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PRIMER ACTO
ESCENA UNO
VALERIO Y ELISA
VALERIO
Quisiera comprender, mi deliciosa Elisa, el motivo de tu melancolía. En medio de mi alegría te veo suspirar e imagino que se debe a las promesas que has tenido la bondad de hacerme. Tal vez es desazón por haberme hecho feliz. O acaso arrepentimiento por el compromiso que sientes al haber aceptado mi amor. ¿Cuál de estos pensamientos prevalecen en tu ánimo, mi dulce Elisa?
ELISA
No nace de mi ánimo, Valerio, arrepentirme de lo que he hecho por ti. Todo ha sido resultado de una energía tan dulce que ni me atrevo a imaginar que las cosas no fueran así. En verdad, temo amarte más de lo que debiera, y esto me inquieta.
VALERIO
Tranquila, Elisa, no hay nada que temer de las bondades y las delicias que surgen de nuestra relación.
ELISA
Por cierto que hay muchas cosas temibles; las cóleras y los reproches de mi padre, la censura de mi familia y la de todas nuestras amistades y relaciones. En verdad, Valerio, a lo que más temo es a los caprichos y veleidades de tu corazón, y a esa cruel frialdad con la que los hombres suelen retribuir las muestras demasiado ardientes de mi candoroso amor.
VALERIO
Te ruego, Elisa, que no me juzgues generalizando. Puedes sospechar de cualquier cosa, menos de que falte a mis promesas. Te amo demasiado como para agraviarte. Mi amor por ti perdurará toda la vida.
ELISA
Ay, Valerio, todos los hombres pronuncian las mismas palabras en sus discursos. Sólo las acciones establecen la diferencia entre la verdad y la mentira.
VALERIO
De acuerdo. Ya que solamente las acciones ponen en evidencia lo que somos, te ruego que valores por ellas mi corazón y no me acuses, sometida a injustos temores y sospechas. Te imploro que no me ataques con los golpes de una suspicacia injuriosa. Dame oportunidad y tiempo para convencerte de la rectitud de mi amor, con las pruebas que hagan falta.
ELISA
¡Ah! ¡Con qué facilidad nos dejamos persuadir por las personas que amamos! Es verdad, Valerio, te considero incapaz de engañarme. Creo que me amas con sinceridad y que me guardarás fidelidad. No deseo dudar en absoluto. Sólo mantengo una pizca de temor por la reprobación que pueda sufrir.
VALERIO
¿Por qué esa inquietud?
ELISA
Nada debiera de temer si todo el mundo te viera con la mirada con que yo te veo, ya que encuentro en tu persona razones para las cosas que he hecho por ti. Mi alma tiene como defensa y justificación todos tus méritos, reforzados por una gratitud que me compromete contigo. A cada instante se me aparece el momento terriblemente peligroso que enfrentó nuestras miradas azoradas. E inmediatamente surge en mis recuerdos tu generosidad sin límites que hizo que arriesgaras tu vida para salvar la mía del furor de las olas. Recuerdo también tus tiernos cuidados tras haberme sacado del agua. No olvidaré jamás las ardientes efusiones de amor, que no han sufrido mengua ni por el tiempo ni las dificultades. Aprecio en todo su valor que, desdeñando padres y patrias, permanecieras en estas tierras, disfrazando tu verdadera condición y aceptando, para estar cerca de mí, el empleo de intendente de mi padre. Todo esto produce en mí un efecto maravilloso y mi más fervorosa y entrañable devoción hacia tu amada persona. Este sentimiento justifica sobradamente el compromiso que hacia ti me inclina. Sin embargo, tal vez los demás no aprecien ni justifiquen mis sentimientos de la misma manera.
VALERIO
Quisiera que el único motivo por el que pretendo algo de ti sea simplemente por mi amor. En cuanto a tus escrúpulos, tu propio padre se ha dedicado a justificarte ante todo el mundo. Su excesiva avaricia y la austeridad en la que vive con sus hijos podrían configurar situaciones más extrañas. Perdona mi franqueza, Elisa, tú sabes que en este aspecto no se puede decir nada bueno de él. En cambio, si puedo, como espero, encontrar a mis padres, creo que no será nada difícil volcarlos en nuestro favor. Estoy aguardando noticias; si tardaran en llegar, mi impaciencia hará que vaya a buscarlas yo mismo.
