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Tercera parte
CAPÍTULO III
EL CUARTELAZO. ASESINATO DE MADERO Y PINO SUÁREZ. LAMENTACIONES EXTEMPORÁNEAS DEL GRUPO MADERISTA.
El sábado 8 de febrero de 1913, como a las tres de la tarde, tocó su turno en la consulta a un señor que me era desconocido. Cuando yo comenzaba a interrogarlo, suponiéndolo enfermo, me dijo que no venía a consultar sino a darme una noticia.
Esta noche -prosiguió-, es el cuartelazo, y aunque usted no es de los nuestros, sus hijitas y las mías son amigas y condiscípulas: por tal motivo he creído de mi deber venir a decirle lo que esta noche va a suceder para que tome sus precauciones, porque el gobierno, que es enemigo de usted, pudiera perjudicarlo.
Mi visitante se despidió, diciéndome su nombre, del que sólo recuerdo el apellido Berea. Le di las gracias por su atención y aunque algo preocupado, proseguí la consulta.
No había pasado media hora, cuando me llamaron urgentemente de parte de una familia que vivía en la calle de Berlín, diciéndome que uno de los niños estaba grave. Salí inmediatamente y al entrar en la casa pregunté quién era el que estaba enfermo, pues yo era el médico de la familia. La contestación fue una sonrisa; me pasaron a la sala y allí me dijeron que no había tal enfermedad; que lo que había era el cuartelazo para esa noche y que me recomendaban no permaneciera en mi casa. Después de oír esto me vine a continuar mi consulta.
Entre los enfermos que siguieron, entró uno de mi confianza, y le supliqué me hiciera favor de depositar en el correo una carta que me urgía mandar y no tenía en el momento quien la llevara. Esta era un recado que escribí a mi amigo don Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, con quien convine en su última estancia en la capital, en enero de ese año, si mal no recuerdo, que le escribiría. un recado cualquiera tan luego como tuviera noticias ciertas del cuartelazo, del cual, como he dicho, se hablaba en todas partes. Este recado lo recibió el señor Carranza, según me dijo en Piedras Negras en el mes de mayo siguiente.
Terminada la consulta, como a las ocho de la noche, subí y dije a mi señora que me iba a dormir a otra parte, sin que por el momento pudiera decir a dónde, porque yo mismo no lo sabía. Salí sin rumbo, pero luego me dirigí a la calle de Donceles en casa de unos clientes y amigos míos. Creímos que no era conveniente permanecer allí y me llevaron a una carrocería cerca de Santiago Tlaltelolco, no lejos de la prisión militar, en donde estaba preso el general Reyes.
Pasó la noche sin novedad; pero en la mañana del 9 empezaron a oírse tiros tanto en la prisión militar como por el rumbo del Zócalo y poco después empezó a circular la noticia de que habían matado al general Reyes. El día domingo, continuó el fuego en el centro, con algunas intermitencias.
En la noche del día 9 creí que no era prudente permanecer más en aquel lugar; pedí un coche y me vine en dirección al centro de la ciudad, sin saber a dónde. Me acordé de un cliente sacerdote, el señor Lino C. Careaga, a quien había salvado de una enfermedad muy grave; dejé el coche dos cuadras antes y me dirigí a la casa de mi antiguo cliente. Le expuse mi situación y allí pasé todo el resto de la llamada Decena Trágica, la cual terminó con la prisión del señor Madero y su gabinete. Entonces salí de mi escondite y vine a mi casa en donde supe que uno de los jefes de la policía reservada, señor Reyes, mi aprehensor unas semanas antes, había venido varias veces a buscarme con insistencia, para darme un abrazo. (sic).
Como es sabido, los señores Madero y Pino Suárez renunciaron los cargos de Presidente y Vicepresidente de la República, respectivamente, renuncia forzada porque se encontraban presos, y naturalmente no válida, con tanta mayor razón si consideraban amenazada su vida y la renuncia como el modo de salvarla. Mas como quiera que sea, se instaló el nuevo gobierno con el general Huerta como Presidente de la República y un gabinete que se decía felicista. Esto, según se dijo, fue el resultado del Pacto de la Ciudadela, también llamado de la Embajada, documento que, según creo, quisieran no haber firmado los signatarios.
Antes de seguir adelante, no me parece por demás decir algunas palabras acerca del cuartelazo, o mejor dicho, de por qué el gobierno, en los momentos de mayor peligro, confió su seguridad y existencia al general Huerta. En efecto: se sabía que con motivo de la campaña militar que éste último había hecho contra los zapatistas en el Estado de Morelos, había tenido un choque con el señor Madero, según se conocía por cartas y telegramas que fueron publicadoo en la prensa de aquellos días: era del conocimiento público que cuando el general Huerta estaba en Torreón preparando el ataque contra las fuerzas de Orozco, estuvo en pláticas con los agentes que pretendían dar el cuartelazo en favor del general Treviño; era público, también, que cuando regresó Huerta de la campaña del norte, el gobierno le quitó el mando de fuerzas porque, indudablemente, algo había sabido de las maquinaciones de Huerta; y por último, algunos periódicos publicaban las noticias de que el general Huerta tenía algunas juntas con oficiales federales, quienes parece que no estaban conformes con la nueva situación.
En virtud de todas estas razones, el nombramiento de Huerta como jefe de la guarnición de la plaza, fue para México verdadera sorpresa y acto verdaderamente inexplicable. Pero cuando leí el libro El Régimen Maderista, del señor Manuel Bonilla, jr., quien en este punto parece estar bien documentado, supe el porqué del nombramiento a que me acabo de referir. En efecto, el señor Bonilla, dice en la página 56 de su libro:
Cómo se nombró a Huerta. comandante militar. Yo he hecho una investigación tan completa como me ha sido posible, acerca de este tan debatido y obscuro punto del nombramiento de Huerta para substituir al general Villar.
Ninguno de los ministros del señor Madero, con excepción del general García Peña, ha podido precisarme de una manera clara algún dato sobre el particular, limitándose a expresar la creencia de que fue el ministro de la guerra el autor del desacertado nombramiento.
El señor general García Peña, a quien no he comunicado las opiniones de las personas a quienes he consultado, se sirvió decirme cuando le hice igual pregunta, lo que en otro lugar de este libro transcribo acerca de su opinión sobre Huerta y me hizo la revelación de la destitución de éste del mando de la división del norte.
Agrega el general García Peña, al referirse al nombramiento del 9 de febrero, para comandante militar, lo siguiente:
Usted calculará qué impresión me causó el que todos loa familiares del señor Madero proclamaran la lealtad de Huerta y lo nombraran comandante militar, en sucesión de Villar, que había resultado herido el propio día 9.
