Manuel J. Othón
Recopilación realizada por Omar Cortés


De amores y desamores
Selección poética

Primera edición cibernética, febrero del 2011

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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INDICE


Presentación de Chantal López y Omar Cortés.

Una lágrima.

Delirio.

Melancolía.

Tu beso.

Amor y desdén.

Los males del corazón.

Recuerdo.

¡Jamás!

A Esther.

Ausencia.

Historia de un beso.

Ofelia.

Pasión.

La mujer.

Melodías.




PRESENTACIÓN


La poesía del versatil escritor potosino Manuel José Othón (1858-1906), ocupó, durante las últimas décadas del siglo XIX, un primerísimo lugar en el gusto del público lector mexicano. Y no era para menos puesto que sin duda Othón era, si no el mejor, sí uno de los mejores poetas de México.

El tema del amor está presente en muchísimas de sus poesías, abordándole de manera harto ligera, harto accesible, con lenguaje mesurado, lejos de estridentismos. Pudiera decirse, incluso, que la lírica de Manuel José Othón es, en este tema, algo bobalicona, apta para ser declamada el día de los novios en alguna primaria o secundaria. Mas esto, en nuestra opinión, no demerita, sino por el contrario, engrandece aún más su obra, puesto que coloca la poesía como representación sencilla de actos sencillos entre gente sencilla, despojándola de adornos grandilocuentes y enredos idiomáticos inentendibles para el común de los mortales.

En fin, esperamos que esta corta selección que intitulamos De amores y desamores, resulte del agrado de quien la lea.

Chantal López y Omar Cortés

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UNA LÁGRIMA


Ya se han desvanecido
las esperanzas fúlgidas
que renacían en mi alma
con tanta rapidez;
huyeron de mis ojos
cual ilusiones ópticas,
huyeron para siempre,
para jamás volver.

Hoy sólo queda en mi alma
de la desdicha bárbara
un negro desengaño,
fantasma de dolor.
Hoy al lanzar mi pecho
de amor ayes tiernísimos,
de angustia traspasado
suspira el corazón.

Si yo buscaba un cielo
en tus miradas fúlgidas,
si yo en tu amor buscaba
la dicha y el placer,
¡ay! era porque mi alma,
tras de sus velos fúnebres,
creía entrever la gloria,
y ... ése era su interés.

Mas ya que a realizarse
mis ilusiones únicas
se opuso mi destino
y no lo quiso Dios,
lamentaré mi suerte,
derramaré una lágrima
sobre la tumba helada
de mi primer amor.

1874

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DELIRIO

Ni las espumas del revuelto río,
ni el perfume del tímido jazmín,
pueden brindarme el corazón que ansío,
pueden poner a mi martirio fin.

Cuando de noche en la arboleda umbría
digo tu nombre y vierto amargo lloro,
exclamo con letal melancolía:
¡Mitad del corazón, cuánto te adoro!

Cuando a la luz de la rosada aurora
contemplo el campo de verdor cubierto,
vuelvo a sentir la llama abrasadora
de amor en este corazón ya muerto.

Tus desdenes, tu odio, tus desvíos,
en lugar de apagar de amor la llama
hacen crecer mis locos desvaríos
en mi alma que te dice que te ama.

Mi pobre corazón, mi pobre pecho
devorado por loco frenesí,
te dice ahora en el dolor deshecho
que sufre y llora ¡ay! sólo por ti.

No se apartan de mi alma un solo instante
las fantásticas, vagas ilusiones,
las abriga mi pecho palpitante
y huyen después a fúnebres regiones.

Hacen nacer la dúlcida esperanza
en mi marchita y angustiada mente,
y las miro expirar en lontananza
como del sol la luz en occidente.

¿No comprendes, mujer, que yo te adoro
y que te ama mi pecho con pasión? ...
¿No comprendes, ingrata, que mi lloro
es la voz de mi amante corazón? ...

¿Por qué si tu alma sientes devorada
por el amor que otro hombre te inspiró,
no comprendes en mi alma desgarrada
el mismo amor que en tu alma no acabó? ...

Si sabes qué es amar con desconsuelo,
si conoces mi ardiente frenesí,
¿por qué no recibiste, ángel del cielo,
los fogosos suspiros que te di? ...

Mas ¡ah!, perdón si mis amantes labios
te han descrito de mi alma el cruel dolor,
me olvidaba que son para ti agravios
mis suspiros, mis lágrimas de amor.

Es que no puede el corazón amante
por más tiempo sus penas ocultar,
es que al mirarse de tu amor distante
mi alma no puede, no, más que llorar ...

Porque mi amor es sólo mi delito,
porque no puedo sin tu amor vivir.
¡Ah! que me ames, que me ames necesito,
quiero tu amor, él es mi porvenir.

Mas basta ... Id, fantasmas del martirio,
dejad que apure el cáliz de la hiel.
No es mío su corazón -¡vano delirio! ...
Dejadme por piedad llorar por él.

1874

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MELANCOLIA

Estoy triste, muy triste: mil dolores
padece el corazón;
se marchitó la flor de mis amores,
se apagó la ilusión.
¡Estoy triste! En tan profunda agonía
mi alma siento morir,
¡ay! yo contemplo al declinar el día
muy triste el porvenir.

¿Y qué ha quedado a mi abrasado pecho
de la dulce ilusión?
¡En un abismo de dolor deshecho
quedó mi corazón! ...
¿Qué queda de la paz y la alegría
que embriagaba mi ser?
¡Queda sólo letal melancolía, el recuerdo de ayer!