ELISA
¡Ay, Valerio!, no te muevas de aquí, te lo ruego. Piensa solamente en avenirte con mi padre.
VALERIO
Ya puedes observar cómo ha logrado introducirme y ponerme a su servicio. Las hábiles deferencias utilizadas, los disfraces de simpatía y sentimiento para agradarle y la ficción de un personaje que represento a diario para complacerle. Ha hecho grandes progresos, a partir de la certeza de que para ganarse a los hombres no hay manera mejor que mimetizarse con sus propias inclinaciones, elogiar sus máximas, adular hasta sus defectos y aplaudir con entusiasmo cuánto hacen. Sólo hay que cuidarse de exagerar demasiado las complacencias y las lisonjas. No hay nada tan inconveniente ni tan absurdo que no se pueda hacer tragar si se condimenta con adulación. Si bien la sinceridad sufre algún deterioro en el oficio que desempeño, cuando se necesita a los hombres es menester adaptarse a ellos. Es sólo utilizar su punto más vulnerable; la culpa no es de quienes adulan sino de quienes desean ser adulados.
ELISA
Pero ¿por qué no intentas también lograr el apoyo de mi hermano, por si a la doncella se le ocurriese develar nuestro secreto?
VALERIO
Es difícil manejar a uno y a otro. No es tarea sencilla avenir dos espíritus tan opuestos como el de padre e hijo. Sería bueno que te ocuparas de tu hermano y que te valieras de la buena amistad que hay entre ambos para atraerlo en nuestro favor. Aquí llega; me retiro. Aprovecha esta ocasión para hablarle; no le descubras lo nuestro sino lo que juzgues conveniente.
ELISA
¡Ay! Francamente, no sé si tendré fuerzas para hacerle esta confidencia.
ESCENA DOS
CLEANTO Y ELISA
CLEANTO
Estoy muy contento de hablarte a solas, hermana mía. Mi ardiente deseo era hacerlo cuanto antes para poder revelarte mi secreto.
ELISA
Aquí estoy dispuesta a escucharte, hermano. ¿Cuál es tu secreto?
CLEANTO
Lo define una sola palabra: amo.
ELISA
¿Amas?
CLEANTO
Sí, amo. Pero antes de avanzar, no desconozco que dependo de mi padre, ya que el nombre de hijo me hace estar a merced de su voluntad; que no debemos comprometernos sin el consentimiento de aquéllos a quienes debemos la vida; que nos está ordenado no disponer acción alguna sino con su dirección; que ven mucho mejor lo que nos conviene al no estar afectados por ningún loco ardor; que debemos creer más en la clara visión de su prudencia que en la ceguera de nuestra pasión y que los impulsos juveniles nos arrojan con frecuencia a funestos abismos. Te digo todo esto, hermana querida, para que no te tomes el trabajo de decírmelo, ya que mi amor nada quiere escuchar, y te pido que no me reprendas.
ELISA
¿Te has comprometido, hermano, con la que amas?
CLEANTO
Aún no, pero bien dispuesto estoy a hacerlo, y te ruego una vez más que no me presentes razones para disuadirme.
ELISA
¿Crees acaso, hermano, que soy una persona extraña?
CLEANTO
Claro que no, hermana, pero el caso es que no estás enamorada, desconoces la dulce turbulencia que provoca en nosotros un tierno amor y temo tu sensatez.
ELISA
¡Ay, hermano! No menciones mi sensatez. No hay persona que una vez en la vida al menos, no se despoje de ella. Y si te abriera mi corazón, quizá sería a tus ojos mucho menos sensata que tú.
CLEANTO
Quisiera el cielo que tu alma, como la mía ...
ELISA
Terminemos primero tu asunto y dime de una vez quién es la amada.
CLEANTO
Una joven que hace poco tiempo vino a vivir a estos lares y que parece haber sido hecha para enamorar a cuantos la ven. La naturaleza ha sido más que amable con ella y me sentí obnuvilado desde el momento en que la vi. Se llama Mariana y vive bajo la tutela de una madre muy anciana a quien ella idolatra más allá de lo imaginable. Está a su servicio y la consuela de sus males con una dedicación y ternura que no podrían sino conmover tu alma. Todo lo hace con encanto y ligereza y, en síntesis, deberías verla con tus propios ojos.
ELISA
Muchas cosas veo, hermano, a partir de tus palabras; por lo demás, me basta y sobra que la ames.