Cuando el señor Presidente me dió la orden, yo le puse en sus manos mi renuncia, que siempre cargaba en la bolsa, y el Presidente me dijo: No puedo creer que un valiente, como usted lo ha demostrado ser, hoy me abandone. Y yo le contesté: No lo abandono. Nómbreme su jefe de estado mayor, pero quíteme el cargo de ministro que sale sobrando, desde el momento en que, olvidando usted el brindis de Huerta en Paso del Norte (Ciudad Juárez) le dispensa su confianza. Y entonces me dijo: ¿Y qué quiere usted que haga, si así lo quieren mi papacito y Gustavo?
Esto es todo lo que hay de claro en el asunto -continúa el señor Bonilla-, y yo acepto que es la verdad, porque el ministro de Guerra debe haber sido el conducto, indudablemente, para el nombramiento. Por otra parte, la animadversión de don Gustavo hacia el general García Peña puede explicar, junto con el deseo de reparar el incidente de la Plazuela de Guardiola, que don Gustavo juzgaba en aquellos momentos como injurioso e injustificado para Huerta, la actitud asumida por el presidente del P. C. P., al hacer presión sobre su hermano para que nombrara al traidor.
El dominio que ejercía la familia, sobre todo su hermano Gustavo, sobre el señor Francisco I. Madero, y la suma debilidad de éste, según se acaba de ver, fueron la causa del desvío político del jefe de la revolución, así como de su caída y muerte. Es indudable que Huerta tenía el propósito de vengar de algún modo el triunfo de la revolución, y el 9 de febrero aprovechó la oportunidad que tan bondadosamente se le brindaba. Huerta obró como era; quienes cometieron el error fueron los que inocentemente se entregaron en sus garras para salvarse. Cosas del destino.
El día que se instaló el nuevo gobierno, o, mejor dicho, cuando protestaron los miembros del gabinete, vino a visitarme el señor licenciado don Jorge Vera Estañol, ministro de Instrucción Pública. Durante su visita, que fue muy corta, me habló de los propósitos del gobierno acerca de las ideas justas de la revolución que iban a ser satisfechas, para lograr pacificar el país. Creí, y entiendo que así lo dije, que eso sería un buen medio de conseguirlo.
Como era natural, en esos momentos, se publicaban muchas noticias, más o menos alarmantes, y rumores sobre asesinatos que, desgraciadamente, se confirmaron bastante.
En la tarde del viernes 21 de febrero de 1913 me habló por teléfono el señor licenciado Rodolfo Reyes para que fuera a hablar con él al Ministerio de Justicia, de que se había encargado; pero me negué a concurrir, diciéndole que lo vería al día siguiente en su casa, como lo hice, en efecto. Durante nuestra entrevista me refirió algunas de las peripecias que condujeron a la muerte de su padre el general Reyes. Ya para retirarme me preguntó:
¿Qué dice usted de los presos?
Comprendiendo que se refería a los señores Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, le contesté:
- Que no los toquen Acabo de ver en la prensa de esta mañana -proseguí-, que algunos diplómáticos piden que se los entreguen para conducirlos fuera del país con toda clase de seguridades y creo que debe aprovecharse esa oportunidad.
Antes de seguir adelante, creo conveniente decir que no defeccionó todo el ejército federal, sino unos cuatrocientos hombres en México, según decían, y después el general Blanquet con su batallón. La mayor parte del ejército siguió al gobierno de Huerta porque se había establecido con aprobación de los Poderes Legislativo y Judicial. Yo conocía a muchos jefes, y algunos me decían que no sabían cómo proceder, porque, por una parte, les repugnaba lo sucedido y por otra, se trataba de un gobierno en que funcionaban los tres poderes.
En verdad, yo tenía la creencia de que no matarían a los prisioneros, porque consideraba ese acto monstruoso y porque no se había dado uno igual en nuestra turbulenta historia. Además, Madero era el Presidente y Pino Suárez el Vicepresidente de la República y creí que su investidura sería necesariamente una garantía de su vida. Pero el domingo 23 de febrero, muy temprano, entró mi señora con los periódicos en la mano y, presa de una grande emoción, me dijo:
- Mira, ya mataron a Panchito, y me tendió El País.
- No; han de ser noticias alarmistas de los periódicos, le contesté; pero los tres periódicos que llevaba tenían la misma noticia. ¡Qué bárbaros! -exclamé-: no saben lo que han hecho.
Leí la versión oficial que se daba respecto de cómo habían pasado los acontecimientos; y como todas las versiones oficiales sobre desapariciones de políticos siempre son falsas, no creí lo que decía el gobierno de Huerta. Pero el hecho era una realidad, que, a decir verdad, conmovió hondamente a todo el país. Es que aparte del crimen sin precedente, se había cometido un error político cuyas consecuencias todavía no acabamos de lamentar. El señor Madero fue sepultado en el Panteón Francés y mi amigo el profesor Julián Pardo, me hizo el favor de depositar en su tumba una corona; último recuerdo del amigo y compañero de lucha.
¿En dónde fueron asesinados los señores Madero y Pino Suárez? Según unos, en el mismo Palacio Nacional y según otra versión, detrás de la Penitenciaría, pero no donde decía la información oficial. Por mi parte, creo que el doble asesinato fue consumado detrás de la Penitenciaría, según noticias que tuve cuatro o cinco días después de haberse cometido.
Estaba preso en la Penitenciaría el revolucionario Abraham Martínez, quien salió de la prisión tan luego como Huerta tomó posesión de la Presidencia; y como viniera a saludarme, le pregunté qué sabía respecto a dónde fueron muertos los prisioneros y me refirió lo siguiente:
Desde el sábado en la mañana se supo en la prisión que ese día iban a llevar a los presos: se arreglaron unas celdas y nosotros teníamos curiosidad de verlos llegar; pero dieron las nueve de la noche y no llegaron. Más tarde oímos unos tiros detrás de la Penitenciaría y poco rato después llegaron con los cadáveres.
- Aquí tiehe usted los casquillos de los cartuchos con que fueron asesinados los señores Madero y Pino Suárez.
- Pero ¿cómo lo sabe usted? -interrogó el sacerdote-.
- De este modo -contestó el interrogado-: aquí compra su pulque el velador de las bodegas de la casa Bocker, y me dijo que la noche del sábado vió llegar cerca de ellas dos automóviles con gente, y otros a caballo; que por temor, cubrió su linterna y se escondió detrás de un pilar. A poco oyó los disparos y algunas voces; luego silencio y en seguida se volvieron los automóviles. Al día siguiente muy temprano, fue a ver qué había, encontrando los casquillos y manchas de sangre.
