Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO NOVENO. El neoplasma CAPÍTULO UNDÉCIMO. StoesselBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO DÉCIMO

Los hijos de Alfonso XII



Don Angel.
- ¡Cómo me reconfortan las noticias de España! Son para mí un verdadero refrigerio, según la expresión mística.

Don Tomás.
- ¿Alguna bomba?

Don Angel.
- Eso está descontado. Barcelona se encarga de tocar a muerto por los Borbones, con su gran campana de dinamita. Me refiero a una explosión ratonera de ignominia aristocrática.

Don Tomás.
- Ya lo veo a usted con la rienda al cuello. ¿Qué sucede?

Don Angel.
- Sabrá usted que el difunto don Alfonso ...

Don Tomás.
- ¿Lo volaron ya?

Don Angel.
- Hablo del padre, del número XII.

Don Tomás.
- ¿Llegaremos al XVI?

Don Angel.
- No creo. Entre los muchos Alfonsos que calentaron el trono español, hubo sabios y castos. Un pequeño porcentaje. Alfonso XII no fue casto. Le gustaba galantear. Honró varias familias con sendos hijos naturales. Tuvo dos de la cantante Elena Sanz, que reclaman hace años lo que según ellos les corresponde. Los primeros abogados' del país tercian en el asunto. ¡Expectativa pública!

Don Tomás.
- No encuentro nada de 'particular en lo que usted me cuenta. Un rey que usa de su sexo, un par de herederos inoportunos, una bandada de togados cuervos graznando alrededor elocuentemente, y orejas de asno en la barra; la vida normal. ¿Dónde está la ignominia?

Don Angel.
- La vida normal es ignominiosa.

Don Tomás.
- Aceptable punto de vista.

Don Angel.
- Y la ignominia especial de este pleito no está en el augusto adúltero, ni en la pretensión que formulan sus semiaugustos descendientes, dignos de bordarse el escudo real entre el forro de los calzones, ni en los picos de oro -¡figúrese usted! Melquíades Alvarez, el orador eximio-, picos que cotorrean bien y embuchan mejor, ni en la curiosa avaricia de la reina viuda, que quiso inútilmente arreglar el sucio negocio mediante una pensioncita de veinte mil pesetas, no; la ignominia está sobre todo en los testigos.

Don Tomás.
- ¿Qué testigos?

Don Angel.
- Los nobles testigos. Los Altavilla, los Sesto, los Benalúa, los compinches del augusto adúltero, los comparsas de orgía, los que rebañaban la vajilla de plata y añadían a sus blasones el de ser comisionistas del harén alfonsino.

Don Tomás.
- No se apasione usted, don Angel, todo eso es normal.

Don Angel.
- Ya me carga usted con lo normal, usted, consagrado a corregir y remediar lo anormal.

Don Tomás.
- Anormal es una palabra cómoda, destinada a indicar matices de lo normal. Todo es normal, porque todo forma parte de la naturaleza, y las mismas leyes rigen la enfermedad y la salud. Pero ¿qué pasó con los nobles testigos?

Don Angel.
- Los nobles testigos, después de jurar noblemente ante su amigo el Dios de los católicos, decir la verdad -supongo que este rito continúa-, declararon no saber jota de lo que se les preguntaba; no conocían a los hijos de Elena Sanz, ni a Elena Sanz, ni habían oído nada del pleito. Gracias que no afirmaron también no conocer a Alfonso XII. La defensa leyó cartas firmadas por ellos y dirigidas a la propia Elenita. Las escucharon tranquilos. El imbécil embuste, en otra ocasión, bastaría para enviar a un obrero a la cárcel, mas ellos se sienten por encima del código. Viven en Madrid. El tribunal entonces fue a la quinta de la infanta Isabel, hermana de Alfonso. La infanta se confesó tan ignorante de las trapisondas reales como los nobles testigos. Más tarde llamó el mísero y burlado juez a Palacio, para tomar humildemente declaración a S. S. A. A. Silencio profundo.

Don Tomás.
- Disciplina de partido, instinto del orden.

Don Angel.
- ¡Ese juez haciendo antesala! La casa de la justicia, en efecto, no es digna de ser visitada por ciertos personajes. ¡Me olvido de lo más gracioso!

Don Tomás.
- ¿Qué es ello?

Don Angel.
- El rey no puede comparecer ante los magistrados.

Don Tomás.
- ¿Por qué? ¿Está idiota o demente?

Don Angel.
- Su soberanía se lo impide. Es demasiado esplendente, demasiado mitológico, demasiado sagrado para obligársele a desencajar la mandíbula. Tal vez de su testimonio dependa el honor de un inocente, la existencia de un perseguido, la paz de su pueblo. ¡Qué importa! Él, el responsable de tantos destinos, el depositario de una patria, está; excusado de toda garantía, de toda explicación. Está capacitado para cometer todos los crímenes. No tiene que responder de ellos. Es un Dios peninsular, a pesar de su facha sietemesina, y el juez español retrocede ante él deslumbrado, aquel juez que en la admirable leyenda de Zorrilla hizo declarar a Cristo ...

Don Tomás.
- ¡Leyenda!

Don Angel.
- El Alcalde de Zalamea, aunque escrito por un cura, parecerá hoy una obra anarquista. Y en cuanto a los hijos de Elena Sanz ...

Don Tomás.
- ¿Qué?

Don Angel.
- ¡Que no les envidio el abolengo!
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