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ARISTÓFANES LA ASAMBLEA DE LAS MUJERES QUINTA PARTE
Una vieja, asomando a la ventana ¡Musas, por favor, un tono que a mis labios baje para poder encantar con un canto de son jónico!
Una muchacha, en la ventana opuesta Creías atraer con tu canto ... ¡tampoco! Porque si tú te pones a cantar, yo cantaré más fuerte. Aunque eso fastidia a los espectadores, no deja de tener su lado cómico y agradable.
La vieja (Canta) - ¡Si alguno quiere sentir sensaciones no conocidas, venga a dormirse conmigo! ¡Nada sabio tienen las muchachas, las maduras sabemos bien el oficio! Ninguna tiene el corazón que yo tengo para querer al que se junte conmigo. Ellas como las abejas, sólo van de flor en flor.
La muchacha (Cantando) La vieja (Cantando) La muchacha (Se dirige a la vieja cantando)
¡Mamita, hazme un gran favor ... Vete a llamar a Vergara para que él te dé todo gusto!
Ya sabes los modos jónicos, y eso te pido yo pobrecita niña.
¿Es que te gusta lamer, como hacen las de Lesbos?
Y tú no podrás quitarme más deliquios de aquella hora -¡vieja infelíz y caduca!- tú no harás nada nocivo, ni me quitarás mis goces que me tocan por derecho.
Vieja Muchacha Vieja Muchacha Vieja Muchacha Vieja Muchacha Vieja Muchacha Vieja Muchacha El joven cantando Vieja (Cantando) Pero yo me retiro ... veré cómo obra éste.
Se va de la ventana
Joven Muchacha (Aparece en su ventana) (Canta) - ¡Ven acá, ven acá, precioso mío, ven, mi amor, ven a ser mi compañero de cama toda esta noche! ¡Me vuelven loca tus bucles juveniles bien rizados! ¡Tengo sed de tí, mi vida, y me está requemando el alma!
Te conjuro, Eros divino; haz que entre a mi pobre casa!
El joven (Canta) ¡Cuánto ansio estar en tu seno, con mi mano acariciando la parte de atrás!
¡Oh, Ciprina, qué me haces que me inspiras tan ardiente amor!
¡Deja que yo te conjure, Eros, divino, y que pueda yo entrar hoy a gozar de su cama dulce!
¡Débiles son mis palabras para retratar mi urgencia!
Pero tú, amorcito mío, no tardes en abrir tu puerta. Apriétame entre tus brazos para calmar mi deseo. ¡Tú eres la que me atormentas!
¡Joya mía, alhaja de oro, brote de la misma Cipris, abeja de las Musas, alimento de las Gracias, imagen del dulce deleite ... abre y apriétame entre tus brazos. La pena que me atormenta toda te la debo a tí!
Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Pareció bien a las mujeres que si un joven quiere tener trato con una joven, no podrá hacerlo, si no da antes a una más grande la parte que le corresponde. Y si se niega a cumplir con esta ley y se dedica a la joven, las ancianas tendrán derecho de aprehenderlo y arrastrado por las calles bien agarrado de la parte más sensible de su cuerpo.
Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Vieja Joven Baja la muchacha y detiene a la vieja
Muchacha Vieja Muchacha Hace intentos de llevarse al joven
Vieja Joven
¿No va a venir ningún hombre? Bien pasada está la hora. Yo, bien llena de tintura blanca y con mi ropa amarilla, hace rato que estoy aquí de ociosa a ver si llega algún hombre para echarme en sus brazos. Entre tanto, canto y hago monerías.
¡Vieja, carcamana, sales antes que yo a la ventana! ¿Qué dijiste? Esa está ausente ... voy a ver que le saco a la viña ... ¡Pues no!
¡Conversa con mi entrepierna, patarata! Oye, lindo flautista, amorcito mío, toma ya tu flauta y canta un son que sea digno de nosotros, tanto de tí como de mí.
¡No tengas envidia a las muchachas, el placer que ellas ofrecen brota de sus nalgas frescas y en sus dos redondos senos florece a la perfección! ¡Tú vieja tan depilada, y tan bien pintarrajeada sólo das gana a la muerte!
¡Que se desguance tu vaina y se te hunda la cama cuando vayas a ser zarandeada por un hombre! ¡Que cuando otra cosa busques para manejarla, te halles una culebra!
¡Ay, ay ... ¿qué haré yo? ¡No viene mi amado hoy! ¡Solita me quedo aquí; hasta mi madre se fue! De lo demás, no me importa.
Canta todo lo que quieras y da gusto a tu trompa como si una gata fueras. Nadie habrá de estar contigo, si no entró conmigo antes.
¡Pues claro que van a entrar, para llevarte al sepulcro, vieja podrida!
No y no ... para una vieja nada hay nuevo. No te dé pesar mi vejez.
¿Entonces qué? ¡Tu pintura y tus menjurjes!
¿Y por qué me estás hablando?
¿Y por qué me estás mirando?