Otra de las versiones acerca de este particular, fue la de que los habían matado en palacio, según dijo a mi hermano el señor don Julio Peña, condiscípulo, íntimo amigo del señor Madero y, en los días del cuartelazo, intendente del palacio de Chapultepec. Ya para terminar estas Memorias tuve la oportunidad de platicar con el señor Peña y le pregunté en qué se fundaba para decir que el doble asesinato había sido cometido en palacio. En contestación me refirió lo siguiente:
Como todavía no acababa de entregar el palacio de Chapultepec, podía yo entrar con cierta libertad a la intendencia del Palacio Nacional. Un día entré a la pieza donde habían tenido a los prisioneros y noté que había sido quitado un regular pedazo de la alfombra, que era nueva: en el resto, había manchas de sangre, lo mismo que en la pared, aunque con señales evidentes de que habían tratado de borrarlas; y como allí no supe que hubiera habido otros prisioneros, supuse que aquel había sido el lugar donde asesinaron al Presidente y Vicepresidente de la República. En consecuencia, pensé también que la farsa del asalto la hicieron con los cadáveres.
Después de terminada esta relación, tuve oportunidad de conocer un relato del entonces coronel Rubén Morales, y que publicó El Estandarte, de Oaxaca, en los meses de diciembre y enero de 1917 y 1918, respectivamente. El coronel Morales fue de los primeros revolucionarios, y cuando el cuartelazo, era ayudante del presidente Madero. No copio todo el relato porque es bastante extenso y sólo me limito a copiar los datos más importantes porque supongo que son poco conocidos del público. Dice:
Exactamente un mes antes de los acontecimientos de febrero, un periódico de los editados en la capital de la República, anunció con grandes caracteres todo lo que iba a pasar, y esa noticia no causó impresión entre los revolucionarios que palpábamos y que advertíamos que el gobierno del señor Madero se hundía.
El viernes anterior al día de los sucesos de febrero de 1913, y con el objeto de sondear y de cerciorarme de las noticias que sobre el particular hubiera, reuní en mi casa habitación a un grupo de oficiales, compañeros de colegio, y en el transcurso de la comida con que los obsequié, me expresaron la seguridad que tenían de que el cuartelazo estaba muy próximo.
Alguno de ellos me invitó a concurrir al cuartel de artillería, de Tacubaya, a donde él pertenecía, manifestándome que escondido en su cuarto podría enterarme de las juntas que allí se verificaban, y que viendo a las personas que concurrían, inferiría la clase de asuntos que se trataban en ella.
Entramos en detalles y me expuso todo lo que yo presentía acerca de que el señor Madero no quería prestar oído a las noticias que por diversos conductos Be le enviaban, y sintiendo tener que verse muchos oficiales envueltos en una asonada, por la apatía de las altas autoridades militares.
Con aquellos datos acudí a palacio en los momentos en que terminaba la audiencia el Presidente ... Una vez en marcha, le expuse los detalles que tenía y le pedí que designara una persona que me acompañara a Tacubaya para que le informara de los asuntos que allí se trataban.
El señor Madero, como acostumbraba, recibió con indiferencia y hasta con cierto disgusto mis noticias, y me dijo que como el asunto no era de inmediata resolución acudiera yo al día siguiente a Chapultepec, donde lo trataríamos con el general García Peña, ministro de la Guerra.
El sábado acudí como a las ocho del día a Chapultepec y no me fue posible hablar con el Presidente porque conferenciaba con García Peña y había ordenado que no se le interrumpiera.
Entonces pasé a las habitaciones particulares del Presidente y expuse la situación a la señora esposa del mismo y algunos miembros de su familia que la acompañaban, suplicándole que hiciera ver a su esposo el peligro en que nos encontrábamos, despidiéndome disgustado por aquella contrariedad.
Apenas había acabado de comer, cuando el Presidente en persona me habló por teléfono, diciéndome que acudiera inmediatamente a Chapultepec, y diez minutos después estaba en su presencia soportando un fuerte regaño de él, porque, según decía, había inquietado mucho a su familia con mis noticias tan alarmantes.
Le pedí excusas por mi imprudencia y me retiré con la firme determinación de no inmiscuirme en aquellos asuntos ...
Méndez Rivas no me había conocido, y una vez en marcha empezó a contarnos que llevaba a Félix Díaz la lista de todos los oficiales que se habían comprometido a secundar el cuartelazo y una copia de los tratados o estipulaciones bajo las cuales el jefe de la Ciudadela lo reconocía como jefe supremo.
Como aquellos datos eran importantes y no podía perder el tiempo, llamé inmediatamente por teléfono, informando al Presidente de lo que había, quien me dijo que el general Huerta había dictado ya todas las órdenes y que le había asegurado la plena confianza que tenía en el jefe de la Ciudadela.
Durante aquellos días (los del cuartelazo) iba frecuentemente a palacio, a Chapultepec y a la embajada alemana y, como antes dije, teniendo relaciones con algunos oficiales de la Ciudadela, ellos se valían de sus familiares y asistentes para comunicarme su situación y para inducirme a que dijera al Presidente la conveniencia de efectuar un ataque contra aquel lugar por la noche y por sorpresa, garantizando que en dos horas el fuerte quedaría rendido, pues durante el día ellos, en su mayoría artilleros, eran obligados a disparar y combatir por los grupos de paisanos que se habían reunido.
El sábado por la noche conferencié en un lugar muy próximo a la Ciudadela con dos oficiales de allí que habían solicitado permiso para ir a sus casas y nuevamente me expusieron, a nombre de muchos de sus compañeros, que el ataque era de urgente necesidad y que temían que el general Huerta traicionara al Presidente Madero, pues mucho se rumoraba en el interior de la Ciudadela acerca de algunas misteriosas conferencias que se habían celebrado.
A las primeras horas del domingo se promulgó el armisticio y cerca de las once de la mañana recibí urgente recado de los mismos oficiales de que he hablado, acerca de que el general Huerta había dispuesto introducir víveres a los sitiados de la Ciudadela y que dichos elementos debían entrar por la calzada de La Piedad y calles adyacentes.
Acudí allí, procurando no ser descubierto, y presencié que entraron en la Ciudadela diez y ocho carros de víveres.
Inmediatamente fuí a palacio y logrando ponerme al habla con el Presidente, le expuse lo que había presenciado.
Me ordenó que me fuera en busca del general Huerta para averiguar de esos procederes, pues según me dijo, la noticia que yo confirmaba le había sido ministrada por el ingeniero Urquidi.
En presencia del señor licenciado Pino Suárez, el señor Madero preguntó al general Huerta lo que había sobre el particular, y como éste titubeara y pareciera negar, yo le dije que había presenciado la entrada de víveres y que los oficiales me habían dicho eso era el resultado de un convenio que él había celebrado con Félix Díaz.
Entonces el general Huerta confesó que en efecto, él había dictado esa medida, pues había notado que los felicistas carecían de víveres, se dispersaban haciendo que el movimiento cundiera por toda la ciudad.
