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ARISTÓFANES LA ASAMBLEA DE LAS MUJERES
Coro. Estrofa El que recoge los votos ha hecho esta amenaza:
Aquel que al alba no llegue, todo él lleno de polvo y con su leve provisión de ajos y con mucho menos hierbas, ése no tendrá su trióbolo.
Vamos, adelante, Caritimes, Esmiquito y Draques, y mucho cuidado con olvidar lo que se tiene que hacer.
Y ya tomado el salario, nos sentaremos juntos para votar los decretos y ser favorables a todo lo que nuestras amigas propongan ...
¡Qué bárbaro, dije amigas cuando había de decir amigos!
Antistrofa Cuando Mirónedes fue arconte, hombre de brío como era, no hubo un hombre que intentara sacar sueldo para servir a la ciudad. Cada uno llevaba a la junta un botijoncito de vino, su pan seco y dos cebollas con unas tres aceitunas.
Ahora vienen a recibir un trióbolo, como si fueran albañiles, cuando sirven a la ciudad.
Se aleja el Coro. Aparece Blépiro vestido con sandalias de Persia y una tuniquilla que solamente usaban las mujeres
Blépiro Y ¿dónde hallar el sitio en que yo pude salir de mi apuro? Vaya, de noche, cualquier lugar es bueno. ¿Quién me va a ver?
¡Ay, infeliz de mi ... que siendo viejo haya yo tomado mujer!
Merezco palos ... ¡para nada bueno habrá salido esta! ¡Pero hay que hacer lo que ando buscando hacer ... (Se pone de cunclillas)
Un hombre Blépiro El Hombre Blépiro El Hombre Blépiro El Hombre Blépiro El Hombre Blépiro El Hombre Blépiro El Hombre Yo por mi me voy a la asamblea. Tengo que buscar antes mi manto. No tengo otro.
Blépiro El Hombre Blépiro Llega a Cremes de la asamblea y ve a Blépiro en su situación
Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Pero, dí, ¿qué asunto hubo para reunir a tal multitud a una hora tan temprana?
Cremes Desde luego el primero que se ofreció a hablar fue el chinguiñoso de Neoclides. Pero el pueblo en su totalidad se puso a gritar con gran fuerza. ¡Este quiere hablar al pueblo de la salvación de la ciudad, cuando ni siquiera ha podido salvar sus propias pestañas!
A esto él respondió echando una mirada en rededor y dijo:
¿Qué tenía yo que hacer?
Blépiro Cremes Están ustedes viendo que yo estoy más necesitado y que me hace falta tener cuatro estateras para salir del paso. Sin embargo diré en qué forma tendrán que salvar a la ciudad y a los ciudadanos.
Vamos a ver: si los que labran lana dieran a los que están necesitados sus mantos de ella hechos, desde que el sol comienza a declinar, seguro estoy de que a nadie lo atacaría la pulmonía. Y que los que no tienen ni hogar ni cama en qué dormir se vayan a dormir a casa de algún curtidor y si en invierno éste les cierra la puerta, que pague como multa con tres pieles forradas.
Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes La mujer es un ser pleno de buen sentido y fácil para adquirir bienes de fortuna. Y que ninguna de ellas es capaz de dar a conocer los secretos de las Tesmoforias. Y que nosotros, yo, tanto como tú, estamos descubiendo siempre los secretos del senado, si a él pertenecemos.
Blépiro Cremes Ellas unas a otras se prestan ropas, joyas de oro o de plata, vasos finos, y eso a solas una con otra, sin necesidad de testigos, y todo lo devuelven a su tiempo, sin guardarse nada. Los hombres, al contrario, se guardan lo que pueden.
Blépiro Cremes Y así siguió con mil más cualidades y llenando de elogios a las mujeres.
Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blépiro Cremes Blésforo Cremes Blésforo Cremes Blépiro Cremes ¡Oh reina Palas con los demás dioses, haz que cedan así en nuestro provecho estas disposiciones!
Pero, me voy; que te quedes con bien.
Blépiro Se va Cremes y Blépiro se mete a su casa. Regresa el Coro
¡Vamos, hombres a la junta ... hacerlo preciso es!
Hay que rechazar también a los que de la ciudad vengan, ésos que cuando solamente daban un óbolo, se estaban charla que charla donde venden las coronas. ¡Ahora qué altos están!
¿Qué pasa aquí? ¿Dónde se habrá largado mi mujer? Ya se acerca la aurora y ésa no parece. Yo estaba en mi cama, pero de repente me acometió una gama impertinente de ir a desahogarme. Y busco mis zapatos en la oscuridad y busco mi manto ... ¡nada! ¿Por más que tentaleé nada pude hallar. Como el señor Cacuncio no puede esperar, arrebaté como pude esta mantilla de mi mujer y me embutí estas sandalias pérsicas.
¿Quién es? ¿No es mi vecino Blépiro?
El mismo. Yo soy.
¿Qué significa ese vestido rojo? ¿Será Cinesias que te ha manchado?
¿De dónde sacas eso? Yo he salido con la tuniquilla de color de azafran que usa mi mujer.
Y tu manto, ¿dónde está?
No sé qué decir. Lo busque largo tiempo y no pude hallarlo entre las mantas de la cama.
Y tu mujer ... ¿por qué no le preguntaste?
¡Por Zaus que no; ella no estaba en casa. Se me escapó sabe a dónde ... quién diría que me está traicionando!
Oye, que semejanza tiene tu historia a la mía, por Poseidón. También mi mujer desapareció y con ella el manto que uso. Y no solo eso, sino también mis zapatos que no hallo en ninguna parte.
