Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezPrimera parte - Capítulo VPrimera parte - Capítulo VIIBiblioteca Virtual Antorcha

Primera parte

CAPÍTULO VI

SEGUNDA CONFERENCIA CON EL GENERAL DÍAZ. - IMPOSICIÓN DE CORRAL POR LIMANTOUR. - MI SALIDA DEL PAÍS. - PROCLAMA DE MADERO AL EJÉRCITO FEDERAL


Voy a retroceder un poco en mi narración. El 17 de junio de 1910 volvieron a verme los señores licenciado Demetrio Salazar y el coronel Tovar, con el fin de saber lo que había resuelto el señor Madero, y a proponerme una conferencia con el general Díaz para cambiar impresiones respecto a la situación. Me dijeron, además, que se hablaba de una revolución y querían que yo interpusiera mi influencia para evitarla. Respecto de lo primero, ya consta cuál fue la opinión del señor Madero; y en cuanto a lo demás, me limité a contestar que no tenía asunto concreto que tratar con el señor Presidente, y que, en verdad, nada podía hacer para evitar la revolución, debido a que no tenía medios de comunicación con los antirreeleccionistas.

- El señor Madero, les dije, está preso en San Luis, mi hermano en Belén; nuestros periódicos: México Nuevo, El Mexicano y El Constitucional, suspendidos o sufriendo persecuciones.

Insistieron, sin embargo, en que tuviera la entrevista con el señor general Díaz; y después de una plática con mi amigo el señor Andrés Bermejillo, que a nombre de otras personas me habló del mismo asunto, y después de haberlo participado al señor Madero, acepté tener la entrevista a condición de que le dijeran al Presidente que yo no la solicitaba, sino que era cosa de ellos.

El 23 de junio, en la tarde, vino a verme el señor Bermejillo y a decirme que la conferencia con el general Díaz estaba arreglada como yo lo había indicado, y que tendría lugar al día siguiente a las seis de la tarde en Chapultepec; que don Iñigo Noriega, quien habría de acompañarme, me esperaría a las cinco y media en su casa (la de Bermejillo).

A las seis en punto estábamos en la sala de espera. Un ayudante nos anunció al general Díaz, y éste, después de saludarnos, me introdujo en su despacho donde quedamos solos.

- Con que usted es mi enemigo en política, dijo.

- No señor, le contesté, figuro en un partido político que tiene tendencias opuestas a las del partido que llaman oficial, sobre todo, opuesto a las tendencias del grupo científico que dirige la política del gobierno.

- Siéntese, me dijo, y hablaremos con calma. Yo, agregó, voy a ser franco con usted, le voy a decir lo que realmente pienso sobre el asunto.

Lo cual no creí, porque era una opinión muy común que el general Díaz, tratándose de política, decía una cosa y pensaba otra. Hechos posteriores, sin embargo, vinieron a demostrar que mi sospecha en el caso no tenía fundamento alguno.

En seguida el general Díaz comenzó a hablar de la composición y tendencias de su gobierno, refiriéndose muy especialmente al señor Corral y al señor Limantour. Habló también de las dificultades para organizar un gobierno que asegurara la paz del país, sobre todo, cuando él estaba cansado y deseaba separarse, aunque fuera por un tiempo, para ir a Europa; elogió grandemente al señor Limantour, como el alma de su gobierno, sobre todo en la cuestión hacendaria.

Una vez que hubo terminado, le dije que yo no ponía en duda lo que él decía, supuesto que no tenía datos para pensar lo contrario; que lo único que yo sabía de cierto era que el grupo científico no era bien visto en el país; que la opinión general le era completamente contraria y que no sería dificil que si el señor Corral resultaba electo vicepresidente y él, el general Díaz, se iba del país, tuviéramos una revolución y que aunque ésta no triunfara, de todos modos interrumpiría el período de paz de que él era autor y del que con razón se enorgullecía; que en cuanto a la gestión del señor Limantour, suponiéndola acertada, no hubiera sido posible sin la paz del país; pero que el señor ministro de Hacienda, más se había ocupado de combinaciones financieras que de promover el desarrollo del país, o sea de favorecer la explotación de la tierra, que es la que constituye la verdadera riqueza de los pueblos.