El señor Madero manifestó su extrañeza, pero Huerta lo convencio diciéndole que, si pudiera, enviaría a los felicistas mujeres y licores para que así estuvieran juntos y contentos y que el día que le entregaran la Ciudadela, no quedaría un tal por cual felicista en toda la ciudad.
Huerta significó grandísimo interés en saber quiénes eran los oficiales, pues, según decía, dudaba de su sinceridad; pero me negué a descubrir sus nombres, manifestando que yo respondía de esa sinceridad, diciendo, además, que nada costaría intentar un ataque nocturno teniendo en cuenta que todos los días se estaba atacando la posición con resultados negativos. El señor Madero y el licenciado Pino Suárez apoyaron mi idea, y el general Huerta, no encontrando otro argumento que poner, preguntó bruscamente si no se tenía confianza en sus aptitudes para que se le insistiera con un plan que él reprobaba.
Como el señor Presidente y el señor Vicepresidente ratificaron su plena confianza al general Huerta, éste alzó al señor Madero levantándolo en peso y dándole después fuertes palmadas en la espalda, diciéndole con una expresión indefinible: Ciudadano Presidente, está usted en los brazos del general Victoriano Huerta.
Aquella escena desarmó al Presidente a tal grado que desde luego me recogió un pase que me había dado momentos antes para introducir a palacio a más de doscientos revolucionarios maderistas que habían pedido entrar a resguardar la residencia presidencial, y me ordenó que para todo me entendiera con el general Huerta.
Bajamos juntos por el elevador presidencial y al salir de él, acudió a nuestro encuentro el capitán Posada Ortiz, ayudante de don Victoriano, y le dijo que en sus oficinas le esperaban los miembros de la Embajada Americana y que le suplicaban acudiera con el intérprete de confianza de que habían hablado.
Huerta mandó a Posada Ortiz que buscara por los corredores al licenciado Emeterio de la Garza, que serviría de intérprete, y que lo llevaría a sus oficinas, y los dos continuamos al Departamento de la Comandancia Militar, donde Huerta despachaba ...
Me vi precisado a acudir a Huerta en demanda de su firma; pero al pretender entrar a sus oficinas, me impidió el paso un soldado americano que resguardaba la puerta por el interior, diciéndome en inglés que le habían ordenado que no dejara entrar a nadie, pues el general conferenciaba con la Embajada.
La presencia de aquel centinela americano en una dependencia del Palacio Nacional, me causó honda extrañeza y me propuse entrar empujando la puerta, diciendo a aquel individuo que era yo del estado mayor presidencial.
Una vez franqueado el paso, llegué hasta el escritorio donde Huerta, sin advertir mi proximidad, hería una carpeta con una plegadera, sumido en la más profunda abstracción.
En un ángulo de la habitación, y muy próximo a don Victoriano, conferenciaban en inglés los miembros de la Embajada Americana y Emeterio de la Garza.
Algo oí referente a la actitud del Senado, mentándose nombres de senadores hostiles al señor Madero, y cuando más me interesaba en la conversación, Huerta levantó la cabeza, preguntándome rápidamente lo que deseaba.
Le indiqué que iba a recoger su firma; pero como la conversación de los otros continuaba, el general tomó apresuradamente una gran torta compuesta que tenía en una charola y dijo en voz alta, dirigiéndose a De la Garza: Bachimba, Bachimba. Escuchar esto e interrumpir Emeterio de la Garza la plática, todo fue uno, diciendo en inglés a los de la Embajada: dice el señor general que únicamente eso comían en Bachimba.
Oh, yes -dijeron los misteres aquellos -y celebraron con estruendosa carcajada el chiste del general. Obtuve la firma y me despedí con una ceremonia.
El 29 batallón que había llegado en abierta hostilidad a Tacuba y que se negó a ocupar el puesto en la línea del sitio que de antemano se le había indicado, ocupó el Palacio Nacional después de algunas conferencias celebradas entre Blanquet, su jefe, y Huerta. Al efectuar esta ocupación cerraron puertas y establecieron fuertes retenes en todo el edificio.
El martes 18 de febrero como a las once de la mañana, acudí a palacio y en uno de los salones del mismo me encontré al general don Salvador Herrera y Cairo que, cuando era mayor, había sido mi jefe en la Compañía de Ametralladoras y nos profesábamos especial estimación.
Me dijo también que el Presidente ya estaba preso, pues que Blanquet había ocupado palacio únicamente con ese objeto y me indicó que observara la actitud de los oficiales y tropa del 29 batallón.
Herrera y Cairo lamentaba tener que esperar allí los acontecimientos, pero insistía amigablemente en que yo me pusiera a salvo.
Todos aquellos detalles y conjeturas me decidieron a llamar la atención del Presidente sobre el particular, por más que Herrera y Cairo lo estimaba inútil, pues ya en rigor nos encontrábamos presos. Esto no obstante penetré resueltamente al salón de acuerdos e indiqué al señor Madero que me urgía hablarle; pero en aquellos momentos llegó una comisión del Senado a la que tuvo que recibir.
Entonces aproveché hablar con don Gustavo. Le expresé mil temores y me dijo que eso se decía, pero que cuidara yo de andarlo propalando, y más de que me oyera el Presidente, pues me podía hacer acreedor a un castigo por verter aquellas especies que atacaban directamente el honor del general Huerta.
La comisión del Senado había ido con el objeto de pedir que renunciara el señor Presidente.
Nuevamente pretendí hablar con don Gustavo para que él tratara de advertir al señor Madero nuestra situación; pero en aquellos momentos tomaba el elevador con Huerta, Rubio Navarrete y algunos otros para irse a comer al restaurante Gambrinus, pues ya el general se sentía con mucho apetito.
Con los temores que don Gustavo me había despertado al hablarme de la posibilidad de hacerme acreedor a una reprimenda por atacar la honorabilidad del general Huerta, no me fue posible hablar abiertamente con el general Rodríguez Malpica. Y cuando apenas comenzaba a entrar en materia advertí que por la puerta que da al otro salón de espera y de allí a los corredores, penetraba un grupo como de 30 soldados con sus armas terciadas y encabezados por Riveroll e Izquierdo.
Inmediatamente brinqué a la puerta que conduce rumbo al Salón de Acuerdos donde se encontraba el Presidente, y cuando llegaron a mí, pregunté lo que deseaban. Me dijeron que les urgía hablar con el Presidente de la República; y como yo pretendiera pedirles más explicacion~, me hicieron a un lado violentamente, diciendo que no tenían tiempo que perder y que ... les urgía ver al PreBidente porque les estaban tirando los rurales ..., pero como no supieron el punto fijo donde el Presidente se encontraba, tomaron por la derecha para entrar al Salón Verde.
Marcos Hernández, al ver mi excitación decidió entrar conmigo a hablar al Presidente, mientras el general De la Vega continuaba sonriendo irónicamente mascando su puro.