CLEANTO
Según pude averiguar, no tiene grandes bienes de fortuna, y a pesar de vivir con frugalidad apenas llegan a cubrir sus necesidades. Fíjate, hermana, qué alegría podría ser mejorar la condición de una persona amada aportando alguna ayuda para las modestas necesidades de una virtuosa familia; puedes imaginar el contratiempo que me significa ver que por la avaricia de nuestro padre no puedo hacerla y a través de esos gestos, ofrecer el testimonio de mi amor.
ELISA
Sí, hermano. Comprendo tu pesar.
CLEANTO
Es aun mayor de lo que puedes creer. ¿Hay algo más injusto que este ahorro extremo al que se nos somete, que esta austeridad en la que languidecemos? ¿De qué nos sirven nuestras posesiones si no vamos a disfrutarlas sino cuando ya no estemos en edad de gozar, y si inclusive para mantenemos debemos endeudamos, buscando el socorro de los comerciantes para ir, al menos, dignamente vestidos? Quise hablar contigo para que me ayudes a sondear a mi padre. Si nada afloja, he decidido partir con esta amable persona hacia otras tierras para gozar de la fortuna que el cielo quiera ofrecernos. Para tal fin estoy pidiendo dinero prestado; si tu asunto, hermana, es en algo semejante al mío y si nuestro padre ha de ser un obstáculo para nuestros deseos, lo abandonaremos y finalmente quedaremos libres de esta tiranía en que nos tiene sumidos su insostenible avaricia.
ELISA
Es cierto que cada día que transcurre nos da motivo mayor para lamentar la muerte de nuestra madre.
CLEANTO
Oigo su voz; apartémonos para terminar de intercambiar nuestras confidencias y unamos fuerzas para poder corroer la dureza de su carácter.
ESCENA TRES
HARPAGÓN Y FLECHA
HARPAGÓN
¡Fuera de aquí de inmediato, y no me respondas! ¡Vamos, rápido, bribón, verdadera carne de horca!
FLECHA
(Aparte.) - No he visto en mi vida nada más malvado que este maldito viejo. Creo, Dios me perdone, que tiene el diablo en el cuerpo.
HARPAGÓN
¿Qué estás murmurando?
FLECHA
¿Por qué me echas?
HARPAGÓN
¿Tienes la insolencia de pedirme razones, tramposo? ¡Retírate o te mato!
FLECHA
¿Qué hice?
HARPAGÓN
Lo que me hiciste es que quiero no verte.
FLECHA
Amo, su hijo me ha dado orden de esperar.
HARPAGÓN
Entonces espera en la calle y no aquí en mi casa como un poste, acechando para sacar algún provecho de lo que ves y oyes. No quiero tener ante mi vista a un espía de mis asuntos, a un traidor que asedia mis negocios, devora cuanto poseo y revuelve por todas partes buscando algo para robar.
FLECHA
¿Cómo haría yo para robarle? ¿Es un hombre robable cuando pone todo bajo cuatro llaves y monta guardia día y noche?
HARPAGÓN
Cierro bajo llave lo que me parece y cuido lo que me place. ¿Es tan descabellado pensar que hay espías que vigilan mis movimientos? (Aparte.) Tiemblo de sólo pensar que sospeche algo acerca de mi dinero. (En voz alta.) ¿Serías un hombre capaz de hacer correr el rumor de que tengo dinero escondido?
FLECHA
¿Tiene dinero escondido?
HARPAGÓN
No, pícaro, no estoy afirmando eso. (Aparte.) ¡Desespero! (Aparte.) Te estoy preguntando si no harías correr el rumor a propósito de que tengo dinero.
FLECHA
Vamos, ¿qué importa si tiene o no tiene dinero si me da lo mismo?
HARPAGÓN
¿Te atreves a razonar? ¡Te voy a dar argumentos a las patadas! (Levanta la mano para darle un golpe.) Ya mismo, sal de aquí.
FLECHA
Bueno, ya me voy.
HARPAGÓN
Momento. ¿No te llevas nada?
FLECHA
¿Qué me voy a llevar?
HARPAGÓN
Ven aquí, donde pueda verte. Muéstrame las manos.
FLECHA
Aquí están.
HARPAGÓN
Las otras.
FLECHA
¿Otras?
HARPAGÓN
Sí.
FLECHA
Aquí están.