1875

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TU BESO

Lleno de encanto y halago
y de poesía lleno ...
más blando que el aura suave
y más que un suspiro tierno,
lleno de amor y pureza,
lleno de ardor y de fuego,
más dulce aún que las brisas
fue, niña hermosa, tu beso.

De mis labios palpitantes,
de mi ardiente y débil pecho,
de mi corazón herido
del amor por el exceso,
se desprendió dulce y blando,
mucho más que el tuyo tierno,
mucho más que el tuyo ardiente,
otro palpitante beso
que fue a perderse en tus labios
y que hizo temblar mi pecho
y estremecerse mi alma,
que me hizo entrever un cielo
de amor y de poesía ...

Y en aquel feliz momento
en que por la vez primera
tu boca y la mía se unieron,
se juntaron nuestras almas,
y de las dos el aliento
quedó confundido, niña,
en nuestros amantes besos.

1875

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AMOR Y DESDÉN
Dolora

Ayer te quise con pasión ardiente,
con fuego y frenesí,
porque pensé que puro e inocente
era tu falso sí.
Pero el fuego que entonces yo sentía
dentro del pecho arder
se apagó, y ... concluyó ya mi agonía;
pues yo sé que es acción muy insensata
amar a una mujer.

Hoy te aborrezco con un odio intenso,
con un desdén mortal,
porque sé que mi amor es muy inmenso,
y es tu pecho un cristal
que el sacro fuego de pasión ardiente
podrá muy bien romper ...
Y aunque me tengan -sí- por un demente
digo yo que es la acción que más se acata
odiar a una mujer.

Mañana no tendré dentro del alma
ni un resto de tu amor,
y ya habrá vuelto a mí la dulce calma
y habrá huido el dolor.
Nada me importa que de mí mal hables,
no vayas a creer
que yo me apure porque tú te endiables,
pues yo sé que es acción muy mentecata
temer a una mujer.

1875

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LOS MALES DEL CORAZÓN
Dolora

A mi querido
amigo Jesús Acosta



- No salgas a la ventana
de mañana,
que todo el mundo te ve,
y puede decir la gente:
Esa niña está demente ...
- Mas dime, madre, ¿por qué?
- Porque el que a esta hora aparece
asomado a su balcón,
da a conocer que padece
los males del corazón.

- Ven, madre, ven; mira, mira
cuál suspira
nuestro vecino de enfrente;
mira cómo llora y gime
y su corazón se oprime
con afán loco y vehemente ...
¡Ay, ay! madre, ¡pobrecito!
- Hija, tenle compasión,
sufre nuestro vecinito
los males del corazón.

- Pero ... ¡muchacha de Judas!
¿por qué dudas
en acabar la costura? ...
Mas, ¡ay, Jesús! ¡qué puntadas,
tan chuecas y tan mal dadas!...
- (¡Ay, ay! ¡Cuánta desventura!)
Madre, no puedo coser,
¡Por Dios, tenme compasión! ...
- Muchacha, tú has de tener
los males del corazón.

Tú que me oyes, niña hermosa,
linda rosa,
nunca suspires ni gimas,
y si tu pecho algo siente,
déjalo y, aunque reviente,
jamás el pecho te oprimas.
Cose, canta, ríe y no vengas
temprano nunca al balcón,
para que no crean que te hallas
enferma del corazón.

1875

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RECUERDO

Así, como esta noche, desde el cielo
pálida luz la luna nos enviaba,
y su rayo de amor y de consuelo
nuestras marchitas frentes alumbraba.

¿Te acuerdas? En el aura lisonjera,
impregnada de mágicos aromas,
escuchábamos dulce y lastimera
la cántiga fugaz de las palomas.

¡Qué hermosa estabas! En tu frente pura
se reflejaban límpidas y bellas,
como un iris de paz y de ventura
las miradas de luz de las estrellas.

Tus cabellos, jugando en el ambiente,
oleajes de perfume derramaban,
acariciando mi ardorosa frente
cuando del aura a la merced flotaban.

Yo me sentía feliz con tus caricias
y de mi ardiente amor en los excesos,
veía un mundo de goces y delicias
inundado en el fuego de tus besos.

Todo era entonces venturanza y gloria,
todo era entonces bienestar y calma ...
mas hoy tan sólo nos quedó una historia
y en esa historia la pasión del alma.

Fue un instante; y en medio del camino,
en el libro de todas mis congojas,
Mañana -fui a escribir, pero el destino
había escrito- Jamás -entre sus hojas.

Pasaron para siempre horas tan bellas
del corazón para el dolor cobarde,
como pasa la luz de las estrellas,
como pasan las brisas de la tarde.

Y ya que tu alma para siempre pierdo,
ya que en tu amor se consumió mi vida,
quiero evocar las sombras de un recuerdo,
pues, sabes, nunca el corazón olvida.

Los dos formamos un edén del suelo
donde vivimos en tranquila calma;
los dos hicimos del amor un cielo
y en ese cielo colocamos la alma.

Mas ya que hoy sólo queda la memoria
de aquel dulce placer indescriptible,
cerremos ya nuestra fatal historia
con esta última página: imposible.

Imposible, y sigamos adelante,
con el pecho de penas oprimido,
a dejar la memoria de ese instante
en el panteón de sombras del olvido.

1876

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¡JAMÁS!
(Bécquer)

Ya nunca volverán aquellas horas,
¡ya nunca volverán!
Hoy en vano esas lágrimas que lloras
las quieres enjugar.
Volverán otras noches y otros días
más bellos a pasar;
volverán otras nuevas alegrías,
pero aquéllas ... ¡jamás!