- Todo eso que usted dice, eso mismo pienso yo, me dijo el general Díaz, pero Limantour me ha dicho que si Corral no es electo vicepresidente, se separará del gobierno, y ¿qué voy ha hacer sin Limantour? El ha aumentado los ingresos sin sacrificar al país, ha nivelado los presupuestos, ha hecho firme el crédito de la nación y creado un superávit considerable.

- Señor, le dije, respeto su opinión en lo que toca al señor Limantour, pero la cuestión es otra. Por lo que veo, se encuentra usted frente a un dilema: o sacrifica al señor Limantour y salva al país de una revolución, o no prescinde del señor ministro de Hacienda y sacrifica al país. Además, se acaba de lanzar la candidatura Dehesa para Vicepresidente o ¿por qué no se sale usted por el señor Dehesa que, según sé, es un verdadero amigo de usted? Si el señor Dehesa resulta electo Vicepresidente, nosotros aceptaríamos los hechos consumados, y tal vez podría conjurarse el peligro de una revolución.

El general Díaz se limitó a decir:

- Ya se convencerá usted que, en política, no siempre se puede hacer lo que se quiere.

Con esto terminó nuestra entrevista que duró dos horas veinte minutos.

Dos días después, o sea el 26 de junio, fueron las elecciones primarias, en las cuales muy poco hicimos nosotros, debido a las persecuciones, y, por lo mismo, a la falta de buena organización que no dejó de resentirse desde la prisión del señor Madero. En cuanto a los miembros del comité ejecutivo electoral, unos estaban presos, otros huyendo de las persecuciones que Se acentuaron en los últimos días, y sólo quedamos en México el señor licenciado don Federico González Garza y yo.

Dos semanas después, fueron las elecciones secundarias y en ellas, como era de esperarse, resultaron triunfantes el señor Corral como vicepresidente de la República, y el general Díaz como Presidente. Y tan luego como el telégrafo anunció que el señor Corral había obtenido la mayoría de sufragios, el señor Limantour salió para Europa, viaje que se había anunciado para el mes de abril anterior, y el mismo señor Limantour me lo había comunicado así con motivo de una pequeña operación que iba yo a practicarle. Supongo que el señor Limantour retardó su viaje hasta no estar seguro del resultado de la elección a favor del señor Corral, tal vez por temor de que el general Díaz cambiara de opinión en favor de otro candidato.

Según publicó la prensa en aquellos días, el señor Limantour, a su paso por San Luis, donde estaba preso el señor Madero, estuvo conferenciando con don Francisco Madero, Sr., sin que yo pueda afirmar de qué se trató, aunque me supongo que algo hablaron de la libertad del preso, pues poco tiempo después, el señor Madero obtuvo su libertad caucional, lo mismo que el señor licenciado don Roque Estrada.

A este respecto el señor ingeniero Ricardo García Granados, en su libro Historia de México, tomo IV, pág. 151, dice:

En esos días pasó por San Luis Potosí, rumbo a Europa, el ministro de Hacienda Limantour; antiguo amigo de la famila Madero, el cual tuvo una conferencia con don Francisco, padre del candidato, aconsejándole, como se dijo antes, que los presos solicitaran su libertad bajo fianza, la que les sería concedida sin dificultad. Así lo hicieron éstos, conforme al excelente consejo que se les había dado, y, en efecto, fueron puestos en libertad el día 22 de julio, sin más condiciones que una fianza moderada y la obligación, para los acusados, de no abandonar la ciudad.

Y el señor licenciado don Roque Estrada en la página 266 de su libro ya citado dice:

Parece que a principios de julio pasó por San Luis Potosí, con rumbo a Europa, el entonces secretario de Hacienda y Crédito Público, señor licenciado José Ives Limantour; el señor Francisco Madero ocurrió a saludarlo a la estación y pudo escuchar de su boca el consejo de que los prisioneros solicitásemos nuestra libertad bajo caución, la cual nos sería concedida sin dificultad ninguna.

Así fue, en efecto, pues muy poco tiempo después del paso del señor Limantour por San Luis Potosí, les fue concedida a los presos la libertad caucional.

Aunque bastante desorganizados, se hicieron todos los trabajos necesarios para pedir y fundar la nulidad de las elecciones ante la Cámara de Diputados; pero todo fué inútil, y ésta confirmó la elección del general Díaz como Presidente, y la del señor Corral como Vicepresidente.