HARPAGÓN
(Le señala los calzones.) - ¿No te has metido nada allí?
FLECHA
Véalo usted mismo.
HARPAGÓN
(Palpando la parte inferior de los calzones.) - Estos amplios calzones son muy apropiados para esconder objetos robados. Quisiera que se hubiera hecho colgar a alguno.
FLECHA
(Aparte.) - ¡Cuánto se merece un hombre así recibir lo que teme, y cuánto me gustaría robarle!
HARPAGÓN
¿Cómo?
FLECHA
¿Qué?
HARPAGÓN
¿Estás hablando de robar?
FLECHA
Digo que puede registrarme a ver si le he robado.
HARPAGÓN
Es lo que pienso hacer. (Registra los bolsillos de FLECHA.)
FLECHA
(Aparte.) - ¡La peste se lleve a la avaricia y a los avaros!
HARPAGÓN
¿Qué murmuras?
FLECHA
¿Qué digo?
HARPAGÓN
Sí, qué dices de la avaricia y de los avaros.
FLECHA
Digo, la peste se lleva a la avaricia y a los avaros.
HARPAGÓN
¿De quién hablas?
FLECHA
De los avaros.
HARPAGÓN
¿Quiénes son los avaros?
FLECHA
Plebeyos y ladrones.
HARPAGÓN
¿Qué entiendes por ellos?
FLECHA
¿Qué lo preocupa?
HARPAGÓN
Me preocupo de lo que debo preocuparme.
FLECHA
¿Cree que estoy hablando de usted?
HARPAGÓN
Creo lo que creo, pero quiero que me digas de quién hablas.
FLECHA
Hablo ... hablo de mi gorra.
HARPAGÓN
Y bien podría yo hablar de tu birrete.
FLECHA
¿Me prohíbe maldecir a los avaros?
HARPAGÓN
No. Te prohibo que seas insolente. Cállate.
FLECHA
No hago nombres.
HARPAGÓN
Te castigaré si hablas.
FLECHA
A quien le quepa el saco que se lo ponga.
HARPAGÓN
¿Callarás?
FLECHA
Sí, a mi pesar.
HARPAGÓN
¡Ah, ah!
FLECHA
(Mostrándole uno de los bolsillos de su saco.) - Aquí puede ver otro bolsillo, ¿está conforme?
HARPAGÓN
Vamos, entrégamelo sin que te registre.
FLECHA
¿Entregarle qué?
HARPAGÓN
Lo que te has robado.
FLEcHA
Nada le he robado.
HARPAGÓN
¿Estás seguro?
FLECHA
Seguro.
HARPAGÓN
Retírate de una buena vez.
FLECHA
Me voy con dignidad.
HARPAGÓN
Lo dejo librado a tu conciencia. He aquí un briboncito de sirviente que tantas molestias me trae.
ESCENA CUATRO
HARPAGÓN, ELISA Y CLEANTO
HARPAGÓN
Ciertamente no es poco esfuerzo guardar en una casa una suma de dinero, y debe ser muy feliz quien tiene toda su fortuna bien establecida y no conserva más que lo necesario para mantenerse. No es poca dificultad encontrar un escondite fiable en una casa, porque desconfío de las cajas fuertes. Creo que son el mejor cebo para los ladrones. Pero no sé si he hecho bien en enterrar en el jardín los diez mil escudos que me devolvieron ayer. Diez mil escudos de oro en casa, en fin ... (Aparecen los hermanos conversando en voz baja.) ¡Oh, Dios mío! Yo mismo me traiciono. El calor me habrá afectado y me hizo hablar en voz alta. ¿Qué sucede?
CLEANTO
Nada, padre.
HARPAGÓN
Hace mucho que están ahí?
ELISA
Acabamos de entrar.
HARPAGÓN
Han oído ...
CLEANTO
¿Qué, padre?
HARPAGÓN
Vamos ...
ELISA
¿Qué?
HARPAGÓN
Si han oído lo que acabo de decir.
CLEANTO
No.
HARPAGÓN
Claro que sí.
ELISA
Discúlpenos.
HARPAGÓN
Entonces algo han oído. Estaba hablando conmigo mismo de lo mucho que cuesta hoy día encontrar dinero y pensaba en voz alta que debe ser muy feliz el que puede tener en su casa diez mil escudos.
CLEANTO
Dudábamos en encararlo por temor a interrumpirlo.
