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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO DÉCIMOQUINTO Una visita Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel. Doña Nicolasa. Don Angel.
- ¿No está don Tomás?
- Le han hecho llamar para un enfermo, tal vez para uno de esos que cuando llega el doctor ya están curados. Pero mi esposo volverá pronto. Siéntese usted, don Angel. Charlaremos. (Don Angel, espantado, quiere irse. Insiste la señora. Don Angel se sienta).
- ¿Y Adelita?
- Ella se acuesta muy temprano. Yo me entretengo leyendo. (Sobre la mesa hay un enorme volumen abierto).
- ¿Qué lee usted?
- Es la colección de La Prensa. ¡Estos sí que son diarios! Mi marido recibe algunos diarios franceses. No hay comparación. Yo no hablo francés, pero no importa. Aquéllos no pasan de seis u ocho páginas y éstos suelen traer cuarenta.
- Es admirable.
- Vienen escritos de los primeros literatos del mundo, como Grandmontagne y Meternich.
- Maeterlinck.
- Eso es. No hay necesidad de leer sus libros. ¡Aquí está mi biblioteca! (Golpea el volumen) También tengo La Nación. Yo me ocupo particularmente de la parte científica.
- ¡Ah!
- Si. La mujer de un sabio debe saber algo. Porque ustedes dicen que mi pobre marido es un Sabio.
- (Sinceramente). ¡Ya lo creo que lo es! Pasa el día en su laboratorio.
- Con toda su ciencia, no me ha podido enseñar nada.
- No habrá tenido tiempo.
- No hay Dios que le entienda. Cuando trata de explicarme alguna cosa me mareo. Usa un lenguaje impropio.
- Don Tomás es demasiado especialista.
- Desengáñese usted. Esa ciencia reservada a unos cuantos no me gusta. La verdadera ciencia. ha de comprenderla todo el mundo, hasta las mujeres de mala ortografía.
- Cierto.
- Así es la ciencia de La Prensa y de La Nación. ¡Lo que yo gozo enterándome de las teorías más complicadas! ¡Me agrada tanto que me las muestren con claridad absoluta, sin hacerme dudar un momento! Tomás me desconcierta. Con él me siento ignorante. Con mis diarios razono y juzgo.
- Sí, señora.
- Lo que me irrita en mi marido es el menosprecio en que los tiene. Jamás ha tomado un dato de ellos.
- Es curioso.
- Ya ve usted, prescindir de La Prensa, por ejemplo, cuyo edificio de la Avenida de Mayo vale veinte millones. Parece mentira. Yo, con el objeto de fastidiar a Tomás, le repito las novedades médicas. Ayer le conté la última curación de la tuberculosis.
- ¿La última?
- Ya la han curado cinco veces, y el cáncer, cuatro.
- ¿Y qué hizo don Tomás?
- Reírse. Lo peor es que se ríe de buena gana. ¿Usted se ríe también?
- No, yo me río de que se haya reído don Tomás.
- Se rió el muy pavo cuando le dije que la tierra tenía dos cuernos, que no se ven casi nunca. Se rió cuando le dije que la tierra está hueca, según los astrónomos norteamericanos. Se rió cuando le dije que se han fabricado microbios. Pero lo increíble es lo siguiente: recordará usted que un calculista francés, un tal Puncarré o Polkarré ...
- Poincaré.
- Eso es ... Bueno, pues ése, un desconocido, porque era la primera noticia. que tenía yo de él, se atrevió a declarar que la tierra estaba inmóvil y que era el sol el que se movía. Flammarión publicó un artículo en que pulverizaba al insensato. Flammarión es un genio.
- Sí, señora.
- ¿Era la ocasión de que don Tomás se riera, verdad?
- Sí, señora.
- ¡Pues todo lo contrario! Se quedó pensativo.
- Sí, señora.
- ¡Ah! La astronomía es notable.
- Sí, señora.
- ¡Mire usted que los cometas! En este punto no me han satisfecho las hipótesis admitidas. Están ahora esperándose tres cometas de golpe. Yo no soy como otras mujeres fanáticas, que se figuran que los manda el demonio.
- ¿Y cuál sería la causa, en la opinión de usted?
- Sospecho que esos terribles calores ...
- Sí, señora ...
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