No recuerdo la fecha en que los presos que estaban en libertad bajo fianza se fugaron de San Luis Potosí, rumbo a los Estados Unidos; pues no encuentro el telegrama que el señor Madero me puso tan luego como cruzó la frontera. En él me participaba que estaba libre en aquel país, y que lo participara así a los correligionarios, como lo hice.

Una vez que la Cámara no atendió la petición de nulidad de elecciones presentada por el Partido Antirreeleccionista, nada quedaba por hacer al comité ejecutivo electoral. Entonces se intensificó la propaganda revolucionaria, según algunas noticias que me llegaban, pues ni mi hermano ni yo tomábamos participación en estos asuntos. Pero a fines de octubre del mismo año de 1910, el general José de la Luz Soto, hombre valiente, revolucionario honrado y sincero y uno de los más activos propagandistas, me trajo de San Antonio, Texas, un ejemplar del Plan de San Luis. En él se fijaba el 20 de noviembre para empezar las actividades revolucionarias, lo cual, como es fácil suponer, me causó una verdadera sorpresa, porque aparte de algunos rumores, yo no estaba en antecedentes seguros de lo que pensaba hacer el señor Madero.

Después de leer el Plan de San Luis con todo detenimiento, fuí a mostrárselo a mi hermano .Emilio, quien después de haberlo leído me preguntó:

- ¿Tú qué piensas hacer?

- Como nadie ha de creer que soy ajeno a estas cosas, como realmente lo soy, le dije, creo que debo salir del país para no estar expuesto a sufrir las consecuencias de actos que no son míos; pero no sólo esto, sino que mi opinión es que tú también debes salir, a lo cual asintió.

Y como no había tiempo que perder, arreglamos violentamente nuestro viaje; encargué mis negocios a mi buen amigo señor don Manuel Amieva, diciéndole:

- Le dejo este nombre supuesto, Francisco Martín; si alguna vez recibe usted una carta o un telegrama con este nombre, sabe que soy yo quien se lo dirige.

Aprovechando el día de fiesta, salimos el 2 de noviembre en la mañana por la vía de México a El Paso, Texas, pues supusimos que la vía de Laredo había de estar más vigilada, por el hecho de haber salido por allí los señores Madero y licenciado don Roque Estrada. En Irapuato encontramos al señor José de la Luz Soto, quien venía de Guadalajara, adonde había ido a preparar en aquel Estado el movimiento revolucionario, bajándose después en Aguascalientes, con el mismo objeto. Sin incidente alguno llegamos a Ciudad Juárez, y minutos más tarde a El Paso, Texas, como a las ocho de la mañana. En esa misma noche salimos para San Antonio, adonde llegamos la noche siguiente, encontrando en la Estación al señor Madero, con quien tuve poco después una conferencia acerca de la revolución que pensaba hacer.

Desde luego, le pregunté con qué elementos contaba para lanzarse a una aventura tan arriesgada y qué organización había dado a sus elementos, a lo cual me contestó poco más o menos lo siguiente:

- Aquiles Serdán dará el golpe en Puebla; Cosío Robelo, en la capital; Robles Domínguez, en Guerrero, Ramón Rosales, en Hidalgo; Abraham González, en Chihuahua, y Soto, al sur de este Estado. Además, mi tío Catarino estará cerca del Bravo con setecientos hombres montados y armados para recibirme el 19 en la noche. Por otra parte, el ejército federal se volteará, y dentro de quince días estaremos en la ciudad de México, con toda seguridad. Por lo que toca al ejército, le he dirigido una proclama que tal vez usted no conozca, y estoy seguro que defeccionará.

No dejaron de causarme asombro las ilusiones del señor Madero, pues yo sabía que en la ciudad de México había tal indiscreción, que no me parecía imposible un fracaso; y en cuanto a los federales, aparte de que nunca he sido partidario de la defección del ejército, porque eso equivaldría a poner en sus manos la dirección política del país, creía que, siendo el ejército hechura del general Díaz, era una ilusión pensar que defeccionaría.

