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PRIMERA PARTE



CAPÍTULO TRIGÉSIMOSEPTIMO



AMECA

¡Lo que es la naturaleza humana! Tres días habían pasado únicamente desde la noche en que la luna llena, reflejando ondas de plata en la compuerta, iba a terminar la existencia de Lamparilla, y ya todo lo habla olvidado.

Lamparilla estaba realmente preocupado, y arrimando un poco la espuela al rosillo que montaba, se tragaba terreno sin sentirlo y se divertía formándose castillos en el aire.

En estos coloquios, entró nuestro licenciado, paso a paso y con el dolor de caballo (1) que le acometió, al pintoresco pueblo de Amecameca.

Apeóse en una especie de casa de huéspedes que le indicó una persona que pasaba cerca de él.

Quitóse las espuelas, sacudióse el polvo, encargó a la patrona una buena cena, y se dirigió a la casa del presidente del Ayuntamiento o como diríamos, al alcalde mayor.

- Se trata, señor alcalde -le dijo Lamparilla-, de una cosa muy sencilla. Como ve usted por la carta, soy el patrono de Moctezuma III, heredero directo del gran emperador azteca Moctezuma II. Obtenida, como deseo, copia certificada de estos papeles, con ellos y los demás que tengo quedarán claros los derechos de la parte que patrocino y se determinará que se nos dé posesión judicial.

- Nunca he oído en los años que llevo en el pueblo hablar de este asunto a los Melquíades, que hace años están en posesión de las fincas de San Baltasar, el Pitillo, La Chorrera, que se ven desde aquí, y Buena Vista, que está un poco arriba del monte.

- Esos Melquíades no son más que detentadores; tendrán que entregar las haciendas y además el importe líquido de las cosechas de más de treinta años, que tanto así ha durado la usurpación. Sólo queda, pues, Moctezuma III, a quien represento como único y legítimo heredero. Conque está usted impuesto, señor alcalde, y le suplico haga saber esto al Ayuntamiento para qUe acuerde que se me permita registrar el archivo y darme cOpia en papel sellado y certificado de los documentos que yo señale.

El alcalde prometió reunir al Ayuntamiento, y nuestro licenciado se retiró a cenar bien.

Despertó a la mañana siguiente con la cabeza pesada y como atontado salió a la calle y quiso subir al carrito del Sacro Monte para escoger el lugar donde había de colocarse el retablo con su retrato y el de Cecilia; pero no le fue posible, se sintió con calosfrío, regresó a la posada y se metió en la cama. Una calentura hasta delirar, y hasta el cuarto día pudo levantarse. Su primera visita fue el cura, que le había oficiosamente ido a visitar y le había curado, porque en su juventud había sido estudiante de medicina, y en seguida fuese a la casa del alcalde. El Ayuntamiento no se había reunido por falta de número.

El alcalde dijo a Lamparilla que en el pueblo había sabido el objeto de su llegada y que le advertía que el dueño del volcán, que cortaba la nieve para llevarla a México y a Cuautla, era un tal don Perfecto, que movía a los indios diciéndoles que les iban a quitar el trabajo.

- Pero entonces usted ha contado el cuento -le respondió Lamparilla-, pues yo he estado en cama, como a usted le consta, y con nadie he hablado.

- No lo niego, señor licenciado -le respondió el alcalde-, pero como no es asunto reservado, a los que me han preguntado les he dicho quién es usted y a lo que viene.

Lamparilla meneó la cabeza y no dijo nada; sólo se quedó mirando al alcalde, y desde luego cayó en cuenta de que en vez de ayudarle era su enemigo.

En efecto apenas se había marchado Lamparilla, después de la primera conferencia, cuando mandó llamar a don Margarita, que era el mayor de los seis hermanos Melquíades, y le impuso de cuanto había pasado.