Vendrá la aurora por el limpio oriente
el cielo a iluminar,
y un rayo mandará sobre tu frente
y de amor sonreirás.
Pero aquellas auroras que llenaron
de suave claridad
nuestros dos corazones cuando amaron,
¡ya nunca volverán!

Volverán otra vez las ilusiones
nuestra alma a acariciar;
sentiremos más gratas impresiones
de nuevo al adorar.
Pero aquellas, mi bien, que concebimos
en nuestro ardiente afán;
aquellas que al amamos ¡ay! sentimos ...
¡no las veremos renacer jamás!

1877

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A ESTHER

Hay algo de los cielos en tu mirada
y en tu sonrisa hay algo de la alborada.
Cuando te miro,
siento que desfallezco, tiemblo y suspiro,
porque te quiero mucho, porque te quiero
y sólo de tus ojos la vida espero.

En tu pálida frente cándida asoma
la inocencia sublime de la paloma.
Por eso te amo
y en mis locos delirios de amor, te llamo
para que vengas, niña, con tu presencia
a iluminar las sombras de mi conciencia.

Mis versos son de mi alma las puras flores,
del cielo de mi vida son los albores ...
Ellos son tuyos,
duérmete al blando soplo de sus arrullos.
Dios sobre ti derrama sus bendiciones;
yo te doy sólo el eco de mis canciones.

Yo siento que te adoro como se adora
cuando hay algo en el alma que canta y llora.
Son mis amores
aves, cielos, celajes, brisas y flores,
espumas de las olas de un mar en calma,
ondulación de nubes sobre mi alma.

¡Oh! mi pálida virgen, niña hechicera,
de mi existencia tú eres la primavera
y tus miradas
son de mi alma en el cielo las alboradas.

Eres entre las sombras de mi existencia
astro que llena mi alma de refulgencia.
¡Astro divino! ...
Angel esplendoroso de mi destino.

Yo siento que te adoro como se adora
cuando hay algo en el alma que canta y llora.
¡Son mis amores perfumes y celajes, brisas y flores!

1877

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AUSENCIA
Cantares


I

¿Por qué hemos de estar tan tristes,
llorando uno por el otro,
si tú no me olvidas nunca
ni yo te olvido tampoco?

Ya no llores por mi ausencia;
no lloraré por la tuya.
Podremos dejar de vernos,
pero de adorarnos ... ¡nunca!

Antes de ayer por la noche
pasé, mi bien, por tu casa,
y ¡qué tristeza me dio
ver cerradas sus ventanas!

Mucho he leído tus cartas;
mucho he besado tu pelo,
y mucho he estrechado, niña,
tu imagen sobre mi pecho.

II

Cuando todas las noches,
lloroso y triste,
voy a besar tu imagen
y a despedirme,
piensa mi alma
que sonriendo me dices:
¡hasta mañana!

Esta tristeza de muerte
que dentro del alma siento,
siempre, mi vida, la ahuyento
con la esperanza de verte.

Anoche sentí en mi frente
el roce de tus cabellos;
entre mis manos tus manos,
sobre mis labios tu aliento ...
Pero desperté ... ¡llorando! ...
¿por qué no es eterno el sueño?

Me han dicho que ya no vuelves
y que más lejos te irás;
pero el corazón me dice:
- ¡sí volverá ... volverá!

Con la última golondrina
que ha pasado por aquí,
mandé decirte, mi vida,
que te acordaras de mí.

- Ya no sufras -me dijeron;
mas yo en tanto me decía:
¡Imposible! ¡si mi alma
no la olvida todavía
...!

III

Se acerca una era dichosa
para nuestras pobres almas;
el corazón me lo dice,
¡Y el corazón no me engaña!

Sufro y padezco porque Dios lo quiere;
mas aún tengo un consuelo, vida mía,
pues la esperanza es lo último que muere
y no ha muerto en mi pecho todavía.

¡Mañana! -todas las noches
me dice llorando el alma;
y despierto, y le pregunto,
y vuelve a decir: ¡Mañana!

Tú y yo llevamos un cielo
dentro del alma guardado:
es un cielo de recuerdos
y que se llama el pasado.

Soñando dije en mi duelo:
- ¡me olvida y la quiero tanto!
Mas se calmó mi quebranto
porque contemplé en mi anhelo
una gotita de llanto
sobre tus ojos de cielo.

IV

Todas las noches te sueño,
todas las noches te hablo;
te miro todas las noches
pero despierto ... ¡llorando!

Para poder consolarme
sólo bastan a mi alma
la música de un suspiro
y el bálsamo de una lágrima.

Por verte otra vez, daría ...
yo no sé qué poder darte;
no mi corazón ni mi alma
porque ya te los llevaste.

Todas las noches, mi vida,
miro tu imagen hermosa;
la beso mucho, ¡y le digo
muchas cosas, muchas cosas! ...

¡Adiós, mi bien! Ya no llores;
piensa mucho en nuestro amor.
Te quiero mucho, te adoro ...
te mando un beso y ¡adiós!