Así se lo dije al señor Madero, haciéndole notar que la revolución, tal como la pintaba, carecía de una organización y no se realizarían sus pronósticos, con tanta mayor razón, cuanto que ni siquiera sabía el número aproximado de los elementos con que contaba de una manera segura.

- Si el movimiento fracasa, agregué, usted se quedará en los Estados Unidos o en otra parte, y los comprometidos tendrán que sufrir las consecuencias de su aventura. Además, debo recordarle que cuando discutimos en nuestra correspondencia la candidatura vicepresidencial del señor Dehesa, la que en caso de triunfo le propuse aceptar como un hecho consumado, lo hice, no porque yo haya sido dehesista, sino por evitar una revolución armada, pues más que de éstas, soy partidario de una evolución política, la cual, aunque lenta, dará mejores y más sólidos resultados.

Tuvimos otras conferencias sobre el mismo tema, persistiendo en mi negativa: y una vez que arreglé alojamiento para mi familia, que había llegado unos días después, salí de San Antonio para la ciudad de Washington, con el objeto de estudiar, entre tanto, algo relativo a mi profesión.

En el camino, el 19 del mismo mes, si mal no recuerdo, supe por los periódicos los acontecimientos de Puebla, en los cuales, según dice Ignacio Herrerías, testigo presencial, los verdaderos héroes fueron Carmen y Máximo Serdán. Comenzaba a ponerse en práctica el llamado Plan de San Luis, aunque redactado, formado e impreso en San Antonio de Texas.

No transcribo aquí este plan, porque va en el apéndice de este libro (1); pero sí voy a copiar la proclama en que el señor Madero invitaba al ejército a defeccionar, Cosa que éste no hizo. ¡Quién había de pensar entonces que la defección de una fracción del ejército acabaría más tarde con el gobierno y la vida de Madero, siendo ya Presidente de la República!


AL EJÉRCITO MEXICANO

Conciudadanos:

La larga y oprobiosa tiranía del general Porfirio Díaz, que el pueblo ha soportado en su anhelo de conservar la paz, ha hecho que a éste se le calumnie, diciendo que es servil y cobarde; y a vosotros, a los que lleváis el uniforme, también se os ha calumniado considerándoos como los verdugos del pueblo, como los sostenedores del dictador.

Pero el día de la emancipación ha llegado; el 20 del entrante todo el pueblo y una gran parte del ejército que está ya de acuerdo, se levantará en armas para derrocar al gobierno ilegal y tiránico del general Díaz.

El triunfo de la revolución es inevitable, pero de vosotros depende que sea más o menos rápido, que se derrame mayor o menor cantidad de sangre, que conquistéis vosotros mismos más pronto vuestra libertad, pues bien sabido es que vosotros sois los que más tenéis que sufrir de la dictadura: los soldados, porque sois llevados al servicio militar contra vuestra voluntad; los jefes y oficiales pundonorosos y dignos, porque se ven constantemente postergados, porque en una autocracia como la nuestra el mérito siempre es supeditado al favor, y para ascender en el ejército se necesita conocer el manejo del incensario más que el de la espada.

Invito, pues, a todos los soldados y a los jefes y oficiales dignos y patriotas, para que se unan, desde luego, a nuestro movimiento. De esta manera desmentiréis la calumnia que pesa sobre vosotros de que sois los verdugos del pueblo, y demostraréis que, si estáis orgullosos de pertenecer al ejército mexicano, es porque el ejército es hijo del pueblo, el defensor de sus instituciones y la encarnación de las glorias patrias.

Sé muy bien que al venir a nuestro lado para defender la causa del pueblo no os traerá otro móvil que el defender las instituciones que en los actuales momentos porque atraviesa la patria están encarnadas en mí, designado por la voluntad nacional para gobernar a la República; pero, a pesar de ello, necesitando la revolución del servicio de gran número de jefes y oficiales y como una recompensa a los que vengan a sus filas para hacer que triunfen más pronto los principios salvadores que proclama, se reconocerá a todos los jefes militares que se pasen con fuerzas superiores a las de su mando, el grado que corresponde al número de estas fuerzas. A los demás oficiales, ya sea que acompañen a estos jefes o que aisladamente se pasen al campo independiente de un modo espontáneo, antes del 5 de diciembre, se les reconocerá el grado inmediato superior. A los oficiales que se pasen a las fuerzas libertadoras después de esta fecha, solamente se les reconocerán sus grados y distinciones, así como a aquellos que lo hagan en presencia de fuerzas independientes muy superiores.

