancha sobre el siempre progresista Estado de Veracruz. (Ovación ruidosa).
Púsose luego a discusión la candidatura para magistrados a la Suprema Corte de Justicia; informó el suscrito que procedía la designación de cinco magistrados; se propusieron varias candidaturas, se deliberó bastante y se aprobaron al fin las siguientes:
licenciado Toribio Esquivel Obregón,
licenciado Jesús L. González,
licenciado Celedonio Padilla,
licenciado José María Pino Suárez y
licenciado José Ferrel.
Como se ve, fue propuesta la designación de quien presidía la asamblea, señor licenciado González; por lo cual abandonó el salón, acompañado por una comisión de tres personas, quedando presidiendo los actos de la asamblea el C. segundo vice"presidente, Abraham González, quien hizo la declaración correspondiente de que quedaban designados los ciudadanos referidos para candidatos a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Después de algunas otras solicitudes que se aplazaron para tratarse a su tiempo, se facultó al presidente de la asamblea para que nombrase una comisión, con el objeto de ofrecer al señor Vázquez Gómez su candidatura.
Terminó la sesión, citándose a los delegados para el día siguiente, a las 9 a. m., y nombrándose para redactar el manifiesto a la nación a los ciudadanos José María Pino Suárez, Juan Sánchez Azcona y licenciado Federico González Garza.
A las nueve y treinta minutos de la mañana del domingo diez y siete del mismo abril, se abrió la sesión bajo la presidencia del señor licenciado José María Pino Suárez, pasando lista de delegados y habiendo quórum.
El secretario que suscribe dió lectura al acta de las sesiones anteriores, la que fue aprobada con las modificaciones hechas ya constar arriba.
A continuación el secretario segundo dió lectura a la comunicación dirigida a la asamblea por el C. doctor Francisco Vázquez Gómez, en la cual manifestó su aceptación de la candidatura al cargo de la Vicepresidencia de la República; aceptación que arrancó ovaciones estruendosas.
Se nombró una comisión integrada por los ciudadanoo licenciado Luis G. Rojas, Juan Sánchez Azcona, Rafael Martínez y doctor Narciso González, con el objeto de ir en busca de los ciudadanos Francisco I. Madero y Francisco Vázquez Gómez, y de llevarlos al recinto de la asamblea a las once de la propia mañana, a fin de que rindiesen su protesta ante la convención.
Propuso las personas que estimó aptas para integrar el comité ejecutivo electoral, proposición que fue impugnada en parte y defendida en total por varios miembros de la asamblea. Después de discutirse ampliamente y de sujetarse a votación, el referido comité quedó integrado de la manera siguiente:
Presidente honorario, licenciado Emilio Vázquez.
Presidente efectivo, doctor Francisco Martínez Baca.
Vicepresidente, Juan Sánchez Azcona.
Primer vocal, licenciado Roque Estrada.
Segundo vocal, licenciado Federico González Garza.
Tercer vocal, Octavio Bertrand.
Cuarto vocal, licenciado Jesús Munguía Santoyo.
Quinto vocal, ingeniero Manuel Urquidi.
Sexto vocal, J. G. Higareda Reed.
Séptimo vocal, José de la Luz Soto.
Octavo vocal, Rafael Martínez.
Primer secretario, Pedro G. Rodríguez.
Segundo secretario, Faustino B. Serrano Ortiz.
Tercer secretario, Rafael D. Beltrán.
Cuarto secretario, Vicente Ferrer Aldana.
En los momentos en que se discutían las anteriores designaciones fueron introducidos al local de la asamblea los CC. Francisco I. Madero y doctor Fráncisco Vázquez Gómez, entre no interrumpidas salvas de aplausos. Se procedió solemnemente a tomarles la protesta de cumplir y hacer cumplir la ley y los principios y lineamientos de política del partido, sostenidos y aprobados por la convención; protesta que se rindió ante la pública expectación, que se tornó al terminar, en una aclamación frenética.
A continuación tomaron la palabra, sucesivamente, los CC. Madero y Vázquez Gómez, siendo continuamente interrumpidos con ovaciones delirantes.
En seguida salieron los candidatos del recinto, siendo despedidos por los delegados con conmovedora ovación y seguidos por una gran muchedumbre entre aplausos y vítores.
Se discutió si debían darse al comité ejecutivo facultades expresas para normar su conducta, o si sus facultades estaban imbíbitas en los mismos acuerdos de la convención. Después de algunos debates, se aprobó el segundo extremo de la anterior proposición: el comité ejecutivo no tiene más facultades que las de llevar a la práctica las resoluciones de la convención.
