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Segunda parte
CAPÍTULO XII
MI RENUNCIA.
El 26 de octubre en la noche, al llegar a mi casa, recibí un recado urgente de que fuera inmediatamente a Chapultepec. Me fuí en el acto y tuve que esperar un poco en la antesala, porque me dijeron que el señor Presidente estaba hablando con el ministro de Gobernación, señor don Alberto García Granados. Este salió poco después, diciéndome al saludarme:
- Se trata de renuncia.
Entré donde estaba el Presidente, quien después de saludarme me dijo que las circunstancias lo obligaban a tomar determinaciones que podían parecer extremas. Noté que no se resolvía a decir francamente cuál era el objeto de aquella cita; mas como yo estaba enterado ya por lo que me había dicho García Granados, me adelanté diciéndole al Presidente que si yo no había presentado mi renuncia en aquellos días era por no ahondar más la división en el partido revolucionario, pues que faltaban muy pocos días para que él dejara la Presidencia y que entonces automáticamente yo dejaba de ser ministro. Ofrecí al señor De la Barra que al día siguiente estaría mi renuncia en poder del señor subsecretario de Relaciones, y así fue. La renuncia dice:
Tengo el honor de comunicar a usted que desde esta fecha hago formal renuncia del cargo de secretario de Estado y del Despacho de Instrucción Pública y Bellas Artes, y le ruego que, al dar cuenta con ella al señor Presidente de la República, se sirva hacerle presente mi más profundo respeto.
Protesto a usted mi atenta consideración.
Libertad y Constitución.
México, 27 de octubre de 1911.
F. Vázquez Gómez.
Coincidencia curiosa. El día en que se me pidió la renuncia, el señor Limantour me escribió de París una carta que publicó El Imparcial. No la copio, porque en mi contestación, que publicó El Demócrata de 17 de noviembre de 1911, consta lo fundamental de la carta del ex-ministro de Hacienda. Dice mi carta:
México, 15 de noviembre de 1911.
Señor licenciado don José Y. Limantour.
París.
Muy señor mío:
Fue en mi poder su carta de 26 del último octubre, la cual publica El Imparcial en su edición de hoy.
Tenía el propósito de no ocuparme por ahora en publicar lo que sé respecto a las causas y peripecias de la pasada revolución, pues he creído conveniente y, sobre todo patriótico, esperar que pasara el tiempo y con él la exaltación de las pasiones políticas, porque éstas no constituyen el móvil más a propósito para depurar la verdad; pero como su carta me obliga a hablar, voy a decir algo en consonancia con lo que en ella se trata.
Dice usted: Según parece, manifestó usted en un discurso pronunciado en Guadalajara, en los primeros días del corriente mes, lo que ya en otra ocasión había apuntado, y es que, al procurar restablecer la paz me impulsaba principalmente la ambición de continuar en mi puesto de ministro de Hacienda en el gobierno provisional, y que, para evitar que realizara yo mis deseos, se valió usted de un ardid, mandando decir al general Díaz, por conducto de un amigo que usted tenía en México, que yo traicionaba a dicho señor general, con lo cual se consiguió el resultado apetecido que era mi caída del ministerio.
Subrayo la frase, según parece, porque ella indica muy claramente que no está usted seguro de lo que afirma, y es mi deber decir la verdad, para que usted la conozca y pueda hacer comentarios más atinados.
Nunca he dicho que al procurar restablecer la paz impulsaba a usted principalmente la ambición de continuar en su puesto como ministro de Hacienda en el gobierno provisional. Lo que sucedió realmente y he apuntado algunas veces, es que el señor Francisco I. Madero, amigo y admirador de usted, se empeñó, después de la toma de Ciudad Juárez, en que usted continuara como ministro de Hacienda en el gobierno provisional, ignorando yo si había acuerdo entre ustedes dos.
Del mismo modo que los otros miembros del gabinete provisional o junta de gobierno que funcionó en Ciudad Juárez, yo me opuse tenazmente a que usted permaneciera en el gabinete; y como después de dos reuniones no pudimos hacer desistir al señor Madero de sus propósitos, fue entonces cuando yo ocurrí al medio (o ardid, si usted quiere llamarlo así) de entenderme con el señor general Díaz, valiéndome de un amigo. Y como una prueba de lo que afirmo, copio mi primer mensaje que dice así:
El Paso, mayo 13, 1911. -Principal obstáculo (para hacer la paz) señor Limantour y grupo. Convendría cambio completo gabinete de acuerdo con nuestro partido. Hablar (al general Díaz).
Este mensaje fue ideado y firmado por mí, y no suplanté la firma del señor Madero, cOmO con mala intención han dicho mis enemigos.
El último mensaje que sobre este asunto recibí, dice: México, mayo 15, 1911.-Confirmo mensaje anterior. Diga señor Madero telegrafíe general Díaz manifestando claramente que Reyes y Limantour son obstáculos insuperables definitivo arreglo. Hay juego doble. Urge. Aun no llega Habana general Reyes.
Ya ve usted cómo no me he puesto intencionalmente en pugna con la verdad, según usted afirma en su carta; pues la verdad ha sido y será siempre la norma y fin de todos mis actos.