Llegamos hasta él antes que los soldados lo hubieran encontrado. Marcos Hernández le dijo de qué se trataba, colocándose a su derecha.
Todos se pusieron de pie mientras yo les daba la noticia a González Garza y a otros. Marcos Hernández trataba de convencer al señor Madero del peligro en que nos encontrábamos.
El Presidente manifestaba que no podían dar ese paso los soldados e insistía en que no era verdad lo que asegurábamos. Pero en aquellos momentos, y por el lado opuesto en que nos hallábamos, penetraron al salón los aprehensores, llegando hasta frente del señor Madero.
Jamás traté a Riveroll ni a Izquierdo y en aquellos momentos ni siquiera sabía sus nombres. Por tal motivo, no puedo precisar quién fue de ellos el único que llegó a la presencia del señor Madero al frente de la escolta. Ese individuo manifestó al señor Madero que llevaba la penosa comisión de aprehenderlo, pues el ejército ya estaba cansado con tantos días de lucha infructuosa y que aquellas órdenes se las había transmitido el general Blanquet, de acuerdo con el general Victoriano Huerta.
El señor Madero discutía con ese jefe sobre quién era Blanquet para ordenar la aprehensión del Presidente de la República y queriéndole hacer ver que faltaba a sus más sagradas obligaciones.
El jefe de referencia manifestó que él no tenía más que cumplir con las órdenes que le había dado su superior ... y pretendió asir al Presidente de la mano derecha.
Quiero hacer constar que el señor Madero no portaba habitualmente pistola y sobre todo que en aquellos momentos no la extrajo, y que si no fue Marcos Hernández el que mató al jefe de la escolta, probablemente los dos fueron heridos por los disparos de la tropa, pues el referido jefe se encontraba entre Marcos Hernández y ella, siendo indudable que aquél fue muerto por los disparos de los fusiles.
El señor Madero, con una serenidad a toda prueba, indicó que no se siguiera disparando, y los soldados al verse sin jefe y ante el Presidente de la República, se alinearon respetuosamente y empezaron a presentar armas.
Muchos aconsejamos al señor Madero que aprovechara aquel momento para ponerse a salvo; pero él se obstinó en ir en busca de Blanquet para ver lo que acontecía. Aquella temeridad disgustó a todos los que nos encontrábamos a su lado.
Los disparos en los salones presidenciales alarmaron grandemente a los rurales que guarnecían las afueras de palacio y muchos de ellos se aglomeraron frente a la puerta Mariana, gritando hacia los balcones, preguntando qué pasaba y pidiendo que se abrieran las puertas para cuidar la persona del Primer Magistrado.
Todavía el señor Madero salió a los balcones y los arengó, diciéndoles que perdieran cuidado, pues había pasado ya aquel incidente, indicándoles que volvieran a sus puestos ...
Cuando hablaba por teléfono (al Ministerio de la Guerra) acudió Garmendia a mí, preguntándome dónde se encontraba el Presidente y juntos decidimos ir a buscarlo, tomando por la escalera que momentos antes le había indicado al licenciado Pino Suárez.
En los momentos que llegábamos al patio, vimos que salían del elevador el señor Madero, Sánchez Azcona y otros que vitoreaban al general Blanquet que, al frente de su batallón, apareció por bajo de los portales que están frente a la oficina de la Mayoría de Ordenes.
Mutuamente marcharon a encontrarse, el señor Madero y los que lo acompañaban gritando vivas al general Blanquet y al 29 batallón; y el general, mudo, al frente de sus tropas, con la pistola en la mano.
En los momentos en que el señor Madero probablemente iba a abrazar a Blanquet, éste le dijo que se diera preso; y como el señor Madero quisiera todavía llamarlo al orden, el general puso la pistola en la sien izquierda del Presidente, diciéndole que no lo obligara a más y que se diera preso. A la vez, todo el batallón apuntó sobre nosotros.
El señor Madero contestó: También es usted traidor, general Blanquet y, pidiendo que se respetara la vida de los demás, se entregó preso, habiendo sido encerrado en la Prevención de la Guardia de Honor, que tiene puerta junto al nicho donde se guardaba la bandera ...
Pero conforme se aproximaba (Huerta) se llegaba a él un oficial de rurales, montado, quien le gritó que no había novedad, y Huerta, aminorando únicamente la marcha del auto, dijo al oficial que parecía que por palacio había habido algunos desórdenes, pero que si algo se ofrecía obedeciera en todo y para todo al general Blanquet.
Aquello me convenció de su actitud y procuré ocultarme ...
Por fin, conseguimos hablar con el general Garza, que había sido nombrado gobernador del Distrito, y después de regañarme, porque, según me dijo, el señor Madero no era mi padre, para que yo mostrara tanto interés por su cadáver, nos declaró que los restos nos serían entregados tan pronto como se practicara en ellos la autopsia correspondiente.
Ya nos habíamos despedido cuando nos alcanzó un oficial, ayudante del gobernador, manifestándonos, en nombre de él, que el gobierno tenía gran empeño en que no se interpretaran mal las cosas y por lo tanto, nos invitaba a que presenciáramos las autopsias ...
Entre los escasos partidarios que concurrieron al panteón, se hallaban distribuídos agentes de la policía reservada, y uno de ellos me llamó para avisarme que tenían orden de dar sepultura a los restos, inmediatamente, si se pretendía abrir la caja para hacer alguna investigación.
Así lo comuniqué a los miembros de la familia, y la caja no fue abierta más que un momento aprovechando una distracción de aquellos individuos, por instancias de la señora viuda de Madero para introducir un crucifijo que ella llevaba puesto.
El cadáver estaba absolutamente vendado, con tiras de sábana burda, no dejando ver más que media frente y el rostro. Y recuerdo que el vendaje de un costado tenía un sello de tinta, que decía: Penitenciaría del Distrito Federal, número ...
Hasta la fecha no he podido averiguar si el señor Manuel Pérez concurrió a la autopsia; pero tengo la certeza, por lo que respecta al señor Madero, que el certificado de los médicos que la efectuaron es absolutamente falso, pues en él se asegura que murió a causa de varias heridas de fusil recibidas en el cuerpo, sin hacer mención de una herida de pistola en la frente, que seguramente fue la que lo mató y la cual yo vi y tenté. (El certificado sí hace mención de dicha herida.-Francisco Vázquez Gómez)
Esto se corrobora con las ropas que obran en poder de la señora viuda de Madero, las cuales no presentan un solo orificio y sí todas están manchadas de sangre por la espalda, indudablemente a causa de la hemorragia originada por la bala al salir por el occipucio.
Muchas versiones han corrido respecto del lugar en que se efectuaron los asesinatos, y aun cuando atrás de la Penitenciaría, las mujeres de que hablé recogieran tierra y piedras ensangrentadas; me inclino a creer que el señor Madero fue matado en palacio y el licenciado Pino Suárez atrás de la Penitenciaría ...
