Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO DËCIMOSÉPTIMO. El zorzal CAPÍTULO DÉCIMONONO. DecadenciaBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO DÉCIMOCTAVO

El Padre Gonzalo



Don Justo.
- ¿Ustedes sabían que el Padre Gonzalo había colgado los hábitos?

Don Tomás.
- Me suena ese nombre.

Don Justo.
- ¿Y que acaba de casarse en medio de las ovaciones de la masonería?

Don Angel.
- Ha querido cambiar una paternidad por otra.

Don Justo.
- Sí. Ha dicho que deseaba consagrarse a la vida del hogar, lo cual es también una religión.

Don Tomás.
- Hogar, el fuego siempre encendido, el altar de la familia.

Don Justo.
- Exacto. El culto doméstico es anterior al paganismo, y ha fundado la propiedad en Grecia y en Roma. Fustel de Coulanges ...

Don Angel.
- ¡Por piedad!

Don Justo.
- El Padre Gonzalo ha retrocedido, pues, algunos siglos. Supongo, sin embargo, que considera el matrimonio más prosaicamente.

Don Angel.
- No disminuya usted al Padre Gonzalo. Tal vez ha procedido con sinceridad.

Don Justo.
- Sin duda, sin duda. No discuto las personas, no las conozco. Pero el renegado repele, hasta a los ateos. Y nadie niega que hubo y hay renegados sin doblez. ¿Por qué son tan antipáticos? ¿Inspiran desconfianza por haber fracasado, mutilando su existencia, o por no haber podido cumplir las promesas de su juventud? El renegado falta a su palabra. Su conducta no es viril.

Don Angel.
- ¿Por haber roto sus votos, hemos de creer al Padre Gonzalo capaz de no devolver el dinero que le presten?

Don Tomás.
- La fe no es razonable. Consiste en dar crédito a lo que no vimos, a lo contrario de lo que vimos. Un hombre es empujado a la Iglesia por su temperamento, por su vocación, por la gracia. Y así como ninguna lógica lo condujo a ser sacerdote, ninguna le conducirá a dejar de serlo. El renegado ha mentido antes o después, o ha cometido sobre su propio organismo un error imperdonable por lo enorme. Es cierto que aún queda un caso, el vuelco fulminante del alma, la conversión a la inversa, el rayo de la negación, tan rápido a veces como el rayo de la fe.

Don Angel.
- ¿Y en ese caso, se ha de ser hipócrita?

Don Justo.
- Sí. El cura es la esposa de Dios, y como buena esposa, si ha perdido el respeto a su señor, lo disimulará profundamente. Hay algo más importante que proclamar a grito herido nuestras pequeñas aventuras, y es evitar el escándalo.

Don Tomás.
- Confieso que los divorcios a tambor batiente me parecen de mal gusto. Un divorcio es el resultado de una equivocación. ¿Hay motivo para jactarse?

Don Angel.
- ¿Y ha de retroceder la verdad ante el escándalo? La verdad es lo único.

Don Justo.
- ¿Y cuál es la verdad? He aquí la cuestión. ¿Qué trascendencia tiene la verdad, mientras no salga del cerebro del Padre Gonzalo? Lo que necesitamos es una verdad para todos, o para muchos. Búsquela en el silencio de su celda el religioso decepcionado, y pague con las torturas del secreto sus primeros extravíos. Realice el tipo sublime del apóstol en quien no alienta sino la caridad, y para quien las creencias ajenas, que ya no comparte ni comprende, siguen siendo un medio de propagar la esperanza.

Don Angel.
- ¡Ser fiel a lo que ya no existe!

Don Justo.
- Existe la forma. Un pueblo que profana sus ruinas no tiene salvación.

Don Tomás.
- Veneremos los fósiles.

Don Justo.
- La historia no se corta en dos pedazos, uno miserable y otro augusto. Por encima de todo está la conveniencia de que la Iglesia conserve su dignidad.

Don Angel.
- ¿Por qué?

Don Justo.
- Porque las diversas direcciones en que se ha arrastrado la humanidad para ponerse en contacto con lo desconocido deben sernos sagradas. Reírse de una religión cualquiera, es decir, de una tentativa para conquistar lo divino, ¡qué crimen imbécil! Lo que deprima al catolicismo, sin compensaciones en una región diferente; lo que se reduzca a crítica en frío, a burla, a odio y a venganza, es tonto y culpable. Si nos cerráis un sendero, abridnos otro. Aunque mejor es tenerlos todos abiertos. Espacio sobra.

Don Angel.
- ¿No le disgustan a usted los nuevos profetas?

Don Justo.
- No. Usted, profeta social, y don Tomás, profeta científico, me son simpáticos. ¿Cuándo hubo en el mundo más religiones que ahora?

Don Tomás.
- Estoy con usted. El concepto de ciencia positiva, según Comte, de una ciencia que se marca sus propios límites, se va borrando de año en año. Nuestra ciencia está resuelta a no vacilar ante nada. Es audaz, metafísica, mística.

Don Justo.
- En cuanto a mí, soy católico sin exageración. Me agrada un culto probado por el tiempo, de una estabilidad perfecta, rico, majestuoso, abrumado bajo la magnificencia de las artes, repleto de leyendas deliciosas. Ustedes construyen valerosamente los edificios futuros, a los que no me trasladaré mientras no tengan techo.

Don Angel.
- ¡Ay! ¿Cuándo lo tendrán? El Padre Gonzalo no se fija en esos detalles.

Don Tomás.
- Me agradaría enterarme de lo que le ha hecho preferir los ritos masónicos a los romanos.

Don Angel.
- ¡Será curioso!

Don Tomás.
- No, la caída de este ángel no es miltoniana. Abandonar una tienda por la de enfrente no es retirarse del comercio.
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