1877

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HISTORIA DE UN BESO
Poema

Al señor don José M. Flores Verdad

I

Ya sé que has empezado
a soñar un placer desconocido;
un placer, que es mejor, aun no soñado,
cubrirlo con el velo del olvido.
Sé que sintiendo ignotas sensaciones
truecas en realidades tus quimeras,
y crecen sin cesar las ilusiones
al calor de tus quince primaveras.
Ya sé que has empezado
a querer comprender por qué gorjea
un canario que tienes encerrado
y al ver otros canarios aletea.
Ya sé que piensas mucho, y tenazmente
aspiras el olor de las violetas
que tienes en la orilla de una fuente.
Sé que sientes en tu alma
impresiones furtivas y secretas
que te hacen delirar, en santa calma,
con los sueños que tienen los poetas.
Que a la hora del crepúsculo sombrío,
tu semblante hechicero
va a ver el curso rápido que sigue
una hojita, que arrojas en el río.
Y sé, por conclusión, que te persigue,
como al pobre viajero
persigue el espejismo en los desiertos,
un novio que soñaste en una noche
cuando aún tenías los párpados abiertos.

Todo esto es alarmante,
pero es más alarmante todavía
que han sorprendido en tu mirada amante
yo no sé qué secreta simpatía
con la mirada errante
de unos ojos oscuros y sombríos,
así, como los míos,
que te ven sin cesar, a cada instante.
Y me han dicho también -esto es más grave-
que en tus ratos de sueños y embeleso,
tu boca de carmín moverse sabe
con la nerviosa convulsión del beso.

¿Es verdad? ¿No es verdad? Por si lo fuese
voy a darte un consejo,
que has de seguir, aunque no soy un viejo:
antes -óyelo bien-, antes que a un hombre
tu boca llena de entusiasmo bese,
ten presente, María,
acuérdate y medítalo con calma,
que un beso es la donación del alma,
¡y ésta no vuelve más si se va un día!
Y para que lo creas, niña querida,
tú que has dejado por el mundo el cielo,
te lo voy a probar: paso en seguida
a contarte la historia de Consuelo.

II

Cumplió quince años, se vistió de largo
y a un rincón arrojando sus muñecas,
dejó lo dulce por probar lo amargo
y sus flores cambió por hojas secas.
Dejó de ir a la escuela
y de escuchar los cuentos de la abuela
y su semblante pálido y risueño,
antes burlón, festivo, casi loco,
fue tomando, tomando poco a poco
el tinte vaporoso de un ensueño.
¡Soñar y más soñar! Siente Consuelo
una vaga y convulsa
palpitación interna que la impulsa
a alzar el rostro y contemplar el cielo.
¿Por qué? ... Porque ha soñado
en sus delirios de anhelar profundo,
un semblante hechicero iluminado
con yo no sé qué rayos de otro mundo.
Y lo busca, lo busca delirante,
ahogando en su interior tristes querellas
y paseando su mirada errante
por el ancho confín de las estrellas.
Mira siempre hacia arriba
con la firme creencia
de que lo ha de encontrar, pues mientras viva
formará aquel ensueño su existencia.

III

Como vive Consuelo en una casa
inmediata a una huerta, en donde pasa
las noches tristes y los días risueños,
pensando mucho, revolviendo sueños
y entablando en suspiros y querellas
diálogos con la luna y las estrellas,
su mirada ha tomado
esa intranquilidad indefinible
del que está acostumbrado
a mirar lo invisible.
Sus labios van tomando los colores
que ha pintado el Estío
en las hojas marchitas de las flores,
y sus mejillas puras y serenas
el matiz de las blancas azucenas.

IV

¿Te interesa Consuelo, ídolo mío?
¿No es verdad que sufría
por el solo ideal de un pensamiento? ...
Por eso sufres tú. Prosigo el cuento;
fíjate mucho en él: Sucedió un día
que a la hora melancólica y sombría
en que el sol paso a paso
se va a hundir en la tumba del Ocaso,
paseándose Consuelo
por una de las calles de su huerta,
después de haber mirado mucho el cielo
como buscando en él alguna puerta
por donde ver al novio de su anhelo;
después que se embriagó con los aromas
que todas sus violetas exhalaban
y llena de emociones que la ahogaban
fue a darles de comer a sus palomas,
se quedó nuestra triste soñadora
fijando su mirada en lo invisible ...
Así estuvo una hora y otra hora
pensando ¿en qué? ¡quién sabe! ...
En lo imposible.

V

Y repentinamente
vuélvese atrás porque a su espalda siente
como el ruido de un cuerpo que caía.
La noche se acercaba lentamente
con su cauda sombría,
y al último reflejo de Occidente
mira a sus pies Consuelo
un hombre, un ángel, ¿qué se yo? un fantasma
a quien juzga caído desde el cielo.
Pero lo más extraño
es que no piense aquella criatura
que desde tal altura
haya caído sin hacerse daño.
Ello es que siente al punto interiormente
una inmensa y terrible sacudida,
así, como se siente
la convulsión primera de la vida.
La brisa murmuraba entre el follaje,
cantaban en lo umbrío los ruiseñores
y temblaban las hojas del ramaje,
y temblaban las hojas de las flores.
Consuelo huir pretende,
pero aquel ángel que la ve asustada,
algo como un volcán en su alma enciende
con la inmensa explosión de una mirada,
y en aquel mismo instante,
al alzar a lo azul su rostro bello,
baja del sol el último destello
sobre su melancólico semblante.
- ¿Has venido del cielo?
-le pregunta Consuelo,
asomando a su rostro los sonrojos
benditos del pudor, y estremecida
escucha que - voy a dejar la vida
por llegar hasta el cielo de tus ojos

-una voz le responde conmovida.
Es un joven apenas, casi un niño
el que enciende en su pecho aquel cariño,
pues es, si hemos de creer en sus ensueños,
el encantado novio de sus sueños.
Era hermoso, pero ella no veía
que, al contemplarla con cariño tierno,
siendó del cielo su mirar, tenía
¡yo no sé qué reflejos del infierno!