Mis relaciones con algunos oficiales del ejército me han dado algunos detalles que afirman esta creencia, pues alguno que se dice testigo presencial, me contó que después de una orgía acudieron Huerta, Félix Díaz, Blanquet, Cárdenas y otros, al lugar que servía de prisión a las víctimas, y una vez que los befaron y que el señor Madero les echó en cara su cobardía, el general Félix Díaz le dió una bofetada en el rostro y Cárdenas le disparó en la frente, cayendo el señor Madero inmediatamente muerto, y entonces el cadáver fue introducido con violencia al auto y el licenciado Pino Suárez conducido a la fuerza, pues parece que se rehusaba a salir de aquel departamento.
Por otros muchos detalles infiero que la sangre que había detrás de la Penitenciaría y los impactos en la barda, fueron señas de que allí fue fusilado el licenciado Pino Suárez, aunque de un modo muy particular, pues parece que le aplicaron la famosa Ley Fuga.
El cadáver del señor Madero, además de la herida en la frente, presentaba un golpe en la nariz, abarcando el carrillo izquierdo.
Me suplicó la señora de Madero acudiera a la iglesia del Sagrado Corazón por el padre Genda para que bendijera la sepultura, y no habiéndolo encontrado, llevé a otro sacerdote español.
Terminada la ceremonia, fue enterrado el cadáver del señor Madero y ... una hora más tarde se me hizo preso y se me condujo a la Inspeción General de Policía (1),
Esta relación, en lo que se refiere al lugar donde fueron asesinados los señores Presidente y Vicepresidente de la República, concilia las dos versiones que sobre el particular me refirieron el general Abraham Martínez, el sacerdote Lino Careaga y el señor Julio Peña.
Así terminó el gobierno emanado de la revolución, respecto del cual no me considero capacitado para emitir un juicio en estas Memorias que tienen por objeto solamente referir lisa y llanamente aquellos acontecimientos en que tomé participación directa o de que tuve conocimiento. Que el señor Madero cometió grandes errores políticos, nadie podrá dudarlo; que estos errores fueron el resultado del predominio que sobre él ejercieron su familia y el Centro Director del Partido Constitucional Progresista, nadie podrá negarlo tampoco. El mismo señor Madero, la víspera de su muerte, confesó al señor Ministro de Cuba, Márquez Sterling, que había cometido grandes errores y aun se proponía remediarlos si volvía al gobierno.
Pero no sólo el señor Madero reconoció muy tarde sus errores, sino también su círculo de amigos y consejeros; y aunque éstos quisieron eludir su responsabilidad en la marcha de los asuntos políticos, sorprendiéndose a última hora de que el gobierno que ellos formaban no era revolucionario, sino del antiguo régimen (principalmente científico); a pesar de esto, la historia no podrá menos que condenar su actuación. Que el gobierno no era revolucionario, lo veían todos, amigos y enemigos, y éstos observaban atentos para dar el golpe en el momento propicio.
Si se lee con atención nuestra correspondencia del mes de julio y agosto, se verá claramente por qué me empeñé, hasta ser terco, en que no se dividiera la revoluciÓn, y cÓmo esta terquedad me trajo el odio del señor Madero y muy especialmente el de sus directores políticos, quienes me creyeron un ambicioso vulgar.
Los Vázquez Gómez trabajamos por ideales sin preocuparnos de las personas, mientras que los maderistas no veían más que a un hombre, el Señor Madero, a quien transformaron en ídolo y, como sucede siempre, lo perdieron; y cuando éstos se dieron cuenta de su fracaso (muy tardíamente por cierto) presentaron al señor Presidente de la República, poco antes del cuartelazo, el siguiente memorial que copio en parte.
C ... Pero la revolución se hizo gobierno, se hizo poder y la revolución no ha gobernado con la revolución.
Y este primer error ha menoscabado el poder del gobierno y ha venido mermando el prestigio de la causa revolucionaria.
La revolución va a su ruina, arrastrando al gobierno emanado de ella, sencillamente porque no ha gobernado con los revolucionarios. Las transacciones y complacencias con individuos del régimen político derrocado son la causa eficiente de la situación inestable en que se encuentra el gobierno emanado de la revolución. Y es claro y, por otra parte, es elemental. ¿Cómo es posible que personalidades que han desempeñado o que desempeñan actualmente altas funciones políticas o administrativas en el gobierno de la revolución, se empeñen en el triunfo de la causa revolucionaria, si no estuvieron, ni están, ni pueden estar identificadas con ella, si no la sintieron, si no la pensaron, si no la amaron, ni la aman, ni pueden amarla? De ahí que algunas de esas personalidades hubiesen pasado por las Secretarías de Estado para sólo aprovecharse de su alta posición oficial en fundar y acrecentar su personalidad política, sin curarse para nada del programa de la revolución y aun llevando a cabo sordas maquinaciones contra el gobierno de la misma.
(...)
Y todo esto es fruto del error primero, de la funesta conciliación, del hibridismo deforme que parece adoptado como sistema de gobierno; error que, como hemos dicho, consiste en que la revolución no ha gobernado, ni gobierna aún, con los revolucionarios. Las llaves de la Iglesia han sido puestas en manos de Lutero, en un supremo anhelo de fraternización que no ha sido comprendido patrióticamente ...
D. Era natural y lógica la contrarrevolución. Pero natural y lógico es también que ésta hubiese podido ser sofocada por el gobierno más fuerte, por el más popular, que ha tenido el país. Y sin embargo, ha acontecido lo contrario. ¿Por qué? Primero, por el error primitivo padecido por el gobierno de la revolución. Porque la revolución no ha gobernado con los revolucionarios. Después, porque el gobierno ha padecido otro error, con creer, obrando conforme a esta creencia errónea, que la contrarrevolución sólo podía sofocarse por medio de las armas. De ahí esa guerra civil que se desenlazará con el derrumbamiento del gobierno más fuerte que ha tenido la República ... ¿Qué ha hecho el gobierno de la revolución para mantener incólume su prestigio, para conservar como en mejores días, sumisa y complacida la opinión pública? Nada, absolutamente nada. Este gobierno parece suicidarse poco a poco, porque ha consentido que se desarrolle desembarazadamente la insana labor que para desprestigiarlo han emprendido los enemigos naturales y jurados de la revolución ...
E. El fin de la contrarrevolución es evidente: romper el Plan de San Luis y hacer que la revolución de 1910 pase a la historia como un movimiento estéril, de hombres sin principios, que ensangrentaron el suelo de la patria y la sumieron en la miseria.