Continúa usted su carta diciendo: Bien sabido es que, cuando en las negociaciones de paz la revolución pedía tres o cuatro carteras para sus prohombres, varias veces se me expresó el deseo de que permaneciese yo en la Secretaría de Hacienda. Usted también, señor doctor, habló en igual sentido después, en El Paso, al comisionado del gobierno, licenciado don Francisco Carvajal, al reservarse para usted mismo la cartera de Gobernación.
Tres rectificaciones tengo que hacer al contenido del párrafo que acabo de transcribir:
Primera. Quien pidió tres o cuatro carteras para la revolución y expresó el deseo de que permaneciera usted en la Secretaría de Hacienda, fue el señor Francisco I. Madero y no yo; pues como es bien sabido y a usted le consta, yo estaba en Washington, y cuando llegué a El Paso, me ocupé principalmente en convencer al señor Madero de que la revolución, ya en vísperas de triunfar, debía exigir, no lo convenido entre ustedes dos, sino la renuncia de los señores Presidente y Vicepresidente de la República y el cambio del gabinete, con excepción del señor De la Barra, quien podía quedar como Presidente interino. Esto quedará probado con todos los documentos que publicaré en su oportunidad; lo está ya con mi telegrama transcrito de fecha 13 de mayo y con lo que la prensa adicta a usted publicó en México, señalándome como el principal obstáculo para llevar a la práctica lo convenido entre usted y el señor Madero.
Segunda. Yo no hablé ni pude hablar en igual sentido (que usted permaneciera en el gabinete) al señor licenciado Carvajal; pues precisamente una de las causas porque se interrumpieron las negociaciones de paz el día cuatro de mayo, fue el radicalismo de mis ideas. Además, como puede verse en mi telegrama, yo pedía un cambio completo de gabinete, y por lo mismo, claro está que no lo aceptaba a usted.
Tercera. Yo no reservé para mí la cartera de Gobernación como usted afirma. Esta me fue ofrecida por el señor De la Barra y el señor Madero, según se verá por los documentos que publicaré a su tiempo; pero yo no quise aceptar, entre otras causas, porque sabiendo que iba a ser p9stulado como candidato a la Vicepresidencia de la República, no juzgué decoroso aceptar un puesto en Gobernación, máxime cuando esto se criticó mucho y con sobrada razón al señor Corral.
Ahora bien: ¿Por qué me opuse a que usted continuara formando parte del gobierno provisional? Debo a mi país y a usted una explicación y voy a hacerla, tal vez antes de tiempo; pero a ello me veo obligado por la carta que motiva esta contestación.
Antes debo advertir que yo no soy de los hombres que odian o insultan a quienes profesan distintas ideas políticas que las mías; muy al contrario, entre mis enemigos políticos hay muchos que me honran con su amistad personal y les correspondo sinceramente del mismo modo.
Tengo la convicción de que el responsable de la situación del país que motivó la revolución, no fue solamente el general Díaz, sino que usted tuvo igual o mayor responsabilidad; y para no referirme más que a un hecho concreto voy a repetirlo aquí porque se lo expuse a usted en una de nuestras conferencias en Nueva York.
Recordará usted que cuando éstas tuvieron lugar en el hotel Astor, el gobierno de los Estados Unidos movilizaba veinte mil hombres hacia la frontera de México; y usted, valiéndose de un ardid o recurso político, nos hacía responsables, no sólo de la revolución, sino también de la intervención armada de Norteamérica que, a su juicio, ya comenzaba; y aunque yo nunca creí que ésta podía efectuarse, le hice responsable de ella, porque usted, reconociendo su influencia, había dicho al general Díaz que si el señor Corral no resultaba electo Vicepresidente de la República, usted se separaría del gobierno. El entonces Presidente de la República, creyendo que el encargado del Ministerio de Hacienda era absolutamente indispensable en el gabinete, se vió en ia necesidad de imponer al señor Corral, en contra de la voluntad casi unánime del país; pero si la imposición del señor Corral fue una de las causas más poderosas de la revolución, tenía que serlo también de todas sus consecuencias; luego era muy natural contar entre éstas la intervención de los Estados Unidos, si llegaba a verificarse.
Recordará usted, señor Limantour, que cuando yo expuse el origen o porqué de mi afirmación, no pudo usted menos que decir: Tengo ese pecado.
Como usted dice en su carta, no quiero hacer comentarios, prefiriendo que otros sean los que emitan su juicio sobre la moralidad (o patriotismo) de ese proceder, lo mismo que sobre la oportunidad política de su carta, dadas las condiciones actuales. En cuanto a que si usted ha traicionado o no al señor general Díaz, eso lo dirá la historia a su tiempo.
Ahora bien: si por estas razones y otras muchas que por hoy no quiero expresar, lo he creído a usted responsable o causante de la revolución, ¿cómo no oponerme a que usted continuara en el gabinete?
Desde que tomé parte activa en el movimiento revolucionario, siempre laboré con todo patriotismo y desinterés en pro de los nobles ideales que demandaba y demanda la situación de mi patria; jamás he insultado a nadie, y por estos motivos espero tranquila y serenamente el juicio desapasionado de todos mis compatriotas.
Ruego a usted reciba mis más atentos saludos.
Francisco Vázquez Gómez.
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