HARPAGÓN
Les digo esto para que no vayan a entender todo al revés e imaginen que soy yo quien tiene diez mil escudos.
CLEANTO
Nosotros no nos metemos en sus asuntos.
HARPAGÓN
Ojalá tuviera yo esa suma.
CLEANTO
No lo creo.
HARPAGÓN
Sería un buen negocio para mí.
ELISA
Son cosas que ...
HARPAGÓN
Bien me harían.
CLEANTO
Creo que ...
HARPAGÓN
Me vendrían de mil maravillas.
ELISA
Es ...
HARPAGÓN
Y no me andaría quejando de estos tiempos tan miserables.
CLEANTO
Dios mío, padre, no tiene motivos de queja, ya que bien sabe que posee bienes.
HARPAGÓN
¿Qué dices? ¿Que yo poseo bienes? Miente quien dice así. Nada más falso. Son unos bribones los que hacen correr esos rumores.
ELISA
No se enoje, padre.
HARPAGÓN
Es curioso que mis propios hijos me traicionen y se conviertan en mis enemigos.
CLEANTO
¿Es ser su enemigo afirmar que posee bienes?
HARPAGóN
Sí, y los gastos que hacen serán un día la causa de que vengan unos ladrones a degollarme.
CLEANTO
¿De qué gastos habla?
HARPAGÓN
¿Cuáles, me preguntas? ¿Hay algo más escandaloso que esos trajes tan caros que paseas por la ciudad? Ayer se lo decía a tu hermana, pero lo tuyo es aún peor. Si alguien te observara de pies a cabeza, bien vería que eres una buena inversión. Tantas veces te lo he dicho, hijo mío: todas tus maneras me desagradan, y esos trajes revelan que me robas.
CLEANTO
¿Cómo? ¿Robarle yo?
HARPAGÓN
¿De dónde, si no, sacas lo necesario para vestirte de esa manera?
CLEANTO
¿Yo, padre? Es que juego, y tan afortunado soy en el juego que me permito gastar en mí todo lo que gano.
HARPAGÓN
Muy mal hecho. Si eres afortunado en el juego, debes aprovecharlo y poner a buen interés el dinero gestado. Me gustaría saber ¿para qué sirven todas esas cintas que te has puesto de pies a cabeza, y si media docena de cintos no bastan para sostener unos calzones? ¿Es tan necesario gastar en pelucas cuando uno puede arreglarse con sus propios cabellos? Y en esa cantidad de cintas y pelucas hay un dinero que gran interés daría en un año.
CLEANTO
Tiene razón.
HARPAGÓN
Pero hablemos de otro asunto. (En voz baja, aparte.) Creo que se hacen señas entre ellos para robarme mi bolsa. (En voz alta.) ¿Qué significan esos gestos?
ELISA
Mi hermano y yo no estamos seguros de quién hablará primero, ya que los dos tenemos algo para decirle.
HARPAGÓN
Y es también de matrimonio de lo que quiero hablarles.
ELISA
¡Ah, padre mío!
HARPAGÓN
¿A qué viene ese grito? ¿Es la palabra la que te da miedo o el tema en sí?
CLEANTO
El matrimonio puede darnos miedo del modo en que usted puede entenderlo. Nos da miedo que nuestros sentimientos no coincidan con su elección.
HARPAGÓN
Un momento. No se asusten. Yo sé lo que les conviene a ambos y ninguno tendrá motivos para quejarse por lo que pretendo hacer. Empecemos por un extremo, ¿han visto a una joven, Mariana, que vive cerca de aquí?
CLEANTO
Sí, padre.
HARPAGÓN
(A ELISA.) - ¿Y tú?
ELISA
He oído hablar de ella.
HARPAGÓN
¿Cómo encuentras a esa muchacha, hijo mío?
CLEANTO
Encantadora.
HARPAGÓN
¿Y en cuánto a su aspecto?
CLEANTO
Llena de gracia y de ingenio.
HARPAGÓN
¿SU apariencia y modales?
CLEANTO
Admirables.
HARPAGÓN
¿No crees que una joven así merece que se la tome en cuenta?
CLEANTO
Sí.
HARPAGÓN
¿No es un partido deseable?
CLEANTO
Muy deseable.
HARPAGÓN
¿No tiene aspecto de ser una buena administradora del hogar?
CLEANTO
Por cierto.