VI

Te digo, entre paréntesis, María,
porque sepas la historia toda cierta,
que no caía del cielo, pues caía
de la tapia más alta de la huerta
el novio que Consuelo presentía.

VII

Después que los amantes
se estuvieron enviando a sus antojos
el amor por sus labios palpitantes
y la esencia del alma por sus ojos,
de amor y de ventura
en un ardiente exceso,
nuestra pobre Consuelo tierna y pura
cometió la locura
de darle al novio el alma con un beso.
En un verde emparrado
donde la madreselva entretejida
hacía el ambiente embalsamado,
cual si fuera la esencia de la vida;
allí, donde la brisa murmuraba
cual murmura la brisa en los jardines
y con delicia el ruiseñor cantaba
y se enlazaban nardos y jazmines,
allí, de su ilusión bajo la calma,
sintiendo el corazón hecho una hoguera,
llena de amor, y por la vez primera,
besó la niña ¡y se quedó sin alma! ...

VIII

Después se separaron
aquellas dos entrelazadas palmas,
sin alma allí quedándose la niña
y el amante llevándose dos almas.
Y se pasó la noche, y llegó el día
con su rosada y refulgente aurora,
coronando de luz y de alegría
la frente de la pobre soñadora.
Amaneció aquel día para Consuelo
más bello que los días anteriores,
lleno de nubes de arrebol el cielo,
el aire de aves y el vergel de flores.
Ella vio, o creyó ver en sus antojos
nacer la aurora poética y tranquila,
con un sol más brillante que sus ojos
y un cielo más azul que su pupila;
pues siente que su pecho se ha llenado
de nubes blancas y de luces bellas,
porque adora sin fin a aquel soñado
novio que le cayó de las estrellas.

IX

Como no volvió a ver a aquel amante
que sin alma y llorando la ha dejado,
ya siente esa inquietud desesperante
del que ha visto una vez lo que ha soñado.
Pues la pobre Consuelo,
en la ilusión que su cerebro encierra,
cree que es un ángel que bajó a la tierra
¡y después de besada se fue al cielo!
¡Oh, sueños de inocencia en un solo momento disipados!
¡Castísimos vapores condensados
por el frío glacial de la existencia!
¡Mirajes encantados y risueños!
¡Ilusiones de amor que se disuelven
como una inmensa flotación de sueños
que llegan, que se van y que no vuelven! ...

Después ... después ... como rosal marchito
que se inclina abatido por el suelo,
lanzando un triste y lastimero grito,
hacia la tierra se inclinó Consuelo.
¡Abandonó su espíritu bendito
este valle, de lágrimas fecundo,
tal vez para buscar en lo infinito
a su novio de allá, del otro mundo!

X

¿Te has convencido ya que poco vive
el que se entrega a su amoroso exceso,
y se queda sin alma quien da un beso
porque se lleva dos quien lo recibe? ...
¡Sin alma, sí! ... Pregúntalo, María,
¡a mí que ya me encuentro sin la mía! ...

¡Basta ya! ¡Basta ya, que aquí he sentido
un millón de pesares y de enojos
que ahora sin querer he removido!
¡Sí! ¡sí!, luz de mis ojos,
arcángel descendido de otro mundo,
¡no pensé que al hablarte de estas cosas
escarbaría de mi alma en lo profundo
muchas, muchas memorias dolorosas!
¡Ay! ya no quiero que mi pena crezca;
he removido la ceniza fría,
¡y desgarré la cicatriz aún fresca
de una herida que sangra todavía!
Hoy, al verte tan pálida y tan triste,
me he acordado ¿si vieras? me he acordado
de un ángel que los cielos ha dejado
y que tal vez para mi amor existe.
Es una niña que formó el encanto
de mis días más gratos y risueños,
a quien quise, a quien quiero ¡tanto! ¡tanto!
como quieres al novio de tus sueños.

¡Sombra querida de mi santa madre!
¡ven, ven a dar a mi dolor consuelo;
muéstrame tu semblante desde el cielo
antes que el corazón se me taladre!
Ya siento que con bárbara fiereza
me matan la fatiga y el despecho ...
¡porque se ahoga en lágrimas mi pecho!
¡porque voy a morirme de tristeza!

Septiembre de 1879

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OFELIA
A Concha Padilla

Cogiendo flores
y cantando pasa Bécquer

¡Qué triste estás, Ofelia! Tu mirada,
donde el sol de la vida apenas arde,
velando va la ráfaga enlutada
que cubre el cielo al declinar la tarde.

Brumas del Norte con sus pardas nieblas
y astros de los espacios celestiales
tu cerebro llenaron de tinieblas,
tu corazón de rayos inmortales.

El canto de tu voz entristecida
es, al brotar de tu garganta inerte,
el gran epitalamio de la vida
que pasa a desposarse con la muerte.

Deja esas flores pálidas y bellas
y tiende el vuelo en apacible calma:
¡ya tomarás del cielo las estrellas
para incrustarlas todas en tu alma!

Miraste el mundo, y lo encontró pequeño
tu gigante y ansiosa fantasía;
soñaste en el amor, y fue tu sueño
un eterno sollozo de agonía.

A un hombre viste y con furor lo amaste;
se estremeció tu pecho de esperanza ...
Fuiste a estrechar su mano ... ¡y la encontraste
roja de sangre y negra de venganza!

Todo se agita en convulsión horrible
al acercarte tú, de dicha ansiosa;
la vida se hace para ti imposible,
y el vértigo te arrastra hacia la fosa ...

¿Por qué vivir? Tu frente coronada
de flores incoloras y marchitas,
se encuentra en su interior volcanizada
y cubierta de sombras infinitas.