Lo que se dice en los párrafos preinsertos era una verdad, pero no era nuevo. Ya he dicho antes que el fracaso de la revolución tuvo su origen en el cientificismo del señor Madero; se hizo más palpable cuando fuí derrotado en Ciudad Juárez con motivo de la formación del gabinete de De la Barra, y culminó con la división del partido revolucionario, y en la eliminación de los revolucionarios, iniciadas y llevadas a cabo por el mismo señor Madero y los suyos, a pesar de la lucha que sostuve tan tercamente para evitarlas, según consta en cartas y ielegramas insertos en estas Memorias.
En cuanto al Plan de San Luis, de hecho lo había roto el señor Madero cuando declaró en documento que corre inserto, conspíradores a los jefes revolucionarios que en el acta de 11 de julio se proponían llevar adelante el Plan de San Luis en todas sus partes, siendo una de ellas ponerlo en la Presidencia, y eliminar al señor De la Barra, de quien el señor Madero dijo que era hombre de su absoluta confianza.
Ya se ha visto en estas Memorias cómo el señor De la Barra, con aprobación del señor Madero, pidió la renuncia al licenciado Vázquez, porque mi hermano había pedido que renunciara el señor De la Barra y el señor Madero ocupara la Presidencia, y por haberse opuesto al desarme de los revolucionarios. Y como era muy natural, el acto del Presidente interino fue entonces muy del agrado de los maderistas, que más tarde formaron el llamado bloque de las lamentaciones que acabo de transcribir.
El liceciado Luis Manuel Rojas, en su artículo publicado en El GrafIco de 28 de novIembre de 1930, transcribe y comenta esta carta del licenciado Vázquez:
San Antonio, Texas, 15 de diciembre de 1911.
Señor ...
Distinguido y fino amigo:
Le describo la situación política del país, tal como yo la veo en el momento actual, para que la medite y obre según las inspiraciones de su patriotismo.
La caída del señor Madero viene realizándose con asombrosa rapidez: nadie, absolutamente nadie, puede evitarla. Pino Suárez y Calero, posibles sucesores, caen con él irremisiblemente.
Es, pues, enteramente segura la solución revolucionaria: no hay otra posible.
O Reyes, o nosotros.
Hay en el país movimientos reyistas y movimientos nuestros; la opinión pública está dispuesta a irse con quien pese más de los dos; en este momento pesa más el movimiento de Yucatán, que es más reyista, que el nuestro.
Los movimientos nuestros seguirán aumentando y de hecho y sin quererlo, están ayudando y seguirán ayudando al general Reyes. Esto no se puede evitar.
Tal es la situación revolucionaria en estos momentos.
La solución es la siguiente: O nuestros amigos de ese rumbo permanecen en quietud, y esa quietud hace que la opinión pública se vaya con Reyes, u obra, para dar paso y centro a los nuestros, y entonces la opinión se viene con nosotros y nos da el triunfo.
La opinión pública, si se va con Reyes, ya no vuelve mañana hacia nosotros; y si viene hoy con nosotros, nos arrastra a los reyistas y ya no vuelve hacia Reyes mañana. Debe, pues, obrarse muy pronto, para hacernos dueños de la situación pública; este es el éxito fácil, pronto, sin sangre y seguro.
La cuestión ya no es Madero, Madero cae solo: la cuestión es Reyes: o entregamos a Reyes la situación o la tomamos nosotros: está en nuestras manos hacer una u otra cosa; todo depende de nuestra voluntad.
Hable con los amigos claro y pronto, antes de que sea tarde.
Muy afectísimo amigo y seguro servidor.
Emilio Vázquez Gómez.
Rúbrica.
El señor licenciado don Luis Manuel Rojas, con toda mala fe, agregó a la carta el apellido Gómez que no tiene el original, porque mi hermano no lo usaba; y digo con toda mala fe, porque necesitaba falsear las cosas para comprenderme en esta exclamación:
¡Así pensaban y obraban los hermanos Vázquez Gómez a las cinco semanas, apenas, de que el señor Madero se había hecho cargo de la Presidencia Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos!
No, señor licenciado: los Vázquez Gómez pensaron que el señor Madero iba al fracaso desde antes que asumiera la Presidencia de la República, pues los pasos que daba indicaban que era ese el propósito del grupo que lo dirigía; así se lo advirtieron desde entonces al señor Madero, quien no hacía caso de lo que le decían los que sinceramente eran revolucionarios: para comprobar esto, basta leer nuestra correspondencia ya transcrita. Por lo que se refiere a la carta en cuestión, el honor corresponde exclusivamente a mi hermano, y digo el honor, porque quien quiera que lea detenidamente, y medite, dicha carta, sin dejarse hacer presa del histerismo político, no podrá menos que convenir en la perfecta exactitud de la pintura que hizo mi hermano de la situación política en aquel tiempo y el pronóstico político de que Madero caería solo y que nadie podría evitarlo, no pudo ser más exacto a pesar de que fue hecho con anticipación de catorce meses. Ya ha visto el señor licenciado Rojas, en lo que llamo lamentaciones extemporáneas, lo que pensaron y dijeron los del Bloque Renovador, integrado por maderistas recalcitrantes; pero ya muy tarde, y tanto, que hasta los del Bloque Renovador se daban cuenta que estábamos en vísperas de que se realizara la previsión de mi hermano, o sea la catástrofe del gobierno maderista.
Tenga en cuenta el señor licenciado Rojas que la frase o Reyes o nosotros, quiere decir: o la reacción o la revolución. Esta no pudo ser entonces, ni tampoco lo fue el general Reyes; pero fueron Huerta y algunos renovadores, y después Carranza y la revolución (2).
No ha faltado, como ya he dicho antes, quien me haga responsable de haber hecho fracasar la revolución con los Tratados de Ciudad Juárez; pero los que tal han dicho, mal informados o peor intencionados, desconocen u olvidan que el hibridismo deforme, que la funesta conciliación y demás inconsecuencias del señor Madero a que se refieren los renovadores en su memorial, y que fueron las causas del fracaso de la revolución, no son imputables ni directa ni indirectamente a los Tratados de Ciudad Juárez, sino al ningún revolucionarismo de don Gustavo Madero y de los incondicionales del comité maderista que fueron los que entonces manejaron al jefe de la revolución. Claro está que la falta absoluta de carácter del señor Madero, hizo posibles ese hibridismo y esa conciliación que tanto se empeñó en llevar a la práctica el director del comité, secundado por los miembros incondicionales de éste. En efecto, basta recordar por qué fueron eliminados los hermanos Vázquez Gómez, y se llegará a la conclusión de que no fueron éstos los que de ninguna manera fueron culpables del fracaso de la revolución.
A este respecto, dice el licenciado Blas Urrea (Obras Políticas, página 241):
Al hacerse cargo de la Secretaría de Gobernación en el gabinete de De la Barra, el licenciado don Emilio Vázquez Gómez, empezó a poner en práctica el sistema de eliminación de las autoridades políticas porfiristas, para poner en su lugar a las revolucionarias, quedando en pugna aquel funcionario, no sólo con el Presidente De la Barra, sino con los miembros conservadores de dicho gabinete, como don Ernesto Madero, don Rafael Hernández y el general Engenio Rascón, pugna en la cual fatalmente hubo de quedar vencido el ministro revolucionario, que tuvo que dimitir ...