A continuación rindieron su protesta ante la directiva de la convención, los miembros del comité.
La presidencia designó al señor licenciado Urbano Espinosa para pronunciar el discurso de clausura; terminado el cual, la Convención Nacional Independiente de Partidos Aliados Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, dió fin a sus trabajos en el salón del Elíseo, a la una de la tarde del 17 de abril de mil novecientos diez, primer centenario de nuestra hegemonía política.
Nota aclaratoria: En la sesión de la tarde del día 15, el señor ingeniero Alfredo Robles Domínguez no pudo asistir a la discusión de candidaturas a la Presidencia de la República; por lo cual y por ser delegado del Partido Nacionalista Democrático, él no tenía candidaturas previas y se veía en el caso de salvar su voto. Conste.
El presidente, José María Pino Suárez, primer vicepresidente,
J. L. González, segundo vicepresendente,
Abraham González,
Luis G. Rojas,
Francisco Martínez Baca,
Nicolás Meléndez,
Alex Mac Kinney,
Ingeniero Garrido,
Huerta Ignacio,
Agustín Arriola Valadez,
Bartolo G. Macías,
Aurelio Centeno,
Agustín Díaz Durán,
Valeriano Pérez,
Enrique R. Calleros,
J. Miguel Sevilla,
F. B. Serrano Ortiz,
Juan R. del Castillo,
S. Herrera Moreno,
Gabriel Gavira,
Juan López,
Pilar Rivera,
Aparicio Sánchez,
Manuel N. Oviedo,
Narciso González,
Alberto Sánchez Vallejo,
Manuel Caballero,
Gabriel Calzada,
Cayetano Trejo,
doctor Ricardo Pérez,
Samuel Solís,
Carlos G. Vera,
Pedro Flores,
Jesús Razo,
Cándido Aguilar,
Miguel Cuevas Paz,
Ramón M. Rosales,
Nicolás López,
Samuel A. Piña,
Rafael Herrera,
Cesáreo Castro,
José D. Lozano,
Franco Cortés,
Pedro ALvarez del Campo,
Pedro Morales,
Fabián Díaz,
Porfirio Meneses Córdoba,
Eustasio Paleta,
Guillermo Baca,
Agustín Abundes,
Daniel Frías,
Felipe Riveros,
Fernando Lima,
Eugenio Morales,
Rosendo Verdugo,
José María E. Gámez,
P. T. Santos,
E. Bordes Mangel,
Marcos González,
Angel Vera,
ingeniero G. Higareda Reed,
Aquiles Serdán,
Rafael D. Beltrán,
Manuel Urquidi,
licenciado Federico González Garza,
Hilario Sánchez,
Vicente F. Escobedo,
Eulalio Gutiérrez,
Marcos López Jiménez,
Miguel F. Hernández,
José de la Luz Soto,
Abraham González,
Pedro G. Rodríguez,
Trinidad Rojas,
Eulalio Martínez,
Octavio Bertrand,
F. Cosío R.,
F. de P. Sentíes,
J. Sánchez Azcona,
G. Urquizo,
Tomás Silva,
Alfredo Ortega,
C. A. González,
Urbano Espinosa,
Francisco A. Beltrán,
C. Maldonado R.,
Miguel C. Corona,
J. García,
Esteban García,
Isaac Barrera,
Jesús R. Gavaldón.
(Siguen firmas.)
El secretario, R. Estrada.
En la noche del mismo día de la votación, como se dice en el acta, vino una comisión a comunicarme que había sido designado candidato a la Vicepresidencia de la República, y a saber si aceptaba la designación hecha en mi favor y que, en caso de hacerlo, concurriera al lugar de la convención a las once de la mañana del día siguiente, para aceptar ante ella la candidatura propuesta.
En contestación dije que sí aceptaba, no porque pensara en un triunfo que consideraba imposible, ni por ambición de ninguna especie, sino por contribuir a un ensayo democrático que, andando el tiempo, otros podrían llevar a la realidad. Y como me dijeron que el señor Madero estaba escondido en casa de una familia americana, por una acusación urdida en su contra, dizque por robo de guayule, era necesario que yo fuera por él y lo llevara a la convención. Ofrecí hacerlo y así lo hice.