¡Muere! ... ¡Debes morir! ... Tu fe perdida
vuela a buscar en la celeste calma.
¡Más allá de la muerte está la vida!
¡Más allá de la vida, Dios y el alma! ...

¡Oh! niña, la del pálido semblante
de expresión cariñosa y lastimera;
la de mirada lánguida y amante,
la de blonda y sedosa cabellera,

¿has bajado a este abismo de dolores
para vivir de tu ilusión secreta,
o eres sueño nomás de luz y flores
encarnado en la mente del poeta? ...

¡Oh, sí! vives: tu vida está en el llanto
del mundo, y en la eterna bienandanza.
¡En la tierra te llamas desencanto,
y en el cielo te llamas esperanza!

Yo miré aparecer ante mi vista
esa pálida niña triste y quieta.
Encarnado en las formas de la artista
quedó el sueño divino del poeta.

Yo he visto en ti su virginal figura,
y ha escuchado en tu voz el alma mía
sus inmensos sollozos de amargura
y sus gritos horribles de agonía.

Que esa creación sublime del proscenio
pasó, como relámpago fulgente,
de la mente de Dios a la del Genio,
de la mente del Genio hasta tu mente.

Yo la he sentido palpitar al verte,
la he escuchado gemir al escucharte,
y te he visto, te he visto grande y fuerte
sobre el augusto pedestal del Arte ...

¡Arrebata sus palmas a la gloria;
y en pos del arte, con amor profundo,
que tu nombre inmortal guarde la historia,
que Dios te premie y que te aplauda el mundo!

1881

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PASIÓN
A Esther


I

Si en estas horas de pesar y duelo,
si en estas horas de pasión y calma,
se alzan vibrando hasta el azul del cielo
las notas de la música del alma,
es porque yo, vagando sin consuelo,
en mi desierto hallé la hermosa palma,
que en medio a las borrascas de mi vida
me da la paz y la quietud perdida.

II

Angel-mujer que en medio a mi camino
cual un rayo de luz apareciste,
bañada en el fulgor puro y divino
con que Dios a los ángeles reviste:
mujer que quebrantando mi destino,
un edén haces de mi vida triste,
yo te amo, niña, con delicia y calma,
¡con todo el fuego y la pasión del alma!

III

Cuando me ves, yo siento que mi vida
se estremece de amor alborozada,
que es tu dulce mirada bendecida
algo como el fulgor de la alborada.
No me niegues jamás, Esther querida,
esa luz celestial de tu mirada,
que es en medio del mar de mi existencia
el faro de bendita refulgencia.

IV

Cuando me hablas, mi vida es la tormenta
que se calma al impulso de tu acento;
es ola que en la playa se revienta
al dulce soplo de la voz del viento.
Porque tU voz promete y me presenta
todo un mundo de amor y sentimiento,
y cuando oigo tu voz, oigo en mi anhelo
algo como la música del cielo.

V

Háblame, tierna Esther, hermosa ondina
que se desliza en transparente lago,
celaje que entre aljófares camina
del manso viento al murmurante halago.
Hazme escuchar tU voz pura y divina,
hazme sentir tu aliento dulce y vago,
hazme ver la emoción en tus mejillas
¡y te amaré por siempre de rodillas!

VI

Al mirarte yo siento que una ola
de fuego y luz mis venas enardece;
miro un cielo de sombras donde sola
tu blanca imagen fúlgida aparece.
Tu frente la circunda una aureola
donde la luz del cielo resplandece,
y en tus miradas de infinita calma
arden las luces del fulgor del alma.

VII

La luz del Universo está en tus ojos,
la armonía de las aves en tu acento
y el suave olor de los claveles rojos
está en tu blando y perfumado aliento.
Al mirarte tan bella, mis enojos
se truecan en placer y arrobamiento,
y en medio a mi pasión siento en mi frente
de tus besos de amor el fuego ardiente.

VIII

Yo sueño un mundo con tu amor; yo sueño
un cielo de celajes y fulgores,
arias de luz que en un edén risueño
pueblan el horizonte de colores.
Y en ese mundo que forjó mi ensueño,
tapizado de césped y de flores,
miro brillar tranquila en lontananza
la bienhechora luz de la esperanza.

IX

De amor temblando el corazón ahora
de ti viene a implorar ese consuelo,
que disipe las lágrimas que llora
y haga cesar sus penas y su duelo.
Cada sonrisa tuya es una aurora,
cada uno de tus ojos es un cielo,
y bajo de esos cielos, mi alma ardiente
quiere ver esa aurora refulgente.

X

A ti me acerco en mi entusiasmo ciego,
temblando de pasión y de esperanza;
oye piadosa mi ferviente ruego
y bríndame la paz y la bonanza.
Calma del corazón el sacro fuego,
haz que mire la dicha en lontananza;
tú que inspiraste mi amoroso canto,
no trueques mi pasión en desencanto.

Marzo de 1876

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LA MUJER
A la señorita Josefa E.Jiménez

¡Cómo cantar mi inspiración mezquina!
¡A ti, la hija del cielo,
que derramas la dicha y el consuelo
bajo el influjo de la voz divina!
A ti, cuyas miradas de ternura
nos hacen creer en el edén soñado
y truecas la dicha y la amargura
a tu presencia virginal y pura,
en un mundo de flores circundado.

Tú que naciste bella
de una aureola divina circundada
y rompiendo la bruma,
la bruma de la noche tenebrosa,
te presentaste blanca y vaporosa
como Venus brotando de la espuma.
Tú, la reina del mundo,
la paloma fugaz y enamorada,
que al arca de la vida
traes el anuncio de la paz querida ...