¡Por Dioniso, ni yo mis lacedemonios. Como me urgía la necesidad, yo me calcé como pude estas sandalias y corrí a ver qué hacía, pues no quería manchar la colcha que está bien lavada.
¿Qué será esto? ¿La invitaría a almorzar alguna amiga?
Es lo que pienso. Porque hasta donde yo sé, no es mala.
¡Pero tú, tanto duras! ¿Estas haciendo cables?
Lo mismo yo. Deja que acabe. Estas peras del campo causan estreñimiento.
Lo mismo que a Trasíbulo y de la que hablaba a los lacedemonios.
¡Por Dioniso, qué duro y qué pesado es esto! Estoy cerrado enteramente. ¿Qué haré pues? Y no es esto lo único que me causa pena, sino que cuando yo coma, ¿por dónde voy a echar fuera lo comido? ¡Ese Acradusio cerró la puerta a cal y canto! ¿Quién me buscará un médico y, cuál médico? ¿Cuál de los especializados en el trasero tiene la suficiente pericia? ¡Ya sé, sí, es Aminon! ¿Querrá venir? Que Antístenes lo traiga sin tardanza. Ese por lo que juzgo, según sus suspiros, ha de ser muy práctico en eso de estreñimientos. ¡Ilicia santa, de los partos protectora, no dejes que yo reviente, ni que me quede atascado, que llegaría yo a ser el hazmerreir de los cómocos?
¡Hola tú! ¿qué estás haciendo? ¿tal vez estás desahogando el vientre?
¿Yo? ¡Ya no hago nada, por Zaus, ya me vacié!
¿Y traes puesta la túnica de tu mujer?
La tomé en la oscuridad y me la puse. Pero, tú ... ¿de dónde vienes?
De la asamblea.
¿Ya acabo, entonces?
Por Zeus, sí, ya. Cuando iba amaneciendo. Y cómo me dió risa ver a tantos que se teñían de rojo con la cuerda que les cerraba el paso.
¿Recibiste tu trióbolo?
¡Así hubiera sido! Pero, llegué tarde, y no me da vergüenza sino de mi morral, que va a regresar vacío.
¿A causa de qué fue?
Había una muchedumbre de hombres en el Pnix, como nunca se habia visto. Cuando los vimos daban el aspecto de zapateros. Había que ver cuántas caras blancas había en la asamblea. Por esa razón no me llegó a mi la paga y a otros muchos, tampoco.
¿Si yo voy ahora tampoco me toca?
¿Cómo ha de ser? Aunque hubieras llegado al segundo canto del gallo.
¡Infeliz de mi! Llora Antoloco, menos por el trióbolo que por mí que quedo vivo, ya todo lo perdí.
¿Qué otra podría ser? Que a los del Pritáneo se les ocurrió poner a discusión los medios de salvar la ciudad.
Hubieras molido ajos y mezclado con ruibarbo y euforbio de Laconia y untarte cada noche los párpados con esa mezcla. Eso le hubiera yo respondido, si me hallara presente.
Siguió Eveon, que todos pensaban que iba desnudo, aunque él decía llevar manto. Habló bien, con sentido democrático.
¡Bien por Dióniso, bien! Y debía haber agregado, sin contradicción de nadie, que los que falsifican la harina mezclando otras sustancias, tenían la obligación de dar pan a los pobres a razón de tres quénices, bajo pena de grandes castigos si no lo hacen. Eso bien le valiera a Nausicides.
Luego le toco el turno a un joven muy bien parecido, de piel muy blanca, semejante a Nicias. Y se puso a decir que lo conveniente es entregar el gobierno a las mujeres. Todos los de cara blanca, que creímos zapateros, comenzaron a aplaudir rabiosamente y a gritar que tenía mucha razón. Pero los campesinos comenzaron a rezongar.
¡Como que tienen juicio, por Zeus!
Estos eran pocos y aquel tenía buena voz y decía primores de las mujeres y de ti, horrores ...
¿Qué fue lo que dijo?
Dijo primero que eres un bribón.
¿De tí qué dijo?
Eso después ... Y luego que eres un ladrón.
Y ¿sólo yo?
¡Eso, por Zeus, y luego, un chismoso delator!
¿Y sólo yo?
Tú, por Zeus, y toda esta multitud.
¿Quién puede decir otra cosa?
Y siguió su discurso diciendo:
¡Por Hermes que en ese punto no mintió!
Siguió diciendo:
¡Por Poseidón que sí, aunque haya habido testigos!
Que no andan delatando ni persiguiendo a nadie, ni hacen intentos de echar abajo el gobierno del pueblo ...
¿Cuál fue la decisión?
Confiar el gobierno de la ciudad a ésas; eso en ningún tiempo se había visto.
¿Eso se decretó?
Te lo estoy diciendo.
¿De modo que no se les da el cargo que antes tenían los ciudadanos?
Así están las cosas.
¿Ya no iré yo al tribunal, sino mi mujer?
Y ni tú darás de comer a los que tengas, sino la señora.
¿No estaré bostezando desde que amanece?
¡No, por Zeus, de aquí en adelante eso les toca a las mujeres! Tú te quedarás en tu casa con todo gusto.
Hay algo que da miedo a los de nuestra edad. Es que, si toman las riendas del mando, nos va a forzar a que ...
¿A qué, qué?
A darles para adentro.
Y si ya no podemos ...
Tampoco habrá almuerzo.
Tú ponte listo, de modo que puedas almorzar y dar lo que te piden al mismo tiempo.
Es muy odioso lo que se hace a fuerzas.
Pero si eso beneficia a la ciudad, eso deben hacer todos los hombres. Hay un dicho de nuestros antepasados. Los designios sin ciencia y acaso locos, casi siempre ceden en beneficio nuestro.
Y tú también asi vayas, oh Cremes.
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