El 17 de abril de 1910, a las once de la mañana, aceptó su candidatura el señor Madero, y una vez que hubo terminado de hablar, hice mi aceptación pronunciando una alocución que reproduzco en seguida, no por otra causa, sino porque ella expresa, a pesar de los años transcurridos, mi actual modo de pensar. Dice así:
Conciudadanos:
Al aceptar el nombramiento de candidato a la Vicepresidencia de la República, cuya candidatura ha de luchar en los próximos comicios electorales, no he olvidado las dificultades y los peligros que tal aceptación pudiera traer en estos momentos, debido principalmente a que hacc muchos años el pueblo mexicano no está en el pleno ejercicio de sus derechos políticos.
Hemos vivido un siglo de independencia; pero como los dos primerios tercios los hemos consagrado, por decirlo así, a estériles movimientos revolucionarios, y el último a las rudas labores del taller y del campo; no hemos hecho uso de nuestros derechos políticos, de donde resulta que el pueblo mexicano no se ha ocupado por mucho tiempo en las grandes cuestiones que le interesan y que han de determinar, de una manera precisa, el lugar que le corresponde en el concierto de los pueblos civilizados.
Bien sé que en estos momentos la aceptación de una candidatura trae aparejadas grandes dificultades, tal vez muchas zozobras y quién sabe si la pérdida de algo que siempre es caro al hombre y a la familia; pero es deber de todo mexicano aceptar el mandato de sus conciudadanos, sobre todo cuando se le confiere el altísimo honor de considerarlo digno de acometer una empresa llena de dificultades insuperables.
A todos consta, señores, que en la lucha o campaña política actual, ha habido dos partidos: uno, el llamado partido reeleccionista, que pudiéramos llamar el partido conservador del order actual, y otro, el partido independiente, en el que se han agrupado todOs los que alientan una inquebrantable fe en el progreso de este país.
Los primeros han dicho y repetido en todos los tonos que el pueblo mexicano no está apto para la democracia, que es incapaz de ejercitar sus derechos, que carece de aptitudes para gobernarse a sí mismo; es decir, que después de un siglo de independencia, el pueblo mexicano no ha dado un paso en esta materia. Pues bien, señores; un partido que se declara inepto para la lucha, un partido que declara al pueblo incapaz de gobernarse a sí mismo y de comprender los ideales de justicia y de libertad; ese partido no tiene derecho de gobernar al pueblo a que se refiere. Y el pueblo que acepta esta sentencia sin protestar, se habrá hecho indigno de figurar en el catálogo de los pueblos libres.
Y bien, señores: cuando yo creo precisamente lo contrario, cuando juzgo que el pueblo mexicano es capaz de gobernarse a sí mismo y de ejercitar sus derechos, como nos lo han probado las generaciones pasadas y aun la generación actual en las pocas luchas electorales que ha habido durante el año próximo pasado, no puedo compartir la idea de los que no tienen ideales, de los que declaran muerto el espíritu público, y, a los mexicanos, incapaces de hacer algo útil en bien de la patria y de la humanidad.
Mi convicción se intensifica cuando veo reunidos en esta convención a tantos mexicanos que desde los confines más apartados de la República vienen a analizar y a discutir los defectos y cualidades de los candidatos propuestos, sometiéndolos al duro, pero necesario crisol de una crítica severa, puesto que se trata de individuos a quienes se les confía una misión superior. Cuando veo en este recinto a los representantes del pueblo que ansía ejercitar sus derechos y anhela el reinado de la justicia, no puedo decir que el pueblo mexicano es incapaz de gobernarse a sí mismo, ni que es indigno de aspirar a la libertad.
He dicho que un pueblo sin ideales y un partido político que carece de ellos, no deben existir. ¿Por qué son necesarios estos ideales? Porque ellos tienen la valiosísima propiedad de reunir a todos los hombres, desde el acaudalado banquero y el profesionista más o menos reconocido, hasta el agricultor que viene de lejanas tierras a traernos el voto de sus conciudadanos, y el humilde obrero del taller, que con las manos encallecidas y la blusa oliente a carbón, viene a hacernos comprender que hay un ideal supremo que nos reúne, y que ese ideal es la felicidad de la patria. Y esta aspiración, que tiene el mágico poder de hacer olvidar las penas y los intereses de cada uno, borra también esa división artificial de las clases, hace desaparecer el interés mezquino de los negocios y no alienta el orgullo infundado de las diferentes categorías.
Es indudable que para realizar el ideal que perseguimos se necesitan el esfuerzo, el trabajo y la abnegación; pero el hombre que no es capaz de hacer un esfuerzo para conseguir un bien superior, no tiene derecho a vivir la vida de los pueblos libres, ni a que se le considere digno de la patria de nuestros padres, y en el caso, no merece vivir en este bendito suelo que regaron con su sangre Hidalgo y Morelos, y que Juárez vivificó con su ejemplo.