Con aprobación y aplauso del jefe de la revolución.
Más adelante agrega el mismo autor (página 270):
Contra esta política (la reaccionaria dentro del gobierno provisional) combatían los hermanos Emilio y Francisco Vázquez Gómez, ministros de Gobernación y de Instrucción Pública, respectivamente, lo cual disgustó mucho a don Francisco Madero, determinándose la disolución de la fórmula Madero-Vázquez Gómez.
Pero no sólo esto: el mismo jefe de la revolución, y los incondicionales de don Gustavo Madero, que integraban el comité maderista, en alguna ocasión declararon públicamente que ellos eran los autores de la funesta conciliación y del hibridismo deforme que determinaron el fracaso de la revolución y que, andando el tiempo, habrían de determinar el desastre del gobierno del señor Madero y aun los asesinatos del Presidente y Vicepresidente, y de todo lo que como consecuencia acaeció después.
He aquí la prueba de que fue el mismo jefe de la revolución, movido a ello por su hermano Gustavo y el comité, quien puso en manos del enemigo el triunfo de la revolución.
Muy cierto es que la revolución libertadora había sido incubada en el seno de los Partidos Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, y que el partido liberal militante había intentado en ocasiones, aunque sin resultado, sacudir los profundos cimientos de la dictadura, por medio de una vigorosa reacción popular. Mas como ocurriese después del triunfo que muchos hombres DE buena fe (?), detenidos antes por explicables escrúpulos (?) y temores (?), aplaudieron sinceramente (?) la obra efectuada por la revolución, y con entusiasmo ofrecieron su contingente para consolidarla (?); el jefe de ella tuvo el liberal y patriótico pensamiento de iniciar la creación de un nuevo partido (el comité y el Partido Constitucional Progresista.-F. V. G.), más amplio y menos exclusivo que los ya existentes; el que abarcándolos bajo los pliegues de su bandera y conservándoles sus tendencias respectivas, diese cabida. también a las energías ... de los timoratos y escrupulosos (?) de última hora que, ávidos, miraban al oriente (3).
Por su parte, el señor Madero decía en El Demócrata de 4 de noviembre de 1911:
Con el deseo de armonizar lo más posible los elementos del antiguo régimen con los del revolucionario, y hacer más cordiales las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, me ha parecido que se lograría ese objeto, yendo el señor licenciado Pino Suárez, Vicepresidente de la República, a ser Presidente del Senado. Por este motivo, he decidido llevar al Ministerio de Gobernación al señor don Abraham González, gobernador del Estado de Chihuahua.
En esto he obrado de entera conformidad con el señor licenciado Pino Suárez, con quien he estado en frecuente correspondencia telegráfica.
Con lo transcrito creo que bastará para llegar a la conclusión de que no fueron los Tratados de Ciudad Juárez, ni los hermanos Vázquez Gómez, los culpables del fracaso de la revolución, pues no fueron ellos, sino el jefe de la revolución, don Gustavo Madero y los del comité, los que, a sabiendas, pusieron el triunfo de la revolución en manos del enemigo, y para ello, así como para debilitar el partido revolucionario, dividiéndolo, formaron un nuevo partido y convocaron a una nueva convención.
Pero ... de todas maneras, seguirá habiendo patriotas que afirmen que el fracaso del señor Madero se debió a que fue demasiado bondadoso para gobernar este país de salvajes (4) ...
Notas
(1) La responsabilidad de los conceptos vertidos en la anterior relación corresponde a su autor.
(2) Debo a la galantería del señor don Juan Sánchez Azcona el poseer la copia fotostática de la carta de mi hermano.
Ya para entrar en prensa este pliego, el señor Diego Arenas Guzmán publicó en El Universal del domingo 5 de febrero de 1933, una parte del Diario del ingeniero Robles Domínguez. Allí podrá leer el señor licenciado Rojas lo siguiente:
Febrero 18.- (Martes.) A la una p. m. llega Rubio por mí a la casa de Gabriel y partimos luego. Llego a palacio y noto una atmósfera verdaderamente pesada. Blanquet y otros jefes y oficiales se acercan rápidamente al automóvil en que llego acompañado de Rubio y de José Reynoso, subsecretario de Hacienda. Gustavo, Huerta y Delgado van a salir. Gustavo me saluda con altanería. Subimos Reynoso y yo a la Presidencia. Saludo a Ernesto, y luego hablo con Hernández, Rafael, para pedir se socorra al pueblo, que tiene hambre. Abre Madero la puerta de la biblioteca, y entro. Me dice he tenido razón en todo lo que le he dicho, me da excusas por la conducta que ha seguido conmigo. En vista de esto le digo que le devuelvo mi amistad personal y que en cuanto a la política veremos más tarde. Sugiero la idea de un manifiesto y propongo ir a la Ciudadela y arreglar se celebre una convención nacional. Le hago ver que su gobierno no puede continuar ya. Dice no debe ceder ante cuartelazo ni ante presión extranjera provocada. por De la Barra; que espera se dé un asalto en la noche y me llamará al dia siguiente. Insisto en que se necesita obrar luego, y no oye. He cumplido la predicción que le hice el 5 de octubre de que nos veríamos en dias más tristes. Madero es ya un obstáculo para la transformación económico-social que pretendió la revolución de 1910, y será arrollado.
El señor Diego Arenas Guzmán, comenta:
En los momentos mismos en que Robles Domínguez apuntaba esta ultima predicción, los sefiores Madero y Pino Suárez eran traicionados por Huerta y por Blanquet.
Tan clara visión política era también la de los renovadores, y seguramente será también la que aplauda y admire el señor licenciado don Luis Manuel Rojas.
(3) Del Manifiesto del Partido Constitucional Progresista de 17 de abril de 1912, publicado en La Nueva Era de ese día y año. Firman el manifiesto, los siguientes revolucionarios: Juan Sánchez Azcona, Jesús Urueta, Solón Argüello, Alfonso Cravioto, Rafael Martinez, José Vasconcelos, Serapio Rendón, Manuel M. Alegre, Federico González Garza, Gustavo A. Madero, V. Moya y Zorrilla ...
¿Qué razón era la que empujaba a estos señores a desvincularse de los revolucionarios de verdad, y a buscar prosélitos entre los reaccionarios de toda especie, para consolidar la revolución?
(4) Calixto Maldonado R. Pro-Madero. Reseña de las ceremonias conmemorativas que tuvieron lugar en la República el dia 22 de febrero de 1920. Obra editada por el comité ejecutivo de la Agrupación Pro-Madero, página 167.
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