HARPAGÓN
¿No estaría un marido enormemente satisfecho con ella?
CLEANTO
Sí, claro.
HARPAGÓN
Hay, sin embargo, una pequeña dificultad: temo que no cuente con la fortuna que pudiera desearse.
CLEANTO
¡Ah, padre!, la fortuna no cuenta cuando se trata de casarse con una persona honesta.
HARPAGÓN
¡Perdón, perdón! Hay que admitir que si no se encuentra toda la fortuna deseable, puede buscársela por otra parte.
CLEANTO
Claro.
HARPAGÓN
Me alegro que coincidan con mi parecer, ya que su honestidad y su dulzura han conquistado mi corazón y he decidido desposarla, suponiendo que posea algunos bienes.
CLEANTO
¿Eh? Está decidido, dice ...
HARPAGÓN
A desposar a Mariana.
CLEANTO
¿Quién? ¿Usted?
HARPAGÓN
¡Sí, yo, yo, yo! ¿Qué está pasando?
CLEANTO
Me ha venido un mareo, perdón, me retiro.
HARPAGÓN
No debe ser nada grave. Ve a beber un gran vaso de agua clara. Vaya con esas damitas flojas que no tienen más vigor que un pollito. Y bien, hija mía, esto es lo que he resuelto para mí. En cuanto a tu hermano le destino cierta viuda de la que han venido a hablarme hoy mismo. A ti te entrego al señor Anselmo.
ELISA
¿El señor Anselmo?
HARPAGÓN
Sí, un hombre maduro, prudente y juicioso de unos cincuenta años y con bienes ponderables.
ELISA
(Haciendo una reverencia.) - No quiero casarme, padre mío, si le place.
HARPAGÓN
(Imitando su reverencia.) - Y yo, hijita, quiero que te cases, si te place.
ELISA
Le pido perdón, padre.
HARPAGÓN
Te pido perdón, hija.
ELISA
Me declaro muy humilde servidora del señor Anselmo, pero con su permiso, no me casaré con él.
HARPAGÓN
Soy tu humilde criado, pero con tu permiso, te casarás con él esta tarde.
ELISA
¿Esta tarde?
HARPAGÓN
Esta tarde.
ELISA
No, padre, no esta tarde.
HARPAGÓN
Sí, hija, esta tarde.
ELISA
No.
HARPAGÓN
Sí.
ELISA
No me obligará.
HARPAGÓN
Sí te obligo.
ELISA
Me mataré antes de tomar tal esposo.
HARPAGÓN
No te matarás y te casarás con él. Pero ¡qué audacia!. ¿Se ha visto semejante insolencia de una hija hacia su padre?
ELISA
¿Y se ha visto alguna vez a un padre casar a su hija de esta manera?
HARPAGÓN
No veo que tienes que objetar al señor Anselmo. Todo el mundo vería muy coherente mi elección.
ELISA
Y yo creo, sin embargo, que no podria ser aprobada por ninguna persona coherente.
HARPAGÓN
Ahí viene Valerio. ¿Quieres que sea el juez de este litigio?
ELISA
Lo acepto.
HARPAGÓN
¿Aceptarás su juicio?
ELISA
Me atendré a ello.
HARPAGÓN
Hecho está.
ESCENA CINCO
VALERIO, HARPAGÓN Y ELISA
HARPAGÓN
Acércate, Valerio. Te hemos elegido como árbitro para decidir quién tiene razón en una diferencia, si mi hija o yo.
VALERIO
Usted, señor, indiscutiblemente.
HARPAGÓN
¿Sabes de qué asunto estamos discutiendo?
VALERIO
No, pero usted no puede equivocarse, porque es la razonabilidad en persona.
HARPAGóN
Quiero entregarla por esposa esta misma tarde a un hombre tan rico como juicioso, y la muy zorra se ríe en mi cara y dice que no va a casarse. ¿Qué opinas?
VALERIO
¿Qué opino?
HARPAGÓN
Sí.
VALERIO
Eh, eh ...
HARPAGÓN
¿Qué?
VALERIO
Digo que en el fondo acato su parecer, pero que en cierta medida a ella no le falta razón puesto que ...
HARPAGÓN
¿Cómo dices? El señor Anselmo es un muy buen partido, un caballero noble, solícito, juicioso y muy acomodado, sin hijos del primer matrimonio. ¿Existe algo más apropiado para ella?