A los dos días, nueva visita de Lamparilla a la casa del alcalde. El Ayuntamiento estaría completo el resto de la semana. El lunes siguiente se reunió por fin. Lamparilla asistió a la sesión. El alcalde les dio cuenta transmitiéndoles fiel y metódicamente los razonamientos y alegatos de Lamparilla; ninguno tomó la palabra, pero, puesto a votación, por unanimidad fue reprobada la pretensión, añadiendo que se prohibiese expresamente al licenciado la entrada a los archivos.

No se dio por vencido, sino que volvió al dia siguiente a la carga, proponiendo al alcalde una fuerte gratificación si le proporcionaba las copias simples de lo que él señalase en el archivo; interesó también la amistad del cura, y nada fue bastante, pues se puede comprender bien que los que estaban en posesión de los bienes de Moctezuma III se defendían obstinadamente y habían ganado a su favor a la mayor parte de la gente del pueblo.

Convencido de que nada podria obtener, acababa de cenar y se disponia a componer su maleta y arreglar sus cuentas con la patrona, cuando escuchó un rumor lejano de confuso vocerío que se fue acercando y creciendo por momentos.

- Ya me lo temia yo, señor licenciado -le dijo a Lamparilla-. Este tumulto es contra usted, y lo menos que querrán es sacarlo de aqui y arrastrarlo por las calles con una cuerda al cuello. Yo no lo siento por usted, que al fin es licenciado, sino por mi, que me van a romper los vidrios y a entrar y robar la casa, pues estos indios, cuando hay quien los levante, son el mismo demonio; pero eso me tengo por compasiva. Lo debl echar a usted, que me lo advirtió el mismo alcalde.

En ese momento el tumulto llegó y se detuvo enfrente de la casa, vociferando diabólicamente:

- ¡Muera Lamparilla! -decia en voz alta el jefe de la conspiración.

- ¡Muera! -gritaban en coro los acompañantes.

- ¡Que muera Lamparilla! ¡Que muera! -y los chiflidos y gritos fueron más fuertes y las descargas de piedras más frecuentes, y un grupo se echó sobre el zaguán, pero las puertas fuertes y bien atrancadas no se movieron.

- Señora -dijo Lamparilla-, es necesario discurrir la manera de que yo salga de aquí ahora que parece que se han retirado un poco. ¿Sería posible sacar mis caballos por la puerta del corral?

- Lo que me ocurre es que se refugie usted en el curato, donde ni de chanza pretenderán entrar. Lo que está pasando me lo contaron desde esta mañana, pero no lo quise creer y me dio mortificación decirselo a usted.

La patrona salió a despachar a la criada al curato, y Lamparilla entró a su recámara.

La criada volvió con buenas noticias. El cura consentía en abrir la puerta del cuadrante y esperar allí al licenciado; pero en esto los sublevados, animados con el trago, volvieron a la carga.

La patrona, que, en medio de todo, tenia más sangre fría, entreabrió un poco la hoja de la otra ventana; precisamente estaba apoyado en la reja su compadre don Margarito Melquiades.

- Es la oportunidad -dijo a Lamparilla-, están muy entretenidos por acá, y por la puerta del corral no hay nadie. Hágase el ánimo, señor licenciado, y váyase.

Lamparilla reflexionó que no había otro medio de escapar.

La patrona, en cuanto calculó que ya Lamparilla estaba en salvo, abrió a medias la ventana y habló con su compadre don Margarito.

- Dios me trajo a usted, compadre. El pájaro que ustedes buscan se marchó al anochecer.

- ¿Me da usted su palabra, comadre?

- Por mi nombre que se lo juro, compadre, entre usted a registrar la casa si quiere.

- Le creo, comadre, ni para qué me habra usted de engañar, y además sólo queríamos dar un susto a este licenciadito para que se largue del pueblo y no vuelva más.

Don Margarito Melquíades habló a su gente algunas palabras, y gritando vivas al gobierno y mueras a Lamparilla, los amotinados salieron del pueblo con sus hachas encendidas rumbo al caserío de la hacienda más cercana.




Notas

(1) Dícese acerca de las molestias que se generan en el coxis y la cadera, a quienes no tienen la costumbre de montar.

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