¡Levántate hasta el cielo
en las alas de tu alma soñadora!
¡Ven! Derrama la dicha y el consuelo
sobre la triste humanidad que llora.
Que llora, porque olvida
que tú eres el arcángel de la vida,
que eres del alma la soñada aurora,
y que en tu frente pura
se refleja la lumbre bendecida
que disipa la sombra aborrecida
del duelo y la amargura ...

¡Ven! ... ¡Arranca las palmas
del triunfo que te debe
el hombre que por ti soñó en la gloria
y conquistó el laurel de la victoria!
¡Ven! ¡Ven y arroja un velo
sobre las negras sombras del pasado,
hoy eres ya la diosa de la tierra,
eres el ángel del Edén soñado!

Eres un ángel tú; si el hombre osado
en ti llegó a mirar en su delirio
el instrumento vil de sus placeres
y te brindó la palma del martirio,
hoy te proclama ya, reina del mundo,
el más santo y hermoso de los seres.

Eres grande, mujer: Diosa sublime,
consuelo y redención del ser que gime;
estrella diamantina
que derrama su luz consoladora
del mundo en el desierto solitario;
ángel de luz, encarnación divina
que habitas del amor en el santuario,
si ayer te degradaste en Mesalina,
el mundo te miró lleno de asombro,
virgen de castidad y de pureza
en la Madre del Cristo del Calvario.

En ti se encierra el patriotismo santo
que en Juana de Arco contemplara el hombre;
en ti miró la tierra
de redención el sacrosanto nombre
ya en la heroica Judith, que el mundo asombre,
o ya en la dulce Esther, en cuya imagen
de libertad el símbolo se encierra.

¡En ti cabe lo bello y lo sublime
que se forja en sus sueños el poeta,
pues se encierra en tu pecho puro y santo
el casto amor de la infeliz Julieta!

¡Eres grande, mujer! Eres el ángel
de redenci6n que espléndido y sonriente
nos muestra de los cielos el camino;
mándale al mundo tu fulgor divino.
¡Reina de la creación, alza la frente!

San Luis Potosí, mayo de 1876

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MELODÍAS


I

Si alguna vez tus ojos se fijaren
en estas tristes páginas,
recuerda, dulce bien, que son pedazos
del libro de mi alma.

Y si al verlas exhalas un suspiro,
si viertes una lágrima,
recuerda que por ti mis tristes ojos
muchas, muchas derraman ...

II

La vi pasar. Los últimos fulgores
del moribundo sol,
al reflejarse en sus rasgados ojos,
se llenaron de luz y de color.

Y cuando iba a volver a la existencia
mi muerto corazón,
¡Tal vez fue un sueño! -murmuró a mi oído
no sé qué triste y misteriosa voz ...

III

El humo del incienso se eleva en espirales;
el órgano sonoro desbórdase en raudales
de dulces armonías. Aquí la inmensidad
de Dios se nos presenta magnífica, grandiosa,
y el alma se levanta convulsa, temerosa,
hasta el supremo alcázar do está la Majestad.

¿Y tú? ... Tú permaneces extática, sublime;
y yo clamo en silencio; mi pecho triste gime
y en vano, en vano quiero decir una oración.
Yo soy culpable, niña; mas tú, la que eres pura,
¡oh ruega, ruega, niña, por mí, por nuestro amor!

IV

Contemplaba una noche de la luna
el vacilante y pálido fulgor,
y algo miré pasar, porque en mi pecho
apresurado el corazón latió.

Temblaba en mis pupilas una lágrima
que abrasó mis mejillas al caer,
y una voz que flotaba en el espacio
¡Arrodíllate -dijo- Que Ella es!

V

Cantó la niña. Su dulce acento
lo oí en el fondo del corazón,
y al escucharlo sentí algo grande
como la dicha,
como el amor.

Y cuando a poco dejó de oírse
de su garganta la dulce voz,
dentro del alma sentí algo triste
como la queja,
como el dolor ...

VI

Siento las oraciones que levantan
las flores y los pájaros a Dios,
y en mis pupilas siento reflejarse
toda la luz del sol.

Siento la inmensidad en mi cerebro;
abarca lo infinito el corazón ...
¡Todo lo siento, porque siento en mi alma
el fuego de tu amor!

VII

¿Por qué quisiste que comprendiera
todo lo grande que encierras tú?
¿Por qué en tinieblas me hundes ahora,
después que a mi alma le diste luz?

¿Por qué a mi vida la haces tan negra
después de haberle dado un fulgor,
y me condenas cuando ya mi alma
cerca, muy cerca miraba a Dios? ...

Mas te perdono. Tú no pensaste,
tú no pudiste ni comprender
que es espantoso tocar el cielo
y en un abismo rodar después.

VIII

- Es inmenso -me dijo- y profundo
el amor que yo siento por ti.
Y yo entonces le dije: - Te ruego
que me jures que me amas así.

- ¿No te basta saber que te quiero? ...
¡Imposible! ... Retírate ... ¡Adiós!
Cuando puedas llamarme tu esposa,
te lo juro delante de Dios.

IX

Tus ojos son los luceros
que melancólicos brillan
en la noche de mi alma
y en el cielo de mi vida.

Cuando fijas en mis ojos
los cielos de tus pupilas,
parece como que mi alma
estremecida se agita.

Si tus ojos son el faro
que al puerto del amor guía,
¿por qué para mí cerrados
los has de tener, oh niña?