Una vez terminada la revolución se dará de baja a los soldados enganchados en contra de su voluntad, y que soliciten retirarse del ejército.

Soldados de la República:

Recordad que la misión del ejército es defender las instituciones y no la de ser el sostén inconsciente de la tiranía; por tal motivo, escoged: o bien seguiréis sosteniendo al gobierno tiránico y usurpador del general Díaz, que promete a la patria una era de luto, de dolor y de ignominia, o bien os venís conmigo, que en los actuales momentos encarno las aspiraciones populares; que por la voluntad de mis conciudadanos sería su legítimo gobernante y que ayudado por vosotros y por todos mis conciudadanos, y cumpliendo fielmente mi programa político, indudablemente labraremos la felicidad de la patria, y por el camino de la Constitución, de la libertad y de la justicia, la llevaremos a ocupar el alto puesto que merece entre las naciones civilizadas.

Soldados: es cierto que no pertenezco al noble gremio militar; pero tampoco es militar el señor Corral, que de hecho es el gobernante de México en los actuales momentos. Sobre todo, tened la seguridad de que el día señalado para que el pueblo mexicano se levante como un solo hombre contra sus opresores, estaré entre vosotros y sabré demostrar que aunque no pertenezco a vuestro gremio, admiro vuestras virtudes y sabré poner en práctica el ejemplo de los héroes que nos legaron independencia y libertad, y, como ellos, sabré luchar con valor sin que me arredren las balas de los enemigos del pueblo, y, por lo menos, sabré encontrar una muerte gloriosa defendiendo al lado vuestro, las instituciones republicanas.

Venid, pues, a nuestro lado, engrosad las filas de la revolución y voltead las armas contra el enemigo común, contra el tirano de toda la nación, en vez de hacer fuego sobre vuestros hermanos, en vez de seguir siendo, contra vuestra voluntad, verdugos al servicio del dictador.

Recordad que el general Díaz ha deshonrado vuestra bandera, enseña de la patria y símbolo del honor militar, haciéndola servir de emblema de la tiranía y de símbolo de opresión al pueblo, al cual os ha obligado a asesinar en Veracruz, Orizaba, Valladolid, Tlaxcala y tantas otras partes de la República.

Tomad como ejemplo la brillante actitud del ejército portugués, que, colaborando eficazmente con el pueblo, logró derrocar a la caduca monarquía para substituirla por el glorioso régimen republicano.

El ejemplo lo tenéis cerca: ya veis cómo con su admiración hacia la actitud del ejército portugués, el mundo aprueba su conducta y demuestra que arriba de la consigna militar están los altos intereses de la patria.

Seguid, pues, ese noble ejemplo y recordad que vostros, ano tes de ser soldados, sois mexicanos.

SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCIÓN
San Luis Potosí, 5 de octubre de 1910.

Nota: El presente plan sólo circulará entre los correligionarios de más confianza, hasta el 15 de noviembre, desde cuya fecha se podrá reimprimir; se divulgará prudentemente desde el 18 y profusamente desde el 20 en adelante.

Quien de hecho era el gobernante de México, no era el señor Corral, sino el señor Limantour.

El movimiento que había de comenzar el 20 de noviembre de 1910, fue un completo fracaso, pues ni el ejército se volteó ni el tío Catarino estuvo a la cita, y el señor Madero no pasó el Bravo.

Al efecto, copio en seguida lo que a este respecto dicen los señores Rafael Aguilar, testigo presencial, en su folleto Madero sin Máscara, y el señor licenciado don Roque Estrada en su libro La Revolución y Francisco I. Madero.

