Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO DËCIMO. Los hijos de Alfonso XII CAPÍTULO DUODÉCIMO. Los juegos del fanatismoBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO UNDÉCIMO

Stoessel



Don Angel.
- Stoessel condenado.

Don Tomás.
- ¿A muerte?

Don Angel.
- A muerte.

Don Tomás.
- ¡Claro! Puesto que él no ha sido suficientemente héroe, sus jueces tenían que serlo. El crimen de Stoessel es no haber hecho matar bastantes rusos; el tribunal se guardará de imitarle. Stoessel debe morir.

Don Angel.
- La plaza, cuando fue entregada, no carecía aún de recursos. Según de Grandprey, había más de 200.000 proyectiles, 30.000 kilos de pólvora, 5 millones de cartuchos, 70.000 toneladas de carbón, 600.000 kilos de harina, 400.000 de galleta, 30.000 de carne en conserva, 200.000 de sal, 15.000 de azúcar. El aguardiente, la cerveza, el champaña, después de haber corrido a ríos, existían todavía en cantidades al parecer inagotables.

Don Tomás.
- ¡Ya ve usted! ¡Disponer de tan preciosas reservas, y no aprovecharse de ellas para seguir sacrificando vidas! ¡Imperdonable debilidad! Pero seguramente los rusos poseían otros medios de resistencia. Páseme su libro. Aquí está. Stoessd tenía algo mejor: la piroxilina. ¿Usted recuerda lo que es una granada de piroxilina? La trinchera donde estalla se convierte en una carniza en que yacen esparcidos brazos, piernas y fragmentos de cuerpos desnudos; desnudos, porque las ropas se queman instantáneamente. ¡Heroica piroxilina!

Don Angel.
- ¡Qué asco!

Don Tomás.
- Estas máquinas infernales no están permitidas. No son tan humanitarias como la mina de dinamita y el obús. Se prohibieron desde el año 1868, según los textos del protocolo de San Petersburgo, confirmados en Bruselas el año 1874. ¿Y sabe usted a instigación de quién se prohibieron?

Don Angel.
- No.

Don Tomás.
- A instigación de Rusia. Pues bien, si Stoessel hubiera empleado su piroxilina hasta agotarla, hubiera sido un héroe. ¿Y ahora qué es? Un pobre hombre que amó la vida y tal vez ciertas ganancias de turbio origen. Ha sido justamente castigado. Un militar no ha de amar la vida, sino la muerte. La muerte ajena en primer lugar, y la propia en seguida; cuando no puede continuar matando, su deber es matarse. Es un organismo necróforo.

Don Angel.
- ¡Y pensar que un Napoleón ha sido adorado!

Don Tomás.
- No lo creo. Sus medios han sido los normales; el terror y el éxito.

Don Angel.
- Los moribundos, al verle pasar en los campos de batalla, le bendecían.

Don Tomás.
- En fin, se trata de un genio. Las condiciones son excepcionales, los objetos están bañados de un resplandor fosforescente que desconcierta la vista. Es difícil decir algo exacto sobre Napoleón.

Don Angel.
- Nada nos denuncia mejor la corrupción humana que el triunfo de semejantes genios.

Don Tomás.
- Napoleón era un genio. Un genio de índole vulgar, lo reconozco. No sería digno de nosotros colocarle al lado de Newton, de Rembrandt o de Santa Teresa. Un, genio sin ideas nos repugna, y Napoleón nos ha dejado un tricornio glorioso, un buen asunto para las tablas, una muletilla para oradores y periodistas en apuro, y ni una sola idea. Napoleón era un genio cuantitativo, un exceso de lo ordinario, una exageración que nos pone nerviosos sin excitar nuestra inteligencia ni elevar nuestra alma; sin embargo, era un genio. Era una cabeza. Stoessel es una gorra.

Don Angel.
- Con muchos galones.

Don Tomás.
- Combatir a las órdenes de una gorra ha de ser cosa triste.

Don Angel.
- Y en los casos graves las órdenes de la gorra son heroicas, como la tan conocida postdata alocutiva: Si la primera fila retrocede, la segunda hará fuego sobre ella. Quizá la primera fila odie al enemigo, pero dudo que ame a la segunda. El más ilustre de los nacionalistas franceses hace la caricatura de su propia doctrina al estampar esta frase perfecta: un soldado detesta más a su teniente que al teniente de la fuerza contraria.

Don Tomás.
- Lo probable es que Stoessel sea detestado por mucha gente. La administración rusa, saco de infamias, expulsa de su tribu al infeliz defensor de PortArthur, cabrón emisario cargado de las maldiciones de Israel, y enviado al desierto para distraer la cólera divina.

Don Angel.
- Se nos querrá convencer de que los jueces, por ser jueces, están más limpios que el acusado. ¿Para qué tales farsas? Los autócratas han ahogado en sangre la revolución; se han vuelto a apoderar del pueblo ruso. El año 1905 no fue más que un relámpago en esa terrible noche polar. ¡Ay! ¿Qué son dos o tres bombas diarias en la extensión colosal del imperio? La paz. Y no obstante, bien está que caiga Stoessel. ¡Qué alegría para las viudas y los huérfanos de los que perecieron bajo el mando de este general tolerante!
Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO DËCIMO. Los hijos de Alfonso XII CAPÍTULO DUODÉCIMO. Los juegos del fanatismoBiblioteca Virtual Antorcha