Déjame ver en tus ojos
esa luz que hermosa brilla;
déjame beber en ellos
la esencia pura del día.

Mírame siempre, y mi alma
encontrará en tus pupilas
el rayo de la esperanza
que a los cielos encamina.

X

No quedan en mi alma sino abrojos;
se ha deshojado ya mi última flor,
gotas de hiel resbalan de mis ojos,
mi corazón suspira de dolor.

¡Tú ya lo ves! .., La suerte nos separa;
un imposible existe entre los dos ...
¡Ah, si el turbión mi vida arrebatara
antes que darte mi postrer adiós! ...

XI

¿Qué puede el ardiente rayo
contra la enhiesta montaña
cuando con ímpetu y saña
sobre ella llega a bajar?

¿Qué pueden las tempestades
contra la gigante roca
que cuando el viento la toca
más firme y sólida está? ...

Así, de mi triste vida
¿qué me importa el torbellino?
¿Qué me importa del destino
el rayo devastador? ...

Que pase sobre mi alma
la tempestad de la pena.
Ella está firme y serena
porque la sostiene Dios.

XII

Mi vida es una ola que flotando
va sobre un mar de tempestad y duelo;
cuando la azota el huracán bramando,
quiere en espumas elevarse al cielo.

Noche de obscuridad es mi existencia,
océano de dolor mi triste vida,
y como falta luz a mi conciencia
no sé por dónde bogará perdida.

¡Ay! si al volar hacia la extensa playa
el huracán sobre ella se derrumba ...
¡Ay! si al llegar al término desmaya,
¡en un escollo encontrará su tumba! ...

Le faltas tú, la blanca luz que sola
sobre mis velos funerales arde,
y morirá cual tímida corola
con las últimas brisas de la tarde.

XIII

No me preguntes nunca
por qué estoy triste;
si mis labios lo callan,
mi alma lo dice.
¿No lo adivinas? ...
Llevo en mi alma clavadas
muchas espinas.

Siempre leo en tus ojos
lo que te pasa:
son las páginas ellos
que tiene tu alma.

Porque te quiero,
todo lo que hay en ella,
todo lo leo.

Si tú también me quieres,
mira en mis ojos
los que en el alma llevo
tristes abrojos,
y después, niña,
¡dame todo el consuelo
de tus sonrisas!

XIV

En la serenidad de tus pupilas
he visto ayer dos ráfagas brillar.
Dos ráfagas ardientes y tranquilas
como el rayo del sol sobre la mar.

Y en aquella ocasión y aquella hora,
al ver tus ojos flamear así,
azules como el cielo de la aurora
reflejarse los vi dentro de mí.

Después, al verte con tranquila calma,
sentí en mi corazón la inmensidad,
¡y una explosión de rayos en el alma
que inundaron mi ser de claridad!

XV

Dices que tengo el corazón gastado,
que ya no puedo amar,
y que si alzara el velo del pasado
me echaría a llorar.
Te engañas: nunca el corazón se cansa
de amar, ni de sufrir ...

Cuando se pierde la última esperanza,
queda la de morir.
Si aún otro desengaño, vida mía,
me brindas esta vez ...
¡tengo el alma muy grande todavía
para amar otras diez!

XVI

Un desengaño más, ¿qué importa al alma?
Una ilusión de menos, ¿qué a la fe? ...
¡Cada esperanza que perdida dejo
es arena en la playa del ayer! ...

¿Por qué te quiero? me pregunto a veces,
y a mi pregunta contestar no sé.
Yo le pregunto a mi alma por qué vive,
y la razón no alcanzo de su ser.

Me parece imposible que en la tierra
se ame una vez y dos, y acaso diez;
pero ¡ay! el corazón jamás se cansa
de mudar, de sentir y de querer.

XVII

Cuando en la noche callada
exhalo mi triste voz,
parece que de una tumba
se eleva lúgubre son.

Cuando al despuntar el alba
hago sonar mi laúd,
parece el clamor que arrojan
las sombras al ver la luz ...

Porque tengo llena el alma
de infinito padecer;
porque dentro ella destila
mucha sangre y mucha hiel,

Ya lo ves ... Cuando las lágrimas
lleguen a acabarse en mí,
entonces, entonces, niña,
también me verás reír.

Y entonces también el arpa
que hoy hago triste sonar,
elevará dulces notas
que entre sus cuerdas reirán.

Y en mi alegre carcajada
escucharás, dulce bien,
el eco que hace en los antros
la risa de Lucifer.

XVIII

Tú no puedes amar a ningún hombre
como me amaste a mí,
ni yo puedo querer a otra ninguna
como te quise a ti.
Por distintos senderos hoy cruzamos,
separados los dos;
te idolatré, me amaste ... y, sin embargo,
¡nos dijimos adiós!

XIX

Alégranse los campos y las flores
al asomar la dulce primavera;
murmuran los arroyos bullidores
y canta el ave en la gentil pradera.

Sólo en mi alma quedan los vapores
con que el invierno triste me envolviera,
y cuando acabe mi dolor interno
me cubrirán las brumas de otro invierno ...

XX

¿Por qué me arrancas el alma
cuando pretendo arrancarme
de lo más hondo del pecho
tus recuerdos y tu imagen?

¡Huye! La vida es un soplo
y no quiero que se acabe,
teniendo siempre a mis ojos
mis sufrimientos delante.

Huye, que tal vez huyendo
remedio encuentre a mis males,
pues lejos de tu presencia
quiero que la muerte me halle.

¡Adiós! Si acaso algún día
de mí llegas a acordarte,
que sólo sea, te ruego,
para volver a olvidarme.

1879

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