Dice el señor Aguilar en la página 23 de su folleto:

Después de estos incidentes de doloroso recuerdo, que abarcaron la segunda quincena de noviembre y la primera de diciembre, hubo un momento de vacilación general y se creyó que el movimiento revolucionario había fracasado ... Con este motivo, el señor Madero salió de su escondite de Eagle-Pass para unirse a su familia en San Antonio. Fui llamado para hablar con él. Yo tomé el tren en Eagle-Pass; el señor Madero, acompañado de su hermano Raúl, subió algunas estaciones después: a pesar de haber sacrificado su barba y llevar un sombrero viejo, no había logrado don Francisco un cambio radical en su fisonomía. Si a esto se agrega la torpe adhesión de su mozo Julio Peña, que se inmutó al verlo subir al tren y apresuradamente le llevó algunos periódicos, no era nada remoto que se hubiera realizado la captura del líder revolucionario. Felizmente no sucedió así, y pudimos continuar a bordo del South-Western, sin ninguna dificultad, nuestra marcha hasta llegar a San Antonio. Al día siguiente se verificó nuestra entrevista. En ella, el señor Madero, sumamente agobiado por el curso que habían tomado los acontecimientos, me dijo que no tenía recursos, y que siendo todos nosotros los oficiales muchachos fuertes e inteligentes, nos iba a dar veinte dólares para que viviéramos algunos días y buscáramos trabajo; que yo en particular procurara estar en comunicación con su esposa, dando mi dirección para utilizar mis servicios en caso de ser necesarios; que pensaba salir para La Habana, para entrar a México en la primera oportunidad si se verificaba algún movimiento serio.

Dice el licenciado don Roque Estrada, en la página 346 y siguientes de su libro antes citado:

Aquel sordo e intenso sentir mío, apenas si pudo modificarse al contemplar el bien extraño rostro del señor Madero: sin piocha, intensamente demacrado, con la expresión de sus ojos amortiguada ... ¡Bien clara se evidenciaba su crisis moral! Nos abrazamos, y mi abrazo fué sincero, de los poquísimos en que he puesto algún sentimiento. Lo confieso: en su fondo había la compasión para el hombre que sufre, para el amigo. Aquella demacración profunda no era sino la prueba del sentimentalismo de Madero ante el fracaso de acariciadas ilusiones y confirma el estudio que he venido haciendo de su personalidad.

Estaban sentados a la mesa: el señor Francisco I. Madero en la cabecera, al costado derecho seguía su esposa, su madre y la señorita Mercedes; al costado izquierdo la señora Sara Z. de Madero, Raúl y alguna persona, cuyo nombre no recuerdo. A la izquierda, de pie, los señores Alfonso Madero y licenciado Federico González Garza; Francisco, Raúl y su esposa cenaban. Yo me coloqué de pie detrás del señor Madero.

Pude coger las últimas frases de una al parecer larga conversación. Se le decía al señor Madero que todo había fracasado, que la pretendida revolución había sido un fiasco, que el pueblo permanecía impasible y que era preciso que desistiese de su empeño y que partiera para Europa; que no había remedio. Esperé una protesta de alguno de los allí presentes y no fue para mí poca sorpresa al ver que todos (con excepción de Alfonso Madero, que permanecía en tranquilo mutismo) convenían en la renuncia y se permitían aconsejarla ... hasta Federico González Garza. La actitud del señor Madero revelaba enorme decaimiento, como cuando se resigna la persona a todo y soporta fatalmente las consecuencias. Una renuncia completa; pero quizá en su fondo existía un resto de rebeldía, porque levantando la cabeza y con aire de temor y duda me hizo el honor de preguntarme mi opinión. Así me expresé, aproximadámente:

- Juzgo, señor Madero, que no es tiempo todavía de saber lo que pasa; que las insurrecciones se desarrollan poco a poco; que sea cual fuere su resultado, nuestro deber está en México. La chispa ha brotado ya en Chihuahua, por ejemplo ...

Me interrumpió con notable cambio en el semblante, como quien encuentra al fin un apoyo ardiente mente deseado.

- Sí, en Chihuahua ... y en Zacatecas, ¿verdad?

Bien comprendía yo que lo de Zacatecas era más problemático, pero quise aprovechar el momento para que reaccionase completamente el señor Madero.

- Sí, ya ve usted -le dije-, y cuántas otras cosas no sabidas aún. La insurrección no ha fracasado ni fracasará ... No respondo de nosotros.

Y hasta di a entender que aquella no era obra de exclusiva propiedad familiar.

Mis palabras cayeron mal generalmente. Hasta Federico González Garza me miró de una manera torva. Sólo el señor Madero demostraba satisfacción.

Una voz protestó en duro reproche para mí, aconsejando al señor Madero que no se creyese; que el fracaso era completo y debía irse para Europa, como estaban acordando.