No te miro; estoy cantando a solas mi Epígenes.
¿Tu amigo? Y, entonces que con Vejarro?
El te lo hará ver ... muy pronto va a venir por mí ... ¡Míralo que ya está allí!
¡Y crees que viene por tí, vieja carroña!
¡Sí, por Zeus!
¡Peste malvada, ya te lo haré saber ...! Yo me voy de la ventana. (Sale)
Pudiera yo yacer con la joven primero, sin tener que estrechar en mis brazos a la vieja ... ésa de nariz chata y de agotados miembros ... ¡Dura es para hombre libre esta suerte infelíz!
¡Por Zeus, aunque te pese, tú tendrás que cumplir! Y no son cantiquitos del año del caldo, que así la ley lo impone y hay que acatar la ley ... ¿No vivimos acaso un régimen democrático?
¡Ay, dioses, que yo hallara a esa linda muchacha, ya que vengo bien bebido y tengo ardores por ella de hace mucho tiempo!
¡Maldita vieja, ya me la llevé! Ella pensaba que iba yo a estar encerrada en mi casa y se retiró también ella! ¡Pero ... mira si allí está él, ese mismo de quien hablábamos!
¡Ven acá, ven acá, amor mío! Ven y ábreme la puerta, que si no me hallaras tendido en ella todo lleno de amargura!
(Abre la ventana y grita) - ¡Ora, tú! ¿tocas mi puerta? ¿vienes en busca de mí?
¡Antes que me muera de mal muerte!
Pero golpeabas mi puerta.
Ni de sueño.
¡Y hasta llevas tu antorcha!
Iba en busca de un Mamerto.
¿A quién dices buscas?
¡No, no es el Lamberto que tú estás esperando ...!
Pues, quieras que no quieras, por Afrodita, que te vas conmigo. (Intenta tomarlo del brazo)
Señora, no; no somos de los de sesenta años, si tenemos apenas veinte. La cuestión es más fácil. Acabamos más pronto.
Eso fue antes, mi amigo. Pero la ley manda que con nosotras hay que comenzar.
Si se me antoja, que eso es como juego de dados.
Cuando vas a comer no te fijas en el juego de dados.
No sé qué estás diciendo ... Pero toco a esta puerta.
Primero a la mía toca.
¡Aún no necesito harnero!
(Saliendo a la puerta) - ¡Ya sé que soy bien querida ... y ahora te admiras de que me halles en la puerta! ¡Anda, acerca tu boquita!
Me da miedo tu amante.
¿Cuál?
El mejor de los pintores.
Y, ése, ¿quién puede ser?
El que pinta los vasos de los difuntos. Pero, métete. No vaya a venir y te vea.
¡Ya sé, ya sé lo que quieres!
Yo también lo sé, por Zeus.
Por Afrodita lo juro; hoy no te he de dejar ir.
Vieja, estás delirando.
Y tú también te haces guaje. Vamos a tomar la cama.
¡No sé yo porque andan comprando ganchos para sacar cubos del pozo; con esta vieja nos basta!
Deja de burlarte, tonto, chico, mejor vente acá conmigo.
No tengo yo por qué ir, a no ser que hayas pagado el cincuenta por ciento a la ciudad.
¡Por Afrodita, vente ... yo no me deleito tanto sino con jovencitos de tu edad!
Pues yo con las de tu edad siento asco y por nada de este mundo me voy a meter contigo.
¡Por Zeus que sí ... bien estás obligado ... mira lee este decreto!
¿Eso qué es?
Un decreto, conforme al cual tienes que entrar primero conmigo.
Dilo, a ver qué cosa es.
Pues ahora te lo leo:
¡Maldita sea ... no soy otro Procusto!
Hay que obedecer nuestras leyes.
¿Y si viene algún amigo o algún vecino a liberarme?
Es que no hay un sólo hombre que pueda disponer de más allá de un medimno.
Pero con un juramento se da excusa de aplazamiento.
Eso no se va a poder.
Digo que soy negociante.
Te pesará.
Entonces, ¿qué hacer?
Vente para acá, mi amigo.
¿Es preciso que haga yo eso?
¡Ya está, señora Diomedes!
Voy. Tiende una cama de orégano en el lecho en que yaceremos. Dispón también cuatro sarmientos de vid cortados por tu mano, ciñe todo con cintas de fúnebre disposición, dispón los retratos y las vasijas y el vaso de agua lustral.
¿Te vas a olvidar acaso de comprarme una corona?
Claro, por Zeus, pero temo que cuando entremos a casa va a ser corona de cirios. Yo que entro y tú que te acabas.
¿Dónde te lo llevas?
Lo meto a mi casa.
No estás en tu juicio, anciana. No tiene la edad debida para trabajar contigo. Más le sirvieras de madre, que no de mujer, y si esa ley se cumple, van ustedes a llenar la Tierra de Edipos.
¡Loca, chiflada, es la envidia la que te hace hablar así! Pero me la has de pagar.