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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO El zorzal Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel.
- ¿De modo que la libertad absoluta sería el gran remedio?
- Y la libertad para todos, hasta para los delincuentes. Defienda cada cual su vida, pero no juzgue, no castigue. ¿Por qué hay ladrones? Porque hubo desposeídos. ¿Por qué hay criminales? Porque hubo tormento. Suprimid los jueces, los espías y los verdugos y habréis suprimido el delito. Perdonad, curad. Abrid las cárceles, abrid los brazos. Si queréis convertir el mal en bien, dejadle libre.
- Mi hija tenía un zorzal.
- Enjaulado.
- Naturalmente. No le sorprenda a usted, que Adela, a pesar de su buen corazón, tenga pájaros prisioneros. Es la costumbre, y la principal misión de las mujeres consiste en conservar las costumbres.
- Plagia usted a Ganivet.
- Mejor, para él. Decía, pues, que Adela practica tiernamente esa costumbre salvaje. Las niñas son maternales desde que empiezan a jugar. El zorzal de Adela era una especie de hijo desventurado suyo, caído en cautiverio, privado del habla, reducido al tamaño del puño y cubierto de plumas a consecuencia de aventuras maravillosas como sólo las concibe la potente imaginación infantil. Adela a lo menos le llamaba hijo con el acento de la verdad. Pasaba el dedo por entre los alambres y consolaba y distraía largas horas al ave infeliz. Se levantaba a medianoche a darle de comer y a cerciorarse de que la jaula estaba bien cerrada.
- ¿Tan lindo era el animal?
- Era horrible, de color de panza de burro. Era sucio y odiaba el agua. Tenía el pico siempre lleno de comida vieja.
- ¿Cantaba?
- No cantaba. Lanzaba continuamente, sobre todo de noche, un chillido que nos volvía locos. Además era estúpido en extremo. Golpeaba los hierros sin causa alguna y se ensangrentaba la cabeza. Entonces Adela lloraba.
- ¿Cómo se explica usted ese amor hacia un objeto tan inaguantable?
- Jamás me he explicado bien los abismos de poesía que encontraba Adela en semejante bicho. Admitamos en las mujeres una penetración apasionada que les permita interesarse por cosas en las que nosotros nada descubrimos de particular.
- Los pájaros las trastornan.
- Especialmente en los sombreros. Pero sigo mi historia. Harto del zorzal, resolví, ya que soy incapaz de matar a nadie, como no sea por error, en mi calidad de médico, resolví abrir la cárcel según el sistema de usted. Una mañana convenci a mi hija y soltamos el preso.
- Bien hecho.
- Verá usted. Adela, afligida, no auguraba resultado dichoso. El zorzal salió de la jaula y, lejos de huir a los árboles del jardín, se quedó entre nuestras piernas.
- ¿Regresó al calabozo?
- Le digo a usted que era demasiado estúpido para hallarlo. Paseaba por la casa como un sonámbulo, tropezando y haciéndonos tropezar, mil veces más molesto que antes. Había que alimentarlo en el comedor y en la sala y en la alcoba. Había que limpiar su inmundicia en todos los rincones. Había que salvarlo constantemente de toda clase de peligros. Desaparecía de pronto, y Adela desesperada sembraba el desorden y la congoja por doquier.
- ¿No intentaron ustedes alejarlo?
- Se nos pegaba a los talones.
- No era tan estúpido.
- Muy estúpido. Le conocí a fondo. No se asustaba del gato; Adela aterrorizada tuvo que encerrar al gato en un cuarto oscuro para que no se tragara al zorzal.
- ¡Cuántas complicaciones!
- El zorzal, hasta entonces, había contemplado al gato al través de la reja. Opinaba con razón que era inofensivo. Note usted que esa reja protegía al zorzal exactamente lo mismo que si el prisionero fuera el gato y no él. Concluyo: no hubo otro recurso que tornar el ave a la jaula, y esperar que allí dieran fin sus días.
- El daño era antiguo, don Tomás; bajemos a las raíces y comprenderemos por qué en el caso que usted cuenta el éxito fue desastroso.
- (Resignado). Bajemos a las raíces.
- ¿Quién trajo el zorzal? ¿Qué edad tenía? ¿Cómo lo robaron? Don Tomás bosteza.
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