Permanecí un momento más y, al fin, mi dignidad me arrastró a la calle.

Al día siguiente por la mañana fui en busca de Elías de los Ríos a su casa de Dwyer St., inmediata paralela poniente a Garden St. No estaba. Me dirigí al Hutchins y me encontré a de los Ríos en el puente del costado del hotel. Me dijo lo siguiente:

- Que el señor Madero había ordenado que se les diesen veinte dólares a cada uno de los ex oficiales y a algunas de las personas comprometidas con él, porque ya no necesitaba de sus servicios; que le había encargado me dijese a mí que buscara yo en qué ganar la vida, porque él había gastado mucho en las jiras políticas ...

Mi contestación a de los Ríos fue: que no tuviese ningún cuidado por mí el señor Madero, pues comprendía yo muy bien su situación.

Nos despedimos.

En contra de lo que yo había creído, mis palabras de la noche anterior no causaron, pues, ningún efecto favorable en el ánimo del señor Madero. Pero yo le vi reanimado, con la casi decisión de proseguir la obra empezada, y lo que se desprendía de las palabras de Ríos no dejó de obligarme a considerar que había dominado al fin la influencia de familia y consejeros. El caso era grave y resolví escuchar aquellas cosas de los propios labios de Madero. Fuí a South Presa.

Supliqué a Alfonso, mientras permanecía yo platicando con Raúl en el comedor, que me anunciase al señor Madero y suplicase en mi nombre una entrevista. A los pocos momentos subí.

En una pequeña pieza se encontraban el señor Madero y el licenciado Federico González Garza, su esposa, Mercedes y Angeles Madero; todos con aire de alegre resignación. Este aire no me pareció bueno. Permanecí de pie, y como no dijera yo nada, comprendió el señor Madero que mi entrevista era con él. Me invitó a una pieza inmediata. Su semblante cambió mucho, como quien se apena con la pena que va a producir con sus palabras, o como quien teme reproche.

Le supliqué que me dijera lo que pasaba, lo que había resuelto.

En seguida me permito reproducir lo más aproximadamente posible aquella nuestra brevísima conversación.

- La revolución ha fracasado -me dijo-. El pueblo acepta resignada o servilmente el gobierno del general Díaz y no hay esperanza de que responda a nuestros deseos. Mi situación es difícil, porque por mi causa muchos sufren en las cárceles. Yo no puedo menos que doblegarme ante los hechos; pero antes lanzaré un manifiesto, reconociendo el gobierno del general Díaz, ya que el pueblo lo reconoce, y le suplicaré que perdone a todos mis partidarios. Así podrá regresar usted pronto a la patria ...

- ¿Ha pensado usted bien eso? -le dije-. La revolución no ha fracasado: la chispa está en Chihuahua, y juzgo más que temeraria la resolución de usted. No es posible saber en los pocos días transcurridos los resultados de una obra que requiere tiempo. Nuestro deber está en México, sean cuales fueren las consecuencias.

Más que escepticismo era pesimismo lo que se revelaba en las palabras y gestos del señor Madero.

- No -me replicó-; no hay remedio ... Y hágame el favor de dispensarme: ya vió usted lo que gasté en la propaganda política; carezco de recursos; de algún modo podrá usted ganarse la vida ...

La renuncia del señor Madero era completa; veía yo inútiles mis palabras y no quise con durezas agravar su ya decaído ánimo. Sin embargo, le dije:

- Ojalá piense usted de otra manera, porque su resolución es de trascendencia para el país. Nuestro deber sigue en México ... Por lo que a mí toca, señor Madero, no se preocupe ...

Me despedí.

Pero es preciso no juzgar sin conocimiento de causa.