Pero además del esfuerzo, sobre todo en la lucha política que hoy se inicia, debemos, como acaba de decir el señor Madero, dar pruebas de que nos servimos de medios no reprobados.
Muy a menudo se ha creído que la política es el arte de engañar y de mentir; el arte de decir lo que no se siente o de hacer lo contrario de lo que se ha prometido. Y bien, señores, para que la actual política mexicana prospere, para que sea respetada por los pueblos que nos contemplan, supuesto que los ferrocarriles y los vapores han borrado nuestras fronteras; para esto, digo, necesita ser honrada, es indispensable que sea sincera, necesita ser franca y necesita ser leal. Procediendo de esta manera, podremos no triunfar en la presente campaña, pero habremos depositado la simiente en fértil surco, y aunque el fruto sea tardo, nos cabrá la gloria de haber puesto los cimientos de la verdadera democracia mexicana, exenta completamente de intrigas, desprovista de innobles persecuciones y ajena a toda clase de medios reprobados por la moral y por la justicia.
Así debemos luchar en la prensa, en la tribuna, en el mitin y en los comicios; es decir, en todas partes donde hagamos nuestra labor, y, vencedores o vencidos, nos quedará la satisfacción de no haber hecho nada malo y de haber cumplido nuestro deber con nobleza y con dignidad.
Si esta línea de conducta que yo proclamo se acomoda al modo de sentir de la nación entera, ésta se agrupará a nuestro lado y seguiremos nuestro camino. En esta virtud, recomiendo encarecidamente a los señores delegados que se encuentran aquí en representación de diferentes poblaciones de la República, que en los trabajos políticos que van a emprender de aquí en adelante, no pierdan de vista que un pueblo debe elevarse, no por virtud de una política insana, sino practicando aquella que tiene como base la moral y la justicia. De esta manera, no tendremos que avergonzarnos, si queremos servir de ejemplo a nuestros hijos, ni debemos temer el fallo desapasionado y recto de los pueblos cultos.
Hay un pueblo verdaderamente admirable, el Japón, que nos ha brindado un ejemplo digno de imitarse, cuando sus hijos se disputaban el honor de ser los primeros en ofrecer sus vidas a la patria. Y esto ¿por qué? Porque aquel pueblo, cuyo engrandecimiento ha sido obra de poco tiempo, ha sabido hacer del amor a la patria un verdadero culto religioso. Y esto necesitamos nosotros: es preciso cultivar en todo mexicano los nobles y grandes ideales que han caracterizado a los pueblos cultos, para que, llegado el caso, también nos disputemos el honor de ir a morir los primeros en defensa de la patria.
Nosotros, señores, tenemos, además, un libro abierto que consultar para robustecer nuestras ideas democráticas. Existe al norte de la República un pueblo grande y civilizado que se distingue entre todos por las luchas políticas que acomete periódicamente; allí podemos admirar a los políticos de gran talla, a los hombres que, como Roosevelt, predican la política justa, sana y honrada.
Es indudable que la libertad es una arma peligrosa cuando degenera en libertinaje; pero cuando se la comprende y se la practica bien, es lo único que puede hacer superior a un pueblo. En consecuencia, no debemos alejarnos de este punto de vista en todas nuestras labores; no dejemos de pensar que vamos a cumplir con nuestros deberes y a ejercitar nuestros derechos de ciudadanos; pero que este ejercicio ha de ser de acuerdo con las prescripciones de la ley escrita y al amparo de nuestra Constitución, supuesto que aspiramos a que nuestro gobierno descanse sobre La Roca de la Libertad Constitucional, según las palabras de un brindis que hará época en los anales de la democracia mexicana. Así pues, señores, no hay que olvidar que el pacto fundamental de esta República no es la ilusión irrealizable de un pueblo analfabeto, sino el arca sagrada que guarda incólumes nuestros derechos y nuestras libertades, y la base firme y segura de la felicidad de la patria mexicana (1).
Terminado el acto, el señor Madero y yo nos dirigimos a pie a mi casa, pues se creyó que siendo ya candidato, no sería aprehendido.
Notas
(1) Versión taquigráfica de Elías de los Ríos. Folleto impreso en mayo de 1910, en la casa Lacaud. No lleva pie de imprenta por no permitirlo las condiciones de aquel tiempo.
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