VALERIO
Es cierto, pero ella podría objetar que están precipitando un poco las cosas y que un tiempo no vendría nada mal para ver si ...
HARPAGÓN
Es una ocasión a la que no se puede dejar pasar; y además, has de notar que acepta tomarla sin dote.
VALERIO
¿Sin dote?
HARPAGÓN
Sí.
VALERIO
Ah, entonces no digo más. Esa sí que es una razón del todo convincente y hay que aceptarla sin ningún reparo.
HARPAGÓN
Supone para mí un ahorro considerable.
VALERIO
Por cierto, su hija puede argumentar que el matrimonio es una cuestión más importante de lo que se suele creer, ya que en ello va toda la felicidad o la desdicha juntas; que un compromiso que ha de ser para toda la vida no debería llevarse a cabo sino con grandes precauciones.
HARPAGÓN
¡Sin dote!
VALERIO
Tiene razón. Eso es decisivo. Hay personas que podrían decirle que en una circunstancia así, la inclinación de una hija debería tomarse en cuenta, y que la gran diferencia de edad, temperamentos y sentimientos, hace que un matrimonio esté expuesto a muchos graves incidentes.
HARPAGÓN
¡Sin dote!
VALERIO
Ah, no hay réplica a ello. ¿Quién en su sano juicio podría negarse? Cierto que muchos padres preferirían obtener la satisfacción de sus hijas al dinero, que no quisieran sacrificarlas en absoluto al interés y que preferirían dejar a salvo en el matrimonio el honor, la tranquilidad y la paz del hogar ...
HARPAGÓN
¡Sin dote!
VALERIO
Es cierto. Eso cierra la boca a cualquiera: ¡Sin dote! ¿Cómo resistirlo?
HARPAGÓN
(Aparte, mirando hacia el jardín.) - Me parece oír un perro que ladra. ¿Será que vienen por mi dinero? (A VALERIO.) No te muevas, enseguida regreso. (Sale.)
ELISA
¿Te burlas, Valerio, al hablarle de esa forma?
VALERIO
Lo hago para que no se enoje y así llevar mejor el tema. Oponerse frontalmente es la manera de echarlo todo a perder, ya que es uno de esos espíritus a los que hay que rodear con muchas vueltas y fintas, la verdad los irrita y se resisten a aceptar el camino recto de la razón. Tienes que hacer como que aceptas todo lo que dice y de esa manera servirás mejor a tus propios fines.
ELISA
¿Qué hay acerca de ese matrimonio, Valerio?
VALERIO
Veremos la forma de deshacerlo.
ELISA
¿Qué recurso utilizar si ha de hacerse esta misma tarde?
VALERIO
Hay que pedir una postergación y fingir enfermedad.
ELISA
Pronto descubrirán el fingimiento si llaman a los médicos.
VALERIO
Vamos, ¿acaso saben algo? Puedes tener la enfermedad que quieras, ellos encontrarán la explicación de su origen.
HARPAGÓN
(Aparte, entrando.) - Gracias a Dios, no era nada.
VALERIO
Nuestro último recurso es que la huída nos ponga a buen resguardo de todo; si tu amor, Elisa, es capaz de firmeza (ve entrar a HARPAGÓN). sí, una hija debe obedecer a su padre. No importa gran cosa cómo sea su marido, porque cuando se da la razón de sin dote, debe estar dispuesta a tomar lo que se le ofrece.
HARPAGÓN
Bien dicho.
VALERIO
Señor, le pido perdón si mi entusiasmo me lleva demasiado lejos.
HARPAGÓN
Al contrario, me encanta y quiero que tengas un poder total sobre ella. (ELISA.) Sí, le doy la autoridad que el cielo me otorga sobre ti y ordeno que le obedezcas en todo.
VALERIO
Señor, voy a seguirla para continuar con las lecciones que le estoy dando.
HARPAGÓN
Sí, ve. Yo me vaya dar una vueltita por la ciudad y regreso pronto.
VALERIO
Sí, señor. El dinero es lo más precioso del mundo. Debes dar gracias al cielo por el padre que te ha tocado. Cuando se ofrece tomar una hija sin dote, no hay nada más que pensar. Todo está contenido en esas dos palabras, belleza, juventud, honor, sabiduría.
HARPAGÓN
¡Bien, muchacho! Así se habla. Dichoso quien pueda tener un servidor como tú.
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