En contra de lo que se ha creído, el señor Madero era relativamente pobre y su existencia monetaria la absorbió la propaganda política. Al empezar los preparativos insurreccionales no contaba con una moneda propia (aparte de sus bienes raíces en México, de difícil realización en aquellas circunstancias) y fue el capital de la familia el que estaba soportando los gastos. Si en el caso presente la familia opinó y se resolvió por la renuncia completa de la insurrección, es inconcuso que el señor Madero se viera obligado a doblegarse ante la fuerza de los hechos. ¿Cómo conseguir dinero? Su crédito era nulo en aquellas circunstancias. Estas consideraciones de carácter circunstancial deben agregarse a la fundamental, al sentimentalismo propio de la naturaleza del señor Madero: sentimentalismo que trocó su primitiva manifestación optimista en pesimista ante el fracaso de Ciudad Porfirio Díaz. Todo queda perfectamente explicado dentro de las leyes naturales, biológicas y psicológicas. Sólo queda pendiente el problema aún irresoluto de la responsabilidad. En mi concepto, conforme a las doctrinas asentadas al principio de esta obra, el señor Madero obraba de una manera fatal, en concordancia con su propia naturaleza y el medio ambiente.

Lo que el licenciado don Roque Estrada dice acerca de su entrevista con el señor Madero, o sea de las intenciones de éste y de su familia de abandonar la empresa revolucionaria, se supo en San Antonio; al menos así me llegaban a Washington las noticias. En la referida entrevista no hubo testigos, como sucede siempre en estos casos; mucho menos hubo documentos, porque sería ridículo pensar en que se escribiera lo que cada uno dijo. En esta virtud, no quedan más que dos medios para averiguar la verdad de lo sucedido: la veracidad del licenciado Estrada que, por mi parte, no tengo motivos para ponerla en duda, y el hecho positivo de que el señor Madero no hizo rectificación; pues aun suponiendo que por sus muchas atenciones como Presidente de la República, no hubiera leído el libro, no habrían faltado entre sus partidarios quien lo leyera y le hiciera saber la relación del licenciado Estrada. En consecuencia, el hecho de que no haya rectificado el señor Madero ni ninguno de sus familiares o admiradores de entonces, me hace admitir que el señor licenciado Estrada dijo la verdad. Porque si el señor Madero hubiera sido discreto hasta ser hermético, podría suponerse que por este motivo no rectificó; pero el jefe de la revolución fue muy afecto a publicar en la prensa todo lo que le interesaba, y, por tal motivo, no es aceptable esta suposición. Pudiera creerse que el señor Madero no rectificó por no lastimar al licenciado Estrada o sea por un acto de excesiva benevolencia; pero esto no es de admitirse porque el señor Madero, como todos los hombres, tenía también sus pasiones, como lo prueba el hecho positivo de que siendo ya Presidente, mandó aprehender al licenciado Estrada sin causa justificada. La aprehensión no se llevó a efecto, porque la autoridad en Guadalajara manifestó que no había razón para ello. La orden de aprehensión podría interpretarse como un acto de represalia, por lo que Estrada había publicado en su libro. Por estas consideraciones no es posible admitir que el señor Madero hubiera ordenado a todos sus partidarios y admiradores en el país que no rectificaran el hecho narrado por el licenciado Estrada; y en el remoto supuesto de que así hubiera sucedido, más bien podría interpretarse en el sentido de que, o no le convenía que se tratara ese asunto que pudiera perjudicarle si se trataba en la prensa, o, lo que es más creíble, que reconocía la verdad de lo sucedido y no le daba importancia, porque ese hecho en nada menguaba su prestigio como jefe de la revolución que triunfó. En efecto, en mi opinión, el hecho de que se trata, en nada disminuye los méritos del señor Madero, y mucho menos si se tiene en cuenta que en aquellos momentos estaba agobiado, pensando en las consecuencias que pudiera traer el fracaso que acababa de sufrir, consecuencias no sólo relacionadas con la revolución, sino también con los grandes intereses de la familia Madero. Pensar que el señor Madero quiso, con sus palabras, alejar de sí al señor Estrada, tampoco puede admitirse porque esto sería un acto de ingratitud sin motivo, pues hay que tener presente que el licenciado Estrada había sido su brazo derecho en la propaganda política, corriendo idénticos riesgos: juntos fueron aprehendidos, juntos estuvieron presos y los dos corrieron el peligro de fugarse a los Estados Unidos.




Notas

(1) En la presente edición virtual no hemos incluido el Plan de San Luís, por tenerlo ya publicado en otras ediciones que el interesado puede encontrar en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha. Véase, por ejemplo, López, Chantal y Cortés, Omar, Madero y los Partidos Antirreeleccionistas y Constitucional Progresista.

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